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martes, 18 de febrero de 2025

Las lágrimas de Eros - Georges Bataille

Marco Teórico y Contexto: Ensayo filosófico-erótico sobre la relación entre el erotismo, la muerte, la violencia y lo sagrado.

Las lágrimas de Eros de Georges Bataille (publicado póstumamente en 1961) es una obra singular y provocadora que explora la intersección entre el erotismo, la muerte, la violencia y lo sagrado. Bataille, un pensador heterodoxo y transgresor, se sitúa fuera de las corrientes filosóficas dominantes, y desarrolla una reflexión personal y radical sobre la experiencia humana en sus dimensiones más extremas y contradictorias (Bataille, 1961).
La obra se inscribe en la tradición del pensamiento libertino y anti-religioso, pero va más allá de la mera celebración del placer o la negación de Dios. Bataille busca comprender la profunda conexión entre el erotismo y la muerte, entre el deseo y la transgresión, entre la belleza y el horror.
Las lágrimas de Eros no es un tratado sistemático, sino una colección de reflexiones, imágenes y fragmentos que iluminan diferentes aspectos de la experiencia erótica, desde la pintura prehistórica hasta el arte moderno, pasando por la literatura, la religión y la etnología. La obra está profusamente ilustrada con reproducciones de obras de arte de diferentes épocas y culturas, que complementan y enriquecen el texto.

Análisis de los Conceptos Clave: Una Deconstrucción Filosófico-Erótica
Erotismo: La Transgresión de los Límites y la Continuidad del Ser:
Para Bataille, el erotismo no es simplemente la sexualidad, sino una experiencia más amplia y profunda, que implica la transgresión de los límites que separan al individuo de los demás y de la continuidad del ser. El erotismo es una ruptura del orden establecido, una disolución de la identidad individual, una apertura a lo desconocido y a lo prohibido.
El erotismo es fundamentalmente ambiguo: es a la vez placentero y doloroso, creador y destructor, sagrado y profano. Es en esta ambigüedad donde reside su fuerza y su misterio.
Muerte: La Conciencia de la Finitud y la Fascinación por lo Prohibido:
La muerte es una presencia constante en la obra de Bataille. La muerte no es solo el fin de la vida, sino una dimensión fundamental de la experiencia humana. La conciencia de la muerte es lo que nos distingue de los animales, y es también lo que nos conecta con el erotismo.
La muerte es fascinante y repulsiva a la vez. Es el límite absoluto, lo desconocido por excelencia, y, por lo tanto, un objeto de deseo y de temor. El erotismo, en su dimensión transgresora, se acerca a la muerte, juega con ella, la desafía.
Violencia: La Ruptura del Orden y la Experiencia del Exceso:
La violencia, para Bataille, no es solo la agresión física, sino una fuerza más general que rompe el orden establecido, que desgarra los límites y que libera las energías reprimidas. La violencia puede ser destructiva, pero también puede ser creativa, catártica y reveladora.
La violencia está íntimamente ligada al erotismo y a la muerte. En el acto sexual, en el sacrificio ritual, en la guerra, la violencia se manifiesta como una fuerza que transgrede las prohibiciones y que acerca al individuo a la experiencia del exceso.
Lo Sagrado: La Experiencia de lo Prohibido y la Comunicación con lo Trascendente:
Bataille reinterpreta el concepto de lo sagrado, alejándose de las definiciones religiosas tradicionales. Lo sagrado no es lo divino, lo puro o lo bueno, sino lo prohibido, lo ambiguo, lo peligroso, lo que desborda los límites de la razón y de la moral. Lo sagrado es la experiencia de la transgresión, del exceso, de la continuidad del ser más allá de la discontinuidad de la existencia individual.
El erotismo, la muerte y la violencia son vías de acceso a lo sagrado, momentos en los que el individuo experimenta la ruptura de su identidad y la comunicación con una realidad que lo trasciende.
"La petite mort": Bataille utiliza esta expresión francesa (literalmente, "la pequeña muerte") para referirse al orgasmo, como una experiencia que simula la muerte, una disolución temporal del yo en la continuidad del ser.
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Críticas y Debates: La Tensión entre la Transgresión y la Responsabilidad
La obra de Bataille ha sido objeto de controversias y críticas:
¿Apología de la Violencia?: Se le acusa de hacer una apología de la violencia, de glorificar el sadismo, el masoquismo y otras formas de perversión sexual (Sontag, 1969).
¿Nihilismo?: Se argumenta que su pensamiento es nihilista, que niega cualquier valor o sentido a la existencia humana, y que conduce a la desesperación o al cinismo.
¿Oscurantismo?: Se critica su estilo oscuro, críptico y provocador, que dificulta la comprensión de sus ideas y que puede parecer elitista o incomprensible para el público en general.
Propuesta superadora de críticas: Se propone entender a Bataille no como un moralista que busca justificar o condenar determinadas prácticas, sino como un filósofo que busca comprender la complejidad y la ambigüedad de la experiencia humana. Su obra no es una apología de la violencia, sino una exploración de sus raíces y de su significado en la cultura humana. Su pensamiento no es nihilista, sino trágico: reconoce la finitud, la contingencia y el sufrimiento de la existencia, pero también afirma la posibilidad de la experiencia extática, de la comunicación con lo sagrado y de la creación de sentido. Su estilo oscuro y provocador es una estrategia deliberada para desafiar las convenciones del pensamiento y para obligar al lector a reflexionar por sí mismo.
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Cuestiones Abiertas en Filosofía, Ética y Estudios Culturales:
¿Cuál es la relación entre el erotismo y la muerte? ¿Por qué la experiencia erótica se asocia a menudo con la violencia, la transgresión y lo prohibido?
¿Es posible una ética de la transgresión? ¿Cómo podemos conciliar la búsqueda del placer y la experiencia del exceso con la responsabilidad por los demás y con el respeto a la dignidad humana?
¿Qué significado tiene lo sagrado en la sociedad contemporánea? ¿Hemos perdido la capacidad de experimentar lo sagrado, o lo sagrado se ha transformado y se manifiesta de nuevas formas?
¿Cómo se relaciona la obra de Bataille con otras corrientes de pensamiento como el surrealismo, el existencialismo, el psicoanálisis y la filosofía de Nietzsche?

lunes, 6 de septiembre de 2021

Masturbación compulsiva: consecuencias clínicas

Por Lucas Topssian

En el video de Youtube del genial analista Alejandro Campot sobre "Pornografía y masturbación: el hombre sin poder", Campot aborda el tema recordando que la lógica fálica, ordenadora de las pulsiones bajo el primado rector del falo, reduce la sexualidad masculina y a la femenina. Además, introduce el tema de la energía sexual a la luz de la época de consumo actual, en donde la represión está más que cuestionada. Llegamos a un punto de consumo donde hasta el sueño, que es el momento en que uno no consume, se compra en farmacias a la manera de psicofármacos. 

La masturbación compulsiva en los hombres es un tema complejo, en tanto que el goce sexual se encuentra sin restricción alguna, de manera que hay varones que diariamente eyaculan una o más veces. En el hombre, el goce sexual se encuentra localizado y atado al pene, cosa que no sucede en las mujeres.

Sobre le energía sexual, siguiendo al médico chino Mantak Chia y el filósofo Julius Evola (¡tomemos nota!), Campot propone una reflexión sobre el uso que a ésta puede dársele, pues se trata de la misma energía implicada en procesos creativos. Si un hombre eyacula diariamente, concluye, "el trabajo del día está hecho", lo que implica un desempoderamiento. La eyaculación le genera al hombre un gasto biológico energético. Dice Mantak Chia:

"Dado que los antiguos maestros taoístas eran también médicos, estaban interesados en la sexualidad como parte de la salud general del cuerpo. En este sentido, practicaron el kung fu sexual porque descubrieron que la eyaculación agota la energía masculina. Probablemente ya habrás notado la pérdida de energía y la sensación general de cansancio que siguen a la eyaculación, lo que hace que tu cuerpo sólo quiera dormir aunque desees seguir atendiendo a las necesidades sexuales y emocionales de tu pareja. Un hombre multiorgásmico lo expresaba así: «Una vez que eyaculo, la almohada me atrae más que mi novia». La imagen de la mujer insatisfecha cuyo amante eyacula, gruñe y se derrumba encima de ella es tan común que en nuestra cultura se ha convertido en un chiste, pero el cansancio que sienten los hombres después de la eyaculación es tan antiguo como el primer coito. (...) Durante la eyaculación disfruta brevemente de las sensaciones pero después se queda exhausto durante muchas horas"

Esto es interesante para aquellas presentaciones clínicas en donde se aprecia un permanente cansancio, la falta de ganas para hacer cosas, problemas de concentración, empobrecimiento libidinal... Y que aún así no se trata de personas en proceso de duelo ni de cuadros depresivos, rescatando así el concepto de neurastenia, que es la que tiene menos prensa entre las neurosis actuales en relación a la neurosis de angustia ó la hipocondría.

El letargo que produce la eyaculación es bien conocido por los deportistas y los artistas, que se abstienen ante un partido importante o un recital. Según Chia, la respuesta a esto sería separar al orgasmo de la eyaculación. 

La dificultad con la sublimación de esta energía sexual, como uno de los destinos posibles a la pulsión mencionados por Campot, es que ese drenaje le sirve al neurótico para diversos propósitos y no resulta tan difícil retirarlo sin un trabajo previo. Recurramos a la sabiduría del meme, para ilustrar un caso:

La caja de pañuelos y la notebook, que muestra el portal de videos pronográficos Xvideos- indican que el hombre (representado por el pato Donald) se ha ido a dormir en lugar de encontrarse sexualmente con la chica. Se trata de una solución sin síntoma ni angustia. Más precisamente, hay una salida de la angustia pero no a la manera del síntoma, sino por el lado de la acción. ¿Angustia ante qué? Si el meme se tratara de uno de esto casos, el paciente no podría decirlo, porque las complsiones aparecen antes del desarrollo de angustia y de cualquier pregunta.

Por supuesto, no se trata de demonizar a la masturbación, sino preguntarse sobre lo que lo desmesurado. El caso del meme hay también otra lectura posible, más sana: la masturbación es una excelente manera de dilucidar cuándo se trata de amor y cuándo de simple deseo sexual, cosa que muchos hombres confunden si están afectado por la cupiditas. Lo que corresponde identificar es cuándo se presenta de manera compulsiva, es decir, ante una forma de angustia rudimentria (como en las neurosis actuales), donde la eyaculación funciona como evitación al desarrollo de esa angustia. Dice Freud:

Los neurasténicos que han contraído su enfermedad a consecuencia de la masturbación caen en la neurosis de angustia en cuanto abandonan tal forma de satisfacción sexual, pues estos sujetos llegan a ser especialmente incapaces de soportar la abstinencia.

La masturbación compulsiva, de esta manera, tiene mucho de lo que se dice una "adicción sin sustancia", como en el caso de las ludopatías o la adicción al trabajo. La aceptación social actual de la masturbación hace que esta conducta, aún en su vertiente compulsiva, quede fuera de cuestión. Si aceptamos que la masturbación compulsiva -como cualquier otra compulsión- está más relacionada al ello pulsional, es difícil ésta que genere el deseo de saber. Incluso, se nota un malestar si el analista intenta a abrir a algo de esto. 

En vista de lo expuesto por Alejandro Campot, debemos tener en cuenta que puede existir este fenómeno, del que probablemente el paciente no hable espontáneamente en su análisis, aunque sí se queje de las consecuencias que ya vimos. Transferencia mediante, el analista puede traer el tema mediante preguntas, exponiendo las dificultades en los términos generales que vimos. De esta forma, se puede apostar sintomatizar algo que de otra manera queda como actual y sin pregunta y dar lugar así al análisis. La mencionada sublimación, sabemos, implica una reordenamiento de la satisfacción pulsional que requiere un trabajo psíquico que como analistas debemos propiciar.

martes, 12 de enero de 2021

¿Queda alguna pregunta sobre la sexualidad masculina?

Hace unos cuantos años, después de entusiasmarme con la primera lectura de Encore, presenté dos trabajos sobre el goce femenino, que me habían dejado bastante satisfecho, por los comentarios que me volvían. En ellos había ubicado no sólo las preguntas sobre el goce femenino, sino también en la sexualidad de las mujeres. Había glosado del escrito de Lacan aquello, de que el orgasmo femenino mantiene su “tiniebla inviolada”, así como diversas referencias a los cambios de nombres que les ocurre sólo a las mujeres en circunstancias tales como el cambio de estado civil. En ese estado de creer tener aclaradas algunas cuestiones importantes de la teoría, recibo la consulta de un varón que rondaba los treinta, profesional, culto, bien parecido, que me describe su síntoma.


Él no tiene problemas en la relación con las mujeres, mantiene relaciones sexuales normales dice, que a ellas las dejan satisfechas pero él aunque eyacula se siente privado de la sensación orgásmica que conoce por descripciones de las novelas y el cine. Como ellas quedan satisfechas, él socialmente bien ante ellas, se negó a sí mismo valorar esta situación como un problema, pero la interrogación le insistía: ¿por qué yo no puedo sentir eso? ¿por qué sólo me entero que terminé porque se me bajó?

Mi sorpresa transitaba porque siempre había tratado como sinónimos eyaculación y orgasmo, y sólo sabía de oído y por alguna lectura que el taoísmo diferenciaba como virtud el tener orgasmo sin desperdiciar el semen y los espermatozoides que pertenecen a la especie y no a cada varón, según esa visión del mundo. Tampoco había leído nada semejante entre los cuadros descriptos por Freud cuando se refiere a la sexualidad masculina en “La degradación general de la vida erótica” y “Una particular elección de objeto en el hombre”, ni en los Escritos o Seminarios de Lacan. Recordándolos, ubicaba que Freud situaba la impotencia y la eyaculación precoz como patologías de un sujeto muy apresado en la madre, temeroso de visitar la misteriosa oquedad femenina por la representación incestuosa de ese cuerpo, que nosotros podríamos situar como preso del goce del gran Otro J (A).

Para las otras patologías que tan bien describe, sitúa a quienes les es posible sostener la erección fálica del deseo disociando su vida erótica en mujeres de las que goza sin amar y otras que ama sin gozar de sus cuerpos, y en las que puede leer como dos versiones maternas, antes y después de descubrir que son mujeres. Quienes hacen esta elección de objeto suelen no tener ningún problema en la erección, pero aún ya agotados no pueden alcanzar ni el orgasmo ni la eyaculación. Estas consultas ya las había tenido y también eran varones que las dejaban satisfechas a ellas, se esmeraban largamente en eso, pero no podían ir más allá del goce fálico - J (ф)-. No soportaban la detumescencia fálica, que ese ansiado final les esperaba, lo vivían como dice Dalmiro Saenz: “en lo mejor sobreviene lo peor”.

Una y otra consulta masculina me eran conocidas, pero este paciente que se preguntaba a sí mismo porqué su eyaculación no venía acompañada de orgasmo, me resultaba novedosa y extraña.

Vuelvo a aclarar que no se trataba de un eyaculador precoz, que no era por eso que disociaba eyaculación de orgasmo, podía tener coitos de una duración satisfactoria para sus partenaires, pero él sentía que terminaba, sólo por la detumescencia y la sensación de salida de un chorro de líquido.

En la bibliografía médica, psiquiátrica y psicológica quedan sinonímizados eyaculación y orgasmo, salvo cuando describen la llamada eyaculación precoz.

Lacan dice en Encore: “Si con ese S(Ⱥ) no designo otra cosa que el goce de la mujer, es ciertamente, porque señala allí que Dios no ha efectuado aún su mutis” (página 101. Paidós. Barcelona. Buenos Aires 1981) Así dicho parecería quedar significado el S (Ⱥ) sólo para escribir el goce de ellas; quedaría del lado varón, sólo el J (ф). Si así fuese: ¿qué estaría pasando con este paciente que no tiene dificultad alguna en la erección?

Si en cambio pensamos en S(A) como ligado al lado femenino del goce, tendríamos que pensarlo en relación a “lo femenino” y no sólo a las mujeres. Cuando en medio de una manifestación nos diluimos al gritar al unísono con tantos otros una consigna o cuando en el estadio de fútbol nos unimos a la multitud en el grito de ¡Gol! , ¿no estamos en ese éxtasis mentando algo de lo que como goce se juega del lado de lo femenino de las fórmulas de la sexuación?

En Análisis terminable e interminable Freud dice: “La repudiación de la femineidad no puede ser otra cosa que un hecho biológico, una parte del enigma de la sexualidad. Sería difícil decir sí y cuando logramos domeñar ese factor en un tratamiento psicoanalítico” Sólo podemos consolarnos con la certidumbre de que hemos dado a la persona analizada todos los alientos necesarios para reexaminar y modificar su actitud hacia él. (Ed. B. Nueva, Madrid 1968, Tomo III página572)

¿No interviene en este sujeto el rechazo de lo Real de la femineidad (que Freud llama biológico en esta cita) con su dificultad de ir más allá del goce fálico? ¿Por qué no situar también el goce que el S(Ⱥ) escribe, del lado de la aceptación de lo femenino en los varones?

Para este joven, que una mujer tenga o no orgasmo, dependía exclusivamente de sus propias virtudes fálicas nombradas como tamaño, pericia, etc. Al igual que Freud en los artículos que antes citaba, reduce la causa de los síntomas sexuales de los varones a un encuentro incestuoso con la madre o a la rivalidad fálica con el padre, sin poner en cuestión la subjetividad de ellas. Esta articulación fantasmática estalla para él cuando despotricando contra una frígida insoportable, le preguntó: ¿Cómo, con usted? ¿Cómo es eso posible con un hombre tan virtuoso? Su dificultad insistía en no aceptar que la subjetividad de las mujeres les determinaba la posibilidad de acceder al orgasmo. El costo de este rechazo de lo femenino no sabía hasta donde tenía que ver con su síntoma, con rechazar lo que llamamos “lo femenino” de su lado.

No es en absoluto mi intención armar una simetría al modo de E. Jones entre ambos sexos que Freud explícitamente desconsidera, sino que como tantas veces ocurre en el psicoanálisis, partiendo de una patología, poder considerar algo atinente a la estructura del sujeto y a su economía de goce.

En este caso al aceptar justamente “lo femenino” en ellas y en él mismo, es que puede ir resolviendo este síntoma que lo interrogara,

En la aceptación de “lo femenino”, lo que lo llevará a dar otra consideración a sus objetos a. Y así anudar deseo y goce en relación al objeto que lo causa.

Joan Manuel Serrat describe el amar como

El orgullo de gustar...
La emoción de desnudar....
Y descubrir, despacio, el juego
el reto de acariciar
prendiendo fuego
La delicia de encajar
y abandonarse.
El alivio de estallar
y derramarse

A este joven le estaban negados estos dos últimos versos, que sitúo como escritos en el goce más allá del falo, S (Ⱥ) en los varones, para poder diferenciar entonces, desde el psicoanálisis el goce que se juega en la eyaculación y en el orgasmo, diferenciando así también ambos términos.

Cuando K. Abraham, le pregunta a Freud cómo hace para atender tantos pacientes y dejarse tiempo para escribir y publicar, Freud le responde que él necesita recuperarse de la posición pasivo-femenina de estar escuchando en el consultorio, tomando una posición más viril al escribir, polemizar y sostener sus ideas. Borges nos decía en la Escuela Freudiana de Buenos Aires que la inspiración él la recibía, y que una vez que era íntimamente tocado por ella se ponía a garabatear borradores hasta que el cuento lo satisfacía o su editor le reclamaba el cumplimento del contrato. La descripción de Borges la podemos leer también como “lo femenino” de la inspiración y lo viril de una posición más activa cuando escribe y corrige borradores.

Lo que Freud y Borges expresan de una escena que no tiene que ver con el coito, me sirve para ejemplificar mejor a qué llamo femenino y masculino a lo largo del trabajo.

El objeto del presente es, entonces diferenciar desde el psicoanálisis eyaculación de orgasmo, y los goces que cada uno de estos términos escribe.

Fuente: José Ángel Zuberman (2011) "¿Queda alguna pregunta sobre la sexualidad masculina?" -

lunes, 26 de octubre de 2020

Elogio de la impotencia.

La sexualidad masculina tiene en su centro la identificación con el orgasmo como demostración de la potencia. En efecto, para el hombre coinciden la potencia, el orgasmo y la eyaculación. De ahí que, en última instancia, para el varón la cuestión sexual se resume en el modo en que se posiciona respecto de si pudo o... no. Y, en este sentido, la respuesta es concreta.

Imaginemos la siguiente situación: un hombre invita a salir a aquel o aquella de quien está prendado y, luego de ir a cenar, al cine, etc. (complétese con los valores ideales correspondientes según el tipo subjetivo), llegado el momento de la verdad, la cosa no funciona. Por lo general, este es un incidente difícilmente superable; para las mujeres suele acarrear un desprecio insoportable y, para otros hombres, un incordio motivo de desesperación. La escena de galanteo sólo podía sostenerse con la presencia velada del falo; ahora bien, llegado el momento en que es convocado, la impotencia deshace la situación. En ese punto, ya no hay sustituto fálico (ver una película, conversar sobre la familia, etc.) para evadir la incomodidad. Algo ha pasado o, mejor dicho, lo que no pasó deja su marca.

Asimismo, la coincidencia de la potencia con la eyaculación permite al hombre todo tipo de destrezas. Entre los más jóvenes, la competencia que permite contar (cuántos goles se metieron, cuántas chicas se transaron en el boliche, cuántos polvos...) y situar una medida según la cual hay más y menos. Mientras que para las mujeres siempre es difícil encontrar que puedan hablar de eso; e incluso a veces el orgasmo clitorideo puede ser un modo defensivo respecto de otro goce menos localizable y que no tiene referente. Si el hombre se identifica con su eyaculación, la mujer encuentra su fijación en la demanda amorosa, en la voluntad de ser amada (de la que Freud decía que era el equivalente femenino del complejo de castración).

El hombre es un ser de destreza, aunque la mayor demostración de hazañas suele tener como fundamento la impotencia. Es conocido el refrán: “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”. De este modo, la detumescencia es algo consustancial a la potencia fálica. (3) En este sentido es que Jacques Lacan, en el seminario La angustia, afirmaba que “la mujer castra al hombre”, o bien que ella es la “dueña” de su erección; en última instancia, estas breves indicaciones permiten entender por qué los varones suelen realizar chistes misóginos acerca de lo que ocurre después del acto sexual. “La mujer perfecta es la que después de coger se convierte en pizza”, dice una humorada grotesca que expone el ocultamiento, a través de un objeto oral, de la vergüenza que solicita se elimine de la escena al único testigo.

La potencia sólo es tal en el marco de su amenaza. Y, por cierto, entre muchos varones la impotencia es el mejor indicador del deseo. Aquel que tenía fama de mujeriego empedernido, el día que consigue salir con aquella que le interesaba demuestra... que la cosa no funciona. De esta manera, ¡la impotencia tiene un valor subjetivo importantísimo! El deseo no se reconoce sino por los tropiezos; es cierto idealismo de la época el que sostiene que si uno no llega a la meta es porque, en realidad, no estaba del todo motivado. El psicoanálisis viene a mostrar todo lo contrario, siempre el único acto es el acto fallido. Sólo podemos sintomatizar el acto, dado que también es la única vía de delimitar las coordenadas subjetivas que implica. En este sentido es que el psicoanálisis, al igual que la tragedia griega, se basa en la idea de que sólo hay un efecto didáctico en las pasiones negativas (“temor” y “compasión”, según Aristóteles en la Poética).

Por lo tanto, la impotencia no es un avatar de la masculinidad. Mucho menos un síntoma de la época. En todo caso, nuestro tiempo pone de manifiesto una intolerancia radical al “no poder”. En La agonía del Eros, Byung-Chul Han dedica un capítulo al “no poder poder” que caracteriza a la relación sexual y que la sociedad capitalista contemporánea rechaza bajo una expectativa de rendimiento, cuyo correlato no es ninguna negatividad (como la del síntoma) sino la depresión y el agotamiento. Así es que Han analiza el best-seller Cincuenta sombras de Grey de acuerdo con un mandato que rechaza lo fundamental del sexo: la relación con el otro, entendido como alteridad radical. La sexualidad, hoy en día, se ha vuelto una destreza más; y perdió su capacidad de interpelación.

Por eso, en el caso de los varones, es especialmente importante tener presente esa instancia negativa, la pérdida que fundamenta toda potencia; para no degradar la sexualidad en disciplina de consumo, pero también para que el sujeto no se dilapide en esa instancia anónima para la cual, en el mundo capitalista, nothing is impossible.

3- En efecto, el goce fálico no es algo subjetivable, cosa que ya sabía Aristóteles cuando afirmaba que “La verga, como el corazón, son órganos que se mueven por sí solos”. Cf. Mimoun, S; Chaby, L., La sexualité masculine, Paris, Flammarion, p. 21. Asimismo, estos autores destacan que “paradójicamente, la erección es un fenómeno pasivo, y en cambio la flaccidez es un fenómeno activo” (Ibid., p. 18).

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "La potencia impotente"

lunes, 13 de julio de 2020

El sexo nuestro de cada día


Por lo general, se tiene la impresión de que la sociedad contemporánea sería más permisiva y, en lo que respecta a la sexualidad, que viviríamos en una época en que ya no habría represiones. Suele fecharse en la década del ’60 el comienzo de la liberación sexual; y para ciertas personas es un indicador de falta de tabúes el hecho de que puedan verse cuerpos desnudos por televisión. En el célebre primer volumen de Historia de la sexualidad, el filósofo Michel Foucault se ocupó de cuestionar la hipótesis represiva de la sexualidad, basada en la idea de que la cultura victoriana (en el pasaje del siglo XVIII al XIX) habría sido especialmente pacata y oscurantista en lo que refiere a cuestiones sexuales; en todo caso, antes que un período de restricciones, lo que inicia en dicho momento es la posibilidad de un discurso sobre la sexualidad que implementó dispositivos específicos para poner en palabras los modos de gozar.

La voluntad moderna empuja a hablar de sexo, requiere que éste sea dicho y capturado en las redes del saber. En este contexto es que Foucault ubica el psicoanálisis como un dispositivo de codificación de lo sexual (en continuidad con la práctica religiosa de la confesión).

Cuestionar esta versión foucaultiana del psicoanálisis sería vano. Mucho más interesante sería interrogar cuál es la situación de la sexualidad en nuestro tiempo, cuando no sólo encontramos dispositivos que conducen a establecer discursos sobre el sexo, sino también un axioma (propio de nuestra época) que podría enunciarse con estos términos: una vida sin plenitud sexual es una vida trunca.

Esto último puede comprobarse cuando en una noticia reciente se planteaba la necesidad de incluir en el plan médico obligatorio (de prestaciones de obras sociales) la cobertura de la conocida “pastilla” para la impotencia masculina. En resumidas cuentas, ¡la potencia masculina pasaría a ser una cuestión de Estado! En esta dirección podrían mencionarse otros casos, en un campo que hasta hace poco estaba reservado a cuestiones relacionadas con lan(anti)concepción.

Podríamos imaginar un futuro próximo, como lo han hecho varias novelas de ficción, en que la “realización sexual” (si algo así existe) de los hombres y mujeres, sería un asunto estatal; aunque bajo un prejuicio singular: prescribir un imperativo de goce, que se identifica con la genitalidad y un paradigma de la salud. Para el caso, vemos proliferar notas periodísticas que comentan estudios “científicos” que afirman que tener sexo durante las mañanas, o bien con amigos, etc., sería “saludable”. En nuestros días es más importante estar sano que vivir una vida que tenga sentido. Se aspira al ideal de una pureza sin arrugas, a expensas de las huellas de la experiencia.

En este punto es que el psicoanálisis demuestra una posición radicalmente opuesta a la entrevista por Foucault. ¿Dónde, si no en un análisis, los hombres pueden hablar de esa impotencia que no se reduce al funcionamiento de un órgano? ¿Con quién, si no con un analista, un hombre puede destituir ese ideal que, en nuestros días, lo consagra a una erección permanente?

Sin embargo, este imperativo no sólo condiciona la vida de los hombres, ya que también proliferan para las mujeres marcas de productos que imponen una nueva imagen de lo femenino: reservorio de múltiples orgasmos; mientras que la práctica del psicoanálisis aloja la queja frecuente de aquellas que no sienten aquello que deberían sentir, pero también de aquellas que sienten... aunque no sepan identificarse como “agentes” de esa satisfacción.

Por esta vía se accede a dos motivos fundamentales de la sexualidad de nuestra época, para los cuales el psicoanálisis ofrece su escucha despojada de toda orientación normativa: para los hombres, la posibilidad de que la impotencia ya no sea un déficit, sino un modo de recuperación del sujeto ante una exigencia normalizante; para las mujeres, la ocasión de que su relación con el goce ya no se encuentre basada en el falicismo del orgasmo, de cuya cantidad sabemos que sólo presumen los varones.

Para hombres y mujeres, en su discordancia fundamental, el psicoanálisis sigue siendo uno de los pocos dispositivos que permite pensar la posición sexuada por fuera de toda intención que reduzca la sexualidad a una performance.

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El sexo nuestro de cada día"