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martes, 8 de julio de 2025

La castración más allá de la falta fálica

Una de las preguntas centrales que Lacan se plantea en el Seminario La angustia es la de la naturaleza de la castración. En ese contexto, propone una reformulación profunda, que consiste en desvincular la castración de sus metaforizaciones tradicionales, especialmente de su asociación exclusiva con la falta fálica (−φ). Al hacer esto, Lacan no niega la dimensión simbólica de la castración, sino que la relee desde el corte como operación estructural.

Un primer paso en esta reelaboración se da al diferenciar el −φ del objeto a. Mientras que el primero remite a una pérdida representable en el campo simbólico, el objeto a es concebido como producto de un corte real, no simbolizable, pero determinante en la constitución subjetiva. Castración, entonces, no se reduce a la falta fálica, sino que se vincula a una pérdida más radical, anterior a toda dialéctica de la posesión o el intercambio.

Esta distinción permite separar al objeto a del campo de los objetos libidinales compartibles, tales como:

  • Los objetos del estadio del espejo,

  • Los objetos del tránsito infantil,

  • Los objetos de amor u objetos del deseo del otro.

Estos últimos se sitúan en el registro imaginario, son contables, intercambiables y dialécticos: pueden ser amados, competidos, poseídos o perdidos. En cambio, el objeto a es de otro orden: no representa algo que se tiene o se pierde, sino una huella estructural de la pérdida misma, un resto irreductible que condensa la separación estructural entre el sujeto y el goce.

Lacan formaliza al objeto a en sus distintas modalidades —el pecho, el excremento (escíbalo), la mirada, la voz, el falo— como formas específicas de pérdida, es decir, recortes. El término alemán que usa es Verlust: pérdida, merma, daño. Este recorte no es imaginario, sino real, y anticipa la lectura que hará en Aún, donde la castración se liga a la anomalía del campo del goce y a la imposibilidad de formalizar la relación sexual.

Ahora bien, el objeto a no sólo se presenta como resto del corte, sino también como soporte del engalanamiento: ese punto que, aunque oculto, sostiene el brillo con el que el sujeto se presenta al deseo del Otro. Es aquello que el yo inviste como consistencia real, y que permite al sujeto sostener su lugar en el fantasma. Así, recorte y engalanamiento se convierten en coordenadas fundamentales, que delimitan un campo donde se entrelazan lo imaginario y lo real, y donde se juega el pasaje de la inhibición a la angustia.

En este marco, el −φ funciona como señal que captura la relación con el objeto de amor, pero también puede ser señal de angustia, marcando una reversibilidad estructural entre deseo y pérdida. Aquí se engarzan dos dimensiones cruciales: las perturbaciones de la vida amorosa y el campo de la transferencia.

En transferencia, el analista es investido como Sujeto Supuesto Saber, pero el trabajo analítico requiere una torsión de esa investidura para hacer posible que surja el objeto a como posición del sujeto en el fantasma. Esta orientación implica llevar al sujeto al límite, más allá del complejo de castración freudiano, que sigue anclado a la metáfora paterna.

En este punto, Lacan establece una diferencia crucial: pensar la castración como falta o como falla. La falta puede representarse; la falla es lo imposible de simbolizar, aquello que resiste toda traducción significante. Frente a eso, la pregunta que se abre es: ¿cómo hacer analizable ese imposible?

La respuesta no apunta a un saber cerrado o a una técnica, sino a una orientación, una lógica del borde. Y es esta orientación la que lleva a Lacan hacia el abordaje topológico, indispensable para tratar lo real como impasse, como punto de imposibilidad para el significante.

jueves, 5 de junio de 2025

¿Cómo opera la inhibición-sinthome? ¡Con ejemplos clínicos!

Vamos a desarrollar cómo opera el Inhibición-Sinthome, especialmente a partir del último Lacan, con un ejemplo para anclarlo.

Lacan, en su seminario Le Sinthome (1975-1976), plantea que el sujeto no se sostiene únicamente con los tres registros clásicos (RSI), sino que requiere un cuarto nudo que los mantenga unidos de forma consistente: eso es el sinthome.

Este sinthome no es síntoma en sentido clásico (como formación del inconsciente que se interpreta), sino una invención singular del sujeto que le permite sostenerse, aunque sin necesariamente acceder a la verdad del inconsciente. Es más, el sinthome no se interpreta: se soporta.

La relación de la inhibición con el sinthome

En "La Tercera" (1974), Lacan propone una fórmula que da una clave para entenderlo:

"La inhibición es el sinthome como mal pegado."

Es decir: cuando el sinthome no logra anudar bien los registros RSI, la falla se expresa como inhibición. No hay una ruptura total (como en la psicosis), sino una fragilidad del anudamiento, que se traduce en la clínica por una inhibición, un mal funcionamiento, una detención de la acción o del deseo.

Un caso

Imaginemos a un hombre que quiere escribir una novela. Tiene ideas, tiene tiempo, pero cuando se sienta a escribir, se bloquea. Siente que lo que produce no sirve, se autocensura, y termina dejando el proyecto una y otra vez. A esto lo podríamos llamar una inhibición en la escritura.

En su análisis, se revela que en la infancia su padre despreciaba sus producciones creativas y se burlaba de sus dibujos. La escritura ahora, como actividad simbólica e imaginaria (implica palabras y una imagen del yo como escritor), no puede sostenerse por sí sola, y cada intento revive un malestar real (angustia, vergüenza, vacío).

Si esta persona, a través del análisis o de una elaboración singular, logra hacer de la escritura misma su sinthome —una forma de goce no mediada por la validación del Otro—, entonces ya no necesitará escribir bien para sostenerse, sino simplemente escribir. El acto en sí lo anuda. Ya no importa si es valorado, publicado o incluso terminado.

Así, el sinthome puede reemplazar una inhibición, no eliminándola, sino reconfigurándola como modo de goce estabilizador.

En resumen, la inhibición aparece cuando el sinthome falla en su función de anudar RSI. Si el sujeto logra hacer del inhibido un sinthome, entonces esa función puede reenlazarse, ya no como obstáculo, sino como soporte de su modo de goce singular. El sinthome no busca curar, sino estabilizar. El análisis no busca interpretar el sinthome, sino sostener al sujeto en la invención de su modo propio de anudarse.

viernes, 30 de mayo de 2025

El síntoma como nombre del goce

Desde los primeros desarrollos de Freud, el síntoma se distingue de la inhibición. Mientras esta última se vincula con el yo (moi) y se inscribe en el registro imaginario, el síntoma no es un asunto del yo, sino la manifestación de un conflicto que involucra la satisfacción pulsional. Por eso, en el síntoma siempre hay algo del goce en juego.

Esta compleja relación entre el goce y el síntoma fue central en la enseñanza de Lacan, quien introdujo el concepto de nominación para abordarla. El síntoma no se limita a señalar una falla, sino que también intenta responder a ella, incluso si no lo logra. Es decir, el síntoma implica estructuralmente una falla, una falta de armonía entre el cuerpo y la satisfacción.

Freud ya lo anticipaba al describir al síntoma como “extraterritorial” respecto del yo: algo que no pertenece del todo, un elemento extraño. Lacan retoma esta idea para sostener que el síntoma anuda al cuerpo algo exterior, un goce que no le es natural. En esta insistencia por lo espacial –extraterritorialidad, exterioridad– se capta la dimensión de lo real: el síntoma es índice de lo que no anda.

Pero que el síntoma anude, no significa que civilice. El goce, en tanto exceso, ex-siste al cuerpo y al sentido. Y en ese sentido, el síntoma no se reduce a una categoría psicopatológica. No es un error del sistema, sino un modo en que el sujeto sostiene un lazo con lo real. De ahí que Lacan afirme que no hay sujeto sin síntoma, más allá de cualquier diagnóstico clínico.

¿Y la nominación? Entra en juego a través de la función del Nombre del Padre. No hay inconsciente sin esa operación simbólica que anuda, y es en ese punto donde se establece la consistencia estructural entre síntoma e inconsciente. Nominar el goce es una manera de amarrarlo, de darle una forma –aunque siempre parcial– a aquello que desborda al cuerpo.

lunes, 5 de mayo de 2025

Ideal de yo e inhibición: ¿Cómo proceder clínicamente?

 La castración imaginaria se refiere a la pérdida que se inscribe en el registro imaginario, es decir, en la relación especular del sujeto con su imagen corporal. Esta pérdida tiene que ver con una escisión o fractura en la completud de la imagen, que se introduce cuando el niño advierte que no es todo para la madre, y que su cuerpo no es autosuficiente ni pleno.

Esta dimensión está ligada a lo que Lacan llama el Ideal del yo (I(a)) y a la alienación en la imagen del otro durante el estadio del espejo. La castración imaginaria implica una ruptura narcisista, una experiencia de carencia en el plano del yo, muchas veces ligada a la angustia de no coincidir con la imagen idealizada de sí mismo.

Las inhibiciones, en términos freudianos y lacanianos, suelen estar relacionadas con impedimentos en la acción, que tienen su raíz en una identificación rígida o fallida con el Ideal del yo. Es decir, el sujeto no se permite hacer algo porque teme perder su lugar en la imagen que sostiene de sí mismo o que cree que sostiene el Otro sobre él.

Entonces:

  • La castración imaginaria permite desalojar esa completud imaginaria que sostiene al sujeto en una posición inhibida.

  • Cuando el –φ se inscribe simbólicamente, puede descompletarse el Ideal del yo, lo cual abre paso a una desidentificación con esa imagen rígida y permite una mayor movilidad subjetiva.

  • Así, la cura de las inhibiciones está asociada a la aceptación de la castración (como falta estructural), tanto en lo imaginario como en lo simbólico.

En un tratamiento psicoanalítico, un punto clave es permitir al sujeto desidealizar su imagen de sí, atravesar el narcisismo y hacer lugar a la falta. Esto implica que el sujeto pueda situarse no como un todo autosuficiente, sino como marcado por una carencia que lo vuelve deseante.

Esa operación es la que permite, por ejemplo, liberar la acción inhibida, ya que el sujeto ya no necesita sostener una imagen perfecta o plena, sino que puede asumir su incompletud y operar desde allí.

Un caso

Un paciente varón, adulto joven, acude a análisis por una intensa inhibición al hablar en público. Se desempeña como profesional en un ámbito que requiere presentaciones orales, pero ante estas situaciones experimenta sudoración, taquicardia, confusión mental e incluso evita promociones o ascensos que impliquen mayor visibilidad.

Desde las primeras entrevistas se desprende una autoimagen muy exigente: el paciente se describe como alguien que "debe hacerlo todo bien", "sin titubeos", "con solvencia absoluta". Además, recuerda que en su infancia el padre tenía una actitud muy crítica frente a cualquier signo de “debilidad” o “torpeza”. Su madre, en cambio, lo alentaba a destacar, a ser el "orgullo de la familia".

Este paciente se identifica a un Ideal del yo rígido que no tolera fallas ni titubeos, sostenido por una fantasía de completud imaginaria: ser perfecto, sin fisuras, siempre en control. Esta identificación imaginaria se anuda al lugar del Otro parental (la mirada del padre y el deseo de la madre), lo que refuerza una autoexigencia narcisista y la represión de cualquier signo de "falla".

Esta lógica imaginaria bloquea la acción, porque equivocarse o no saber qué decir se viviría como una catástrofe narcisista: una caída desde la imagen ideal.

En la cura, se empieza a trabajar el modo en que esa imagen se construyó como respuesta al deseo parental, y cómo funciona como defensa contra una castración no tramitada.

En la medida en que el paciente comienza a articular su inhibición con su posición en el deseo del Otro (lo que se esperaba de él, cómo debía ser para sostener el amor del Otro), se abre la posibilidad de inscribir el significante de la falta –φno hay completud en el Otro, y por ende no hay imagen perfecta que sostenga el deseo.

Este reconocimiento permite desidealizar la imagen del yo, aceptar la posibilidad del error, del vacío, del "no saber", sin que eso implique una caída en el abandono o el desamor.

Al descompletarse ese Ideal, se empieza a observar que el paciente puede hablar en público con mayor fluidez, incluso cuando se equivoca. Ya no se trata de “hacerlo perfecto”, sino de poder sostenerse en el acto mismo de hablar, aún con sus vacíos, sus lapsus, su contingencia.

La inhibición comienza a ceder porque ya no está encadenada a una imagen imposible. La aceptación de la falta (castración simbólica), sostenida por el trabajo sobre la fractura narcisista (castración imaginaria), libera la acción.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Inhibición, Síntoma y Angustia: Los Pilares de la Clínica Analítica

El tríptico Inhibición, síntoma y angustia, además de titular una obra fundamental de Freud, condensa las coordenadas esenciales de la clínica psicoanalítica. Todo aquello que en la práctica analítica pertenece al ámbito clínico puede ser entendido a través de esta estructura tripartita, que funciona como el fundamento del edificio teórico y práctico construido por Freud tras años de elaboración.

Lacan, a su vez, retoma este tríptico y lo articula con su propia teoría de los tres registros: lo imaginario, lo simbólico y lo real. En esta integración, Lacan reinterpreta inhibición, síntoma y angustia como tres modos de la nominación, inscribiéndolos en la estructura de la cadena borromea. Para Lacan, esta cadena no es solo un modelo conceptual, sino una escritura que da forma a la estructura misma del sujeto.

Así, los tres conceptos freudianos se corresponden con tres tipos de nominación:

  • Inhibición como una nominación imaginaria.
  • Síntoma como una nominación simbólica.
  • Angustia como una nominación real.

Además, esta articulación permite a Lacan revisitar el problema de la identificación en psicoanálisis, mostrando que las identificaciones también se estructuran en una tríada. Estas son:

  1. Identificación primaria, ligada al real del Otro, donde se juega el vínculo amoroso con la figura del Padre.
  2. Identificación sintomática, asociada al simbólico del Otro, en la que el rasgo funciona como sostén del sujeto.
  3. Identificación histérica, vinculada al imaginario del Otro, que pone en relación el deseo y la mediación.

Esta correspondencia entre las propuestas freudianas y lacanianas no solo refuerza la conexión entre ambos, sino que también permite una comprensión más profunda de los modos en los que el sujeto se inscribe en el campo del deseo, el goce y el lenguaje. El tríptico Inhibición, síntoma y angustia sigue siendo, por tanto, un eje central para pensar la clínica psicoanalítica y sus fundamentos.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Cuando un niño “no juega” ¿Por qué el analista tiene que inventar el Juego?

 

¿Sabías que el Juego en la niñez…?

  • No es innato.

  • No se hereda genéticamente .

  • No está asegurado ni garantizado para el niño.

  • Es algo a construir, desarrollar, entre el niño o niña y sus Otros significativos

El Juego
¿Por qué es una pieza constitutiva del psiquismo infantil?


El Juego permite poner en escena las fantasías, la sexualidad, los síntomas, las inhibiciones y los hechos significativos que han sido vividos pasivamente por el niño o niña. 

El Juego resignifica y transforma las experiencias traumáticas de la niñez. Permite también la distinción entre el Yo y el otro semejante. 

Por este motivo, el Juego es una pieza fundamental en el armado y constitución del psiquismo infantil.

La terapia del Juego

La actividad lúdica tiene en sí misma una dimensión terapéutica. En el juego el niño o la niña crea un mundo aparte: fuera del espacio y tiempo común. 
El Juego es una escena a la que el infante le pone una cantidad de libido muy importante y hace de cuenta que es otro (una persona grande, un mago, un superhéroe, alguien de la realeza).

Freud nos afirma en el texto “El poeta y los sueños diurnos” que: “Todo niño que juega se conduce como un poeta, creándose su mundo propio, o, más exactamente, situando las cosas de su mundo en un orden nuevo”.

La Inhibición para Jugar
Si el niño o la niña está inhibido de jugar, puede desarrollar:

Una posición melancólica, que sea puerta de entrada a una posición autista.

Una pobre autopercepción del sí mismo.

La sensación de indefensión unida al  sentimiento de inferioridad.

Un empobrecimiento significativo de sus vínculos familiares y sociales.

Problemas en la escuela (cognitivos y/o con los pares).

¿Cómo intervenir cuando el niño o niña están inhibidos en su Juego?

Nuestro accionar clínico apuntará a “abrir la puerta” para que el infante salga a jugar. Les donaremos nuestra experiencia infantil (nuestro cuerpo y nuestra disponibilidad a jugar). Crearemos personajes que dialogan entre ellos y situaciones que los mismos tienen que atravesar. 

Se construirá -”sin querer queriendo” y sin forzamientos- una escena, vez por vez. En donde el niño o la niña, a su manera, nos guiarán a encontrar “la llave lúdica” que permitirá abrir el juego.

¡¡Clave Clínica!!
¿Qué nos aporta la presencia o la ausencia del Juego en la niñez?

La actividad lúdica es, por excelencia, aquello que permite la simbolización en la infancia (es decir, pasar de la cosa a la representación). El terapeuta debe apostar siempre a producir el Juego si este está bloqueado o inhibido. 

Como analistas, dependemos de aquello que en el Juego se manifiesta. Solo la lectura de la escena lúdica -desde dentro de la escena, con nosotros implicados- es la que nos enseña y nos orienta sobre las líneas clínicas y los modos de intervención de nuestro accionar en la práctica.

miércoles, 31 de julio de 2024

Sintomatizar la inhibición

 En el cuadro que encontramos al inicio del seminario sobre la angustia, Lacan toma el trípode freudiano inhibición, síntoma y angustia. Distintas cosas se desprenden de esa lectura, una de ellas consiste en interrogar en la práctica analítica aquello que es posible de sintomatizarse en el sujeto.

Tomando esta perspectiva resalta, entre la inhibición y el síntoma, un término muy ilustrativo de ciertas posiciones del sujeto: el impedimento.

Esto hace posible que Lacan destaque una diferencia central entre una inhibición y un síntoma. La primera, incluso siguiendo a Freud conlleva una restricción funcional que no termina de elevarse al estatuto de un síntoma. En la inhibición lo que está inhibido, precisamente, es el acto. La inhibición entonces lo implica al deseo, pero en tanto inhibido.

Si una inhibición es un síntoma puesto en el museo, por lo que está detenido, sacado de circulación, un síntoma es extraterritorial al moi, y puede ser definido como el índice de algo que le concierne al sujeto. Como índice señala eso que no anda y que conlleva del lado del sujeto una interrogación, una pregunta. Es la respuesta que esconde la puesta en forma de un interrogante que lo involucra aun cuando el sujeto, allí, está afectado por un no saber.

Por esta distancia entre inhibición y síntoma es que resulta interesante el emplazamiento del impedimento. Si la inhibición no es un síntoma, estar impedido lo es, porque la inhibición afecta al acto, en cambio, el impedido es el sujeto: estar impedido es un síntoma, dice Lacan.

Puede entonces pensarse que una inhibición podría eventualmente transformarse en un síntoma, a condición de que el sujeto quede concernido allí, en la medida de estar impedido, situación clínica que ya implica una pérdida.

El impedimento y el "estar impedido"

 El seminario 10 incluye ese cuadro tan interesante a partir del cual Lacan puede pensar el campo de los afectos, tomados como efectos del significante. Hay allí un contrapunto digno de destacar que es aquel que se plantea entre la inhibición y el impedimento.

Sin duda no son exactamente lo mismo, sin embargo, se pueden situar algunos puntos de articulación.

La inhibición es correlativa del movimiento, y la apoyatura en Freud resulta indudable. Pero no en el sentido motriz del movimiento, sino que lo que queda perturbada es la función, una corporal. Por eso la inhibición implica una detención en el sujeto, una detención con el más alto grado de dificultad. Y allí Lacan es claro: esa detención del sujeto es correlativa de que lo inhibido es un deseo, nótese que dice “un” y no el.

Partiendo de esto, puede establecer ciertas particularidades propias del impedimento. Tampoco se trata de algo motriz, pero la distancia que señala es que el impedimento puede devenir un síntoma, ¿a diferencia de la inhibición?

Si, por su detención, la inhibición es un síntoma puesto en el museo; el impedimento es un síntoma en el sujeto. Se sirve allí de la etimología latina del término impedicare, al que aborda por el sesgo de un “caer en la trampa”.

El sujeto queda impedido en la medida de quedar capturado en la trampa narcisista. Allí señala un vínculo entre el impedimento y el movimiento por el cual el sujeto avanza hacia el goce. Se dirige a “lo que está más lejos de él”, y en ese camino se encuentra con una fractura. Allí se produce el cortocircuito, por cuanto esa fractura es relevada por la precipitación, el “haberse dejado atrapar” por el camino en su propia imagen, la imagen especular. Con lo cual entonces cobra valor la pregunta acerca del vínculo entre el síntoma y lo imaginario.

Sólo será un problema si le concierne. 
En la aspiración a situar no solo lo específico del sujeto del inconsciente, sino puntualmente las coordenadas de la subversión es que Lacan emprende con énfasis la tarea de separar al sujeto del moi. Con lo cual entonces se separa al trabajo analítico de cualquier modalidad que implique una toma de conciencia, algo del orden de un insight, o de una especie de iluminación.

Esta orientación epistémica/clínica afecta también, por supuesto, a la dimensión del síntoma, en la medida en que conlleva tener que repensar su estatuto.

En el psicoanálisis el síntoma no constituye un proceso patológico y de allí que Freud lo defina como extraterritorial al yo.

Separado entonces de lo imaginario del espejo, un síntoma implica a la posición del sujeto concernido allí y este es el punto, el hilo del que queremos tirar.

Si el sujeto puede, en el trabajo analítico, caer en la cuenta del modo en que está comprometido, no es a nivel de una intelección consciente que le permitiría situar qué es lo que hace o deja de hacer respecto de lo que se queja. Sino que aquello de lo que se queja le concierne en la estricta medida de la posición que ocupe en una escena y por consiguiente del papel que allí juega, para que la escena se sostenga.

Que el sujeto quede entonces concernido no implica, entonces, nada del orden de un conocimiento en la línea socrática del “conócete a ti mismo” sino que el asunto entonces es que algo solo deviene un problema para el sujeto, pudiendo eventualmente constituir un síntoma, en la estricta medida en que le concierne.

Y que le concierna lo implica en el sentido de una convicción, ese convencimiento aludido por Freud a nivel de la construcción. Eso le concierne íntimamente, o sea que se delimita en el sujeto algo que es solidario de una certeza.

lunes, 8 de julio de 2024

La satisfacción: una antología freudiana

Fuente: Isacovich, Lila (2018) "La satisfacción: una antología freudiana"

La palabra deseo evoca un movimiento de concupiscencia o de apetencia. El deseo inconciente tiende a realizarse restableciendo los signos ligados a la primera experiencia de satisfacción.

Lo que define esa primera vivencia de satisfacción es que la imagen mnémica de una determinada percepción permanece asociada a la huella mnémica de la excitación resultante de la necesidad. Al presentarse de nuevo esta necesidad, se producirá, en virtud de la conexión establecida, un movimiento psíquico dirigido a recargar la imagen mnémica de aquella percepción e incluso a evocarla, es decir, a restablecer la situación de la primera satisfacción. Ese movimiento es lo que nosotros llamamos deseo. Algo que tiende a.(1)

En lo sucesivo, la satisfacción queda unida a la imagen del objeto que ha procurado la satisfacción. Cuando aparece de nuevo el estado de tensión, la imagen del objeto es recargada. Esta reactivación (el deseo) produce algo similar a la percepción, es decir, una alucinación. Si entonces se desencadena el acto reflejo, inevitablemente se producirá la decepción.

El conjunto de esta vivencia -satisfacción real y satisfacción alucinatoria- constituye el fundamento del deseo. En efecto, el deseo tiene su origen en una búsqueda de la satisfacción real, pero se forma según el modelo de la alucinación primitiva. El sujeto busca siempre, por caminos directos (alucinación) o indirectos (acción orientada por el pensamiento) una identidad con la percepción que quedó unida a la satisfacción de la necesidad. Esta satisfacción primitiva tiene un carácter irreductible y una función decisiva en la búsqueda ulterior de los objetos: lo que determina la institución de la prueba de realidad es el hecho de haber perdido los objetos que anteriormente habían proporcionado una satisfacción real. La vivencia de satisfacción constituye el concepto fundamental de la problemática freudiana de la satisfacción. En ella se articulan el apaciguamiento de la necesidad y el cumplimiento del deseo.

Freud no identifica necesidad con deseo: la necesidad, nacida de un estado de tensión interna, encuentra su satisfacción por la acción específica que procura el objeto adecuado (por ejemplo, alimento). El deseo, en cambio, está indisolublemente ligado a huellas mnémicas y encuentra su realización en la reproducción alucinatoria de las percepciones que se han convertido en signos de esa satisfacción.

Con todo, esta diferencia entre satisfacción de la necesidad y realización alucinatoria del deseo no siempre está tan claramente afirmada en la terminología de Freud: en algunos trabajos se encuentra la palabra compuesta WUNSCH BEFRIEDIGUNG: deseosatisfacción, aunque, por la propia definición del deseo, la expresión satisfacción del deseo, en sentido estricto, sólo se aplicaría a la identidad de percepción. No cabe otra manera de concebir tal satisfacción o realización del deseo.

Por eso, Freud emplea el término WUNSCHERFÜLLUNG: cumplimiento de deseo, para referirse a los diversos modos de realización que encuentra el deseo. La manera como el Diccionario de Laplanche y Pontalis(2) zanja esta cuestión es definiendo el cumplimiento de deseo como una formación en la cual el deseo se presenta imaginariamente como cumplido. Agrega que las producciones del inconciente (sueño, síntoma, y por excelencia el fantasma) constituyen cumplimientos de deseo en una forma más o menos disfrazada. Pero no se trata de un problema meramente terminológico, sino relativo a la naturaleza de la satisfacción: ¿cómo obtiene el sujeto su satisfacción si el deseo es precisamente lo que no se colma?.

La naturaleza de la satisfacción parece ser paradojal,(*) en consonancia con lo característico de la pulsión.

Voy a puntualizar simplemente una de las definiciones que da Freud(3): “La pulsión nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción,…” No podemos dejar de subrayar aquí la yuxtaposición con la definición del deseo.

Esta condición de la pulsión nos reenvía al deseo en tanto movimiento que, como resto de la vivencia de satisfacción, tiende a la búsqueda de la satisfacción perdida. El carácter universal de la pulsión es el de un “esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior. Esta manera de concebir la pulsión nos suena extraña. En efecto, nos hemos habituado a ver en la pulsión el factor que esfuerza en el sentido del cambio y del desarrollo, y ahora nos vemos obligados a reconocer en ella justamente lo contrario, la expresión de la naturaleza conservadora del ser vivo”.(4) Este es un primer aspecto paradojal.

Si nos es lícito admitir que todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas, la meta de toda vida es la muerte.(5) La vida sería un rodeo para llegar a la muerte, y la meta de la pulsión, alcanzar la muerte.

Así se engendra la paradoja de que el organismo vivo lucha con la máxima energía contra influencias (peligros) que podrían ayudarlo a alcanzar su meta vital, la muerte, por el camino más corto.(6)¿Qué lleva a que la vida se sostenga a pesar de lo que pulsa por llegar a la muerte?

En el proceso de deseo, la inhibición por el Yo procura una investidura moderada del objeto deseado que impide su alucinación.(7) Si esa inhibición por parte del Yo faltara, una carga demasiado intensa de la imagen produciría el mismo indicio de realidad que una percepción y el sujeto sería incapaz de distinguir una percepción real de una alucinación. Si el Yo ha respetado esa barrera que se interpone en el camino regrediente de la vía alucinatoria, y ha vuelto su atención hacia las percepciones nuevas, tiene perspectivas de alcanzar la satisfacción buscada, pero necesariamente resultará devaluada en relación con aquella primera satisfacción que le sirve de referente.

…todas las formaciones sustitutivas y reactivas y todas las sublimaciones son insuficientes para cancelar su tensión acuciante. La diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, “acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante”. El camino hacia atrás, hacia la satisfacción plena, en general es obstruido por las resistencias en virtud de las cuales las represiones se mantienen en pie, y entonces no queda más que avanzar por la otra dirección del desarrollo [progrediente], todavía expedita, [aunque] en verdad sin perspectivas de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta”.(3) 

La meta ha quedado por detrás. No es fácil admitir que ése sea el verdadero estado de cosas: que el sujeto sea una especie de perro mordiéndose la cola. Se presenta aquí la paradoja bajo otro aspecto: lo que empuja hacia adelante la pulsión, son las resistencias de represión que ponen una barrera al camino regrediente. Esto es algo en principio no esperable si lo que prima es el supuesto de que la pulsión es el impulso vital al cual el sujeto debe renunciar en parte en favor de las presiones culturales.

Al contrario, parecen ser los efectos de esas presiones, las resistencias de represión las promotoras del desarrollo vital, aún a expensas de la meta específica de la pulsión: la de restablecer un estado anterior.

Esta concepción también se opone a la común opinión que sostiene que el sujeto renuncia a la satisfacción en pos de mandatos culturales que originan la represión de las tendencias pulsionales. Sin embargo, ya Freud nos anticipó que, por el contrario, “la conciencia moral es la consecuencia de la renuncia de lo pulsional. Que es esa renuncia de lo pulsional (impuesta a nosotros desde afuera) la que crea la conciencia moral, que después reclama más y más renuncias”.(8)

Se hace claro entonces, que el impulso “vital” obedecerá a la ligazón libidinal con aquel objeto de amor que tememos perder en caso de ceder a las exigencias de la pulsión. El amor ha acudido en nuestra ayuda para salvaguardar la vida. El aspecto más contundente entonces que toma la paradoja es que si la satisfacción se asocia al placer, y éste ha sido definido como la tendencia dominante de la vida anímica a mantener constante la tensión interna de estímulo, resulta ser que esa homeostasis, equivale a tensión nula, a la descarga completa de tensión. Ese equilibrio, que para nuestro sentido común es vital, sin embargo sólo es asequible en la muerte. Vale decir, que el correlato del placer en su máxima expresión, es la muerte. El principio del placer está regido por el arribo a la satisfacción plena, alcanzable sólo en la vuelta al estado de quietud. Paradoja con la que todo sujeto está condenado a confrontarse en el devenir de su vida.

Los hombres enferman de neurosis a consecuencia de la frustración de la satisfacción de sus deseos, cuando la libido no tiene la posibilidad de una satisfacción ideal acorde con el Yo. Así, la privación, la frustración (aquí Freud homologa ambos términos) de una satisfacción real se convierte en la condición primera para la génesis de la neurosis.(9)

Encontramos aquí este contrapunto entre satisfacción ideal -podríamos inferir precisamente, “acorde con el Ideal del Yo o que satisfaga al Ideal”- y satisfacción real.

Pareciera que la satisfacción real a la que Freud se refiere es la sexual. Los síntomas sirven a la satisfacción sexual en calidad de sustitutos de esa satisfacción que falta en la vida.(10) Por eso puede decir tanto que los síntomas “no ofrecen nada real en materia de satisfacción” como también que “son una satisfacción real alcanzada por la libido aunque extraordinariamente restringida y apenas reconocible”.(11) Una satisfacción “real” que prescinde casi siempre del objeto y resigna por lo tanto el vínculo con la realidad exterior. Es también un retroceso a una suerte de autoerotismo ampliado como el que ofreció las primeras satisfacciones a la pulsión sexual,(12) por eso muestran a menudo un carácter infantil e indigno.(10)

¿Habría acaso una satisfacción que no fuera sustitutiva, una satisfacción de índole real?. En función de la naturaleza del deseo, toda satisfacción es sustitutiva, por más sexual que sea.

Los síntomas son una nueva modalidad de satisfacción pulsional irreconocible para el sujeto que siente esta presunta satisfacción más bien como displacer o sufrimiento y se queja de ella.(12) Implican un gasto de energía psíquica. Se trata de una satisfacción gozosa.

En cuanto a los sueños, habiendo aceptado en todos los casos que el sueño es un cumplimiento de deseo porque es una operación del sistema Icc, que no conoce en su trabajo ninguna otra meta que el cumplimiento de deseo ni dispone de otras fuerzas que no sean las mociones de deseo,(13) sin embargo Freud se pregunta: ¿cuál es el sujeto de ese deseo? ¿se trata de un cumplimiento de deseo para quién?. El soñante desestima sus deseos, los censura, no le gustan. El cumplimiento de tales deseos no puede brindarle placer alguno. Eso contrario entra en escena en forma de angustia: sueños punitorios, sueños de angustia, traumáticos.

Algo o alguien se satisface en la angustia.

En relación con las fantasías, son, como los sueños, cumplimientos de deseo. Cada fantasía singular es el cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Son deseos ambiciosos narcisistas, o son deseos eróticos. Aunque Freud ya había advertido -antes que Clemente, el personaje de Caloi- que, en la mayoría de las fantasías egoístas de los hombres se descubre en un rinconcito a la dama para la cual el fantaseador lleva a cabo todas sus hazañas y a cuyos pies él pone todos sus logros.(14)

No hay ninguna duda de que el demorarse en los cumplimientos de deseo de la fantasía trae consigo una satisfacción. Es que no basta la magra satisfacción que se puede arrancar a la realidad. “Esto no anda sin construcciones auxiliares” cita Freud a Theodor Fontane. El reino de la fantasía es una reserva en el alma sustraída del principio de realidad. La ganancia de placer en la fantasía se hace independiente de la aprobación de la realidad.(15) Las fantasías establecen y proporcionan las formas en que los componentes libidinales reprimidos procuran su satisfacción.(16)

También el chiste es una modalidad de satisfacción que surge de una satisfacción denegada. Elude esa limitación pero al mismo tiempo la reconoce; y es eso lo que da la prima de placer al chiste. El chiste levanta una represión secundaria con el consiguiente ahorro de energía psíquica. Conseguimos un efecto cómico, un sobrante de energía que se descarga en la risa cuando dejamos penetrar en la conciencia los modos de funcionamiento del pensar primario.

Así como en el síntoma hablamos de una satisfacción ligada al goce, el goce del síntoma, en el modo de satisfacción que procura el chiste hay pérdida de goce, un gasto de inhibición ahorrado.

En lo siniestro decimos que el deseo parece realizarse. El sentimiento de lo siniestro y el desprendimiento de angustia se suscitan frente a la coincidencia entre el deseo y su cumplimiento.(17)No es precisamente placer lo que produce este modo de la satisfacción.

Evidentemente, hay modos de satisfacción que son sentidos como placer pero otros francamente displacenteros e incluso angustiantes.

¿Qué es lo que los seres humanos dejan discernir, por su conducta, como fin y propósito de su vida? se pregunta Freud en “El Malestar en la Cultura”. La ausencia de dolor y de displacer; vivenciar intensos sentimientos de placer. Es simplemente el programa del principio del placer el que fija su fin a la vida. Este principio gobierna la operación del aparato psíquico desde el comienzo. No obstante, su programa entra en querella con el mundo entero. Es absolutamente irrealizable; las disposiciones del Todo lo contrarían. Se diría que el propósito de que el hombre sea dichoso no está contenido en el plan de la creación.

Lo que se llama felicidad corresponde a la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas: sólo es posible como un fenómeno episódico. Estamos organizados -nuestro aparato- de tal modo que sólo podemos gozar con intensidad el contraste, y muy poco el estado. Y citando a Goethe dice “Nada es más difícil de soportar que una sucesión de días hermosos”.(18)

A modo de ejemplo, la histeria, que pone de relieve de manera tan paradigmática la naturaleza del deseo procurándose ella misma la insatisfacción. Como si hiciera falta.

(1) LAPLANCHE, J. – PONTALIS, J. B. – “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed. Labor, Barcelona, 1974, p.96.
(2) op. cit., p.86.
(*)“Paradoja: (Del lat., paradoxa) f. Especie extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de los hombres. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera. Figura de pensamiento que envuelve una contradicción”. Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1986, p.1011.
(3) FREUD, S. – “Más allá del principio de placer”, en O. C., Amorrortu Ed., Bs. As., 1990, p.42, cap.5, T.XVIII.
(4) idem., p.36.
(5) idem., p.38.
(6) idem., p.39.
(7) FREUD, S. – “Proyecto de psicología”, p.372, Parte I, pp.417, 418, Parte III, T.I.
(8) FREUD, S. – “El malestar en la cultura”, p.124, cap.7, T.XXI.
(9) FREUD, S. – “Los que fracasan cuando triunfan”, p.323, T.XIV.
(10) FREUD, S. – “Resistencia y represión” en “Conferencias de introducción al psicoanálisis”, p.273, T.XVI.
(11) FREUD, S. – “Los caminos de la formación de síntoma”, p.327, T.XVI.
(12) idem., pp.326, 333.
(13) FREUD, S. – “Sobre la psicología de los procesos oníricos” en “La interpretación de los sueños”, p.560, cap.7, T.V.
(14) FREUD, S. – “El creador literario y el fantaseo”, p.129, T.IX.
(15) FREUD, S. – “Los caminos de la formación de síntoma”, p.339, T.XVI.
(16) FREUD, S. – “Tres ensayos de teoría sexual”, p.206, T.VIII.
(17) FREUD, S. – “Lo ominoso”, p.238, T.XVII.
(18) FREUD, S. – “El malestar en la cultura”, p.76, T.XXI.

viernes, 5 de enero de 2024

¿Es la inhibición una contrainvestidura?

La inhibición es un asunto del cuerpo pues se establece su especificidad respecto de la alteración de una función corporal, tal es la afirmación de Freud. Quien parte de destacar la diferencia entre la inhibición y el síntoma, este último podría ser considerado como índice de un proceso patológico entendido como lo que no anda, en cualquier caso no pertenece a la esfera del yo, del moi. El síntoma es extraterritorial al moi.

La inhibición podrá eventualmente devenir -o no- en un síntoma para el sujeto. Pero más allá de esta posibilidad, debemos presuponer una función de la inhibición en la constitución del cuerpo, el cual por supuesto a esta altura no puede reducirse a la imagen especular, planteo desarrollado por Lacan en “La angustia”. Se trata entonces en la inhibición de una limitación funcional, limitación que indica la delimitación de la superficie corporal.

Una inhibición también puede eventualmente devenir en un mecanismo neurótico sin por eso constituir un síntoma. Así pues, puede servir como barrera para la evitación del desarrollo de angustia (y el término central aquí es evitación). Pero es importante destacar que esta “utilización neurótica”, implica del lado del sujeto, un costo, precisamente porque la inhibición conlleva una limitación funcional, y ello como defensa frente a la erogeneización de una función.

Si hay un vínculo íntimo entre la inhibición y el cuerpo, ¿puede entonces pensarse a la inhibición como una contra investidura? Si la constitución del cuerpo se apoya en la inhibición tomada a nivel más sincrónico, ésta podría ser pensada como algo que resguarda frente a la irrupción pulsional. Entonces: ¿podría pensarse la inhibición como una contra investidura precisamente porque en RSI se la llama “nominación imaginaria”?

martes, 19 de septiembre de 2023

La nominación imaginaria (inhibición) en la neurosis obsesiva

Resumen: En el presente trabajo abordamos -en el marco de una investigación sobre las neurosis en el último período de la enseñanza de Jacques Lacan (1974-1981)- la neurosis obsesiva a partir de una las tres formas de anudamiento propuestas por Lacan en el Seminario 22 "R.S.I.": la nominación imaginaria. La misma nos permitirá realizar una relectura de la función de la defensa en la neurosis obsesiva en su relación con el yo, la consciencia-de-si y la inhibición. También nos dará una formalización nodal, la cual constituye una escritura que permite localizar diversos problemas clínicos propios de esta neurosis.
1. Introducción
En el presente trabajo abordamos -en el marco de una investigación sobre las neurosis en el último período de la enseñanza de J. Lacan- a la neurosis obsesiva a partir de una las tres formas de anudamiento propuestas por Lacan en la clase final de su Seminario 22 "R.S.I" (Lacan 1974-75, 13-5-75). Allí recurre al ternario freudiano de la inhibición, el síntoma y la angustia para destacar que cada uno de estos términos podría cumplir una función de cuarto redondel de cuerda que sostiene el anudamiento de los tres registros: real, simbólico e imaginario. A su vez -y precisamente por venir a cumplir con dicha condición- operan en la estructura nodal como "nombres del padre". Cada una ellas, por su parte, redobla a uno de los registros, distinguiéndose así una nominación imaginaria (inhibición), una nominación simbólica (síntoma) y una nominación real (angustia). Consideramos que estas indicaciones brindan una crucial herramienta formal para pensar la clínica de las neurosis -lo que ya hemos destacado en otro trabajo (cf. Godoy-Schejtman 2009a).

En el marco que aquí nos ocupa, indagaremos un modo privilegiado de anudamiento en la neurosis obsesiva. Si bien no es el único posible -ya que podemos pensar distintas respuestas del sujeto, particularmente, en el recorrido mismo de un análisis-, consideramos que constituye uno fundamental ya que el mismo se desprende de la lógica que atraviesa todo el recorrido de la enseñanza de Lacan referido a este tipo de neurosis. Se trata de la "nominación imaginaria" -la inhibición- que cumple dicha función de anudamiento al operar como cuarto redondel de cuerda que redobla, justamente, al registro de lo imaginario. Podemos concebir, a su vez, dicha nominación como aquella que define a la consciencia obsesiva, lo que hemos propuesto en otro lugar (cf. Godoy-Schejtman 2009b) y que aquí retomaremos.

2. El yo, lo imaginario y la consciencia-de-sí
Durante los años ´40 y ´50, Lacan diferencia a la histeria de la neurosis obsesiva valiéndose de una serie de ejemplos de gran riqueza clínica. Es así que se refiere a los "jeroglíficos" y "monumentos" (cf. Lacan, 1953, 270) de la histeria, en oposición con los "laberintos" y "fortificaciones" de la neurosis obsesiva (cf. Lacan 1949, 90). Los jeroglíficos implican una escritura que se ofrece al desciframiento, mientras que los monumentos destacan la relación del sujeto con la historia. Este último ejemplo fue utilizado por Freud al señalar que "los histéricos sufren de reminiscencias" (Freud 1909, 13) y compara a sus síntomas con el Charing Cross y The Monument de la ciudad de Londres. Por el contrario, los laberintos indican una estructura que presenta una lógica muy diferente. Son construcciones enredadas y confusas, con múltiples caminos que no llevan a ninguna parte y permanecen aislados de la salida. Las fortificaciones al estilo de Vauban (Lacan 1948, 101), por su parte, son planos defensivos multiplicados con formas estrelladas y en zigzag que constituyen defensas enmarañadas, muy difíciles de franquear. Estos tempranos ejemplos le sirven para distinguir las líneas de fragmentación funcional que manifiesta el síntoma conversivo histérico -como uno de los fenómenos de cuerpo fragmentado-, en contraposición con la unidad y fortaleza del yo obsesivo. De este modo, en el primer caso el sujeto padece la fragilidad del cuerpo que pierde su unidad al recortarse una función (recordemos, por ejemplo, el paradigmático estudio freudiano sobre las parálisis histéricas); mientras que en el otro, el sujeto queda atrapado el la rigidez de la ilusoria unidad de su fortaleza yoica. Se aprecia fácilmente la tensión entre fragilidad y fortaleza, entre la fragmentación y la unidad del yo; lo cual equivale a decir que la pantalla del yo en la histeria es bastante transparente y, por lo tanto, mucho más bajo el umbral que la separa del inconsciente (cf. Lacan 1951, 215).

Ahora bien, la fortaleza defensiva no deja nunca de ser un encierro. En efecto: "las plazas fuertes siempre tienen doble filo. Las construidas para protegerse del exterior son todavía más molestas para quien está dentro, y éste es el problema" (Lacan 1957-58, 440). Eso marca otra diferencia con la histeria. En ésta el objeto se sustrae, hace presente siempre un punto de fuga: ya sea del propio sujeto devenido objeto agalmático para el deseo del Otro o en su modo de afirmar el objeto de deseo (como en el célebre "quiero caviar pero no me lo den" de la Bella carnicera). Por su parte, lo que prima en el obsesivo es la propia jaula, la sensación subjetiva de estar inmovilizado, detenido (cf. Miller 2000, 16). Si se mueve, es dentro de esa jaula, de allí el rasgo característico de mortificación inhibitoria que se destaca en la clínica de la neurosis obsesiva.

Luego de establecer la importancia de la consistencia imaginaria del yo en la defensa obsesiva, el trabajo de Lacan apuntó, en los años ´50, a destacar su relación con la estructura del fantasma en su dimensión escópica (la de un espectáculo que se ofrece a un observador) y en su perspectiva oblativa (como respuesta a la demanda del Otro). En dicho fantasma, el sujeto sostiene un espectáculo en donde realiza "hazañas" dirigidas a un espectador ubicado en el lugar del Otro. Si bien parece correr innumerables riesgos, ninguno de ellos es verdadero ya que el sujeto no está allí implicado a nivel del deseo, sino que deja solo una sombra de sí mismo en el plano imaginario del esquema L, donde transcurren sus proezas. Es por eso que Lacan lo compara con un "actor" (Lacan 1956-57, 29), con un "domador de circo" (Lacan 1957, 435) o, incluso, con un clown (Lacan 1956-57, 30) que despliega su rutina de peleas paródicas. Es así que trata de demostrar 
"hasta dónde puede ir ese otro con minúscula que no es más que su alter ego, el doble de sí mismo, y todo esto delante de otro quien asiste al espectáculo en el cual él mismo es espectador. Pues, en cambio, él no sabe qué lugar ocupa, y esto es lo que hay de inconsciente en él" (Lacan 1956-57). 

Resulta fundamental entonces no confundir esos dos lugares: el del alter ego, el actor que realiza la hazaña en la cual, pese a las apariencias, no hay nada del deseo en juego, y aquel desde donde se observa el espectáculo
"Es desde el lugar del Otro donde se instala, de donde sigue el juego, haciendo inoperante todo riesgo, especialmente el de cualquier justa, en una consciencia-de-sí para la cual sólo está muerto de mentiritas" (Lacan 1960, 790-1). 

El sujeto busca observarse desde el lugar del Otro, se instala allí, trata de ver qué imagen le da al Otro y es así que queda atrapado en la misma, esclavo de ese amo que supone lo mira, desconociendo su propia instalación en ese punto. Mirada a la que debe apaciguar complaciéndola, demostrando -una y otra vez- su buenas intenciones en un trabajo esforzado, así como en el empeño que revelan sus proezas para sostener una imagen narcisista que atempere su exigencia. Pero también dicha posición es la de un esclavo que espera la muerte de ese amo para empezar a vivir; de ahí la ambigüedad esencial del homenaje que le dirige. Esta espera constituye un rasgo esencial de su detención temporal y revela la identificación que introduce una mortificación imaginaria.

La enseñanza de Lacan -partiendo de su teoría de lo imaginario y la función del fantasma- produce así un desplazamiento de lo que era la articulación entre el carácter obsesivo y el erotismo anal (presente en Freud y desplegada profusamente por los posfreudianos), al plano del yo en su estatuto imaginario y el funcionamiento escópico del fantasma. Esto no implica un rechazo de la importancia del erotismo anal -reelaborado por Lacan a partir de la relación del sujeto con la demanda del Otro- sino que ambas serán notablemente conjugadas entre los Seminarios 8 y 10 al señalar la función oblativa del fantasma obsesivo.

3. La inhibición y su función de anudamiento
El obsesivo supone en su fantasma una falta en el Otro, pero que podría ser colmada a través de una serie de objetos cesibles como "dones" -oblatividad- con los que respondería a esa demanda. Este es su modo de desconocer la castración del Otro a través de la reducción del deseo a la demanda. Ello le asegura su valor de falo imaginario para el Otro, el cual es equivalente a esa imagen idealizada que sostiene en la hazaña. Por eso 
"en el fondo de la experiencia del obsesivo hay siempre lo que yo llamaría cierto temor a deshincharse, respecto de la inflación fálica. En cierto modo, en su caso la función del falo no podría tener mejor ilustración que la fábula de la rana que quiere ser tan grande como el buey" (Lacan 1960-61, 293).

El control esfinteriano y la puesta en juego del objeto anal nos revela la relación del sujeto que cede una parte de su cuerpo -su "regalo"- porque el Otro así lo pide, obteniendo su reconocimiento amoroso y una ganancia narcisista. Es debido a esto que el don no se agota en la vertiente anal del objeto sino que implica también dar una imagen. Ambos planos se conjugan notablemente: el objeto anal es revestido imaginariamente por el falo en el plano escópico.

Ya en el Seminario 2 encontramos una indicación que va en esta línea y que destaca el costo de encierro que conlleva esta particular "solución" obsesiva: "en la posición del obsesivo todo lo que pertenece al orden del don está apresado en una red narcisista de la que no puede salir" (Lacan 1954-55, 325). Esto será retomado en el Seminario X: "aquello que él considera que aman es una determinada imagen suya. Esta imagen, se la da al otro. Se la da hasta tal punto que se imagina que el Otro ya no sabría de qué agarrarse si esta imagen llegara a faltarle... El mantenimiento de esta imagen de él es lo que hace que el obsesivo persista en mantener toda una distancia respecto de sí mismo, que es, precisamente, lo más difícil de reducir en el análisis" (Lacan 1962-63, p. 348).

Consideramos que, desde las formas de anudamiento de cuatro redondeles de cuerda presentadas en el Seminario 22, la inhibición, en tanto nominación imaginaria, es la que permite formalizar la captura del sujeto en esta imagen oblativa y su puesta a distancia, que llama también consciencia-de-sí. En el Seminario 24 dirá que la neurosis obsesiva es "el principio de la consciencia" (Lacan 1976-77, 11-05-77). Esta nominación anuda lo simbólico, lo imaginario y lo real pero al costo, entonces, de una inhibición.

La inhibición es definida, en el Seminario 10, como "la detención del movimiento" (Lacan 1962-63, 18). Detención que no hay que tomar en el sentido ingenuo -puesto que un obsesivo puede desplegar mucha actividad en sus hazañas-, sino en aquel por el cual la vida del sujeto está "frenada", "detenida" en lo que concierne a su deseo, sostenido por ello en la imposibilidad. Desde esta perspectiva, el deseo imposible mismo del obsesivo puede leerse como una consecuencia del anudamiento inhibitorio. Si la procastinación y la duda eran presentados por Lacan en su función de "rasgos de carácter del obsesivo", y no como síntomas, es porque estos testimonian una detención inhibitoria en el plano temporal. Esto mismo se redobla, en plano del pensamiento y el lazo social, con el aislamiento.

De las dos escrituras posibles de la nominación imaginaria en el nudo borromeo (I-ni-R-S y I-ni-S-R), consideramos a la segunda como más apropiada (I-ni-S-R), ya que ésta permite dar cuenta de lo que está en juego en la neurosis obsesiva: un desdoblamiento de lo imaginario que viene a colmar la falla en lo simbólico. Dicho desdoblamiento efectúa una coalescencia de la imagen del yo y el Otro, tal como lo destacaba el fantasma oblativo. Ésta es la modalidad más paradigmática de la defensa obsesiva frente a lo real. Podemos llamar a este anudamiento la "armadura obsesiva" pues sus "defensas tienen la forma de una armadura de hierro, de una montura, de un corsé donde detiene y se encierra, para impedirse acceder a lo que Freud llama en algún lado un horror desconocido a sí mismo" (Lacan 1959-60, 245).

Consideramos entonces que esta consciencia-de-si del obsesivo, producto del desdoblamiento de lo imaginario, puede abordarse como una detención inhibitoria que privilegia la dimensión temporal de la procastinación y la espera. Esto la diferencia de la fobia (un síntoma que organiza, en su función simbólica, la relación del sujeto con el espacio) o de la histeria (que encuentra en la huella significante la eficacia de su recorte corporal). Para defenderse del acto al que lo llevaría el deseo -el cual es sin Otro que lo observe y sin garantía-, se sostiene en una nominación que introduce una mortificación imaginaria. El obsesivo se "encadena" en esta nominación doblemente: sostiene lo que podríamos llamar con Freud una "salud aparente", mantiene trabajosamente a raya la irrupción de lo real en la angustia o el síntoma, pero al precio de quedar atrapado en esa imagen que ofrece -oblativamente- al Otro. El funcionamiento de la armadura obsesiva le brinda cierta estabilidad estructural, lo que Freud llamaba el "éxito de la defensa" o "carácter". Por el contrario, el encuentro con lo real que desanuda la nominación imaginaria produce el fracaso de la defensa, lo que podríamos llamar la neurosis "desencadenada". Podemos ubicar en ese borde la función del "embarazo" destacada en el Seminario X y retomada en relación a la neurosis obsesiva en Televisión. Es el efecto "cizalla" -un instrumento de corte- que "llega al alma con el síntoma obsesivo: pensamiento con que el alma se embaraza (s´embarrasse), no sabe qué hacer" (Lacan 1973, 88). El embarazo marca un despliegue de la inhibición en el vector de la dificultad, se encuentra en proximidad con la angustia y nos permite situar el punto en donde el sujeto que creía savoir faire con su imagen, se topa con un límite en el que su alma (que podríamos pensar aquí como equivalente a su "consciencia-de-si") no sabe ya qué hacer.

Esto permite -especialmente si el síntoma encuentra su partenaire en un analista- la histerización discursiva del obsesivo y la apertura del inconsciente. A partir de allí se abre la posibilidad a nuevas formas de anudamientos y reanudamientos -efectuados por otras formas de nominación- las cuales van escandiendo la dirección de la cura.

4.- El corte de la nominación imaginaria
De todos modos puede advertirse que, todo este escenario obsesivo y su espectáculo, intentará montarse transferencialmente en el análisis. El analizante narra como se observa a sí mismo y sus peripecias más o menos heroificadas, dando una imagen para el analista que lo observaría desde el palco, "trabajando" como esclavo para él, quien gozaría supuestamente del espectáculo. Es lógico entonces que las maniobras transferenciales propuestas por Lacan para la neurosis obsesiva apuntasen a desmontar, a producir un corte, en dicha escena. Buscaba la manera de ir en otra dirección de la que el fantasma obsesivo inercialmente fija. Este corte propulsó su búsqueda en torno a lo que se dio en llamar sus "sesiones cortas". La ruptura del rígido encuadre de los clásicos 50 minutos en los que lo había fijado la IPA. Para Lacan se trataba de una vertiente obsesiva de los analistas mismos que reforzaba la de sus pacientes. El corte -que puede ponerse en juego no sólo a través de la interrupción de la sesión- introduce lo no calculable, la sorpresa, la contingencia: "¿Cómo dudar entonces del efecto de cierto desdén por el amo hacia el producto de semejante trabajo? La resistencia puede encontrarse absolutamente desconcertada. Desde este momento, su coartada hasta entonces inconsciente empieza a descubrirse para él, y se le ve buscar apasionadamente la razón de tantos esfuerzos" (Lacan 1956, 303). 

Este "desconcierto de la resistencia" y el descubrimiento de su coartada -tal como lo llamaba en los años ´50- nos parece un buen ejemplo de lo que retomará luego, con mayor precisión en el Seminario 24, en términos de "perturbar la defensa" (Lacan 1976-77, 11-01-77). Ello constituye el corte mismo de la nominación imaginaria, algo que pone a prueba el deseo del analista para evitar el adormecimiento al que el obsesivo lo destina en el aburrimiento del palco al que dirige sus escenas.

Referencias bibliográficas:

1- Freud, S. (1896), "Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa". En Obras Completas, Ed. Amorrortu, Bs. As. 1976, T. III.

2- Freud, S. (1910), "Cinco conferencias sobre psicoanálisis", op. cit., T XI.

3- Godoy, C. (2006), -"La histeria histórica". En Memorias de las Jornadas de Investigación. Segundo Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR: Paradigmas, Métodos y Técnicas, Vol. XIII, Tomo II. Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Agosto de 2006.

4- Godoy, C. y Schejtman, F. (2009a), "Hacia el sinthome de la inhibición, el síntoma y la angustia". En Anuario de Investigaciones, Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2009. Vol. XVI.

5- Godoy, C. y Schejtman, F. (2009b), "La neurosis obsesiva en el último período de la enseñanza de J. Lacan". En Anuario de Investigaciones, Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2009. Vol. XVI.

6- Lacan, J.; (1948), "La agresividad en psicoanálisis", en Escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984.

7- Lacan, J.; (1949), "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica". En Escritos 1, op. cit.

8- Lacan, J. (1951), "Intervención sobre la transferencia". En Escritos 1, op. cit.

9- Lacan, J.; (1953) "Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis", en escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984.

10- Lacan, J.; (1953-54), El Seminario, libro 1:"Los escritos técnicos de Freud", Ed. Paidós, Barcelona, 1981.

11- Lacan, J.; (1954-55), El Seminario, libro 2: "El Yo en la Teoría de Freud y la Técnica Psicoanalítica", Ed. Paidós, Barcelona, 1983.

12- Lacan, J.; (1956-57), El Seminario, libro 4: "La relación de objeto", Ed. Paidós, Barcelona, 1994.

13- Lacan, J.; (1957), "El psicoanálisis y su enseñanza", en Escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984.

14- Lacan, J.; (1960), "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente". En Escritos 2, op. cit.

15- Lacan, J. (1960-61), El Seminario, libro 8: "La transferencia", Ed. Paidós, Bs. As.

16- Lacan, J.; (1962-63), El Seminario, libro 10: "La angustia", Ed. Paidós, Bs. As., 2006.

17- Lacan, J.; (1975-76), El Seminario, libro 22: "R.S.I.", inédito.

18- Lacan, J.; (1976-77), El Seminario, libro 24: "L'insu que sait de l'une-bévue s'aile à mourre", inédito.

19- Miller, J.-A., A erótica do tempo, Ed. Latusa, Rio de Janeiro, 2000.


Fuente: Godoy, Claudio; Schejtman, Fabián "La nominación imaginaria en la neurosis obsesiva" Anu. investig. vol.17 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2010

lunes, 20 de marzo de 2023

La inhibición y sus dos caras

La inhibición es definida por S. Freud desde dos perspectivas:

Es una operación fundante del aparato psíquico: el Yo inhibe montos de energía (pulsional) cuya irrupción causaría un impacto con consecuencias muy perturbadoras y sufrientes para el sujeto.

¿Qué cuadros clínicos se presentan cuando el Yo no puede inhibir el des-borde de las pulsiones?
  • Impulsividad, Agresividad.
  • Acting out y Pasaje al acto.
  • Ataque de pánico.
  • Cutting.
  • Problemáticas alimentarias (Anorexia, Bulimia).
B) La inhibición desde su costado perjudicial para el sujeto: el “Yo inhibido”

Esto ocurre cuando el Yo del sujeto se inmoviliza y se paraliza, como acción de defensa muda contra la angustia.

¿Qué cuadros clínicos se presentan cuando el Yo se paraliza -para defenderse de la angustia- y se inhibe de ejercer sus funciones?

La duda neurótica (sin salida) que, en oportunidades, arrastra al sujeto -como intento de “solución”- a cometer acciones compulsivas para salir de la tortura de la duda.

La fobia, que le ocasiona al sujeto, en el cotidiano vivir, todo tipo de limitaciones en los diferentes espacios de su vida.

Neurosis de carácter, donde el sujeto está inhibido en sus funciones deseantes pero no es consciente de ello y expresa: “Yo soy así”.

Duelos patológicos, que ocurre cuando la libido inhibida por el proceso del duelo no vuelve a resurgir -en un tiempo esperable de elaboración- para investir nuevamente los objetos del mundo.

“Inhibiciones morales”, así denomina S. Freud a los sujetos que renuncian a sus deseos por mandatos del Superyó.

¡¡Importante conclusión clínica!!:

Las inhibiciones producidas por un yo que no puede inhibir los impulsos necesitan un tratamiento psicoterapéutico, porque el sujeto tiene que contar con la castración, operando con eficacia en el cotidiano vivir.

Las inhibiciones producidas por parálisis del yo necesitan de un tratamiento psicoterapéutico, porque sujeto sólo se realiza en el movimiento deseante.