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lunes, 11 de septiembre de 2023

De las neurosis narcisistas a la “clínica de los bordes”

 RESUMEN En el último ordenamiento nosológico de Freud (1924/1927) encontramos ya establecidas las categorías de neurosis, perversión y psicosis, formuladas luego por Lacan como estructuras subjetivas, así como una categoría que Freud opta por diferenciar de neurosis y psicosis, llamada “psiconeurosis narcisistas”, heredera de las “neurosis narcisistas” de 1914. Si consideramos el modo en que las distintas escuelas del psicoanálisis retomaron esta categoría, nos topamos con una amplia diversidad de posiciones. Se abre así un vasto ámbito de trabajo en el marco de lo que podríamos llamar la “historia conceptual del psicoanálisis”, que entronca con una tradición en parte independiente de investigaciones en la historia de la psicopatología y la psiquiatría. Ese trabajo comprende la elucidación de los diversos ordenamientos nosológicos que se fueron articulando en el campo del psicoanálisis. Más específicamente, importa dilucidar posibles relaciones entre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas y otros constructos utilizados con posterioridad y que dan cuenta de un campo clínico similar, para el que suele utilizarse la nominación de “clínica de los bordes”. Esa elucidación es esperable que nos lleve a precisar las referencias estructurales que manejamos a partir de Lacan, y a orientarnos en la lógica de la cura analítica en este campo.

Introducción 

Las elaboraciones freudianas fueron delimitando una serie de afecciones, de las que fue conceptualizando su operatoria específica y los modos de padecimiento propios, así como la forma en que se planteaba en cada una de ellas el conflicto central. En su último ordenamiento nosológico (1924/1927) encontramos ya establecidas las categorías de neurosis, perversión y psicosis, formuladas luego por Lacan como estructuras subjetivas, así como una categoría que Freud opta por diferenciar de neurosis y psicosis, llamada “psiconeurosis narcisistas”, heredera de las neurosis narcisistas de 1914. Allí ubica como conflicto central la tensión entre el yo y el superyó, y como paradigma de estas afecciones la melancolía, en la que esa tensión es notoria. Si consideramos el modo en que las distintas escuelas del psicoanálisis retomaron el ordenamiento freudiano -y particularmente esta cuarta categoría nosológica- nos topamos con una amplia diversidad de posiciones. Hay cierto consenso, sin embargo, en el lugar que tendrían en ese campo las alteraciones del narcisismo. Esto podría llevar a retomar la categoría freudiana, cosa que sólo algunos autores han hecho explícitamente. Hay entonces, en la literatura psicoanalítica, una variedad de denominaciones y descripciones clínicas, que parecen retomar en mayor o menor medida el constructo establecido por Freud. Se abre así un vasto ámbito de trabajo en el marco de lo que podríamos llamar la “historia conceptual del psicoanálisis”, que entronca con una tradición en parte independiente de investigaciones en la historia de la psicopatología y la psiquiatría. Ese trabajo comprende la elucidación de los diversos ordenamientos nosológicos que se fueron articulando en el campo del psicoanálisis. Más específicamente, importa dilucidar posibles relaciones entre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas y otros constructos utilizados con posterioridad y que dan cuenta de un campo clínico similar. 

De Freud al psicoanálisis anglosajón 

El interés freudiano por el campo del narcisismo comenzó en las proximidades de 1910. En Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (Freud, 1910), Freud utilizó por primera vez el término “narcisismo”, referido al problema de la homosexualidad masculina |Nota: esto es un error. El término aparece por primera vez en una nota al pie en "Tres ensayos"|. Un año más tarde, en su texto sobre el caso Schreber (Freud, 1911), formuló una hipótesis etiológica que ligaba la esquizofrenia a una fijación en el autoerotismo y la paranoia a una fijación narcisista. Estos antecedentes fueron retomados en la Introducción del narcisismo (Freud, 1914), donde Freud agregó a su nosología la categoría de neurosis narcisistas, a las que diferenciaba de las “neurosis de transferencia” por el retiro libidinal sobre el yo y la imposibilidad de establecer la transferencia, en ausencia de la función de la fantasía como sostén de la existencia psíquica del objeto. En Duelo y melancolía (Freud, 1915-17), Freud hizo extensiva a la melancolía la categoría de neurosis narcisistas que un año antes aplicara a paranoia y esquizofrenia, ubicando lo específico de esta afección en una identificación narcisista con el objeto perdido. La introducción de la segunda tópica (Freud, 1923) fue seguida de una reformulación nosológica (Freud, 1924) en la que Freud opuso neurosis y psicosis a partir del conflicto dominante (yo-ello en las neurosis, yo-mundo exterior en las psicosis), conservando la categoría de “psiconeurosis narcisistas” para la melancolía, en la que planteó como conflicto dominante la oposición yo-superyó. 

A partir de mediados de los años ’30, se hizo evidente la creciente delimitación de las escuelas. Los autores de la Escuela Inglesa tendieron a pensar los distintos estados patológicos como producto del tipo de defensas predominantes, y a sostener que existían distintos “repertorios defensivos” que formaban una gradación entre la patología psicótica y la neurótica, sin que existiera una frontera nítida entre ambas. Esta concepción aparentemente volvió superflua la categoría de neurosis narcisistas, que desapareció de la literatura. Sin embargo, en el año 1954, Donald Winnicott utilizó por primera vez el término “falso self” (Winnicott, 1954) para aludir a una estructura defensiva que el niño utiliza para adaptarse al medio y proteger su “verdadero self” de supuestas amenazas, a costa de una existencia desprovista de entusiasmo y de vitalidad. Sentaba así las bases para la investigación de patologías que no tomaban la forma ni de psicosis francas ni de neurosis clásicas. En 1957, Wilfred Bion desarrolló, profundizando líneas ya abiertas en la Escuela Inglesa, la idea de una “parte psicótica” y una “parte no psicótica” de la personalidad, definiéndolas como dos modos del funcionamiento mental que coexisten en mayor o menor medida en todo ser humano. Los últimos desarrollos significativos de esta escuela datan de principios de los ‘70. En Realidad y juego (Winnicott, 1971), Winnicott definió un “caso fronterizo” (borderline) como “aquél en el cual el núcleo de la perturbación del paciente es psicótico, pero éste posee una suficiente organización psiconeurótica”. Ese mismo año, Herbert Rosenfeld teorizó el “narcisismo destructivo” y sistematizó la organización narcisista, considerando el narcisismo como defensa y repliegue regresivo ante las primeras ansiedades aterradoras. Parecía legitimarse así la necesidad de considerar algún tipo de organización “intermedia” entre psicosis y neurosis, de algún modo vinculada al campo del narcisismo. 

En los trabajos de la Escuela Americana, la categoría de neurosis narcisistas está ausente. En su lugar, encontramos la consolidación de la noción de estados u organizaciones límites (borderlines), que los analistas de esta corriente vincularon más o menos explícitamente al campo del narcisismo. En 1936, Stern retomó el término psiquiátrico “borderline” (introducido 1884 por Hughes), para designar un grupo de pacientes con sentimiento difuso de inseguridad, hiperestesia afectiva y desfallecimiento de la estima de sí mismos, todo ello atribuido a una carencia narcisista fundamental. En 1952, Wolberg precisó que los pacientes “borderlines” presentan, de forma estable, en sus relaciones interpersonales mecanismos repetitivos de índole sadomasoquista y un predominio de defensas más arcaicas que las utilizadas por pacientes neuróticos y, contrariamente a los psicóticos, un criterio de realidad preservado. En 1959, Melitta Schmideberg describió los “estados límites (borderline)” como una organización “estable en su inestabilidad”, “limítrofe de las neurosis, de las psicosis psicógenas y de la psicopatía”. En 1971, Kohut propuso que los “trastornos narcisistas de la personalidad” se ubicaban entre las psicosis y cuadros “fronterizos” (que hacía equivalentes de las pre-psicosis) y las neurosis de transferencia, y atribuyó a las personalidades narcisistas una incapacidad para regular su autoestima y su necesidad de confirmar una imagen grandiosa de sí mismos, insistiendo también en el papel patógeno de las decepciones narcisistas, la ausencia de empatía y la inadecuación a las necesidades del niño por parte de los padres. En 1975, Kernberg puso el acento en que las distorsiones relacionales precoces estaban condicionadas por las características estructurales del yo, que él consideraba patológicas ya en la infancia. 

A partir de Lacan 

Los trabajos de la Escuela Francesa están desfasados en varias décadas con respecto a los de las Escuelas Inglesa y Americana, debido al peso que en esa escuela ejerció la concepción estructural de Jacques Lacan. Es significativo que hasta mediados de los ’50 Lacan hiciera varias referencias a lo que denominaba “neurosis de carácter”, donde ubicaba, por ejemplo, al Hombre de los Lobos. A partir de 1955, con su mayor acercamiento al pensamiento estructuralista, esas referencias desaparecieron, y en cambio se impuso su tripartición neurosis-perversión-psicosis. Lacan siempre mantuvo cierta ambigüedad con respecto al carácter exhaustivo o no de esa tripartición y, si bien cuestionó teóricamente las categorías de “casos-límite” o “borderlines”, discutió hasta el final de su enseñanza sus particularidades clínicas. A pesar del carácter abierto de los planteos de Lacan, sus seguidores consideraron que la lectura estructural dejaba por fuera, como conceptualmente impropia, cualquier categoría diagnóstica que no se encuadrara en las tres reconocidas en Lacan. 

Tanto es así que sólo a partir de la muerte de Lacan el tema comenzó a ser objeto de una discusión sistemática. Así, se sucedieron desde 1981 una serie de ensayos que retomaron el problema de aquellos casos ubicados en los “bordes” de la neurosis, o en una posición que directamente cuestionaba el alcance de la tripartición clásica. En 1981, Jean-Claude Maleval publicó su libro Locuras histéricas y psicosis disociativas (Maleval, 1981), en el que abogaba por el reconocimiento de un campo constituido por las locuras, como diferente de las psicosis. En 1993, y en el marco de un creciente interés en el psicoanálisis lacaniano por la clínica de los pacientes graves no psicóticos, Haydée Heinrich publicó Bordes de la neurosis (Heinrich, 1993), texto en el que definió este campo clínico en función de las categorías lacanianas, como el “borde real de las neurosis”. Heinrich incluyó allí los fenómenos psicosomáticos, los trastornos de la alimentación y las adicciones, y entre las consideraciones teóricas desarrolladas en este texto, la autora hacía mención a una falla en los tiempos del Edipo (específicamente en el tercero). En 1995 apareció el ensayo de Silvia Amigo, Clínica de los fracasos del fantasma (Amigo, 1995), llamado a ejercer una influencia considerable en los años que siguieron. Planteaba allí que, en ciertas neurosis graves, la elaboración del fantasma como respuesta a la pregunta por el lugar del sujeto en el Otro sería fallida, condicionando una serie de fenómenos clínicos distintos de las formaciones (por ejemplo, sintomáticas) de las neurosis “clásicas”, tales como las actuaciones y ciertos trastornos de la alimentación. Entre otras hipótesis, Amigo proponía que este “fracaso del fantasma” estaría en parte determinado por haber ocupado el sujeto en exceso el lugar de sutura de la castración materna, imposibilitando la distancia necesaria para elaborar su propia respuesta a la falta. En 1996 se publicó un segundo texto de Haydée Heinrich, titulado Cuando la neurosis no es de transferencia (Heinrich, 1996), en el que retomaba, utilizando los conceptos lacanianos, el tema freudiano del obstáculo a la transferencia, que había dado lugar a la categoría de neurosis narcisistas. En 1999, Jean-Jacques Rassial editó su obra El sujeto en estado límite (Rassial, 1999), en la que invitaba a repensar los “estados límites” desde una lectura lacaniana. Consideraba allí que, a partir de los últimos trabajos de Lacan, era posible otorgarle al estado límite un valor conceptual, distinguiéndolo de otros estados vecinos pero situados del lado de las neurosis, perversiones o psicosis. Para ello apelaba a la noción de “forclusión local”, postulando que la inscripción del Nombre-del-Padre fracasaba allí de modo parcial. Ese mismo año se publicó la compilación Los bordes en la clínica (Delgado, 1999), bajo la dirección de Osvaldo Delgado, que abre la discusión sobre lo que el término “bordes” podría implicar dentro de una conceptualización lacaniana del sujeto. En 2002 apareció la compilación de ensayos de Massimo Recalcati titulada Clínica del vacío (Recalcati, 2002), en la que proponía agrupar en una serie casos de psicosis y otros que no lo son, como ciertas anorexias, en torno al lugar central que en ellos ocupa la referencia al vacío. De 2005 es el libro de Élida E. Fernández, Algo es posible. Clínica psicoanalítica de locuras y psicosis (Fernández, 2005), en el que dedicaba dos capítulos a las locuras. En 2011 se publicaron dos nuevos textos que tenían como tema la cuestión de las locuras, como campo distinto tanto de las psicosis como de las neurosis “clásicas”: Las locuras según Lacan, de Pablo Muñoz (Muñoz, 2011) y No se vuelve loco el que quiere, de Alicia Hartmann (Hartmann, 2011). Significativamente, este último libro llevaba como subtítulo Vicisitudes de las afecciones narcisistas, revelando así el nexo con la interrogación freudiana. En 2013, la obra de Haydée Heinrich Locura y melancolía (Heinrich, 2013) propuso a la melancolía como paradigmática de una serie de situaciones clínicas encuadradas en la “clínica de los bordes”, retornando una vez más sobre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas. Esa lista no es por supuesto exhaustiva, y sólo traza un recorrido en el psicoanálisis lacaniano. 

Estos trabajos volvieron a abrir a la discusión la existencia de un campo clínico heterogéneo pero con ciertas particularidades que pueden pensarse en términos estructurales. En su diversidad, los trabajos citados parecen coincidir en situar estos casos en el ámbito de la neurosis, apuntando a un “borde real” de ese campo. Como rasgos estructurales, ubicaríamos en primer término la particular dificultad del sujeto para situarse en relación a la falta en el Otro, que sin embargo no deja de estar inscripta. Ello va de la mano de una impasse en la función fálica, que se traduce -entre otros puntos- en una caída del valor propio y el sentimiento de vitalidad, y en la desmesura que caracteriza la afectividad y el accionar de estos pacientes, así como en fallos puntuales en la sexuación. También, como elaboró Amigo (Amigo, 1995), en el fracaso del fantasma como respuesta y marco fundamental del sujeto. Como consecuencia de ella, encontramos una fragilidad narcisista particular y una emergencia recurrente y muchas veces masiva de la angustia, que suele precipitar respuestas en la vía del acting out y el pasaje al acto. Los vínculos suelen estar marcados por un carácter pasional y ambivalente, y las identificaciones -tal como subrayó Freud (Freud, 1915-17) y retomó entre otros Recalcati (Recalcati, 1997)- se dan no al modo parcial que Freud sitúa en las neurosis “típicas”, sino al modo de una indiferenciación con el otro. 

Dentro de los autores no lacanianos, mencionaremos en primer lugar a André Green (Green, 1983), quien desde mediados de los años ’70 se dedicó al estudio de los “casos fronterizos”, planteando que en éstos la defensa predominante sería la escisión, y además que las pulsiones parciales (unidas a objetos parciales) pondrían al yo bajo amenaza de la fragmentación. Green propuso que sería necesaria “una narcisización previa del yo con miras a establecer una relación de objeto”. Esta narcisización del yo requeriría una operación de ligazón, con intervenciones que liguen los jirones del discurso del paciente, pues la dificultad principal estaría dada por el déficit de simbolización. 

Desde unos años antes, Bergeret había comenzado sus trabajos sobre los “estados límite”. Este concepto correspondería a los pacientes que quedaron fijados a una deficiencia narcisista de base a raíz de la cual no se permitió la integración del Edipo, y como consecuencia se impidió el ingreso a la problemática neurótica. Bergeret planteaba que el “estado-límite” era una estructura en potencia que no había alcanzado el estatuto estructural definitivo y que no pertenecía ni a las neurosis ni a las psicosis. Él y sus continuadores consideraron como trastorno dominante en los borderlines los síntomas depresivos que, llevados al extremo, podrían definir un tipo de depresión llamada “esencial”. Se advierte en estos autores un mayor diálogo con las Escuelas Americana e Inglesa, así como un acento mayor que entre los autores lacanianos en la problemática del narcisismo. Como rasgo común con las lecturas lacanianas, encontramos referencias a la “estructura”, pero este término parece utilizarse de un modo más laxo, ya que se considera, por ejemplo, la noción de estructuras inacabadas, noción que habría que precisar. 

Conclusiones 

Hemos recorrido un arco temporal y teórico que va de las elaboraciones freudianas sobre el narcisismo y las “neurosis narcisistas” a las conceptualizaciones y problemas que se enmarcan en los desarrollos de la Escuela Francesa, en torno de la referencia a la “clínica de los bordes”. En ese recorrido hemos situado asimismo un conjunto de rasgos clínicos que permiten agrupar una diversidad de presentaciones en un campo reconocible en sus particularidades. Ese reconocimiento, por otra parte, lo hemos traducido en una serie de coordenadas estructurales que distintos autores permiten establecer. 

El debate continúa abierto, y atraviesa la multiplicidad de concepciones teóricas del psicoanálisis. Es preciso un trabajo de investigación conceptual que facilite la discusión entre las distintas posiciones y una mejor delimitación del campo clínico. En el ámbito del psicoanálisis que se referencia en Lacan, esa elucidación, junto con la permanente remisión a la clínica, es esperable que nos permita seguir precisando las particularidades estructurales que, como corolario, nos permitirán orientarnos en la dirección de la cura. Ésta no puede ser aquí la misma que en otros campos, y estará fuertemente sujeta -tal como planteó Lacan para el caso de las psicosis- a lo que podamos establecer sobre la posición del sujeto en la estructura. 

BIBLIOGRAFÍA 

Amigo, S. (1995/2005) Clínica de los fracasos del fantasma. Rosario: Homo Sapiens. 

Bercherie, P. (1980/1999) Los fundamentos de la clínica. Manantial: Buenos Aires. 

Fernández, E. (2005) Algo es posible. Clínica psicoanalítica de locuras y psicosis. Letra Viva: Buenos Aires. 

Freud, S. (1915-17/1996) Duelo y melancolía. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1923/1996) El yo y el ello. En Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1914/1996) Introducción del narcisismo. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1924/1996) Neurosis y psicosis. En Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1911/1996) Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoïdes) descripto autobiográficamente. En Obras Completas, vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu. Freud, S. (1910/1996) Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. En Obras Completas, vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu. 

Green, A. (1983/2005) Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu. 

Hartmann, A. (2011) No se vuelve loco el que quiere. Letra Viva: Buenos Aires. Heinrich, H. (1993) BordeS de la neurosis. Rosario: Homo Sapiens. 

Heinrich, H. (1996) Cuando la neurosis no es de transferencia. Rosario: Homo Sapiens. 

Heinrich, H. (2013) Locura y melancolía. Buenos Aires: Letra Viva. 

Kernberg, O. (1975/1988) Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico. México: Paidós. 

Klein, M. (1935/1999) Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos. En Obras Completas, vol. 1. Buenos Aires: Paidós. 

Klein, M. (1946/2001) Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. En Obras Completas, vol. 3. Buenos Aires: Paidós. 

Kohut, H. (1971/2007) Análisis del self: el tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad. Buenos Aires: Amorrortu. 

Lacan, J. (1958/2009) De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI. 

Lacan, J. (1953-1954/2001) El Seminario, Libro 1. Los Escritos Técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós. 

Lacan, J. (1962-1963/2006) El Seminario, Libro 10. La angustia. Buenos Aires: Paidós. 

Maleval, J.-C. (1981/2009) Locuras histéricas y psicosis disociativas, Buenos Aires: Paidós. 

Muñoz, P. (2011) Las locuras según Lacan. Letra Viva: Buenos Aires. 

Rassial, J.-J. (1999/2001) El sujeto en estado límite. Nueva Visión: Buenos Aires. Recalcati, M. (2002/2003) Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis, Madrid: Síntesis. Winnicott, D. (1954/1970) Deformación del ego en términos de un self verdadero y falso. En El proceso de maduración. Barcelona: Laia. Winnicott, D. (1971/1995) Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.

Fuente: Belucci, Gabriel (2022). De las neurosis narcisistas a la “clínica de los bordes”. XIV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. XXIX Jornadas de Investigación. XVIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. IV Encuentro de Investigación de Terapia Ocupacional. IV Encuentro de Musicoterapia. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

sábado, 10 de julio de 2021

Las tres nosologías freudianas

Introducción.  

En Introducción a la epistemología freudiana, Paul-Laurent Assoun  se propone destacar la originalidad de Freud sin desconocer su  filiación con la episteme de su tiempo. Esto supone “un enfoque  genealógico de los modelos y de los referentes epistémicos de los  cuales el saber freudiano toma su terminología y su conceptualización” (Assoun 2008,14). Freud subvierte el lenguaje de su tiempo y,  en ese sentido, este trabajo se propone recorrer las tres nosologías  freudianas tratando de situar qué particularidad lo lleva, en cada  caso, a establecer las diversas clasificaciones y las variables que  las determinan. A partir de dichos ordenamientos nosológicos se  desprenden cuestiones que hacen al diagnóstico en psicoanálisis,  y tornan como necesario el lugar del analista para ubicar la especificidad de cada caso. 


Primera nosología (1894-1899)  

El referente conceptual que orienta la primera nosología freudiana  es el mecanismo psíquico: los cuadros en los cuales no opera la  defensa se denominan “neurosis actuales”; y aquellos en donde sí  “neuropsicosis de defensa” (Freud 1895).  


Neurosis actuales

Neuropsicosis de defensa

Neurastenia

Neurosis de angustia

Histeria

Neurosis obsesiva

Paranoia

Confusión alucinatoria


Este primer ordenamiento surge del encuentro de Freud con el valor de la palabra que enferma, que produce síntomas. A su vez, la palabra se constituye, para el autor, en un recurso que permite  tramitar el exceso que el síntoma conlleva, y en este sentido, muy  tempranamente, Freud accede al estatuto terapéutico de la palabra.  Dentro de las neuropsicosis de defensa reúne, como novedad, a  la histeria junto a la neurosis obsesiva (que, a la sazón, se encontraban separadas en tanto división cuerpo/mente), y con ellas, las  psicosis. Se observa que Freud no sólo toma en cuenta la sintomatología para producir los agrupamientos, sino que considera la etiología y el mecanismo como criterios fundamentales para establecer  la clasificación. En este último sentido, neurosis y psicosis quedan  agrupadas en un mismo conjunto. 


Del otro lado, encuentra que ciertas patologías prescinden de la  palabra para su conformación: “En su génesis faltan todos los complejos mecanismos anímicos de que hemos tomado conocimiento”  (Freud 1916-17, 352). En efecto, los síntomas de la neurastenia  y de la neurosis de angustia no poseen sentido psíquico alguno,  “carecen de significado psíquico” (íbid.). Así, Freud concluye que  los problemas de dichas neurosis no ofrecen al psicoanálisis puntos  de abordaje. 


Las neurosis actuales poseen un padecimiento silencioso y entonces serán un límite a la cura por la palabra. Sin embargo, bajo la  noción de “neurosis mixtas” se anticipa muy inicialmente, un núcleo indecible presente en todo síntoma psiconeurótico, que dará  cuenta, más adelante, de uno de los mayores obstáculos para la  finalización de una cura. 


Segunda nosología (1905-1923)

Hacia 1900, la escisión de conciencia en la histeria, se extiende  más allá de la neurosis. Cuando Freud enuncia que el sueño es el  síntoma de la persona normal (Freud 1900), pretende dar cuenta  que todo sujeto se encuentra dividido entre lo que dice y lo que  cree decir. Esta etapa, del Arte de la interpretación (Freud 1920), se  caracteriza por el intento de despatologizar esta escisión de conciencia, haciendo de ella un universal. ¿De dónde parte la necesidad de una nueva nosología, una vez conceptualizado el sujeto del  inconsciente, sujeto de deseo? 


El “Arte de la interpretación” encuentra su límite en el detenimiento  de las cadenas asociativas, que revelan al analista como obstáculo:  la transferencia se anuncia en tanto que resistencia. Los Trabajos  sobre técnica psicoanalítica (Freud 1911-1913) girarán en torno a  examinar las dos vertientes de la transferencia: como motor y como  obstáculo. Concluyendo que sólo es posible llevar adelante una  cura cuando los síntomas cobran un significado transferencial: “La  transferencia tiene esta importancia extraordinaria, lisa y llanamen te central para la cura, en las histerias, en las histerias de angustia  y en las neurosis obsesivas que por eso se reúnen con justo título  bajo el nombre de neurosis de transferencia” (Freud 1916-17, 404).


Ahora sí, podemos esbozar algo acerca de la necesidad de reformular la primera nosología: la transferencia se convierte en el referente conceptual que determina cuáles son los cuadros que quedan  dentro y cuáles fuera del campo del análisis


Este ordenamiento se sostiene en un segundo dualismo pulsional:  Libido yoica –Libido de objeto. Mantiene a las neurosis actuales,  agregando a la hipocondría; sin embargo, la división fundamental  se halla entre las neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas:

Sitúo la diferencia entre esas afecciones y las neurosis de  transferencia, en las siguientes circunstancias: en aquellas, la libido  liberada por frustración no queda adscrita a los objetos de la fantasía sino que se retira sobre el yo” (Freud 1915, 193).


Las neurosis  narcisistas conformadas por la demencia precoz, la paranoia, la  manía y la melancolía, “no tienen ninguna capacidad de transferencia o sólo unos restos insuficientes de ella. Rechazan al médico, no  con hostilidad, sino con indiferencia” (Freud 1916-17, 406). En este sentido, Freud señala que en las neurosis de transferencia  nada empuja a revisar el estatuto del objeto (Freud 1914), precisa mente porque el neurótico mantiene el vínculo con los objetos en la  fantasía. Pero además, cuando Freud señala la indiferencia frente  al analista en las neurosis narcisistas, está ubicando un obstáculo  inquebrantable, distinto de la transferencia como obstáculo en sus  vertientes erótica y hostil.  


Por otro lado, en las neurosis de transferencia, la libido admite una  reversibilidad entre el yo y los objetos; a partir de la cual se explican  diversos estados de la vida normal: el dormir, el enamoramiento y  la enfermedad.  


Entonces, si las neurosis narcisistas sí lo llevan a revisar el estatuto de la libido de objeto, es porque allí puede ocurrir que “…un  determinado proceso, muy violento…” obligue a quitar la libido de  los objetos. Y si la libido convertida en narcisista no puede entonces  hallar el camino de regreso hacia los objetos, “es este obstáculo a  su movilidad el que pasa a ser patógeno” (Freud 1916-17, 383). Freud nos presenta la posibilidad de que un sujeto quede encerrado  en su propio narcisismo, sin encontrar la vía que lo vuelva a enlazar  nuevamente con el mundo. Sin embargo, este estado que Freud  describe y que se acerca a un cuadro melancólico, habitualmente  se ve alterado por los intentos de restablecimiento o de curación  propios de la psicosis. En este segundo tiempo restitutivo, ¿no cabría de esperar un lugar para el analista? Freud insiste en sostener que la resistencia en las neurosis narcisistas “es insuperable”  (Freud 1916-17, 385), que son incapaces de transferencia. Entonces, la pregunta más bien sería ¿Cuál es el estatuto del objeto en  la libido de objeto? 


El destino diverso que encuentra la libido retirada de los objetos,  consignado por Freud, puede sernos útil para esbozar una respuesta.

Neurosis de transferencia: la libido sustraída de los objetos del mundo es colocada en los objetos de la fantasía.

Neurosis narcisistas: es el yo quien la recibe, y a partir de allí la  libido ve imposibilitada su regreso.


La transferencia se sostiene, para Freud, en un analista como objeto:

En lugar de los diversos tipos de objetos libidinales irreales, aparece un único objeto, también fantaseado: la persona del médico” (Freud 1916-17, 414).


Freud señala que en las neurosis de transferencia no toda la libido pasa a los objetos, “la  masa principal de la libido puede permanecer en el interior del yo”  (Freud 1916-17, 379), se refriere a la misma cuestión cuando menciona que en el proceso de unificación de las pulsiones en torno a  un objeto único total, ciertas pulsiones se relegan por inutilizables  (Freud 1916-17). 


En relación a la pregunta sobre el estatuto del objeto, Lacan señala  que aquello que Freud nombra como libido de objeto refiere al objeto (a) (Lacan 1968, clase 10-1). Siguiendo esta idea, y tomando  como referencia una de las tantas definiciones que Lacan hace del  objeto a; podría pensarse que el sujeto de la neurosis es consecuencia de la pérdida que constituye el objeto a, pérdida necesaria  para constituirlo en tanto sujeto de deseo. Por otra parte en las  psicosis, bajo la forma del aforismo “el psicótico lleva la causa en  su bolsillo” (Lacan 1967), Lacan puntualiza que tal objeto no pudo  ser extraído. 


Si la transferencia en la neurosis se propicia en un analista que,  al encarnar ese objeto (a), correlativo de una falta, devenga objeto  para la libido; en la psicosis ese lugar está colmado por el objeto.  El problema de Freud con la psicosis fue, en parte, encarar la dirección de la cura con un dispositivo creado en base a la neurosis.  Lacan recoge ese impasse y propone hacer lugar al decir psicótico  desde una posición diversa. El analista no encuentra su lugar como  causa pero sí como testigo, y desde allí, intenta hacerse merecedor  del testimonio que da el sujeto psicótico sobre su saber hacer con  el goce. En este sentido, la posición del analista, la de hacer lugar  al decir de la psicosis, difiere completamente de la perspectiva de  la psiquiatría.  


Tercera nosología (1923-1939)

El tercer ordenamiento nosológico mantiene a las neurosis narcisistas, pero las separa de los otros dos conjuntos: las neurosis por un  lado, y las psicosis por otro.



Neurosis de transferencia

Neurosis narcisistas

Psicosis

De defensa

Histeria

Neurosis obsesiva

Histeria de angustia

Mania

Melancolía

Paranoia

Demencia pecoz

Actuales

Neurastenia

Neuros. de angustia


hipocondría


A esta altura, donde ya está establecido  el segundo ordenamiento metapsicológico (ello, yo, superyó), explica cada grupo de  acuerdo a un conflicto entre instancias:

Neurosis narcisistas:  el conflicto es entre el yo y el superyó.

Neurosis de transferencia: se caracterizan  por producirse el conflicto entre el yo y ello.

Psicosis: el conflicto es entre el  yo y el mundo exterior. 


La novedad freudiana, respecto a sus antecesores, reside en señalar que también en la neurosis hay pérdida de la realidad (Freud  1924). La diferencia con las psicosis radica en que en aquellas se  produce una “obediencia inicial”, a la que le sigue un intento de huida: “La neurosis no desmiente la realidad, se limita a no querer  saber nada de ella” (Freud 1924, 195) Mientras que en las psicosis  la realidad se desmiente inicialmente. A esta huida inicial le sigue una fase activa de reconstrucción.  


Sin embargo, señala que “tampoco a la neurosis le faltan intentos  de restituir la realidad deseada por otra más acorde con la del deseo” (Freud 1924, 196). Así, la posibilidad de restitución la ofrece el  mundo de la fantasía. Una vez más, el terreno de la fantasía separa  el campo de la neurosis del de la psicosis


¿Cuál es el vinculo que mantiene el neurótico con la “realidad”? En  Análisis terminable e interminable Freud dice:

el aparato psíquico no  tolera el displacer, tiene que defenderse de él a cualquier precio, y  si la percepción de la realidad objetiva trae displacer, ella- o sea, la  percepción, tiene que ser sacrificada” (Freud 1937). 


Allí donde se presume que el neurótico se vincula con la realidad de  manera incuestionable, Freud viene a señalar que la realidad en la  neurosis, es la realidad psíquica, que se soporta en una satisfacción  pulsional anudada a la fantasía. Así, el sujeto neurótico sólo puede  vincularse con los objetos que el mundo de su fantasía le provee. 

Las nosologías: un saldo de saber.  

Las transformaciones que van sufriendo las nosologías freudianas  son producto del encuentro de Freud con diversos obstáculos en  el terreno de la práctica analítica. Cada uno de ellos conduce al  creador del psicoanálisis a reflexionar sobre los límites y alcances  de su propia técnica.  


El primer obstáculo lo constituye la angustia que, situada en los  bordes de la experiencia, revela su condición de afecto que no en gaña (Lacan 1962-63). No sólo conduce a Freud a la creación de la  “neurosis de angustia”, sino que introduce una problemática clínica  que lo confronta muy tempranamente con los límites de la palabra,  allí donde comienza a esbozarse la idea de un núcleo indescifrable  en el síntoma de la neuropsicosis de defensa. 


En un segundo tiempo, las neurosis narcisistas y su incapacidad  para la transferencia, presentan una problemática que lleva a Freud  a relativizar la defensa como única variable para un análisis, y cen trar sus reflexiones sobre el papel de la libido en relación al ana lista. Las neurosis narcisistas muestran, no sólo la dificultad que  presentan ciertos cuadros para la transferencia, sino que a su vez,  ponen al descubierto un resto pulsional que no puede ser tocado  por el análisis y se presenta como un límite en la cura de la neurosis  de transferencia.  


Por último, al formular que también hay pérdida de la realidad en  la neurosis, Freud está indicando que a pesar de estar separados  en dos conjuntos de estructura diversa, neurosis y psicosis tiene  algunas cuestiones en común. Respecto a la neurosis señala que  “si la introversión designa el extrañamiento de la libido respecto  de las posibilidades de la satisfacción real” (Freud 1916-17, 341),  existe un camino de regreso de la fantasía a la realidad y es el arte.  En este sentido, Freud está tratando de indicar que lo que más le  cuesta al neurótico es transformar la realidad (psíquica), aquella  que, soportada en una satisfacción pulsional, comanda su relación  con el mundo. 

En cambio la psicosis enseña sobre la posibilidad de “reedificar  una realidad nueva” (Freud 1924); lo que en la neurosis implicaría  

realizar una operación sobre el no querer saber de la castración.  Increíblemente Freud ya lo tenía en mente, muy inicialmente, en  Sobre la psicoterapia de la histeria cuando se refería a lo mucho  que se adelantaba la cura si se conseguía transformar la miseria  neurótica en infortunio corriente (Freud 1895).