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jueves, 15 de julio de 2021

¿Qué son los fenómenos de angustia? ¿Se deshace el sujeto?

La angustia es un afecto que se produce en el yo y que apunta al sujeto. Funciona como un tiempo de bisagra que permite el pasaje del orden del goce a la lógica del deseo, como aprendemos en el seminario 10. Más allá de la angustia clásica, la angustia que Freud llamó angustia señal, que puede ser  desbordante y hasta tomar la forma de ataque de pánico, hay otras formas de presentación que insisten en la consulta: la angustia larvada, que es sutil y no tiene la fuerza de la angustia señal.

Podemos decir que mientras la angustia señal despierta al sujeto, las angustias larvadas son más incidiosas. Para referirse a estas angustias, Freud utilizó la metáfora de que esa angustia es a la libido como el vinagre al vino. Es una angustia impura. Estas presentaciones se hacen presentes: desasociego, melancolizaciones, "deshumanizaciones", cansancio.

El pequeño otro tiene una cara hostil y una cara necesaria estructural y estructurante para la formación del yo. La cara hostil fue la que hizo que Freud discutiera con el mandamiento bíblico de "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". También Freud habló de las tres fuentes del malestar humano: las inclemencias de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y el Otro. A su vez, el Otro nos precede y nos otorga un referente de identifificación, una imagen unificada en lo que es un cuerpo fragmentando, para formar una gestalt que llamamos yo.

El historidor doctorado en Oxford Yuval Noah Harari es israelí se preguntó por qué el homo sapiens triunfó frente a los otros homínidos que habitaban junto a él, como el homo neanderthalis y el homo florencis. Harari propuso que fue por una revolución cognitiva: el homo sapiens tenía una ventaja sobre los demás homínidos: el lenguaje. El homo sapiens podía transcender e lenguaje de señas y signos, que le servía para el chismorreo, además que para crear sociedades. Harari propone que el chisme, por ejemplo sobre quién era valiente, quién era trampoco, quién se escondía... Esto les permitió formar grupos mayores a los 150 miembros, que era la organización máxima de los demás homínidos. Los sapiens podían formar grupos de miles de individuos mediante la creación de ficciones y mitos. Seres hablantes con una mitología común, ideales comunes, organizan grandes masas sin la necesidad de conocerse entre todos.

El chismorreo actual se monta hoy en día en lo que Lacan llama las letosas. Las letosas, que Lacan hace en referencia al río Letes del olvido de los griegos, son los pequeños aparatos que sirven para el olvido de nuestra condición perecedera. Hay un precio a pagar: olvidarse de lo perecedero borra la falta, que es la que nos permite desear. Las letosas taponan la causa del deseo y causan un efecto melancólico.

El pequeño otro, en tiempos de pandemia, adelgaza: tiene dos dimensiones, producto de la pantalla. Se perdió una dimensión (la tercera). Ahora, sabemos por Introducción al narcisismo que el yo se enferma cuando no puede investir libidinalmente. Esto se ve en la clínica, con la pérdida de los rituales que regulan ese lazo con el otro. 

En la actualidad, el otro se ha transformado en un cyborg, un híbrido que trasciende a la división clásica de la cultura con la naturaleza. El humano cada vez se integra más a la máquina. Esto puede agudizar la angustia, el dolor o los fenómenos de angustia. La soledad o el "adelgazamiento" del pequeño otro hace que la libido no tenga drenaje. En la pandemia se perdieron las reuniones, las fiestas, los eventos culturales, los trabajos presenciales. Cuando las consultas no son por el desborde de angustia, aparecen estas cuestiones de "fenómenos de angustia", si nos basamos en el temprano artículo de Freud de 1895 Las neuropsicosis de defensa, donde habla de una angustia que luego quedará olvidada: la angustia actual, propia de las neurosis actuales. En ese texto, la psicopatología se divide entre las psiconeurosis de defensa y las neurosis actuales, donde se encuentra la neurosis de angustia. Para este tiempo, la angustia es una transformación de la libido, vinculada por la moral sexual victoriana y los métodos anticonceptivos de la época: coito interruptus o la masturbación. La retención de la libido se transforma en angustia, sin mediación psíquica. Esto es muy importante, porque en estos cuadros no están los recursos que sí aparecen en las neurosis de defensa, como por ejemplo preguntarle desde cuándo está así, qué le pasó, etc. El sujeto en transferencia responde y rápidamente arma su historia.

En las neurosis actuales, donde está presente la angustia actual, uno le pregunta a quien padece qué asocia y el paciente no puede decir nada: no trae un chiste, ni un lapsus, ni un sueño. El sujeto "se deshace", podríamos decir. No contamos en estos casos con el recuerso que Freud, en La interpretación de los sueños, llama "la otra escena". Allí Freud dice que los sueños se producen en otra escena, que es la manera que en ese tiempo él llamaba a lo inconsciente. En la angustia actual no contamos con esa escena, o sea que no aparece el efecto sujeto de Lacan, sujeto dividido por la represión, en donde está divido entre lo que dice y lo que sabe, la diferencia entre la enunciación y el enunciado... 

En la angustia actual tampoco está el recurso de la temporalidad inconsciente, que es la del nachtraglich, retroactiva según Lacan. Para darle un sentido a una vivencia, el sentido deviene en un segundo tiempo, de adelante hacia atrás. El psiconeuótico reedita su historia de esa manera, superando las fijaciones a las escenas traumáticas al darles un nuevo sentido. En la angustia actual, las respuestas son al estilo "Me pasa desde siempre", "No sé, no se me ocurre nada". El paciente padece, pero no está allí el sujeto, que es algo que se produce, que es un efecto entre los significantes que el sujeto produce para el analista. El sujeto está representado por un significante para otro significante, cosa que no pasa en estas presentaciones. No es que el paciente no pueda decir nada porque censure o reprima, sino porque no tiene el recurso.

¿Qué podemos inventar los analistas ante esto? Vía su deseo, apostar a un sujeto, aunque no esté. Si el analista aporovecha todas las contingencias, puede de alguna manera reemplazar el papel de las asociaciones. En la neurosis, el sujeto asocia y con las intervenciones del analista , surgen nuevas asociaciones. En los acudros de angustia actual, las contingencias de la escena analítica reemplazan a las asociaciones. Una contingencia es aquello que sucede o podría no suceder. El analista debe leer estas contingencias apostando a la efectuación de un sujeto y de paso eso permite hacer un diagnóstico en transferencia. Si el sujeto se produce, estamos ante cierta estructura; si no se produce, es otra.

La angustia actual, decíamos, se produce por retención libidinal. Puede tener las siguientes manifiestaciones: expectativa angustiada, que hace que muchas veces haya insomnio, ataques de angustia que describe como los ataques de pánico del DSM, ataques de angustia rudimentarios o ataques de angustia larvada, que Freud ubica como segunda causa del insomnio, y también los trastornos digestivos, hambre insaciable, náuseas, vértigos, diarreas. 

La angustia actual es un fenómeno, que no llega al estatuto de síntoma
☑ El síntoma interroga al sujeto, que va al analista porque supone que sabe de eso. Transferencia mediante, el analista soporta esa suposición de saber para transferir ese saber al sujeto que habita en el consultante. 
☑ En el fenómeno, noción que Lacan introduce tardíamente en referencia al fenómeno psicosomático, no hay hiancia entre los significantes (intervalo donde habita el sujeto). En el fenómeno hay holofrase, el S1 y el S2 están pegoteados y allí no hay efecto sujeto. 

Si bien en la angustia actual no hay lesión de órgano como en el fenómeno psicosomático, lo cierto es que en ninguno de los dos se trata de un síntoma que interrogue, que genere asociaciones o que cuente con la otra escena. 

Finalmente, hay que diferenciar lo actual de lo contemporáneo. Lo actual se refiere a esto de la angustia actual, donde no contamos con la otra escena, como Freud lo ubica en 1895. Lo contemporáneo es lo que pasa hoy en día. Se refiere a las patologías de nuestro tiempo, la subjetividad de lo contemporáneo. 

Fragmento de un análisis: cara de culo.
Un paciente de 42 años consulta viniendo de otro análisis, donde había acumulado mucho saber sobre su neurosis infantil y coordenadas edípicas, pero determinadas situaciones no cedían: dificultades para dormir, contracturas cervicales y mal carácter. El paciente no asociaba con nada. Él pedía insistentemente una interconsulta con un psiquiatra para que lo mediquen y algunos tips. hablaba de los problemas que tenía con su hijo de 5 años. Decía que era un mal padre y que la mujer le pedía que pusiera límites y los tips que pedían era sobre cómo intervenir. Hablaba mucho del trabajo, de que a él nunca lo promovían y que a sus compañeros sí. La explicación que se daba a esto era que su jefe decía que siempre tenía cara de culo, cuestión que la mujer también se quejaba. La analista no le sancionaba que tuviera o no tuviera cara de culo, ni tampoco accedió a la derivación a psiquiatría.

Un día, él toca el timbre y la analista baja a abrirle. En una ocasión, en el ascensor el paciente le dice a la analista "Pisé mierda, ¿Querés que me saque los zapatos para entrar al consultorio?". La analista le dijo que entrara así, pues un paciente que decía que tenía cara de culo, ¿qué podría ser ese olor nauseabundo? Ahí está la contingencia que la analista no dejó pasar. El paciente cuenta que se quedó muy conmovido por una intervención de la analista de la semana anterior: le había dicho que él estaba enrocando al hijo por la mujer, en el sentido que era más fácil hablar de su hijo de 5 años que hablar de su mujer. El paciente rechazaba cualquier intervención relativa a su mujer, que permanecía intocada. La analista le dice "La verdad, te tirás mierda a vos mismo hablando de lo pésimo padre que sos y enmierdes a tu hijo de 5 años".

La mirada de los otros le enrostraban su cara de culo. Esto abrió a una serie de asociaciones de su trama edípica, que antes no había tenido lugar: el lugar que él había ocupado como hijo, muy exigido académicamente, con ideales muy altos, en donde "O cumplis esos ideales o sos una mierda". La maldición de no cumplir esos ideales funcioba aen esa portación de rostro "cara de culo". Fue la contingencia del olor, anudada a su imagen, la que permitió hacer dialogar ambos términos. Esto, que estaba enquistado en el carácter y en la forma de presentación, se bre a un tiempo donde puede empezar a hacerse preguntas y a dejar de pedir medicación.

Fragmento de otro análisis: Elizabeth
Es un caso de análisis virtual en tiempos de pandemia. La madre consulta porque la paciente (14) está enojada, tiene mala onda, no tiene ganas de hacer nada, parece que nada le importa, se queja de le cuesta conciliar el sueño y que sufrió bullying en la presencialidad de su escuela. La paciente dice que no quiere ir porque "no está loca", pero la madre insiste que vaya un par de sesiones.

La analista se da cuenta que la paciente además de Whatsapp, no tiene ninguna otra plataforma instalada en su teléfono. Se conectaa la escuela por una plataforma propia de la institución y las sesiones son por la cámara de Whatsapp. La primera intervención analítica es contarle a la paciente que hay distintas plataformas, algunas más estables que otras. Ella elige el Skype. El diálogo con ella era muy difícil, más allá de que no tuviera la plataforma -letosa- adecuada para hacerlo. Tampoco se enfocaba correctamente en la cámara, por lo que aparecía su frente y su pelo. 

Elizabeth cuenta que tiene una única amiga, que de lo que se trata es hablar mal de todo el mundo. Cuenta que tiene problemas para dormir, que todo le da fiaca, que si bien tienen algunos intereses, no se levanta de la cama. Los padres de Elizabeth están separados y en una pelea legal y económica. El padre es bastante injuriante con ella y para él se trata de ser triunfador, no tener amigos. La madre tiene una especie de superioridad moral, donde dice que al padre hay que entenderlo porque tuvo muchos problemas. 

La analista interviene diciéndole que acá estaban para hablar de ella y de lo que le pasa, lo cual no es una interpretación, pero que apuesta a un sujeto aún antes de que esté funcionando, porque no hay temporalidad, ni otra escena, ni formaciones del inconsciente. Ella se centra en la cámara, se corta el pelo y empieza a contar que le gusta pintar y dibujar. Ella muestra sus dibujos, que son antropomótficos, con los ojos muy grandes y sin boca. Del tema de la pintura empiezan a salir preguntas, como si ir a un taller. Se empieza a alejar de esta amiga, que era una sucursal del padre e integrarse a otros compañeros, al poder ver las cosas de otra manera. Ella continúa preguntándose por otros proyectos artísticos relacionados con la música.

Entonces, de la angustia automática se puede pasar a un tiempo de la angustia señal. Esta última es la que convoca al sujeto, que le abre las puertas al deseo.

Fuente: Notas del Taller Clínico Virtual, "¿Qué son los fenómenos de angustia? ¿Se deshace el sujeto?" a cargo de la prestigiosa Lic. Carolina Polak

viernes, 13 de marzo de 2020

El goce en la palabra: el chisme, un preludio a la sublimación.

Fuente: Staude, Sergio (2004), "El Goce En La Palabra: El Chisme, Un Preludio A La Sublimación" - Revista Contexto En Psicoanálisis. Nro 7 (julio 2004).-

1) Palabra y goce.
La letra mata. Mata para dar existencia a algo, a lo dicho, a lo nombrado. La incorporación del sujeto al lenguaje, o del lenguaje en el sujeto, al darle existencia hace que la relación natural con el mundo, y en particular con él mismo, quede para siempre perdida. Pérdida que el psicoanálisis define como pérdida de goce que deja como saldo la impronta imperativa de su recuperación. A esa búsqueda de recuperación la llamamos deseo.

Recuperar la dimensión de goce a partir de esa palabra que lo enajenó es un anhelo que se busca de dos modos diferentes: el primero a través del recurso discursivo. Cada una de las modalidades de discurso, que son modos de lazo social, dice de una forma particular de situar y de buscar ese goce perdido. La otra es intentarlo por medio de las variantes de lo escritural que requiere de la eficacia del arte para lograrlo.

Recuperar un goce es un modo de recuperar un cuerpo. Sin goce somos los cuerpos angélicos de la pura representación, o bien el amasijo informe de funciones biológicas. Lo discursivo y la escritura requieren la presencia de otro, pero también es con un otro y a través de otro que la pulsión, esa buscadora de goce, realiza su circuito. Otro que a su vez queda convocado como testigo de la existencia del sujeto como deseante y como ser pulsional.

La singularidad del descubrimiento freudiano mostró que la sublimación, modo o procedimiento que da forma a las creaciones sociales y culturales, es en su esencia un destino pulsional. El descubrimiento pone en evidencia el estrecho vínculo inaugural del goce y de la palabra.

Lacan redoblará esa pertinencia al homologar la pulsión a una demanda proveniente del Otro fundante de la estructura, tesoro de los significantes, que al nombrarnos nos constituye, nos determina y abre en su proceder el camino de las demandas pulsionales. Esa letra que nos marca y distingue necesita de todo un proceder, el de los tiempos de la estructuración subjetiva, para que el sujeto se apropie de ella, se la apropie y pueda hacer algo con y desde ella. Eso lleva toda la vida y aún así queda siempre un resto no dilucidado, enigmático. Esa marca queda inscripta en el sujeto como huella ardiente, como “letra que sufre demora”(1), hasta lograr disponibilidad subjetiva gracias a una lectura que la habilite. La discursividad es el nombre lacaniano de la letra que “sufre demora”, y es lo que constituye lazo social. Letra que puede adquirir diferentes destinos. Es la letra persecutoria en la paranoia, también la que da origen a las acciones “locas” de los actings-out y los pasajes al acto, es la que lleva a incorporar sustancias químicas que remeden o anulen su eficacia inquietante, o bien la que abre las posibilidades de la transferencia como recurso princeps de la cura. Pero cotidianamente, en los trajines de la vida social, es la usina, la promotora del valor y de la eficacia del chisme. Es por eso que la búsqueda de tramitar ese ardor que las palabras producen y transportan requiere siempre de un otro, de un semejante que debe cumplir con dos funciones: la de ser ese cuerpo donde la palabra encuentra al destinatario de la intensión de herir, de ser tocado por esa eficacia es el otro que recibe la acción, es la víctima del hecho chismoso. La segunda función que cumple ese otro prójimo es como oyente cómplice, voluntario o no. Es quien hará las veces de público que testimonia, con su placer o su disgusto la eficacia de la palabra que dio en el blanco.

El chisme tiene el valor de una construcción “cultural” y posee una eficacia social al poner en palabras la verdad de un secreto, al develamiento de aquello que está oculto, “socializa” un saber que dice de la escisión subjetiva de todo ser hablante. El chisme pone de manifiesto en la escena del mundo, esa “otra escena” que habita a todo sujeto deseante.

En esa puesta en escena el chismoso y los que participan de su acto, encuentran una satisfacción pulsional, pudiendo adquirir el valor de satisfacción perversa. Se goza en tanto se toca y se hiere el cuerpo del otro. El chismoso se hace instrumento de un goce puesto al servicio del goce del Otro (el público, por ej.).

Dos caras que caracterizan el acto chismoso y que dan lugar, en sus extremos, a ser preludio de una sublimación posible, o a la perpetuación de ese placer preliminar que se agota en si mismo y se perpetúa como tal.

2) El hombre es un ser de madriguera
Es en los pliegues, en los dobleces, en las sugestivas zonas de semipenumbra donde cada sujeto hace anidar aquello que atinadamente Freud llamó “el corazón de nuestro ser”. Que allí demos albergue a lo más extraño y extranjero que tenemos no es sino una de las tantas paradojas que nos constituyen. Lo que allí anida se convierte en el más valioso de nuestros secretos y también en el motivo de nuestras vergüenzas y nuestros rechazos. Es lo que el psicoanálisis descubre en el entramado de la relación del sujeto con la pulsión. Contra eso anhelado y anonadante que pulsa en nosotros buscando satisfacción, el aparato psíquico se defiende con repulsa y vergüenza, primeros intentos de ubicación subjetiva ante ese reclamo impersonal. Así la vuelta contra sí mismo y la transformación en lo contrario se constituyen en los modos primeros de encauzar la pulsión. La represión, finalmente, crea el doblez de un espacio interno que escinde al sujeto entre lo que es y lo que en él se desea.

Las alternativas pulsionales se anudan a los momentos fundantes del sujeto: su investimiento libidinal, las vicisitudes edípicas, el reconocimiento de sus carencias. La represión constitutiva de ese aparato incipiente tuvo, en la pluma de Freud, un ejemplo sutil que podemos tomar como anticipo de las creaciones del arte: el giro que se produce en los sueños infantiles. Estos sueños dejan de ser una clara y cristalina expresión de deseos (o así lo suponemos los adultos) para tornarse oscuros y enigmáticos. La represión ha producido efectos, corolarios de la instancia prohibidora paterna. Como el sueño produce extrañeza aún para el mismo soñante, hace necesario el trabajo de interpretación que requiere un lugar otro para escuchar su mensaje y reconocerlo.

Es allí, en el mismo efecto de ocultamiento a la mirada y a la escucha del otro, donde encontramos la certera indicación de que el sujeto del inconciente opera. Así como la completa oscuridad puede ser metáfora de la imposibilidad de un sujeto, de su anonadamiento, la completa transparencia, como lo atestigua la locura del Licenciado Vidriera, es también otro impedimento de la existencia subjetiva.

Se abre así en forma correlativa a la división subjetiva, la inevitable franja de bordes móviles entre lo público y lo privado, un territorio de cosas dichas a medias y a medias reveladas que especifica el modo singular de estar en el mundo con los otros. Es en esta zona que el chisme adquiere el valor de poner de relieve esta condición inevitable del ser humano social.

El chisme abre una perspectiva como modo necesario del sostén de la trama social, no sólo por lo que hace circular como información, como contenido de verdad oculta, sino por el hecho de reflejarnos como deseantes. El chisme sanciona como tal al que queda ubicado como referente, pero adjudica la misma condición al que lo dice y al que escucha.

Como tal es siempre un híbrido, una formación de compromiso, un dispositivo que permite simultáneamente revelar un secreto y resguardarlo, en la medida que dispone siempre del desmentido como manera de neutralizar lo que se ha dicho. Es por eso que es difícil prescindir de él, como del soñar o del fantasear diurno. Refleja el placer secreto que encontramos en revelar secretos, en el susurrarle a alguien al oído las andanzas, aventuras y desventuras de un tercero ausente, pero próximo en la trama de vínculos e intereses, que se convierte en la pieza clave del accionar chismoso. Se divulga algo al modo de la verdad de un secreto oculto, independientemente de que lo sea. Lo que sí es necesario es transmitir la convicción de que lo es.

A esa zona de semipenumbra resulta generalmente placentero y vergonzoso transitarla. Nadie, o casi nadie, se enorgullece de ser chismoso, como tampoco nadie deja de serlo. Algo se presenta como de una imperiosa necesidad, aunque llamamos necesidad a una pulsión que busca satisfacción. La finalidad del chisme es la de descubrir ante un oyente cómplice un aspecto insospechado, oculto, secreto de una vida, de una relación, de un grupo, de una familia o de una institución. No siempre es algo que desvaloriza, pero sí que se oculta y que por lo común se refiere a la sexualidad, al ejercicio del poder, o a ambas cosas.

El pudor y la vergüenza son resguardos necesarios para la conservación de esa zona intermediaria entre lo público y lo privado. El chisme va a jugar con ambas orillas para transgredirlas y a la vez conservarlas. Devela algo ajustándose a la regla de la difusión furtiva, siempre alerta para desdecirse, evitando que se termine de sancionar públicamente algo en forma definitiva. No llega a ser denuncia, no actúa como fiscal de una verdad. Cuando excede sus límites estamos en otros planos de lo discursivo: es la noticia, la información, es el alarde exhibicionista, o el de la traición y la injuria. Su producción implica un cambio de posición subjetiva en el que las realiza.

En la perspectiva psicoanalítica el chisme es ubicable en lo que Freud denominó psicopatología de la vida cotidiana y Lacan llamó “formaciones del inconciente” : los equívocos, los lapsus, los tropiezos, los olvidos, pero en la misma línea de aquellas producciones más elaboradas como el chiste y el síntoma. Como estas dos formaciones participa del juego retórico y al mismo tiempo conserva y tramita una dimensión de goce. Es posible distinguir así un doble plano en el ejercicio chismoso: el primero es el placer del hablael de la conversación. Un placer que, como en el soñar y en el chiste encuentra satisfacción en el mismo hecho de producirse, el deseo se da por realizado y por cumplido al ser reconocido. A diferencia del soñar, pero cercano al chiste, el chisme necesita de un público cómplice para alcanzar su cometido. Pero a diferencia de los otros el chisme tramita un goce  que excede la dimensión de la representación, un goce oscuro que se transmite en silencio aunque paradojalmente sea la palabra la que lo efectúa. Un goce que combina la fijeza gramatical de la pulsión y se apoya, sólo en parte, en el juego retórico del deseo.

La complejidad y riqueza del hecho chismoso se debe a que convergen en su eficacia las teorías sexuales infantiles, las fantasías diurnas, tanto como su conexión con lo cómico y con la puesta en escena.

En el habla cotidiana, esa que Lacan definió con una frase de Mallarmé; “el intercambio de una moneda cuyo anverso y reverso no muestran sino figuras borrosas que pasan de mano en mano, en silencio”, (2) el chisme introduce allí, pone en escena, una dimensión deseante y de goce que el uso cotidiano del habla pierde por su misma función.

El tema del goce del chisme, entendido como satisfacción pulsional, se abre en una doble perspectiva: aquel que se logra en el mismo hecho chismoso, un goce que puede perpetuarse y fijarse en el preludio de una sublimación, y aquel otro que se extiende y alcanza su fin en el hecho creativo, francamente sublimatorio, en la producción de algún tipo de escritura.

3) El chisme como práctica discursiva. Su estructura formal.
El chisme, como vemos, no es un hecho trivial (3) y por eso no es fácil encerrarlo en una rápida definición. Más fructífero es partir de algunos intentos de definición y proseguir desde allí su análisis. El diccionario lo define así: “el chisme es una noticia verdadera o falsa que pretende indisponer a una persona con otra (u otras) o lo que se murmura de algunas”.

Agrega que es “una baratija o trasto pequeño , insignificante”. La etimología remite a niñería, a cosa despreciable y también a la palabra injuriosa. Tomarlo como cosas insignificante, sin trascendencia, permite retomar la mejor de las tradiciones freudianas de valorar aquellas cosas que, por insignificantes, fueron dejadas de lado por el sentido común y la ciencia: las teorías infantiles, la sexualidad infantil, las mentiras histéricas, las equívocos, los tropiezos cotidianos y otras. Permite vincularlo también a la definición lacaniana de goce “es lo que no sirve para nada”. (4)

La primera parte de la definición lo vincula al hecho discursivo y lo relaciona con la verdad y la falsedad. Distinción irrelevante si el objetivo es indisponer a alguien contra otro. El chisme da cuenta de que es posible herir y lastimar con la verdad cuando es el daño la intensión primera. Lo que no es irrelevante es el logro de verosimilitud. Lograr creencia es central.

En esto se asemeja a la función del sueño, crea una escena que tramita la realización de un deseo. El sueño lo hace en el escenario íntimo de la subjetividad del soñante. Si necesita contarlo, transmitirlo, es porque ese sueño no alcanzó totalmente su cometido. El chisme en cambio necesita del espacio virtual de la relación con otros, necesita de la escena social entre lo íntimo y lo francamente público.

A semejanza del chiste, esa otra matriz de la creación cultural, requiere una estructura de relaciones entre tres personajes (que puede incluir una o más personas) que no son sino
lugares articulables. La primera de esas personas es el narrador, el que cuenta el chisme, el que se ubica como el agente de la narración chismosa. No es el sujeto de la historia, sino el agente de su producción, que suele dejar en la oscuridad la procedencia y el origen de lo narrado: “se dice”, o “se dijo” o “escuché por ahí”. Es agente en el mismo acto en que ubica a otra persona (o personas) en calidad de objeto, el referente del hecho narrado. Esta segunda persona es al mismo tiempo motivo del hecho discursivo y blanco de la intensión en juego: burlona, hiriente, desvalorizante, humillante, o por el contrario revalorizada o exultante de ese otro . La tercera persona que completa el circuito es quien sanciona con su presencia, su aprobación - que puede ser de placer o de rechazo - lo que se dice . Esta aprobación funciona como un guiño dado al narrador respecto de un similar deseo inconciente en juego. El tercero es quien recibe una posibilidad de goce sin tener que pagar un precio por ello ya que el gasto, la inversión y la invención corren por cuenta del que lo dice y este sólo puede habilitarse en su goce por la sanción aprobatoria del tercero.

Todo este trabajo, al servicio del goce, implica un proceso de transformación, de elaboración desde un hecho, de un rasgo oculto, de un secreto, un aspecto oscuro e ignorado de la vida de alguien que es necesario poner de relieve. Hasta aquí el chisme adquiere la estrucutura formal del chiste, pero a diferencia de este necesita poner en acción un efecto que lo acerca mucho más a la función de lo cómico (5). Porque el efecto buscado es la caída de alguien: caída de la inocencia, caída de la apariencia sin mácula ni pecado, caída del prestigio o del renombre e, incluso, del poder. A veces no hay caída sino por el contrario una sobreestimación pero siempre de un aspecto “non santo” que no deja de implicar una caída. El chisme se acerca a lo cómico en su propósito de ubicar al destinatario, a esa segunda persona, como una cualquiera en el mundo, escindido, como todos, entre sus deseos, sus pasiones y su moral o su apariencia, aquella escisión subjetiva que oculta el pudor y la vergüenza. El chisme se acerca al humor irreverente, al hazmerreír. Pero a diferencia de este conserva el interjuego de los tres lugares simbólicos, necesita del otro como un público sancionador y aprobador.

El que cuenta el chisme necesita habitualmente desimplicarse de su acto, transformando la información que pasa en algo impersonal, movimiento que lo ubica como homólogo a la posición del inconciente, ahí donde el sujeto desea pero no es. El desimplicarse de la responsabilidad de ese acto no lo hace ingenuo o inocente, el que narra busca adquirir el valor de poseer un saber secreto, un saber que oficia de anzuelo para el interés del oyente. Ambos, al compartir el chisme, serán no incautos respecto de ese saber. Esto consolida, fijándolo, el placer oculto que el chisme tramita. Fija la cuestión en ese goce preliminar al convertirse en un emblema de impostación yoica.

Este saber que se supone que poseen, el narrador y el oyente, lo acercan a la magia y al encanto de las teorías sexuales infantiles, aquellas que surgen y sostienen su eficacia donde el saber imaginario sobre la sexualidad tapona un hueco, una carencia de saber. Como las infantiles, el saber del chisme, está encaminado a responder por enigmas dando respuestas que adjudican sentido y significación a hechos y personajes. Su valor se apuntala en el revelado de una verdad, a la vez que oculta otra, abriendo así a una deriva infinita. Un chisme sólo concluye para iniciar otro, en otro lugar, en otro escenario y con otros personajes.

Dos planos de goce tramita el chisme. Uno es el que Lacan denominó “la otra satisfacción” (6) aquella que encontramos en el hablar. Como en todas las formaciones del inconciente es reflejo de nuestra condición neurótica, se goza un poco a fin de evitar un goce en exceso que anonada. De ahí que constituya una actividad ineludible de la vida social que permite, sin quebrar sus normativas, incluir el mundo fantasmático y deseante del que somos sujetos. Esto es lo que lo acerca y preludia a la labor creativa, a la labor propiamente sublimatoria que requiere para consolidarse, como lo advirtió Freud. la aceptación de un público más amplio que el de los parroquianos intervinientes, el de un público lector, descifrador. Requiere de un lazo social que valore la transformación de la creación del arte, el pasaje por una pérdida a partir de la cual alcanzar un goce.

En el otro extremo, se mantiene la adherencia a un modo que se fija en el “puro bla...bla” perdiendo la dimensión creativa que pudiese alcanzar. En su pasión extrema el chisme se ancla en la finalidad de golpear, de herir, de ensuciar el cuerpo y la subjetividad de alguien. El chisme adquiere en este modo la dimensión perversa del insulto y de la injuria, que no cejan en el intento de confinar al otro como objeto de esa trama pulsional mortífera.

4) Del chisme al escrito: la producción sublimatoria.
La letra libera. La eficacia escritural permite abrir una brecha, una distancia que posibilita la desintrincación pulsional de la mirada y la voz, el terreno fértil del chisme. Este corte, esta hiancia, es la que abre la creación sublimatoria. En un trabajo anterior (7) hice referencia a la labor creativa de Manuel Puig, que logró utilizar su estructura y su eficacia para el trabajo creativo de su escritos. Puig supo partir desde una moción claramente pulsional como la voz, para transformarla en motor y sostén de su narrativa. El mismo cuenta que ante las dificultades en dar con el tono adecuado al relato en una novela con que intentaba describir las andanzas de un personaje donjuanesco de su pueblo natal, se encontró en una franca inhibición. Inesperadamente para él, el conflicto se resuelve cuando encuentra en su memoria una voz que le llega desde su infancia, es la voz de una tía, una voz de mujer. Empieza a registrar y a dar forma literaria a esa voz y así avanza en el texto. “La traición de Rita Hayworth” se había puesto en marcha. (8)

Hay en su obra un interés explícito en reconstruir, literariamente, ese objeto voz. La voz de esa tía le permite recuperar y fijar ese vínculo de particular intensidad que tiene con su infancia, su entorno y la sexualidad. La voz se transforma en un objeto a ser narrado, siendo un polo simultáneo de atracción y de rechazo. La infancia que recupera es un universo de pasiones, de intereses mezquinos y hasta miserables. La voz le permite recuperar, ya en el plano de la ficción ese pasado, al mismo tiempo que lo transforma en otra cosa, en algo más allá de lo vivido. En ese interjuego constante de pérdidas y de ganancias se gesta Puig como escritor, gesta su obra y se va configurando la voz como objeto orientador de su producción.

Un objeto que se ubica como causa de esa producción. Ser fiel en reproducirla más que el valor testimonial o referencial de la misma, le permite recuperar las remembranzas a medias oídas y a medias imaginadas, excitantes y dolorosas de su infancia. La voz se revela como el objeto de un goce secreto y oculto, a la que se aferra al escribir al mismo tiempo que la transforma en otra cosa.

Doble presencia del cuerpo en la letra: la del goce del chisme que queda atrapado en los efectos del decir pulsional, y la huella recreada de esa voz que lo marcó, dejando una impronta sobre la que es necesario operar y producir algo diferente, algo que implique la presencia de un otro interlocutor, de un lector. Una producción que es necesario incluir en
una trama social. Puig mismo lo sintetiza así “Cuando estoy escribiendo tengo que creer en la voz que me está contando la historia. Esa voz debe ser la de un ser vivo autónomo, que no dependa de mi fantasía ni de mi capricho. Tiene que ser alguien que me habla y yo le crea. El arte de narrar es cosa simple: no hace falta más que creer en una voz, no en su verdad, en la realidad de lo que dice, sino en ella misma (9).

Hay otros escritores que han tomado del chisme elementos valiosos para la producción de su obra. Voy a referirme muy sintéticamente a dos a partir de un valioso trabajo que hizo sobre el tema Edgardo Cozarinsky (10). Los escritores son Marcel Proust y Henry James.

En el primero el rescate del valor del chisme está dado por su función de corte, de perforación de la realidad consensual y cotidiana que al modo de una superficie oculta su carácter ficcional porque se la ha naturalizado. Realidad que pierde valor de goce, e interés, a la vez que vela y oculta los resortes de su funcionalidad. Oculta la verdad de su establecimiento y los resortes de su poder. El chisme es lo que le permite al novelista “revelar vínculos insospechados, recortar los fragmentos que su intervención ha producido en figuras inéditas , elocuentes, veraces; el chisme procedería como las ciencias positivas en su combate por dominar los datos y poseer una verdad”...” en esa cosa universalmente difamada..el chisme...impide que el ánimo se adormezca sobre la visión falsa que tiene de lo que se cree que son las cosas y que sólo son su apariencia. Con la destreza de un filósofo idealista da vuelta esa apariencia y nos presenta rápidamente un ángulo insospechado del revés de la trama” ....”el chisme permite romper el hábito que realizan sobre nosotros, acumulando encima de nuestras impresiones verdaderas, para ocultárnosla por completo, las nomenclaturas, los fines prácticos que llamamos falsamente la vida” (11).
Proust enfatiza la función de corte con aquello que enarbolándose como criterio de realidad
oculta una verdad e impide advertir la presencia de aquello que el chisme aporta, la dimensión de goce presente en todo vínculo social y discursivo. Lo paradojal de la advertencia proustiana es vincularlo al tema de la verdad, no a lo referencial como ya lo advirtió Puig, sino las verdades que portan los seres parlantes.

Henry James, que es otro admirador del papel jugado por el chisme rescata dos cuestiones.
La primera es que el chisme le permite también producir un recorte pero distinto al de Proust, aquel con que sitúa, en sus palabras, “el germen”, “las semillas” “los hallazgos” que van a requerir luego los desarrollos, las extensiones y las complicaciones que harán el cuerpo mismo de la trama narrada. El chisme permite rescatar, lo que entiendo que es para James, el corazón mismo que motoriza el relato, el motor del interés y donde suponemos que anida un goce oculto. Un comentario fugaz, una frase dicha como al pasar en una reunión o en una cena, da pie para todo un entramado ficcional generalmente complejo.

La otra cuestión es que el chisme permite el despliegue de una gran diversidad de puntos de vistas respecto a una misma historia o un mismo acontecimiento. James nos dice que toda verdad es una verdad a medias, es una verdad que el discurso vela y revela a la vez. En esto coinciden ambos, James y Proust, porque esa es precisamente la verdad que el chisme pone al descubierto, más allá o atravesando el telón de una apariencia de verdad que brinda un fantasma congelado que se arroga el derecho de instituirse como “la realidad”.

En ambos se advierte la compleja elaboración, el trabajo creativo, sublimatorio que implica el pasaje del chisme como hecho social y como forma de goce individual y social, a la obra
escrita. Obra que necesita recuperar en otro plano, para el autor y para el lector, el necesario
goce que, en tanto perdido, la obra requiere para ser producida.

Sólo así la obra de arte cumple su función, logrando que ésta sea “como en los sueños una
satisfacción imaginaria de deseos inconscientes , fabricados para interesar y cautivar; para que el placer circule, como una impalpable moneda, entre las fantasmales figuras del “destinador” y el “destinatario”. ¿Y qué es el chisme sin la circunstancia más modesta en que el relato cumple esa misión?. (12).

Referencias bibliográficas.
1) Jean Allouch. “La letra que sufre demora” , pag. 225, en “Letra por Letra”. Ed. EDELP.
Buenos Aires l993.
2) Jaques Lacan; “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. pag. 73.
Escritos I ,Siglo XXI, México D.F. 1976.
3) Hugo Beccacece: “El chismoso más grande del mundo”. Rev. “La Nación”. 5.3.89.
Buenos Aires Argentina.
“Arte y suicidio: el chisme en Proust y Truman Capote”. Suplemeto literario de “La Nación”,
6.8.90. Buenos Aires Argentina.
4) Jaques Lacan: Seminario XX. “Aún”. pag. 4. Ed. Paidós, Barcelona, España, 1975.
5) Cristina Marrone y Pablo Kovalovsky : “Lo cómico en el final del análisis”. pag. 100. Cuadernos Sigmund Freud No.12. Escuela Freudiana de Buenos Aires. Buenos Aires
Argentina, l988.
6) Jaques Lacan: op.cit. en 4), pag 65.
7) Sergio C. Staude “El rastro del cuerpo en la letra: chisme y escrito”.
Publicación interna de Escuela Freudiana de Buenos Aires. Argentina, Octubre 1993.
8) Alberto Giordano: La experiencia narrativa”. pag. 62. Beatriz Viterbo Ed., Rosario, Pcia de
Santa Fe 1982.
9) Alberto Giordano. op.cit. 8), pag. 94
10) Edgardo Cozarinsky: “Sobre algo indefendible”. Suplemento literario de “La Nación”. 17 y 24/2/74. Buenos Aires, Argentina
11) Edgardo Cozarinsky, op.cit. en 10).
12) Edgardo Cozarinsky, op.cit. en 10).

lunes, 23 de diciembre de 2019

El chisme en psicoanálisis: “No sé si debería decírtelo...”

No todos los actos humanos pueden ingresar en el discurso chismoso: nadie toma el teléfono para difundir la sospecha de que Fulanita es una chica muy virtuosa”, observa la autora, y propone bases para una teoría que distingue entre la infidencia, la murmuración incierta y el chisme propiamente dicho, ese que enuncia “lo que se silencia para evitar el sufrimiento o la degradación social.

  Por Laura Palacios

El chisme, hijo de la ligereza y del invento, es pariente plebeyo del Secreto. El Secreto exhibe dignidad, prestigio. Se lo ubica en una mansión de escaleras alfombradas. Cerrojos, puertas y ventanas a prueba de lo indiscreto. Conoce íntimamente a la Circunspección. Se codea con la Sobriedad y la Historia. Está ligado por línea directa al Silencio y a la Etica. Se dice heredero de la Verdad y cena en casa del Poder.

Y no sólo Herr Rotschild tiene un pariente plebeyo al que tratar con famillonaria cortesía; al que convidar si no hay más remedio, pidiéndole que entre por la puerta de servicio. Porque el Secreto no es zonzo. Presiente que, en las sombras y librado a su capricho primordial, el pariente plebeyo goza. Y el goce del chisme es corroer la dignidad del Secreto. Hablar a sus espaldas, deshonrarlo, revisarle los archivos, leer en su papelería íntima. Fabricar llaves ganzúa para violar su secretaire. Y sobre todas las cosas, divulgar, divulgar y divulgar. Propalar el tesoro.

Injurioso o trivial, más falso que verdadero, el cotilleo está inscripto en los avatares de la vida cotidiana. Es cercano al chiste, ya que ambos fenómenos aderezan y dan consistencia al lazo social. Por eso son imposibles de erradicar. Se cuelan en la fiesta del lenguaje y en los pasillos de nuestras instituciones. Y no sólo aceitan las bisagras del funcionamiento social, sino que nos recuerdan que estamos divididos. Que somos de luz y sombra. Que hay pelusa debajo de las alfombras.

El chisme comparte con el chiste otra condición: depender de la presencia de un otro para seguir existiendo. En este caso particular, de la complicidad del otro. Porque el chisme es gregario, necesita testigos. Y sobre todas las cosas, necesita a un tercero ausente y perjudicado. Al respecto, la Real Academia Española es implacable: no cree en su inocencia. El máximo diccionario de nuestra lengua adjudica al chisme la malévola intención de “indisponer a unas personas contra otras”. El chisme, y su sinónimo la murmuración, son “conversaciones en perjuicio de un ausente”.

Si bien es cierto que el chisme salpimenta la vida de los humanos, las malas lenguas no dejan de insinuar que esto se refiere a la rama femenina de la especie. Así lo dice La Fontaine: “Nada pesa tanto como un secreto; cargar con él es difícil para las damas”.

En un artículo sobre la “Actividad rumoradora”, publicado en 1989 en la revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, Rafael Mejía Montoya considera que –de acuerdo con los principios de la teoría de la comunicación– esta práctica, que es la del chisme, exige dos participantes: el Rumorador Emisor y el Receptor Transmisor. Usaré estas denominaciones sólo en sentido funcional, ya que ambos participantes están ligados a un pacto, un pacto doble y especular que les permite regocijarse, o sea: tramitar una dimensión de goce. Entiendo que todos los difusores del chisme no dejan de ser piezas de un superior engranaje al servicio del goce del Otro: Otro que se encarna en el amigo/confidente, en un grupo social y hasta en el público televidente.

En rigor, la circulación del chisme comienza con un acuerdo, con una pequeña mascarada que pone en juego la intención de inmovilizar su carrera: “Jurame. Jurame que no va a salir de tu boca. Que parezca un secreto. Un segundo pacto, más tácito y subterráneo, entra en la gama de lo no dicho. Esta es la cláusula motriz, que garantiza la supervivencia del chisme: la que da por sentado que el receptor hará lo necesario para mantenerlo con vida. Se sabe: más temprano que tarde, ese Receptor Transmisor arderá en ganas de descoser la boca y dejarlo escapar... pero siempre bajo la condición de conservar su naturaleza furtiva. Porque el chisme, como ciertas vegetaciones exóticas, sólo guarda su lozanía si es mantenido en la penumbra. Expuesto a la luz, se marchita y muere.

Seamos justos. No es correcto adjudicar al emisor-receptor la responsabilidad en esta fuga; no todo depende de su infidencia. A causa de que el cotilleo es un relato creador de significados, “te cuento algo de alguien” se comporta como una entidad de puro movimiento. Edgardo Cosarinsky, en “Museo del chisme”, destaca que el chisme respira en el ámbito precario del tránsito. Su razón de ser es el devenir, el flujo (no nos bañamos dos veces en el mismo chisme). Eslabón de una cadena que se va modificando en el “boca a boca”, el chisme se arropa con lo que halla a su paso. Ahí gana y pierde, se recorta y muta. Adquiere su touch particular, su nota trágica, solemne, irónica, erótica, surreal. En Los secretos de Harry, Woody Allen filosofa: “Nuestra vida depende de cómo la vamos distorsionando”. Igual que la vida, el chisme, que es pura distorsión, se va alterando con las señas particulares de los sujetos que lo transmiten. Arrastra claves de la subjetividad. En él, la marca constitutiva y no declarada del autor torna imposible su clonación.

Entonces: 1) Cada hecho del acontecer de los otros devenido en chisme no se repetirá de manera idéntica; 2) el chisme es un decir que sólo menta asuntos relativos al comportamiento humano; no se murmura acerca del estado del tiempo; 3) no todos los actos humanos están calificados para ingresar en el discurso chismoso. Nadie toma el teléfono a altas horas de la noche para difundir la sospecha de que Fulanita es una chica muy virtuosa.

Pero al punto más intenso, al acmé del chisme, no se llega de cualquier manera. Este deberá referirse a ciertos hechos que opacarían la parte más regia de la novela familiar: me refiero a toda clase de actos delictivos o que fallan a la ética. El ridículo, las desgracias, las debilidades, el pasado difícil. Los orígenes humildes o sórdidos. Todo lo que se silencia para evitar el sufrimiento o la degradación social. Los secretos de familia, el adulterio, la existencia de padres indignos, de hijos ilegítimos, las relaciones incestuosas, los familiares estafadores o dementes, los cónyuges homosexuales, las esposas de cascos livianos. Todo aquello que circula sotto voce, y de lo que suele decirse que huele mal.

En cuanto al contenido de la actividad rumoradora y a su modo de exponerse, situaré algunas diferencias. Por un lado, tenemos la infidencia. La infidencia es solapada y perniciosa, porque divulga un contenido más o menos verdadero. Este subtipo incluye un ingrediente lleno de espinas: la traición. ¿Hubo filtraciones en el recipiente del secreto? ¿Se ha violado un pacto confidencial? Sí, lo que antes estuvo guardado ahora es un secreto a voces.

En un grado diferente se ubica la murmuración incierta, encargada de divulgar hechos que no tienen demostración. Se trata, digamos, de un producto tercerizado, que nadie enunció en nombre propio. Sucesos que ninguno parece haber presenciado, quedando elidida la marca del autor: “Se dice por ahí...”, “Escuché que...”, “No sé si tendría que decírtelo, pero se comenta...” Recordemos el inicio de “Las ruinas circulares”, de Borges: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur...”. Ese “nadie” es “todos”.

Por último, está el chisme propiamente dicho, que disemina una invención irreal. El emisor sabe que miente, su intención es francamente maliciosa; en forma abierta o solapada, su mensaje transporta un deseo hostil. Entiendo que el comadreo social, nuestro chusmear de todos los días, es un híbrido de todas estas intenciones.

Pero, ¿qué le sucede a la víctima del acto chismoso? ¿Por qué, algunas veces, el estilete se clava tan profundo que llega a rasguñar la membrana narcisista?

Propongo lo siguiente. Verdaderos o falsos, puestos a rodar, estos dichos ponen en boca de otros algo que afecta al producto de la división subjetiva. El accionar del chisme pispea –y a veces pone reflectores– sobre el íntimo, oscuro extranjero que nos habita y da sustento. Inquieta a ese fundamento que, a causa de la inicial división, permanece y deberá permanecer al margen, no revelado. Se trata, en palabras de Lacan, de “aquel elemento que resulta aislado en el origen por el sujeto, en su experiencia del complejo del semejante, como siéndonos por naturaleza extranjero” (El Seminario, Libro 7, “La ética del psicoanálisis”).

Sin duda que la intimidad del otro puede adquirir un sesgo ominoso e inquietante, como un pozo infinito, cuya cercanía produce vértigo. La destrucción de la intimidad no es un progreso, sino una peligrosa involución. Tal vez actualmente se está perdiendo ese miedo reverencial, ese horror casi sagrado que provoca la reserva del otro. Y no habrá nada que festejar si nos volvemos traslúcidos, si por alguna razón se desmantela esa pequeña caverna que íntimamente nos acoge.

* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Textos extractados del trabajo El secreto y el chisme.

Fuente: Palacios, Laura (2012) "No sé si debería decírtelo...”, Página 12.