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martes, 8 de julio de 2025

La castración más allá de la falta fálica

Una de las preguntas centrales que Lacan se plantea en el Seminario La angustia es la de la naturaleza de la castración. En ese contexto, propone una reformulación profunda, que consiste en desvincular la castración de sus metaforizaciones tradicionales, especialmente de su asociación exclusiva con la falta fálica (−φ). Al hacer esto, Lacan no niega la dimensión simbólica de la castración, sino que la relee desde el corte como operación estructural.

Un primer paso en esta reelaboración se da al diferenciar el −φ del objeto a. Mientras que el primero remite a una pérdida representable en el campo simbólico, el objeto a es concebido como producto de un corte real, no simbolizable, pero determinante en la constitución subjetiva. Castración, entonces, no se reduce a la falta fálica, sino que se vincula a una pérdida más radical, anterior a toda dialéctica de la posesión o el intercambio.

Esta distinción permite separar al objeto a del campo de los objetos libidinales compartibles, tales como:

  • Los objetos del estadio del espejo,

  • Los objetos del tránsito infantil,

  • Los objetos de amor u objetos del deseo del otro.

Estos últimos se sitúan en el registro imaginario, son contables, intercambiables y dialécticos: pueden ser amados, competidos, poseídos o perdidos. En cambio, el objeto a es de otro orden: no representa algo que se tiene o se pierde, sino una huella estructural de la pérdida misma, un resto irreductible que condensa la separación estructural entre el sujeto y el goce.

Lacan formaliza al objeto a en sus distintas modalidades —el pecho, el excremento (escíbalo), la mirada, la voz, el falo— como formas específicas de pérdida, es decir, recortes. El término alemán que usa es Verlust: pérdida, merma, daño. Este recorte no es imaginario, sino real, y anticipa la lectura que hará en Aún, donde la castración se liga a la anomalía del campo del goce y a la imposibilidad de formalizar la relación sexual.

Ahora bien, el objeto a no sólo se presenta como resto del corte, sino también como soporte del engalanamiento: ese punto que, aunque oculto, sostiene el brillo con el que el sujeto se presenta al deseo del Otro. Es aquello que el yo inviste como consistencia real, y que permite al sujeto sostener su lugar en el fantasma. Así, recorte y engalanamiento se convierten en coordenadas fundamentales, que delimitan un campo donde se entrelazan lo imaginario y lo real, y donde se juega el pasaje de la inhibición a la angustia.

En este marco, el −φ funciona como señal que captura la relación con el objeto de amor, pero también puede ser señal de angustia, marcando una reversibilidad estructural entre deseo y pérdida. Aquí se engarzan dos dimensiones cruciales: las perturbaciones de la vida amorosa y el campo de la transferencia.

En transferencia, el analista es investido como Sujeto Supuesto Saber, pero el trabajo analítico requiere una torsión de esa investidura para hacer posible que surja el objeto a como posición del sujeto en el fantasma. Esta orientación implica llevar al sujeto al límite, más allá del complejo de castración freudiano, que sigue anclado a la metáfora paterna.

En este punto, Lacan establece una diferencia crucial: pensar la castración como falta o como falla. La falta puede representarse; la falla es lo imposible de simbolizar, aquello que resiste toda traducción significante. Frente a eso, la pregunta que se abre es: ¿cómo hacer analizable ese imposible?

La respuesta no apunta a un saber cerrado o a una técnica, sino a una orientación, una lógica del borde. Y es esta orientación la que lleva a Lacan hacia el abordaje topológico, indispensable para tratar lo real como impasse, como punto de imposibilidad para el significante.

jueves, 19 de junio de 2025

La constitución del cuerpo en el hablante: entre superficie, corte y goce

La problemática de la constitución del cuerpo en el sujeto hablante presenta múltiples aristas. Desde una perspectiva topológica, implica interrogarse por las operaciones que lo instituyen como superficie: una superficie ultraplana y unilátera, sin la clásica distinción entre interior y exterior.

En el seminario “La lógica del fantasma”, Lacan distingue dos operaciones fundamentales en el proceso de constitución del cuerpo, entendido no como un dato originario, sino como un producto.

En primer lugar, hay un movimiento en el que el lenguaje, como campo preexistente al sujeto, produce un vaciamiento. Este vaciamiento no se debe a que el goce estuviera ya presente y luego fuera retirado —lo que remitiría a una concepción naturalista—, sino a que la sola preexistencia del lenguaje impone ya un cuerpo desprovisto de satisfacción natural. El cuerpo, entonces, no es el soporte inmediato del goce, sino el resultado de una pérdida.

En un segundo momento, el goce se introduce en esta superficie vaciada por mediación del discurso, es decir, del significante. Esta forma de satisfacción, articulada a la ficción significante, está estructuralmente alejada de cualquier idea de goce natural: es artificial, mediada, y responde a la lógica propia del lenguaje.

Así, el cuerpo del hablante queda ligado a una economía política del goce, una lógica de distribución que regula los modos en que este se inscribe. Pero esta regulación no implica una domesticación del goce: su carácter antinómico persiste, incluso en el seno de estas “facilitaciones” discursivas.

Guy Le Gaufey se refiere en este contexto al “atornillamiento” del cuerpo, una expresión que remite al punto de apoyo que el sujeto encuentra en un cuerpo ya zonificado. Este punto de anclaje está ligado a la operación del objeto a como resto, como fragmento separado y potencialmente extraíble, que el sujeto “presta” o pone en juego. Ese “prestarse” lo emparienta con el atornillamiento, ya que el objeto a emerge del mismo corte que constituye la superficie corporal, y al hacerlo, ofrece un lugar donde el sujeto puede fijarse —aunque siempre precariamente—.

sábado, 31 de mayo de 2025

La escritura como salida de la metáfora: una necesidad clínica y topológica

¿Qué vuelve necesaria la dimensión de lo escrito en psicoanálisis? La pregunta se inscribe en el campo clínico: ¿cómo salir de la metáfora? Esta interrogación no es meramente teórica, sino que se plantea a partir de los efectos de la praxis, en tanto apunta a cómo el análisis puede abrir al analizante una vía de salida respecto de cierta necedad subjetiva. Para abordar esta dificultad, Lacan introduce un tratamiento topológico —más precisamente, nodal— del problema, que busca pensar la eficacia del acto analítico.

La transferencia, al instalarse con el Sujeto Supuesto Saber, habilita la entrada en análisis. Pero en esa entrada se juega también una demanda que apunta, aunque de modo encubierto, a restablecer la consistencia del Otro. En este sentido, el analizante busca en el análisis una forma de seguir durmiendo: mantener el sostén fantasmático de un pensamiento cosmológico, estructurado por la lógica de la metáfora.

Sin embargo, es el deseo del analista lo que introduce una torsión en esta escena: la transferencia se subvierte, se torna solidaria del corte. Allí donde el analizante espera una estructura esférica —cerrada, plena, consistente— el analista introduce un acto que revela, en cambio, la presencia de un Cross-cap: una estructura topológica que rompe con la imaginaria redondez del fantasma.

El objeto a, precipitado como efecto del corte, aparece en este marco sin imagen especular posible. Su figura, desde esta perspectiva topológica, se encarna en el gorro cruzado. Esta precipitación produce una marca: un límite que denuncia la imposibilidad de la unidad o totalización, propias del pensamiento esférico.

¿Qué justifica esta compleja operación, que puede resultar oscura o incluso inasible? La clave está en una afirmación radical de Lacan: la estructura es lo real. Y si lo real escapa a la metáfora, se impone entonces la necesidad de una escritura topológica, de una formalización que no representa, sino que produce.

En este punto, y como destaca Carlos Ruíz, la topología lacaniana no se presenta como teoría, sino como una práctica: una manipulación, más que una elaboración conceptual. No se trata de entender, sino de operar —y eso exige una escritura que esté a la altura del corte que produce el acto analítico.

martes, 15 de abril de 2025

El objeto a como falla compacta: entre la topología del borde y la lógica del no-todo

Existen diversas maneras de abordar la función litoralizante de un borde, y es innegable que la obra de Jacques Lacan ha sido particularmente fértil y creativa en la forma de interrogar y formalizar dicha función. Siguiendo una lógica coherente con las coordenadas que definen el desarrollo de su enseñanza, Lacan comienza considerando la letra desde una perspectiva serial del significante, lo que abre paso a nuevas interrogaciones desde distintos registros lógicos: desde la lógica predicativa, cuantificacional y hasta aquella propia de la teoría de conjuntos.

En este recorrido, el Seminario Aún marca un punto de inflexión. En él, Lacan introduce un tratamiento topológico del borde a partir del concepto de compacidad. Este término, tomado de la matemática, se bifurca en dos sentidos: desde la lógica, habilita preguntas sobre la completitud o incompletitud de un conjunto; desde la topología, interroga cuán compacto es un espacio.

Este concepto permite a Lacan pensar la falla estructural que impide escribir un universal femenino, y con ello formalizar la novedad lógica del no-todo. La pregunta que se desprende es sugerente: ¿cómo demostrar la compacidad de la falla?

Aunque esta línea de pensamiento pueda parecer abstracta y alejada de la práctica analítica, en realidad ofrece una clave para pensar los múltiples modos en que la relación sexual se malogra, más allá de los artificios simbólicos que intentan suplirla.

Desde aquí se impone un desplazamiento hacia el objeto a, cuya ubicación del lado del no-todo no es casual. Lacan afirma que “el objeto es el fallar”, esto es, una falla en sí mismo. Primero, por ser el resto que subsiste de aquello que ha sido integrado al saber como conjunto significante; luego, por su carácter fundamentalmente irracional, al igual que los números irracionales que no pueden ser reducidos a una expresión finita ni exacta.

El objeto a se presenta así como lo inaprehensible, solidario del desencuentro (dystichia) y del carácter fallido de la relación. En este sentido, se inscribe como lo real, y en La Tercera, Lacan lo ubica en la lúnula central de la cadena borromea, punto de cruce entre las tres consistencias (Imaginario, Simbólico y Real), estableciéndolo como condición de cualquier forma de goce.

Luego de determinar su lugar, toca precisar su función: doble, por cierto. Por un lado, el objeto a es la causa del deseo; por otro, se constituye como condición del goce. Esta doble función invita a pensar los lazos entre deseo y goce, tanto en el fantasma como más allá de él.

Así, se vuelve una pregunta fecunda interrogar si se trata, en el objeto a, de una letra o de un objeto. Aunque no se trata de una cosa del mundo, puede decirse que se trata de una letra, sin por ello negar su función como objeto pulsional, causante del deseo. En Aún, Lacan lo pone en serie con otras dos letras, y si quisiéramos forzar su inscripción en la lógica, podríamos decir que oscila entre el condicional y la implicación material.

miércoles, 9 de abril de 2025

La presencia real del deseo

Lacan postula un campo más allá de las construcciones fantasmáticas, al que denomina “la presencia real del deseo”. Este concepto remite a la dimensión innombrable del deseo, más allá de las respuestas ilusorias que intentan encubrir lo que en realidad no existe.

La delimitación de este campo coincide con la formulación del significante fálico, que actúa como un puente entre la noción inicial del falo en su vertiente imaginaria y la posterior conceptualización del objeto a como causa del deseo.

El falo, en su función significante, no solo señala un vacío sino que marca la falta estructural que define al deseo. Su presencia está poblada por fantasmas que dependen de la operación de la significación fálica. En este sentido, el falo no es simplemente un signo de ausencia, sino de una falta constitutiva, una falla en el sistema del significante.

Es precisamente este punto de falla el que evidencia la inconsistencia y la imposibilidad de completitud del conjunto significante. Lacan vincula este aspecto con lo traumático de la barradura del Otro, término que él mismo vacía de contenido cualitativo para elevarlo a un nivel económico. Esta falta es angustiante porque plantea un enigma sin resolución posible.

Esa imposibilidad se vuelve evidente en la experiencia del sujeto, quien enfrenta el hecho de que ninguna respuesta puede suprimir el vacío fundamental que lo habita. En este sentido, la pregunta infantil sobre el deseo del Otro introduce una subversión que revela la fragilidad de cualquier garantía absoluta.

Desde una perspectiva freudiana, esta estructura remite al concepto de desamparo. La introducción del significante fálico busca señalar que el Otro, en su dimensión deseante, no posee el saber absoluto sobre el deseo, y por lo tanto, no puede ofrecer una certeza definitiva.

lunes, 31 de marzo de 2025

El objeto del deseo y su lugar en el fantasma

El "Che vuoi?" del grafo lacaniano es la pregunta fundamental que interroga la posición del niño en el deseo del Otro. No se trata simplemente de un "¿qué quiere de mí?" en términos de un anhelo consciente, sino de un cuestionamiento más profundo: ¿bajo qué forma (como objeto a) el sujeto se constituyó como causa del deseo del Otro?

Este tránsito hacia la causa del deseo rompe con la noción de una infinitud del deseo tal como fue planteada en La instancia de la letra en el inconsciente..., donde se afirmaba que el deseo es siempre de otra cosa. Si el deseo nunca se satisface del todo, ¿qué lo detiene?

Aquí entra en juego la función del objeto a en el fantasma, pues proporciona un punto de fijación, un anclaje que permite orientar el deseo y darle consistencia. Es precisamente en esta posición de objeto donde se manifiesta la opacidad del deseo: el sujeto no sabe qué es para el Otro, y en esa incertidumbre se juega su relación con el deseo.

Un aspecto central de esta conceptualización del objeto es que desde el inicio está separado de las cosas del mundo. Esto permite plantear una pregunta crucial: ¿de dónde proviene este objeto?

Desde el comienzo, el objeto a supone un recorte respecto al cuerpo del niño, ya que es con su cuerpo que el niño se convierte en falo para responder al deseo materno. En este sentido, el objeto a es el precio que el sujeto paga en su paso por la castración, el costo que implica devenir un sujeto dividido.

Más adelante, en El Seminario 10: La angustia, Lacan reformula este objeto como el resto de la división subjetiva, un irracional simbólico que testimonia lo que no puede ser capturado completamente por el significante. Se trata de un resto viviente, una parte del cuerpo que sostiene al sujeto en su evanescencia, señalando lo que del ser escapa a la negativización y persiste como una marca irreductible de su existencia.

viernes, 28 de marzo de 2025

La temporalidad en el armado del fantasma

A menudo se asume que el tiempo no incide de manera evidente en la formación del fantasma, como si se tratara de una instancia fija, ajena a la diacronía y a la historia del sujeto. Esta concepción puede deberse a su ubicación en el grafo de Lacan, donde aparece como la última respuesta ante lo traumático de la falta en el Otro. Sin embargo, un análisis más profundo revela que el fantasma está intrínsecamente ligado a la historia del sujeto.

Para comprender esto, es útil recurrir a la estructura del grafo, con sus términos y relaciones. En el lado derecho se sitúan las preguntas del sujeto; en el izquierdo, las respuestas, donde se emplaza el fantasma como respuesta al deseo y a la castración.

Las diferentes instancias del grafo convergen en un punto clave: su función de resguardo ante lo real. Esto se manifiesta en el significante de la falta en el Otro, un matema que opera como energía libremente móvil y que enlaza lo real, lo traumático y lo económico. Se trata de un real vaciado de sentido, un impasse que desafía la consistencia misma de lo simbólico. Es precisamente en este punto donde la historia entra en escena.

El fantasma surge como una construcción que responde a la dialéctica entre el niño y el Otro. En esa relación, el niño se enfrenta con un enigma, con algo que resiste la comprensión y que encarna una dimensión de Otredad más allá de lo imaginable.

El ir y venir del Otro suscita en el niño una pregunta fundamental que introduce el deseo: ¿qué hay más allá de mí? La respuesta que ofrece el discurso es clara: lo que se desea es el falo. No obstante, esta respuesta no disipa la opacidad de la pregunta, sino que la sostiene mediante una mediación simbólica. Es en este punto donde el fantasma toma su lugar.

Por ello, en su formulación, el fantasma se estructura en torno a la incidencia de dos elementos fundamentales:

  • El menos phi (-φ), que marca la división del sujeto.

  • El objeto a, resto corporal que escapa a toda integración en la imagen.

De esta manera, el fantasma no es solo una estructura fija, sino una construcción atravesada por la temporalidad y la historia del sujeto, que le permite sostenerse ante la falta estructural que lo constituye.

jueves, 27 de marzo de 2025

La lógica del fantasma en el seminario 14

En el Seminario 14, Lacan introduce un abordaje particular del fantasma que permite hablar de una lógica del fantasma. En este momento de su enseñanza, se produce una formalización que busca establecer una lógica capaz de orientar lo real.

El losange que aparece en su fórmula captura lo esencial de esta construcción, plasmando relaciones lógicas de inclusión y exclusión. Al mismo tiempo, introduce una dimensión espacial, al indicar la mayor o menor distancia entre la posición del sujeto dividido y la del objeto a. Esta distancia, imposible de medir en términos convencionales, encuentra en la angustia un índice privilegiado.

Si tomamos en cuenta estas referencias lógicas, el losange cumple la función de delimitar un borde.

El problema fundamental que plantea esta lógica del fantasma radica en la existencia del sujeto, precisamente allí donde carece de un ser. Más aún, podríamos hablar de su ex-sistencia, término que enfatiza la incidencia de lo real en la división subjetiva. En este punto, Lacan introduce una distinción que tiene consecuencias diagnósticas y que remite a la cuestión planteada al final de De una cuestión preliminar…: la diferencia entre una existencia de hecho y una existencia de derecho.

La existencia de hecho es aquella que resulta de la preexistencia del lenguaje: hay sujeto en la medida en que hay un ser hablante. Aquí, la inscripción en el Otro cobra todo su peso estructural, más allá de la distinción entre neurosis y psicosis.

Por otro lado, la existencia de derecho o lógica introduce la dimensión del significante, la ley y la estructura del inconsciente como discurso del Otro. Este estatuto no se sostiene sin un vaciamiento previo, reafirmando así la lógica del fantasma como una articulación que hace posible la subjetividad en su división.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Necesariedad y contingencia en la producción del objeto a

En el sujeto hablante, el complejo de castración cumple una función central al anudar el deseo a la ley. La posición del objeto que se desprende de este proceso, marcada por el corte que lo genera, define el pathos deseante del sujeto.

Desde esta perspectiva, Lacan, en La angustia, examina la incidencia del superyó allí donde la ley se revela insuficiente. En este punto de falla, el superyó cumple un doble papel:

  1. Prohibir el goce.
  2. Testimoniar del goce en el sujeto, ubicándose en los límites mismos de la ley.

Así, el superyó no solo impone una interdicción, sino que también evidencia la transgresión inherente a la prohibición misma, una cuestión que queda oculta tras la función del Ideal del Yo (I(A)). Esta conexión llevó a Freud a asociar el Ideal del Yo con el superyó.

Si la castración se aborda a través del complejo de Edipo, emerge la operación del menos phi (-φ), que inscribe la castración como deuda simbólica. Sin embargo, si se la examina desde la perspectiva del objeto a, se abre el acceso a lo primordialmente reprimido. En este sentido, el objeto a precipita como resto de un corte, desnaturalizando la relación del sujeto con el deseo.

La producción del objeto implica una temporalidad específica con dos momentos:

  1. El objeto cae como resto de la captura por el significante.
  2. El objeto se reviste de galas fálicas, adquiriendo un brillo agalmático.

Si bien el primer tiempo es estructural, el segundo es contingente, dependiendo del juego del deseo edípico: el Deseo de la Madre, el Nombre del Padre y la regulación del menos phi.

En las psicosis, esta estructura se ve alterada. El objeto a aparece descarnado, retornando desde lo real en la alucinación. Aunque en ambas estructuras la producción del objeto depende del ingreso al lenguaje, en la psicosis no se produce el engalanamiento fálico, ya que para ello es necesaria la pérdida más allá de la falta.

Esta diferencia esencial permite situar el estatuto del objeto tanto en las neurosis como en las psicosis, destacando el papel de la vestidura simbólica en la causación del deseo.

La castración y el estatuto del objeto

A lo largo de los años, la enseñanza de Lacan ha permitido formular una pregunta fundamental y compleja: ¿qué es la castración? Más allá de sus metáforas, esta cuestión exige un trabajo riguroso que, partiendo del retorno a lo subversivo en Freud, busca elaborar respuestas a los impasses que quedaron abiertos en su obra.

En un primer nivel, la castración se concibe dentro de las incidencias del discurso, adoptando la forma de una deuda simbólica. Se trata de una operación que inscribe al sujeto en una falta estructural, una deuda impagable vinculada a la constitución del sujeto infantil. En este sentido, la castración sostiene la función del menos phi (-φ), entendido como una reserva simbólica que permite una respuesta al enigma del deseo del Otro.

Sin embargo, a medida que se profundiza en la diferencia entre (-φ) y el objeto a, se hace necesario repensar la castración en un nuevo marco. Aquí aparece la operación de un corte, en la que el objeto a es su producto. Este proceso, tal como se observa en las fórmulas de la división subjetiva en La angustia, implica que la división del sujeto no se agota en el fading significante, sino que involucra el cuerpo como superficie de inscripción.

Este desplazamiento conceptual sobre la castración tiene repercusiones en la teoría del objeto en psicoanálisis. A partir de ello, se distingue entre el objeto a y lo que podríamos denominar "los objetos".

  • Los objetos del transitivismo y la identificación imaginaria: Se trata de objetos que se insertan en una serie, intercambiables y sujetos a la rivalidad o la competencia. Su lugar se encuentra dentro de la lógica del espejo y la dimensión especular.
  • El objeto a: En contraste, este objeto no es intercambiable ni forma parte de una serie. Se define como lo que resta de la incidencia del significante sobre el cuerpo. En su articulación con el deseo y la pulsión, queda fijado en el fantasma, consolidando su singularidad y su imposibilidad de entrar en un circuito de intercambio.

Así, la reconsideración de la castración en Lacan no solo permite una mejor comprensión de la división subjetiva, sino que también abre nuevas coordenadas para pensar el estatuto del objeto en la experiencia analítica.

El Objeto "a" y su dimensión real

Situar el objeto a más allá de la concepción euclidiana del espacio permite precisar su función en la causalidad psicoanalítica. Esta línea de trabajo lleva a Lacan, en su Seminario 13, a plantearlo en su dimensión real, en correlación con la subversión del sujeto. En dicho seminario, Lacan desarrolla una extensa indagación sobre el lugar del objeto en la ciencia, subrayando que la aparición de esta última implica una transformación del pensamiento: un desplazamiento de la esencia de las cosas hacia su existencia como significantes.

Desde su formulación inicial, el objeto a adquiere un valor clave en el psicoanálisis. Lacan lo denomina “la letra a”, lo que no es casual, pues la misma letra ya figuraba en el esquema L, vinculada al eje imaginario y a la imagen del cuerpo en relación con el Otro, que sostiene la función del espejo.

Sin embargo, en La angustia, esta concepción experimenta un cambio fundamental. La imagen especular se desplaza al i(a), que encubre su valor agalmático, mientras que la letra a pasa a señalar un resto inasimilable, oculto tras lo que se inviste libidinalmente. Aquí, la angustia se configura como un corte que interrumpe el velo que disimula dicho resto.

Como afecto, la angustia es correlativa a lo que resta, y en tanto signo, indica la posición del objeto a dentro de una estructura. Precisamente, su presencia requiere un marco, lo que justifica la afirmación de que la angustia no solo tiene estructura, sino que su existencia misma está condicionada por ella.

El marco también nos permite comprender cómo opera el semblante en relación con el objeto, especialmente cuando este es considerado desde su borde. En este sentido, la afirmación lacaniana: (a la letra a) la designamos con una letra, no es un simple juego de notación, sino una manera de destacar su relación esencial con el corte y el borde, elementos constitutivos de su estatuto en el discurso analítico.

jueves, 6 de marzo de 2025

Frege, Lacan y el semblante: Un análisis lógico y psicoanalítico

Gottlob Frege, en su obra "Los fundamentos de la aritmética" (1884) y en sus escritos posteriores, aborda el problema del paso del 0 al 1 dentro del marco de su lógica matemática y su teoría de los números. Su enfoque está basado en la lógica y la teoría de conjuntos, tratando de definir los números de manera rigurosa a partir de conceptos puramente lógicos.

El Problema del Paso del 0 al 1. Frege se pregunta cómo se justifica la existencia del número 1 si partimos desde 0. Su solución se basa en su definición lógica de número mediante conceptos y clases.
  1. Definición de 0: Frege define el número 0 como la clase del concepto "ser idéntico a un objeto que no existe" (es decir, el concepto vacío).
  2. Definición de 1: Para obtener el 1, Frege introduce la noción de sucesor, que se fundamenta en el principio de extensión de conjuntos. Un número 
    nn

El paso del 0 al 1 ocurre mediante la introducción de un nuevo concepto que no es vacío. Cuando existe al menos un objeto que satisface un concepto, el conjunto deja de ser vacío y adquiere el cardinal 1.

Conclusión: Para Frege, el paso del 0 al 1 no es simplemente la agregación de un elemento, sino la transición de la ausencia absoluta (0) a la existencia de una unidad conceptual (1). Esta transición está garantizada por las reglas de la lógica y no por una intuición aritmética previa. 

Un análisis detallado de la influencia del pensamiento de Frege en Lacan permite formular la siguiente hipótesis: existe una conexión entre dos de los planteos fundamentales de Frege—el paso del 0 al 1 y la diferencia entre sentido y referente—que Lacan retoma en su teoría. Esta relación opera como el marco conceptual en el que se inscribe el semblante dentro del psicoanálisis.

A partir de diversas elaboraciones, el objeto a adquiere el rol de referencia lógica al comandar el discurso analítico. Su articulación con el semblante se sostiene en su función nominativa dentro de la estructura discursiva.

La distancia entre el 0 y el 1 es fundamental, pues permite sostener la serie numérica a partir de lo no idéntico a sí mismo, otorgándole así un valor operatorio. Desde el punto de vista conceptual, el 0 se asocia a un vaciamiento fundante, una idea que puede rastrearse en Freud y Lacan. En este sentido, el 0 se erige como la condición del sujeto, dado que Lacan parte de la falta de sujeto en el proceso de alienación. Así, el sujeto queda situado entre el 0 y el 1, lo que lo vuelve no enumerable y permite definirlo como un conjunto vacío.

Desde una perspectiva numérica, el 0 cuenta como 1, posibilitando la inscripción de lo imposible de contar dentro de la serie. Conceptualmente, se asocia a lo no idéntico a sí mismo, lo que explica su extensión nula: es el número que refleja la ausencia de objetos subsumidos. De este modo, el 0 funciona como una inscripción de la falta, sosteniendo tanto el inicio como la posibilidad del encadenamiento lógico. El semblante, a su vez, presupone esta lógica, lo que implica que la verdad es un efecto del discurso.

Frege, en su texto “Sobre sentido y referencia”, establece una distinción crucial entre referencia, sentido y representación. La representación, al situarse en el ámbito subjetivo, queda fuera del análisis, ya que el sujeto fregeano no es psicológico ni subjetivista. En cambio, el sentido opera como un término intermedio entre referencia y representación, lo que permite su universalización e inclusión en el campo del conocimiento.

Por otro lado, la referencia establece el valor veritativo del pensamiento, aunque no necesariamente lo inscribe en el conocimiento. Así, Frege sostiene que "la referencia de un enunciado es su valor veritativo", lo que implica que la verdad no depende del objeto, sino del concepto que la hace posible.

Desde esta perspectiva, el semblante se articula con el vacío que sustenta la verdad. Al ser un efecto del discurso, la verdad requiere del Otro y del significante, lo que la hace depender de la lógica del semblante. Esto refuerza la idea de que un psicoanálisis no es una experiencia de conocimiento, sino un proceso que opera dentro de la estructura del lenguaje y la falta.


miércoles, 5 de marzo de 2025

El borde entre dolor y la satisfacción

El vínculo entre el deseo y la máscara no puede reducirse a una simple relación de ocultamiento y revelación, ni responder a la lógica de lo interior frente a lo exterior. Se trata, más bien, de una conexión que rompe con la noción tradicional de espacio euclidiano y nos obliga a pensar en términos topológicos, donde la estructura del deseo se muestra excéntrica respecto a la satisfacción.

Desde esta perspectiva, el deseo no se inscribe en un centro fijo, sino en un movimiento desplazado, lo que nos lleva a preguntarnos si su lógica responde a la de una superficie unilátera, con torsiones o interpenetraciones que imposibilitan una lectura lineal. En esta dinámica, algo queda siempre por desear, y es en ese resto donde Lacan sitúa el “dolor de existir”, trazando un límite entre el sufrimiento y la satisfacción.

Esta reflexión encuentra su base en la distinción freudiana entre la experiencia de satisfacción y la experiencia de dolor, ambas generadoras de un excedente: el deseo y la angustia. La clínica muestra que el deseo se acompaña de una dificultad estructural, mientras que la angustia señala el borde que lo delimita, introduciendo la dimensión del peligro que el propio deseo puede implicar.

Lacan avanza en este camino al situar las dos funciones del objeto a: como causa de deseo y como plus de goce. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿bajo qué condiciones una satisfacción puede volverse inseparable del dolor? Pero ya no se trata solo del dolor de existir…

sábado, 22 de febrero de 2025

¿Dónde situar al objeto a?

El objeto a, según Jacques Lacan, es el objeto causa del deseo. No se trata de un objeto del mundo, sino de algo no representable, identificado solo a través de fragmentos parciales del cuerpo: el seno (succión), las heces (excreción), la voz y la mirada. Su función es sostener la falta en ser que define al sujeto del deseo.

Constitución del Objeto a

Este objeto se genera en el espacio que la demanda abre más allá de la necesidad que la origina. Por ejemplo, ningún alimento puede satisfacer completamente la demanda del seno, pues este adquiere un valor más allá de la necesidad: se convierte en la condición absoluta de existencia del sujeto deseante. Al desprenderse de la imagen del cuerpo, el objeto a ocupa el lugar de una falta, reemplazando la ausencia de una causa para la castración. La castración, entendida como la simbolización de la falta de pene en la madre, no tiene una causa real, sino estructuralmente lógica.

Incidencias del Objeto a

El objeto a se encuentra en diversos momentos de la existencia del sujeto:

  • En el nacimiento, el niño es un resto de la cópula, un objeto que emerge entre lo biológico y lo simbólico.
  • En la constitución del fantasma, se convierte en el objeto que el sujeto cede como precio de su existencia, atándolo a una relación de reciprocidad disimétrica.
  • En la experiencia amorosa, encarna la falta maravillosa que el objeto amado oculta o revela.
  • En el acto sexual, opera como mediación ante la imposibilidad de la fusión total con el Otro.
  • En el afecto, se manifiesta en experiencias como el duelo (al perder a quien nos consideraba su objeto), la vergüenza (al ser expuestos a la mirada del otro), la angustia (como percepción del deseo inconsciente) y el suicidio (cuando se rompe la estructura del fantasma y el objeto a se desplaza fuera de la escena).
El Objeto a en la Enseñanza de Lacan

La evolución del concepto de objeto a en la obra de Lacan refleja su complejidad e inaprensibilidad. Inicialmente, designaba al objeto del yo, el "pequeño otro" imaginario. Posteriormente, en La ética del psicoanálisis (1960), Lacan lo asocia con das Ding freudiano: la Cosa, un real inaccesible, perdido con la entrada en el lenguaje.

El concepto se enriquece con la noción de objeto transicional de Winnicott, que ilustra cómo el objeto a se ubica en un espacio paradójico, ni interno ni externo al sujeto. En El deseo y su interpretación, Lacan lo define como objeto del deseo, y en Subversión del sujeto y dialéctica del deseo (1960), destaca su incompatibilidad con la representación: el objeto del deseo es un fantasma o un señuelo.

Con el tiempo, Lacan introduce la idea del objeto a como causa del deseo y de la división del sujeto. En La angustia (1962-63), desarrolla su topología, mostrando su función en diversas estructuras clínicas: enmascarado en la neurosis, objetivado en la perversión y alucinado en la psicosis.

En El revés del psicoanálisis (1969-70), el objeto a se asocia con el concepto marxista de plusvalía, convirtiéndose en el "plus-de-gozar" que estructura los discursos sociales. Finalmente, en RSI (1974), aparece como el punto de anclaje entre los registros real, simbólico e imaginario dentro del nudo borromeo.

El Objeto a y la Ciencia

Para Lacan, el objeto a no es un objeto de la ciencia. Mientras la ciencia busca eliminar la subjetividad reduciéndola al error, el psicoanálisis sostiene la imposibilidad de cerrar la brecha en el saber. La verdad, lejos de ser eliminada, retorna en lo real, manifestándose en los objetos producidos por la tecnología moderna, que no son más que nuevas formas de encubrir el objeto a.

El psicoanálisis no aspira a ser una ciencia del objeto a, sino que reconoce su función estructurante en el sujeto. Desde esta perspectiva, cada sujeto es responsable de su propia posición en el deseo, ya que el objeto a marca la falta fundamental que lo constituye.

miércoles, 22 de enero de 2025

El objeto como producto del corte

El punto donde el deseo se pone en acto y la nominación demuestra su límite revela la paradoja estructural del sujeto en psicoanálisis. Este límite, que Lacan denomina lo imposible de nombrar, define al sujeto como un punto de falta significante que afecta al Otro y, al mismo tiempo, señala la imposibilidad de que el sujeto se aloje completamente en la cadena significante.

El sujeto en el intervalo: lugar del corte

El sujeto, al no poder nombrarse, queda situado en lo que Lacan describe como el intervalo, el espacio del corte. Este intervalo no es simplemente un vacío o una ausencia; es el lugar donde el sujeto "habita" debido a su naturaleza evanescente, o fading, como efecto de la estructura significante. El intento del sujeto de ubicarse en la cadena es siempre fallido, ya que sólo está presente en los cortes de ésta, en los espacios donde el significante no logra fijar completamente su posición.

En el Seminario 6, Lacan describe este fenómeno de manera precisa: "Cada vez que quiere apresarse, nunca está allí más que en un intervalo". Esta frase subraya cómo el sujeto no tiene una consistencia ontológica propia; su ser está siempre en suspenso, sostenido únicamente en su relación con los significantes que lo representan.

El objeto a como soporte del sujeto

Para Lacan, el sujeto requiere de un anclaje que lo rescate de su evanescencia. Este anclaje se encuentra en el objeto a, una creación de la operación de corte. Este objeto, alojado en el fantasma, actúa como un soporte privilegiado que permite al sujeto sostenerse frente a la síncopa significante.

El objeto a, aunque inicialmente ubicado en lo imaginario, no se reduce a una cosa del mundo. En "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano," Lacan establece que este objeto es el resultado de una operación de corte que lo separa de la realidad circundante. Es el residuo, el resto, aquello que no puede ser asimilado completamente por el significante, y precisamente por ello se convierte en el pivote del deseo.

Nominación, corte y el borde de lo imposible

La nominación introduce un corte fundamental que define el borde entre lo posible y lo imposible de decir. Este borde no sólo delimita al sujeto como un vacío en la cadena significante, sino que también señala el límite del lenguaje mismo. La imposibilidad de nombrar al sujeto no es una falla, sino una característica estructural que define su relación con el Otro y con su propio deseo.

Al final, el sujeto no puede estar en la cadena, sólo en los intervalos; y lo que lo salva de esta condición evanescente es el objeto a, un soporte que emerge de la operación de corte y que constituye el eje alrededor del cual gira su relación con el deseo y el fantasma. Este planteo, desarrollado extensamente en Lacan, establece la base para diferenciar al objeto a de cualquier cosa del mundo, configurándolo como un elemento único en la economía del deseo.

jueves, 19 de diciembre de 2024

La angustia y el estatuto del objeto en el Psicoanálisis de Lacan

En el seminario 10, dedicado a la angustia, Jacques Lacan desarrolla una propuesta fundamental: establecer la estructura de la angustia para poder ubicar los diferentes estatutos del objeto en psicoanálisis. Esto permite organizar lo que él llama “la gama de las relaciones de objeto”, es decir, una escala en la que el sujeto se relaciona de manera distinta con los objetos dependiendo de si están vinculados a la demanda, el deseo o el goce.

La Angustia y el Objeto: Freud vs. Lacan

Mientras que Freud plantea que la angustia es sin objeto, Lacan sostiene lo contrario: la angustia no es sin objeto. Este cambio de perspectiva implica una reflexión sobre el estatuto del objeto implicado en la angustia, así como sobre las diferentes modalidades que el objeto puede asumir en psicoanálisis. En este marco, Lacan explora tanto los objetos propuestos por Freud como aquellos derivados de su propia teoría, abriendo la posibilidad de entender distintas manifestaciones de la angustia según el objeto "a" que esté en juego.

El Objeto, la Mirada y la Voz

En el capítulo 18 del seminario, Lacan destaca dos recortes corporales: el ojo y el oído, que conecta con los objetos fundamentales de la mirada y la voz. Estos objetos, aunque se distinguen en su modo de operar, comparten un rol central en la constitución del sujeto. La angustia, en este contexto, se vincula a un "resto" que emerge del significante y que, al involucrarse en la relación de deseo, modula las experiencias de angustia del sujeto.

La Angustia como Índice de Opacidad

Para Lacan, la angustia señala una opacidad inherente a la posición del sujeto. Es el afecto que indica la presencia y el lugar del objeto, evidenciando un punto ciego en la estructura psíquica. En este sentido, la angustia revela un borde: aquello que no puede escribirse completamente y que permanece como un resto irreductible.

La Topología del Objeto y su Relación con el Sujeto

Lacan utiliza herramientas topológicas para conceptualizar el objeto en psicoanálisis, representado por la letra “a” minúscula. Esta letra no solo introduce la idea de un resto velado por la libido, sino que también señala la reversibilidad entre interior y exterior, como un guante dado vuelta. En este marco, la angustia aparece como un corte que desestabiliza los arreglos psíquicos que intentan ocultar ese resto.

El Borde y la Función del Objeto en la Angustia

El objeto de la angustia, señalado con una notación algebraica, no solo designa un lugar, sino que delimita un borde que no cesa de no escribirse. Este borde puede ser trabajado únicamente a través de recursos topológicos, lo que subraya la especificidad de la causalidad en psicoanálisis y su diferencia respecto del objeto en la ciencia.

De esta manera, la obra de Lacan articula el objeto como un punto clave para comprender la división del sujeto y los mecanismos implicados en la angustia, abriendo nuevas posibilidades de lectura y abordaje clínico.

martes, 5 de noviembre de 2024

¿De qué se enamora un sujeto?

El amor ocupa un lugar central por su papel de medio y por su capacidad para construir lazos. No solo es fundamental en el vínculo inicial entre el niño y el Otro, pues permite que el niño se sostenga en esa relación, sino que también es esencial en las formas y posibilidades mediante las cuales un sujeto se vincula con un partenaire.

En el seminario La angustia, Lacan hace una afirmación enigmática, casi un aforismo, que invita a la reflexión: el amor es lo que permite que el goce descienda al deseo. Esta idea resalta el rol del amor como medio; gracias a él se puede establecer una especie de equilibrio entre dos campos distintos —goce y deseo—, permitiendo una cierta flexibilidad en su relación.

La pregunta es si ese "descenso" del goce no funciona como un revestimiento que impide que el sujeto quede expuesto a la crudeza del goce, si es posible pensarlo así. Aquí, el amor como medio adquiere una dignidad especial al conectar el goce con una disposición deseante.

Más adelante, surgen preguntas sobre las condiciones del amor, las cuales merecen ser examinadas desde una perspectiva central. ¿Cuáles son estas condiciones?

En La tercera, hacia el final de su enseñanza, Lacan ubica el objeto a en la lúnula central de la cadena borromea, permitiendo definirlo como condición de todo goce.

Esto abre un cuestionamiento sobre las exigencias del amor, dado que un sujeto no puede enamorarse de cualquiera. ¿Las condiciones del amor responden a las condiciones de goce previamente mencionadas?

Desde esta perspectiva, lo imaginario y hasta lo idealizado del amor, en lo que tiene de obstrucción, no es más que un velo que oculta que la condición del amor reside en un rasgo de goce que el sujeto reconoce en el partenaire.

lunes, 28 de agosto de 2023

La noción de falta de objeto

Hoy ubicaremos la noción de objeto desde la lectura que hace Lacan de los textos freudianos, donde nos trae los ejes de un desvío muy fundamental en las lecturas. Se trata de un ideal de relación de objeto armónica y completa que el texto freudiano contradice.
La noción de objeto se presenta de entrada en una búsqueda de objeto perdido. El objeto es siempre a reencontrar, por eso se trata de la búsqueda del objeto. Así lo puntualiza Lacan, siguiendo la letra freudiana.

En los “Tres ensayos de teoría sexual”, Freud nos plantea un concepto fundamental como el de sexualidad infantil y nos dice que dicha sexualidad contiene los rasgos de la pulsión sexual y el camino de su desarrollo.

Le da todo su valor a la latencia como fenómeno psíquico que se pone en juego entre los cinco, seis o siete años hasta cuando comienza la pubertad.

La latencia divide en dos partes la sexualidad en el hombre, por obra de la represión. Es un tiempo donde se forma lo que después serán inhibiciones de la pulsión sexual, los diques del asco, la vergüenza, la estética y la moral.

Estas construcciones no provienen de la educación, sino que tienen que ver con las etapas de construcción psíquica. Son los mecanismos de la sublimación y las formaciones reactivas de la pulsión.

Algunas veces la latencia no es silenciosa e irrumpe un monto de excitación sexual que no pudo sublimarse y produce síntomas.

La latencia, entonces, divide la sexualidad humana en dos tiempos, la etapa oral, anal y fálica por un lado, y por el otro la pubertad.

La elección de objeto también se da en dos tiempos, la primera entre los dos y cinco años, y la segunda con la pubertad.

Etapa oral

El chupeteo es modelo de las exteriorizaciones sexuales infantiles. La pulsión se satisface en el cuerpo propio (autoerotismo). Parte del chupeteo, pero avanza diciendo que otro sector de la piel o de las mucosas puede convertirse en zona erógena.

El concepto de zona erógena es importante. Cualquier sector del cuerpo o de los órganos internos puede tener la propiedad de la erogeneidad. Este desplazamiento lo vemos claramente, nos dice Freud, en la histeria.

Los labios del niño se tornaron zona erógena y la leche le dio placer. O sea que, al comenzar, la satisfacción erógena quedó unida a la necesidad de alimentación.

La meta sexual de la pulsión infantil es producir satisfacción por estimulación de la zona erógena. La necesidad de repetir la satisfacción se da, por un lado, por un sentimiento de tensión, de displacer, y por otro lado, por una sensación de estímulo proyectada a la zona erógena. El modelo de satisfacción es mamar.

Etapa anal

Al igual que la zona de los labios, la erogenización de la zona anal se apoya en funciones corporales. Este sector del cuerpo tiene un alto valor erógeno.

En la infancia, los trastornos intestinales procuran excitaciones en esta zona, ya sea por constipación o por múltiples evacuaciones. El juego entre expulsión y retención provoca sensaciones que son un fuerte estímulo.

También podemos considerar, nos dice Freud, que el hecho de que un lactante se rehúse a vaciar el intestino en el lugar donde se lo indica el adulto sea un signo de futuro nerviosismo (niños díscolos).

El contenido de los intestinos es tratado por el niño como una parte de su propio cuerpo. Representa el primer regalo que hace al adulto y expresa con él su obediencia o su desafío.

El “regalo”, más tarde, el niño lo significará como “hijo” según las teorías sexuales infantiles: un niño nace porque algo se ingiere y es dado a luz por el intestino.

La retención de las heces es una de las raíces del estreñimiento en los neuróticos.

Etapa fálica

En los varones y en las niñas, la etapa fálica se relaciona con la micción (glande y clítoris). Por las secreciones, por los lavados y cuidados higiénicos, son zonas de mucha excitación y de sensaciones placenteras.

Este tiempo también se caracteriza en el niño pequeño por el onanismo, que establece la primacía de esta zona erógena para la actividad sexual posterior.

Tenemos que distinguir tres fases en la masturbación infantil: la primera corresponde al tiempo de lactancia, la segunda se desarrolla hacia el cuarto año, y la tercera en la pubertad.

Si el onanismo de lactancia desaparece, puede volver a presentarse la pulsión sexual en esta zona cerca de los cuatro años, hasta que una nueva sofocación la detenga, o bien puede seguir sin interrupción.

Si continúa ininterrumpidamente hasta la pubertad, es problemática, ya que indica una excitación que no pudo ser sofocada o reprimida.

La segunda activación sexual infantil deja huellas inconscientes profundas que determinan su carácter y la sintomatología de la neurosis.

La vida sexual infantil, nos aclara Freud, muestra componentes pulsionales que, a pesar del lugar privilegiado de las zonas erógenas, son la pulsión del placer de ver y de exhibir, y el de la crueldad. Aparecen con independencia de las zonas erógenas, y más tarde entran en relación con la vida sexual.

El niño pequeño tiene curiosidad de ver los genitales de otras personas, quiere exhibir su cuerpo y andar desnudo por la casa. Luego, la vergüenza pone un dique y los niños se convierten en mirones.

La crueldad es característica del carácter infantil. La posibilidad de detenerse frente al dolor del otro se desarrolla más tarde. Freud lo conecta con la pulsión de apoderamiento: niños que ejercen una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego.

Entre los tres y los cinco años se inicia una actividad que permanece unida a la pulsión de saber o investigar. La pulsión de saber de los niños recae con intensidad sobre los problemas sexuales y se despierta por ellos.

La pregunta fundamental sobre el origen de los niños y la suposición de que todos los seres humanos poseen un genital como el suyo pulsan e impulsan estos enigmas. Así es como el niño construye las teorías sexuales infantiles.

La investigación sexual de la primera infancia es solitaria. Es un primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y establece un apartamiento del niño de las personas de su entorno en los que fundaba su confianza.


Luego de la latencia, es decir, el tiempo de la represión, viene una oleada pulsional que abre otro tiempo.

Este nuevo tiempo nos trae una nueva meta sexual que se alcanza con la cooperación de todas las pulsiones parciales y las zonas erógenas que se subordinan al “primado de la zona genital”. La pulsión sexual se pone al servicio de la función reproductora.

Para que todo este pasaje se produzca con éxito, nos dice Freud, es preciso que se cuente con las disposiciones originarias y todas las particularidades de las pulsiones. Esto quiere decir que el pasaje no se da per se ni en todos los sujetos igual.

A las perturbaciones de este pasaje las que llama “inhibiciones del desarrollo”.

Es característico de esta etapa el crecimiento de los genitales externos y el desarrollo de los genitales internos.

Este aparato debe ponerse en marcha por estímulos externos (por excitación de las zonas erógenas), desde el interior del organismo y desde la vida anímica. Estos tres factores generan un estado de “excitación sexual”. Este estado provoca un sentimiento de tensión y alteraciones en los genitales (erección del miembro masculino y humectación de la vagina en la mujer) que es preparatorio para el acto sexual.



Dijimos, entonces, que durante esta metamorfosis las zonas erógenas se insertan en un nuevo orden, y tienen un papel importante en la introducción de la excitación sexual.

La excitación se conecta por una parte con el placer, y por otra con el aumento de la tensión que termina siendo displacentero. La excitación sexual reclama más placer, es pulsionante.

Freud aquí nos plantea un problema: “¿De qué modo el placer sentido despierta la necesidad de un placer mayor?”.

Las zonas erógenas cumplen un papel muy importante. Mediante su estimulación brindan un cierto monto de placer, y es desde aquí que se inicia un incremento de la tensión para llevar finalmente al acto sexual. El placer último, el de la descarga (el orgasmo), es un placer de satisfacción, y con él se elimina la tensión de la libido.

Este placer final es nuevo y depende de condiciones que sólo se instalan con la pubertad. El placer de las zonas erógenas pertenece a placer preliminar y deriva de la vida sexual infantil.

La activación autoerótica de las zonas erógenas es igual en ambos sexos en la niñez, y la diferencia de los sexos en este punto se establece en la pubertad.

El texto nos aporta una tesis en relación a las manifestaciones autoeróticas y masturbatorias: “La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino”. Hace una distinción entre masculino y femenino, y se refiere a la pulsión activa o pasiva (que, nuevamente, debemos pensar como posiciones).

Junto con el cambio de lo autoerótico a la nueva meta sexual se da el hallazgo de objeto.

Nos dice Freud que el hallazgo de objeto está preparado desde la más temprana infancia.

El hecho de mamar el pecho materno se vuelve modelo para todo vínculo de amor. El hallazgo o encuentro de objeto es un reencuentro. Siempre se trata de restaurar la dicha perdida.

La elección de objeto es guiada por indicios infantiles, renovados en la pubertad, cuyos modelos de amor han sido los padres. Por la barrera del incesto esa elección se orienta hacia otras personas.

Lacan toma este texto en el Seminario IV: La relación de objeto, donde coloca sus aportes a este texto, la noción de falta de objeto y los tres registros (Real, Simbólico e Imaginario) en relación a las categorías de la falta. Así, nos puntualiza los desvíos de los psicoanalistas que siguieron a Freud.

martes, 19 de octubre de 2021

Síntoma y objeto a: ¿Qué interevenciones son posibles?

Las interevenciones del analista requieren de que este lea al detalle lo que está ocurriendo, abriendo esa escena en sus múltiples complejidades. ¿Dónde se detiene el paciente? ¿Cuál es el goce de esa escena? Para que la intervención sea ajustada a eso singular del paciente, hoy veremos cómo ubicar lo real dentro del síntoma.

En la constitución psíquica, ubicamos una nada original, que luego será recubierta con la aparición del significante cuando el sujeto se incluya en el mundo del lenguaje. Esta nada es la falta, y el neurótico padece de la sustracción de la naturalidad es pos de habitar el significante. Cuando un sujeto habla en su análisis, el analista debe saber que en la base de eso que dice hay un punto de vacío, de la falta. Después está punto de la lalengua materna, que tiene que ver con el lenguaje y la palabra, pero antes del armado en su forma sintáctica o semántica. Lalengua es algo sumamente primario, donde la cara simbólica será el discurso del Otro. El discurso del Otro se arma con identificaciones e implica la posibilidad de leer en términos que no le son propios, sino con aquel que se identificó.


Para penetrar el discurso del Otro y llegar a esa falta que está en el origen, habíamos visto, hay que operar con un buen par de tijeras para encontrar el objeto a. Además, los conceptos de alienación y separación nos permiten pensar que en la parte de esa nada, cuando se une con la lengua, ahí se desprende ese objeto tan particular que es el objeto a. Entonces, el discurso del Otro, que es su cara simbólica, tiene que ser atravesado, para dejar libre ese objeto a que causa el deseo.  La meta es que el sujeto salga de las identificaciones que lo capturan y se pregunte en qué lugar quiere estar en su vida. ¿Qué quiere para su vida, cuál es su deseo, más allá del deseo de los demás?

El síntoma es un andamiaje de palabras, de significantes, de ahí su aspecto fuertemente simbólico. Por el lado del desciframiento, hay que deshacer las distintas capas del síntoma para hallar al objeto a "dentro de esas capas". Freud, en la carta 52, tempranamente ubica el das ding adentro de capas concéntricas al modo de una cebolla. Lacan utiliza el modelo de la banda de Moebius para marcar que lo de afuera y lo de adentro en ralidad es imaginario. Freud hablaba de profundidades y superficies, tema que Lacan retoma.

Lo simbólico es la base del síntoma por un lado (que impide ver lo real del objeto a), pero también es lo que nos permite constituírnos como sujetos deseantes y nos saca del instinto de los demás animales, la creatividad, la metáfora, la historia. El discurso del Otro es la versión simbólica de lalangua materna, que se apoya en la nada original y en ese desprendimiento que constituye a un sujeto mediante la falta.

Pensamos que no hay forma de decir lo real que no sea a partir de lo simbólico. Lo simbólico impide ver en forma directa a lo real, pero paradójicamente es la única forma de hacerlo. El doblez de lo simbólico tiene este doblez que justamente devendrá en lo que acan llamó sinthome, que lo dejaremos para más adelante.

Un caso y sus posibilidades de intervención.
Una mujer concurre a análisis porque es la primera vez que se ha enamorado. A ella le llama la atención que siendo que ella se vale por sí misma, que es independiente, no puede creer que se preocupe que él la pueda dejar, pero aún así "Me torturo pensando que me va a decir que no me quiere, aunque yo sé queme quiere". Dice que vive sufreindo hasta que llega el tiempo de verlo nuevamente. Ella se da cuenta de que esto ue le pasa tiene que ver con ella y no con él. En la historia infantil de ella se ubican otras situaciones de desvalimiento.

Acá el analista podría entrar por lo simbólico tomando la repetición de la sensación vulnerabilidad de su infancia. Esta vía es necesaria, para revuisar esas marcas que aparecen como actuales, pero en realidad son del pasado. 

Otros modos de intervenir por el terreno del goce, porque a pesar de que ella sabe que el novio lo quiere, ella "se tortura", lo cual la hace sufrir. Esta lucha interna se debe al castigo superyó, que es terreno del goce, del puro masoquismo que excede a las interevenciones sobre el goce. La conclusión que ella saca es que ella tiene que abstenerse de los placeres: abstenerse de llamarlo, de decirle, quedándose a la espera sufriendo (y gozando). Una intervención podría ser en qué otras cosas o situaciones ella se abstiene de los placeres. Esto abre a otra vía que no hubiera aparecido de otra manera, que en este caso es la vía de las dietas, de ciertos autocastigos muy silenciados.

Con un par de tijeras que cortan el discurso, la analista abre a ese discurso que si ella sabe que él la quiere la van a dejar, ubicando que hay algo que insiste "por debajo" de lo que ella sabey que viene de lo real. Lo que sale a la luz es el objeto a.

El objeto a, ¿cómo pesquizarlo?
Decíamos que el objeto a se pesquiza en el detalle, en el modo que un sujeto describe su relación con el Otro.

El objeto a, como invento de Lacan, tiene sus raíces en el objeto perdido de Freud y también en las distintas variantes del das ding, eso que cuando aparece produce angustia y que el sujeto también busca. Justamente, la felicidad no está en los objetos imaginarios que uno obtiene, pues el objeto del que se trata está mucho más allá de la palabra.

El objeto a, en el nudo de Borromeo, aparece en el medio de los tres registros. En ese punto, el objeto a es del orden de lo real, es irrepresentable. Frente a un espejo no se refleja, dice enigmáticamente Lacan. ¿Qué podría ser eso que tiene consistencia lógica, que se lee, pero que no sea del orden del espejo? Veamos un ejemplo. Por ejemplo, tomemos en la risa. Pongamos un ejemplo: la risa, cuando se congela en una fotografía, es una mueca que se pierde.

El objeto a causa el desencadenamiento de la pulsión y el sujeto se dirige a ese objeto causa de su deseo. La característica del objeto a, según Lacan en el seminario 10, es la de ser el testimonio de que ese sujeto estuvo en relación con un Otro. Pone el ejemplo de la placenta, donde se trata de algo que ha dado la unión con el Otro, pero que se resta una vez que el bebé nace. La placenta sería un testimonio de la relación entre una madre y su hijo.

En el objeto a vamos a encontrar movimiento, porque implica la presentificación de la pulsión. 

El objeto a funciona como objeto perdido, pese a que tenga consistencia (no imaginaria). Está presente, pero a la mirada de la persona tiene algo icandescente. Cuando el objeto a aparece, la persona palidece, como en los flash del enamoramiento. Ese objeto funciona como brillo, pero también como testimonio de algo perdido. Lacan ubica en el seminario 10 las caducas, eso que caduca y ya no sirve, pero queda como testimonio de la relación del sujeto a esa persona.

Por ejemplo, una paciente recordaba de manera muy vívida la risa de su madre, como un sonido que a él también lo hacía reir. Su elección de objeto, con los años, fue con una mujer que se riera notoriamente. La energética pulsional ahí es pulsional. Sin embargo, lo que a este hombre le hacía síntoma era que se pudieran reír de él. 

Si bien el objeto no es fácil de pesquizar por tratarse de una sutileza, hay una línea del tratamiento que tiene que ver con el goce. El goce del Otro no siempre es sintomático. La marca del Otro no es siempre del orden del síntoma, como el enamoramiento que veíamos.