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sábado, 23 de agosto de 2025

El Sujeto, el Deseo y la Falta como orientación de la cura

El carácter inaprehensible del sujeto no anula su valor como brújula de la cura psicoanalítica. Lo mismo puede decirse del deseo, siguiendo la articulación entre ambos: la cura se orienta por el sujeto, en la medida en que el analista debe “acomodarse” a él en la transferencia y darle lugar; y se orienta por el deseo, en tanto es lo que moviliza al hablante, lo que lo pone en causa.

Si lo simbólico preexiste, el sujeto queda atravesado por la latencia y la desnaturalización que esa anterioridad impone. El significante cumple una función activa: no se limita a producir efectos de sentido, sino que inscribe el cuerpo como superficie simbólica, radicalmente distinta del cuerpo natural y biológico. En este marco, la sexualidad adquiere un papel central en la praxis analítica, no por la genitalidad, sino por la participación de la pulsión.

La castración puede pensarse, por un lado, como la falta de una inmanencia que otorgue identidad al sujeto, lo que lo convierte en un “ser en falta” y repercute en su posición sexuada. Por otro lado, también puede concebirse como efecto de un vaciamiento constituyente, que conmueve cualquier noción de esencia previa. En tanto carece de identidad, el sujeto se ve obligado a identificarse para poder advenir al ser.

La palabra es el instrumento privilegiado de la práctica analítica, porque al ponerse en acto hace comparecer al sujeto en su división. Esto ocurre dado que la palabra está atravesada por la multivocidad, el equívoco y el malentendido; en su dimensión metonímica, ella misma da cuenta de la falta constitutiva a la que el sujeto está ligado.

Si el Otro es el tesoro del significante, y allí no existe término alguno que pueda nombrar o fijar al sujeto del inconsciente, se establece una correlación fundamental: la división del sujeto se enlaza con la falta en el Otro.

lunes, 4 de agosto de 2025

Del decir al agujero: lógica, semblante y real en L’étourdit

En el inicio de L’étourdit, Lacan afirma el valor fundante del decir, un acto que conjuga las dimensiones existencial y modal. Este decir —lo sabemos— no se confunde con el dicho, es decir, con lo efectivamente pronunciado. El decir no se reduce a lo enunciado: tiene un soporte lógico, sostiene una operación que toca lo real.

En este marco, el discurso analítico se piensa como decir —no como sistema cerrado de enunciados, sino como una torsión—, capaz de instalar lo imposible como pivote estructural. Allí se funda la posición del hablante, no desde el saber que dice, sino desde lo que el decir agujerea.

La lógica, en este contexto, no es una garantía de sentido, sino el recurso que permite morder un real, ese punto donde la palabra se muestra insuficiente y, sin embargo, la clínica insiste.

Así, el célebre “No hay relación sexual” se impone como axioma: no como una constatación empírica, sino como un decir que habilita una escritura. Ese trazo —al mismo tiempo límite y punto de partida— funda la entrada de la verdad en el dispositivo analítico. Pero esta verdad, al estar estructurada como ficción, no se cierra sobre sí misma: algo le ex-siste, y es justamente esa ex-sistencia la que permite a Lacan delinear uno de sus modos de tratar el real.

Ahora bien, ¿qué relación mantiene este decir fundante con el semblante?
Su carácter tético, lo que lo vuelve posible como inicio, es inseparable del semblante. Porque es desde el semblante —como lugar estructural que comanda el discurso— que se funda algo, incluso un axioma. El semblante, en tanto artificio estructurante, no oculta el real: lo recorta, lo rodea, lo delimita.

Este planteo reafirma una premisa fundamental: la palabra es primera, sin la cual no habría escritura. Pero lo interesante es que, mediante el decir, se toca un real, un ausentido, un punto que testimonia la imposibilidad de una significación sexual plena. Allí, donde la relación sexual no se inscribe, la significación fálica ensaya —no sin parodia— una respuesta.

Este movimiento marca un claro paso más allá de Freud. Lacan no desecha el Edipo ni la castración, pero interroga su alcance: ya no como coordenadas universales del deseo, sino como respuestas posibles ante una estructura agujereada, donde el sentido falla por estructura.

La pregunta entonces no es si hay o no Edipo, sino:
¿qué sería la castración más allá del Edipo?
Y, sobre todo:
¿cómo se escribe lo real cuando no hay relación sexual?

viernes, 1 de agosto de 2025

La política del Uno: entre la imposibilidad y la posición frente a la castración

La cuestión del Uno ha sido, a lo largo de los siglos, una de las grandes interrogaciones que atravesó los distintos ámbitos del pensamiento: desde la metafísica a la teología, de la aritmética a la política, pasando, por supuesto, por la clínica psicoanalítica. No es posible reducir su alcance a una única disciplina porque el Uno, en última instancia, concierne al lenguaje mismo. Su estatuto no puede resolverse en una ontología ni en una lógica cerrada; lo que verdaderamente importa es la posición que se asume ante su imposibilidad.

Pero ¿qué es el Uno? En una primera aproximación, podría pensarse como el elemento que funda la serie, lo primero, lo originario. Desde la lógica, el Uno es aquello que se cuenta como uno, en tanto se distingue, se separa, se nombra. No hay Uno sin acto de contar. Por eso, Lacan dirá que el Uno es efecto de una marca, de una repetición, no una esencia ni un ente indivisible. En ese sentido, el Uno no preexiste al significante, sino que emerge con él.

Este Uno no es el de la totalidad, ni el de la armonía cósmica, ni el del misticismo de la fusión. Al contrario: es una marca que corta, que introduce la diferencia. El Uno lacaniano no garantiza ninguna relación, ni siquiera consigo mismo. No hay “relación del Uno con el Uno”, no hay autocompletud. En su modalidad más radical, el Uno goza solo, separado, fuera de toda lógica del vínculo.

Desde la perspectiva clínica, este Uno se manifiesta como goce solitario, como modalidad de satisfacción cerrada sobre sí, sin dialéctica con el Otro. Su presencia pone en jaque cualquier ideal de complementariedad o síntesis. Es en este punto donde el psicoanálisis se distancia de toda ética del Bien: porque no hay un Uno que reúna a los sujetos, sino una soledad estructural que se anuda de modos singulares.

La enseñanza pública de Lacan puede leerse, desde este ángulo, como una respuesta política —y por lo tanto clínica— al problema del Uno. En este sentido, no estamos tan lejos de los desafíos que atravesaban a Europa en la posguerra. Han cambiado los términos, sin duda, pero el problema del Uno persiste, transformado, en el corazón del discurso contemporáneo.

Siguiendo la vía abierta por Freud, Lacan se dedica a demostrar la imposibilidad del Uno como unificación, como consistencia plena. El sujeto, subvertido por el significante, está estructuralmente separado de cualquier ideal de unidad. Es en la praxis del deseo donde se manifiesta —y se encarna— esa imposibilidad.

Apoyándose en el pensamiento lógico de Frege y empalmando con las consecuencias del teorema de incompletud de Gödel, Lacan avanza, especialmente entre los seminarios 18 y 20, hacia una formalización del Uno que no busca colmar el todo, sino reconocer su carácter contingente, pulsional, opaco. Es allí donde introduce la célebre formulación: “Hay de lo Uno”.

Este Uno no remite ni a la totalidad ni a la fusión, aunque estas ilusiones siempre acechan al sujeto. Se trata, más bien, de señalar que, dado que por el lenguaje existe el Uno —el significante Uno, la marca—, eso no garantiza ni autoriza el acceso al Dos. En otras palabras: la existencia del Uno no implica relación.

Para articular esta problemática, Lacan parte de la oposición entre el 0 y el 1, una diferencia mínima pero decisiva que le permite pensar la coexistencia de dos campos de goce. Campos que no se definen por la diferencia sexual biológica, sino por la forma de inscripción del sujeto frente a la castración.

Desde esta perspectiva, puede sostenerse —como hipótesis de trabajo— que la respuesta al problema del Uno es política: porque implica una posición frente a la castración, frente a la falta estructural, frente a la no relación. Lo político aquí no es lo ideológico ni lo estatal, sino la decisión ética de no hacer del Uno un refugio imaginario, sino de alojar su imposibilidad y trabajar con ella.

martes, 8 de julio de 2025

La castración más allá de la falta fálica

Una de las preguntas centrales que Lacan se plantea en el Seminario La angustia es la de la naturaleza de la castración. En ese contexto, propone una reformulación profunda, que consiste en desvincular la castración de sus metaforizaciones tradicionales, especialmente de su asociación exclusiva con la falta fálica (−φ). Al hacer esto, Lacan no niega la dimensión simbólica de la castración, sino que la relee desde el corte como operación estructural.

Un primer paso en esta reelaboración se da al diferenciar el −φ del objeto a. Mientras que el primero remite a una pérdida representable en el campo simbólico, el objeto a es concebido como producto de un corte real, no simbolizable, pero determinante en la constitución subjetiva. Castración, entonces, no se reduce a la falta fálica, sino que se vincula a una pérdida más radical, anterior a toda dialéctica de la posesión o el intercambio.

Esta distinción permite separar al objeto a del campo de los objetos libidinales compartibles, tales como:

  • Los objetos del estadio del espejo,

  • Los objetos del tránsito infantil,

  • Los objetos de amor u objetos del deseo del otro.

Estos últimos se sitúan en el registro imaginario, son contables, intercambiables y dialécticos: pueden ser amados, competidos, poseídos o perdidos. En cambio, el objeto a es de otro orden: no representa algo que se tiene o se pierde, sino una huella estructural de la pérdida misma, un resto irreductible que condensa la separación estructural entre el sujeto y el goce.

Lacan formaliza al objeto a en sus distintas modalidades —el pecho, el excremento (escíbalo), la mirada, la voz, el falo— como formas específicas de pérdida, es decir, recortes. El término alemán que usa es Verlust: pérdida, merma, daño. Este recorte no es imaginario, sino real, y anticipa la lectura que hará en Aún, donde la castración se liga a la anomalía del campo del goce y a la imposibilidad de formalizar la relación sexual.

Ahora bien, el objeto a no sólo se presenta como resto del corte, sino también como soporte del engalanamiento: ese punto que, aunque oculto, sostiene el brillo con el que el sujeto se presenta al deseo del Otro. Es aquello que el yo inviste como consistencia real, y que permite al sujeto sostener su lugar en el fantasma. Así, recorte y engalanamiento se convierten en coordenadas fundamentales, que delimitan un campo donde se entrelazan lo imaginario y lo real, y donde se juega el pasaje de la inhibición a la angustia.

En este marco, el −φ funciona como señal que captura la relación con el objeto de amor, pero también puede ser señal de angustia, marcando una reversibilidad estructural entre deseo y pérdida. Aquí se engarzan dos dimensiones cruciales: las perturbaciones de la vida amorosa y el campo de la transferencia.

En transferencia, el analista es investido como Sujeto Supuesto Saber, pero el trabajo analítico requiere una torsión de esa investidura para hacer posible que surja el objeto a como posición del sujeto en el fantasma. Esta orientación implica llevar al sujeto al límite, más allá del complejo de castración freudiano, que sigue anclado a la metáfora paterna.

En este punto, Lacan establece una diferencia crucial: pensar la castración como falta o como falla. La falta puede representarse; la falla es lo imposible de simbolizar, aquello que resiste toda traducción significante. Frente a eso, la pregunta que se abre es: ¿cómo hacer analizable ese imposible?

La respuesta no apunta a un saber cerrado o a una técnica, sino a una orientación, una lógica del borde. Y es esta orientación la que lleva a Lacan hacia el abordaje topológico, indispensable para tratar lo real como impasse, como punto de imposibilidad para el significante.

sábado, 28 de junio de 2025

El Ideal del Yo como límite simbólico: entre demanda de amor e imposibilidad estructural

El significante del Ideal del Yo —que Freud define como punto de identificación normativa y que Lacan resignifica como Ideal del Otro— cumple una función central en la economía subjetiva: se instituye como el significante de la demanda en tanto demanda de amor. Es decir, representa la posición desde la cual el niño se ofrece como objeto amado del Otro, sostenido en la ilusión de poder colmar su falta, de completarlo. Por eso, en este nivel de la experiencia, el Otro aparece aún no barrado: el niño fantasea con ser capaz de satisfacer el deseo del Otro, sin aún confrontarse con su opacidad estructural.

Sin embargo, Lacan conceptualiza este Ideal de distintos modos a lo largo de su enseñanza. Ya en el Seminario 1, antes de formalizar la noción del Nombre del Padre, lo presenta como el significante que introduce cierta terceridad, y con ello, una función de pacificación simbólica, contrastable con el empuje exigente y mortificante del superyó. Esta función apaciguadora es posible porque el Ideal marca un límite en la serie identificatoria, una suerte de punto de anclaje que detiene la deriva imaginaria del yo.

En el esquema Rho, Lacan ubica inicialmente el significante del niño deseado (N), pero luego desplaza esa función al I(A), el Ideal del Yo. Este desplazamiento es clave: señala el pasaje del niño en tanto falo del deseo materno a una posición mediada por el Ideal, el cual encarna las insignias fálicas que provienen de la operación del Nombre del Padre. Este tránsito implica que la identidad del niño ya no se construye solo en la captura especular, sino en el marco de un orden simbólico que introduce la castración como límite.

Lacan llega incluso a definir el I(A) como un límite estructural, y aunque no lo explicita como tal en términos matemáticos, la analogía con la función de límite de una serie resulta fecunda. Aplicando esta lectura, el I(A) se sitúa como el punto hacia el cual tiende la serie de identificaciones —no en tanto término alcanzable, sino como horizonte regulador.

En la neurosis, esta serie se revela divergente, ya que está fundada sobre la falta estructural del Otro barrado. La demanda de amor se articula con una imposibilidad de cierre: no hay significante que colme completamente el deseo del Otro. El I(A) cumple allí su función: ofrece una identificación idealizada que sostiene al sujeto, aun cuando lo hace sobre una ficción de cierre —una suerte de parodia de completud. Es, entonces, un significante que vela la falta, pero que también la organiza.

domingo, 22 de junio de 2025

El discurso del Otro como condición estructurante del sujeto

La condición del sujeto (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene lugar en el Otro”, afirma Lacan en De una cuestión preliminar…. Aunque esta declaración puede parecer orientada únicamente a la distinción diagnóstica, su alcance es más profundo: remite a las condiciones fundamentales que permiten la constitución misma del sujeto.

Este punto de partida establece una relación decisiva entre la manera en que el significante se inscribe en el campo del Otro y las consecuencias subjetivas que de allí se derivan. Consecuencias que, en el plano clínico, se manifiestan bajo las formas de la inhibición, el síntoma y la angustia: los efectos subjetivos que revelan el modo en que el sujeto se posiciona respecto del deseo del Otro.

Así, la condición estructural del sujeto precede a cualquier diferenciación clínica, ya que lo que ocurre en el campo del Otro no es un evento puntual, sino una inscripción: es el lugar del discurso. En este sentido, Lacan radicaliza la tesis freudiana al afirmar que “el inconsciente es el discurso del Otro”. No se trata de una colección de significantes, sino de una sintaxis estructurada, a la que solo se accede por los recortes que ofrecen las formaciones del inconsciente.

Es dentro de ese discurso que se cifra el cuestionamiento del sujeto. De allí el título de uno de los Escritos: “Del sujeto por fin cuestionado”. Ese cuestionamiento no remite a una pregunta en sentido gramatical, sino a una interrogación estructural, inscrita en la lógica misma del encadenamiento significante.

El sujeto hablante es así interrogado por una imposibilidad de escritura: el impasse que representan tanto la diferencia sexual como la muerte, lo que no puede ser simbolizado. Este límite —que funda el campo del goce— es lo que interroga al sujeto y da lugar a su condición castrada, efecto estructural del lenguaje.

viernes, 30 de mayo de 2025

Del corte al escrito: la negación y el surgimiento de lo real en el discurso analítico

En esta entrada, me situábamos el valor inaugural del decir primero, aquél que afirma una existencia fuera de la función fálica, y destacar su diferencia respecto de la negación existencial propia del lado del no-todo. Mientras que en el no-todo se trata de una negación que apunta a la inexistencia, en el decir primero la negación señala que hay algo que no queda capturado por la castración.

¿Cómo leer entonces esta negación? Propongo entenderla no como una simple oposición lógica o semántica, sino como una barra, un corte. Esta barra, tal como la presenta Lacan en “Radiofonía”, no remite únicamente a la escisión entre significante y significado, sino a una operación fundante que instala la escritura. Así, el decir se vuelve correlativo al corte; y este acto, más que aclarar, introduce un plano de equívoco estructural.

En Radiofonía, Lacan subraya que la barra produce corte, pero también genera un efecto de sentido. Sin embargo, ese efecto no se sitúa al nivel de la significación, sino más bien como una dirección, una orientación que emerge del discurso.

De este modo, la escritura no es un simple registro secundario. Es un efecto de discurso, tanto en la ciencia como en el psicoanálisis. En este último, se inscribe como lo que da cuerpo a la imposibilidad que sostiene la práctica: el axioma “no hay relación sexual” funda el campo que se desprende del discurso analítico.

Allí donde el lenguaje fracasa en escribir la relación sexual, la escritura toma el relevo y produce una lógica. En “De un discurso que no fuese del semblante”, Lacan lo formula claramente: donde no hay relación sexual, sólo hay relación lógica. Por eso el discurso, al escribir, suple el límite estructural del lenguaje.

Ahora bien, ¿todo escrito se hace de letra? Este punto merece atención. La letra también es efecto de discurso, pero se diferencia del escrito porque es lógicamente anterior. El escrito, en cambio, se presenta como un precipitado, como algo que se constituye tras el pasaje por la experiencia discursiva.

jueves, 22 de mayo de 2025

El problema del Agente

Si aceptamos que Lacan deja sin resolver en La relación de objeto un problema vinculado a la operación del Padre y que luego lo aborda de manera más precisa en el seminario sobre los cuatro discursos, podemos concluir que el punto central es la definición del agente.

María Moliner define al agente como aquello que actúa o tiene la capacidad de actuar, asociándolo a la “causa agente”, es decir, a lo que produce un efecto. Esta idea resuena con el concepto de “representante de la representación”, que Lacan trabaja en múltiples ocasiones, llegando incluso a referirse a él como “agente representante”. Esto nos lleva a considerar que el agente no es solo alguien que ocupa un lugar, sino aquel que viene a sustituir a otro en una función determinada.

En los cuatro discursos, Lacan se pregunta qué significa ser agente, y su respuesta no se orienta hacia una función de dominio o control, sino hacia la forma en que se transmite la castración entendida como prohibición. Para esclarecer este punto, propone un paso del mito a la estructura. Mientras que el mito es un enunciado de lo imposible, su interés radica en construir una escritura de la prohibición, alejándose de la narrativa mítica para centrarse en su estructura.

Al releer el mito freudiano de la castración, Lacan introduce una distinción clave: su objetivo es desplazar el S1 más allá del lugar del Amo, concebido como función de dominio. Al separar este término de la figura del Amo que Hegel plantea, Lacan lo redefine como un significante-letra, con el cual se puede escribir la posibilidad de un inicio lógico. Así, el problema del agente es replanteado desde la perspectiva de la suplencia, abriendo nuevas vías para pensar la transmisión y el orden simbólico.

lunes, 19 de mayo de 2025

La paradoja del "al menos uno"

En su abordaje modal de la castración, Lacan establece la excepción lógica como el punto de partida, configurando un decir modal que habilita la posibilidad de un inicio.

Se trata de un “al menos uno” que, paradójicamente, se sustrae a la castración, escribiendo el lugar de lo que no queda alcanzado por ella. Esta posición excepcional es clave porque todo ser hablante, inmerso en el lenguaje, está condicionado por la castración. Así, el decir que funda esta excepción sostiene un universal, el cual se emplaza en el campo fálico.

De la relación entre este existencial y el universal que constituye, surge una contradicción fundamental que define al campo fálico.

Más allá del Mito: La Estructura de lo Imposible

Con esta formulación, Lacan transforma la lectura de “Tótem y Tabú”, alejándola de la categoría de mito y acercándola a una estructura lógica que trasciende la anécdota. De ahí que pueda definir el mito como un enunciado de lo imposible.

La escritura modal, por su parte, permite deslindar lo imposible en juego al articular los modos lógicos con los planteos de Frege y Gödel.

En esta escritura modal, la excepción deviene fundante al asumir el modo lógico de lo necesario. Es decir, la serie solo es posible por aquello que no entra en ella, sino que la sostiene. Desde este punto, Lacan forja la función del síntoma como anclaje del sujeto.

El Síntoma y la Función del Padre

En este entramado, se anudan tres dimensiones fundamentales:

  1. La castración
  2. La función del Padre como excepción
  3. El lugar y la operación del síntoma

Este lazo entre castración, Padre y síntoma es el paso previo para definir el lugar del Padre como síntoma en lo nodal.

sábado, 17 de mayo de 2025

Castración y escritura modal: del mito edípico al no-todo

El tratamiento modal de la castración en Lacan señala una operación precisa: el deslinde entre el Edipo como mito y la estructura como lógica del significante. Esto implica dejar atrás la lectura mítica de la castración como escena y situarla como efecto de la inscripción del Uno que hace excepción, aquel que introduce un borde en el campo del goce.

Para sostener esta diferencia, Lacan apela a una distinción entre dos tradiciones lógicas: la aristotélica, centrada en el juicio proposicional, y la fregeana, que inaugura el campo de la cuantificación moderna. Incluso prefiere en ocasiones el término locución cuantor antes que cuantificador, para subrayar que no se trata de contar elementos, sino de pensar la función como operador de inscripción, que marca una diferencia.

Este cambio de régimen lógico se traduce en un giro dentro de la transmisión del psicoanálisis: del modelo de oposición entre dos universales (como “todo hombre” / “toda mujer”) hacia la delimitación de un campo no-todo, que no se cierra en una reciprocidad entre conjuntos. Es este “no-todo” el que desestructura la ilusión de simetría en la sexuación y deja en evidencia la imposibilidad de una complementariedad sexual plena.

La referencia explícita de Lacan a Frege —y en particular a su obra Begriffsschrift (1879), usualmente traducida como Conceptografía— no es menor. Allí se establecen las bases de la lógica formal moderna, y con ello se abre la posibilidad de pensar el significante no como representación de algo, sino como función que opera en el nivel de la inscripción. En esa línea, Begriffsschrift puede leerse literalmente como una escritura del concepto, en continuidad con el movimiento de Lacan hacia una escritura del goce.

En este punto, la función fálica se vuelve escritura: no se trata de un contenido, sino de una operación que delimita un borde, una hiancia en el goce. Y es precisamente esa hiancia la que define la sexualidad humana. Porque no hay relación sexual que pueda ser escrita, no hay fórmula que enuncie una complementariedad estructural entre los sexos. Esta imposibilidad es constitutiva.

Por eso, el goce —para todo hablante, más allá de su posición sexuada— solo puede alcanzarse a través del semblante. No hay acceso directo al goce del Otro, sino que éste se bordea mediante ficciones, identificaciones y enunciaciones. Es en este marco donde el decir modal se vuelve soporte del semblante, articulando goce y límite sin cerrar nunca el conjunto.

jueves, 15 de mayo de 2025

Dos modos de incidencia de la castración

En el Seminario 18, Lacan lleva a cabo un paso del mito a la estructura, una transición que responde a una necesidad lógica extraída del mito freudiano. En este movimiento, el "Padre feroz y tiránico" del mito es elevado a la categoría de la excepción: un elemento que no está afectado por la castración.

A partir de esta reformulación, Lacan establece una diferencia fundamental entre dos mitos en Freud:

  1. El Edipo, que surge del discurso histérico y está marcado por la insatisfacción.
  2. Tótem y Tabú, que responde a una inconsistencia lógica.
Edipo: La Ley en el Comienzo

El mito de Edipo es solidario con la tragedia y se estructura como un proceso en el cual el falo se transfiere del Padre al hijo (independientemente de su sexo). Sin embargo, esta transferencia nunca se cumple del todo, lo que subraya la separación entre sujeto y goce.

En este esquema:

  • La ley está en el origen y traza una vía de acceso al goce.
  • Pero esta vía se frustra, lo que da lugar a la insatisfacción.
  • El asesinato del Padre es el desenlace, pero el sujeto inicialmente no es consciente de él.
Tótem y Tabú: La Ley como Segunda

El mito de Tótem y Tabú, en cambio, parte de una inconsistencia:

  • El goce está en el origen y es exclusivo del Padre.
  • La ley aparece después, como una consecuencia de esa exclusión del goce.
  • El Padre goza, pero no transmite, estableciendo así un obstáculo estructural.

Esta duplicidad define dos formas de la operación de la castración:

  1. Desde lo discursivo: la palabra, la metáfora y la posibilidad de parodiar el goce.
  2. Desde lo lenguajero: el punto donde el lenguaje se revela insuficiente para resolver la anomalía del goce.

En términos semánticos, esta distinción se vincula con los dos niveles del lenguaje:

  • Connotación (lo que puede metaforizar y articular el goce).
  • Denotación (el punto en que el lenguaje no alcanza a capturar lo real del goce).

Así, en este tránsito del mito a la estructura, Lacan redefine la función del Nombre del Padre, no ya como un elemento mítico, sino como un operador lógico que organiza la relación del sujeto con la falta y el goce.

lunes, 12 de mayo de 2025

Del mito a la estructura: La reconfiguración del Nombre del Padre

Entre los seminarios 16 y 18, Lacan lleva a cabo una reformulación de la estructura del discurso, lo que permite el paso de una concepción singular a una pluralidad estructurada: los cuatro discursos. Esta reconfiguración tiene un impacto significativo en su abordaje de la función paterna, desplazándola del orden serial del significante hacia una lógica primero modal y posteriormente nodal.

El Giro del Seminario 17: De S₂ a S₁. En el seminario 17, Lacan desarrolla un cambio clave que permite este desplazamiento: sitúa el Nombre del Padre no ya como un S₂, sino como un S₁.

Este movimiento implica un cambio fundamental en su operación:

  • Como S₂, el Nombre del Padre operaba en la metáfora paterna, elidiendo el significante del Deseo de la Madre.
  • Como S₁, en cambio, se convierte en el agente de la castración.

Si bien Lacan ya había planteado esta función en el seminario 4, en ese entonces aún dejaba un vacío en la tabla de las formas de la falta de objeto, pues el lugar del agente no estaba claramente definido. La dificultad radicaba en precisar la función del Padre, que se situaba en un punto intermedio entre castración y privación.

Del Mito a la Estructura: La Castración como Agente

En la clase 8 del seminario 17, Lacan retoma esta cuestión que había quedado sin resolver en su planteo inicial. Su respuesta se construye en un paso del mito a la estructura, lo que le permite sortear los impasses en la conceptualización de la función paterna.

Este cambio tiene un impacto crucial:

  1. El Nombre del Padre deja de ser una instancia puramente discursiva y pasa a operar dentro del orden del lenguaje.
  2. Su función se define ya no como un elemento de la narrativa mítica, sino como un agente estructural de la castración.

Este tránsito del mito a la estructura es el que permite situar la función del Padre en un plano que ya no depende de una historia o de una sucesión de significantes, sino que se inscribe en la lógica misma del lenguaje y la estructura del sujeto.

La estructura del discurso y la repetición: del significante al goce

El psicoanálisis, como lo plantea Lacan, se inscribe entre los discursos posibles. En tanto estructura, el discurso excede el ámbito de la palabra: no se agota en el habla individual, sino que articula relaciones fundamentales que derivan de la estructura del lenguaje y que se rigen por la lógica de lo necesario. Esto implica que la castración no puede pensarse únicamente en términos de su operación dentro del complejo de Edipo. Más allá de este, la castración se revela como una función de nudo, soporte de una estructura subjetiva marcada por el efecto de desaparición (afánisis) que el significante impone al sujeto.

A partir de los seminarios XVI a XVIII, Lacan desplaza su elaboración hacia una lógica más formal. Las operaciones que describe ya no se reducen a la dinámica del significante tal como aparecía en el esquema Rho, sino que se inscriben en el horizonte de la escritura. En este marco, el conocido aforismo “el inconsciente es el discurso del Otro” adquiere una nueva dimensión: no se trata solamente de una secuencia significante, sino de una estructura que se sostiene por relaciones estables entre posiciones.

El discurso, en este sentido, es uno de los pilares del mundo, según afirma Lacan, porque ofrece relaciones constantes. Así, por ejemplo, en toda estructura discursiva:

  • El lugar del agente se sostiene sobre el de la verdad;

  • El lugar de la producción se articula con el del Otro.

Tomemos como caso paradigmático el discurso del Amo, al que Lacan asocia con el discurso del inconsciente. Allí, la intervención del S1 sobre el conjunto de S2 produce un doble efecto:

  1. Se genera un sujeto dividido, efecto del corte producido por el significante amo.

  2. Se produce un resto: el objeto a, irreductible y no simbolizable.

Este pasaje del Nombre del Padre desde el lugar de saber (S2) al lugar de mando (S1) permite pensar cómo la castración se inscribe como condición estructural. En el plano simbólico, el conjunto se instituye por la exclusión de un elemento; el sujeto mismo se inscribe como el lugar de esa exclusión, en la posición del conjunto vacío. Pero no se trata sólo de una lógica simbólica: también está en juego el cuerpo, comprometido en una economía política del goce.

Esta economía implica una repetición que excede al significante: lo que se repite es del orden del goce, y no se reduce a lo simbólico. Entonces, ¿qué es lo que se repite? No simplemente una cadena de significantes, sino una pérdida estructural, una imposibilidad fundamental que se hace cuerpo. Es la repetición de un goce imposible, el intento de suturar una falta que retorna siempre bajo una nueva forma.

viernes, 2 de mayo de 2025

¿De qué depende la autoridad?

Para situar el carácter fundante de la operación del Padre, Lacan introduce una diferencia conceptual que emerge entre el Seminario 5 y el escrito “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. Dicha diferencia radica en la distinción entre el texto de la ley y la autoridad que emana de él, es decir, lo que se autoriza a partir de dicho texto. En este último escrito, Lacan plantea una pregunta fundamental: ¿qué confiere autoridad?, ¿de dónde proviene su poder y cómo se obtiene? Esta cuestión no solo es clave para comprender la operación fundante del Nombre del Padre, sino también para pensar la transición del analizante al analista.

Si concebimos el texto de la ley (donde la noción de "texto" señala la incidencia de la letra y su marca en este nivel) dentro de la estructura del lenguaje, lo que se autoriza desde allí opera en el registro del significante, desplegándose a nivel del discurso.

Lacan denomina a este punto el significante del Nombre del Padre, en referencia al Padre muerto, tal como lo formula Freud en relación con el Edipo, es decir, el Padre simbólico. Al inscribirlo en el registro del significante, Lacan lo eleva a la categoría de función, lo que introduce una diferencia respecto del lugar del Otro.

Por un lado, como efecto de la captura por el lenguaje, el Otro se presenta como lugar de la palabra, lo que Lacan indicará más tarde con el neologismo dichomansión (la mansión del dicho).

Por otro lado, el Otro también es la sede de la ley, lo que significa que la ley significante se inscribe en él en la medida en que el Nombre del Padre encuentre allí su lugar, como lo muestra el esquema Rho con la fórmula “P en A”. Esto implica el pasaje por el Complejo de Edipo y la operación anudante de la castración, aunque no en su dimensión meramente desnaturalizadora, sino como deuda simbólica que inscribe al niño en una cadena genealógica. Esta inscripción es correlativa del tránsito del niño al sujeto dividido.

jueves, 24 de abril de 2025

Una falla interdictiva

En Moisés y la religión monoteísta, Freud plantea interrogantes fundamentales sobre el sujeto, especialmente si consideramos que este se define en relación con una falla que afecta al Otro como sede del significante.

Tras un extenso desarrollo, Freud se pregunta por las marcas del asesinato primordial, pero sobre todo por el mecanismo de su retorno: ¿cómo se activan estas marcas y qué determina su repetición? Esta pregunta se aleja del automatismo significante y pone en juego una cuestión más compleja: la relación entre causa y efecto.

Aquí radica un punto delicado: el riesgo de que la lectura del asesinato derive en una interpretación cristiana, en la que el surgimiento del S1 del Padre se retome a partir de la culpa como efecto. Es precisamente este problema el que Lacan aborda y reformula en una lectura de mayor alcance.

Lacan propone entonces una articulación entre la ley y la moral, lo que permite situar la relación problemática entre el sujeto y el goce. Más específicamente, se trata del goce en su cuerpo, un concepto que se tensiona con la imposibilidad de hablar de un goce del cuerpo. En este marco, el asesinato primordial adquiere un nuevo sentido: no es el acceso al goce lo que se produce, sino todo lo contrario. El sujeto queda separado del goce.

Lacan denomina a este mecanismo “falla interdictiva”. Esta noción implica dos aspectos clave:

  1. Es una falla inherente a la operación de la ley.
  2. Es lo que el mito vela: lo imposible.

Más aún, desde esta perspectiva, la castración ya no puede reducirse a un efecto entre lo simbólico y lo imaginario. Se trata, en cambio, de una falla estructural que redefine la relación del sujeto con el goce y con la ley misma.

martes, 8 de abril de 2025

Castración, letra y lógica de la sexuación

Más allá de su dimensión anecdótica, la castración señala una imposibilidad lógica de escritura, lo que determina el vínculo entre el inconsciente y la sexualidad. Desde esta perspectiva, gran parte de la praxis analítica se articula en la tensión entre la verdad y lo demostrable. La lógica modal permite demostrar precisamente aquello que es imposible de demostrar: lo real más allá de la verdad.

Este desarrollo teórico se vuelve patente tras la formalización de la estructura de los discursos, momento en el que se introduce un cambio esencial en el abordaje de la letra. La letra deja de ser solo una materialidad localizada y pasa a ser lo literal que litoraliza, es decir, que delimita un borde. Este desplazamiento es posible porque, en relación con la letra, el rasgo unario se desconecta de la idealización impuesta por la demanda.

Simultáneamente, Lacan aborda de manera lógica al Padre, desplazándolo de su estatuto de instancia tiránica en el mito freudiano a una excepción lógica. Esta reformulación del Padre, que pasa de ocupar el lugar de S2 al de S1, va de la mano con una transformación en la lógica fálica: el falo deja de funcionar como un atributo y se convierte en una letra que cumple una función.

Desde esta perspectiva, la lógica de la sexuación se estructura en torno a los cuatro modos en que un sujeto puede “caer” bajo dicha función. Es decir, no se trata de “tener” o “ser” algo, sino de la manera en que el sujeto se inscribe en esa función, lo que determina su posición sexuada. De este modo, lo que se juega no es una relación escrita de manera estable, sino distintas maneras de suplir la imposibilidad estructural de la relación sexual.

viernes, 4 de abril de 2025

¿Qué es una pintura?

 ¿Qué es una pintura?, ¿es lo mismo que un cuadro?

Estos interrogantes se entraman en el trabajo de diferenciación entre lo visual y lo escópico que Lacan lleva a cabo en su seminario 11. En principio parece plantear dos respuestas que no necesariamente se excluyen: una pintura es una imposición del artista como sujeto, a través de su mirada; también es un producto cultural, que en tanto tal participa de lo sublimatorio.

A diferencia de esto afirma: “… algo que tiene que ver con la mirada se manifiesta siempre en el cuadro. Bien lo sabe el pintor, porque su elección de un modo de mirada, así se atenga a ella o la varíe, es en verdad su moral, su indagación, su norte, su ejercicio.” Es tan llamativa como interesante esa inclusión de la moral, esta implica ¿una perspectiva, una posición? Esencialmente se trata de un recorte.

Tomada por este sesgo la pintura como producto es algo que se ofrece a lo visual, para deponer la mirada. María Moliner dice del término deponer: bajar, destituir (a alguien), apartar (de sí).

Es este último sesgo es importante de resaltar. Si ofreciéndose a lo visual, el cuadro permite deponer la mirada, es porque la aparta, aparta al pintor de su mirada, la cual no casualmente queda extraída del cuadro aun cuando es condición de él.

Este apartar de sí es un recorte, también una separación que pone en juego una discordancia que afecta al cuerpo, una respecto de la cual el falo sólo puede remedar. Estamos en el terreno de una falla que afecta a lo sexual, algo distante de una falta: se trata esencialmente de lo que no hay.

Pensar esto como discordancia ya implica una tramitación simbólica de algo real y que Lacan pone a jugar a partir de la discrepancia entre lo visual y la mirada. ¿Qué estatuto de la castración pone en juego este planteo? Porque con la distancia aludida Lacan está interrogando el estatuto del cuerpo.

domingo, 30 de marzo de 2025

La relación que no puede el artificio de la sexuación: entre la necesidad lógica y la imposibilidad de la relación

La necesidad lógica es un principio del discurso que no cesa de manifestarse. Cuando se traslada al ámbito de la sexuación, implica que el sujeto solo puede acceder al cuerpo del otro mediante algún tipo de artificio. Dado que la relación no ocurre de manera natural, este artificio adquiere diversas formas, estatutos y modalidades según el contexto.

Este recurso opera precisamente en el lugar donde la relación no se inscribe, actuando como una solución ante la imposibilidad estructural. En este sentido, el concepto de castración es extraído del plano anecdótico para situarse en una imposibilidad de escritura que, a su vez, permite delimitar una anomalía en el campo del goce.

Dado que la relación sexual no puede escribirse en términos de una correspondencia uno a uno, el lenguaje solo proporciona una única Bedeutung (significación). De esta manera, la única relación posible es lógica y se sostiene a través del mencionado artificio, que inevitablemente lleva consigo las marcas del significante.

Desde una perspectiva modal, esta imposibilidad se refleja en la incompatibilidad entre dos conjuntos cuyos elementos no pueden ser emparejados de manera exacta. Existe en ellos una inconmensurabilidad que escapa a cualquier medición y, por lo tanto, resulta imposible de cuantificar.

Si no hay relación sexual en términos simbólicos, solo queda la relación sexuada, la cual se estructura a través de la suplencia. Así, se establece un vínculo fundamental entre el artificio, la suplencia y la sexuación.

En última instancia, la sexuación se ubica en el punto donde el sujeto carece de un sexo propio. Esta premisa conlleva una reformulación crucial del estatuto del síntoma, al situarlo en el marco de la función matemática f(x), que si bien es inscribible, no es completamente decible.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Necesariedad y contingencia en la producción del objeto a

En el sujeto hablante, el complejo de castración cumple una función central al anudar el deseo a la ley. La posición del objeto que se desprende de este proceso, marcada por el corte que lo genera, define el pathos deseante del sujeto.

Desde esta perspectiva, Lacan, en La angustia, examina la incidencia del superyó allí donde la ley se revela insuficiente. En este punto de falla, el superyó cumple un doble papel:

  1. Prohibir el goce.
  2. Testimoniar del goce en el sujeto, ubicándose en los límites mismos de la ley.

Así, el superyó no solo impone una interdicción, sino que también evidencia la transgresión inherente a la prohibición misma, una cuestión que queda oculta tras la función del Ideal del Yo (I(A)). Esta conexión llevó a Freud a asociar el Ideal del Yo con el superyó.

Si la castración se aborda a través del complejo de Edipo, emerge la operación del menos phi (-φ), que inscribe la castración como deuda simbólica. Sin embargo, si se la examina desde la perspectiva del objeto a, se abre el acceso a lo primordialmente reprimido. En este sentido, el objeto a precipita como resto de un corte, desnaturalizando la relación del sujeto con el deseo.

La producción del objeto implica una temporalidad específica con dos momentos:

  1. El objeto cae como resto de la captura por el significante.
  2. El objeto se reviste de galas fálicas, adquiriendo un brillo agalmático.

Si bien el primer tiempo es estructural, el segundo es contingente, dependiendo del juego del deseo edípico: el Deseo de la Madre, el Nombre del Padre y la regulación del menos phi.

En las psicosis, esta estructura se ve alterada. El objeto a aparece descarnado, retornando desde lo real en la alucinación. Aunque en ambas estructuras la producción del objeto depende del ingreso al lenguaje, en la psicosis no se produce el engalanamiento fálico, ya que para ello es necesaria la pérdida más allá de la falta.

Esta diferencia esencial permite situar el estatuto del objeto tanto en las neurosis como en las psicosis, destacando el papel de la vestidura simbólica en la causación del deseo.

La castración y el estatuto del objeto

A lo largo de los años, la enseñanza de Lacan ha permitido formular una pregunta fundamental y compleja: ¿qué es la castración? Más allá de sus metáforas, esta cuestión exige un trabajo riguroso que, partiendo del retorno a lo subversivo en Freud, busca elaborar respuestas a los impasses que quedaron abiertos en su obra.

En un primer nivel, la castración se concibe dentro de las incidencias del discurso, adoptando la forma de una deuda simbólica. Se trata de una operación que inscribe al sujeto en una falta estructural, una deuda impagable vinculada a la constitución del sujeto infantil. En este sentido, la castración sostiene la función del menos phi (-φ), entendido como una reserva simbólica que permite una respuesta al enigma del deseo del Otro.

Sin embargo, a medida que se profundiza en la diferencia entre (-φ) y el objeto a, se hace necesario repensar la castración en un nuevo marco. Aquí aparece la operación de un corte, en la que el objeto a es su producto. Este proceso, tal como se observa en las fórmulas de la división subjetiva en La angustia, implica que la división del sujeto no se agota en el fading significante, sino que involucra el cuerpo como superficie de inscripción.

Este desplazamiento conceptual sobre la castración tiene repercusiones en la teoría del objeto en psicoanálisis. A partir de ello, se distingue entre el objeto a y lo que podríamos denominar "los objetos".

  • Los objetos del transitivismo y la identificación imaginaria: Se trata de objetos que se insertan en una serie, intercambiables y sujetos a la rivalidad o la competencia. Su lugar se encuentra dentro de la lógica del espejo y la dimensión especular.
  • El objeto a: En contraste, este objeto no es intercambiable ni forma parte de una serie. Se define como lo que resta de la incidencia del significante sobre el cuerpo. En su articulación con el deseo y la pulsión, queda fijado en el fantasma, consolidando su singularidad y su imposibilidad de entrar en un circuito de intercambio.

Así, la reconsideración de la castración en Lacan no solo permite una mejor comprensión de la división subjetiva, sino que también abre nuevas coordenadas para pensar el estatuto del objeto en la experiencia analítica.