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lunes, 8 de septiembre de 2025

El analista ante las perversiones: ¿Cómo interviene?

 En la perversión, el deseo no se presenta como la búsqueda de un objeto perdido (como en la neurosis), sino como la puesta en acto de un montaje en el que el sujeto mismo se ofrece como objeto del deseo del Otro. Esto define una posición subjetiva estable frente a la castración: no se trata de negarla simplemente, sino de sostenerla en escena.

La diferencia estructural es clave, porque el perverso no está simplemente “desviado” de una norma sexual, sino que ocupa una posición distinta frente al deseo del Otro. Repasemos:

Neurosis

Perversión

El sujeto se confronta con la pregunta sobre qué quiere el Otro de mí, lo cual genera la dialéctica de la falta, la castración y el síntoma.

El sujeto se coloca en la posición de dar consistencia al deseo del Otro, intentando suplir imaginariamente su falta. No se trata de ignorar la castración (inscripta simbólicamente), sino de hacer de ella un montaje: el perverso se ofrece como objeto que satisface o colma al Otro.

En la neurosis, el fantasma ($ ◊ a) es un montaje defensivo frente al deseo enigmático del Otro.

En el fantasma, el perverso hace de sí mismo el objeto que completa el fantasma del Otro. No se protege del goce, sino que se ofrece a sostenerlo.

De esta manera, el deseo perverso se organiza en torno a una escenificación en la que él mismo se coloca como instrumento del goce del Otro (ejemplo clásico: el fetichista que encarna el fetiche para que el Otro no confronte la castración). Ahora bien, la perversión es una posición ética frente al deseo, no solo una práctica sexual. Allí el sujeto se ubica como garante del deseo del Otro, lo sostiene, lo provoca, lo tienta. El perverso “sabe lo que el Otro quiere” y se propone darle satisfacción.

Cuestiones transferenciales

En la neurosis, el paciente transfiere en tanto supone al analista un saber sobre su deseo y su síntoma. Es la clásica Sujeto-supuesto-SaberEn las perversiónes, esa suposición de saber no se arma de la misma manera. El perverso no se interroga por su propio deseo (“¿qué quiero?”) sino que se coloca como objeto para el goce del Otro. Entonces, la transferencia se juega más en el registro de la puesta en escena fantasmática.

Cuando su defensa es exitosa, el perverso tiende a ubicar al analista en el lugar del Otro al que debe mostrarle la verdad de su deseo o incluso enseñarle a gozar. Ahora bien, dato clínico: el goce en la perversión nunca aparece sin mediación simbólica. El "peligro para el tratamiento" está en el analista puede quedar tentado de ser arrastrado como partenaire de la escena perversa (ejemplo: que el analizante espere complicidad, aprobación o incluso que se lo sitúe como destinatario del acting-out).

En estos casos, la transferencia puede volverse resistente porque el sujeto busca confirmar su montaje más que cuestionarlo. La posición analítica consiste en no ocupar el lugar que el perverso quiere asignarle, y a la vez no rechazarlo violentamente, sino bordear la escena hasta que se abra una pregunta.

Existen "puntos de quiebre", donde el perverso sí permite intervención, pero no en los mismos tiempos ni bajo la misma lógica que el neurótico. Los momentos clave suelen ser:

Cuando el montaje se interrumpe: aparece un malestar, un límite al goce, un fracaso en sostener el fantasma.

Cuando se confronta con la angustia: aunque la perversión en general funciona como un dispositivo que protege de la angustia, hay situaciones (rupturas vinculares, rechazo del partenaire, imposibilidad de sostener la escena) en que esta irrumpe.

Cuando se pone en juego la dimensión del Otro: es decir, cuando el sujeto descubre que no todo está garantizado en el goce del Otro y que su posición de “instrumento” tambalea.

La transferencia, entonces, no pasa tanto por “analizar el deseo inconsciente” en los mismos términos que en la neurosis, sino por introducir la falta en el Otro allí donde el perverso la reniega o intenta suturarla. El analista no debe aceptar ser partícipe del escenario, sino operar de modo que el sujeto confronte que el Otro no está completo y que su fantasma no es garantía absoluta.

Perfecto. Te armo un esquema según algunas formas clínicas de la perversión, visto desde Lacan, focalizando en cómo aparece la transferencia y dónde puede intervenir el analista:

1. Fetichismo
  • Montaje: el fetiche funciona como “desmentida” de la castración materna: “sé que falta, pero actúo como si no faltara”.  El objeto a en juego es el fetiche mismo (ej: el zapato), que ocupa el lugar de “velo” que tapa la falta en el Otro. El deseo se sostiene en que el fetiche esté presente: es condición de posibilidad de la escena sexual.

  • Transferencia: el fetichista puede ubicar al analista como garante de su fetiche, alguien que debería reconocerlo y validarlo. “Usted me entiende, no me va a juzgar, sabe que lo necesito”. El riesgo es que el analista quede tomado como validador (“sí, el fetiche te asegura el goce”) o como juez moral (“eso está mal, tenés que dejarlo”).

  • Intervención: no rechazar el fetiche de entrada (sería confirmarle su certeza), sino ubicarlo en relación a la falta, mostrando que no garantiza nada en el Otro.
    → Se interviene cuando el fetiche falla o cuando la angustia irrumpe en torno a su pérdida o rechazo.

2. Sadismo
  • Montaje: El sadismo no es simple “crueldad”, sino un dispositivo para hacer aparecer la castración en el Otro: te muestro que no eres completo, que estás en falta. El sujeto se coloca como instrumento del goce del Otro: no solo busca gozar él, sino provocar un goce en el Otro a través del dolor, situándose como ejecutor. El objeto a en juego es la mirada y el cuerpo del partenaire, reducido a objeto de manipulación.

  • Transferencia: el analista puede ser situado como partenaire que “debería soportar” o incluso como testigo de la puesta en escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).

  • Intervención: no aceptar ese lugar de objeto pasivo del goce del perverso. Bordear la escena apuntando a que no hay Otro que goce totalmente, introduciendo el límite de la ley. 

Caso clínico de sadismo: Un hombre de 32 años consulta tras un episodio en el que su pareja lo dejó porque él insistía en prácticas sexuales con violencia. Relata:
“Yo necesito hacerle daño, verla sufrir… en ese momento siento que controlo todo, que tengo el poder. Después me angustio porque pienso que me voy a quedar solo. Pero si no hay esa escena, no me excito”.
En paciente relata escenas violentas con entusiasmo, como si intentara provocar incomodidad. Puede colocar al analista en posición de espectador obligado, o incluso querer hacerlo partícipe imaginario de la escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).
El analista, le devuelve “Después se angustia… ¿qué es lo que aparece cuando la escena termina?”, señalando que hay un resto no absorbido por el montaje, un agujero que lo empuja a repetir.
Los sádicos mucho hablan del sufrimiento de sus "víctimas", pero poco dicen acerca del lugar que ellos mismos ocupan en toda esa escena. Señalarle esto abre a que el sujeto se interrogue sobre su posición, en lugar de quedar velado por el sufrimiento del Otro.
3. Masoquismo
  • Montaje: el sujeto se ofrece como objeto para que el Otro goce de él. La satisfacción está en sostener la posición aparentemente pasiva de "ser usado", aunque desde ese lugar el masoquista mueve todos los hilos de la escena (por ejemplo, con contratos).

  • Transferencia: puede intentar ubicar al analista como Amo sádico, demandando castigo o humillación. También puede traccionar al analista al lugar del "tercero que mira" en el fantasma, insistiendo en narrar escenas sexuales con detalle, en espera de rechazo o incomodidad del analista.

  • Intervención: no ceder a esa demanda de ocupar el lugar de Amo. Devolver la responsabilidad del goce al sujeto, sin rechazarlo pero sin convalidar la escena. El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que su montaje depende de un Otro que nunca es seguro, ya que puede retirarse, rechazarlo o no responder. También, cuando descubre que su goce masoquista no es garantía de vínculo, sino que lo deja en soledad. El analista apunta a abrir una pregunta: ¿qué sostiene él en esa posición de objeto? ¿qué evita al ofrecerse como soporte del goce ajeno?

4. Exhibicionismo
  • Montaje: mostrar(se) al Otro para excitar su deseo, poniendo en evidencia su falta. El objeto a en juego es la mirada del Otro. A diferencia del voyeurista, el exhibicionista busca colocarse él como objeto para ser visto (hacerse ver). Su satisfacción no proviene tanto de su propio cuerpo, sino de provocar la falta y la sorpresa en el Otro: “te muestro lo que no deberías ver”.

  • Transferencia: el analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de espectador cómplice, supuesto destinatario de la escena.

  • Intervención: no reforzar la mirada voyeurística, sino descompletar el lugar del Otro-espectador. Por ejemplo, señalando la función de ese mostrar en el fantasma, no satisfaciendo la expectativa de complicidad.

Caso clínico exhibicionismo: Caso judicializado. Un hombre de 28 años consulta porque varias veces fue denunciado por mostrar sus genitales en espacios públicos. Relata:
“No puedo evitarlo… cuando me expongo siento que el otro queda sorprendido, atrapado en mi juego. Es como si por fin me vieran de verdad. Después me siento mal, pero en el momento hay algo irresistible”.

En las primeras sesiones, el paciente habla con lujo de detalles sobre sus escenas de exhibición. Tiende a mirar fijamente al analista, como chequeando si reacciona. El riesgo es que el analista quede en el lugar de espectador excitado o escandalizado, reproduciendo el montaje. Al ser ambos varones, puede intensificarse la tensión transferencial: el paciente puede esperar un gesto de fascinación, complicidad, rechazo viril o humillación.

El analista interviene: “Parece que a vos no te interesa tanto mostrarte, sino de cómo reacciona el otro cuando te ve. ¿Es eso lo que buscás en mí también?”. Con esto, se devuelve al paciente que intenta ubicar al analista como Otro-testigo, y se abre la pregunta por lo que él mismo queda fuera de esa escena. El analista también interviene en ese punto de sentirse mal: "¿Qué te hace sentir mal, que no les alcanza con ver lo que vieron?"

En el exhibicionismo, el deseo se arma en torno a hacer aparecer al Otro como espectador. La transferencia pone al analista en riesgo de ser atrapado en esa escena. La intervención analítica apunta a no aceptar ese lugar de voyeur, sino devolver al sujeto que lo que busca mostrar nunca será visto plenamente, introduciendo la falta en el campo de la mirada.

El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que por más que se muestre, el exhibicionista nunca logra capturar del todo la mirada del Otro. El “ser visto”, de esta manera, no colma el deseo, sino que lo empuja a repetir. Allí el analista puede introducir la idea de que no hay Otro que garantice su imagen ni que pueda verlo “de verdad” en totalidad. Por otro lado, se puede abrir a la idea de la posibilidad de ser mirado de otras maneras...

5. Voyeurismo
  • Montaje: espiar al Otro en su intimidad, intentando captar el goce “secreto”.

  • Transferencia: el analista puede ser tomado como alguien a quien hay que arrancarle una verdad escondida. También puede ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido.

  • Intervención: no colocarse como depositario del secreto ni como garante del saber total. No ocupar el lugar de espectador excitado (no responder con fascinación, morbo o complicidad). Tampoco moralizar ni condenar (eso solo reforzaría el circuito del goce). Devolver al sujeto que lo que busca ver nunca se completa.

Caso clínico voyeurismo: Un hombre de 35 años consulta derivado por su pareja, que lo encontró varias veces espiando a vecinas desde la ventana. Él mismo relata que, desde adolescente, siente excitación al observar a mujeres sin ser visto. Dice: “No me interesa tocarlas, ni hablarles… es ese momento de mirar lo prohibido lo que me da satisfacción”.  La escena está organizada alrededor de ver al Otro sin ser visto. El objeto a en juego es la mirada, que funciona como causa de su deseo. Se ubica en la posición de arrancar un secreto al Otro (captar su goce oculto).

En las primeras entrevistas, el paciente relata con detalle sus escenas de voyeurismo, como si quisiera “mostrar” lo que vio. El analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido. Incluso, aparece una demanda implícita: que el analista avale su práctica, o que funcione como aquel Otro que confirme la excitación de la escena.

El analista le señala el papel de la mirada: “Usted dice que no le interesa la mujer misma, sino ese instante de verla… ¿qué hay en ese instante que parece detenerlo todo?”. Esto introduce que no hay totalidad en lo que ve, que su goce depende de un punto ciego, una falta. En otro momento, cuando el paciente intenta ubicar al analista como cómplice, le pregunta: “¿Quiere que yo vea lo que usted vio?”.
Eso descompleta el lugar del Otro, mostrando que el analista no es garante de la escena.

***
En todos los casos, la transferencia se abre cuando el montaje fantasmático fracasa, o cuando aparece un malestar que el escenario no logra absorber. El analista interviene no desde la complicidad con el goce, sino introduciendo la falta en el Otro, bordeando el fantasma sin romperlo violentamente ni confirmarlo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

La pulsión en Freud y Lacan

Entrada anterior: ¿Qué es el inconsciente? El inconsciente como ruptura del discurso racional 

A partir de Tres ensayos, la pulsión, los fenómenos del asco, vergüenza, moral, dolor y compasión podrán ser puestos en serie y adquirir el valor de diques pulsionales. El concepto que adquiere la pulsión permite resignificar desarrollos tempranos que abordaban a estos fenómenos en términos de mecanismos de defensa frente a la noción de fuente independiente de displacer (que luego será el superyó).

Esta nueva conceptualización adquiere valor en función de un cuerpo pulsional y que conduce a las formaciones del inconsciente.

Así, Freud es llevado a revisar conceptos como la represión y la pulsión.

En La represión (1915) se establece una diferenciación entre el destino del representante psíquico de la pulsión y el del monto de afecto. El representante le permite ubicar el punto de inscripción de la pulsión en un aparato psíquico previamente formalizado.

Al mismo tiempo, el destino del monto de afecto da cuenta de una dimensión heterogénea al mecanismo psíquico y al dispositivo analítico. Ubicamos como referentes la compulsión del síntoma y la angustia. 

Con Pulsiones y sus destinos de pulsión esos elementos comienzan a tener un lugar más estructural y definido. El desdoblamiento antes referido entre el representante psíquico y el monto de afecto se continúa, de algún modo, en la mudanza en lo contrario y en la vuelta sobre la propia persona. Estos dos destinos "previos" figurados a través de los pares opuestos "sadismo/masoquismo" y "placer de ver/placer de mostrar" remiten a pulsiones que no se organizan en relación con el apuntalamiento.

"Pulsión" es una traducción impropia de trieb (fuerza, empuje), se trata de un concepto fundamental adoptado por convención. Se trata de una ficción, de un límite entre lo anímico y lo somático. "Un montaje", dice Lacan, de 4 elementos: la fuente, la meta, el objeto y la fuerza, cosa que Freud había dicho y que Lacan acepta. El término montaje en el seminario 11 de  Lacan es como construcción. El método de Heidegger es de desmontaje ó deconstrucción. de manera que Lacan propone, siguiendo esta lectura, desmontar a la pulsión.

Para Freud, la pulsión tiene un recorrido que incluso vuelve hacia la propia persona. Sin embargo, Freud va a decir que hay una forma de la satisfacción de la pulsión muy rara, que es la sublimación, es decir, sin que la pulsión tome un objeto en particular. Por ejemplo el arte, donde indirectamente se satisfacen pulsiones sexuales. Quiere decir que la pulsión puede realizarse sin alcanzar el objeto, al contrario del instinto, que invariablemente necesita del objeto. Esto va a ser muy aprovechado por Lacan.

En cuanto a la fuerza (drang), es una fuerza constante que parece instantánea. Siempre está ese empuje. Cuando habla del objeto, Lacan toma siguiendo a Freud que puede ser cualquiera, que no es específico. La fuente es de donde parte la pulsión y en cuanto a la meta, Lacan dice que se trata de rodear al objeto y no de alcanzarlo.

Por ejemplo, tomemos el sadismo:

En Freud, el masoquismo en Pulsiones y destinos de pulsión aparece de forma secundaria, haciendo el recorrido pegar, ser pegado y hacerse pegar. Cuando Freud escribió posteriormente El problema económico del masoquismo, establece que hay un masoquismo primordial, una fuente constante de displacer.

Freud hablaba de las pulsiones parciales, como la oral, la anal. Lacan agrega la mirada y dice que en el sadismo, lo que impera es la voz. Para Lacan, vociferar se homologa a pegar.

Para lacan hay una sola pulsión: la de muerte. Dice Lacan (1964):

La discusión sobre las pulsiones sexuales resulta un embrollo porque no se repara en que la pulsión aunque representa la curva de la realización de la sexualidad en el ser vivo, sólo la representa y, además, parcialmente. ¿Por qué asombrarse de que su término último sea la muerte cuando la presencia del sexo en el ser vivo está ligada a ella?

El sentido de todo es volver a lo inerte, pero por el desvío que realiza el deseo sobre el cuerpo, aparece la vida. De esta manera, para Lacan todas las pulsiones son parciales. No hay una pulsión total que nos lleve a esa meta, que es la satisfacción.


Lacan utiliza un esquema que la saca de una frase, que Lacan la pone en griego, que es de Heráclito: La vida es como un arco, cuya realización es la muerte:

Heráclito juega con dos palabras: Una es dios, que quiere decir "Arco" y otra es "bios", que es vida. Es una traducción incorrecta, pero lacan la toma para explicar que si todo fuera pulsión de muerte, se trataría de una línea recta. Es lo que vemos en los casos de marasmo: si un niño es entregado a un cuidador que no lo sostiene desde el amor, el chico muere. Es el deseo del Otro lo que erotiza al chico, lo que le da vida y sentido. Un sentido sostenido en el deseo del Otro, en el deseo de la madre.

La pulsión, de esta manera, es una fuerza constante que recorre un trayecto alrededor del objeto y en ese recorrido encuentra satisfacción. De esta manera, el concepto de pulsión es diferente al que normalmente encontramos en Freud.

¿Es la pulsión autoerótica? Freud en algún momento habla de la boca que se besa a mi misma. Hay que distinguir si la satisfacción del puro y simple autoerotismo de la zona erógena: 
La pulsión es el contorneo de un objeto que falta. Y cuando hablamos de zonas erógenas, hablamos de esas fases que tienen que ver no con tiempos generativos del orden biológico, sino que son tiempos lógicos:
Para Lacan, no hay una cuestión evolutiva en relación a la pulsión.

Si tomamos, por ejemplo, la pulsión de la mirada, tenemos que en el voyeurismo nos puede parecer que en el mirar mismo hay satisfacción. El tema es que una cosa es mirar y otra cosa es el voyeurismo. En realidad, la culminación de la satisfacción en el voyeurismo es poder ser descubierto. Lo atractivo y lo temido por el voyeurista es poder ser descubierto, de manera que tiene que ver con el exhibicionismo. 

En el voyeurismo hay una introducción de otro. Uno mira al otro, pero está el peligro y la pretensión de que el otro lo mire a él. Mirada que representa el deseo del Otro.
Cuando uno mira algo, cualquier objeto, en realidad ese objeto lo mira a uno. Es algo que suena raro, pero muy escuchado en pacientes psicóticos, donde un parlante, un enchufe de luz o la televisión los puede mirar. Eso es porque cuando uno mira algo, lo que no ve es su propia mirada viéndose mirar. Si uno se mira en el espejo, no ve su propia mirada mirándose.

Lo mismo ocurre con la voz. Uno habla, pero el mensaje le viene del Otro. En el caso de la mirada, uno mira cuando algo le capturó la mirada. De manera que las pulsiones tienen que ver con ese juego con el Otro.

La pulsión de muerte es una línea recta que hace permanecer en lo inerte, ¿Pero qué hace que la pulsión dé un rodeo? El deseo del Otro, que hace que uno tenga un sentido en la vida, traccionándolo para que arme un circuito, que aunque sea ficcional, es lo que nos hace sentir vivos, comprometiendo al cuerpo.

En los síntomas, algo del cuerpo se compromete, sobre todo aquellos que tienen una base compulsiva. La satisfacción de la pulsión no es totalmente autoerótica, porque requiere del deseo del Otro.

El dolor tiene que ver con ese punto que en Freud queda poco discernido. El dolor que tiene que ver con la violencia y con el sadomasoquismo, pero también tiene que ver con esa fuente independiente de displacer. Dice Lacan:

El dolor habla de un sujeto que aparece ahí, cerrado, en función del dolor:

En el sadismo, todo tiene que ver con una vuelta pulsional:

El tema del dolor persiste. Cuando el dolor, cuando es displacer, tiene que ver con algo más allá del principio del placer y que el psicoanálisis excpila por el lado del inconsciente. Ahora, el goce se encuentra perdido en el neurótico. Lo que se va a reencontrar en el neurótico es la promesa de goce. El deseo, en definitiva, es un deseo de goce. En el recorrido de la pulsión, todo eso entra en un juego y de lo que se trata es de recuperar algo de goce.


En el masoquismo, la realización del placer es en dolor, en la humillación. Todos estamos inmersos en una escena teatral sin darnos cuenta. Elegimos las cosas a partir de algo que se nos ha inscripto y nuestros gustos tienen que ver con esto. Elegimos y exigimos una satisfacción que nos compromete en cuerpo, en función de las zonas privilegiadas por el erotismo y en función del deseo. Esto, en el punto de vista analítico es la fantasía y lacan lo llama fantasma.

El fantasma es la trama argumental, es la estrategia que uno utiliza para enfrentarse al deseo, pero articulado también al recorrido de la pulsión. es una formación de compromiso entre el recorrido de la pulsión y la imposibilidad de concreción del deseo.

cada uno va repitiendo historias que no le son propias, lo hace de tal manera que no se da cuenta. Los fracasados al triunfar lo demuestran: una cosa es moverse por el displacer y otra cosa es lo que tiene que ver con el deseo. A veces nos engañamos y pensamos que el placer es la realización de deseo, pero no es así. Hay una trama oscura en esa trama que está dentro de nosotros.

Freud plantea una curiosidad en muchos análisis, que es que en determinada situación llegan a "Pegan a un niño". En la fase inicial hay una construcción, que aparece con vergüenza y con pudor, pero con intenso goce masoquista. ya no es "Pegan a un niño", sino "Un niño es pegado". Hay una tercera instancia en donde es el niño quien se hace pegar. Esto es interesante porque reproduce el mismo circuito de la pulsión.

Freud no pudo articular el tema del dolor, siempre queda como un interrogante, aunque intenta darle una explicación en Duelo y melancolía

miércoles, 6 de enero de 2021

La posición perversa

El campo de la perversión ha presentado siempre dificultades a los analistas. En general se ha partido de la idea errónea y harto difundida de que “los perversos no consultan”. Esta afirmación es refutada ya por Freud, quien en su texto sobre el fetichismo refiere que en todo caso, no suelen consultar por el fetiche, en tanto este cumpliría una función estabilizadora respecto del horror frente a la castración, pero eso no deslinda que no haya una clínica posible de la perversión. En este sentido muchas veces los analistas se desorientan frente a algunos sujetos, porque no pueden localizar las coordenadas precisas que permitirían hablar de una posición perversa.

Salvando las distancias, en nuestra clínica nos hemos encontrado con niños que no presentaban una relación al Otro propia de la neurosis; donde lo que primaba era precisamente el producir la división del partenaire por la vía del ultraje al pudor. A partir de esos casos pudimos delimitar lo que dimos en llamar posiciones perversas en la infancia.1 Esto abrió un campo de trabajo, no para leer estructuras perversas donde no las hay, sino para delimitar ciertas formas de lazo al Otro que difieren claramente de la neurosis y de la psicosis.

Por otro lado, consideramos que la traducción literal del francés Autre jouissance, es un tanto desafortunada, y proponemos nominar a ese goce que es preciso distinguir del goce del Otro y del goce fálico, como goce de lo hetero. Lo escribiremos en itálicas con el fin de darle un estatuto diferente, en la medida que no quede reducido a un elemento compositivo del lenguaje, dependiente de alguna otra referencia (Ej. Heterodoxo, heterosexual, etc.) sino que nos interesa resaltar ese rasgo diferencial que introduce. Lo hetero estará en relación al vocablo griego ετερος. Alude al otro pero cuando hay dos, a diferencia de αλλος que simplemente alude a otro, diferente, distinto.2 Ese goce de lo hetero estará en relación al falo pero no quedará subsumido a él. Ponemos el acento entonces, en la radicalidad otra, con la que se presenta este goce. Ubicamos bajo el nombre de goce de lo hetero tres modalidades: el goce femenino, el místico y el goce que puede extraerse de la creación.3 En esta ocasión la pregunta se recortará alrededor de la diferencia entre goce del Otro y goce femenino.
¿Por qué nos decidimos a interrogar la posición perversa? Podemos afirmar que la posición perversa orienta a la hora de efectuar la distinción antes mencionada. Nos preguntamos ¿Cuál es la relación del perverso al goce del Otro y al goce femenino? Nuestra hipótesis puede formularse así: el perverso se vale de la suposición de goce en el Otro para recusar el goce femenino, que es indicio del no-todo.

La posición perversa: algunas coordenadas que orientan.
En la clase del 16 de Junio de 1965 Lacan señala el interés que le había suscitado ese año trabajar las “posiciones subjetivas del ser”,4 y aclara que “hay un cierto número de posiciones subjetivas verdaderamente concretas, a las cuales debemos atender”. Delimita la noción de posición, a nuestro criterio mucho más rica que la de estructura, a partir de tres coordenadas precisas: la posición del ser del sujeto; la del ser del saber y la del ser sexuado. El serhablante estará afectado entonces por el significante pero también tendrá un cuerpo de modo tal que, el efecto sujeto, la relación al saber y el modo en que asume o se tramita la sexuación, configuraran la posición subjetiva. Agrega por último un cuarto elemento: el objeto a, del cual se ocupará según lo afirma en el próximo seminario.5
Tomaremos estas coordenadas con el fin de situar las particularidades de la posición perversa y su relación tanto con el goce del Otro y el goce femenino.

1. El sujeto perverso: escamotear la división subjetiva.

En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”6 y en el seminario 10, el goce del Otro se presentará en torno a la relación particular que neuróticos y perversos establecen con el Otro. En el primero de los textos citados Lacan refiere el modo en que el goce del Otro se presenta en la neurosis. Lee dicho goce en relación a la castración y al fantasma. El goce del Otro se presentará como el goce que el neurótico le supone al Otro, bajo la figura de un Otro que quiere su castración. Lacan señala que dicho goce no existe, porque el Otro no existe y que esto se produce porque el neurótico identifica el lugar de la falta en el Otro con la demanda, de allí que el lugar del fantasma sea relevado por la fórmula de la pulsión.7 El neurótico ubicará el objeto en el campo del Otro, de allí la estructuración de la demanda, y la satisfacción pulsional se producirá a partir de bordear dicho objeto.

Ahora bien, mientras el neurótico rechaza quedar ubicado como objeto de goce del Otro, aportando su propia división subjetiva; el perverso se ofrece lealmente- dice Lacan- a ser ese objeto al servicio del goce; en un intento siempre fallido de restituirle el goce al Otro. Traspone la causa de deseo en imperativo de goce haciéndose soporte de una ley cuyo costo es la renuncia a su condición de sujeto para ofrecerse como objeto que tapona la castración en el Otro.
La repetición fija de una escena como condición de goce intenta apresar un goce que en definitiva siempre se escabulle, dejando velado para el perverso el lugar que él mismo ocupa para el Otro. Ambos dan cuenta así de un uso diferencial del fantasma y por ende un tratamiento diferente del goce del Otro. Dicho goce es para Lacan, fantasmático”.8

En la neurosis, entonces, el fantasma está situado todo él en el lugar del Otro9 -de allí que la división se produce cuando falta la falta-, pero en la perversión “el a se encuentra allí donde le sujeto no puede verlo, y el sujeto tachado está en su lugar.10 ¿Qué ocurre entonces con el circuito pulsional cuando el objeto no será buscado en el campo del Otro, sino que necesita reintroducirlo allí? El armado mismo del circuito pulsional se cortocircuita, requiriendo la emergencia de un “nuevo sujeto” para que la pulsión realice su recorrido.11 Pero paradójicamente ese nuevo sujeto no queda del lado del perverso sino del lado del partenaire. ¿Eso significa que no habría división subjetiva en la perversión? En modo alguno afirmaríamos algo así. Pero si conviene aclarar que no hay división subjetiva en el montaje de la escena perversa y de su realización: allí la división se presenta en el partenaire. Eso no significa que los perversos nunca se angustien o incluso que no se confronten con la sorpresa; sino que las coordenadas son otras. Habrá que rastrear allí aquellos momentos donde se encuentra imposibilitado de montar la escena: ya sea por ausencia de partenaire al cual dirigirse (sabemos que en última instancia se dirige al Otro, pero necesita del otro) o cuando algo del objeto que viene a operar como tapón no está presente para obturar el encuentro con la castración (aquí el modelo puede ser el fetichismo)

2. El saber y la verdad en la perversión.

En el Seminario 10, a propósito de Sade, Lacan demuestra como el perverso trabaja denodadamente para el Otro. Así, mientras el neurótico cree que el perverso es quien goza más allá de los límites que a él se le imponen, Lacan enfatiza el nivel de sometimiento del perverso al Otro: “Hace un gran esfuerzo y se agota hasta errar su objetivo, para realizar lo que, gracias a Dios, nunca mejor dicho, Sade nos evita tener que reconstruir, ya que lo articula como tal, o sea- realizar el goce de Dios”.(12)

El perverso se presenta como el portador de una cifra sobre el goce, que se especifica como un saber respecto a cómo gozar. Él cree hacerse un goce a su medida, pero Lacan será tajante al afirmar que sin la referencia al goce del Otro “es imposible abordar el problema de la perversión”.(13) Es en el intento de restituirle el goce perdido al Otro, que el perverso se vuelve instrumento del goce del Otro. El perverso suple, haciéndose él mismo objeto, la falla en el Otro.14 Se constituye en tapón y paga con su propio ser, a condición de mantener al Otro sin tachadura. El Otro como Otro cuerpo se transforma en el escenario donde el perverso intenta suplir el desgarro que el significante introdujo entre cuerpo y goce.

Entonces ¿Quién goza? Sin dudas no es el perverso. Por el contrario toda su labor está sostenida en que el goce reaparezca en el campo del Otro. Así, en el Seminario 16 dirá: “(…) el goce del que se trata es el del Otro. Naturalmente, hay un hiato. Ustedes no son cruzados. No se dedican a que el Otro, es decir no sé qué de ciego y tal vez de muerto— goce. Pero al exhibicionista eso le interesa. Es así, es un defensor de la fe”.15 Ese elemento central es precisamente el que queda opacado para el perverso, en la medida en que al relevar al objeto de su lugar, no le queda como serhablante acceso alguno a la verdad. La relación al partenaire se reduce a una técnica del cuerpo, que no habilita la pregunta por su lugar en la estructura.

Lacan sugiere que el perverso desconoce “al servicio de qué goce se ejerce su actividad”,16 y que mientras al sádico se le escapa su función de instrumento respecto al goce del Otro, su reducción misma al látigo que fustiga; al masoquista se le escapa que lo que busca es la angustia del Otro.17
Presentará al perverso finalmente, como un cruzado: como aquel que cree en el Otro. Y de este modo tal como en la religión, el perverso le deja la verdad de la causa al Otro,18 a condición de soportar la coagulación de un saber sobre el modo de gozar, que fija las coordenadas de la escena perversa, limitando y reduciendo el campo de goce.


3. La función del objeto. Dos modos de presentación paradigmáticas: la voz y la mirada.

Siguiendo con el Seminario 16, nos interesa resaltar la articulación que Lacan plantea entre objeto a y goce. Allí afirma que: “….el objeto a está en posición de funcionar como lugar de captura de goce”.19 Es ese objeto capturador de goce, el que el perverso intentará restituir en el campo del Otro, en pos de hacer existir el goce del Otro. Lacan afirma que el perverso intenta tapar el agujero del Otro: sabe de la castración y por ello se ve compelido a taponarla de alguna manera. En este sentido el goce tiene también su límite en el horizonte, contradiciendo el fantasma neurótico que le supone al perverso un goce absoluto. En todo caso la estrategia, como dijimos antes, es diferente.

En relación al objeto a y al Otro se hace inminente la importancia que la escena tiene para el perverso. Éste necesita siempre del partenaire, pero además esa escena está dirigida al Otro. En este sentido no habría estrictamente hablando “acto” perverso, si entendemos a este último por fuera del Otro o en todo caso, prescindiendo del Otro. El perverso necesita de la suposición de la existencia del Otro, recuperándolo bajo la forma de alguno de los objetos: la voz en el masoquista, la mirada en el exhibicionista. Es en el mismo instante en que el imperativo se presentifica asignando el lugar de resto al sujeto; o cuando la mirada surge en el encuentro con lo que se da a ver, que la escena perversa queda establecida.

Lacan dirá entonces que el exhibicionista vela por el goce del Otro, y que intenta lograrlo haciendo surgir la mirada en el campo del Otro. Señala que si esto es posible es porque el goce ha desertado del campo del Otro.
El voyeur, a diferencia del exhibicionista, interroga en el Otro lo que no puede verse. Aquí establece una lógica más solidaria al falo, y el objeto cobra la forma de lo que falta. El voyeur se hace mirada, para no ver, o para ver nada, en la medida en que la condición para que la escena se sostenga implica el espiar a través de una ranura, con el riesgo de ser descubierto, intentando capturar ese goce que siempre se escapa.

En cuando al sadismo y al masoquismo Lacan va a correr el eje del tema del dolor, tanto si es infligido o si es sentido, para replantear las cosas a partir de la incidencia de la voz. Mientras el masoquista intenta ser relevado del lugar de sujeto de discurso, apunta a través del contrato a que la voz como imperativo recaiga sobre él, reduciéndolo a la función de objeto resto; el sádico intenta imponer su voz al partenaire, quitándole a este la palabra. Por eso no hay goce posible entre un sádico y un masoquista: ambos necesitan un partenaire que se sienta interpelado por la posición que es llamado a ocupar, solo hay lugar para que uno ocupe el lugar de objeto, de allí que al perverso le interesa que el otro conserve su posición de sujeto. Así, Lacan dirá que la voz puede estar instaurada en el Otro de un modo perverso o neurótico, teniendo por cierto consecuencias diversas.

4. La perversión como recusación del goce femenino.

Con el fin de desarrollar este apartado tomaremos como referencia el Seminario 20 y en particular la clase VII20 donde Lacan, al momento de dar cuenta de la posición sexuada, se ve llevado a tener que hacer referencia a la perversión. Es un seminario de viraje, fundamentalmente porque el Otro no es ya el Otro simbólico, sino que si hay de lo Uno, el Otro, dice Lacan- “ha de tener forzosamente alguna relación con lo que aparece del otro sexo”.21 Otro sexo respecto a lo que se inscribe: el falo como significante. Ese goce fálico se recorta precisamente como fuera de cuerpo y la pregunta que le insiste a Lacan es qué se hace no ya con el goce fálico, sino con el goce del cuerpo. Ubica las ya consabidas fórmulas de la sexuación delimitando dos campos: el lado hombre y el lado mujer, aclarando que ubicarse en uno o en otro es algo “electivo”.22 Un hombre puede estar en posición femenina, una mujer enarbolar las insignias fálicas.

Ahora bien, del lado hombre para poder acceder a una mujer, para que el goce no se reduzca al goce masturbatorio- goce del idiota- el hombre tendrá que dirigirse al otro campo, donde se aloja la función de la causa. Tendrá que ir más allá del falo para salir de “la perversión polimorfa del macho”.23 Del lado mujer, se instituye una relación diferente con lo real, en la medida en que la mujer se encuentra claramente dividida en su goce: se dirige al falo, pero también al S(%) inaugurando un goce en el cuerpo, que no es sin la castración pero que es suplementario al falo. Es un goce fuera de discurso: no hay significante que lo nombre, no queda capturado por el falo, sino que está en relación a esa hiancia que se abre entre dos formas de la falta. Es en esa abertura de los vectores que Lacan aloja el objeto a. Es por estar desdoblada entre el falo y el significante de la falta en el Otro, que la mujer es no-toda.24

¿Podemos a partir de aquí establecer alguna especificidad de la posición perversa? Consideramos que una primera aproximación al tema nos permite cernir un modo preciso de respuesta: el perverso al relevar al objeto del lugar de la causa, intenta colapsar esa hiancia que se abriría entre el falo y el S(%). Si el encuentro con el otro sexo (entiéndase- otro respecto de la función fálica) es análogo al encuentro con lo real de la castración, ya sea por la vía de corroborar que no hay complementariedad entre los sexos, o porque abre a la contingencia del encuentro con un goce totalmente hetero; la maniobra perversa consiste en recusar el goce femenino.
La fijeza del objeto fetiche pero también del contrato masoquista nos orienta en esta vía. Nada debe escapar a la escenificación misma, y por ende a sus propias reglas. Lejos de ser un goce sin límites, es un goce encorsetado por el fantasma, que le permite suponer un goce en el Otro, que él mismo puede suturar haciéndose instrumento de goce.

Hablamos de recusación y no de rechazo. Se trata de un término extraído del campo jurídico y para el derecho recusar no es sinónimo de invalidar una función, sino que se la declara no competente en una causa.25 Para la RAE, en su segunda acepción implica: “Poner tacha legítima al juez, al oficial, al perito que con carácter público interviene en un procedimiento o juicio, para que no actúe en él”.26 Es decir que es un modo de dejar fuera de juego algo que se sabe, forma parte de éste. Volviendo al Seminario 20, Lacan afirma: “Si con ese S(%) no designo otra cosa que el goce de la mujer, es porque señalo allí que Dios no ha efectuado aún su mutis”.27 Lacan aclara que no hay que confundir ese significante de la falta en el Otro, con el objeto a. ¿No es precisamente esa la maniobra perversa: superponer en el lugar estructural de la falta, el objeto a, a condición de relevarlo él mismo? Restituir el goce perdido al Otro sería el efecto de una recusación previa que les permite sostener una “subversión de la conducta que se apoya en un savior-faire, una habilidad ligada a un saber, el saber de la naturaleza de las cosas, un acoplamiento de la conducta sexual con lo que es su verdad, o sea, su amoralidad”.28

El perverso no desconoce qué ð Mujer no existe, sabe de la tachadura que pesa sobre ella y que la hace no-toda, pero al dejar el objeto de su lado, cortocircuita el pasaje al otro campo. Queda como pregunta la articulación de esta posición con la función paterna. Si recordamos la propuesta lacaniana que sostiene que “Un padre no tiene derecho al respeto, si no al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el dicho respeto está —no van a creerle a sus orejas— père-versement orientado, es decir hace de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo”.29 No podemos dejar de preguntarnos si tal operación no se ha jugado así en la perversión donde, no se trataría de un padre no castrado, sino de un padre no deseante respecto de una mujer, un padre que no cruzó el umbral para encontrar algo de la causa.

1 Iuale, L; Lutereau, L; Thompson, S. (2012) Posiciones perversas en la infancia. Buenos Aires: Letra Viva. 2012.
2 Diccionario Manual Griego clásico- Español. Barcelona: Vox. Romanya Valls, 2008.
3 No los estamos homologando, en modo alguno creemos que sea lo mismo el goce femenino, el místico y el de la creación, pero es cierto que es posible hallar alguna línea de continuidad entre ambos, en los tres están referidos al goce fálico, pero este no los subsume.
4 Lacan, J. (1965). El seminario. Libro 12: Problemas cruciales del psicoanálisis. Clase del 16/6/1965. Inédito.
5 Se refiere al Seminario 13. El objeto del psicoanálisis. Inédito.
6 Lacan, J. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”. En Escritos 2. Siglo XXI, 2008, p. 783.
7 Ibíd., p. 785-6.
8 Lacan, J. (1962-63). El Seminario. Libro 10: La angustia. Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 178.
9 Ibíd., p. 60
10 Ibíd.
11 Lacan, J. (1964). El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1987.
12 Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p 180.
13 Lacan, J, (1967). El seminario. Libro 14: La lógica del fantasma. Clase del 15-2-67. Manuscrito no publicado.
14 Lacan, J. (1968-69). El seminario 16: De un Otro al otro. Buenos Aires: Paidós, 2008, p. 241.
15 Ibíd., p. 233
16 Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p. 164.
17 “El masoquista […] ¿cuál es su posición? ¿Qué le enmascara su fantasma de ser el objeto de un goce del Otro?- que es su propia voluntad de goce, porque después de todo el masoquista no encuentra forzosamente su pareja […]. ¿Qué enmascara esta posición de objeto- sino equipararse el mismo, ponerse en la función de la piltrafa humana, de aquel pobre desecho de cuerpo separado que nos presentan aquellas telas? Por eso digo que la mira del goce del Otro es fantasmática. Lo que se busca, es en el Otro, la respuesta a esa caída esencial del sujeto en su miseria final, y dicha respuesta es la angustia”. Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p. 178.
18 Lacan, J. (1966) “La ciencia y la verdad”. En Escritos. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
19 Lacan, J. (1968-69)., Op. Cit., p. 227.
20 Lacan, J. (1972-73). El seminario 20: Aun. Buenos Aires: Paidós, 2002.
21 Ibíd., p. 85
22 Ibíd., p. 88
23 Ibíd.
24 Ibíd., p. 98.
25 Juan Dobon y Gustavo Hurtado hablarán de recusación del goce fálico, en relación a la presentación de ciertas modalidades de goce en las adicciones. Puede verse: Dobon, J- Hurtado,G (comp): Las drogas en el siglo ¿qué viene? Buenos Aires: FAC- ARDA, 1999
26 Diccionario de la Lengua Española (1992) 21º Edición. Madrid, 2000.
27 Lacan, J. (1972-73). Op. Cit., p. 101.
28 Ibíd., p. 105.
29 Lacan, J. (1975). El seminario. Libro 22: RSI. Clase del 21/01/1975. Inédito.

Fuente: Iuale, Luján "La posición perversa" - Imago Agenda

jueves, 21 de mayo de 2020

Un ordenamiento posible para las perversiones. Posición del sujeto y el objeto en relación al velo.

Por Lucas Vazquez Topssian
En esta ocasión, haremos un seguimiento de la clasificación de distintas perversiones según una propuesta que hizo Héctor Rúpolo en su libro "Topología de la perversión". Esta clasificación está mencionada en su libro, aunque no desarrolla allí por qué ubica allí a cada perversión, por lo que intentaremos hacer un comentario que dé cuenta del porqué de su ubicación en cada agrupamiento.

En la perversión, el falo simbólico está siempre presente, sin embargo encontramos que hay algo que actúa como tapón de la falta del Otro. Ese algo es la imagen que aparece proyectada en el velo, es decir "lo que oculta al falo"

En el seminario IV, Lacan propone una topología donde sitúa al sujeto detrás o delante del velo, respecto al objeto fetiche. Este objeto está caracterizado aquí como falo imaginario, φ positivizado. En la perversión, φ positivizado aparece tapando imaginariamente la falta en el Otro. Más adelante en su enseñanza, dirá que es el objeto a lo que obtura la castración del Otro. Cuando el objeto a se coloca en el lugar del agujero, nada sale del inconsciente: no hay formaciones del inconsciente.

La función que tiene el objeto a es la misma que tiene el falo imaginario, φ positivizado. En la neurosis, encontramos que el agujero puede taponarse con el objeto a, sin embargo, en la perversión esto forma parte de la estructura.

Vayamos a los dos gráficos que hace Lacan en el seminario IV para situar las distintas perversiones:


El sujeto se encuentra frente al velo y el objeto se encuentra por detrás de este último. El modelo es el del fetichismo: el velo es el recubrimiento del objeto, sobre el cual se proyecta su imagen. O sea, el fetiche se proyecta sobre el velo, frente al sujeto, y esa imagen constituye en el taponamiento de la falta en el Otro.

Ahora, el objeto proyectado en velo permite que haya un más allá, en donde no hay nada. Ese más allá es el lugar de la castración simbólica, que en la perversión está conservada (y no en las psicosis).

Es aquí donde encontramos a las siguientes perversiones:
• Fetichismo: Como decíamos, fetiche como sustituto de lo que le falta al partenaire. Según Freud, "el fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la madre), en cuya existencia el niño pequeño creyó otrora y al cual -bien sabemos por qué- no quiere renunciar."
• Masoquismo. El masoquista se somete a su partenaire, volviéndose él mismo objeto, desecho, buscando la angustia y la división subjetiva en el Otro. En Las Confesiones de Wanda, ella cuenta qué cosas hacía él. Él le hacía firmar un contrato donde va a ser sometido como un perro: caminar en 4 patas, que le peguen patadas, etc.
• Voyeurismo. El voyeur tapa el agujero con su propia mirada, objeto perdido y re-encontrado en la la vergüenza del partneire. Dirá Lacan: “Lo que el voyeur busca y encuentra no es más que una sombra, una sombra detrás de la cortina. Fantasea cualquier magia de presencia, la más hermosa muchacha, aunque del otro lado sólo esté un atleta peludo.”
• Homosexualidad femenina. La homosexualidad a la que se refiere sería el caso de la Joven Homosexual, en tanto la identificación que hace es hacia un hombr. No obstante, debemos ser precavidos en este punto, pues la homosexualidad es un epifenómeno que puede aparecer en cualquier estructura clínica.

En el segundo gráfico...




El sujeto no está delante del velo, sino que se coloca por detrás. El modelo es el del travestismo: el sujeto se identifica con la madre poseedora del objeto fetiche. El sujeto, al aparecer por detrás del velo, logra su efecto dado por el falo del velo, que es el vestido. El sujeto aquí se posiciona poseyendo el objeto fálico. Además del travestismo, aquí también ubicamos:

• Sadismo: El sádico sirve al goce del Otro. El sádico busca el sufrimiento y la angustia en su víctima o partenaire, para hacer surgir en ella al sujeto, poniendo en manifiesto su falta. El verdugo no se angustia ni vascila (como lo hace el sujeto), por eso ocupa el lugar de objeto en el fantasma.
• Exhibicionismo: El exhibicionista hace surgir la mirada del Otro y vela por su goce. Lo esencial de la pulsión escoptofílica es “dar a ver”. En el exhibicionismo, el verdadero objetivo del deseo es el más allá del otro, no sólo como víctima, sino como referente de ese Otro.
• Homosexualidad masculina: Nuevamente, aquí debemos ser precavidos. La homosexualidad no es patognomónica de las perversiones, sino que es un epifenómeno que puede también ser ubicado en todas las estructuras clínicas.

Estas diferencias de "detrás del velo", o "por delante del velo" es un buen punto para situarse frente a la clínica de la perversión.

Finalmente, hay que aclarar que no hay correspondencia entre estas 2 posiciones, por ejemplo, un sádico con un masoquista. El partenaire que se presta a la perversión no debe ser perverso.

Bibliografía:
Héctor Rúpolo "Topología de la perversión"

miércoles, 22 de enero de 2020

La pulsión no es la perversión.


Por Alma Barrera
Podemos pensar que lo fundamental de la pulsión es que el sujeto no está aún colocado en ella, mientras que lo que define al perverso como sujeto es su localización como objeto “a” a nivel del fantasma. Desmiente así, a la vez que reconoce, el valor de la castración. Es así como Lacan propone que “la pulsión no es la perversión”. En esta diferencia conceptual, de enormes consecuencias para la clínica, se propone avanzar este trabajo.


      En Tres ensayos de teoría sexual, Freud analiza la sexualidad en las perversiones, indicando que hay un carácter anómalo en la sexualidad del ser humano. Establece allí una ruptura entre la sexualidad del animal y la humana, y señala que la sexualidad en buena medida está desligada de la función reproductora, y que en ésta no hay ninguna posibilidad de complementariedad. La razón fundamental se debe a que la sexualidad en el ser humano —un ser hablante— está inscripta en el campo del lenguaje desde su nacimiento. Debido a ello, el lenguaje trastorna todas las necesidades biológicas, cerrando el camino a una satisfacción enteramente natural. 



         El lenguaje, en tanto que pre-existe a todas las necesidades, se inscribe en el registro de la palabra, que se expresa en la demanda. La demanda implica que toda palabra tenga como efecto una pérdida de satisfacción respecto a la necesidad. Esta pérdida depende del todo de su carácter siempre equivoco, en la medida en que el significante puede significar algo más. No hay un lazo unívoco entre el significante y el significado, ya que la simple articulación de la palabra produce una discordia entre éstos. El significante no es idéntico a su significado, ya que no puede significarse a sí mismo. Por tanto, hay una estructura de discordia fundamental que establece como Ley: eso jamás. El significado, por su parte, se desliza bajo el significante para significar otra cosa: pero aún así. Aquí se ubica la causa del fracaso de la demanda, fracaso que resulta de la división del sujeto entre lo enunciado, lo que demanda, y la enunciación, lo que está más allá.


         En Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, Lacan afirmará que “el deseo se esboza en el margen donde la demanda se desgarra de la necesidad: margen que es el que la demanda, cuyo llamado no puede ser incondicional sino dirigido al Otro” (1). En el punto donde la demanda fracasa surge el deseo, que no es sino la huella, la marca, de una pérdida de satisfacción. A partir de esto, se puede decir que el deseo se articula no sólo con aquel resto insatisfecho que se produce —lugar donde el sujeto queda dividido por la imposibilidad de una satisfacción—, sino también con una parte de la estructura del lenguaje que se designa como lo imposible de decir, el goce.