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viernes, 13 de junio de 2025

El paciente con obesidad: ¿Cómo orientar el tratamiento?

 La obesidad, lejos de reducirse a un fenómeno médico o nutricional, debe ser comprendida como un fenómeno complejo, atravesado por múltiples dimensiones —biológicas, sociales, culturales y psíquicas—. Desde la perspectiva del psicoanálisis, no se trata de buscar una causa única ni de generalizar explicaciones, sino de abordar el modo singular en que cada sujeto se vincula con su cuerpo, con el objeto comida, con el goce... y con el Otro.

En este sentido, es fundamental dilucidar los mecanismos psíquicos en juego en cada caso. La ingesta compulsiva, por ejemplo, puede inscribirse en distintos registros: como un síntoma neurótico, como respuesta a un desencadenamiento psíquico, o incluso como un sinthome, en tanto modo de anudamiento singular del sujeto. Comprender en qué estatuto se inscribe el fenómeno alimentario permite no solo precisar su lógica, sino también orientar la intervención clínica de manera rigurosa y ética.

Lo que no hay que hacer: evitar la moralización y el reduccionismo

En la clínica con pacientes que padecen obesidad, resulta fundamental que el psicólogo no caiga en lecturas moralizantes ni en supuestos voluntaristas. Asumir que la persona “no tiene fuerza de voluntad”, que “no se cuida” o que “no quiere cambiar”, impide escuchar el fenómeno en su dimensión subjetiva.

La obesidad no es simplemente un problema de conducta alimentaria, ni puede reducirse a una elección consciente. Por el contrario, en muchos casos se trata de una respuesta psíquica compleja, una organización de goce que cumple una función precisa para el sujeto, aunque ésta se pague con el cuerpo.

Los tratamientos médicos muchas veces buscan acallar el fenómeno sin interrogar su causa. El recurso a intervenciones quirúrgicas (como el bypass gástrico) o farmacológicas (como el uso de agonistas GLP-1 como Ozempic) puede ofrecer soluciones paliativas o de urgencia, pero no aborda el por qué de esa forma de habitar el cuerpo. Cuando se interviene desde el ideal normativo del cuerpo delgado, sin preguntarse por la función subjetiva de la obesidad, se corre el riesgo de producir un desanclaje aún mayor. En la clínica es común ver descompensaciones a partir de estos tratamientos médicos. Un paciente lo describe así, a su manera:

El ozempic funciona, pero lo que te vuelve loco es que justamente no tenés hambre y eso te “caga” el atracón, de ir a morfarte todo. Lo más difícil de aguantar es tener un apetito normal, porque uno quiere el atracón, comer afuera, hacer sobremesa. A mi me pasó el primer mes y estaba re loco. Tuve que bancármela. Y cada tanto, si me da estrés, me agarra ganas de comer. Y el atracón no es de hambre.

El rol del psicólogo, entonces, no debe ser el de reforzar el discurso médico ni alentar al paciente a “portarse bien”. Se trata más bien de sostener un espacio donde lo que se repite —esa ingesta que insiste— pueda comenzar a decirse, a tomar lugar en un relato, y eventualmente encontrar otra salida. Acompañar al sujeto en ese recorrido implica no ceder a la urgencia del Otro, y en cambio, alojar el enigma que encarna ese cuerpo que come de más.

¿Cómo orientarse en la cura?

Lo que el paciente trae cuando hace la consulta es un fenómeno (algo que se muestra, como una queja, una inquietud) y a priori nada puede decirse lo que debajo de él subyace, lo que lo convierte en un enigma. Son las preguntas que movilizan los análisis ¿Por qué pasa? ¿Desde cuándo? ¿Ante quién?, etc. El psicoanálisis apuesta que en los síntomas hay un sentido, aunque el paciente no sepa de qué se trata.

Hay mucho escrito sobre diagnóstico diferencial, que se hace fundamentalmente en transferencia y que sirve para orientar las intervenciones del analista. Sin embargo, si tomamos el caso puntual de la obesidad, una buena pregunta respecto a ésta es si "hay o no fantasma", lo cual da lugar a 3 tipos de respuesta:

1) Si, lo hay, lo que da lugar a pensar el fenómeno dentro de las neurosis de transferencia.

2) No lo hay, pero puede construirse, lo que nos pone en la línea de la clínica de bordes, es decir, las neurosis actuales y las neurosis narcisistas.

3) No lo hay.

1) Casos donde el fenómeno se inserta dentro de una lógica del fantasma.

Si tomamos al síntoma como formación del inconsciente, notamos que su durabilidad se la da el fantasma (o fijación). Cuando la obesidad o la compulsión a comer aparece como síntoma, puede pensarse como una solución subjetiva a un conflicto inconsciente. Hay varias posibilidades estructurales:

  • Histeria: La comida puede funcionar como un rechazo al deseo del Otro (por ejemplo, el mandato de ser deseable, delgadez, feminidad). También como identificación con una figura materna insatisfecha. El cuerpo obeso puede ser un "no quiero saber nada con el deseo del Otro".

  • Neurosis obsesiva: La ingesta puede estar tomada en una lógica de ritual, control o rebeldía frente al Otro. Se puede presentar como una formación reactiva ante fantasías de aniquilación o de control total del Otro. Aparece muchas veces ligada a la culpa, la duda, el exceso de pensamiento.

Cuando uno sospecha que la obsesidad responde a la lógica del síntoma, el analista puede desplegarlo e investigar con el analizante:
  1. Nivel simbólico: ¿Qué representa la comida? ¿Qué se intenta decir o callar con el acto de comer?¿Qué escena inconsciente está en juego?

  2. Nivel imaginario: ¿Cómo se juega la relación con la imagen del cuerpo? ¿Qué lugar ocupa la mirada del Otro? ¿Se come para llenarse, esconderse, protegerse, borrarse?

  3. Nivel del goce: ¿Qué satisfacción obtura el síntoma? ¿Qué goce se pone en juego? La comida como exceso, como descarga, como repetición.

Un caso.
Una paciente joven con ataques de atracones nocturnos refiere comer “hasta que duela”. En análisis aparece la escena infantil en la que su madre la consolaba con comida frente a un padre ausente y violento. El síntoma se presenta entonces como una escena repetida: en la soledad, con angustia, vuelve a llenar ese vacío con comida, repitiendo un modo de estar en el mundo que la protege del desamparo. Ahí, el síntoma es significante, tiene una lógica y una función, aunque se pague con el cuerpo.

Aquí se puede escuchar el síntoma como mensaje y no solo como conducta. El analista puede localizar la función que cumple: ¿protege, tapa, marca, denuncia? En el trabajo analítico, se articula el fenómeno con la historia subjetiva, especialmente con los lazos primarios. No apresurar la lectura como sinthome: primero es necesario que hable, que se haga oír en transferencia.

2) Casos en donde el fantasma fracasa, pero puede construirse.

En algunos casos, la ingesta compulsiva no cumple la función de representar un conflicto inconsciente, ni puede ser interpretada en términos simbólicos. Se presenta, más bien, como un fenómeno que ocupa el lugar de la angustia (como "síntoma de la angustia", según Freud en 1894) sin que haya mediación psíquica. En estos casos, puede pensarse desde la estructura de la neurosis actual, donde no hay elaboración fantasmática ni formación de compromiso. El acto de comer compulsivamente aparece entonces como una descarga que intenta apaciguar una tensión interna, pero sin que se produzca sentido, sin que se articule una escena o se construya un relato. No se trata aquí de una expresión del inconsciente, sino de una manifestación directa del cuerpo tomado por el exceso de goce.

En lo que suele denominarse neurosis narcisistas o clínica de bordes, donde predominan las fragilidades yoicas y una débil inscripción simbólica del Otro, la ingesta compulsiva puede operar como una impulsión sin mediación representacional. A diferencia del síntoma neurótico clásico, que cifra un conflicto inconsciente, o del sinthome como invención estabilizadora, aquí el comer compulsivamente aparece como un acto dirigido al cuerpo, una respuesta inmediata y repetitiva ante un vacío que no se logra nombrar.

La ingesta se convierte en un intento desesperado de llenar un agujero en el ser, de obturar una falta no simbolizada, ligada a carencias estructurales en los primeros vínculos. Se trata, más que de un deseo reprimido, de una falla en la constitución del narcisismo, donde no hay consistencia yoica suficiente para sostener la tensión de la angustia o el deseo.

En estos cuadros, el acto de comer se vive como una necesidad impostergable, casi automática, que el sujeto no puede detener ni justificar, y que muchas veces viene seguido de una experiencia de vacío aún mayor, acompañada por sentimientos de vergüenza, autorreproche o desconexión del propio cuerpo. No hay elaboración fantasmática ni sentido que pueda extraerse del acto: se trata de una respuesta impulsiva ante un vacío estructural que no encuentra otra vía de tramitación.

Este tipo de presentación de la ingesta compulsiva nos interpela a pensar la función yoica del analista, el tipo de encuadre y la posibilidad de ir construyendo, en transferencia, condiciones para que ese goce mudo comience a tomar forma de relato, de lazo, de pregunta.

3) Casos donde no hay fantasma.
Son los casos donde el goce del Otro aparece a secas. En la psicosis, la ingesta puede tener un carácter más invasivo, como modo de lidiar con un goce no simbolizado. No hay metáfora paterna que regule el deseo, y la comida puede allí funcionar como objeto de suplencia o de apaciguamiento. Puede haber fenómenos de autorreferencia ligados al cuerpo (paranoia del cuerpo intoxicado, envenenado, etc.)

¿Podemos pensar la obesidad como un sinthome? Sí, en ciertos casos podríamos considerarla como un sinthome, pero con matices. No toda obesidad o ingesta compulsiva se ubica en ese estatuto. Solo en la medida en que no se trata simplemente de un síntoma a descifrar (como en la primera enseñanza de Lacan), sino de una función de suplencia, algo que sostiene el anudamiento del sujeto, es posible considerarla como sinthome. Es decir: cuando la ingesta funciona como modo singular de anudamiento, como lo que permite al sujeto no desanudarse.

Recordamos que el sinthome, en la última enseñanza, no se interpreta, porque no remite a un sentido oculto que deba ser develado, sino que se sostiene como invención singular ante un fallo o falla estructural en el nudo RSI.

martes, 21 de enero de 2025

La pasión melancólica y las patologías de borde.

 Jackes Hassoun planteó que fenómenos clínicos como la anorexia, la bulimia y la toxicomanía son equivalentes sintomáticos de la melancolía (delirios alucinatorios melancólicos descritos por Freud). Haydée Heinrich agrega al acting out en esta serie. De esta manera, la melancolía tiene diversas maneras de manifestarse, en lo que también se conoce como patologías de borde.

En estas presentaciones, el objeto perdido no ha sido situado como tal y en lugar de hacer un duelo normal por el objeto perdido, al sujeto se le impone el mandato de reencontrarlo. El desencadenamiento puede ocurrir a partir de una pérdida que no se pudo tramitar, o también puede estar presente desde siempre.

En estos casos, no aparece la depresión resignada que encontramos en "Duelo y melancolía", sino el ansia de producir encuentros fuertes, pasionales, sin intervalo. En su desesperación, aparecen todo tipo de conductas locas: actings, situaciones de riesgo, cortes, consumos problemáticos, anorexia, bulimia... En fin, todo lo que conocemos en la patología de borde.

El sujeto, en la melancolía, se aferra a la ilusión de encontrar un objeto que lo salve vía el amor pasional: aquel amor ilimitado, fusional, absoluto, que lo sacaría de la tristeza, la injusticia y la soledad. Se trata de un intento de curación de la melancolía.

En el Manuscrito E, Freud habla de una "gran añoranza por el amor en su forma psíquica-una tensión psíquica de amor; cuando esta se acumula y permanece insatisfecha, se genera melancolía".

Para Hassoun, la pasión en la melancolía es insaciable, con una estructura binaria, devoradora, donde el objeto es llamado a sostener el narcisismo desfalleciente del apasionado. Por otro lado, es un objeto insatisfactorio, aunque siempre esté presente. De estas forma, veremos sujetos adictos a personas o adictos a sustancias": anorexia, bulimia, toxicomanía.

En el amor, en cambio, está en juego la falta y la alternancia de la presencia-ausencia (fort-da).

Puede suceder que el encuentro pasional halle estabilización ó un enganche enloquecedor en lo que Freud llamó una "elección narcisista de objeto", es decir, que encuentre a alguien tan apasionado como él. Si esto fracasa, puede haber un desencadenamiento.

¿Qué denuncia esta posición? Según Hassoun, en la melancolía la madre no pudo ceder el seno. Se trata del tiempo lógico donde el objeto oral no fue dado por perdido por la madre, de manera que el destete no logró inscribir una primera pérdida por la cual realizar el duelo.

El niño solo puede ceder lo que está perdido para el Otro y en esta operación se constituye el objeto. En el caso de la melancolía, el sujeto no recibió el significante "pérdida", que es un primer duelo necesario para afrontar las futuras pérdidas.

Por otro lado, si el objeto no está perdido, no se produce la posterior matriz del objeto causa del deseo. Por ende, el sujeto no puede identificarse con el objeto en tanto perdido (y con valor fálico), sino que queda retenido en una identificación de objeto en tanto resto, que es mortífera. 

En estas coordenadas, el melancólico se empeña en encontrar una prueba de amor que revierta su certeza de no poder ser amado por nadie. Se trata de una ilusión vivida como "su última chance", que fácilmente vira hacia la decepción cuando el otro no está tan disponible como el sujeto necesita.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

El narcisismo y su relación con los TCA

Según el filósofo Gilles Lipovetsky, el neo-narcisismo es un fenómeno que se produce cuando el "yo" se convierte en el centro del mundo y las personas viven para sí mismas. Esto se logra a través del aislamiento social y la cultura del individualismo extremo.

Lipovetsky describe el neo-narcisismo como un resultado de la "deserción de lo político", es decir, de la actividad propia de la polis, que se ha banalizado y neutralizado. Surge el "homo narcisista".

Lipovetsky también considera que el "Espíritu de Mayo del 68" fue una formación que combinó la militancia revolucionaria con el hedoismo psicologista, lo que preparó el surgimiento del individualismo narcisista actual.

Para Lipovetsky, el narcisismo es un acto contemplativo, vinculado al arrebato poético. Por el contrario, el culto al cuerpo actual es una búsqueda ansiosa por mantener un cuerpo joven y saludable.
Lipovetsky habla de este mandato a preservar la salud, la cuestión material. Se trata de un ser humano metido hacia adentro.

En los trastornos de la conducta alimentaria encontramos una baja autoestima, con una preocupación por el peso. Puede aparecer una acción compulsiva que limite al pensamiento: una dieta o restricción. Esto genera baja de peso, fluctuaciones o alteraciones metabólicas. El hambre y las alteraciones metabólicas generan displacer: irritabilidad, falta de manejo emocional, angustia. El hambre genera angustia, y el paciente con TCA redobla su apuesta, al considerar al hambre desde su moral (por ejemplo, "no tengo autocontrol"): más restricción.

Fisiológicamente, lo insostenible de esta situación genera atracones y otras conductas disfuncionales, como las purgas, ayunos problemáticos, recortes de grupos de alimentos. Se trata de un ciclo, alimentado por cuestiones morales que generan ansiedad.

En la clínica:
  • Trabajar siempre con nutricionista, pues compromete el cuerpo.
  • En la clínica, se trata de evaluar los mandatos: ser delgado, tener autocontrol, hay que comer saludable. Son elementos superyoicos, elevados a nivel del ideal.
  • En cuanto a los atracones, no suponer que se trata de una persona impulsiva. En general, la persona con atracones suele aguantar bastante en otros aspectos de su vida. "Se tragan muchas cosas".
  • Al trabajar con el narcisismo, tener en cuenta los aspectos no simbolizados del mismo. ¿Cómo se relaciona el paciente con los demás?
  • Historial de violencia.

jueves, 31 de octubre de 2024

Anorexia: ¿Qué causas médicas deben desacartarse?

 En la evaluación de pacientes con síntomas de anorexia o pérdida de apetito, resulta fundamental que el psicólogo considere la posibilidad de causas orgánicas y, en caso necesario, derive al paciente a un profesional médico para una valoración completa. Aunque las causas psicológicas, como la angustia o la depresión, son bien conocidas en este contexto, existen múltiples condiciones físicas que pueden manifestarse de forma similar y contribuir a una falta de apetito persistente. Hormonas, enfermedades gastrointestinales, deficiencias nutricionales y otros factores biológicos pueden estar detrás de lo que aparenta ser una alteración del comportamiento alimentario.

Descartar causas orgánicas permite afinar el diagnóstico y brindar una intervención más efectiva, asegurando que el tratamiento se base en una comprensión integral de la salud del paciente. Este enfoque multidisciplinario no solo ayuda a proteger la salud del paciente, sino que refuerza la colaboración entre psicólogos y médicos, consolidando el papel de la psicología en el abordaje de problemas complejos de salud.

Un ejemplo de la clínica.

La paciente cuenta que se preocupa porque a veces pasa un día y medio sin comer. No siente hambre, y debe forzarse a comer para tener energía. Al hacerlo, rechazo, incluso por las comidas que a ella le gustan, las cuales enumera. Relata que quisiera poder comer para subir de peso y tener más energía. Le preocupa bajar mucho de peso y verse demacrada, ojerosa.  

¿Qué investiga el médico?

Para una paciente que no siente hambre y se siente siempre saciada, sería útil hacer una evaluación completa para descartar causas físicas y psicológicas. Si bien un psicólogo no hace estos estudios, sí puede seguir la labor de médico, por lo que conviene estar al tanto de los estudios que normalmente se recomiendan en estos casos:

  1. Perfil de laboratorio general:

    • Hemograma completo: Para verificar anemia u otras alteraciones.
    • Perfil bioquímico: Glucosa, creatinina, urea, electrólitos, y función hepática.
    • Hormonas tiroideas (TSH, T3 y T4): Para descartar hipotiroidismo o hipertiroidismo, que pueden afectar el apetito.
    • Perfil hormonal: Incluyendo cortisol, estrógenos o testosterona (según el caso), ya que el desequilibrio hormonal puede afectar el apetito.
  2. Pruebas gastrointestinales:

    • Ecografía abdominal: Para evaluar el estado del estómago, hígado y páncreas.
    • Endoscopia: Podría considerarse si existen síntomas de acidez, náuseas o reflujo que acompañen la falta de apetito.
    • Pruebas de motilidad gastrointestinal: Evaluar el tiempo de vaciamiento gástrico y si existe algún tipo de lentitud digestiva que genere saciedad temprana.
  3. Pruebas adicionales según síntomas:

    • Vitamina B12 y ácido fólico: La deficiencia de estas vitaminas puede influir en el sistema digestivo y el apetito.
    • Pruebas de infecciones: Helicobacter pylori, por ejemplo, puede causar problemas gástricos que derivan en falta de apetito.

La evaluación médica completa puede determinar si es necesario realizar otros estudios adicionales.

lunes, 12 de agosto de 2024

Las urgencias clínicas en púberes y adolescentes. Orientaciones clínicas.

 LA PUBERTAD: Un Tiempo de Grandes Acontecimientos

La Pubertad es un segundo despertar sexual, un tiempo de cambios y de grandes acontecimientos. Se producen modificaciones notables:

A) A nivel del cuerpo: En la apariencia física y las funciones biológicas, como lo es la aparición de la Función Reproductora.

B) A nivel psíquico: La pérdida de los padres edípicos, la entrada impetuosa de una importante Fuerza Pulsional (Ello) y la subordinación de las pulsiones parciales a la Zona Genital.

¿Por qué son frecuentes los Acting Out y los Pasajes al Acto en la Adolescencia?

Para entender este tiempo que le prosigue a la niñez, debemos saber que la Adolescencia es una respuesta subjetiva -siempre singular- en la que cada adolescente trata de transformar la vorágine pulsional que lo habita en una escena fantasmática -inconsciente- que incluya y le de un marco a sus pulsiones. 

No siempre se hace posible fantasmatizar las Pulsiones. Este es el motivo por el cual resultan frecuentes las Urgencias Subjetivas, los Actings Outs y los Pasajes al Acto. 


LAS URGENCIAS SUBJETIVAS, LOS ACTINGS OUT Y LOS PASAJES AL ACTO
¿Cómo se manifiestan? 
A través de: 

  • Los Consumos Problemáticos (de sustancias, pantallas, videojuegos).

  • El Aislamiento Severo, la  Abulia, el Abatimiento.

  • Los Estallidos de Violencia que adoptan la forma de riesgosos Actings Out y Pasajes al Acto

  • Las Problemáticas Alimentarias (las Anorexias, las Bulimias, la Vigorexia).

Estos son gritos sin palabras que, como analistas, debemos acompañar y leer para encontrarle su sentido.  

¿Qué está ocurriendo en el estado de Urgencia Subjetiva?

En las Urgencias Subjetivas, los Actings Out y los Pasajes al Acto, los recursos simbólicos (inconscientes), la disposición a la palabra, la narrativa, quedan Momentáneamente en suspenso. 

Y esto ocurre porque ha quedado fuera de juego la barrera de protección del inconsciente, que pone freno a las Pulsiones del Ello. Este Ello Pulsional se satisface en forma directa y desenfrenada.

¿CÓMO INTERVIENE EL ANALISTA ANTE UN ESTADO DE URGENCIA SUBJETIVA? 
Sostén:

  • Le haremos notar al adolescente en estado de desestabilización psíquica que estamos-ahí para ayudarlo y, fundamentalmente, para escucharlo. Le ofertamos -esto resulta esencial-  una relación humana, hospitalaria y confiable que haga, al decir de Winnicott, de "Holding" (Sostén), que lo ayude a la integración de su Yo, que momentáneamente se ha desmembrado.

Dar por verdadero:

  • Como analistas, le hacemos notar al adolescente que nosotros consideramos por verdadero aquello que está sintiendo. Las urgencias siempre demandan una posición activa del analista, que explicite que existe una causa para aquello que le ocurre (que habrá que construirla). 

    El analista irá armando -haciendo uso de las "Construcciones en Psicoanálisis"- las piezas sueltas que otorgan un sentido y una causa al desborde crítico y momentáneo del adolescente.

Participación en las decisiones 

  • Si se hiciera necesario, realizaremos una interconsulta con un psiquiatra.
    Resulta fundamental comunicarle al adolescente cualquier decisión que se tome, la razón de la misma, así como expresarle que es momentánea y de ninguna forma  definitiva. 

  • Tendremos entrevistas con la familia y/o los encargados de la crianza del adolescente, para ayudarlos a que ocupen las funciones que -según estas crisis nos demuestran- se encuentran vacantes.

lunes, 1 de julio de 2024

Acerca de la voracidad

Fuente:  Chiozza OBRAS COMPLETAS • TOMO XII (pag 61-66)

a. Aspectos normales de la voracidad

 Apoyándonos en Bateson (1966), sostuvimos que el lenguaje humano es pobre en vocablos que se refieren a los sentimientos y es rico en palabras que nominan cosas o aluden a acciones (Chiozza y colab., 1993i [1992]). Por eso, en el estudio psicoanalítico de los afectos, es necesario hallar el núcleo prima rio de significación de los vocablos que se recortan como figura en el contexto de una investigación.

 El idioma castellano utiliza la palabra “devorar” para referirse a un modo particular del comer, típico de las fieras carniceras, que engullen rápidamente el alimento recién cazado. Dicho término es usado, de un modo casi figurado, para describir en el ser humano un comer rápido, ansioso y sin un tiempo adecuado para la masticación

Metafóricamente, “devorar” suele aplicarse para hacer referencia a la acción del fuego (Moliner, 1991) que en un incendio consume “vorazmente” bienes preciados15.

15 La vinculación de la voracidad con el “engullir veloz” queda manifestada en la palabra “vorágine”, con la que está emparentada etimológicamente. “Vorágine” signifi ca “abertura profunda en el mar por donde se hunden o sumen rápidamente las aguas” (Montaner y Simón, 1912); “torbellino”, “remolino impetuoso que hacen las aguas en el mar” (Codex, 1976). 

“Devorar” proviene del latín devoro-devorare, que tiene el mismo significado que su raíz más simple, el verbo voro-vorare. Ambos significan “devorar”, “tragar”, “engullir ávidamente”, “comer con ansia” (Blánquez Fraile, 1975). 

Creemos, sin embargo, que el verbo latino de-voro sería el más indicado para significar un “comer ansioso”, en tanto que el morfema voro remitiría por su significado original a un alimentarse normal, ya que es el radical que se utiliza en las múltiples palabras compuestas que diferencian a los animales por la característica de su dieta alimentaria. Es así que lo encontramos en los términos “omnívoro” (literalmente: el que come de todo), “carnívoro” (el que come carne), “herbívoro”, “frugívoro”, “insectívoro”, etc. La hipótesis de que el verbo voro tiene un significado primario de “comer normal” podría sustentarse, además, en la afirmación de algunos autores que consideran que deriva de la palabra griega bora (Blánquez Fraile, 1975). Bora significa “pasto”, “alimento” (Bibliográfica Española, 1945). 

 De lo dicho hasta aquí podemos concluir que la voracidad es un deseo oral de incorporar y destruir que, cuando funciona en armonía con el conjunto del yo, es decir cuando está ligado libidinosamente, se integra dentro del comer normal. Cuando se incrementa y se recorta como figura visible, es indicio de un fracaso en el proceso de incorporación. Sus características más típicas están referidas a la velocidad y a la cantidad de la ingesta

b. La voracidad y su fuente libidinal específica 

 Para los psicoanalistas de habla hispana, la palabra “voracidad” describe un deseo que se refiere en general a toda la fase oral y no se restringe  a lo canibálico, propio de la fase oral secundaria. Esta significación amplia de “voracidad” proviene de la habitual traducción al castellano de la palabra inglesa greed, utilizada por M. Klein en su obra. Sin embargo, esta traducción no es totalmente precisa y, a veces, encontramos en su lugar el vocablo castellano “avidez”. 

Debe tenerse en cuenta, también, que el inglés posee, además de greed, la palabra avidity y voracity, equivalentes literales de las palabras castellanas “avidez” y “voracidad”. Con la expresión greed, M. Klein (1957a*, pág. 17) se refiere a un mecanismo destructivo de incorporación, a un “deseo vehemente, impetuoso e insaciable, que excede lo que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar”. 

La finalidad inconciente de este “deseo vehemente” es “vaciar por completo, chupar hasta secar y devorar el pecho; es decir, su propósito es la introyección destructiva”. Puede observarse que M. Klein no se ocupó de discriminar, dentro del mecanismo destructivo de incorporación, formas específicas propias del “succionar” (fase oral primaria) y del “devorar” (fase oral secundaria o canibálica). 

 Como vimos, dentro del conjunto de parcialidades que componen el mosaico que llamamos “oralidad”, es posible diferenciar una forma específica del deseo oral cuya cualidad inherente le es dada por la función dentaria. Este deseo, en la medida en que no alcanza la satisfacción mediante la acción que cancele la excitación en la fuente, se experimenta como sentimiento de voracidad. 

 La hipótesis de una vinculación específica entre la voracidad y la libido “dentaria” se sostiene en varios argumentos: 

 1) La voracidad, como el devorar, alude a la ingesta de sólidos, por eso el adjetivo “voraz” se aplica con mayor justeza para describir una forma de comer que para hacer referencia a un modo de beber. Se habla, entonces, de un “comer voraz” y de un “beber con avidez”16. 

16 “Avidez” deriva del verbo latino aveo, que significa “desear vivamente, con ansia”. De este mismo verbo derivan “avaro” y “avaricia” (Blánquez Fraile, 1975). “Avidez” significa “ansia”, “codicia”, “afán”, “anhelo”, “deseo vehemente” (Montaner y Simón, 1912). Estas significaciones no permiten deducir que la avidez sea un sentimiento específicamente vinculado a la oralidad.

 2) La voracidad describe un modo particular de comer y no se refiere sólo a la cantidad. En este aspecto puede diferenciársela de la gula y la glotonería, que, además, fundamental mente involucran al sentido del gusto.  

3) La voracidad se caracteriza por un comer rápido, cuantioso y sin masticar. Esta descripción nos introduce en la necesidad de aproximarnos a una discriminación más fina: la voracidad parece extraer sus cualidades de la función de los incisivos y caninos (morder y desgarrar), y no de la actividad propia de los molares (masticar). En apoyo de esta especificidad puede argüirse que la voracidad de las fieras carniceras se basa en la función de los incisivos y los caninos en des medro de la función molar. Los felinos, por ejemplo, tienen más incisivos y menos muelas que el hombre. Recordemos, por otra parte, que debido a la importancia que tienen los colmillos en los cánidos, a estas piezas dentarias se las llama también “caninos”. 

 También desde el punto de vista de la evolución infantil puede sostenerse que la especificidad de la voracidad se circunscribe a las fantasías con los incisivos y caninos. El período del desarrollo libidinal que llamamos “fase oral canibálica”, durante el cual la forma natural de amar es la “devoración” del objeto, se organiza primariamente alrededor de la emergencia de los incisivos. Cuando, más tarde, nacen los premolares y los molares, si bien contribuyen con sus cualidades propias a la oralidad, el interés libidinal del niño está centrado en el dominio “muscular” del mundo. 

La masticación, que implica un ejercicio muscular regular y sostenido, conjuga fantasías dentarias “molares” y fantasías musculares de apoderamiento. Cuando surgen los caninos, además de aportar sus cualidades propias vinculadas al diente como arma, se asocian tanto a la función incisiva como a la molar. 

 c. La voracidad como afecto

 El psicoanálisis sostiene que los afectos, al modo de ataques histéricos universales y congénitos, se conservan como reminiscencia de acciones justificadas en la filogenia. Desde el punto de vista metapsicológico, son el registro de la descarga sobre el cuerpo propio de una moción pulsional que originariamente debía descargarse en la acción eficaz capaz de cancelar la excitación en la fuente pulsional. Se encuentran en una relación de complementariedad con las acciones eficaces que les corresponden (Chiozza, 1976h [1975]). 

 Dado que la voracidad es el afecto específico que se vincula complementariamente con las acciones de morder y desgarrar, propia de los incisivos y caninos, podemos preguntarnos ahora ¿cuál será la historia filogenética presente en este afecto? 

Creemos que la voracidad fue un recurso justificado en nuestro pasado carnicero. El apresuramiento en engullir constituía entonces una forma de evitar que la presa fuera arrebatada por un rival. El hartarse, por su parte, habría surgido de la necesidad de aprovechar el alimento, almacenándolo como reserva hasta la próxima expedición de caza. 

Otras veces, el engullir sin masticar se realizaba con el fin de transportar la comida hasta la madriguera, para regurgitarla y alimentar con ella a los compañeros y a las crías. Sea como medio de defensa y almacenamiento, sea como forma de transporte, la voracidad se presenta como una acción plena de sentido y, a la vez, eficaz. 

 Desde otro punto de vista, siguiendo las ideas de Freud acerca de que el caníbal, al devorar una parte de su rival vencido, buscaba identificarse con una cualidad admirada del enemigo, debemos pensar que la ingesta canibálica era tanto más voraz cuanto mayor la carga ideal depositada en el objeto. En esta línea de pensamiento, podemos imaginar que la “vorágine” pulsional que llevó a los hijos a matar y devorar al protopadre (amado, odiado, temido y admirado) se acompañó de las más intensas vivencias de triunfo y persecución, las mismas que impidieron una adecuada identificación. Los hermanos que se atrevieron, aliándose, a matar y devorar al padre, no lograron una asimilación completa que les permitiera ser, a ellos mismos, como el padre. Lograron, en cambio, una identificación que, disociada como núcleo, “quiste” u objeto interno, dio origen al superyó. De este modo, la devoración del padre, plena de penuria paranoide, puede ser una conducta comprensible y, desde ese punto de vista, “justificada”. No fue, sin embargo, suficientemente eficaz, ya que no dio por resultado la asimilación completa del modelo admirado. 

 Creemos que estos argumentos permiten afirmar que la voracidad es un afecto, una descarga actual que, enraizada en una historia ancestral, rememora, repite y revivifica las mismas vivencias que le dieron origen. La escena inconciente en la que se inserta posee una y otra vez el mismo significado: el apresuramiento por apropiarse de un bien que se ex perimenta como escaso, la búsqueda de una satisfacción que, esquiva, parece a punto de ser arrebatada por otro, y la incorporación triunfal de un ideal persecutorio que permanece como un objeto interno, como un “quiste” no desmenuzable, indigerible. 

 d. La voracidad como rasgo de carácter 

 Considerar la voracidad como un afecto inherente a la pulsión sexual que surge de la fuente oral “dentaria” nos permite también comprenderla como un rasgo de carácter. 

 La libido, que en el curso del desarrollo se organiza alrededor de distintas zonas erógenas, se subordina final mente al primado de los genitales. La integración, sin embargo, no es completa: ciertas magnitudes de excitación se mantienen como investiduras libidinales tempranas y otras experimentan diversas aplicaciones dentro del yo (Freud, 1940a [1938]*). 

 Freud indica una fórmula respecto de la formación del carácter a partir de las pulsiones constitutivas: “Los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien, formaciones reactivas contra ellas” (Freud, 1908b*, pág.158). 

 En el carácter voraz vemos la “continuación inalterada” de una pulsión parcial cuya fuente es la zona erógena dentaria (incisiva y canina). Se trataría de una persona que, hambrienta de oportunidades y temerosa de que le sean arrebatadas, devora y no asimila; se “indigesta” de proyectos que no puede desmenuzar (masticación) y analizar (degradación biliar) (Chiozza, 1963a) debidamente. En la búsqueda insaciable de una satisfacción que no llega, se desvive en la disputa por incorporar nuevos “alimentos”, sea que se trate de la comida, el amor, el conocimiento, las ideas, la posición social, el prestigio o los bienes materiales. 

Lo que caracteriza al voraz, y lo diferencia, por ejemplo, del envidioso “hepatobiliar”, o del in satisfecho “diabético”, es la incorporación exagerada que lo inhabilita para continuar el proceso de asimilación. Esa actitud de “ingestión insaciable” se apoya en distintos sentimientos: 

 1) La sensación de aprovechar “ahora o nunca”, ya que, al modo de un animal carnicero, no sabe cuándo volverá a presentarse una ocasión propicia. 

 2) La amenaza de sufrir el despojo por una “rapiña” real o pretendida. 

 3) La tentación de incorporar triunfalmente algo que, vivido como inalcanzable, se presenta circunstancialmente como “a pedir de boca”. 

 En una dirección opuesta a la del carácter voraz encontramos, como formación reactiva, una inhibición de la conducta agresiva “dentaria” que impide aprovechar las ocasiones que la vida brinda. Esta formación reactiva, o inhibición, generaría la actitud pusilánime a la cual se alude con la frase popular “Dios da pan al que no tiene dientes”. Muchas veces este dicho es producto de una proyección: la queja de quien, insatisfecho, ve las oportunidades ajenas mientras desaprovecha las propias

Otra forma de inhibición de la voracidad, asociada a las significaciones que describimos en el canibalismo, puede encontrarse en la actitud mística del vegetariano absoluto. 

 e. La voracidad y el remordimiento 

 El diccionario define al “remordimiento” como “inquietud, pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción” (Montaner y Si món, 1912). 

Garma (1954) vinculó el remordimiento con la úlcera gastro duodenal. Sostiene que el ulceroso se halla en una estrecha dependencia amorosa con una persona que lo frustra en sus deseos genitales actuales, y que esta frustración suele ir unida a una gran exigencia en el campo profesional. Esos fracasos condicionan la regresión libidinal a la fase oral digestiva, caracterizada por la fijación a la imago de una madre interna mala que re muerde (vuelve a morder) y corroe desde adentro. Dicha imago corresponde, en parte, a proyecciones de los propios deseos oral-digestivos de comer, roer y morder a la madre, que nacen de las sensaciones de carencia o hambre. Dicho de otro modo: el ulceroso se halla sometido a un superyó que, basado en representaciones psíquicas de una madre internalizada mala, de características orales, lleva a sentir la culpa bajo la forma específica del remordimiento. 

 En la misma línea de ideas, nos parece enriquecedor vincular el re mordimiento con la voracidad. La voracidad es, ante todo, un ansia vehemente de morder y devorar dirigida a un objeto “externo”. Creemos que el remordimiento es el sentimiento que corresponde a la voracidad vuelta hacia la persona propia. Mediante este mecanismo, el objeto es resigna do y sustituido por la persona propia manteniéndose inalterada la meta (en este caso, el morder), pero la meta pulsional activa se muda en pasiva (Freud, 1915c*).

sábado, 8 de octubre de 2022

La bulimia no es un atracón

La bulimia es una problemática clínica que se caracteriza por períodos en que se come compulsivamente, seguidos de otros de culpabilidad y malestar, con provocación del vómito. Nos muestra -en acto- una vulnerabilidad narcisista, que se ubica especialmente en el tiempo de la pubertad y la adolescencia.
Gabriel García Márquez escribe en “Crónica de una muerte anunciada”:
“Comer sin medida fue siempre su único modo de llorar, y nunca la había visto hacerlo con semejante pesadumbre”.

Esta es la forma que encuentra el poeta de transmitir que el comer sin freno, de manera escondida y sin mediar el lazo social, equivale a un sufrimiento que no puede enlazarse a la palabra.

Desde el psicoanálisis entendemos que la bulimia es una presentación clínica de una subjetividad que demuestra enormes dificultades -a nivel intrapsíquico- para poner un límite a la demanda excesiva del Otro de los cuidados.

El vómito -compulsión que le sigue a la ingesta sin medida- es un intento de poner un límite a la “obediencia” del sujeto con respecto a la demanda desmedida del Otro primordial.

Punto clave: Una forma de decir “no me como todo lo que me demandas”

Intentar modificar a toda costa lo que aparece como una conducta alimentaria anómala, empeora la problemática porque deja sin interrogar la posición subjetiva de “obediencia muda” al Otro de la demanda.
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Las presentaciones como la bulimia deterioran la calidad de vida de quien las padece y, en casos agudos, pueden ocasionar la muerte. Provocan problemas de autoestima, dificultades en el colegio, en el trabajo, con la familia y la sociedad.

Su tratamiento es muy complejo. Por eso, te compartimos algunas recomendaciones…

5 consejos: 

1- Tener cuidado con el vocabulario
Intentemos hablarle al paciente en términos de lo que puede resultarle “riesgoso” para su salud, y no en términos absolutos de “belleza/fealdad”, “delgadez/gordura”, “correcto/incorrecto”.

2- Evitar abrumar al paciente con preguntas excesivas
Los pacientes que padecen esta problemática están acostumbrados al control continuo de su alimentación, por parte de un entorno preocupado. Suelen reaccionar negativamente a toda acción que entiendan como intrusiva.

3- Las interpretaciones clásicas suelen ser rechazadas

Por el contrario, resultan útiles las construcciones del analista (poner palabras allí donde el paciente no puede) y toda intervención que apunte a que el sujeto se sienta escuchado, reconocido y comprendido. 

4- Intentar pasar de la acción a la palabra

No se trata de poner cadenas en la heladera, sino de dejar que la palabra fluya. Ver qué sentido existe detrás de ese "comer y expulsar lo que se come" y dar espacio al sufrimiento de esa persona.

5- Tener paciencia
Estos pacientes suelen demostrar malestar cuando el analista intenta abrir la historización y ubicar las posibles causas. Es fundamental otorgarles el tiempo que necesitan, y alojarlos con paciencia y amorosidad.

lunes, 7 de marzo de 2022

Las intervenciones del analista en los cuadros de anorexia

 La anorexia es una problemática clínica que se caracteriza, principalmente, por ciertos indicadores, como la restricción en la ingesta de comida, peso significativamente bajo y a veces -no siempre- miedo intenso a engordar.

En los cuadros clínicos de anorexia se suelen presentar comportamientos como:

- Hacer dietas (saltearse comidas, ingerir solo líquidos, excluir carbohidratos, frituras y/ó lácteos.

- Desmenuzar y/ó esconder la comida para simular que comió.

- Controlar el hambre. Ej: chicles, agua, mate, manzanas, etc.

- Consumir laxantes y/ó pastillas para adelgazar.

Todas estas conductas suelen realizarse en el mayor de los secretos. 

Como todo fenómeno, dicha presentación clínica puede manifestarse en distintas estructuras clínicas. Es importante descartar de entrada las anorexias de origen orgánico, debidas a causas neurológicas, endócrinas ó metabólicas.

La anorexia puede presentarse en la estructura psicótica, respondiendo en muchas oportunidades a formaciones delirantes y/ó sensaciones corporales, que se viven como extrañas. Por ejemplo, se padece de un delirio de envenenamiento y por eso no se come.

El cuadro de la anorexia puede darse en la estructura neurótica clásica. Aquí aparece como un síntoma (formación del inconsciente) que hace sufrir, genera angustia, y el sujeto desconoce el por qué. Esto lleva, en muchos casos, a pedir ayuda psicoterapéutica -lo cual beneficia al vínculo transferencial.

La presentación clínica de la anorexia en  las neurosis clásicas suele manifestar signos distintivos: 

- Distorsión de la imagen corporal. Por ejemplo, se percibe con más peso del que en realidad tiene.

- El no reconocimiento del riesgo que causa tener bajo peso.

Existe otra variante del cuadro clínico de la anorexia, que se caracteriza por manifestarse en la pubertad como una respuesta fallida a las demandas y cambios propios de ese tiempo. Se la denomina anorexia mental e implica una falla grave del narcisismo en los tiempos primarios de su estructuración. 

La anorexia no se cura solamente comiendo. Muchos tratamientos de la anorexia se enfocan únicamente en que el paciente coma a toda costa. ¿Cómo interviene el analista en estos casos?

La alimentación es uno de los primeros dones significativos que se recibe del Otro de los cuidados, y por ello tiene un enorme valor simbólico. En el ser humano, el alimento no se reduce al instinto ni al hambre propiamente dicho.

Es cierto que ciertas terapias obligan al paciente a comer, pero de ninguna manera, con este procedimiento, se logrará lo más importante, que es el deseo de comer. El psicoanálisis apunta a la subjetividad, al deseo de cada quien, como única manera de abordar la cura. 

Recomendaciones para la clínica

1. Tener cuidado con el vocabulario. Tratar de evitar expresarse en términos de belleza o fealdad, delgadez ó gordura al referirse al estado físico. Es preferible hablar de lo que resulta saludable y perjudicial ó riesgoso para el paciente.

2. Evitar abrumar al sujeto con preguntas excesivas. Los pacientes que padecen estos cuadros clínicos están acostumbrados al control continuo  de su alimentación, por parte de un entorno preocupado. Por esto, suelen reaccionar negativamente a toda acción que entiendan como intrusiva. 

3. Hacer parte a los familiares. Procurar que se sientan incluídos en el tratamiento, siempre resguardando la intimidad de lo que se habla en la sesión con el paciente. Además, trabajar con ellos, invitarlos a que cuenten su historia, resulta valioso para ir construyendo el mito familiar, que está en la base de la constitución subjetiva de quien padece esta problemática.

4. Las intervenciones más típicas y tradicionales no resultan muy eficaces. En estos casos, las interpretaciones clásicas no suelen tener eco en la subjetividad, e incluso hasta son rechazadas. En general, las intervenciones más eficaces son aquellas que apuntan a que el paciente se sienta escuchado, reconocido y comprendido. También las construcciones del analista son útiles, que surgen a partir de lo escuchado.

miércoles, 19 de febrero de 2020

La bulimia: ¿Compulsión u obsesión?

Dice García Márquez, en Crónica de una muerte anunciada: “Comer sin medida fue siempre su único modo de llorar, y nunca la había visto hacerlo con semejante pesadumbre”. Es una forma poética de presentar que el comer sin medida como equivalete al llorar. Es decir, se comer en lugar de llorar y de poner en palabras el sufrimiento. No siempre la tristeza se puede decir; mientras más se eclipsa la palabra, más estallan los signos en el cuerpo. Del mismo modo, nos encontramos que en la escena analítica algo entra bajo el modo de lo que Freud denominó agieren. El agieren se presenta como un grito y las ideas no se presentan como un recuerdo. Freud tenía la ilusión de llenar las lagunas mnémicas y así curar el síntoma. En el agieren, las cosas no se presentan como recuerdo, sino como acción. Algo retorna, pero mostrándose.

El comer sin medida, eso que llamamos atracón, devasta la vida de quien lo padece. No son conductas que se ofrecen fácilmente al proceso de desciframiento. Algo se dice en un análisis, la cara simbólica del inconsciente; algo entra en el análisis bajo la modalidad del hacer. Se muestra, se reproduce en acto y esa es la cara real del inconsciente. La cura freudiana también transcurre por ese camino.

En el manual de psiquiatría DSM IV, la bulimia está considerada como un trastorno de la alimentación que se caracteriza por dar grandes ingestas de comida, generalmente a escondidas, en poco tiempo y seguidas por conductas que apuntan a eliminar eso que se comió, mediante vómitos, laxantes, diuréticos, ayuno, actividad física extenuante. Todo este proceso termina en una gran depresión por haber fracasado en el control pretendido.


Para el discurso médico, la bulimia es una enfermedad caracterizada por determinados síntomas. Para el psicoanálisis, en cambio, se trata de una problemática que atañe al deseo y al goce desmedido. Frente a lo estandarizador del discurso de la psiquiatría, en nuestro campo se trata de lo singular y de ver si en esa compulsión de comida se puede construir un síntoma analítico, es decir, si se puede llevar la compulsión hacia lo que llamamos el terreno de la verdad, el sentido.

En estos pacientes, si bien se trata del caso por caso, hay cuestiones que se repiten. Hay una urgencia para parar de comer, pero no se escucha una demanda de saber. Por lo tanto, hay serias dificultades de que se establezca la transferencia, es decir, una demanda de saber dirigida al campo del Otro. Incluso hay cierto malestar cuando el analista intenta abrir a la historización para armar algo del orden de una causa. Por eso, podemos decir que las bulimias se presentan muy próximas a lo que Freud denominó neurosis actuales. La bulimia no es ninguna estructura, puede presentarse en una psicosis, en una neurosis o en una perversión.

En las neurosis actuales no hay un mecanismo psíquico en juego, sino que la causa está en una inadecuada satisfacción sexual. Lo interesante es que el goce no termina en angustia y síntoma, que es lo que suele suceder con recorrido del goce en las psiconeurosis de defensa. En las psiconeurosis de defensa hay conflicto entre la representación intolerable y la defensa, entonces se constituye un síntoma. En los casos de las neurosis actuales no hay síntoma, sino un goce en el cuerpo que no se anuda a una representación. No se anuda a lo simbólico, se presentan como puro real. Se trata de un hacer que se repite tipo estribillo, más del lado de lo pulsional, del goce puro, del síntoma que se basta y no llama a la interpretación (la acentuación que hace Lacan del síntoma en su vertiente de goce, en el seminario X). Se trata de goce, de satisfacción y para ligarlo hay que apekar a la dimensión de la verdad y el sentido.

Para Freud, el inconsciente está estructurado como un lenguaje, frase que Lacan extrajo de él, pero en la clínica también Freud se topó con el goce. Freud pretendía una cura basada en el llenado de las lagunas y se topa con el goce. ¿Pero qué es el goce?

Hasta 1920, en la obra de Freud vemos que lo que rige al aparato es el principio del placer: la tendencia a mantener la tensión del aparato al mínimo posible. Básicamente, se trata de evitar el displacer y mantener una homeostasis. La cura, en ese momento, implica recordar, donde a veces aparecía el hacer. En 1920, con Más allá del principio del placer, se destrona este principio: no hay más allá de ningún principio, deja de regir el principio del equilibrio en el aparato, de la homeostasis y de la tendencia a bajar la excitación lo máximo posible. Esto es un punto de inflexión en Freud y en la clínica. En este texto, introduce a la pulsión como pulsión de muerte, si bien Freud sostiene toda su vida la dicotomía pulsión de vida - pulsión de muerte. La pulsión de muerte no busca la muerte, pero empuja (drang) hacia ella. El empuje es una característica central de la pulsión, por lo tanto la pulsión es lo opuesto a la homeostasis. Se trata de una fuerza constante, a diferencia del instinto, que tiene ciclos. En la pulsión de pone en juego un avance indomeniado que podría llevar a la muerte, porque es sin medida y su fuerza es permanente. El término que Freud usa es genus, que es goce. No se trata de placer (lust) ni de displacer (unlust), sino de la satisfacción. Satisfacción de la pulsión. En estos pacientes, hay algo de la satisfacción que impide su enlace al inconsciente. Freud detecta que no hay equilibrio, por lo que el concepto de goce no es equilibrante.

La pulsión tiene algo del exceso; las anorexias y las bulimias están más allá del principio del placer, tanto en el rechazar la comida hasta morir de hambre como en el comer hasta reventar. En estos casos, es muy interesante lo que sucede en la clínica cuando uno introduce una demanda, por ejemplo, una demanda de llamado telefónico. Es decir, se apuesta en esa demanda a ligar esa compulsión de comida a un sentido al Otro, a lo simbólico. Estas intervenciones de la demanda de llamado son intervenciones de corte de ese goce infinito: “Llamame cuando estés por… o llamame posteriormente”. Se empieza a establecer esta suposición de la significación de esto que aparece como un goce irrefrenable.

La compulsión se presenta por el lado del ello. Aunque alguien pueda decir “yo me comí todo”, ese je aparece como efecto gramatical y queda suspendida momentáneamente la existencia del inconsciente. El núcleo del inconsciente es una hiancia que posibilita la formación del fantasma. La raíz del fantasma es “No soy el objeto del Otro”, es una separación del lugar de objeto de goce del Otro. No es lo mismo tragarse todo que comerse un bombón. El goce puede ligarse al deseo y al amor, lo cual se produce cuando se termina de producir el fantasma en la tercera voz de la pulsión.

El fantasma cumple una función de homeostasis, porque una distancia con el goce y es tributaria del nombre del padre. Es decir, de no ser el falo imaginario. El nombre del padre, recordemos, priva al niño y a la madre de ese goce. El fantasma se conmueve en un análisis. Esa respuesta inconsciente que el sujeto se dio a qué quiere el Otro de él, al leer el fantasma se conmueve.

Bulimias en la dimensión del puro goce. 
En esta primera distinción entre las bulimias, encontramos las que prima el sujeto que Freud llamó acéfalo, el ello, lo real pulsional sin ligadura a lo simbólico. En estos casos, las comilonas se realizan a escondidas, sin dejar rastros y con la compensación de que esté estable el peso. Con lo cual, no hay escena, no están dirigidas al Otro. En estos casos, como en las personas que se drogan solas a escondidas, está en juego el goce autista. No hay una palabra en psicoanálisis una palabra para designar a este goce irrefrenable, pero en psiquiatría le dicen impulsiones.

En las impulsiones se pone en juego lo imperioso de la pulsión, el drang, sin que el sujeto luche o dude si tener o no la impulsión. Simplemente lo hace, es un goce irrefrenable. Está comandado por lo acéfalo de la pulsión. Si se produjera la consulta, ya habría presente cierta dirección al Otro y una lucha para evitar esa acción.

Además de la satisfacción pura, que viene del ello, la pulsión se enlaza al Otro, a la significación. Hay dos ejes fundamentales en la clínica: uno es el eje de la satisfacción, que es la pulsión y otro es el eje de la significación. Los textos que más se relacionan a la significación son todo lo que tiene que ver con el inconsciente y sus formaciones. Los textos que tienen que ver con la pulsión son Recordar, repetir y elaborar, Más allá del principio del placer. Cuando se produce la consulta, estamos más del lado de la significación. Antes, lo que vemos es que estaba desabonado al Otro, desabonado del inconsciente.

Así como antes teníamos el drang, del lado de la significación tenemos el Zwang, un término que tiene que ver con la compulsión. En la Conferencia 17 de Freud, E sentido de los síntomas, él habla una paciente que va de una habitación a la otra mostrándole una mancha roja en la mesa. Llama una y otra vez a la mucama, yendo de una habitación a la otra. Freud descubre que había una significación en juego para esta conducta repetitiva: el marido, en la noche de bodas, había sido impotente y dijo “Voy a echar tinta en la cama para que la mucama no crea que soy impotente”, entonces esto vuelve una y otra vez disfrazado. Ella, identificada al marido, llama una y otra vez a la mucama para mostrar la mancha. Estas acciones obsesivas, repetitivas, que se repiten una y otra vez aparentemente sin sentido, en realidad lo tienen y hay un intento de corrección. Ya en la compulsión está en juego una significación y una lucha. Cuanto más absurda la conducta, más sabemos que tiene una significación. Ya no solo está en juego la satisfacción, sino también la duda y el “no puedo seguir así”, condición para empezar un análisis. La pregunta y el pedido de ayuda. No es lo mismo, entonces, el drang desabonado del inconsciente, que la compulsión de repetición, ligada a una significación.

Bulimias bajo la forma de acting out. 
Cuando los actos bulímicos están más ligados a la significación, las compulsiones dejan resto. Hay una mostración al Otro. Dejan restos que se dan a ver, no son prolijos ni hay ese empuje sin ligadura al Otro. No se trata únicamente de la satisfacción silenciosa pulsional. El Otro puede ser el analista, el padre, la madre o el novio. Se trata de una mostración y un llamado al Otro. Aquí hay una salida de la angustia, pero no sintomática, como vemos en la histeria. Hay una puesta en juego de la angustia, entonces ya no es puro goce y pulsión de muerte.

Lacan llega a decir que el cuerpo es el lugar del Otro. El destete, el control de esfínteres, la interdicción del incesto, la alienación significante posibilitan la castración y la pérdida de goce. La castración no es no estar con mamá en la cama, sino que de lo que se trata des de perder un goce en cada una de las especies de objeto a. En la psicosis, como no operó el nombre del padre y hubo forclusión de la metáfora, está siempre la amenaza de un goce invasor, porque el cuerpo no funciona como una superficie con agujeros. El goce, en la psicosis, puede invadir el interior del cuerpo, los órganos. Por efectos de la metáfora paterna se produce un cuerpo como superficie. Al ser el niño privado de ser el falo imaginario de la madre, el goce debiera queda más regulado.

Convertir el grito en demanda es lo que hace el Otro auxiliar y eso anula el terreno de la necesidad pura. Ya no se trata más del alimento. Estamos exiliados de la necesidad, pero atrapados en la demanda, de la que no hay satisfacción total. La clínica de estos trastornos nos da a leer ciertos impasses en la constitución de lo que hablábamos del fantasma. El objeto comida está perdido, porque la demanda se desgarra de la necesidad; queda rebajado a su condición del alimento cuando el sujeto no encuentra en dicho objeto un signo de amor. La pulsión que debiera girar en torno a un vacío para satisfacerse, se incorpora en el objeto de la necesidad compulsivamente como compensación -dice Lacan- frente a la frustración de amor. Es una hipótesis maravillosa que Lacan trabaja en el seminario IV, donde el objeto de la necesidad se ve degradado y en lugar de demandar amor, se incorpora el objeto de la necesidad, como leíamos al principio en la frase de García Márquez.

Lo que el parletre busca es un signo de amor. No es lo mismo hacerse comer por el Otro en la dimensión del amor y el deseo, que ser comido y tragado por el Otro, ocupando allí el lugar de objeto de goce del Otro. Fíjense como el goce pulsional se enlaza al fantasma. Las voces de la pulsión son la voz activa (comer), la voz reflexiva (comerse) y recién en la voz media se produce el sujeto. En el hacerse comer ya está la metáfora, en enlace al Otro, ya está simbolizado el objeto y ya está operando la castración. Hacerse comer no es lo mismo que ser comido y en esta alimentación trastornada el sujeto siente permanentemente esa amenaza de ser tragado.

Freud, en las neurosis de angustia (que forman parte de las neurosis actuales) nombró a la bulimia, también descripta como hambre insaciable. La bulimia se la incluye dentro de un ataque de angustia rudimentario. En las neurosis actuales, donde Freud incluyó a la bulimia, no hay mecanismos psíquicos en juego. Con lo cual, no hay posibilidad de desciframiento si primero no hay un trabajo de cifrado, de ligado de goce al significante. Freud plantea que lo que aparece como una compulsión bulímica está causado por un estado de angustia. Es como si ante la mínima manifestación de angustia se produjera la impulsión bulímica, precisamente, como manifestación de la angustia. La angustia no llega a desplegarse en toda su intensidad, sino que es inhibida. En apariencia, el paciente la resuelve rápidamente  a través del acto clínico. Freud dice que la bulimia equivale a un ataque de angustia rudimentario: es una angustia débil, que no produce los efectos que normalmente produce síntomas, la retórica del inconsciente, el ligado del goce.

La angustia es una señal en el yo que advierte al sujeto que está atrapado -o podría quedar- en el lugar de objeto por el Otro. Síntoma, inhibición, acting out, pasaje al acto, son respuestas a esta angustia, de la cual no se puede permanecer impasible. ¿Pero por qué en estos casos la angustia no llega a armar síntomas? Podríamos conjeturar que lo que hay es una huída persistente a la sensación de angustia. La sensación de angustia les es terrorífica y eso es una dificultad clínica en la transferencia, porque hay una necesidad de tener estas compulsiones, aunque ya se haya empezado a trabajar con la significación.

En la bulimia está en juego el siguiente circuito de goce: tragar para no ser tragado. Es una defensa, pero no a la manera de la represión de las psiconeurosis de defensa. Con el vómito, inclusive, se intenta poner un borde y un límite y luego se vuelve a cumplir con el rito. Un paciente decía “Cuando como, soy comida, pero cuando vomito estoy ahí afuera”, como si ella se hubiera expulsado de ese Otro que la tiene tragada. Los bulímicos dicen sentir alivio al vomitar, lo sienten como una necesidad de sacarse de encima el lugar de objeto de goce del Otro. Es como si se protegieran de esa sensación amenazante del deseo del Otro. El Otro se les viene encima y ahí la castración no está operando. Es lo desmedido del goce que hace que no llegue a ser subjetivado, porque predomina ese ordenamiento pulsional que es del ello. Es el analista que va a poner en función, con sus interpretaciones, el nombre del padre.

El inconsciente es el que ordena, enlazando representaciones, y este goce desordenado necesita de un saber. En las psiconeurosis de defensa tratamos de equivocar el sentido para leer qué verdad porta el síntoma. Acá estamos hablando de la pulsión irrefrenable, con lo cual propongo que se trata del armado de la cadena, introduciendo saber en lo real que pueda perforar el goce del Otro y en donde evidentemente la angustia no funciona como señal.

¿Pero por qué en estos casos la angustia es terrorífica? Porque la defensa, que es el modo del sujeto para enfrentar la angustia, queda entronizada. El sujeto encontró esta forma de hacer algo con la angustia que se le viene encima. Impide, de esta manera, la defensa, porque cada vez que fracasa algo de la ley del falo y la ley del deseo y el goce se les viene encima, la angustia rudimentaria no llega a operar y aparece como defensa la compulsión bulímica. La defensa en la clínica toma una forma de “No quiero saber nada de eso” y el paciente no quiere poner en palabras nada de esa angustia. Recuerden a Juanito: antes de armar el miedo a los caballos estaba en un estadio angustioso. Esa angustia era insoportable y se termina ligando a un síntoma, en su caso, el miedo a los caballos. En los casos de bulimia, esta angustia es terrorífica y no llega a funcionar como señal: no quieren saber nada de esa angustia, que no llega a ponerse en palabras y aparece la compulsión. No hay enlace del goce a lo simbólico.

La pulsión se satisface en el goce, no en el placer. La pulsión es autoerótica y mortífera, pero cuando la pulsión logra enlazarse a la ley, al deseo y al amor se vuelve apta para el placer. El goce se vuelve apto para el placer en el fantasma, pero la pulsión de por sí es puro empuje. Hay defensas para la pulsión. Freud ubica dos de ellas, que son movimientos propios de la pulsión: la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo. Freud también nombra otras dos defensas, que son la represión y la sublimación. estas dos últimas defensas tienen que ver con el deseo, que se presenta reprimido o sublimado. Lo que está diciendo Freud es que el deseo anudado a la ley pone límite al goce. Es un modo de defensa de la pulsión.

Habíamos dicho que la fase terminal de la pulsión estaba en el tercer tiempo, donde hay una ligadura al Otro. Estudiar una carrera puede ser un mandato, o estar articulado al deseo y a un ideal. El analista interviene para recuperar el anudamiento del goce al deseo. El problema es cuando el goce aparece desanudado y desintrincado. ¿Tiene medida el comer? Sabemos que comer puede estar ligado a una escena, al deseo y al amor, pero también puede ser un acto sin el otro.

Caso clínico 1.
Paciente de muchos años, que empieza tratamiento tras haber recorrido grupos de bulimia, operados por nutricionistas. Había ido al psiquiatra y llega al tratamiento. Ella describe las compulsiones que había tenido desde la adolescencia. Cada vez que le preguntaba que me cuente un poco más, ella me decía “Basta, ¿qué tiene que ver esto con lo que te estoy contando? No bajé nada de peso, eso es lo que me importa”. Así transcurrían las sesiones, monótonas, tediosas. No ahorraba en ningún detalle el relato de todo lo que había comido y mi apuesta era a que si ella seguía viniendo, de a poco en un semblante de diálogo algo empezaría a dialectizarse.

El analista debe ser paciente y no enojarse. debe alojar ese sufrimiento, aunque todavía no quiera hablar de eso. Yo le decía “Tenés razón, vivir así debe ser horrible, es insoportable pasarse la vida comiendo o vomitando”. De a poco, preguntándole más acerca de las quejas, me cuenta que ella es rara, distinta a la familia. La familia es de clase alta y a ella le gusta otra vida, irse con los peones de los campos de la familia. Siempre se sintió identificada a otra cosa. Cuando empiezo a historizar sus comilonas, luego de mucho tiempo de trabajo de alojar, me cuenta que sus comilonas empezaron en plena adolescencia, cuando sus amigas empiezan a salir. Cuenta que sus amigas salían y se divertían y ella las veía como putas y que no pensaba como ellas. Le subrayo “no pensabas”. Se abre a que la falta de sentido de deseo sexual de su existencia, la respuesta a este encierro que tenía fue comer desde la adolescencia.

Dejar afuera a los hombres, el sexo, era algo repugnante en el decir de la madre. Le digo, entonces, que ella estaba congelada, a raíz de que ella decía que comía del freezer, lo cual le lastimó numerosas veces la garganta y hasta llegó a sangrar. Extraigo un significante de todos esos decires: ella estaba freezada, congelada al lado de la madre, que le pedía que no se caliente. Esto produce un efecto: se despliega la posibilidad de tomar al otro como objeto, pero en la mitad de este gran despliegue, me dice que no va a seguir viniendo porque se quiere ir al campo unos meses y que además va a hacer dieta en el campo. Le digo que ella ahora necesita irse y que en algún otro momentos veremos de qué se quiere ir.

A los seis meses, retoma y me cuenta que en el campo había logrado adelgazar, pero que en el campo había vuelto a subir. Lo más interesantes es que se empieza a desplegar es que estuvo con el peón del campo. Ella lo llamaba “El bombón”, que se comió al bombón, lo cual implica que no se come solo comida. La pregunta que se despliega a partir de comer el bombón es todo el goce de la madre que, una vez que el sujeto queda advertido, recién puede vaciarse de ese lugar de objeto. Al no leer ni descifrar esa demanda del Otro, el sujeto no puede descontarse de la demanda.

Finalmente ella tuvo relaciones sexuales con el peón y trae un significante que ubica lo que realmente le ha pasado. Empieza a metaforizar el goce oral y ella dice “Me morfé la vida” y ahora se la puede morfar de otro modo. Fíjense que una vez que se enlaza el comer como goce puro a un hacerse comer, se enlaza al Otro y el goce pasa a estar negativizado. 

En estos casos, se debe enlazar el goce del ello al inconsciente (al cifrado). Al haber advertencia subjetiva de la demanda del Otro, el trazo inconsciente empieza a trabajar y el objeto empieza a fijarse en terreno cortado, no siendo objeto de goce. El sujeto puede ir cortando la posición de objeto; puede ligar ese puro goce al Otro, al hacerse comer.

Caso clínico 2.
Paciente que consulta tras haber acudido a numerosos tratamientos médicos, homeopáticos, grupos, etc. Se trata de una mujer joven, con una sonrisa amable, pero con un cuerpo impactante por lo enorme. Se sumerge sin pausa en la historia de su sobrepeso de 40 kilos. Se recuerda gorda desde siempre, comprando golosinas en los recreos de la escuela. En la pubertad, los insultos de sus compañeros ya eran obscenos.

A los 7 años viene a vivir a la Argentina con su familia, luego de probar suerte en otro país. Conserva ciertos modismos de su país de origen, sobre todo cuando se pone nerviosa, se traba un poquito. A los 15 años, hace un tratamiento significativo. Tuvo relativo éxito, pero en la mitad los padres planifican un viaje, en el que le dicen “En vacaciones se puede comer sin límites”. Ella, en ese momento, no estaba a tiempo de restarse de esa demanda y recupera rápidamente todo el peso.

Su padre vivía en el exterior, lo que para la madre no resultaba un problema. Cada vez que volvía angustiada a su casa por los insultos de los otros, la respuesta que encontraba en la madre era “Son unos pelotudos, no les des bola”, cosa que también escuchaba del padre. La palabra de amor faltaba a la cita; en cambio, se hacía presente el empuje al goce. Lo que vivifica al ser hablante es la palabra, lo simbólico.

¿Qué trae a esta paciente a la consulta? Su preocupación por no aprobar los exámenes. Algo que uno encuentra en las melancolizaciones es que pese a haber cuerpo unificado, fracasa el yo ideal, ese punto de verse como amable al deseo del Otro. En su adolescencia, lo que ella recibía eran insultos y como la respuesta que recibía en la casa era que eran unos pelotudos, la palabra que vivifica al ser hablante en este caso terminaba siempre en pelotudos.

La paciente no tenía ningún encuentro sexual, aunque estaba en sus veintipico de años de edad. Sentía vergüenza de su cuerpo y encontraba alivio a su angustia en la comida. Decía que la calmaba, pero que después se ponía peor. Estaba identificada al lugar de desecho, desaparecía de la vida del lazo con los otros. Así como Lacan dice que el cleptómano busca que su deseo pueda ser tomado en consideración (roba para que alguien lea eso), creo que esta paciente, que se quedaba tirada los fines de semana, sin bañarse, estaba pidiendo que alguien lea.

Fuimos avanzando en lo que llamaríamos una memoria sin recuerdo, porque no había subjetivación de esto, sino escenas. cada vez que irrumpía la compulsión bulímica, empezamos a cifrar cada compulsión, historizando qué le había llevado a comer. Aparecieron muy pocos recuerdos. Uno era la mirada de sus compañeros a su madre, que decían que estaba mucho más fuerte que ella. Esto ocurría en un contexto de cambios de colegio permanentes, que lejos de calmarla la angustiaban más. Respecto a la madre, a la cual le tenía mucho odio porque le gustaba aparecerse ante sus amigos, voy a la tercera generación, porque esta madre había sido deshecho para su madre que la había abandonado. La había criado el padre con mucho rechazo, y que probablemente se debía a eso. La llevo a la castración de ese Otro monstruoso. Esta intervención fue fundamental, pues la despegó del enorme odio que sentía hacia la madre. La madre era, ahora, una simple mujer que quería ser deseada.

Respecto al deseo de tener un título, le subrayo que para que le vaya bien en el estudio, hay que tragar más. Es decir, que lo real de este goce empieza a pasar a lo simbólico, al equívoco del sentido. Las matemáticas le apasionaban, pero le dedicaba poco tiempo, aunque su proyecto era irse al exterior. También le decía “No hay que tragarse un buzón”, respecto a la demanda de la madre de “Comé, ellos son unos pelotudos”. Se despertó el deseo de saber en ella. Las trabas en el estudio eran leídas ahora, en transferencia, como el intento de hacer un corte con la demanda del Otro. Eso la lleva a poder concentrarse. Si ella quería irse al exterior, debía estudiar para tener el título. Estas son lecturas de corte, porque posibilitan salir de ese goce en el que está enredada. En esa misma línea, le leo el sobrepeso: le digo que este sobrepeso que tiene es el peso permanente de la demanda del Otro. Esta intervención dio lugar a la consulta con un médico, que le empieza a ordenar su dieta. Este médico le dice “Si estás convencida de querer otra forma de vida, nada te desvía de tu camino”, interviniendo maravillosamente bien. Le dice que no se desvíe de su camino, si quería estar bien.

Esta chica hablaba permanentemente de las otras vidas, en las que creía. Le digo que de lo que habla ella es que hay otra vida posible para ella. El enigma respecto a la otra vida posible abre, en análisis, un nuevo trabajo: empezamos a situar la falta de medida en los lazos familiares. Las pocas veces que su padre volvía del exterior, era para escuchar insultos. La falta de medida en ella tenía que ver con una identificación a estos signos. Las comilonas aparecen ahora situadas como un intento de separación fallida. Empieza a tomar importancia, en la escena, el amor y la sexualidad.

Subrayemos que en las compulsiones bulímicas no se trata de la búsqueda de un goce. Lo que allí se pone en juego es una defensa frente al horror de un goce intolerable, que las compulsiones intentan calmar.

Pregunta: ¿Por qué dijiste que ella se ubicaba como objeto de goce del Otro?
M.D.: El neurótico lo que hace es colocarse como objeto del Otro, padeciendo justamente el taponamiento de ese Otro al ubicarse ahí. En la neurosis, el fantasma debería sostener el deseo, ligando la pulsión a la exogamia. El neurótico, no obstante, se rebaja a la demanda. En lugar de estar circulando con el deseo, con el objeto a como causa de deseo, funciona como tapón de goce.

Ante las comilonas, la madre del último caso le decía “Vos no tenés aire acondicionado, venite a dormir a mi cama”. En este caso, las comilonas sucedían los jueves y viernes, a lo que yo leía que era justo antes del fin de semana. Ella era una compañera freezada de su madre. En lugar de estar funcionando el fantasma, que permite cierta regulación de goce con las operaciones de alienación y separación a la demanda del Otro, y buscar un sentido más allá de él. Lo que en estos casos sucede es que no funciona el fantasma como separador, como sostén del deseo. Aquí el goce está desregulado porque no está ligado al deseo, a la ley. Comerse todo y ser la compañía de la madre es que el goce no funciona ligado al deseo, apto para el placer, se torna en un goce puro en el lugar de objeto. Comida, tragada por el Otro.

La operación de la metáfora paterna produce que el niño no tapone la falta del Otro, lo que le posibilita crecer. Lo que no termina de operar en estos casos es ser lo que le falta al Otro y no lo que lo sutura. La metáfora paterna priva el goce y lo ordena.

Pregunta: ¿Qué pasa en los casos donde no se es visto por el Otro?
M.D.: Aparecen melancolizaciones. Más que el lugar de brillo, nos encontramos ahí con sujetos que están en el lugar de objeto de deshecho. En esta paciente, ella estaba ubicada en el lugar de objeto de desecho, pero no era una madre que no la quería, pero no le daba lugar a ayudarla, a que le cuente. Me parece que son casos que el niño no ha sido colocado en el lugar de falo imaginario, sino de objeto. El falo tiene brillo.

Pregunta: (inaudible)
M.D.: El analista no debe presentarse desde el ideal, porque sino se pone en el lugar de Otro absoluto que no da lugar al deseo del sujeto. El analista encarga el lugar de sujeto supuesto saber. Si se la cree, estamos en problemas. El sujeto supuesto saber es una demanda de saber al analista, en relación al discurso del paciente. Nosotros no sabemos ni vamos a poner nuestro ideal en juego nunca.

En los pacientes melancólicos hay una dificultad en la incorporación del saber. Es como si tampoco se pudiera incorporar algo de eso, por lo que el ideal que ella se arma, es recibirse para irse a vivir al exterior. El analista lee eso y le ayuda a que no quede atrapado en la demanda del Otro, que era ocuparse de la demanda de la madre cuando ella tenía que estudiar.

Pregunta: ¿Has visto casos que vayan de la anorexia a la bulimia o de la bulimia hacia la anorexia?
M.D.: Eso yo lo pienso como algo propio de la compulsión bulímica. Es decir, está que el Otro no se entere, pero también está el empuje al goce. En ambos hay empuje al goce, tanto en la impulsión como en la compulsión, aunque en la compulsión el acento está puesto en la significación.

Muchas veces, ante el fracaso del ideal mortífero de no comer, o por no poder sostener ese ideal, se producen las compulsiones y visceversa: cuando vienen las compulsiones viene el período anoréxico de intentar controlar la pulsión, pero de una manera loca y mortífera.

Pregunta: Cuando hablás de un impass en el fantasma, ¿Cómo se entiende que haya habido un acto de lectura del lugar que me quiere el Otro? Veo una paradoja ahí.
M.D.: No diría estrictamente que hay lectura. Sí hay goce y satisfacción en ubicarse en ese lugar. A mi me parece que habría lectura cuando eso se liga al significante. En estos casos, no hay lectura, sino un empuje a satisfacer eso, de lo cual nos enteramos porque está comiendo compulsivamente. Recién hay lectura cuando se cifra, cuando se liga a la significación.

En la clínica debemos encontrar esos significantes que para el paciente se convirtieron en demandas absolutas. Las demandas absolutas no están ligadas a otras significaciones, son inequívocas. Al sujeto les llega como una orden, porque el sujeto no está en condiciones de interrogar. La chica del caso escucha “Son todos unos pelotudos” y no puede responder algo así como “Pará, ¿todos son unos pelotudos?”.

Nosotros debemos hacer que el paciente historice y averiguar cuáles fueron sus marcas fundantes, qué marcas quedaron sin ser interrogadas. Recuerden que la letra es litoral, por eso nosotros leemos a la letra. Litoral entre el saber y el goce. Cuando les leemos “quedaste freezada”, ese significante uno lo sacó del discurso y el analista lo subraya. Nos importa ese significante porque toca el goce, no se trata de un mero jueguito de palabras. En este caso, freezada es un significante que hace litoral con su goce, que es que estaba ahí en lugar de objeto. En este caso, que no lo conté el efecto de tocar eso es que empiezan a aparecer sueños, por lo que se abre la dimensión del inconsciente, en la que ella está en una fiesta mirando como todo el resto bailan y se divierten, mientras ella pensaba “Qué tontas, qué putas”. Entonces, seguimos cifrando que las otras, por disfrutar de la vida eran putas...

📝Texto confeccionado en base a las notas de la conferencia dictada por Mariana Davidovich, 2 de octubre de 2019