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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Las pasiones del ser

 El seminario 12, ”Los problemas cruciales para el psicoanálisis” iba a llevar por título “Las posiciones subjetivas del ser”. Un sintagma interesante porque establece cierta discrepancia entre lo que la filosofía entiende, aún en su heterogeneidad, del concepto de ser y lo que el psicoanálisis plantea correlativo al sujeto.

Allí Lacan vuelve a trabajar un ternario que aparece en otros lugares y que resulta fundamental. Hablar allí de pasión nos remite puntualmente a la incidencia del significante, el cual introduce el pathos a nivel del sujeto.

María Moliner asocia la pasión al sentimiento o el estado de ánimo, incluso a una inclinación que no duda en calificar de muy violenta. Dice que la pasión conlleva algo del orden de lo que perturba, de lo anti homeostático, de lo que implica en algún sentido cierta dosis de sufrimiento o malestar.

Es interesante que Lacan aborde esto por el sesgo de las pasiones porque en última instancia, cultura mediante, remite a la pasión de Cristo. Pero no en su valor religioso, sino por ese vínculo sincrónico por el cual se asocia al malestar con la posición del hijo con relación al padre. Esencialmente es la incidencia del lenguaje, por cuanto el padre, a cierto nivel, es una construcción del lenguaje.

Las tres pasiones son, entonces, el amor, el odio y la ignorancia.

Si del lado de los dos primeros se hace posible plantear ciertas formas de anudamiento. En la praxis analítica destaca esencialmente la tercera, la ignorancia.

Ésta da cuenta del no saber que es correlativo del sujeto, en la medida en que el sujeto es falta por faltarle al Otro. Por faltarle en el significante en la medida en que el Otro es un conjunto; pero además en el deseo, por cuanto el Otro está encarnado.

Estructuralmente la ignorancia es el agujero inherente al saber. El cual es abordado en principio vía una referencia exquisita, la “Docta ignorancia” de Nicolás de Cusa, y después a través de las consecuencias del teorema de Gödel.

lunes, 28 de febrero de 2022

La agresividad y sus estragos. El circuito demoníaco de la pulsión

En 1920 Freud postuló que en el ser humano existen dos tendencias opuestas: la pulsión de vida (o Eros) y la pulsión de muerte (o Tánatos).
La pulsión de vida tiende a la conservación, a la unión del ser humano con otros miembros de su especie.

La pulsión de muerte tiende a disolver esas unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial. La pulsión de muerte se plantea, entonces, como algo ineliminable, propio de la naturaleza humana. Esta podrá mezclarse, ligarse con la pulsión de vida, pero siempre seremos testigo del intento permamente de la pulsión de muerte por satisfacerse, recordando que las pulsiones siempre buscan su satisfacción. 

Una satisfacción pulsional instantánea y sin miramientos conduce a conflictos peligrosos. Así, la pulsión de muerte puede dirigirse hacia el interior, expresándose en autodestrucción. Aparecen prsentaciones clínicas tales como autolesiones, adicciones, conductas antisociales, autocastigo y suicidio. Así mismo, la pulsión de muerte puede dirigirse hacia el exterior, hacia los otros, expresándose como pulsión agresiva. Algunas manifestaciones son el odio, la hostilidad, la segregación, el racismo, la humillación, la violencia física ó verbal. 

La cultura trata de poner límites y dominar la pulsión de muerte a través de los mandamientos morales, el chiste, los juegos de competición, la competencia profesional y la lucha por la transformación social. Aunque la cultura intenta trabar el acceso directo al goce, éste puede alcanzar su meta en la transgresión de la ley (prohibición del apoderamiento del Otro). Así nos lo demuestran los acontecimientos oscuros de la historia: guerras, racismo, atentados, torturas.

El decir y el actuar agresivos, lejos de ser hechos aislados que ocurren casualmente, en muchas ocasiones responden a déficits en la constitución subjetiva.Por lo tanto, las manifestaciones agresivas y los estragos que generan en el sujeto y sus vínculos, se presentan frecuentemente en la clínica, exigiendo una comprensión y un saber-hacer respecto de ellas. En esta entrada veremos cómo opera la agresividad en la clínica. ¿Cómo tratar en la clínica las diferentes manifestaciones de la agresividad? 

La idea essta entrada es compartir las notas del Taller Clínico de la Institución Fernando Ulloa en conjunto con UMSA “La agresividad y sus estragos. El circuito demoníaco de la pulsión”, dictada por Miriam Bercovich el 16/10/21

La agresividad es un tema humano, sumamente enlazado a la constitución subjetiva, donde la agresividad es un elemento fundamental. Podemos trabajar la agresividad tanto en el lazo con el otro, como en la dramática vuelta hacia sí mismo.

a Freud le preocupó el tema de la agresividad en la psicopatología de la vida cotidiana y en textos como en El porqué de la guerra, donde en una cartas le pregunta a Einstein: ¿Superaremos alguna vez la sinonimia que se arma entre la palabra extranjero y enemigo? El extranjero y lo ajeno como enemigo es muy importante, porque en la constitución subjetiva lo ajeno es hostil.

Para Freud, el hombre no cayó tan bajo, pues en rigor nunca subió tan alto. En el texto de Freud El malestar en la cultura (1929), Freud dice:
(...)el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. 

Pulsión y agresividad
La pulsión no es el instinto. Este último pertenece a la naturaleza a implica un saber inmediato sobre el objeto (de autoconservación y sexual), como podemos ver en los animales, que no vacilan en sus conductas. Sólo el ser humano es capaz de preguntarse por qué objeto quiere y cómo gozar. El sujeto humano se constituye como tal gracias al lenguaje y a la palabra, que se relacionan con su deseo y su posible satisfacción. De esta manera, al humano lo habita la pulsión y no el instinto. 

La pulsión no tiene un objeto predeterminado, siendo éste lo más variable de la pulsión. Esta variabilidad da libertad por un lado, pero desorienta por el otro. En su no saber, el ser humano se agarra a la ética. Lo sustituible de la pulsión es muy importante porque el objeto de satisfacción, originalmente perdido, hace que todos los demás objetos sean parciales en cuanto a su satisfacción. Ningún objeto satisface totalmente, y cuando el objeto amenaza con totalizarse, se arman relaciones pasionales. Es lo que vemos en la cólera: algo no encaja (los clavitos en los agujeritos, dice Lacan) y estalla la cólera.

El sujeto anhela darle consistencia a la satisfacción y puede elegir a un objeto parcial, que es sustituible, en un objeto total. Allí se arman estas relaciones pasionales donde el sujeto cree que no puede perder al otro. Creer que ese objeto es necesario es lo que lleva a los crímenes pasionales, por ejemplo. En la casuística de la criminalística, es muy alta la estadística de este tipo de crímenes, donde llaman a la ley -al padre, leemos- para que restituya la separación respecto de ese objeto que ubica al sujeto en un lugar de servidumbre. Además de las personas, podemos pensar este tipo de relación de objeto en las drogas, el alcohol, la comida, el trabajo, las compras. En estos casos, falla la lógica de que el objeto sea parcial y sustituible. 

Desde la vía neurótica, la insatisfacción se vive como padecimiento. El análisis le permite ubicar, justamente, que el hecho de que ese objeto no satisfaga, es lo que permite que sea sustituible y que no se le juegue la vida porque no tiene determinada cosa, a poder creer que la falta es un motor que vehiculiza la vida. El neurótico tiende a habitar el costado de la insatisfacción y el padecimiento, sin ubicar que ese objeto parcial y no total, es la clave de su libertad. 

Un analista, básicamente, trabaja en la dirección de la separación. El sujeto se presenta alienado a ciertos sentidos, a suposiciones (como "lo necesito para vivir") y el analista intenta descompletar ese sentido que atrapa al sujeto en este infierno. Los déficit de separación muchas veces es lo que estalla como agresividad, donde la agresividad es una manera fallida de separarse del otro

El analista no apuesta a que el sujeto se separe del Otro y como dice Isidoro Vegh, mientras que las psicoterapias plantean cómo arreglárselas con el otro, el psicoanálisis plantea cómo arreglárselas con la inexistencia del Otro. En rigor, la separación que el analista pretende del sujeto es que se separe de la posición de goce que lo mantiene en una servidumbre con el Otro. Separarse de la pareja no sirve de nada si luego encuentra a otra para armar un drama. De lo que hay que separarse es de un modo de gozar que deja al sujeto atrapado en ese lugar, de esperar del Otro la satisfacción, la vida, la realización. Es una tendencia masoquista del sujeto que porta desde su constitución subjetiva y que repite.

El lazo al otro implica una renuncia pulsional, dice Freud en El malestar en la cultura. Toda la civilización y la cultura que armamos tiene el costo de la renuncia pulsional y por ende, la neurosis. El psicoanálisis intenta resolver parte de este problema, porque la renuncia pulsional es una exigencia. La privación respecto de la pulsión muchas veces también se relaciona con la agresividad.

Lacan, el la primera clase del seminario 17, pide perdón a un alumno al que había maltratado en la calle, cuando él le preguntó cuándo era la próxima clase. Se disculpa y dice que todo exceso con el otro, con el prójimo, es un exceso que nos habita en relación a otra instancia. Eso que estalla con el otro, es una repetición de algo que se juega en otro lado. En el caso de Caín y Abel, donde Caín es agricultor y Abel es pastor, ellos ofrecen ofrendas a Dios. Dios prefiere la ofrenda de Abel y Caín lo mata. ¿Por qué hace eso? Porque no puede matar a Dios. Cuando un padre prefiere a un hijo sobre el otro, la guerra fratricida es inevitable. 

Agresividad y el estadio del espejo
Muy por encima, digamos que la vasija real es la que está invertida, del lado izquierdo. El espejo cóncavo de la izquierda hace que se refleje al revés y eso proyecta la imagen real, i (a), como se escribe en la óptica. A este punto, hay cuerpo y pulsiones, pero no hay unidad corporal. La izquierda es el sujeto pre especular, autoerótico, desorganizado y precoz. 
El espejo plano central es el Otro (A), que es la mirada de la madre. A la derecha se proyecta el jarrón, i'(a), porque las imágenes de los espejos se dice i'. Este jarrón post especular de la derecha es la mirada de la madre, que mira a su "majestad el bebé", dando lugar al acto psíquico que Freud menciona en Introducción al narcisismo. El yo ideal, el sentido, la buena forma, la gestalt, los ideales tienen que ver con la unidad que proviene de la mirada amorosa del Otro.

Lo de la derecha son representaciones, lo real está de la izquierda y nunca tiene acceso a la representación. Es lo que se pierde: la naturaleza, la biología, el ser, por el ingreso a ese mundo de representaciones de la mano del Otro. El Otro, que amorosamente aloja al niño y lo inviste, deja algo por fuera del espejo: x. La x existe, pero fuera de la representación, lo imposible de ser representado.

Lacan marca un momento en que el niño se alegra al verse en el espejo, va a mirar a la madre para solicitarle que reconozca que además que el niño que ella ve, hay un niño real que no entra en el espejo. Ese pedido al Otro del asentimiento, que le dé lugar a que no todo es ideal e imagen, legitimando a esa x ajena imposible de representar y que es el corazón del sujeto, hace que el sujeto tenga derecho a una existencia por fuera de los ideales. Es decir, el niño tiene derecho a no cumplir con lo que el Otro espera, teniendo asegurando un lugar en el Otro en tanto enigma. Esto le da al niño la posibilidad de no estar aterrado por satisfacer lo que el Otro quiere, también permite soportar el enigma en el otro y opera en el lazo. Lo enigmático en el otro también es concebible si el sujeto se sale de la servidumbre al Otro, en la medida que ese niño no querrá apropiarse del otro para estar tranquilo. 

Hay un tema erótico que se juega en la constitución subjetiva y en la agresividad. En Pegan a un niño, Freud homologa "Mi padre me pega" a "Mi padre me ama". En una paciente, surge un recuerdo infantil donde ella recuerda el marido de la madre cortaba una ramita de sauce y le pegaba. A ella le dolía, pero lo que más le dolía era que quien le pegaba no era el padre. Hay algo allí anudado entre el amor y el golpe.

Caso 1
Ana es muy detenida en su profesión, con una sensación de estar excluida de los lugares. Es celosa y envidiosa de sus colegas y consulta porque ella está casada con un hombre con dos hijos adolescentes a los que no soporta. Los chicos piden encontrarse con el padre fuera de la casa. Ella no los tolera y hay un alto nivel de angustia y de violencia. Maltrata al perro y todo eso va en contra de sus ideales y sufre por eso. La hostilidad es sutil con los hijos del marido, pero brutal con el perro, de manera que interesante ubicar esto de integrar lo ajeno.

La agresividad es constitutiva porque el yo se constituye incorporando lo ajeno, que se vive como perturbador. El yo aspira a cierta estabilidad y placer que excluye esa alteridad y enigma que no lo integra. 

Los celos son una de las fuentes más grandes de la agresividad, tiene que ver con que el sujeto no termina de ubicar que es por su exclusión que completa esa escena. El sujeto no ubica que ser el único está más del lado de la muerte que de la vida, hay que hacerle recorrer un camino para que lo sepa. En la paciente, en tanto ella se excluye, esa escena del marido con los hijos disfrutando completamente sin ella. Y este constituir ese goce completo del cual ella está excluida atraviesa todas sus escenas, incluyendo en la transferencia con su analista. Por ejemplo, a un jardín que tenía la analista le dijo "Ahí caben dos tumbas". Otro día, le dijo "Tenga cuidado al irse, porque hay mucho tránsito".  Cuando el voltaje de sufrimiento es muy alto y cuando la agresividad estaba muy a flor de piel, era difícil bajarla. El problema del odio es que suspende la asociación, porque es una pasión. Las pasiones del ser son el odio, la ignorancia y el amor. Lacan dice que cuanto más se odia, más se es. El análisis está en el ámbito del pensar, no del ser. 

Esta escena es un significante, que la representa a ella como sujeto y que hay que encontrar cuál es para entender qué es lo que pasa. En la trama edípica de su historia, aparece una madre absolutamente consagrada a una hermana discapacitada, donde ella veía un goce completo. Aparecen recuerdos infantiles, donde ella va ubicando como esto es la repetición de ese dolor primario. Lo que la analista hizo acá fue conectar las dos escenas.

Caso 2
Juan consulta diciendo que se siente muerto, sin energía, sin entusiasmo, amargado y tenso. Tenía un aspecto sumamente prolijo y el diván le era un problema, porque se le arrugaba la camisa. En su historia, él había dejado de lado una carrera de música. Son 5 hermanos. Él siguió una carrera de química, porque era el elegido para seguir con la empresa familiar. Por otro lado, era muy esclavo del orden y esto le traía problemas con la esposa, que le decía que exageraba.

Un día el paciente llega angustiado, porque cuenta que su hijo de 4 años estaba comiendo un alfajor, se le partió y cayeron unas migas al piso. Él vio como el nene lo miraba aterrorizado y se dio cuenta que algo pasaba. Desplegando su historia, la madre le decía "Sé pulcro". Atención flotante mediante, la analista ubica sé pulcro con sepulcro. Ahí vemos ese lugar en el espejo, ese yo ideal perfecto, que es una imagen tiesa en el espejo. La analista aquí intervino a la letra, haciendo un borde ó litoral entre ser el objeto de la madre ó salir a la vida.

Lacan dice que somos culpables de renunciar al deseo. En el caso, podría ser el deseo por la música o el deseo a no ser el elegido del padre. Hay una diferencia que marca Lacan entre ser nombrado para y ser nominado. Una cosa es tener un nombre, con el que cada uno hace lo que se le canta; otra es ser nombrado para. En este caso, Juan fue nombrado para sostener el deseo del padre, continuar la empresa. Cumplir el deseo del padre no es cumplir un deseo propio, cosa que el paciente no lograba separarse de esa servidumbre.

Caso 3
La paciente tiene una rivalidad absoluta con su hermana. Celos brutales, viven juntas en medio de una tensión tremenda y brutal. Hay un duelo imposible, en relación a haber perdido el unicato. La experiencia de tener un hermano es que uno no es el único y que el Otro está habitado por un deseo que a uno lo trasciende... por suerte, que es lo que uno se da cuenta en análisis.

En una de las sesiones, donde ella despliega esta escena, la analista le dice "Marcela, terminamos acá", siendo que la paciente se llama Laura. Es decir, la nombra con el nombre de la hermana a la forma de un fallido, que también puede ser interpretada como una intervención. En este caso, de lo que se trata es que hay lugar para todas porque en rigor, ninguna es esa hija predilecta.

Caso 4
Se trata de una paciente consagrada a sus padres ancianos. Dice que los padres se quejan, que la tratan mal y están de mal humor y la desprecia, pese a que trata de ayudarlos. Ella se siente culpable por estas reacciones, qué pudo haber dicho. Ella recuerda que desde la infancia, el hilo de estar bien era muy finito y el padre podía explotar por cualquier cosa y ella no entendía por qué.

Llega el día de la madre y ella quería saber qué hacer con sus padres. la analista le pregunta qué iba a hacer ella con el día de la madre y ahí ella responde "Cierto, tengo dos hijos, yo también soy madre". Esto nos pone en la pista de que no se sale del Edipo por cumplir los 5 años. Cuando el padre estalla sin entender por qué y ella recuerda que cuando era chica era así y se vuelve a la casa con culpa, tenemos que pensar que cuando alguien no entiende, naturalmente se ubica como la causa del enojo. Hay algo de esa culpa con la que ella vuelve a su casa, por estar consagrada al padre. Si no está legitimación de ese enigma que el Otro porta, de ese lugar que el sujeto no está destinado a satisfacer, da culpa de vivir. En algunos sujetos esto está muy claro. Si esa x no está legitimada, en algún momento termina ocasionando la culpa por vivir, porque siempre están en falta. 

Dirección a la cura
En cuanto a la pulsión, hay un destino que es la sublimación. Si se puede reacomodar la economía libidinal y la agresión es un destino de la pulsión, en tanto volverse lo contrario, que es el odio, se puede apostar a la sublimación. 

Un análisis también es duelar la aspiración de querer ser todo para el Otro ó pretender que el Otro sea todo para uno. 

sábado, 17 de abril de 2021

Mentalidades, trebolizaciones. Acerca de diferentes nudos.

Odioamoramiento, pasiones y finales de análisis
La síntesis del sentimiento

We few, we happy few, we band of brothers
For he today that sheds his blood with me
Shall be my brother, be he never so vile
This day shall gentle his condition
William Shakespeare, Henry V. IV, 3

Al final de su obra y de su vida Lacan vuelve a echar mano de términos que antes había criticado: el de mentalidad (llamando así desde su seminario R.S.I.) a la capacidad de mantener juntos los registros, sin des/encadenar). 

El de individuo: si el sujeto logra singularizarse en su sinthome. Sin que ello implique que no siga vigente el sujeto divido por los significantes del Otro, en cuyo intervalo los imanta el objeto a. 

Y el de sentimiento. Propone, en efecto para el neurótico una “síntesis del sentimiento”. ¿De qué se trata en esta última afirmación? Sin que esta síntesis implique que los sentimientos de amor y odio ya no se diferencien.

Lacan profirió “I´y a de l´Un”. Lo que hace al mundo humano numerable. Se puede realizar un conteo en la medida que se decide qué se ha de considerar un uno contable. Y los unos que se cuentan tienen que ver con aquello de lo que se goza.

Pero claro: hay muchas clases de Uno. En esta ocasión nos referimos a un Uno singular, el del sentimiento. Para las psicosis añade como parte del cuadro clínico a la forclusión, no solo del significante de la ley, sino también del Uno del sentimiento. Al forcluirse ese Uno, el odio (en el delirio persecutorio) y el amor (en el erotomaníaco) se separan sin intersección.

Como todo verdadero amor tiene una punta de odio en su horizonte, dada la radical alteridad del otro del amor, no escapa al neurótico la posibilidad de que, sin llegar a constituirse esa forclusión, se separen odio y amor de manera de complicar severamente el vínculo al otro del amor y el del lazo social. Aún la sentí/mentalidad neurótica puede tender a desligar amor y odio.

Estos tienen caras que responden de los diferentes registros. En efecto hay amor en lo imaginario: hacer de dos uno, cara a la que se acentuó inicialmente en el lacanismo, lo que dio a tal sentimiento, por así decirlo “mala prensa”. Y hay odio en lo imaginario: agredir la imagen del otro. 

Se tiende a olvidar que hay también amor simbólico: ese que permite al goce condescender al deseo. Así como odio en lo simbólico donde al otro se lo injuria. 
Y también, por fin, hay amor real, sin cuya concurrencia en la crianza el cachorro humano va a tener serios problemas para tejer correctamente su nudo subjetivo: ese que dona su falta. Finalmente también el peor de los odios, el real: ninguneo, indiferencia, que irrealizan al otro. No le otorgan siquiera entidad como para ser atacado.

Lust y Unlust
Recordemos con de Freud que el Lust Ich purifiziert, yo de placer purificado, considera, en aras de su propio placer, que es fácil amar, y no nos incomoda, todo aquello que podamos incorporar al “metabolismo” de nuestro simbólico, nuestro imaginario y, por sobre todo, nuestra maneras de gozar ya fijadas. Y creemos, de ser vírgenes de análisis, que eso es lo que despierta nuestro amor.

Lacan extiende el concepto de libido al mito de la laminilla que envuelve en los límites del cuerpo erógeno todo aquello que va en dirección del vector de nuestro “amor”. La libido extiende los límites de nuestro cuerpo incorporando todo lo que nos es placentero, lo que nos apetece, con el riesgo temible de engullirlo, destruyéndolo. Freud por su parte añade, desde muy temprano, que lo exterior, lo ajeno y lo odiado, resultan en principio, idénticos. 

Lo que el sujeto tarda en comprender, para lo que en general precisa ayuda analítica, es que una parte de eso extraño, inasimilable, habita en su propio interior. Le llevará mucho tiempo saber-hacer con lo otro habitante de sí mismo sin enviarlo hacia fuera con odio. Esa otredad radical, aun del Otro del amor, resulta potencialmente odiable.

Lacan se ocupó de diferenciar al semejante (como su nombre lo indica, parecido a nosotros) del prójimo, ése al que habría que poder lograr amar. Y lo llamó “inminencia intolerable del goce”. Ubicando en el prójimo lo ajeno, le adosamos, además esa parte desconocida e "impresentable" que habita en el interior de nosotros mismos, nuestra extimia. Para poder, así desplazada, desconocerla mejor. Apasionadamente intentamos ignorar eso que nos corroe, como objeto extraño, éxtimo, desde nuestro propio interior y que, de no reconocer, cargamos en la cuenta del otro odiado. El echte Ich, en cambio, es para el maestro vienés una adquisición tardía que implica el haber aceptado que una parte del Lust Ich purifiziert No entra en las fronteras de nuestro yo, lo incompleta desde sus bordes. Al punto que Lacan, lo llamará de hecho la zona del Unlust.

Das Ding, nudo ético del psicoanálisis
Hay al menos tres lugares donde Lacan aborda esta dificultad para lidiar con la otredad. En principio durante el dictado de su seminario sobre la ética, donde coloca en el centro del Otro auxiliador algo inasimilable a nuestra máquina simbólica, un carozo que queda por fuera, y que muerde desde los bordes a la operatoria significante: das Ding, la Cosa irrepresentable. La extimia ausente y desconocida que pasa a ser carozo de nuestra propia intimidad. En la necesaria inaccesibilidad de La Cosa incestuosa, punto imposible y además (de forma de orientarnos en esa imposibilidad) prohibido, parte en el analista su noción de ética. Esta está orientada por el respeto a lo real de ese núcleo alrededor del cual se colocan los significantes que intentan expresar algo de nuestros goces. Así traza una diferencia neta con la moral, la cual depende de la obediencia a mandatos venidos de los cielos de algún padre legislador.

Dentro del vacío de la cosa pueden colocarse, colonizándola, los diferentes objetos a. Estas consideraciones no son ociosas. Puesto que si se comprende que este núcleo real de nuestro ser, este Kern unsseres Wessen debiera ser inviolable, se estará en condiciones de comprender cómo es que a este ser las pasiones intentan apropiárselo (en el amor pasión), destruirlo (en la pasión del odio) o ignorarlo, pretendiendo vivir en mundo angélico carente de núcleo real. De ahí la importancia capital de este seminario VII, que acerca por vez primera en la formalización de Lacan una definición neta de lo real, que hasta entones estaba enunciado pero no definido formalmente.

El otro subrayado acaece durante su dictado del seminario De un Otro al otro. Con el semejante podemos entonar un coro armonioso. Pero no todos los otros resultan ser nuestros semejantes. Algunos encarnan nuestro prójimo, que lleva puesta la marca de la extimia que no logramos reducir a nuestros ideales y goces.

De ahí que este maestro hablaba de la inminencia intolerable del goce que este alien implica. Pero ¿Cuál goce? ¿El exterminador? Recordemos aquí a nuestro querido maestro Moustapha Safouan. Se ocupó de señalar que, si bien todo goce violenta el principio del placer, hay goces que son “amigos de la vida”. Y otros que son “enemigos de la vida”. Frente al prójimo, ese que nos recuerda lo desigual, podemos hacer virar el fiel de la balanza subjetiva hacia uno u otro lado de los goces. Y para que predomine un uso amigable con el goce las pasiones debieran ceder el lugar fascinante que las convoca del peor de los lados.

Ese es el caso más frecuente frente al prójimo, a lo diferente, si no hemos logrado darnos cuenta que se nos ha presentado la posibilidad de renovar nuestras marcas y entonces gozar de las diferencias. No nos llamemos engaño. Eso cuesta trabajo. Las pasiones nos seducen, nos instan a atravesar el borde, que debe estar letrado en las neurosis, de La Cosa. Es en este seminario, además, que Lacan insiste en que los objetos a colonizan el hueco de das Ding, demostrando que esos señuelos se tornan también motores de la pulsión y, si el fantasma se ha logrado formar, causas de deseo en la ley.

Hay pues otros (seres, objetos, discursos, relatos) que entran con facilidad en nuestro circuito de placer y otros que muerden sobre sus bordes, lo cuestionan. Tardará el sujeto en comprender, si llega a poder, que justamente por eso “lo otro” puede enriquecerlo, arrancarlo de la chatura y el aburrimiento tranquilizador de la mismidad, de la pesadumbre de vivir siempre en el mismo film que ya no nos dice nada. 

No dejemos de lado, finalmente la otra ocasión en que Lacan habla del heteros. Ocurre cuando formaliza la feminidad como otredad radical. Quienes se dicen mujeres pueden ser rechazadas, vituperadas...o devenir causa de un lazo de amor, deseo y goce. Es por ello que, utilizando la afortunada homofonía que le proporciona el francés, afirma que quien no se ha tomado el trabajo de tolerar lo diferente, quien no puede amarla, a una mujer la dit femme. La difama, la mal-dice mujer.

Un “macho verdadero” goza con una mujer rebajada, de la que prefiere no tomar nota de su goce. Pues al todo falicismo este goce, Otro goce, lo vulnera, lo pone en cuestión.

Toda la cuestión es poder cernir cuándo lo otro, lo alien puede lograr causar amor y deseo y así renovar y enriquecer las fijaciones de goce y cuando cruza la frontera del odio para hacerse indigno de interés, escarnecido, odiado, apartado y, finalmente, exterminado.

Pasiones: de cómo hacer aséptico al otro
El genio de Freud encontró una fórmula maestra de “aseptizar” el objeto extranjero y hostil, “pasteurizándolo”, haciéndolo aparentemente inofensivo y armonioso. 

Frente al ascendente fenómeno del nazismo, y, así lo creemos, del totalitarismo soviético en formación, formaliza al fenómeno de masas, resolviendo en el mismo movimiento el enigma de la hipnosis y el enamoramiento extremo, definiendo a estos dos últimos fenómenos como "masas de a dos".

Así lo hizo en el apartado VII de Psicología de las masas y análisis del yo. Libro cuya vigencia aún hoy estremece.

Sumamente advertido de la peligrosidad de las pasiones, en pleno período de avance del nazismo, la observación de las masas enardecidas vivando a un líder tan carismático como furioso odiador de todo lo que no fuera la pureza de la raza aria, o de la observación del dogma leninista, Freud escribe uno de los libros que, así lo creemos, toda persona culta debiera tener en su biblioteca: Psicología de las masas y análisis del yo. Allí describe una forma tan aterradora como eficaz para tratar con esa extimia, para aseptizar el odio pasional que la otredad podría desencadenar, imaginando una Endlösung, una solución final: crear un imperio sin la mácula del no-ario. O bien declarar psiquiátricamente enfermo al que no se suma a la observancia del dogma. Método también útil, por qué no, para amar apasionadamente también a lo que se supone aquello igual a uno mismo, la “raza superior”, el “hombre nuevo”. 

Como fórmula para amar plenamente afirmó que "el" método consiste en la treta de recubrir al objeto inasimilable por un ideal que pretenda velarlo por entero: el del partenaire pasional, el del hipnotizador, el del líder carismático. Con ese expediente, dos personas o grandes masas de personas pueden imaginar desentenderse tanto de recabar la validez de sus propios valores ideales (que deben ser continuamente puestos a prueba por un sujeto responsable de su accionar privado y público), como de vérselas con el objeto extranjero, que siempre macula los sueños (más bien pesadillas) de pureza. Cualquiera sea ésta: del amado o amada, del relato, de la raza, de la ideología. Al examinar y formalizar el temible fenómeno de masa, de manada, Freud finalmente descubre el resorte de la hipnosis y del amor pasional, acompañado de lo que llamó la “servidumbre amorosa”.

En el fenómeno de masas (de a dos o de a millones) entra a jugar su rol necesariamente la pasión de la ignorancia, quizá la más difícil de atravesar. En efecto, se suele vivir más tranquilo ignorando bastantes cosas. Adormecidos, angélicamente infantiles, sumidos en la ignorancia estamos a salvo de despertar a lo real. Esa punta habita en cada uno de los integrantes de la masa. Ese objeto que no se deja masificar, domesticar, ése que chirría en los engranajes de la máquina totalitaria es lo heterogéneo al reino impoluto del todo. Y está en el interior de cada miembro de la masa, cada uno de cuyos integrantes ignora con pasión ciega esta interioridad de lo que cree abyecto. 

Por ello la masa hace que el objeto que mancha sea imputado al otro, al prójimo. Que será vivido como culpable de la impureza que ridiculiza, que pone en jaque el conglomerado de perfección que se ilusionaba. Ese objeto no es más que algo de nosotros mismos, pero desplazado al judío, al negro, al "cabeza", al que no comulga con el relato, al comunista...a veces al yankee.

El objeto heterogéneo es exterminado porque, por el mero hecho de existir, se burla de los afanes de pureza. Ridiculiza, aunque no se lo proponga, por su mera existencia, la homogeneidad de la masa. 

Afirmaba Freud que se puede sumar un número potencialmente infinito de miembros a una masa...a condición de tener por fuera de ella alguien a quien odiar. Y los líderes bien saben que inventar un enemigo cohesiona locamente a la masa, que suele adherir entusiasmada a la quema de brujas que la aglomera. 

Este afán exterminador culmina, como la historia nos lo ha hecho saber (y lamentablemente no sólo la historia pasada, sino también la más reciente y dolorosa) en el asesinato. 

Recordemos una enseñanza de Freud, una de tantas que no debemos olvidar: un asesinato equivale a un incesto. ¿Por qué? Porque pretende tomar por entero el cuerpo del otro. El bellísimo fragmento de Shakespeare que colocáramos como acápite muestra que hasta puede llegar a parecer estimulante y poético hacerse hermanos por la vía de mezclar nuestra sangre en una masacre cometida en común. La banda, los bandidos, la band of brothers suelen llamar padrino a su jefe. Una suerte de neoplasia de la función de Padre, de progenitor cuidadoso se encubre en el líder que pide un pacto de sangre con sus seguidores.

El horror de los regímenes totalitarios, radica justamente en el empuje a la pasión de la ignorancia en que sume a la población que ha ungido a su líder en objeto de amor colectivo e ideal protésico. Quien no pueda entrar en ese circuito, quién aún se sienta convocado a despertar a lo real, se transformará en un enemigo al que se comienza aislando, para concluir en su exterminio. Esos regímenes se arrogan el derecho de abolir La Cosa, la extimia que aloja nuestros objetos de pulsión, nuestra causa de deseo. Porque para la masa solo puede alojarse allí, sin resquicio alguno el líder, el hipnotizador, el partenaire pasional.

Si Freud fecha el inicio de su práctica como analista en el momento mismo en que abandona la hipnosis, es que repugnaba a su ética el dominio ignominioso del paciente que ésta implica.

El objeto a dirigiéndose al sujeto dividido figuran tanto en el matema del fantasma de la estructura perversa (no así en el fantasma perverso de las neurosis) como en el piso superior del cuadrípodo del discurso del analista. Si bien un losange y una flecha que direcciona no hacen idénticas estas combinaciones de letras, se nota bien en qué compromiso ético se halla el analista en cuanto se ha instalado la transferencia. 

En medio del amor pasión, en regímenes totalitarios, nunca ha de prosperar el psicoanálisis.
En medio de la hipnosis no hay análisis sino obediencia.
En la servidumbre amorosa se idealiza al otro y se lo sirve humildemente, desconociendo su real, su otredad radical.

Amor y odio desanudados: una posible trebolización
El problema de las pasiones y de los liderazgos pasionales, las hipnosis colectivas o de a dos (verdaderas folies a deux duales o multitudinarias) radica, así lo creemos, en que, al resignar el rasgo ideal a la vez sintomático que hace exquisitamente singular a cada quien y que se encarna en el líder o el partenaire idealizado y al hacer de esa “condición absoluta” del deseo que es el objeto a un objeto colectivizado en el líder, se produce una trebolización colectiva donde todos deben pensar igual, sentir igual y amar pasionalmente a la misma persona o relato. Esta situación se mantiene, tal como Freud lo dejara sentado en su Psicología de las masas y análisis del yo en tanto y en cuanto se señale a alguien a quien odiar pasionalmente. Ese odio pasional comienza en la injuria, continúa en el mecanismo concentracionario para culminar en el aniquilamiento, sea este real o simbólico.


Un empuje a la paranoia se desata, aun en sujetos que, en otras circunstancias no serían capaces de separar odio y amor hasta la forclusión (por pasión) del uno del sentimiento. Es claro que no todo sujeto es hipnotizable. Debe de constatarse una fragilidad de su propio ideal y una debilidad fantasmática que haga que el objeto sea fácilmente intercambiable por el del líder. Pero debemos tener claro que no es fácil encontrara sujetos no analizados con semejante fortaleza de la separación y establecimiento neto de su ideal y su objeto. 

Estamos tentados de afirmar que en verdad esta fragilidad de ideal y objeto es mucho más frecuente de lo que pensamos. Que los sujetos “hipernormales” tienen en verdad tendencia a preferir no hacerse cargo de recabar los valores de sus propios ideales, ni de verificar cuál es el objeto “exquisitamente singular”, la “condición absoluta” que causa sus deseos. Mucho menos común aún es el haberse tomado el trabajo de diferenciar al máximo objeto e ideal.

De ahí la humana tendencia a elevar algún gurú, algún líder carismático, algún ojeto de amor pasional, algún hipnotizador al lugar del guía que nos alivie de la responsabilidad de pensar por nuestra cuenta. Para ello hubiera sido necesario individualizarse en un sinthome que des-homogenice nuestro nudo mental.

El fracaso de la treta
El problema radica en que no todo el objeto se deja cubrir, deglutir por ese ideal prestado. Una punta de él siempre queda atragantada en las mandíbulas del ideal. Esa punta habita en cada uno de los partenaires del amor. Ese objeto que no se deja domesticar, ése que chirría en los engranajes de la máquina del amor “puro” es objetor al reino impoluto del todo. Y está en el interior de cada miembro de los partenaires amorosos, en cada miembro de la masa, en el síntoma del/ de la hipnotizada que retorna remitido el trance. Los integrantes de estas masas ignoran con pasión ciega esta interioridad de lo que cree abyecto y en cuanto, inexorablemente se produce el despertar a lo real, suele desencadenarse el viraje al odio. Pues el objeto que mancha suele ser imputado al otro, al prójimo. 

Es un mérito inmenso del psicoanálisis el haber comprendido la importancia de la separación máxima posible entre el objeto y el ideal.

El objeto heterogéneo es odiado porque, por el mero hecho de existir, se burla de los afanes de pureza. Ridiculiza, aunque no se lo proponga, por su mera existencia, la homogeneidad de la masa sectaria. Pone una piedra en los zapatos del sueño de inmaculado amor, en los del hipnotizador y en los del líder.

Para enfrentar lo alien haciéndolo, al revés, posible aireador de nuestro hábito por lo mismo, el psicoanálisis se torna una herramienta clave. Es en un análisis personal que se podría adquirir la valentía de hacer de ese mismo objeto el motor de cambios de fijaciones, de renovación de nuestro deseo, de posibilidad de crear algo no consabido. El psicoanálisis apuesta a la lenta y difícil apreciación del valor de lo radicalmente otro. Un análisis personal nos impulsa al esfuerzo paciente de encontrar la forma de vivir mejor el malestar en la cultura. No elimina al odio, lo enlaza al amor.

Nos alivia sin prometernos que será ni fácil, ni gratuito, ni a corto plazo. 

Pero cualquiera que ha pasado por un análisis en que se ha comprometido comprobará que franqueando estos escollos encontrará una refundación subjetiva. Una forma creativa de llevar adelante el viaje de la vida con otros con los que no nos hemos de conglomerar acríticamente. Con otros a los que no estemos forzados a odiar.

Sería de esperar que al final del análisis (que también transita por el sendero del amor –y los odios- de transferencia) quien ha pasado a la tomar el lugar de analista haya logrado esa mentada “síntesis”. La tolerancia a la diferencia, la oportunidad que da el radicalmente otro, de airear nuestra mismidad se espera de quien transite los finales de análisis. El que ha pasado por esos finales dará así uno de los testimonios de haber aceptado ese quite llamado castración. Nunca habrá una perfecta síntesis del sentimiento, pero tendrá muchas chances de detener el desencadenamiento del odio. Así como tampoco creemos posible que adscriba a pasiones amorosas o de masas que pegoteen ideal y objeto.

Desde luego, y sin que imaginemos cegar por completo la humana tendencia a ignorar con pasión aquello que nos incomoda, el análisis personal hará que estemos dispuestos a despertar a lo real.

Por eso mismo y sin que esto implique en nada variar la autorización de sexo de quien llegue a ese final, se abrirá una posibilidad de trato o de ejercicio de la feminidad que el sujeto pueda albergar.

Fuente: Silvia Amigo (2021) - Coloquio de verano de la EFBA

miércoles, 9 de diciembre de 2020

El odio y la venganza en la clínica psicoanalítica y las intervenciones del analista

¿Qué es el odio, cuáles son sus manifiestaciones y qué intervenciones son posibles en la clínica psicoanalítica?

En el primer seminario de Lacan, donde aún no encontramos la concepción del inconciente estructurado como un lenguaje, él ubica al odio, al amor y a la ignorancia como tres pasiones del ser. El ser en Heidegger está trabajado en relación al desocultamiento progresivo de lo que sucede en un análisis. Las pasiones del ser que Lacan trabaja tienen que ver con cuestiones del narcisismo.

En la clínica, efectivamente vemos que algunos pacientes están tomados por una gran pasión imaginaria hacia el otro. Están enojados porque alguien no les da lo que creen que les corresponden y quedan ahí frenados. Como caso clínico, tenemos el monólogo inicial de “Vida y muerte del rey Ricardo III” de Shakespeare que Freud cita en "Varios tipos de carácter...".

Pero yo, que no he sido hecho para los juegos placenteros ni formado para poder admirarme en un espejo; yo, cuyas rudas facciones no pueden reflejar las gracias del amor ante una ninfa incitativa y diáfana; yo a quien la caprichosa Naturaleza ha negado las bellas proporciones y los nobles rasgos, y a quien ha enviado antes de tiempo al mundo de los vivos disforme, incompleto, bosquejado apenas y hasta tal punto contrahecho y desgraciado que los perros me ladran cuando me encuentran a su paso (…). Si no puedo ser amante ni tomar parte en los placeres de estos bellos días de felicidad, he de determinarme a ser un malvado y a odiar con toda mi alma esos goces frívolos”.

La fenomenología del odio comienza con un enojo, con este concepto de la deuda de algo que el otro le debe. Es el inicio de una autopista de ida que incluso puede llevarse pueto el trabajo analítico, por lo que el analista debe tener cuidado.

Cuando el narcisismo está anudado de modo que lo simbólico no funciona bien, allí encontramos los trastornos del narcisismo especular. Lacan ubica al odio en la juntura de lo real y lo imaginario. Lo simbólico queda un poco desenganchado y dificultado para articular un modo en que ese otro deje de ser un semejante y que pase a ser un representante del Otro. 

Si el odio, el amor y la ignorancia están puestos como pasiones del ser, que están allí para que el sujeto no se las vea con la verdad. Este es un modo en lo que después Lacan va a trabajar lo real. El horror a la diferencia, a ese punto donde el otro es absolutamente desconocido va a producir la ilusión del amor, la ignorancia de no querer saber sobre la diferencia y el odio.

El odio es uno de los modos en los que el sujeto evita encontrarse con lo real del otro. El odio es la cobertura de la angustia, porque lo que está en juego es que el sujeto no quiere saber sobre esa diferencia: se angustia antre lo real del otro real. En el seminario 24 Lacan trabaja los tres tipos de identificaciones:

- A lo imaginario del Otro real.

- A lo simbólico del Otro real.

- A lo real del Otro real.

Las identificaciones son siempre versiones, registros y modos en que el sujeto registra lo más desconocido del Otro. Si uno logra entender que el otro es un profundo desconocido y que el aparato psíquico produce diversas capas como forma defensiva para no vérselas con el Otro, entenderá varias de estas cuestiones en la clínica. Los sujetos neuróticos odian para que no se vea ese punto donde los angutia fuertemente la percepción del otro.

Los razonamientos de Lacan a partir del Estadío del espejo como constitutivo del yo por la asunción anticipada y la identificación a un Otro nos permite pensar más aspectos sobre el odio. Lacan dice que si el estadío del espejo se produce, hay dos en lugar de uno. Una identificación siempre pone en juego que hay un solo lugar al cual se aspira y eso produce necesariamente una vertiente de colisión entre el sujeto y ese otro al cual se ha identificado. Podemos pensar en John Lennon y su asesinato, cometido por Mark Chapman. Chapman había repetido los pasos la vida de John Lennon de manera idéntica, casándose con una mujer asiática y copiado miméticamente otros aspectos. Llegó un momento donde había un cara a cara, sin haber forma de que hubieran dos en el mismo lugar. 

Sin llegar a una picosis, como el caso de Mark Chapman, en la neurosis también ocurre esto. Para Lacan, el narcisismo es la antesala de la pulsión de muerte. En el seminario 7, se trabaja al narcisismo en su parte especular como la parte donde el sujeto se constituye como otro y tiene una pendiente hacia el odio. Freud puntualizó al narcisismo de manera diferente, incluso contrario. Para Freud, el narcisismo es el complemento libidinal del egoísmo. El narcisismo frena al sujeto frente a la pulsión de muerte al haber una investidura libidinal producto del amor del Otro, para quien fue "su majestad el bebé". 

Cuando Lacan ubica el narcisismo más ligado a la vía especular y su conducción a la pulsión de muerte, no es que Lacan desconociera lo que dijo Freud, sino que quiso puntualizar cuestiones que en Freud no habían quedado tan claras. En la dificultades que presentan los pacientes neuróticos y psicóticos, hay que tener en claro esta pendiente mortífera hacia la cual un sujeto se puede dirigir debido a su narcisismo.

¿Es allí el narcisismo como parte de un sostén del aparato psiquico, como una investidura libidinal necesaria para la existencia, como dice Freud? Un sujeto que no está investido libidinalmente no podría vivir. Esto es cierto y así como Freud lo notó, lo podemos constatar en la clínica. Pero, ¿Puede ser pensado el narcisismo en esta vertiente del egoísmo y de la pulsión de muerte? 

En los momentos en que un neurótico desvaría debido al dolor, supongamos en el caso de un divorcio, el sujeto puede entrar en una vía en donde se crea esta armazón imaginaria que es el odio y su descarga, que es la vengaza. La venganza parte de querer hacerle sufrir al otro el mismo dolor que éste infringió, supuestamente con el objetivo de asegurarse de que esta persona o grupo no volverá a cometer el daño otra vez. En realidad, la venganza persigue un objetivo más injurioso que reparador. El odio puede llevarse puesto al otro, a quienes lo rodean y también a sí mismo. Hay un cuento infantil llamado “La gota de miel” que se puede utilizar como viñeta para pensar.

Mientras recorría el bosque, un cazador encontró un inmenso panal de abejas, del que rezumaba una exquisita miel. Con la intención de venderla en el mercado, tomó un frasco y lo llenó de aquel manjar.
Ya en el pueblo, pasó primero por el puesto del carnicero que le compraba sus presas. Mientras pactaba el precio, de su morral cayó al suelo una gota de miel. Un pajarito que acostumbraba a merodear por allí dio un par de saltitos para picotearla, momento que aprovechó el gato del carnicero para saltarle encima. Aquel felino llamó la atención del perro del cazador, que se arrojó sobre él y lo mató de un solo mordisco. 
Indignado por haber perdido a su mascota, el carnicero cogió un cuchillo y degolló al perro, lo que provocó la iracunda reacción del cazador, que sin dudar un segundo asestó un tiro mortal al carnicero. Al oír aquel jaleo, salieron sus hijos del interior de la tienda y al ver el cuerpo de su padre en el suelo se abalanzaron sobre el cazador y le dieron muerte.
Como la familia del cazador pertenecía al pueblo vecino, en pocos días había estallado una batalla entre ambos clanes, a lo que pronto se agregaron otros, hasta incendiar el país entero en una sangrienta guerra que duró diez años y dejó cicatrices para siempre.

Este breve cuento nos advierte también sobre la escalada mortífera de la venganza, que como dijimos, tiene una capacidad reparadora cuestionable.

Cuestiones técnicas para tener en cuenta: ¿cuáles son las situaciones previas que se despiertan en el sujeto retroactivamente y lo hacen entrar en el odio? En este punto, el sujeto no quiere sufrir; quiere que el otro sufra. Es una vertiente de lo imaginario más ligada a lo especular. En el discurso religioso, como en cualquier discurso, hay graduaciones que el analista debe estar atento. 

En el seminario I, Lacan se refiere a al amor como contrapartida y como punto para tener en cuenta que hay que dintinguir el amor como pasión imaginaria del don activo del amor simbólico. Es muy interesante, porque uno da lo que tiene por deseo y el otro no nos debe nada. Si el otro no da nada a cambio y uno siente que no funciona, se corta esa relación. Esto no es del orden del odio. Recordemos que el odio está entre lo real y lo imaginario, en ese punto del nudo borromeo donde también está la angustia.

En el consultorio, tenemos que buscar el punto donde el sujeto se clausuró y no quiso pensar más y en dónde sintió que si el otro recibe un daño, él se acaba. Allí hay un punto de identificación, el sujeto cree que está fundido con el otro y quiere fundirlo. En ese mismo sentido el sujeto se funde.

viernes, 26 de junio de 2020

Los dos odios.

Richard de Saint Victor, autor del siglo XII, en Los cuatro grados de la violenta caridad (citado por Guy Le Gaufey), dice: “Hay cuatro grados de amor: un primer grado es el amor invencible, nada sabría abatirlo pero no constituye más que un interés entre otros. El segundo grado es cuando este amor invencible se convierte además en obsesionante, siempre presente en el espíritu. Hay un tercer grado del amor, mucho más profundo, que es aquel donde, además de ser obsesionante, es exclusivo. No deja lugar a nada más en la vida del que ama. Y por último hay un cuarto grado del amor que es el amor invencible, obsesionante, exclusivo y además insaciable. Este último matiz, esta última cualidad de insaciable es la que engendra, cuando se dirige a otro humano, odio. El otro no me da lo que colme mi amor y mi deseo. Esto en cambio se pacificaría si, en vez de ser un amor entre humanos, fuera un amor dirigido al Otro Divino, en cuyo caso llegar a ese cuarto grado del amor es lo mejor que a un ser humano le puede suceder”. Sólo Dios puede responder a una demanda insaciable.

También dice: “El odio no debe confundirse con la agresión”. Efectivamente, la agresividad, la tensión agresiva, como dice Lacan, es la disputa del prestigio, es la disputa del territorio, es el hecho de establecerse como unidad y dejar del lado del otro lo que llamamos el cuerpo despedazado. En la brutal claridad de la tragedia antigua, el odio será una radiación del orden simbólico, mientras que la tensión agresiva es algo que sucede en la dimensión imaginaria.

Alain Didier-Weill, en Les deux haines (“Los dos odios”), advierte que la cuestión del odio no es unívoca: hay odios y odios. Uno de los dos odios que propone Didier-Weill surge cuando el sujeto vive una decepción ante el Otro, cuando el Otro cesa de responder a la demanda del sujeto. Un ejemplo clásico es el del adolescente que descubre que el papá no lo sabe todo. El odio dirigido a ese Otro provoca en primera instancia, dice Didier-Weill, “una interpretación delirante”: lo que no me responde es porque no quiere decírmelo. Si todo va bien, ese odio podrá enlazar con el amor. Será cuando el sujeto advierta que el Otro no responde a la demanda porque no tiene significante para hacerlo. Este odio, bien encauzado, es propiciatorio: cuando el sujeto advierte la incompletud del Otro, es invitado a producir sus propios significantes.

El otro odio se dirige al sujeto. Se lo puede encontrar cuando una madre responde con odio contra su hijo que le ha presentado una opacidad a la que ella no sabe responder. Por ejemplo, una madre criada en valores victorianos podría encontrarse en serias dificultades para comprender o recibir lo que su hijo o hija adolescente le propone con el despertar de su sexualidad. Su insuficiencia en el saber puede llevarla a un odio que tiende a desconocer al sujeto. Este no es un odio propiciatorio y puede llevar a la aniquilación del sujeto.

Lacan advirtió que el odio se dirige al ser. Y, en el seminario Encore, comenta que ciertos autores “me leyeron bien, como ninguno de mis discípulos, porque me odian un poquito”. Indica que en el odio hay algo propiciatorio.

Hay un odio que, desde el Otro, se dirige al sujeto; es ese odio de la madre que no puede entender lo que el despertar sexual de su hijo o hija adolescente planteaba a sus valores de otro tiempo. Si no estuviera mitigado por la ternura, este odio puede llegar a homologar el sujeto a un desecho, puede llegar a ser aniquilante. Este odio parte del lugar del Otro como lugar de la Ley sin atenuantes: el Otro como orden simbólico que no encuentra su falta. El nazismo no es una eficacia irracional; cuando busca el exterminio de los gitanos, los homosexuales, los discapacitados o los judíos, se trata de la vigencia de un orden simbólico; es lo racional que no encuentra límite, ni en lo real ni en lo imaginario. Es, insisto, un odio que lleva al sujeto al lugar del desecho, hasta su desaparición.

Pero hay otro odio cuyo orden podríamos plantearlo exactamente al revés: va del sujeto al Otro, Este odio tiene por objeto descubrir que el Otro no existe como completud. Es un odio que permitiría al sujeto reencontrarse con el deseo.

* Miembro fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA) y ex director de la revista Cuadernos Sigmund Freud. Texto extractado del artículo “La lógica del acto”, publicado en la revista Psicoanálisis y el Hospital, que a su vez proviene del seminario Sentimiento, pasión y afecto en la transferencia, dictado en la EFBA.

Fuente: Por Isidoro Vegh (2015) "Los dos odios" - Página 12.

martes, 12 de mayo de 2020

Las distintas organizaciones del yo

Ya hemos dado las bases constitutivas del aparato psíquico: representaciones cosa, representaciones palabra, cómo están sometidas a diferentes regímenes económicos. Sobre las bases de esas representaciones y con ellas, en base a la interacción con el otro humano, se van a ir formando las instancias psíquicas.

En Freud, hay varios yoes primitivos. Hace años había una discusión entre kleinianos y no kleinianos de si había suficiente yo al nacer, como para aplicar defensas tan sofisticafas como introyección, proyección, identificación proyectiva, etc. Las defensas se aplican sin que haya un yo parecido al yo de realidad definitivo. Se aplican por movimientos de placer-displacer, o huida, por principio de Nirvana.

Vamos a comenzar por las estructuras yoicas freudianas. Lo primero que señala Freud es un yo real inicial: responde al principio de Nirvana. Freud lo llama yo porque es en el bebé el punto en que siente la urgencia. Es el punto en que siente el hambre, aquel punto en el cual no se puede huir. No está bien nominado, porque de ahí en adelante todo lo que sea percepción o llegada de nuestra necesidad corporal primero y psíquica después, va a ser el punto del cual no podamos huir de la llegada de nuestras urgencias. Sin embargo, este yo inicial aplica este primer principio que intenta responder a la constancia, que es el principio de Nirvana. Este yo hace la descarga que el Proyecto llama descarga neuronal primitiva. Expulsa la excitación, o al menos lo intenta mediante gritos, llantos, pataleos. Es el llanto absolutamente desesperado del recién nacido, que se agita intentando expulsar el hambre que como señal le llega al cerebro desde su estómago. No hay ningún tipo de elaboración. Por suerte para el bebé, alguien acude y lo alimenta y cierra el circuito de la descarga neuronal primitiva. Esto, que se describe en el Proyecto de Freud, deja huellas mnémicas.

La huella mnémica de los cuerpos fusionados del bebé en la escena de satisfacción y el cierre de la urgencia como huella mnémica, con la reiteración de las escenas de satisfacción, se consolida. También registra las vivencias de insatisfacción, los dolores de panza, los cólicos, los gases atravesados y lo malo que le suceda, en un conglomerado que Freud llamó objeto hostil. Ese objeto hostil forma un conglomerado representacional displacentero que va a estar totalmente separado del conglomerado placentero, que poco a poco va a ir consolidando. El objeto hostil, en cuanto haya una vivencia que se acerque a despertarlo, va a reinstalar la descarga neuronal primitiva. Es decir, el llanto desesperado. Por lo tanto, tenemos un bebé que pasado cierto tiempo ya tiene un psiquismo disociado. Yo placer purificado se llama el conglomerado de experiencias fusionales buenas. Objeto hostil, el conglomerado de experiencias malas. Este va a seguir sosteniendo la descarga neuronal primitiva que responde al principio de Nirvana.

Algo se transforma con la presencia del yo placer y es que una vez que consolida ante el próximo embate del hambre, en lugar de llorar desesperado Freud propone que va a tener la primera actividad psíquica. El yo placer purificado va a pasar a percepción. Ese pasaje a percepción es la primera actividad psíquica, el primer deseo y se llama alucinación primitiva. Freud la deriva de su experiencia con sueños. Considera que el sueño es la actividad más primitiva del aparato psiquico y considera que en el bebé debe ser su actividad psíquica más primitiva. Afortunadamente tenemos confirmación neurológica de esto, aunque esa confirmación neurológica nos plantea problemas. parece haber registros neurológicos de que aún los fetos avanzados tienen registro de sueños REM. O sea, hasta se adelanta a las escenas de satusfacción. No sabemos con qupe sueña un niño antes de nacer, quizá representan lo que están viviendo. En todo caso, no es contradictorio con la primera tesis freudiana de que la primera actividad sea la de alucinar.

Para Freud, es muy importante la madre porque son experiencias fundanetes del aparato, la experiencia de satisfacción y la experiencia de consuelo. Esas las provée la madre. Sin esas experiencias, el aparato claudica y se desarma. El yo placer purificado, antes de que venga la madre, logra alucinar. Por un ratito, alucina y cuando esto falla, llora.

Primera oral o primer estrato psíquico.
En este estrato psíquico son importantes tres estruturas: yo real inicial, que es el punto de la urgencia inevitable del cual, por llanto y pataleo se trata de escapar y corresponde  al principio de Nirvana. Las experiencias de satisfacción constituyen al yo placer purificado y las experiencias de dolor y desagrado, disociadamente, constituyen al objeto hostil. O sea, que tenemos 2 yoes y un objeto hostil. Esto hace que el primer estrato esté cruzado por una gran disociación.

Hay que enfatizar que también todo el amor está concentrado en el yo placer purificado y el objeto hostil es odiado. Para Freud, el amor y el odio son de temprana constitución. Es absolutamente contradictorio Winnicott, que dice que el odio es reactivo. Por lo tanto, también esto va a ser releído a la luz de las super pulsiones Eros y Muerte. El amor hacia el yo placer purificado va a ser un predominio casi absoluto de Eros. También tiene contaminación de muerte porque al funcionar alucinatoriamente, dura pico tiempo. Por lo tanto, fenece. No hay nada que sea puro Eros ni pura Muerte en el aparato psíquico.

El objeto hostil es el que promueve sentimientos de odio y aversión en el bebé y desencadena, mediante el principio de Nirvana, la descarga neuronal primitiva. El yo p.p. tiene como funcionamiento, justamente, el funcionamiento alucinatorio. Habíamos dicho que estos dos funcionamientos presentan disociadamente de manera exquisita el funcionamiento del principio de placer, que es realización del deseo, ahora, ya, inmediatamente, mediante la alucinación y evitación compulsiva del displacer, mediante el intento expulsivo del objeto hostil.

Está el yo placer purificado, que desde las descripciones del Proyecto implican huellas mnémicas fusionadas de inscripciones del cuerpo del bebé y de la mamá. El bebé, cuando es amamantado, no puede discriminar entre su cuerpo y el de la madre. Por lo tanto, inscribe fusionadamente esas huellas. Por lo tanto, es lo que más tarde, más allá del proyecto, Freud va a describir como la identificación primaria anterior a la elección de objeto. Como también va a llamar identificación primaria a la identificación cuando se hace la diferencia de objeto. Yo me hice cargo de llamar a esta identificación originaria o identificación fusional. Por lo tanto, este es el narcisismo originario fusional que está tajantemente dividido de todo lo malo que se expulsa odiándolo y tratándolo todavía con la expulsión nirvánica.


Segunda oral.
Si las experiencias buenas predominan sobre las malas, como diría Melanie Klein, se va produciendo poco a poco una unificación paulatina de los perceptos del propio cuerpo, porque en el objeto hostil está expulsada la panza que duele por el hambre, que queda expulsada como exterior. Por lo tanto, poco a poco el bebé tiene que ir aceptando que la boca deseante es la boca en la cual se produce la satisfacción, que la pancita que le duele es esa pancita en la cual cae la leche que se satisface, que su cuerpito que es sostenido por la madre es parte de esa pancita que duele y de esa boca deseante que se satisface. Es decir, para Freud se va componiendo la representación corporal unificada. Ese es el nuevo acto psíquico de Introducción al narcisismo y es la constitución del yo de la segunda oral.

Es imposible que no se constituya la representación del yo sin que se constituya, al mismo tiempo, la representación del objeto de mamá, que el Proyecto llama juicio del semejante. Ahí comenzarían ya los procesos intelectuales, sería el primer juicio o movimiento propiamente intelectual: yo soy distinto al objeto mamá y se abre una apertura en la cual el bebé puede esperar a la madre, pero hay algo que se recupera del yo real inicial para siempre: asumir que el lugar de la urgencia es uno mismo y esto es muy importante. El lugar de la urgencia va a marcar para siempre a la construcción de todo el aparato psíquico como lugar del cual no me puedo escapar. Por eso, en base a eso, se van a construir el principio de placer, pero va a ser seguido por el principio de relidad. El principio de Nirvana va a tratar siempre de hacer escapar de ese lugar del cual no se puede huir y el principio de realidad va a ser el sostenedor de hacer centrar de ese lugar del cual no se puede escapar, de lo que se es, de lo que es todo el aparato psíquico.

Al diferenciar por juicio del semejante, Freud también llama identificaciones primarias a las identificaciones que se hacen de vuelta de la diferenciación del objeto. Por eso, las identificaciones originarias fusionales (1° oral) se diferencian de las identificaciones de vuelta del objeto (2° oral), es decir, que ya han diferenciado al objeto. Estas últimas, entonces, se llaman identificaciones primarias, que son las que corresponden a las que en Introducción al narcisismo dice como nuevo acto psíquico: la constitución de un yo diferenciado.

Recapitulemos: Gracias a esta inscripción de esa identificación originaria o fusional es que el yo puede conservar dentro de si las experiencias de satisfacción como lo bueno. Ahora, posteriormente las experiencias displacenteras también son integradas al yo. En la primera oral, lo displacentero queda separado del yo por una defensa, que es la escisión. Posteriormente, se pasa a la 2° oral y se integran esas experiencias displacenteras o dolorosas. Además, el yo integrado asume como unidad las experiencias dolorosas y satisfactorias que vienen del cuerpo, y las experiencias psíquicas buenas y malas que vienen del psiquismo.

- La primera etapa es bivalente, porque hay puro amor por un lado y puro odio por el otro.
- En cambio, la segunda oral es una etapa ambivalente, según el aporte de otros autores también. Se puede amar y odiar al objeto, porque a veces el objeto viene rápido y otras veces el objeto no está. Tiene que ver con el famoso fort-da de Freud: su nietito se bancaba que su madre no esté.

Yo ideal e ideal del yo no es una diferencia freudiana, sino post freudiana. Tomamos hoy esa diferencia porque parece perfecta. Podemos considerar que yo ideal es un yo complaciente a la pulsión e ideal del yo es un aspecto del superyó que le propone al yo un proyecto de vida. Pero Freud usa a estos conceptos indistintamente. Podemos decir que yo ideal son los restos fijados de los yoes antiguos. La complacencia de las pulsiones tiene que ver con su majestad el bebé. Cuando Freud habla del ello, sigue pensando en fijaciones pulsionales. Esas fijaciones de antiguos yoes se condensan en una estructura llamada yo ideal, que puede ser tranquilamente la fijación "his majesty the baby". La ambivalencia, así como la omnipotencia, irán bajando poco a poco.

Freud homologa amor con Eros y odio con Muerte. Podemos atrevernos a desacordar con Freud en este punto, porque Eros-Muerte están planteados como pulsiones muy primordiales. El modelo que él toma es el del metobolismo, es decir, son prepsicológicas, porque actúan en la naturaleza. El psiquismo las hereda desde lo natural. Los afectos básicos con los que nacemos como la capacidad de amar u odiar, aunque son filogenéticos, tienen procesamientos muy complejos en la medida que se avanza ¿en los estratos del aparato psíquico. Entonces, es muy simplista identificar al amor con Eros y al odio con Muerte. Por ahí, en el bebé podría ser, pero en un amor de pareja ya es muy complejo y culturalizado, es muy difícil.

Tiene distinto nivel categorial la pulsión oral, el narcisismo fusional originario, la dialéctica Eros Muerte, la disociación constitutiva, la identificación fusional y los afectos amor odio. Son diferentes categorías que se dan simultáneamente. Todo este trabajo es organizar la teoría freudiana.

Fuente: Entrada confeccionada con los encuentros 17 y 18 "Las distintas organizaciones del yo", primera y segunda parte, del canal Freud Desconocido.

martes, 21 de abril de 2020

La dinámica del aparato psíquico y sus fuerzas productoras

• ¿Cuáles son las fuerzas productoras de discursos, pensamientos, fantasías consciente e inconscientes, conductas y afectos que forman parte de la compleja dinámica del aparato psíquico?

¿Por qué el psicoanálisis es tan diferente al conductismo? Porque los productos que emergen visibles, como conductas, afectos, discursos, son todos elementos de una complejidad de determinantes que provienen de un aparato psíquico. Todos esos productos, aunque sean emisiones conscientes, tienen determinantes conscientes pre-conscientes, pero a su vez han tenido origen inconsciente. O sea, pueden tener cierta autonomía de determinación preconsciente-consciente. No toda producción científica ni todo discurso preconsciente consciente le podemos encontrar la determinante inconsciente, pero a muchísimos sí. Por eso, ninguna psicología de la consciencia ni de la conducta se va a poder equiparar al poder explicativo del psicoanálisis.

Como veníamos diciendo, las tres instancias del psicoanálisis -ello, yo y superyó- están constituidas por representaciones que no son fotos. Las representaciones freudianas son, al mismo tiempo que ideas, son inherentemente fuerzas. Lo complejo de esas fuerzas es que por los cambios que van de 1905 a 1920, vamos a tener que articular la sexualidad de 1905 con la sexualidad y libido de 1920, que es llamada Eros y que está en dialéctica permanente con muerte. Vamos a tratar de explicar esto.

La sexualidad de 1905 nace apoyada sobre la satisfacción de la necesidad y es esa complacencia sensual amorosa que todo bebé siente con los cuidados de los papás. Ese amor, complacencia sensual, une a las corrientes de ternura y sensual en el bebé. Hay ciertos autores que deslindaron apego de sensualidad. El apego de ños niños, mientras más chiquititos son, es sensual: quieren el cuerpo de la mamá, necesitan la manipulación y el sostén de mamá y papá. A los bebés les gusta el abrazo, el juego, que los tiren al aire, estar en la cama con ellos. Upa, abrazos, caricias, apretujones. La maduración del bebé es a posteriori y es larga. Para que se desarrollen las fases como la oral, la anal, se necesita de ese intercambio sensual que contribuya a desarrollarlo. Se da en ese intercambio, que también incluye a los abuelos y a la familia.

Esa libidinización de 1905 no tiene ninguna contraposición con Eros de 1920, sino que es Eros de 1920. Hay que agregar a las sexualidad de 1905 de que el descubrimiento freudiano de que todos nacemos con la capacidad de amar y odiar. Eso está señalado tempranamente en Freud, pero en 1920 se consagra como una tendencia primordial. Eros y Muerte, capacidad de unir, construir y apacidad de deconstruir y desunir. Es decir, construir y destruir. Freud había señalado en 1914 que amor y odio son constitutivos. Podemos observar que un bebé puede tener rabietas, ante todo lo que perturbe como el dolor de panza, lo que le impida la teta. O sea que aunque Eros y Muerte son de 1920, el amor y el odio están marcados en 1914 como afectos primariamente constitutivos. Freud hablaba de sadismo y masoquismo muy tempranamente.

Melanie Klein decribe la fantasmática de odio, también descripta por Piera Alaugnier, es muy consistente con Freud. Todo lo que al bebé le resulta penoso o desagradable, el bebé lo fantasea de manera terrible, como vivencias de ser atacado y ganas de atacar.

Freud también dijo que los bebés odiaban tempranamente. Eso quiere decir que tienen deseos de destrucción, o sea que ahí está operando Muerte. Por lo tanto, las pulsiones parciales ya se pueden considerar fuerzas que son intrincaciones a predominio de muerte o a predominio de Eros. Por eso a las pulsiones sexuales parciales se las pueden llamar sexual agresivas parciales, porque ya incluyen desde los primeros conceptos, los que se agregan en 1920. Eros y Muerte atraviesan todo el desarrollo filogenético del aparato psíquico.

Si el aparato psíquico avanza del ello al yo de realidad definitivo, es porque las pulsiones han sido sobreinvestidas en representaciones palabra. Las representaciones palabra, por lo tanto, son intrincaciones a predominio relativo de Eros, comparadas con las pulsiones, que son intrincaciones, algunas a predominio relativo de Eros, pero menos firmes que las intrincaciones a predominio de Eros de las representaciones palabra. La energía del ello es libre, fluente, no tiene composiciones estables, se mueven a desplazamiento y condensación. Eso quiere decir que si bien las representaciones logran algún tipo de estabilidad por predominio relativo de Eros, siempre es débil.

Las representaciones cosa están funcionando más cerca de la representación, más que la ligadura que puedan tener al lenguaje semántico verbal de las representaciones palabra. Piaget ha dado una secuencia extraordinaria de la formación del preconsciente. Por eso, las representaciones que llegan al nivel de concepto de generalizaciones abstractas, se sostienen con un nudo que es la palabra. La palabra sostiene significados complejos, predominando Eros. Un concepto o una idea trasladada a un pensamiento complejo sostiene una fuerza de esa idea. Si decimos "Argentina", hay una idea de esa fuerza en uno y funciona a predominio de Eros. Eso no puede desplazarse o condensarse como una representación cosa, por tener marcos estables. Lo mismo pasa si uno estudia a Freud y se convence racionalmente y sentirse freudiano por la convicción. Eso es una fuerza que también está en las representaciones cosa, pero a otro nivel.

Una fijación implica una falla en Eros, en el trabajo progrediente de la sobreinvestidura. Se trata de una estasis de libido que no se complejiza ni se libera.

¿Qué nos hace vivir? Los alimentos, si, pero a los seres humanos lo que nos hace vivir es la energía del aparato psíquico. ¿Qué a alguien pobre de espíritu? Es quien tiene pobreza de representaciones. El psiquismo es un organismo vivo, que necesita alimento, que es conocimiento, afectos, pasión. Si el conocimiento no te apasiona, hay otras cosas. Se trata de libidinizar en términos de Eros. El proyecto de vida, ¿qué otra cosa es sino el ideal del yo? El ideal del yo es una función del superyó. Si  no tenés superyó e ideal del yo, no hay proyecto de vida propio. Por eso una sociedad que cría a sus hijos sin valores, es peligrosa. El Estado no puede suplantar a los padres que los han criado en el principio del placer, que no les han dado valores ni proyectos de vida. Un psiquismo con ligaduras fuertes, no puede abandonarse tan fácilmente por una liberación pulsional temporal, porque prima Eros sobre Muerte.

En un caso de adicción, el paciente cuenta que los abandonó a los 16 años y él se puso su familia al hombro. Entonces, el eje del análisis fue que él penaba y se drogaba porque no era el chico que él hubiera podido ser si el padre no lo abandonaba. Entonces, tuve que mostrarle que el chico valioso qque era con todo lo que hizo, porque el padre lo abandonó y que deje de llorar por lo que hubiera podido ser si el padre no lo abandonaba.