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miércoles, 23 de julio de 2025

Del espejo al doble: La imagen como captura y límite del sujeto

Aunque la identificación con la imagen especular implica una anticipación que incide en la organización motriz del niño —al brindarle una forma con la cual hacer algo—, lo cierto es que esta ilusión no resuelve la fractura entre el cuerpo y quien habla. Esa desarmonía fundamental implica que nunca hay una coincidencia plena: siempre falta algo, o hay algo de más, que impide la síntesis anhelada.

La imagen, en tanto cargada libidinalmente, no anula la división del sujeto. Le proporciona más bien una suerte de ortopedia imaginaria que compensa sin suturar, remedando con una caricatura. Esta suplencia imaginaria no evita que el sujeto quede definido por la lógica significante: no es más que aquello que un significante representa para otro. Sin embargo, dicha división no puede entenderse al margen del borde entre lo simbólico y el cuerpo, entre el lenguaje y la carne.

Nos enfrentamos así a una paradoja: la única forma total que el sujeto puede asumir le llega desde el exterior, desde el espejo. De allí la célebre fórmula de Rimbaud: "Yo es otro". La Gestalt que Lacan destaca en este momento no es más que una captura de la imagen del otro —aunque esa imagen sea la propia—, y por eso tiene algo de petrificación: se asemeja más a una fotografía que a una película. La detención es el indicio de su carácter ilusorio.

Lo visual, entonces, no es un mero accesorio: es el umbral de acceso al mundo humano. Define sus bordes, sin por ello desplazar la primacía del significante como estructura. Este momento especular da lugar a una elaboración del doble, que oscila entre lo familiar y lo inquietante. Y es justamente ese componente perturbador el que obliga, más adelante, a ir más allá del doble especular hacia un doble real; a pasar de la imagen al objeto que la sostiene.

miércoles, 26 de marzo de 2025

El Objeto "a" y su dimensión real

Situar el objeto a más allá de la concepción euclidiana del espacio permite precisar su función en la causalidad psicoanalítica. Esta línea de trabajo lleva a Lacan, en su Seminario 13, a plantearlo en su dimensión real, en correlación con la subversión del sujeto. En dicho seminario, Lacan desarrolla una extensa indagación sobre el lugar del objeto en la ciencia, subrayando que la aparición de esta última implica una transformación del pensamiento: un desplazamiento de la esencia de las cosas hacia su existencia como significantes.

Desde su formulación inicial, el objeto a adquiere un valor clave en el psicoanálisis. Lacan lo denomina “la letra a”, lo que no es casual, pues la misma letra ya figuraba en el esquema L, vinculada al eje imaginario y a la imagen del cuerpo en relación con el Otro, que sostiene la función del espejo.

Sin embargo, en La angustia, esta concepción experimenta un cambio fundamental. La imagen especular se desplaza al i(a), que encubre su valor agalmático, mientras que la letra a pasa a señalar un resto inasimilable, oculto tras lo que se inviste libidinalmente. Aquí, la angustia se configura como un corte que interrumpe el velo que disimula dicho resto.

Como afecto, la angustia es correlativa a lo que resta, y en tanto signo, indica la posición del objeto a dentro de una estructura. Precisamente, su presencia requiere un marco, lo que justifica la afirmación de que la angustia no solo tiene estructura, sino que su existencia misma está condicionada por ella.

El marco también nos permite comprender cómo opera el semblante en relación con el objeto, especialmente cuando este es considerado desde su borde. En este sentido, la afirmación lacaniana: (a la letra a) la designamos con una letra, no es un simple juego de notación, sino una manera de destacar su relación esencial con el corte y el borde, elementos constitutivos de su estatuto en el discurso analítico.

martes, 25 de marzo de 2025

La Angustia y el objeto que la concierne

La cuestión del lugar de la angustia nos remite directamente a la naturaleza del objeto que la suscita: ¿cuál es su estatuto? ¿de dónde proviene? Plantear la pregunta en estos términos implica reconsiderar no solo la espacialidad en su sentido clásico, sino también la estructura simbólica que sostiene dicho lugar.

Lacan introduce la noción de campo del lenguaje como una instancia preexistente que rodea y transforma al niño desde su entrada en lo simbólico, desnaturalizándolo. Sin embargo, el concepto de campo también adquiere otro matiz cuando se lo aborda desde una perspectiva matemática: una estructura de relaciones simbólicas desprovistas de sentido intrínseco.

El objeto de la angustia es un punto central en la teorización lacaniana y se define en función de dos coordenadas fundamentales: la subversión del sujeto y la dialéctica del deseo. Es decir, se sitúa en el cruce entre el sujeto dividido y aquello que, en su estructura, resulta imposible de dialectizar.

Desde esta perspectiva, Lacan describe este objeto a como lo separado, lo que resta, lo cortado, lo parcial, lo inasimilable, lo irreductible. La angustia se hace clínicamente evidente en el momento en que el velo que encubre este objeto pierde estabilidad, permitiendo su irrupción.

Este velo, sin embargo, también puede pensarse en términos de la imagen especular, la cual, en su función ilusoria, cumple un rol falaz: seduce con una apariencia engañosa. De ahí que el i(a) como imagen sostenga su existencia en la falta, evocando algo que, en última instancia, no está allí.

sábado, 22 de marzo de 2025

El paréntesis de la demanda y la identificación

 Si la demanda no coincide con el pedido, siendo entonces solidaria del significante articulado, puede hacérsela equivaler a ese paréntesis simbólico que escribe la operación del significante.  Este paréntesis, aplicado a la demanda, introduce un corte estructural, abriendo un espacio donde los objetos múltiples intentan, sin éxito, satisfacerla completamente.

Si el pedido apunta a un objeto específico, la demanda, en cambio, exige la presencia del Otro, ya que se inscribe en el registro del llamado. En este sentido, la risa se convierte en un índice comunicativo: señala que la demanda ha llegado al Otro, no necesariamente porque haya sido satisfecha, sino porque ha logrado inscribirse en su campo.

Este proceso lleva paradójicamente a la identificación. El sujeto, al dirigirse al Otro en busca de respuesta, asume una máscara que le permite sostenerse en la relación con él. Dicha identificación, I(A), actúa como un tapón frente a la falta del Otro, lo que da lugar a la ilusión de su completud.

En este contexto, el ideal surge como el significante de la demanda de amor, funcionando a su vez como el sostén simbólico de la imagen especular del sujeto. Sin embargo, esta identificación, aunque fundamental para la constitución subjetiva, también tiene un efecto de petrificación, deteniendo al sujeto en una posición fija.

Por ello, en los seminarios V a VII, Lacan orienta su enseñanza hacia una clínica que va más allá del ideal, planteando la posibilidad de abrir un horizonte donde el deseo no quede reducido al marco de la demanda, sino que pueda desplegarse en su propia dimensión.

jueves, 30 de enero de 2025

Lo imaginario y la consistencia del cuerpo: entre el deseo y la imagen

La dimensión de lo imaginario tiene una importancia indiscutible en el devenir del sujeto. Desde la función de las vestiduras fálicas, que permiten al niño engalanarse y sostenerse como aquello que causa el deseo del Otro, hasta su rol como registro de la imagen, lo imaginario es fundamental para construir la consistencia del cuerpo. Para el ser hablante, el cuerpo no es un dato inicial; requiere una construcción simbólica e imaginaria.

Sin embargo, Lacan señala que la imagen, por sí sola, no basta para sostener esta consistencia. En el grafo del deseo, el matema  muestra que la imagen cumple una función libidinal al estar sostenida por la posición del objeto a, enmarcado por los paréntesis. Aquí, la imagen vela y engalana la posición del sujeto como objeto en el fantasma, respondiendo al enigma del deseo del Otro.

Estas ideas permiten interrogarnos sobre diversas coyunturas clínicas. ¿Qué ocurre cuando las vestiduras imaginarias que recubren la posición del objeto fallan? ¿Qué sucede si el paréntesis está vacío, es decir, si la imagen no se ancla en la posición del objeto? En este caso, ¿de qué se sostendría la imagen?

El registro de la imagen, solidario de una idealización, busca borrar la falta y taponar toda vacilación. Pero hay una diferencia crucial según el lugar desde el cual la imagen se sostiene. Si se fundamenta en la posición del sujeto como causa del deseo del Otro, cumple su función estructurante. Sin embargo, si ese lugar queda vacío, la imagen pierde su sostén y puede devenir en un ideal que, como el mito de Narciso, conduce al sujeto hacia un punto mortífero.

En la contemporaneidad, observamos una promoción exacerbada de una imagen que parece sostenerse a sí misma, prescindiendo del otro/Otro. ¿Qué consecuencias tiene esta idealización para el sujeto? Este fenómeno plantea un desafío para pensar cómo se articula la imagen en una época donde la falta tiende a borrarse, dejando al sujeto atrapado en la ilusión de una consistencia autónoma que, paradójicamente, lo desconecta del deseo y lo expone a un vacío aún más profundo.

martes, 22 de octubre de 2019

El narcisismo y el deseo, que-hacer clínico.


Apuntes de la conferencia dictada por Daniel Zimmerman, el 19/09/2018

A modo de enigma escribo lo siguiente en el pizarrón:

i(a)
a

¿Qué significa este cociente? 

Si estas conferencias son desde la clínica psicoanalítica, se me ocurrió interrogar a Lacan. Él dice, en Los escritos: La práctica del psicoanálisis es una práctica que reconoce en el deseo la verdad del sujeto. Subrayo la verdad en el deseo y el sujeto como palabras clave. Para esta misma época, en su Seminario 12 Problemas cruciales... , todavía no publicado oficialmente, dice:

Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, la más responsable de todas, en tanto él es aquel, a quien es confiada la operación, de una conversión ética radical, aquélla que introduce al sujeto en el orden del deseo (...)

En base a esto, ¿que-hacer? Voy a tomar otra breve y contundente afirmación de Lacan, cuando nos orienta diciendo que la ética del psicoanálisis pasa nada más ni nada menos que en poner en práctica su teoría, la psicoanalítica. Practicar la teoría es el desafío que tenemos y por ejemplo, ver cómo se juega en el sujeto la verdad y la cuestión del deseo.

Tengo un gusto por encontrar en la literatura personajes, siguiendo la tradición freudiana y lacaniana, darles estatuto de sujeto e interrogarlos para que nos ayuden en el territorio de la subjetividad. No es nada nuevo, por ejemplo Freud y Lacan se preguntaban por qué Hamlet postergaba su acto vengativo, sabiendo por el fantasma del padre quién era el asesino. Tanto Freud como Lacan consideraron a Hamlet como protagonista de la tragedia del deseo. Freud dijo que el problema pasaba por el deseo por la madre. Lacan cambia la preposición: dijo que se trata del deseo DE la madre. Esto está en el S. VI, El deseo y su interpretación.

El narcisismo. Dice Lacan, en el S. XVI, De un otro al Otro, un recordatorio a la altura de su enseñanza. Hay una imagen que desempeña un papel privilegiado. 

Esta imagen es la imagen especular que está al comienzo de esa dimensión que llamamos narcisismo. 

Es la imagen especular. Sabemos que esto no es el privilegio del hombre, que en muchos otros animales, a cierto nivel de su comportamiento, de eso que se llama la etología, costumbres animales, las imágenes de una estructura aparentemente equivalente del mismo modo privilegiadas, ejercen una función decisiva en lo que se refiere al organismo.

Todo lo que es observado por el psicoanálisis, articulado como momento de las relaciones entre i(a) y este objeto a, es el punto vivo que para nosotros es de primer interés, para estimar en su valor de modelo todo lo que libera el psicoanálisis en el nivel de los síntomas.

Es decir, esto no es para pavonearnos con cuestiones teóricas, sino que esto va directamente al corazón del síntoma. Y si va hacia el síntoma, podemos anticipar, así como hablamos de narcisismo y deseo, nos va a conducir a la dimensión del goce.

Preguntémosle a Lacan, ¿Qué es i(a)? ¿Qué es a, si acaba de decir que tiene que ver con el narcisismo? Me voy 8 años atrás para rescatar una frase del seminario de La transferencia

Lo que llamo el i(a) es el soporte de la función de la imagen especular. Dicho de otra manera, es la imagen especular en tanto tal cargada de investimiento propio, que le corresponde en el registro libidinal distinguido por Freud bajo el término investimiento narcisista. La función i(a) es la función central del investimiento narcisista. 

¿Y qué es “a”? Vamos a tomar una, entre tantas definiciones que dio Lacan, del Seminario XI, donde dice:

Este a se presenta justamente en el campo del espejismo de la función narcisista del deseo como el objeto intragable, si así podemos decir, que queda atravesado en la garganta del significante. Es en ese punto de falta donde el sujeto tiene que reconocerse (...)

Espero que alguna de estas afirmaciones podamos retormarlas con el ejemplo literario. El a es ese objeto intragable que se presenta así en el espejismo de la función narcisista del deseo. Lacan, si volvemos a la cita, anticipa que i(a) es la clave es usar para diferenciar el valor de la imagen especular del narcisismo en los animales y el ser humano, habría que subrayar la relación en uno y el otro. Tratando de despejar esa función, en el Seminario IX, Lacan dice:

Ese i(a) es el que envuelve ese acceso al objeto de la castración.

El objeto de la castración es a. Subrayaría “envuelve. Concluyendo su año de enseñanza, dice:

Esto es lo que me propuse desarrollar este año (la identificación). i(a) y a, la relación entre uno y otro, la máscara que constituye uno para el otro. i(a) no es la representación ni el representante, no es eso, se trata de algo que envuelve, es la máscara del objeto a. es la vestimenta, como veremos más adelante.

Máscara, envoltura, que deberíamos aclarar que con Freud es el narcisismo secundario. i(a) envuelve, funciona como máscara del objeto a. Si el objeto a es un objeto que causa el deseo, ya podríamos empezar a preguntarnos si se trata de desenmascararlo. ¿Nuestra práctica consiste en eso? ¿Hasta qué punto esa máscara resulta engañosa? ¿Pero hasta qué punto podemos prescindir de ella? Es una cuestión central del S. IX, el S. XI, ¿Cambiará en algún momento la acentuación que le hace a esta cuestión? Encontré que en el seminario XX, 9 años después de la angustia, dice:

Sólo con la vestimenta de la imagen de sí que viene a envolver al objeto causa del deseo, suele sostenerse –es la articulación misma del análisis– la relación objetal. La afinidad del a con su envoltura es una de las articulaciones principales propuestas por el psicoanálisis.

Hasta aquí la articulación de la imagen especular, narcisismo y deseo. Pasemos a la ilustración clínica. Se trata del cuento Amor de Clarice Lispector, escritora brasileña ya fallecida, autora de cuentos y novelas. Yo tengo esta recopilación de cuentos que se llama “Lazos de familia”, publicado en la década del ‘60. El personaje podría ser alguien que viene a nuestra consulta.

Ana es casada, tiene hijos. La noche en que transcurre el cuento, ella espera a la familia para cenar y sube al tranvía con la bolsa de compras. Hay una descripción de su vida cotidiana, a la que se dedica con todo su esfuerzo:

Ana prestaba a todo, tranquilamente, su mano pequeña y fuerte, su corriente de vida.

Atendía las cosas de la casa, atendía a su marido de noche y a sus hijos. En ese contexto, empieza el relato.

Cierta hora de la tarde era la más peligrosa. A cierta hora de la tarde los árboles que ella había plantado se reían de ella. Cuando ya no precisaba más de su fuerza, se inquietaba. Sin embargo, se sentía más sólida que nunca, su cuerpo había engrosado un poco, y había que ver la forma en que cortaba blusas para los chicos, con la gran tijera restallando sobre el género. Todo su deseo vagamente artístico hacía mucho que se había encaminado a transformar los días bien realizados y hermosos; con el tiempo su gusto por lo decorativo se había desarrollado suplantando su íntimo desorden. Parecía haber descubierto que todo era susceptible de perfeccionamiento, que a cada cosa se prestaría una apariencia armoniosa; la vida podría ser hecha por la mano del hombre.

El relato insiste con la vida cotidiana, hasta que aparece un peligro.

Su precaución se reducía a cuidarse en la hora peligrosa de la tarde, cuando la casa estaba vacía y sin necesitar ya de ella, el sol alto, y cada miembro de la familia distribuido en sus ocupaciones. Mirando los muebles limpios, su corazón se apretaba un poco con espanto. Pero en su vida no había lugar para sentir ternura por su espanto: ella lo sofocaba con la misma habilidad que le habían transmitido los trabajos de la casa. Entonces salía para hacer las compras o llevar objetos para arreglar, cuidando del hogar y de la familia y en rebeldía con ellos. Cuando volvía ya era el final de la tarde y los niños, de regreso del colegio, le exigían. Así llegaba la noche, con su tranquila vibración. (...) Y alimentaba anónimamente la vida. Y eso estaba bien. Así lo había querido y elegido ella.

Hay un peligro y aparece la palabra espanto. Podemos pensar y practicar nuestra teoría qué nombre podemos ponerle a lo que la narradora va describiendo: la angustia, una señal que anuncia un peligro. Volvemos al cuento y al tranvía:

El tranvía se arrastraba, enseguida se detenía. Hasta la calle Humaitá tenía tiempo de descansar. Fue entonces cuando miró hacia el hombre detenido en la parada. La diferencia entre él y los otros es que él estaba realmente detenido. De pie, sus manos se mantenían extendidas. Era un ciego.

¿Qué otra cosa había hecho que Ana se fijase erizada de desconfianza? Algo inquietante estaba pasando. Entonces lo advirtió: el ciego masticaba chicle… Un hombre ciego masticaba chicle.

Ana todavía tuvo tiempo de pensar por un segundo que los hermanos irían a comer; el corazón le latía con violencia, espaciadamente. Inclinada, miraba al ciego profundamente, como se mira lo que no nos ve. Él masticaba goma en la oscuridad. (...) El movimiento, al masticar, lo hacía parecer sonriente y de pronto dejó de sonreír, sonreír y dejar de sonreír -como si él la hubiese insultado(...)

¿Qué presentifica este ciego? El texto dice que él la miraba profundamente, como se mira algo que no nos ve. Ella lo ve, él no la ve pero la mira. Presentificación incuestionable de una de las especies privilegiadas del objeto a: la mirada. La mirada y sus efectos. Recuerden que tenemos:

i (a)
a

Una de las especies del objeto a es la mirada. Una mirada que puede ser presentificada por aquel que no ve, un ciego. Fórmula lacaniana de la mirada “Tu no me ves allí desde donde yo te miro”. Esa es la fórmula que Lacan nos da para identificar y conocer la función de la mirada. Volvamos al cuento: hay un sacudón, el tranvía arranca.

Pocos instantes después ya nadie la miraba. El tranvía se sacudía sobre los rieles y el ciego masticando chicle había quedado atrás para siempre. Pero el mal ya estaba hecho.

La pregunta es cuál es ese mal que se ha producido al ver a un ciego esperando en la parada. Como siempre, la escritora lo dice mucho mejor y de manera más amplia de lo que podríamos decir nosotros.

La bolsa había perdido el sentido, y estar en un tranvía era un hilo roto; no sabía qué hacer con las compras en el regazo. Y como una extraña música, el mundo recomenzaba a su alrededor. El mal estaba hecho. (...) Ana respiraba con dificultad. (...) El mundo nuevamente se había transformado en un malestar. Varios años se desmoronaban (...) Notar una ausencia de ley fue tan súbito que Ana se agarró al asiento de enfrente, como si se pudiera caer del tranvía, como si las cosas pudieran ser revertidas con la misma calma con que no lo eran. Aquello que ella llamaba crisis había venido, finalmente.

Practiquemos la teoría: una crisis de angustia. Este es un ejemplo notable de la angustia como señal de peligro. El asunto es qué peligro. Freud reconoce que tiene que ver con el objeto, Lacan reconoce que efectivamente es así. El objeto a, el peligro no es que el objeto se pierda -Freud, léase Juanito- sino que el objeto no se pierda. Angustia señal a un peligro de corte con el objeto para Freud y para Lacan el peligro de que el corte con el objeto no se produzca. En el caso tenemos una crisis de angustia, esta mujer podría llegar a la guardia del hospital y ser diagnosticada con ataque de pánico. En el relato empieza a aparecer cierta de dimensión de la extrañeza. Como dice el relato, la crisis ya había venido finalmente.

Un ciego mascando chicle había sumergido al mundo en oscura impaciencia.(...)

Ella había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto que no explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba una persona de las otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y un ciego masticando chicle lo había destrozado todo.

El relato tiene un toque vintage, creo que hoy se hablaría de Netflix. Pero la encrucijada puede ser la misma. 

Solamente entonces percibió que hacía mucho que había pasado la parada para descender. (...) Por un momento no consiguió orientarse. Le parecía haber descendido en medio de la noche.

Interesante, extrañeza, desorientación… Esto a veces nos pasa en el consultorio, el paciente se pasa o se baja antes cuando venía a la consulta.

Era una calle larga, con altos muros amarillos. Su corazón latía con miedo, ella buscaba inútilmente reconocer los alrededores, mientras la vida que había descubierto continuaba latiendo y un viento más tibio y más misterioso le rodeaba el rostro. (...) Caminando un poco más a lo largo de la tapia, cruzó los portones del Jardín Botánico. (...) La vastedad parecía calmarla, el silencio regulaba su respiración. (...) Todo era extraño, demasiado suave, demasiado grande.(...) El banco estaba manchado de jugos violetas. Con suavidad intensa las aguas rumoreaban. En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas de una araña. La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la muerte no era aquello que pensábamos.

¿Qué nombre le pondríamos en nuestra jerga a esta dimensión que está subrayada? Clarice Lispector nos ayuda:

Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comerlo con los dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes. Los troncos eran recorridos por parásitos con hojas, y el abrazo era suave, apretado. (...), era fascinante, la mujer sentía asco, y a la vez era fascinada.

Con Freud aprendimos, en el historial del hombre de las ratas, que hay situaciones donde se mezclan el horror y la fascinación por la irrupción del goce. El goce tiene que ver con la amenaza de irrupción de algo que permanece opaco en la cortina imaginaria, pero que tiene que ver con el mundo que aparece ya para comerlo con los dientes. Empieza a ponerse de primer plano la aproximación a lo real del goce. Y en relación al objeto a, la mirada. Me gustaría subrayar esto de la fascinación y el punto en que un sujeto es capturado por ella. 

Era fascinante, y ella se sentía mareada.

Pero cuando recordó a los niños, frente a los cuales se había vuelto culpable, se irguió con una exclamación de dolor. Tomó el paquete, avanzó por el atajo oscuro y alcanzó la alameda.(...)

Hasta que no llegó a la puerta del edificio, había parecido estar al borde del desastre. Corrió con la bolsa hasta el ascensor, su alma golpeaba en el pecho(...)

Subrayo para la clínica la dimensión de la culpa. Lacan nos enseña que la culpa es una brújula que nos permite ver si un sujeto está orientado o no en el deseo. El sentimiento de culpa nos sirve, en la clínica y en relación al deseo, nos indica que el sujeto se encuentra extraviado en su deseo. En el S. VII de La ética Lacan nos dice que no hay otra culpa que la de haber cedido en el deseo. ¿Qué tratamiento transcurre sin que en el corto plazo aparezca algo que el sujeto hizo o dejó de hacer por la culpa que le daba? Practiquemos la teoría; el relato nos dice: ella se siente culpable, recuerda a los niños, y eso ¿le hace recobrar el “sentido de realidad” -con muchas comillas-, su realidad cotidiana? El peligro va a terminar cuando llegue a su casa y la amenaza de desastre quede anulada.

Se dejó caer en una silla, con los dedos todavía presos en la bolsa de malla. (...) su corazón se había llenado con el peor deseo de vivir.(...) Ya no sabía si estaba del otro lado del ciego o de las espesas plantas.(...) Estoy con miedo, se dijo, sola en la sala. Se levantó y fue a la cocina para ayudar a la sirvienta a preparar la cena.(...) Horror, horror. Caminaba de un lado para otro en la cocina, cortando los bifes, batiendo la crema. En torno a su cabeza, en una ronda, en torno de la luz, los mosquitos de una noche cálida. (...)

Después vino el marido, vinieron los hermanos y sus mujeres, vinieron los hijos de los hermanos.(...) Cansados del día, felices al no disentir, bien dispuestos a no ver defectos. (...) Ana sujetó el instante entre los dedos antes que desapareciera para siempre.

¿De qué instante se trata, qué le espera? La mirada nos propone seguir el relato, en relación a la imagen especular y el objeto. Se trata del instante de ver. Si en algún momento lo real amenazó con resquebrajar la imagen especular, en el instante de ver se recupera y Ana logra recomponer su realidad cotidiana. La pregunta permanece:

La ciudad estaba adormecida y caliente. Y lo que el ciego había desencadenado, ¿cabría en sus días? ¿Cuántos años le llevaría envejecer de nuevo?

Ella oye un ruido, se tropieza con el marido y él derrama un poco de café. Él advierte que hay algo extraño en Ana:

-¡No quiero que te suceda nada, nunca! -dijo ella.
-Deja que por lo menos me suceda que el fogón explote -respondió él sonriendo. (...).

Ese día, en la tarde, algo tranquilo había estallado, y en toda la casa había un clima (...) triste.

-Es hora de dormir -dijo él-, es tarde.

En un gesto que no era de él, pero que le pareció natural, tomó la mano de la mujer, llevándola consigo sin mirar para atrás, alejándola del peligro de vivir. Había terminado el vértigo (...)

Había atravesado el amor y su infierno; ahora peinábase delante del espejo, por un momento sin ningún mundo en el corazón. Antes de acostarse, como si apagara una vela, sopló la pequeña llama del día.

Así termina el relato: ella aferrándose a la imagen en el espejo. El relato no lo podría decir más claro. Ana se aferra a la imagen en el espejo como lo que le da sentido a su existencia. Volvamos a la definición del lugar del psicoanalista. Un psicoanalista puede colaborar para que el sujeto no se confíe de la imagen. No se trata de sacar la imagen ni atentar contra ella, pero no se puede dejar de pasar por el fantasma, soporte del deseo, en la medida que funciona como marco que encuadra la realidad. 

Pregunta: Me gustaría que explicaras más la mirada del que no ve.
D.Z.: La angustia surge ante el deseo del Otro. Lacan toma la novela “El diablo enamorado” para plantear que el surgimiento de la angustia es cuando se le presenta al sujeto “che vuoi?” 

El relato de Clarice Lispector nos muestra como la presentificación de una mirada puede perturbar o alterar la cotidianeidad y no necesariamente una mirada es algo que nos mira. Algo en la imagen especular de repente empieza a funcionar como mancha. Algo en el terreno de lo visto produce un corte y presentifica algo que puede ser vivido por el sujeto como fascinación. Es decir, está ligado a la irrupción de un goce. Cuando digo que cualquier cosa puede mirarnos, quiere decir exactamente eso: puede ser la mirada ciega de alguien que no ve, pero algo en nuestra cotidianeidad, en determinado momento, puede empezar a mirarnos y empezar a interrogarnos en relación a si estamos en concordancia o no con nuestro deseo. Por eso lo ligo con el “che vuoi?” y eso va de la mano con el ejemplo que Lacan da para ilustrar sus conceptos con la mantis religiosa. La angustia surge en el momento en que el sujeto se ve cuestionado en qué quiere el Otro de mi como objeto. No hay una respuesta de qué, ni siquiera de un quien, el desafío de esa pregunta es que insta al sujeto a manifestarse deseante. No a manifestarse en su deseo sino a manifestarse como deseante. No tenemos ningún dato del caso que nos indique lo subjetivo en relación a la madre, o qué pasó en sus tiempos instituyentes para afirmar algo de faltó o no algo de la mirada. 

Siguiendo el relato podríamos decir que el ciego masticando chicle podríamos preguntarnos, ¿por qué la insistencia en que está masticando chicle? En principio es la aparición de otra pulsión, la pulsión oral. Ya tenemos la mirada y ahora la pulsión oral. Presentificación del objeto a como causa del deseo, que amenaza con desarmar el marco fantasmático, entendiendo que marco fantasmático es algo que vacila y el peligro de su vacilación es que irrumpe ese objeto que debería quedar velado: i(a). Por eso digo que no se trata de que desenmascaremos esa pátina de realidad para aproximarnos a ese real, porque ese real es siempre imposible. De lo que se trata es, a través de la culpa, a través de la extrañeza, de la fascinación, interrogar históricamente la pista que Ana nos da: ¿Por qué ella descartó todo lo que tenía que ver con su deseo en relación a lo decorativo como si fueran enfermedades de la infancia que se padecen y si uno después se cura? Este es el drama que ella misma nos dice:

Todo su deseo vagamente artístico hacía mucho que se había encaminado a transformar los días bien realizados y hermosos; con el tiempo su gusto por lo decorativo se había desarrollado suplantando su íntimo desorden.

Ahí tenemos algo que podemos indagar, cómo es que el ciego y su mirada la interroga: che vuoi?, ¿qué quieres? ¿Qué fue de tu deseo artístico, en qué lugar quedó? ¿Por qué lo dejaste ahí, por qué no le hacés lugar? No se trata de que deje a los niños, que tire todo por la borda… La pregunta es si cuando la mirada del ciego irrumpe, ella se ve con la bolsa en el regazo diciendo ¿solamente esto soy, haciendo las cosas de la casa y dejando pasar el día hasta que la cosa se vuelva a reacomodar? La señal clínica que tenemos de este peligro es la angustia, la extrañeza, el corazón que late más fuerte, sensaciones de desorientación, presentificación de lo real. La angustia es señal de lo real, en un marco que vacila pero que siempre se mantiene conservado, que es lo que nos permite reorientar la brújula en la clínica. Pero Ana, en el momento que se siente culpable, vuelve a cerrar lo que se abrió. Instante de ver. El cuadro vuelve a rearmarse, pero queda la pincelada. Subrayo la palabra mancha, la mancha como prototipo y paradigma de la mirada, cualquier situación puede en determinado momento funcionar como mancha. Es una función. La presencia del ciego funciona como objeto causa del deseo, que viene a cuestionar ese espejo que ella se esmera por mantener brilloso todo el tiempo. Este espejo la refleja, el espejo narcisista, donde no aparece si una salpicadura, a la que hoy estamos llamando i(a). Eso que funciona como mancha puede ser algo que salpica la apariencia de las cosas.

Hay una historia de Lacan, que cuenta que un burgués va a pescar con un grupo de pescadores. Y en un momento, uno de los pescadores le dice, al ver una lata de sardinas flotando en el agua, “¿Ves esa lata flotando? Ella te mira”. La lata, por el brillo del sol, adquiere un reflejo particular. El humilde pescador le señala que esa lata lo mira preguntándole qué está haciendo él ahí, con los laburantes, sacando el pescado para vivir. 

Hay otro ejemplo del cine tomado por Lacan, en La Dolce Vita, en la famosa escena donde Marcello Mastroiani va a la playa donde los pescadores están rescatando una manta raya. La cámara se centra en el ojo de la mantaraya y Mastroiani dice que esa mantaraya muerta los está mirando.




Lacan toma esta escena para ilustrar cómo un ojo inerte puede mirar sin ver para cuestionar el lugar del sujeto en relación a su deseo. Esa es la encrucijada que Ana atraviesa y que lo que se trata es que de la mano de un psicoanalista o del que sea, pueda a partir de esa perturbación, rescatar que el afecto que se produce es claramente respecto de la angustia y que se confirma una vez más de que está advirtiéndole al sujeto de que puede quedar extraviado en su deseo. Eso no quiere decir que abandone todo y que la clave sea tirar todo por la borda como si nada de todo eso tuviera importancia. Largarse a lo real no es más que una salida que a veces el sujeto se embarca y la llamamos pasaje al acto. Pero antes de eso, el sujeto podría intentar ponerse en concordancia con lo que tiene que ver con su deseo. La angustia está del lado del sujeto, está para advertirle que está en la disyuntiva que plantea la encrucijada con la imaginada mantis religiosa. Si no cambia de posición, puede quedar capturada en una posición de goce y queda impedida en el camino de su propio deseo. 

Este relato de la vida cotidiana de Ana no nos da ninguna pista, pero seguramente encontraríamos en un análisis, vía la mirada como paradigma del objeto causa del deseo, o por medio de otra especie del objeto -dijimos objeto intragable, masticando chicle- y podemos también ver ahí algo del deseo y el goce en los llamados trastornos de la conducta alimentaria como la anorexia y la bulimia. ¿En qué relación se coloca el sujeto y qué posición adopta en la encrucijada de la angustia? O la convivencia de los cortes en sujetos diagnosticados de anorexia. ¿Qué corte es el que se está produciendo un sujeto cuando incide sobre su cuerpo real, cortándolo? La respuesta clínica es unánime: no hay nada de masoquista ni cosas por el estilo. Lo dicen: una vez que me corté, sentí alivio. Algo de ese corte propiciatorio, no por el mejor de los caminos, se lo procuró. Corte del objeto, objeto que cae y que le permite al sujeto no quedar atrapado en el goce del Otro. En la medida que el objeto cae, se relanza el deseo.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Notas sobre la inhibición en el nudo borromeo. Lógica e intervenciones.


La madre es fálica implica que el niño va al lugar de la falta y la conservación de esta madre fálica dependerá de que el niño “se imagine” cubriendo ese lugar. El niño se da cuenta que la madre necesita algo que no tiene y tiende a colocarse en ese lugar como si fuera el falo de la madre. Estas son las cosas que se encuentran en la clínica a cualquier edad. Por ejemplo, un sujeto puede ser adulto y conservar la posición de falo respecto de su madre. Esto se ve en los análisis, por ejemplo en un caso reciente, en inhibiciones en el accionar de la vida cotidiana, esperando a que alguien resuelva las cosas. Ese alguien ha sido históricamente su madre. Él lo adjudica a su esposa actual, pero esto hace a una complicación enorme, se neurotiza todo su accionar en la vida porque no podía nunca soltarse ni hacer lo que él necesitara, porque aún está agarrado ahí, a ese completamiento de la madre.
¿Pero cuál es la lógica de la inhibición? ¿Cómo intervenir?
La inmicción del registro imaginario sobre lo simbólico produce inhibición. Cuando predomina lo imaginario,  se traba la función de sustitución significante del registro simbólico. El sentido queda, así, coagulado.


En la intersección de Imaginario y Simbólico Lacan pone sentido, sentido que también implica un goce; por eso Lacan escribe jouissance, joui-sens, juega con eso. Hay un goce del sentido.

En Le sinthome Lacan dice que el campo de lo Simbólico no es más que un agujero, es su agujero principal. Principal porque es el que determina la falta en los otros registros; si no funciona este agujero de lo Simbólico, no habrá falta ni en lo Real ni en lo Imaginario.

Lo simbólicamente imaginario es aquello que de lo imaginario se desplaza sobre lo simbólico imponiéndole su "geometría angélica", borradora de la diferencia sexual.

Características de la inhibición:
  • Una inhibición lo es siempre de una función corporal: digestiva, locomotora, reproductora, etc
  • En el seminario 10, Lacan enfatiza su relación con la detención del movimiento. A nivel del síntoma queda situada como impedimento; estar impedido implica haber quedado entrampado, y la trampa no es otra que la captura narcisística. El impedimento resulta de haberse dejado tomar por la propia imagen, por la imagen especular.
  • La inhibición es una de las posibles respuestas ante la angustia.
  • La inhibición se sostiene de la inmortalidad del Yo y del Otro, de la renegación de la muerte, de la no admisión de la pérdida en un pacto con lo entero del Otro, cuya consecuencia afecta, espacial y temporalmente al Yo en la inmovilidad de su cuerpo, pero también en cuanto al pequeño otro, en el límite, al modo de una neurosis actual.
Lógica de la intervención: CE (In) → AG (S) → IRS Λ J (A)
En estos casos subsidiarios de la demanda de goce del Otro, se trata de la maniobra el borde de los cruces entre I y R. En esta zona, deberá restablecerse el hueco letrado de -φ, restablecimiento subsidiario de la apertura al infinito de la cuerda de lo imaginario. Esta apertura hará aparecer, de esa cuerda, el agujero real, es decir, lo real de lo imaginario. Pero para ello es precondición que el sujeto cuente en la estructura con la letra -φ , muesca de tope real sobre lo Imaginario.


En giro levógiro sobre el nudo -es decir dirigiéndose hacia lo real- se puede intentar escribir analíticamente el hueco de -φ, permitiendo la literalización, la escritura de cuerda imaginaria de la imposibilidad de respuesta al goce del Otro.


-φ (menos fi minúscula) es la falta imaginaria que representa una falta simbólica. Se escribe en minúscula porque Φ (fi mayúscula) es el falo, el que presentifica al Otro que algo le falta.  Si lo negativizo, negativizo lo que marca la falta. La letra -φ demarca aquello en lo cual somos preciosos, aquello de lo que el Otro no se apropió, porque justamente ahí es donde no somos objeto de goce. A esa falta escrita en la imagen Lacan la llama agalma. El agalma es el punto de irradicación de eso tan misterioso que se llama belleza o encanto de la gente y que no pasa por las medidas corporales ni la musculatura adquirida en los gimnasios.


La reescritura de -φ es un antídoto a la melancolización, porque -φ es lo que le asegura al sujeto que su yo no es objeto, que es algo digno que merece amor. Gracias al trazado de –φ, en el caso de que las cosas anden bien, se va a dibujar el borde imaginario del objeto a, agujereando lo imaginario.


Desde esta perspectiva, el acto analítico sería hacer que este a deje de sostener la ilusión de la completud del Otro. ¿De qué castración se trata? No de la castración del pene, sino de la castración del Otro. Dejar de comer como lo hace una bulímica o una anoréxica es decirle al Otro "no sostengo el lugar fálico imaginario de tu pecho, no sigo obedeciendo a tu mandato de goce `comeme'". ¿Qué son la anorexia y la bulimia? Son los rechazos sintomáticos a una demanda sin límite del Otro.

En la transferencia, también intentamos sintomatizar la inhibición: intentamos que mediante la irrupción de la angustia y la pregunta, se haga un síntoma. Intentamos pasar de ese imaginario absolutamente pleno, sin agujeros, hacia una legalidad de lo simbólico que agujeree ese imaginario. Por lo cual se puede también salir de la zona de inhibición (la inhibición era el síntoma puesto en el museo) para hacer un síntoma, que está entre lo simbólico y lo real y es lo que permite de alguna manera una pregunta.
Ejemplo: Una paciente se aparece diciendo que duerme mucho. La paciente no se queja de esto ni se hace preguntas, entonces hay que empezar a preguntarle en qué le afecta, qué pierde por esto que le pasa. Una vez que esto se mueve, pasa al impedimento, que sería “No puedo dejar de dormir”.
Zona de inoperancia: I v (R ∩ S) Tratar de intervenir restableciendo el goce fálico (J(φ)) ante el surgimiento de la inhibición es inoperante.

Bibliografía: Silvia Amigo (2001), "Clínica de los fracasos del fantasma" Letra Viva.