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lunes, 17 de febrero de 2025

Culpa, deseo y responsabilidad en la clínica psicoanalítica

La culpa constituye una brújula clínica esencial para el analista, no solo por su carácter indicativo, sino también por su relación con el deseo, el goce y la responsabilidad del sujeto.

La Culpa: Indicador del Límite y del Exceso

La culpa señala el borde donde el sujeto se confronta con su propio límite, aunque no necesariamente lo atraviese. También revela un exceso: una satisfacción que conecta al sujeto con el "más allá del principio del placer". Lacan desarrolla esta idea en el seminario 7, definiendo el campo moral como el ámbito propio de la satisfacción pulsional. La culpa, en este sentido, no es solo un "penar de más", sino una señal de la paradoja inherente al goce.

El Enigma del Deseo y el Goce

Lacan afirma que el sujeto solo puede ser culpable de ceder en su deseo, lo que plantea preguntas fundamentales: ¿el sujeto es culpable por realizar el deseo del Otro? ¿O lo es por actuar conforme a un deseo que lo libera de cumplir ese destino impuesto? Esta ambigüedad nos lleva a la compleja relación entre deseo y goce, ya que ambos se entrelazan en el fantasma, donde el sujeto busca sostener la completitud del Otro. Por ello, es difícil discernir si la culpa deriva del desear, del gozar, o de cómo el goce sostiene una posición en el deseo.

Culpa, Libertad y Responsabilidad

La culpa no solo orienta al analista en la clínica, sino que abre un margen de libertad para el sujeto. Sin embargo, esta libertad se vincula con la responsabilidad, formando una serie que implica un proceso: culpa, libertad y responsabilidad. Lacan plantea que la responsabilidad no debería considerarse un punto de partida, como un mandato moral, sino un logro del trabajo analítico, un punto de llegada donde el sujeto asume su posición y la cita a la que retorna una y otra vez.

La Resistencia y la Lectura del Analista

En el seminario 1, Lacan critica la idea de atribuir la resistencia únicamente al paciente. Más bien, la resistencia es un momento estructural, una instancia que puede leerse como aquello de lo que el sujeto aún no se ha dado cuenta. En este sentido, considerar la responsabilidad como algo que el sujeto "debe asumir" puede ser una resistencia contemporánea del analista, quien no logra reconocer que el sujeto aún no ha caído en la cuenta de su posición. La responsabilidad, entonces, no es una exigencia, sino un efecto de la caída en la cuenta.

Conclusión

La culpa, lejos de ser un obstáculo, permite al analista leer las relaciones del sujeto con su deseo y goce, mientras que la responsabilidad emerge como una consecuencia del proceso analítico, no como un mandato. El análisis, en este marco, se convierte en un espacio donde el sujeto puede enfrentarse a sus límites, cuestionar su posición y, eventualmente, asumir una responsabilidad que no se impone, sino que se descubre.

martes, 28 de enero de 2025

El Seminario 11 y la singularidad del nombre propio en Lacan

El seminario 11 marca un hito en la trayectoria de Lacan, siendo el primero que dicta tras su excomunión de la IPA. Este hecho inaugura una enseñanza que Lacan desarrolla "a nombre propio", estableciendo las bases para las reflexiones sobre la nominación y el nombre propio que alcanzan un alto grado de elaboración en el Seminario 12.

La posición de Lacan en este momento lo lleva a plantearse una pregunta fundamental: ¿cuáles son las condiciones para que alguien pueda denominarse psicoanalista? Este interrogante, relacionado con la nominación de los analistas, surge temprano en su trayectoria y aparece por primera vez en la controversia que lo llevó a abandonar la SPP en 1953.

Lacan sitúa esta pregunta en relación con la posición del analista, subrayando que no se trata de un "ser" sino de una posición específica respecto del saber. Desde esta perspectiva, el estatuto del saber se entrelaza con la problemática del nombre propio, abriendo una nueva dimensión para su estudio.

Un aspecto central de estas reflexiones es la función del nombre propio en su singularidad. Para Lacan, el nombre propio no es meramente un término particular, sino algo singular que cumple una función de sutura respecto de la falta. Esta sutura se produce en el punto donde el sujeto freudiano está dividido, siendo correlativo de una falta en el saber.

En el Seminario 12, Lacan vincula esta falta con la imposibilidad de escribir la relación sexual como complementariedad. La díada sexual se presenta como un imposible, lo que exige la operación de un tercero, un conector, que permita establecer un vínculo. Este planteamiento no solo redefine la función del nombre propio, sino que sitúa su importancia en el marco de las relaciones simbólicas y los límites de lo imaginable.

martes, 3 de diciembre de 2024

Las posiciones del analista en la transferencia: ¿Cuáles son?

 El campo de acción del analista en la cura se define a través de una triada fundamental: táctica, estrategia y política. Estas dimensiones establecen los marcos desde los cuales se orienta su intervención.

En el plano táctico, el analista goza de libertad en cuanto al modo y forma de sus intervenciones. Sin embargo, en el ámbito estratégico, esa libertad desaparece. La estrategia está estrechamente vinculada a la transferencia, y en este terreno, el analista no elige libremente su posición, sino que debe ajustarse a las exigencias de su función en el proceso analítico.

La función del analista consiste, entre otras cosas, en cuestionar, en inducir la división subjetiva, y en poner en juego el no saber como eje central de la cura. Para poder desempeñar esta función, es crucial que el analista identifique quién es el Otro al cual el sujeto dirige su discurso, ya que esta identificación sirve como guía para evitar caer en la trampa de la demanda. A partir de esta orientación, se delimitan las distintas posiciones que el analista puede ocupar en la transferencia.

Las posiciones del analista en la cura:

  1. Sujeto Supuesto Saber: Al inicio de la cura, el analista puede ocupar este lugar, funcionando como aquel a quien se atribuye un saber. Sin embargo, su rol no consiste en usar ese saber, sino en sostener su función desde la suposición misma.

  2. El muerto: En otra etapa, el analista puede asumir una posición similar a la del "muerto" en el juego de bridge, donde participa sin apostar directamente. Se mantiene presente en el proceso, pero sin intervenir desde una posición activa de protagonismo.

  3. El Otro inconsistente: En un momento posterior, el analista se presenta como el Otro, pero en su dimensión de incompletud e inconsistencia. De este modo, soporta la falta de garantías que caracteriza al Otro barrado, aspecto que es también constitutivo del sujeto.

  4. Semblante del objeto a: Finalmente, el analista adopta la posición de semblante del objeto a del sujeto en su fantasma. En esta función, soporta el carácter separador del objeto a, facilitando el desasimiento del sujeto respecto de sus fijaciones.

Estas posiciones no son arbitrarias, sino que responden a momentos específicos de la cura en los que cada ubicación se vuelve necesaria para avanzar en el trabajo analítico. Por eso, la capacidad del analista para ajustarse a estas demandas es esencial para la eficacia del tratamiento.

lunes, 15 de julio de 2024

El analista no es quien lo encarna. Ni tampoco es patrón, ni medida.

 Desde el esquema lambda Lacan articula la función y la posición del analista con relación al Otro del sujeto. A partir de lo cual se embarca en un trabajo decidido en orden a separar al analista de quien lo encarna.

El analista es una función asociada al concepto mismo de inconsciente. Cuestión que implica que forma parte del forma parte del concepto de inconsciente, precisamente en la medida en la cual el analista es aquello a lo cual el inconsciente se dirige.

Entendido en este sentido, el inconsciente conlleva una pregunta que va dirigida a Otro, más allá de su encarnadura, y esta pregunta debe ser evaluada más allá de una respuesta posible.

El analista, su función, se instituye precisamente con relación a este Otro, cuestión que no implica que le esté habilitado responder desde ahí. Que el analista ocupe el lugar del Otro, caracteriza ese campo de la comunicación humana, por la cual se sostiene que el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida.

Esto significa que la existencia y el sentido del mensaje dependen de quien lo sanciona y no de quien lo emite. Lacan entonces puede plantear que el analista detenta ese poder discrecional del oyente, lo sostiene, lo acoge y lo pone a funcionar, pero no hace uso de él.

Por esto el analista se presta a jugar el papel del Otro en el dispositivo analítico, sin que eso signifique que vaya a ocupar dicho lugar, limitación que enmarca el campo propio de la ética del psicoanálisis.

Tampoco es criterio, patrón ni medida
Anteriormente marcamos la distancia entre la función del analista, su posición, incluso su presencia en la cura, en la transferencia, respecto de la persona que encarna esa función.

Lacan lleva hasta las últimas consecuencias esta diferencia, precisamente porque pudo leer, en el contexto del inicio de su enseñanza pública, las consecuencias clínicas que conlleva en la cura una lectura que no mantuvo separadas ambas dimensiones.

El foco de su crítica fue aquella perspectiva por la cual el analista es llevado a ocupar un lugar en el eje imaginario posicionándose entonces respecto del moi del sujeto. Se trataba de una lectura, criticada por Lacan, que centraba la cura en lo que se denominó la esfera libre de conflicto del yo.

Situar al analista en la dimensión de lo imaginario es solidaria de un concepto de la cura que propende o se dirige hacia el acceso a alguna forma de complementariedad, el hallazgo de un objeto complementario o alguna función de síntesis. Por eso esta perspectiva es solidaria de lo imaginario y, por ende, desatiende la posición del sujeto, se dirige esencialmente al moi.

Por esto, si el analista se orienta a intervenir en esa dirección, se instituye como aquel término al cual el sujeto debiera identificarse al final del análisis. Tomado desde esta lectura el analista pasa a encarnar una medida de la realidad, un criterio a partir del cual el sujeto obtendría, a la salida del análisis, una perspectiva de la vida más acorde a la “realidad”.

De lo cual subyace que esté concepto de la posición del analista implica la suposición de que la neurosis es una lectura “errónea” de la realidad, y plantear que hay una lectura errónea es suponer que hay una que fuese verdadera, en el sentido de estar libre del malentendido.

domingo, 18 de julio de 2021

Proceder como al azar

El éxito "se asegura mejor cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas". S. Freud.

¿Por qué se atribuye a Bion el consejo de mantener esa posición técnica en análisis de abandono de la comprensión, la memoria y el deseo?

La referencia está tomada de Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912), A. E. tomo XII, pág. 114: La coincidencia de investigación y tratamiento en el trabajo analítico es sin duda uno de los títulos de gloria de este último. Sin embargo, la técnica que sirve al segundo se contrapone hasta cierto punto a la de la primera. Mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado, no es bueno elaborarlo científicamente: componer su edificio, pretender colegir su marcha, establecer de tiempo en tiempo supuestos sobre su estado presente, como lo exigiría el interés científico.

El éxito corre peligro en los casos que uno de antemano destina al empleo científico y trata según las necesidades de este; por el contrario, se asegura mejor cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas.

Para el analista, la conducta correcta consistirá en pasar de una actitud psíquica a la otra al compás de sus necesidades; en no especular ni cavilar mientras analiza, y en someter el material adquirido al trabajo sintético del pensar sólo después de concluido el análisis.

Según parece, Freud aprendió de su experiencia con Dora, en cuyo tratamiento aprovechaba los sueños para ilustrar su libro sobre La interpretación de los sueños.

miércoles, 29 de julio de 2020

La transferencia en la psicosis - Élida Fernandez


El analista al convocar a los demonios se encuentra con la transferencia. No hay análisis sin ella, a ella debemos esperar para dar comienzo a la interpretación, ella nos autoriza a ocupar el lugar del Sujeto Supuesto Saber.
La transferencia, santo y seña del comienzo de análisis, no tiene lugar para Freud en la psicosis.
Si el psicótico en su catástrofe libidinal no tiene otro objeto que él mismo, y vacía el mundo de relaciones, no puede quedar lugar para el analista.
En Construcciones en psicoanálisis, la tarea principal del analista no es ya la interpretación sino que ésta prepararía el camino  para acceder a la construcción, que ubicará al sujeto en análisis en relaciona su historia desde la lectura de los efectos del inconsciente.
Pero he aquí que esta tarea es similar a la que realiza el psicótico con su delirio.
Ya en Freud hay similitudes entre el lugar del analista y el del psicótico: ambos interpretan, ambos constituyen. 
Si lo que constituye a la transferencia es el lazo entre el sujeto y el intérprete ¿cómo pensar esta relación en la psicosis?
Lo que la neurosis dialectiza la psicosis lo suelta, y esto en fenómenos de mortificación  y goce desenfrenados.
¿Qué lazo puede anudar a un sujeto psicótico con un analista?
Pienso que es por sufrir en lo real, sin malla imaginaria, que reconstruya este agujero, sin simbolizaciones que regule este goce sin límite.
Por ser objeto sin coto, por no tener el instrumento de la castración, viene a pedir que cese el padecimiento.
Creo que todos lo que trabajan con pacientes psicóticos, coinciden en afirmar:
Hay transferencia en la psicosis. El lío se arma cuando se intenta encontrar una fundamentación teórica. Por eso pienso que la fundamentación de la transferencia en la psicosis es el punto más álgido en su teorización.
En el tratamiento de las neurosis uno se apodera de la parte flotante de la libido del paciente y la transfiere a su propia persona. La traducción del material inconsciente al plano consciente se realiza con ayuda de dicha transferencia. La cura por lo tanto, se efectúa por medio de un amor consciente.
En la histeria, la neurosis obsesiva, parte de la libido es móvil y el tratamiento  puede comenzar con esta parte.
Esto no es posible en la paranoia a causa de la regresión al autoerotismo. El médico no encuentra fe por que no encuentra amor.
En Lo inconsciente, en el capítulo VII  Freud se aboca a las llamadas neurosis narcisistas, para diferenciarlas justamente por vía de las otras neurosis.
En la esquizofrenia la libido no buscaría un nuevo objeto sino que se retiene en el yo  produciéndose un estado de narcisismo primitivo.
Acá Freud  ubica en primer plano las alteraciones del lenguaje con referencia a órganos  o inervaciones  del cuerpo.
El dicho esquizofrénico, ha devenido lenguaje del órgano.
En las esquizofrenias las palabras son sometidas al mismo proceso que desde los pensamientos oníricos latentes crea las imágenes del sueño y hemos llamado proceso psíquico primario.
El proceso primario caracterizado por la condensación (una representación puede tomar sobre si la investidura integra de muchas otras)  y por desplazamiento (Una representación puede entregar a otra todo el monto de su investidura).
Si propone Freud que en la esquizofrenia las representaciones de palabra están sometidas al proceso primario podemos deducir aquí la no instauración de la represión primaria como constituyente del sistema inconsciente separado del preconsciente.
El sueño reconoce una regresión tópica, la esquizofrenia no. En el sueño esta expedito  el comercio entre investiduras de palabra  (precc.)  e investiduras de cosa (icc.), lo característico de la esquizofrenia es que este comercio permanece bloqueado.
Este comercio bloqueado, el tratamiento de las representaciones de palabra por el proceso primario nos da como resultado un aparato psíquico diferente en las neurosis narcisistas: una no instalación de la represión primaria, por lo tanto la no traducción  entre representación inca y la representación palabra sobre investida como intento de restablecer la relación con el objeto.
Esta relación de objeto fue recortada, forcluida, tratada como si nunca hubiese existido “el yo se arranca de la representación insoportable pero esto se entrama de manera inseparable con un fragmento de la realidad objetiva.
Todo este recorrido lo hizo para poder situar este dato clínico. HAY TRANSFERENCIA EN LA PSICOSIS, No la transferencia de la neurosis, sino otra distinta, de características peculiares que propongo que se puede leer también desde Freud.
Es justamente  en este recorrido, en esta afirmación “la investidura de las representaciones palabra de los objetos se mantiene” donde podemos situar su particularidad.
El psicótico no nos toma por objeto, nos toma por palabra, palabra excluida de la estructura del lenguaje. Nos da el tratamiento que le da la palabra, nos trata como signo.
Tampoco podemos decir alegremente que el neurótico nos toma por objeto, mas bien busca reconocimiento, ser amado.
Es cierto que el psicótico no nos pide que lo amemos, asevera que lo hacemos (en la erotomanía) o que tiene la certeza que podemos hacerle daño (paranoia). Pero nada mas ajeno que la transferencia a la subjetividad y a la dialéctica del reconocimiento de un otro.
Entonces podemos decir que la palabra es transferencial y si hay palabra en la psicosis hay transferencia.
Pero hay diferencias:
El tratamiento que le da el psicótico a la palabra es peculiar.
Ya sea que digamos con Freud que la representación de la palabra esta aquí afectada  por el proceso primario o que afirmaremos la existencia de holofrases donde S1 y S2  están condensados de tal manera que no se produce un intervalo, o que situemos el neologismo como un sentido pleno sin posibilidad de dialéctica alguna, estamos situando la palabra en la psicosis en un estatuto distinto y con un tratamiento propio, con otra lógica.
Cuando el psicótico nos engloba en su delirio generalmente la relaciona al analista  como palabra es paranoide o erotómana. O somos los que hablamos la lengua del perseguidor, o la del amante.
Transferencialmente el analista queda ubicado en el lugar donde proviene eso que le habla, lo persigue, lo ama. Esto en el momento del despliegue delirante. Este otro que lo ama, persigue, habla, etc. se dirige a él. Acá podemos  pensar como lo forcluido retorna desde lo real pero no idéntico. El sujeto que no pudo alojarse en el otro delira que ese que no lo alojo lo busca, lo necesita (erotomanía) o necesita destruirlo por su enorme poder (paranoia).
No es lo mismo la ubicación de la relación con el analista durante las crisis o fuera de ellas.
Después dice que así pueden coexistir en la psicosis, la relación salida de su eje con el otro, con la relación amistosa.
Se pregunta ¿que lugar entonces para el analista fuera del delirio, fuera de esta relación  salida de su eje con el otro?
Retornando a la afirmación: el psicótico no nos toma por objetos sino por palabra. Esto dio lugar a todas las advertencias sobre las precauciones de no interpretar y todos los riesgos que corremos en cada intervención.
Acá propone lo siguiente:
Dijimos la posibilidad de un “amor de amistad, de una phillia, de un amor de uno o más sujetos en relación a una idea” un primer amor al semejante, salido de la relación al otro que goza, en la psicosis. Este es el lugar posible para el analista en el tratamiento, el secretario del alienado, el lector de un lector, el testigo de un testigo.
Amor posible fuera de la dialéctica de la castración.
Dentro de esta phillia, la transferencia es aquí a una idea, al analista como palabra, palabra que toma por si misma el lugar de una cadena integra de pensamientos, palabra tomada por la cosa, sometida al proceso primario.

miércoles, 22 de abril de 2020

No hay clínica de lo real, sino por añadidura.

Fuente: Dvoskin, Hugo (2010) "No hay clínica de lo real, sino por añadidura" - Imago Agenda.

“Sabía de la angustia con que el analfabeto se atiene a
 esquemas invariables (…) de la energía que cuesta ocultar
 su condición de analfabeto”.
 Michael, en El lector 

1. El texto “La detención de las asociaciones” concluía con una frase que me acompaña desde hace un tiempo “¿acaso lo real lacaniano sea el nombre de la pulsión de vida freudiana?”.1 Esta frase pone en cuestión la supuesta y obvia relación entre goce parasitario y pulsión de muerte. 

El psicoanálisis padece sin discontinuidad la pérdida de lo sexual como núcleo del conflicto intrapsíquico. Si la Cultura logró absorber el término libido que Freud había vuelto a la vida, para asimilarlo al de energía psíquica… los psicoanalistas acompañaron ese movimiento que vaciaba a la clínica de piedra fundante. Asimismo, Freud promovió a partir de 1915 reformulaciones sobre el modelo pulsional que cobraron un armado coherente con “El problema económico del masoquismo”.2 Freud logra resolver no sin paradojas que la vida sexual, lejos de apuntar a un descenso de la energía, requiera de un recorrido que tiende a aumentarlo. Esta exigencia es consistente con lo que habitualmente denominamos placer preliminar. A esta problemática tan delicada, los psicoanalistas, fascinados con la palabra “muerte” que forma parte del concepto pulsión de muerte, transformaron este concepto en una tendencia hacia la propia ruina y la asociaron con el masoquismo. Sin embargo, ya desde lo energético la pulsión de muerte queda muy lejos del masoquismo. Mientras la pulsión de muerte tiende a la mínima tensión, el masoquismo sólo puede pensarse como un aumento desmedido de la misma en los límites del propio aparato. La pulsión de muerte, fuerza conservadora que administra la energía para poder recorrer los mismos caminos que la Cultura y los significantes ofrecen, conduce a la muerte por sus derroteros lentos y seguros. La sexualidad, el masoquismo, la pulsión de vida van a la búsqueda insaciable que hace zozobrar a aquellos caminos predeterminados y que encuentra la muerte sólo a veces y en cortocircuito. 

Pero la psicología que todo lo puede y todo lo explica logró por esa vía hacer pie en nuestra práctica. Con frases tales como tendencias masoquistas, mucha pulsión de muerte, la persona se boicotea, un ello indómito o en la versión más sofisticada del lacanismo un exceso de goce se pretendía y se pretende dar cuenta de las dificultades en la cura y explicar sin más los límites de la práctica. La psicología logra imponer su lógica de “Dr. Jekyll and Mr. Hyde”: un diablo habita en el cuerpo del ser humano y se trataría de sacarlo, dominarlo o “acotarlo” en la actual terminología. Planteado de esta manera, los problemas de la dirección de la práctica quedan del lado del analizante y en cada una de esas explicaciones domina, aun cuando no se lo explicite, el componente genético o congénito. La exigencia de implicación con que se machaca al sujeto excluye al analista y se disuelve en la biología. Si la biología no alcanza, el analizante debe ceder algo. Si además se “empecina” en no hacerlo, corre el serio riesgo de que sobre sus hombros recaiga el peso de sentirse o ser acusado de alguna de las formas de miseria que se le adjudican a quien se queda con su ruinoso goce. 

2.Paciente: “Ahora entiendo, dejé mi anterior análisis porque allí había algo que me resultaba expulsivo. Con relación a ese tema me decía cosas que me hacían doler. Me insistía, a veces en forma agresiva, con que tenía que dejar esa relación”. 
Analista: “¿Por qué dirás ‘me resultaba expulsivo’ y no simplemente que había sordera de parte de él, que había algo que no se escuchaba?

“Me resultaba expulsivo” queda en una zona intermedia, la responsabilidad cae mucho más del lado del analizante que del analista. Refiere probablemente a una toma de posición del analista que supuestamente el analizante no tolera y que justamente coincide con la imposibilidad de dejar “esa relación”. Por efecto de ese análisis, con sutileza, el paciente había aceptado el lugar que el analista le proponía: culpable por no soportar los avatares de la cura, miserable por no dejar su goce. La sordera, ausente hasta ahora en el discurso, se trasforma en un significante antónimo3 a expulsivo porque pone el asunto en las antípodas al señalar que no se trata de hacer ceder un goce sino de escuchar un deseo más allá de los sinsabores que esta relación generaba al paciente. Situado el deseo, éste tendrá su precio, el cual eventualmente, podría ser excesivo. Pero eso se refiere a otro tiempo del análisis, allí cuando ese deseo haya quedado situado y pueda encontrar vías alternativas si se encontrara con imposibilidades. El analizante ofrece su versión ligeramente melancolizada de aquellas intervenciones en las que su anterior analista simplemente no leía el deseo que se anudaba a aquella satisfacción. A la pregunta que el analista no tuvo “¿qué deseo se juega ahí?”, al paciente le había llegado una respuesta que se transformaba en una demanda y en una exigencia: que abandone cierto goce. Aunque quizás sea obvio, no es innecesario agregar que lo que está en juego ahí es la suposición de que ese goce le hace mal, un goce perjudicial. Le hace mal, se perjudica, masoquismo, goce, pulsión de muerte, ceder, una línea de ideas sin fisuras que llevan al sujeto hacia el punto melancólico y culpabilizado. Podría acaso formularse que el deseo del paciente era un real del analista, la x incomprensible que le lleva a exigirle que abandone la relación. La sordera del analista era un real del paciente que si bien no le impidió dejar ese tratamiento, lo empuja hacia una implicación donde no la hay, la de querer perjudicarse.

viernes, 28 de febrero de 2020

El análisis de cualquiera: los inanalizables.

No se trata de tener ciertos problemas, tampoco de responder algunas preguntas. Mucho menos de conocerse, con la especularidad que implica el reflexivo. Y, pase lo que pase, se trata del deseo de análisis. La pregunta es dónde comienza, como se mantiene y en qué momento se convierte en un goce que no pide otra cosa que su existencia. 

Sin deseo de análisis, aunque alguien visite con regularidad a quien lo recibe según las reglas del dispositivo analítico, el asunto se convierte en inanalizable. Quiero decir, no basta el sufrimiento y/o el alivio que circula, cuando falta ese deseo de otra cosa que no es demanda de “resolver problemas” –aunque se presente de esa manera– sino esa inquietud de sí que dice algo de la pregunta encarnada en cada singularidad. 

Gianni Tognoni, especializado en políticas sanitarias dice algunas cosas de interés: 
1. La medicina es como una rama de la economía. Y los médicos sólo quieren ganar más. 
2. Los laboratorios lanzan cada vez nuevas versiones de los mismos remedios. 
3. El plan oficial argentino Remediar es una trampa para el sistema de Salud Pública. 
4. La sobremedicación no está controlada: “El tratamiento de la demencia senil en ancianos. Los medicamentos que hay no ayudan en nada y no terminan con la enfermedad, sólo de vez en cuando los despiertan un poco. La contrapartida es un aumento enorme de ventas.

Los trastornos sexuales son otro gran mercado. Por ejemplo, muchos jóvenes toman Viagra en la primera cita: es una locura y, sobre todo, porque no les hace nada. Muchos médicos recetan también una droga similar a las mujeres cuando se quejan de no haber tenido sexo al menos dos veces en los últimos tres meses. Eso no es serio. Hace poco escuché algo sobre una nueva enfermedad: ‘el síndrome de las piernas inquietas’. Si uno de vez en cuando mueve las piernas por nervios, puede tomar un nuevo remedio que actúa como placebo. Es como si fuera un chiste, pero es increíble la cantidad de enfermedades que se inventan para ganar más dinero” (Diario Perfil 29/10/06). 

Gianni Tognoni, doctor en filosofía y medicina, es también un referente internacional en farmacología y epidemiología y dirige el Instituto Mario Neri Sud en Roma. Bastan estos datos para confiar en que sabe lo que dice. El mercado de la salud inventa enfermedades, los mismos medicamentos cambian de nombre y de presentación y vuelven a circular, los laboratorios premian a los médicos que más recetan con invitaciones a congresos, etcétera. 
¿Qué tiene que ver esto con el psicoanálisis? Se genera una posición donde cada uno es asistido para resolver un problema del que sería el receptor pasivo. 

Cualquiera que haya practicado el psicoanálisis sabe que debe sacar a quién lo consulta de esta posición: es lo que Jacques Lacan llamó en su momento “rectificación subjetiva”. Lejos de encontrar una solución para el problema planteado en estos términos, primero habrá que confrontar al sujeto con el problema que dice tener. 

Esa medicina descripta por Gianni Tognoni también alimenta la cortina de humo de la crítica al psicoanálisis. Cada semana alguna publicación explica al consumidor cómo debe ser un psicoanalista: como por arte de magia, siempre se trata de algo que de seguirlo en la práctica volvería imposible el análisis. No tiene que haber malentendido alguno, el consumidor debe saber de antemano los pasos a seguir, no aceptar lo que no entienda que es para su bien, etcétera. Es que la economía de la medicina no quiere que le distraigan la clientela. 

El análisis de cualquiera tiene como condición que exista un deseo de analizarse, algo que difiere del pedido de solución de un problema. Ese deseo puede leerse entre las palabras de un pedido, pero no se trata del pedido mismo. “Quiero entenderme con mi pareja”, dice el que busca ayuda para separarse. “Yo me castigo”, interpreta quién se dedica a castigar al partenaire con sus quejas. 

Dicho lo anterior, es analizable cualquiera que lo desee y tenga la suerte de encontrarse con otro que sepa que el inconsciente responde cuando el que pregunta ya está adentro. No todos los que sufren quieren analizarse, pero cualquiera que se analiza sufre de alguna cosa.

Fuente: Germán García (2006) "El análisis de cualquiera", publicado en Imago Agenda

lunes, 24 de febrero de 2020

La singularidad de la relación de amor en la transferencia

Hoy vamos a hablar sobre la transferencia y el amor. La transferencia es evidencia del inconsciente y para Freud, fue un modo de decir del inconsciente en las vías de la creencia del Otro, ya que el Otro es el representante del inconsciente. Al comienzo de sus investigaciones, Freud ya había tomado en cuenta las diferentes formas de ese lazo discursivo en 2 vías:
  • Una que posibilitaba leer el inconsciente.
  • Otra por el cual se volvía un obstáculo.
En el comienzo de la experiencia analítica estuvo el amor. Es un comienzo que toca la relación entre un hombre y una mujer: Breuer y Anna O. Anna O., paciente de Breuer, tenía 21 años, una formación intelectual importante. Pasando tiempo cuidando a su padre enfermo, desarrolló una tos importante que no tenía explicación. Tenía dificultad para hablar, que terminó en mutismo. Luego decía expresiones en inglés y en su lengua natal era alemán. Cuando el padre enfermó, ella lo empezó a cuidar sin moverse de su cama. Al fallecer, ella empieza a rechazar la comida y se le presenta una serie de síntomas: perdió sensibilidad de pies y manos, tenía parálisis parciales, espasmos involuntarios y alucinaciones visuales. Pasó por cambios de humor e intentos de suicidio. Breuer le diagnosticó histeria.

Piensen que este es un comienzo donde Breuer comenzaba a escuchar pacientes con Freud. Freud era de algunas manera su discípulo. Breuer ayudó mucho a Freud, porque inclusive le dio la posibilidad de un consultorio, de que comenzara a tener pacientes. Fue alguien muy importante para Freud. Entonces, Breuer le diagnosticó histeria a Anna. A pesar de los estados de trance, ella podía hablar de fantasía y recuerdos y ubicó que esto la aliviaba. O sea, el hablar aliviaba.

Breuer llamó a este método como catártico o cura por la palabra. Todo transcurría existosamente en el tratamiento. Iba avanzando, aliviándose los síntomas, hasta que Anna dice estar enamorada del médico. También dijo estar embarazada del médico. Breuer se asusta de este efecto y abandona la cura de esta paciente dejando a Freud a cargo de este tratamiento. 

¿Qué consecuencias tuvo esto para Breuer? Él viaja a Venecia con su mujer y de este viaje nace una niña. Podemos decir, por los efectos inconscientes que estaban allí implicados, que el embarazo anunciado por su paciente se realiza con su mujer. 

Luego de un tiempo, Breuer y Freud escriben un trabajo juntos, donde están los primeros casos de histeria, y despupes de un tiempo Freud se separa de Breuer por diferencias teóricas. Freud va a servirse de este caso de Anna O. y servirse de la transferencia como efecto de la cura. No cree para nada que se trate de un verdadero amor. Ahí nace el psicoanálisis. 

Lacan nos propone, en este punto, colocar la interrogación en el fenómeno de la transferencia. El amor no es la transferencia, sino un efecto de ella. Surge en un segundo tiempo, tras la suposición de saber. La entrada en la transferencia produce el efecto sorpresivo del amor. Lacan va a poner en cuestión el concepto de intersubjetividad y nos dirá que es lo más ajeno al encuentro analítico. En relación a este punto, Lacan nos advierte para evitar toda situación de consuelo, consejo o seducción. Esa intersubjetividad es dejada en reserva por parte del analista para que aparezca la transferencia. El análisis es la única praxis en la que el encanto es un inconveniente, nos dice Lacan. El dispositivo analítico no es un lecho de amor. En el fondo de la relación analítica, se trata de que el analista muestre lo que le falta, lo que le falta en el discurso.

En el terreno del deseo entre un sujeto y otro, se trata de un sujeto y su objeto. Coloca allí el amor y el deseo. El amor está relacionado con la pregunta al Otro, acerca de lo que él puede darnos y lo que tiene que respondernos. No es que el amor sea idéntico a la demanda, pero se sitúa en el más allá de esa demanda, en la medida que el Otro puede respondernos o no, como última presencia. De lo que se trata del deseo es de un objeto, no de un sujeto. Frente a ese objeto, desaparecemos como sujetos. vacilamos, desfallecemos. Con el objeto ocurre todo lo contrario: es sobrevalorado. 

Con estos términos, Lacan pone a rodar la transferencia para ver las consecuencias en lo más íntimo de nuestra práctica. ¿Cómo conjugar las 2 vías de la transferencia -positiva y negativa?

La transferencia es el automatismo de repetición. Introducir la vía del amor es introducirnos en la transferencia por otro lado. En el origen, la transferencia es descubierta por Freud como un proceso espontáneo. Está vinculada con lo más escencial la presencia del pasado en el análisis. Por la repetición, es manejable por la interpretación y permeable a la acción de la palabra. Para tomar el caso de Anna O., la relación terapéutica con Breuer, fue el soporte donde se enlazó la transferencia de amor que tocaba su relación con el padre. Breuer creyó que era él el destinatario de ese amor y perdió su camino. Freud tomó el guante y ubicó que no se trataba de él, sino de otra cosa: de la presencia del pasado en el análisis.

Lacan nos aporta que en las neurosis, si el analista interpreta e interviene en la transferencia, tiene que hacerlo desde el lugar que la propia transferencia le otorga. A la transferencia y a la interpretación les antece un elemento muy importante: el deseo de analista.

Lacan comienza a articular la posición de la transferencia en lo que llama la disparidad subjetiva. La posición de los 2 sujetos no es equivalente y cuestiona la noción de intersubjetividad. En el discurso analítico no hay una relación analista - analizante, no se trata de una relación entre sujetos, ya que en el transforndo de una relación de amor, el deseo apunta a un objeto. Si la apertura de la trasnferencia requiere del amor para que pueda instalarse, es a su vez obstáculo, resistencia, cierre del inconsciente.

Freud, con Anna O., nos enseño a no retroceder frente a este efecto ni ceder ante los sentimientos amorosos de los pacientes ni de los propios. El amor de transferencia es un amor auténtico y como todo amor, es engañoso: desconoce el sostén de su fantasma y la trampa narcisista en la que se asienta. El sujeto hace en el análisis lo mismo que con sus objetos: transfiere en el analista el lazo que ha establecido con otros y la satisfacción que obtiene de su fantasma. La demanda de amor pide satisfacción directa al objeto que se dirige, repitiendo el tipo de satisfacción obtenida con otros. Pone al analista en el lugar al que se dirige la demanda de amor, revelando la disparidad del amor: el analizante como amante; el analista como amado. 

El analizante, por amar al analista, cree en su saber y por suponerle un saber, lo ama. Ante la demanda, el analista se deja tomar por la cobertura que el sujeto hace de sus objetos. Se prestará al fantasma, ¿pero para qué? Su respuesta por la interpretación y al deseo de analista apuesta a operar para poder trasmutar el amor en trabajo. Amor a los significantes del psicoanálisis y trabajo que implica saber. El analista apunta a que se anude ese amor a los significantes, al saber, para hacer surgir el inconsciente. Puede hacerlo por su deseo de analista, por su relación con los significantes del psicoanálisis. 

La singularidad de cada relación de amor que cada análisis revela, tiene consecuencia sobre la tranferencia y su salida como fin del análisis. Por esta singularidad, existen tantos analistas como analizantes. ¿Qué quiere decir esto? Que la singularidad de la relación de transferencia entre analizante y analista es única, entonces ara cada analizante hay un analista. Por ejemplo, alguien que se analiza y deriva a su amigo al analista, ¿van al mismo analista? No, porque las condiciones de la transferencia que se establecen no son las mismas. Lo mismo podemos pensar para el final de análisis: hay finales de análisis con su particularidad. Hay "finales" porque no existe un solo final de análisis. Hay finales de análisis por las condiciones de amor que tocan el comienzo, o sea, el amor de transferencia.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Las redes sociales y la subjetividad. Letosas.

Por José Vidal
Trabajo presentado en el Congreso Argentino de Psicoanálisis 2018 organizado en Córdoba por APC, APdeBA y APA.

La incidencia de la redes sociales en la vida subjetiva es creciente. Usando un término de Lacan , podríamos decir que estos dispositivos técnicos o gadgets son letosas, (Lacan… 174) formas del objeto (a) destinadas a producir una captura fascinada del sujeto en el consumo. Pero, de modo sorprendente, Lacan sitúa al analista mismo como una letosa, en tanto lugar imposible. Razón por la que merece que nos detengamos en esa noción.

El tema de las redes sociales es frecuentemente motivo de severos conflictos para los analizantes en el seno de sus familias y grupos de amigos, causados o mediados por los posteos de los demás, sean referidos a temas políticos, machistas o feministas, que resultan mucho más irritantes que una discusión en persona. El sujeto, desconociéndolo, parece no conectarse realmente con el otro, sino con un espacio virtual, la llamada shitstorm, verdadera usina de videos, audios y textos que circulan en las redes y que, intencionalmente o no, parece destinada a causar la angustia.

Como plantea Boris Groys , (Grois… 21) el sujeto contemporáneo es empujado a la producción de una imagen de sí mediante el diseño de su perfil en las redes sociales. Eligiendo sus fotos, publicando sus gustos y actividades, se hace gestor de sus propios cambios internos mediante operaciones introspectivas y obligaciones autoimpuestas. Similar a lo que Foucault llama tecnologías del yo , (Foucault…67) mediante las que se obtiene un sujeto disciplinado, no ya por una coacción externa, sino por su propio trabajo interno e inmaterial.

Esta imagen de sí, que viene al lugar que antes (de la muerte de Dios proclamada por Nietzsche) ocupaba el alma, es a su vez amplificada y multiplicada en las redes en un movimiento en el que participan, además del individuo, miles de personas que, aun involuntariamente, son incluidos en una suerte de creación colectiva. Como una performance de arte total.

Así, el sujeto contemporáneo es lanzado a la búsqueda de una neo identidad en la que olvida su deseo más íntimo para alienarse en una nube en la que los prejuicios, el odio y la segregación están a la orden día. Podemos pensar que encuentra allí un reflejo imaginario del yo, y del odio de sí, proyectados en el gadget, celular, tablet, etc y de ahí las iracundas reacciones que provocan.

Letosa es un neologismo lacaniano compuesto por lethé, olvido, partícula incluida en la palabra griega aletheia, verdad, (no-olvido) a la que Lacan le agrega ousia, sustancia, quedando letousia. Con lo que podríamos traducir: olvido- ser, u olvido-esencia. Las letosas son la instrumentación técnica de la verdad obtenida por la ciencia, en definitiva, mercancías ofrecidas al consumo y destinadas a causar el deseo y mitigar la angustia. Es decir, son formas del objeto (a) lacaniano, pero con todas las características que Marx le dio a la mercancía como fetiche, objeto trascendente, teológico, sin valor de uso pero que se utiliza para dar un alivio a la existencia del mismo modo que las drogas y el alcohol en la concepción freudiana.(Alomo... )

Las redes sociales, como la televisión, funcionan como letosa, un olvido del ser, que deja de lado preocupaciones y responsabilidades mediante una forma de goce inmediata. Permiten al individuo la ilusión de una identidad autoproducida y una comunidad de “amigos” libre de atavismos y legados. Observemos que esto es normal ¿Quién, luego de una larga jornada de trabajo, no se prende al televisor o a Facebook, como antes leía una novela o se juntaba con amigos en el bar para relajarse y no pensar?

La letosa, como idea, no es la de un objeto maligno que viene a imponerse contra nosotros, sino que somos nosotros mismos los que vamos, casi por necesidad, hacia ese olvido-ser. La verdad no puede estar todo el tiempo presente. La astucia del mercado es hacer un uso abusivo de esta necesidad manipulando el deseo hacia el consumo lesionando los lazos sociales.
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Hay que decir que la letosa, al tiempo que rechaza la propia determinación, que oculta la verdad, como es una forma del objeto (a), es también el lugar en el que puede desocultarse la verdad íntima de cada uno. Recordemos que la idea de objeto (a) en Lacan es el lugar de lo real de la pulsión. La letosa es el objeto que causa el deseo, pero es también el resto causa de angustia y es el ser de objeto que somos en última instancia y que se oculta tras las imágenes idealizadas del yo.

Esto nos indica que debemos llevar al sujeto a observar el uso particular que hace de esas letosas. Si bien los objetos de consumo apuntan al universal, al para todos igual, el goce que encierran para cada sujeto es diferente y allí debe dirigirse la interrogación del analista.

Lacan nos muestra que el acto analítico no estaría en la rebelión respecto a los gadgeds, sino que, si la letosa es un modo del objeto a, es en ese mismo lugar a donde se va a ubicar el analista. Para Lacan, el analista mismo puede ser una letosa en tanto comete un acto radical, angustiante, que es el pasaje de la impotencia a la imposibilidad: “Si es real que existe el analista, es precisamente porque es imposible. Esto forma parte de la posición de la letosa”…“lo fastidioso es que, para estar en la posición de la letosa, es preciso haber cernido verdaderamente que es imposible. Por esta razón se prefiera tanto poner el acento en la impotencia, que también existe” (Lacan…175)

Con imposibilidad nos referimos a lo real escondido en el síntoma y en el lazo social, como tal irreductible. No tiene solución, es in-eliminable, y por lo tanto, se trata, ya no de resolverlo, sino de un saber hacer con ello. Cuando se propone en el campo del poder, superyoico, lograr la solución final y armónica del conflicto, sea éste subjetivo o social, se cae en la impotencia, porque existe siempre un resto, representado por el plus de gozar, el objeto a, que no es asimilable a la solución. Es similar a lo que plantea Freud en El malestar en la cultura. El intento de domeñar la pulsión por la sociedad va dejando un resto que se acumula en forma de malestar.

El pasaje de la impotencia a la imposibilidad, propio del acto analítico, implica la subversión del discurso del amo, que es el discurso de la impotencia, para mostrar al sujeto ese resto in-eliminable, el ser de objeto que se oculta tras los ideales del yo, y permitir una identificación a ese síntoma como lo más propio y una salida siempre provisoria y contingente.

La diferencia entre el gadget y el analista radica en que, mientras la mercancía viene a tapar la angustia del sujeto con una satisfacción inmediata fundada en su inclusión en un universal de consumo, el analista, en la transferencia, podrá por un instante abrir la puerta para el des-ocultamiento del ser, el síntoma en su modo singular en lo que tiene de imposible. Pero advertido que el olvido volverá a cerrar esa puerta.

Bibliografía
• Lacan, Jacques. El seminario 17. Los surcos de la aletósfera. Paidós. Buenos Aires 1992g.
• Groys, Boris. Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Caja Negra editora. Buenos Aires 2014
• Foucault, Michel. Tecnologías del yo. Y otros textos afines. Pg. 67. Paidós. Buenos aires. 2008
Alomo, Martín. Construcción de la noción lacaniana de letosa y su relevancia clínica.

Fuente

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Construcciones en psicoanálisis. Farsa al servicio del sujeto.

Por Mirta Golduberg
¿Cuál fue la razón que llevó a Freud a inventar la construcción? Si Freud necesitó otro recurso que no fuera la interpretación, en tanto lectura a la letra, fue por haber llegado a un obstáculo clínico. La clínica, y en particular la del hospital, nos ofrece en ocasiones la mostración reiterada de un sufrimiento indescifrable por no cifrado. La construcción conjetural efectúa la lectura de la escena, cifrando el trozo faltante de la trama, haciendo ficción. Pasando por la referencia teatral y apoyada en la clínica, la autora apunta a situar el lugar fundamental de la construcción en nuestra práctica.

Es turbadora la facilidad con que el lenguaje se tuerce y no lo es menos que nuestro espíritu acepte tan dócilmente esos juegos perversos”.
El mono gramático de Octavio Paz

Una vez más la pregunta nacida de la clínica me invitó a la lectura y la contingencia produjo el efecto de una conjetura que se dejó escribir: ¿cuál fue la razón que llevó a Freud a inventar la construcción como acto analítico?  

Él ubica la interpretación como operador eficaz sobre las formaciones del inconsciente: lapsus, actos fallidos, olvidos de nombres propios, sueños y síntomas. Si partimos de la premisa de que estas formaciones retóricas son cifrados enigmáticos donde anida el deseo del sujeto, siempre sexual y reprimido, su develamiento se produce a través de esta llave con la que responde el analista.

Pero si Freud necesitó otro recurso que no fuera la interpretación, en tanto lectura a la letra, fue por haber llegado a un obstáculo clínico. Algo en la clínica no le era pasible de ser transformado por intermedio del desciframiento. ¿Qué límite clínico apareció en lo real de su práctica  que le fue menester crear las construcciones, siendo éstas —tal como las definiera— conjeturas, juicios efectuados a través de indicios o suposiciones?

La clínica, y en particular la del hospital, nos ofrece en ocasiones la mostración reiterada de un sufrimiento indescifrable por no cifrado. Este relato, de tour padeciente, nos lleva una y otra vez al mismo punto, borde de una trama que desemboca siempre en el abismo. Escena tras escena, el relato da a ver y nada “dice” a ser escuchado.

La construcción conjetural efectúa la lectura de la escena, cifrando el trozo faltante de la trama, haciendo ficción. Texto novelado o poético, que aporta un sujeto a su acefalía. Freud demuestra cómo, cuándo es eficaz la hazaña, el sujeto retoma con un asentimiento la apuesta en acto del analista. Esta escritolectura pare un sujeto en el mismo acto en el que vacía la particularidad de una mortificación determinada.

Freud apela en este ensayo (1), al igual que en tantos otros, a la literatura y, en este caso, especialmente a Nestroy, autor destacado en el género de la farsa. La verdad se muestra allí a través de la extravagancia y la exageración, siempre con el matiz de lo verosímil. (2)

Llegados aquí, me pregunto qué le debe el psicoanálisis a esta clínica, o mejor, ¿qué le debemos los analistas a ella? Hacemos uso del recurso que Freud nos legara en los finales de su vida, las construcciones, un modo de saber-hacer del analista. Con palabras de Lacan, me pregunto: ¿de qué frasco es éste el abridor? ¿Qué abren, qué efectos producen, para qué, cuándo y cómo nos servimos de ellas?

En su texto de 1937, Freud hace referencia a la posición del analista representándola a través del criado, personaje de El desgarrado, una de las farsas de Nestroy. A lo largo de la obra, éste sólo tiene una respuesta en sus labios para toda pregunta u objeción: “Todo se aclarará en el curso de los acontecimientos”.

Lo llamativo de la asociación freudiana, respecto de las posibles objeciones del analizante ante las construcciones, es que el analista —al igual que el criado de Nestroy— da lugar a la espera. La espera traerá el asentimiento o la refutación, no por parte de la instancia yoica, sino del sujeto del psicoanálisis, de acuerdo al estatuto de real que tenga o no para él.

La farsa es un género de texto breve que satiriza los aspectos ridículos y grotescos del comportamiento humano. Freud al tomarla acentúa el aspecto cómico de ellos, en el sentido de que toca la imagen, a modo de sanción. Habría allí un pasaje de lo real traumático a una escritura, bajo la cualidad de lo cómico. Ello posibilita un reanudamiento de lo que, frente al acontecimiento, la renegación impidió, dejando el cuerpo cristalizado en la escena.

La eficacia de la construcción, cuando es tal, consiste en hacer trastabillar la imagen imperante, que inhibe el movimiento de los rieles discursivos, y liberar al yo de la servidumbre al superyó, que anula las funciones que le son propias: atención, memoria, movimiento.

Vemos como el maestro vienés alude en la construcción a lo teatral, otorgándole al analista el sitio del criado, personaje con el que nos dirige un guiño sobre la importancia de la escena. Escena desgarrada para el sujeto, que por el impedimento de su lectura queda estampado en ella debido a la inmovilidad significante. ¿La función del analista allí  será la de intervenir dentro de la escena misma y hacer que su texto, en tanto cifrado,  advenga como suplemento de lo faltante?

Si cliniquear (3) es el modo en que Lacan ha nombrado la clínica propia de cada analista, construida a partir de la singularidad de su práctica —autorizada con algunos otros—, ofrecer este recorte de mi cliniquear es también el agradecimiento a mis pacientes analizantes, por su enseñanza.

Clara es una joven mujer de unos treinta. Su cuerpo lleva la huella de un exceso glotón, inversamente proporcional a la austeridad de sus palabras, no por escasez sino por precaución.

Desde esa avaricia de palabras, me hace saber que la envía su médico endocrinólogo, que al ver su sufrimiento emocional, decide la derivación. Siendo interpelada, dice: “al despertar no tengo ganas de levantarme”, aunque lo hace igual. “Siento ganas de llorar”, desconociendo los motivos. Prefiere quedarse dentro de su casa a salir. Cuando por segunda vez reconoce desconocer las razones de su estado, desliza una idea casi a media voz, “será porque mi mamá nos abandonó a mis hermanos y a mí”.

Dejando el dicho en espera, pregunto el porqué del tratamiento médico, y cuenta que es diabética e hipertensa. En los últimos tiempos su médico decide la derivación a tratamiento psicológico, dado que observa las señales de su estado anímico, y considerando que deben ser tenidas en cuenta, ofrece el espacio apropiado al padecimiento de su subjetividad.

Teme salir por riesgo a desmayarse y al mismo tiempo se ahoga en el encierro. La invito a decir acerca de esto. Hace un año y medio se desmayó en la calle, perdió el conocimiento, recobrándolo en el hospital. En ese tiempo se declara la diabetes. La marca temporal del episodio es el punto de partida para comenzar a hacer surco significante, y por ese andarivel se decide el inicio.

Nos detenemos en el episodio ocurrido, que nos conduce a otro originario, el primero, 3 años atrás, fecha del acontecimiento enmarcado en las letras hipertensión. Hasta ese momento su vida estaba rodeada del marido, dos hijas y su trabajo. Durante varios años había trabajado como empleada doméstica en una casa de familia, recibiendo el cariño y reconocimiento de sus integrantes y de la dueña de casa, hasta que vuelve a embarazarse.

Al enterarse, su empleadora decide despedirla. Sólo le abona lo trabajado sin resarcimiento legal por el daño del “despido”. Clara no realiza ningún reclamo de este orden y se va silenciosamente. A partir de allí no vuelve a trabajar, actividad que había ejercido desde sus catorce años.

Extraña mucho la actividad laboral fuera de la casa. Llegadas a este punto aparecen algunas lágrimas, permaneciendo su relato en el mismo tono austero. Ella aguanta el dolor. La exclusión del lugar que ocupaba dentro de esta familia fue brutal. Una pérdida de varios órdenes, entre ellos su posición, donde se sostenía fálicamente en su trabajo. Y lo peor, algo tocó su posición en el Ser, reenviándola al abandono materno.

Un comentario con tono anodino, se desliza con un salto de un puro presente, actual, a un punto de arranque histórico: “mi mamá se fue y nos abandonó”. Es en la repetición conclusiva de la frase que le ofrezco la posibilidad de decir acerca de ese hecho histórico: que al ser echada por la señora de la casa donde trabajaba, el abandono se tornó acontecimiento, resultando sus consecuencias en lo real del cuerpo, organismo, (hipertensión-diabetes), y en la subjetividad de su ánimo, una tristeza profunda y desconocida. Un duelo pendiente, equívocamente nombrado “depresión”.

Las preguntas de la analista le dan a Clara el hilo de sus palabras, y comienza a hilvanar su historia. Cuenta que su madre se fue con otro hombre, abandonándolos. Los dejó con su padre, a quien ubica en la misma línea simétrica que a sus hermanos y a ella misma.

Describe escenas en las que el padre enviaba en su lugar a sus hermanos y a ella a sus cuatro años a la casa de su madre para que vuelva, “pero ella no  abría la puerta”. Otras escenas dicen de un padre sentado, llorando amargamente el abandono de su mujer, rodeado de sus pequeños hijos.

Avanzamos forzando lo ceñido del relato, abriendo la sentenciosa frase “mi madre se fue y nos abandonó”. Dado que la apertura del decir trajo otros dichos, hallamos que el padre le impidió a la madre llevárselos con ella. De los tres hijos, Clara era la única que hablaba con ella. Sus hermanos, enojados, rechazaron todo intento materno de contacto.

A la altura de este descubrimiento, decido actuar, corrigiendo un juicio renegatorio que Clara sostuvo hasta aquí: “Entonces tu mamá no los abandonó, se separó de tu papá. A quien dejó fue a un marido, no a los hijos”. Descubrimos que Clara quedó cuidando al “padre del abandono”, quedando adherida a él. Dice que su padre le daba mucha pena.

Un juicio recae sobre un padre que, penando, deja en el desamparo a los hijos, demandándole a la pequeña Clara que ponga el cuerpo por él. Esto produce una piedad que reniega de la castración y hace de Clara y su cuerpo una fortaleza insoportable.

Clara despunta su culpa, en una confesión inesperada y prematura en el tercer encuentro con la analista. Culpa por haberse reencontrado con su madre luego de varios años, durante su adolescencia. El padre, que según ella no tiene ningún problema en que sus hijos vuelvan a ver a su madre, les dice sin embargo: “pueden hacer lo que quieran, pero acuérdense que ella se fue y que no supo de ustedes por años”. A pesar de estas palabras, Clara decidió el reencuentro con su madre, y la consecuencia de su decisión es la culpa que confiesa por traicionar al padre.

Si el deseo de analista es la máxima diferencia, el acto —para serlo— debe echar luz sobre lo reprimido o renegado. Pensar la corrección de un juicio apresado en dichos denegatorios es construcción ficcional de un otro argumento, centrado en la castración. Es la posibilidad ofrecida al sujeto, a través de una nueva escena, la del análisis, de hacer operar la confrontación con la falta del Otro. En este caso, para que al decidir el sujeto admitirla, cese  de ofrecerse mortificadamente a su cobertura.

El acto analítico denuncia la trampa de las palabras de un padre en las que Clara queda apresada por compasión. Es la encerrona, para una hija en el despertar de la adolescencia, ante una elección imposible entre una madre y un padre. Las palabras del padre develan su venganza por un deseo masculino humillado: “la madre se fue con otro hombre”, denunciando su falta en la cobardía que impide su función. La hija se culpa por decidir su propio deseo.

La intervención la reubica subjetivamente, haciendo pasaje de la culpa a la responsabilidad. Es importante considerar que uno de sus hermanos ha muerto trágicamente y el otro vive en la calle, en medio del desamparo de la adicción. Para Clara el peso de la renegación ha recaído sobre lo real de su cuerpo, llevándola a poner en riesgo su vida.

Los efectos de la intervención, argumentada como construcción, se leen en el cambio de posición subjetiva que muestra en los siguientes encuentros, bajo el entusiasmo de su ánimo dado a ver en el tono de su voz, el cambio en el arreglo personal y en una sorpresiva  propuesta laboral.

El desgarrado no es otro que el sujeto: desgarrado de la lectura del texto de una escena de su historia, así como también el texto lo está. La construcción habilita a nuestro sujeto a salir airoso de ella con una versión propia, enhebrándola como verdad histórica, arribando así al final del “curso de los acontecimientos”.

Freud nos lega el papel del personaje de la farsa: un sirviente, un personaje al margen, quedando representado su servicio por el texto que ofrece al sujeto a fin de servirse de él como clave faltante de su historia.

Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y la reserva correspondiente  al abordaje clínico.

Notas
1)       Cf. FREUD, S., “Construcciones en  el análisis”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXIII. 
2)      Tal como es presentado por Borges en su cuento Emma Zunz. Cf. BORGES, J. L., “Emma Zunz”. En: Obras Completas, Emecé, Barcelona, 2000. 
3)       Cf. LACAN, J., “Apertura de la sección clínica”. En: Ornicar?, N° 9, abril de 1977. Versión castellana de la ELP.

Bibliografía
BORGES, J. L., “Emma Zunz”. En: Obras Completas, Emecé, Barcelona, 2000.
FREUD, S., “Construcciones en  el análisis”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXIII.
LACAN, J., “Apertura de la sección clínica”. En: Ornicar?, N° 9, abril de 1977. Versión castellana de la ELP.
LACAN, J., “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En: Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.

Fuente: - Mirta Golduberg (08/10/2018), "Construcciones en psicoanálisis. Farsa al servicio del sujeto". Publicado en El Sigma.