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martes, 5 de agosto de 2025

De la lógica al nudo: sobre el límite de la razón en la clínica lacaniana

Ciertas vueltas del final de la enseñanza de Lacan —sobre todo en sus últimos seminarios— han llevado a algunos lectores a suponer un desplazamiento radical: como si Lacan se desentendiera de lo simbólico en favor de lo real. Esta lectura, sin embargo, se ve rápidamente matizada si nos situamos en L’étourdit, su último gran escrito, donde afirma que —a diferencia de la ciencia— el psicoanálisis se ocupa de la verdad, porque se ocupa del fantasma.

Esta afirmación se inscribe en un trabajo profundo de interrogación sobre el campo de la verdad, un campo que abre las condiciones de posibilidad para un tratamiento lógico del síntoma. Desde allí, se hace clínicamente posible deslindar lo imposible, ya no solo como lo que no puede decirse, sino como lo que no puede escribirse. Un análisis se orienta, entonces, por una intervención sobre esa imposibilidad —más allá de sus efectos terapéuticos—, delimitando el límite lógico del enunciado, aquello que escapa a la razón.

Por eso Lacan puede afirmar tempranamente que el psicoanálisis no es una práctica como las demás. Lo que escapa a la razón no solo marca una diferencia respecto del saber, sino que señala el límite mismo de la lógica proposicional. ¿Por qué entonces se vuelve necesario este anclaje lógico? Porque lo atributivo resulta insuficiente para dar cuenta del desarreglo estructural de lo sexual en el ser que habla.

En este punto, Lacan propone que un sujeto ocupa el lugar de argumento de una función. Esa posición no es meramente lógica: es una respuesta formal al ausentido, al vacío de significación que introduce la no-relación sexual.

Este movimiento —del juicio atributivo a la formalización cuantificacional y modal— es un paso crucial en su enseñanza. Permite sortear la ilusión de complementariedad que el discurso amoroso o edípico propone. Sin embargo, este avance también muestra su límite: incluso cuando no se trata de un planteo atributivo, el modo cuantificacional sigue operando como una forma de predicación que, aunque más sofisticada, puede alimentar una ilusión de cierre. El paso siguiente será, entonces, el pasaje a lo nodal, donde el simbolismo lógico ya no alcanza y se torna necesario otro modo de inscripción: el nudo.

domingo, 3 de agosto de 2025

El despertar al Otro: de la verdad a su vacilación

Entre los seminarios 14 y 20 se dibuja una confluencia clave en la enseñanza de Lacan. En el primero, llega a afirmar que el Otro es el cuerpo; en el segundo, sostiene que una mujer encarna una radicalidad del Otro. Ambas formulaciones, de alta densidad conceptual, permiten leer un movimiento en su pensamiento: del Otro como lugar de la palabra al Otro como lugar de su imposible.

Este desplazamiento señala una torsión decisiva: ya no se trata simplemente del Otro del significante, del saber o de la verdad, sino de un Otro agujereado, solidario del impasse que lo real impone a lo simbólico. Dicho de otro modo, el Otro deja de ser garante para volverse, más bien, índice de una falla estructural.

En este punto, la figura de la mujer —en tanto no-toda— permite una articulación singular. No es que “la mujer” diga la verdad del Otro, sino que ella testimonia, por su modo de goce, de que el Otro vacila. Es en este sentido que Lacan puede hablar de un “rasgo de no fe de la verdad”: el saber no se sostiene ya como totalidad, sino como saber agujereado. Y ese agujero, lejos de ser un defecto, se convierte en brújula clínica.

El matema del significante de una falta en el Otro no es sólo un escándalo teórico: es una orientación para la praxis. Si el psicoanálisis se funda en esa falta —en su escritura, en su borde—, la pregunta que se abre para el trabajo clínico es:
¿qué sería que un sujeto despierte a esto?

El verbo “despertar” podría parecer impropio o demasiado cercano a una metáfora espiritualista. Pero su sentido se aclara si se lo articula a la lógica del fantasma: fantasma como sostén que permite al sujeto dormir el sueño de la verdad, soñar con un saber pleno, consistente, sin falla.

Entonces, ¿qué sería ese despertar? No se trata, ciertamente, de acceder a un nuevo saber articulado. Despertar no es saber más, sino inventar un hacer posible allí donde no hay garantías, allí donde la falta en el Otro no es sólo reconocida, sino atravesada.

Es esta operación la que da lugar, una y otra vez, a la pregunta: ¿qué es salir de la necedad?

No una iluminación, no un acto de comprensión, sino el momento en que el sujeto, sin garantía, hace con lo que no cierra. Ahí donde la verdad flaquea, algo del sujeto puede comenzar.

miércoles, 16 de julio de 2025

Deseo, fantasma y síntoma: vectores del anudamiento subjetivo

La relación entre el deseo y el fantasma es crucial en la constitución del sujeto hablante, ya que ambos operan como vectores que se sitúan en el intervalo entre enunciado y enunciación. Es en ese espacio —donde no hay plena coincidencia entre lo dicho y el decir— donde se juega una función anudante decisiva para la estructura subjetiva.

Esto no impide, sin embargo, que Lacan subraye también el valor estructurante del síntoma. Por un lado, porque su formación está profundamente ligada al deseo; por otro, porque implica la intervención del Otro, que produce un punto de capitonado en el discurso del sujeto. Este punto anuda sentido y marca una escansión, aunque aún no en términos borromeos.

En el grafo del deseo, el síntoma puede ser ubicado allí donde el Otro produce una escansión significativa. Esta escansión no se agota en el sentido, ya que el síntoma, al constituirse metafóricamente, atraviesa la barra de la resistencia a la significación, convirtiéndose así en un sostén del lugar del sujeto. Por eso Lacan, en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, afirma:

Este franqueamiento expresa la condición de paso del significante al significado cuyo momento señalé más arriba confundiéndolo provisionalmente con el lugar del sujeto”.

Esta dimensión del anudamiento a la que vengo aludiendo se revela como una operación que, en cada sujeto, forja una modalidad singular de relación entre lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. En este sentido, se hace posible ubicar la nominación como ese acto mediante el cual se inscribe el deseo en el sujeto, marcando la división que lo constituye.

Allí donde el sujeto se desvanece —fading—, algo debe intervenir para rescatarlo de su borramiento. Esa función es precisamente la que cumple el fantasma, tal como Lacan comienza a situarlo desde el grafo del deseo. Aunque el síntoma tenga un peso estructural innegable, es en el fantasma donde se aloja aquello que sostiene la posición del sujeto: el objeto a. Este objeto opera como punto de apoyo, como ficción estabilizadora frente al sin sentido que atraviesa al sujeto, permitiéndole sostenerse en el discurso.

martes, 15 de julio de 2025

Del sin sentido al fantasma: estrategias del sujeto ante la caída del Otro

Cuando se hace foco en la contingencia, el efecto del significante se revela inseparable del sin sentido, noción clave en la concepción lacaniana del orden simbólico. La idea de significancia fue introducida por Lacan para señalar que el significante, por su mera articulación, produce significación. Sin embargo, también advierte que ese mismo significante, por su ambigüedad constitutiva, puede significar más de una cosa e incluso engañar. Es decir, el sentido no es garantía sino efecto, y su proliferación se sostiene sobre un fondo de opacidad.

Este sin sentido no es un accidente, sino algo inherente al funcionamiento mismo del significante. El sujeto queda así atrapado en esta lógica, especialmente cuando el Otro —en tanto garante de verdad y consistencia— vacila o se desmorona. Es precisamente en este punto donde Lacan ubica la función del fantasma y del objeto a que lo sostiene.

Allí donde el sin sentido abre un abismo, el fantasma aporta una ficción que estabiliza. El objeto, en tanto soporte imaginario del fantasma, ofrece un anclaje que rescata al sujeto del fading. Como dice Lacan en el Seminario 6:

...en el fantasma, el objeto es el soporte imaginario de esa relación de corte en que el sujeto ha de sostenerse dentro de ese nivel, lo cual nos induce a una fenomenología del corte”.

El objeto funciona entonces como soporte ficcional, anudando al sujeto en una posición desde la cual puede situarse a orillas del inconsciente. Es en este borde —que no es interior ni exterior— donde opera la nominación como acto que delimita un lugar posible para el sujeto, aún cuando este no pueda ser plenamente nombrado. La nominación, así entendida, no clausura la falta, sino que la inscribe como corte, marcando un punto de inscripción que hace posible el alojamiento subjetivo.

En este marco, el fantasma se constituye como una especie de campamento simbólico desde el cual el sujeto se resguarda ante la caída del Otro y la irrupción pulsional que dicha caída trae consigo. Funciona como una matriz de sentido que permite elaborar estrategias defensivas frente a la angustia estructural y a la inconsistencia del Otro.

miércoles, 2 de julio de 2025

Síntoma y Fantasma en la Clínica Psicoanalítica

 1. Síntoma y Fantasma: Dos Dimensiones Clínicas fundamentales

En la Práctica Clínica, una y otra vez nos enfrentamos a estas dos Dimensiones Clínicas fundamentales: el Síntoma y el Fantasma. Si bien están articuladas, responden a lógicas diferentes.  
 
¡¡Clave Clínica!!
Mientras el Síntoma remite al retorno del Deseo reprimido bajo una forma disfrazada (inhibiciones, síntomas y angustias), el Fantasma se organiza como una escena repetitiva en la que el sujeto se ubica en una posición determinada frente al Deseo del Otro primordial. El Fantasma es primordialmente Inconsciente.


2. El Síntoma: Una Formación del Inconsciente
El Síntoma se define como un compromiso entre Deseo inconsciente y Defensa. Se presenta bajo múltiples formas: un malestar en el cuerpo, en el decir o en el acto.
No es solo algo que duele o molesta; también cumple una función dentro de la economía psíquica.

 
¡¡Clave Clínica!! 
El Trabajo Analítico no busca suprimirlo, sino acompañar los desplazamientos que abren interrogantes sobre su sentido. Así, el Síntoma se vuelve una vía privilegiada para el acceso al deseo del sujeto.

 
3. El Fantasma: Escena Inconsciente y Lugar Subjetivo
El Fantasma no es un recuerdo ni una imagen clara, sino una construcción estructurante del Inconsciente.
Se trata de una escena que no se recuerda, pero que se repite en la experiencia del sujeto.
En esa escena, el sujeto ocupa un lugar determinado que por un lado sostiene su Identidad Yoica, y por el otro limita el despliegue de su propio Deseo.

 
¡¡Clave Clínica!! 
El Fantasma es la respuesta que se da el sujeto frente a una pregunta fundante y fundamental: ¿qué soy para el Otro?
Es importante aclarar que dicha respuesta se precipita de manera conclusiva al final de la adolescencia y define los modos en que el sujeto desplegará sus Deseos y sus Goces en el trayecto de su vida.



4. Una relación estructural: el Síntoma sostenido en el Fantasma
El Síntoma no se presenta solo: siempre está sostenido en la Escena Fantasmática del sujeto.
El Fantasma le da un marco que le permite al Síntoma repetirse y mantenerse en el tiempo. Ese marco le da consistencia al malestar y organiza su forma de aparecer.
Mientras el Síntoma se expresa a través de palabras, actos o sensaciones, el Fantasma le da una escena que orienta esa expresión.

 
¡¡Clave Clínica!! 
Por eso, al abordar un Síntoma, es fundamental tener en cuenta la posición que ocupa el sujeto en la escena que lo sostiene.


5. El Fantasma en la Histeria, la Obsesión y la Fobia

¡¡Clave Clínica!! 
Cada Estructura Clínica se relaciona con una manera distinta en que el Fantasma se pone en juego.
- En la Histeria, el sujeto suele ubicarse como objeto del deseo del Otro, intentando sostener su falta.
- En la Obsesión, aparece una escena donde se intenta controlar ese deseo, muchas veces desde el saber o la culpa, lo que termina inhibiendo el acto.
- En la Fobia, el Fantasma no está del todo estructurado, y el objeto fóbico cumple la función de mediador frente a lo real.

Lejos de ser teóricas, estas diferencias orientan de forma directa la lectura clínica y nuestras intervenciones.

 
6. La Interpretación del Síntoma: Función y Dirección
Interpretar un Síntoma implica intervenir en la lógica que lo sostiene, no explicarlo ni traducirlo.
La Intervención Analítica apunta a generar un movimiento que permita inscribir el Síntoma de otro modo, en relación al Deseo del sujeto.
Ese movimiento habilita que se lo desplace de su fijación, se abran preguntas y se inicie una elaboración subjetiva.

 
¡¡Clave Clínica!! 
La Dirección de la Cura se orienta a que el sujeto pueda apropiarse de la verdad que se juega en su Síntoma. Desde nuestra función, nos ocupamos de leer esa lógica y de acompañar el trabajo del sujeto respetando sus tiempos.


7. El Fantasma no se interpreta, se atraviesa
A diferencia del Síntoma, el Fantasma revela una ficción estructural que organiza la posición del sujeto frente al Deseo del Otro.
Atravesar el Fantasma durante el tiempo de una cura implica que el sujeto abandone el lugar fijo que lo definía.

 
¡¡Clave Clínica!! 
Este cambio genera una transformación subjetiva que le permite al sujeto vivenciar un acontecimiento inigualable: encontrar e identificar cuál es su propio deseo.

 
8. El Atravesamiento del Fantasma: Efecto Clínico
Cuando un sujeto atraviesa el Fantasma, cambia su forma de responder a los mandatos del Otro.
Ya no se sostiene en la misma escena ni repite el goce que lo mantenía fijado.
Surge entonces un Deseo más propio, más singular, que abre nuevas maneras de vivir y existir.

 
¡¡Clave Clínica!! 
Este atravesamiento no elimina el Fantasma, pero sí le quita la consistencia identitaria que encierra al sujeto en una única modalidad de fijación pulsional.

martes, 27 de mayo de 2025

El análisis y la división del sujeto: hacia el atravesamiento del fantasma

Un análisis implica ir más allá de los velos del fantasma para situar la división del sujeto como su nudo fundamental. En este recorrido, la escisión subjetiva asume distintos estatutos: desde su dependencia del fading significante hasta lo real de su opacidad.

En Posición del inconsciente, Lacan plantea una serie de tesis sobre la relación entre el sujeto y el Otro. Allí, el inconsciente se define como un corte en acto entre ambos campos, lo que permite pensar su estructura en términos topológicos. Esto lleva a considerar tres aspectos cruciales: la relación entre el inconsciente y el cuerpo, los anudamientos que lo sostienen y su vínculo con la pulsión.

Dentro de este marco, el operador transferencial del deseo del analista resulta central en la cura, ya que permite la entrada en juego del objeto a en la transferencia. En un momento lógico posterior, el analista encarna este objeto, haciendo semblante del mismo. Dicho objeto, en la cura, remite a una posición subjetiva dentro del fantasma y se inscribe como consecuencia de un corte fundante en la constitución del sujeto.

La cuestión central que se plantea en este proceso es: ¿cómo se estructura un agujero? Esta pregunta articula la división del sujeto, la caída del objeto y la constitución de la estructura del fantasma. Así, el análisis transcurre a través de una serie de pasos que hacen posible el acceso al fantasma como respuesta al enigma del deseo del Otro, condición necesaria para su atravesamiento.

En este recorrido, la responsabilidad del analista es decisiva: debe acomodarse a la singularidad del sujeto en cada sesión, aún cuando pueda dar la impresión de tratarse del mismo cada vez. Es esta escucha atenta la que posibilita que el análisis conduzca al sujeto hasta el límite donde el deseo y su estructura pueden ser leídos en su dimensión más radical.

martes, 6 de mayo de 2025

El nombre del padre y la constitución del fantasma

Si tuviéramos que sintetizar el valor fundante del Nombre del Padre en los primeros desarrollos de Lacan, podríamos decir que funciona como un punto de capitón para el deseo inconsciente. Es decir, establece un nudo estructural que ancla la relación del sujeto con el deseo del Otro.

Esta función es esencial porque permite liberar al niño de la posición de súbdito, en la que inicialmente queda atrapado en la primera simbolización. Sin embargo, la operación del Nombre del Padre no implica una desaparición total del goce, sino que deja un resto. Lacan alude a esto en La lógica del fantasma, cuando señala que en la relación con el cuerpo del Otro, el niño “se lleva” algo.

Este planteo articula la operación del Nombre del Padre con la constitución del fantasma, a través del mecanismo de la separación. En este proceso, el Nombre del Padre une deseo y ley, estableciéndolos como dos caras de una misma moneda. Al mismo tiempo, la separación se vuelve efectiva porque el niño no se aparta simplemente del Otro, sino que se lleva consigo un objeto. Se aliena al significante, pero al mismo tiempo, se separa con el objeto.

Este punto es crucial: el niño se separa, pero no del todo. Aquí emerge la incidencia del objeto a, que no está incluido en la metáfora paterna, ya que esta opera mediante una sustitución significante, mientras que el objeto a no es un significante.

Esta evolución en el pensamiento de Lacan responde a un límite clínico: el falo no es suficiente para explicar las relaciones de deseo, demanda y goce entre el niño y el Otro. Esto plantea un interrogante central: ¿cómo se articula esta problemática con la pluralización del Nombre del Padre?

miércoles, 30 de abril de 2025

Fantasma, pulsión y límite: la economía significante en juego

En el Seminario 5, Lacan nos ofrece una lectura minuciosa del texto freudiano “Un niño es pegado”, no solo para esclarecer la estructura de esa fantasía, sino también para desplegar una elaboración más amplia sobre la vida fantasmática del sujeto. ¿Cuál es el valor de lo que Freud formula allí?

Podemos situar ese texto como un punto de llegada en la interrogación freudiana sobre lo económico en el sujeto. En él, Freud logra precisar una constante en la estructura de la fantasía inconsciente, al tiempo que introduce el valor estructurante de la gramática. Esto implica que tanto la neurosis como la perversión se sostienen en un entramado significante, es decir, en una ficción. Y como toda ficción, opera como velo, como recubrimiento de lo que no puede ser plenamente simbolizado.

Desde allí, Lacan retoma la tesis según la cual el significante es la causa material del inconsciente, lo que justifica su referencia a la represión como pilar del aparato psíquico en Freud. No es casual que los textos La represión y Lo inconsciente estén no solo cronológicamente vinculados, sino también lógicamente articulados. En este marco, es necesario afirmar que la represión en Freud —leída por Lacan— es de significante: es el significante mismo lo que se reprime, y no un contenido cualquiera.

Este punto puede resultar enigmático:
¿Quién reprime? ¿Quién exige reconocimiento?
No se trata de un sujeto agente, sino de un funcionamiento estructural en el cual el significante “exige” ser reconocido. Esta exigencia no se refiere a una intención consciente, sino a la articulación misma del lenguaje, en la cual queda un resto. Ese resto es lo que se enlaza con la vida pulsional del hablante, y es lo que da lugar al fantasma como escena de repetición, como inscripción de lo que retorna desde lo no reconocido.

Es precisamente en esa articulación entre fantasma y pulsión donde la demanda se vuelve exigencia —no de un sujeto, sino del lenguaje mismo. Por eso, la fórmula de la pulsión implica una acefalía del sujeto: no hay “alguien” que desea o que exige, sino una estructura que funciona por su cuenta, una automatización del deseo.

De este modo, los ejes de esta construcción se hacen visibles:

  • Significante y exigencia: coordenadas que marcan una orientación clínica y estructural.

  • Un límite: lo no reconocible, lo no simbolizable, lo no investible.
    Este límite, que luego Lacan tematizará como litoral, es el que justifica la necesidad de la construcción en psicoanálisis, más allá de la interpretación como simple escansión o puntuación significante.

En suma, el abordaje de Lacan sobre el texto freudiano no solo restituye el valor clínico del fantasma, sino que abre una vía hacia una economía política del goce, donde el sujeto ya no es dueño ni de su deseo ni de su demanda, y donde el analista deberá orientarse por las marcas de lo imposible.

miércoles, 16 de abril de 2025

Máscara, discurso y la función del fantasma

El concepto de máscara, precursor del semblante, se configura a partir del funcionamiento del significante dentro del campo del Otro. Sin embargo, el lenguaje, aunque preexiste, no garantiza por sí mismo la máscara, pues esta requiere una operación específica dentro de la estructura discursiva.

Cuando el significante se inscribe en el Otro, no solo instaura el discurso como una estructura relacional, sino que introduce la lógica de la concatenación: el lenguaje establece un marco, mientras que el discurso articula un encadenamiento que permite la sustitución. Este proceso es crucial, ya que afecta la relación del sujeto con el objeto y con la permutabilidad de los significantes en ausencia de un referente fijo.

Lacan señala que “el significante se sustituye a sí mismo” allí donde no puede conocerse plenamente. Esta imposibilidad genera una inconsistencia estructural, que se sitúa entre lo topológico y lo literal, convirtiendo al Otro en la sede del rasgo diferencial.

Dentro de esta dinámica, el fantasma opera como una pantalla que oculta y organiza el acceso al deseo. En estrecha relación con la identificación, se sitúa en el punto de tensión entre enunciado y enunciación dentro del grafo. Así, el fantasma se inscribe en una serie conceptual que involucra excentricidad, literalidad, borde y antinomia. En este contexto, su función es doble: actuar como pantalla que vela lo real y, al mismo tiempo, operar como guion o menú a través del cual el sujeto estructura su experiencia.

lunes, 14 de abril de 2025

El fantasma como límite y construcción en el seminario 5

En el Seminario 5, Lacan desarrolla su concepción del campo fantasmático del sujeto a partir del análisis del texto freudiano “Pegan a un niño”, cuya traducción más precisa sería “Un niño es pegado”, resaltando así su estructura gramatical y su valor significante.

Lacan destaca dos aspectos centrales en este estudio. Primero, la presencia de una constante en la fantasía inconsciente, la cual Freud logra delimitar como un elemento invariable que proporciona satisfacción al sujeto. Segundo, la relevancia de la estructura gramatical, que da cuenta del papel fundamental del significante en la economía del fantasma.

Estas dos dimensiones se integran en la economía política propia del fantasma, en la que tanto la neurosis como la perversión dependen de una trama significante que opera como velo. Este velo, a la vez que encubre, otorga coherencia a la naturaleza polimorfa de la pulsión, la cual sostiene la posición sexuada del sujeto.

El fantasma es un punto de articulación entre pulsión, deseo y demanda. Si bien en el Seminario 5 la noción de economía política aún no ha sido plenamente elaborada, Lacan ya introduce su distanciamiento de la perspectiva energética. Hablar de economía, incluso libidinal, implica reconocer la estructura del discurso y considerar la escritura como horizonte teórico.

Desde esta perspectiva, el fantasma se presenta como un problema que atañe al límite: lo no reconocible, lo simbolizable y lo susceptible de ser investido. Es esta dimensión limítrofe la que justifica su relación con la “construcción”, ya que la interpretación mediante escansión no es suficiente para dar cuenta de todo lo que el fantasma pone en juego.

domingo, 13 de abril de 2025

El fantasma y la función del falo significante

El fantasma no es una simple respuesta dentro del entramado significante, sino que ocupa un lugar estratégico en el grafo del deseo. Su función radica en evitar el encuentro con la verdad última que el significante de la falta en el Otro inscribe: la ausencia de garantías y la soledad del sujeto frente a su acto.

A partir de esta posición, se puede trazar un vínculo esencial entre el fantasma y el significante fálico. Mientras el fantasma encubre, el significante fálico revela. Este último actúa como un nexo intermedio que une la significación fálica con el objeto a, el elemento real que opera como causa del deseo.

El falo significante desempeña su función dentro del campo del lenguaje en la medida en que el Nombre del Padre lo articula y lo hace operar. Se trata del significante que nombra el conjunto de los efectos de significado, marcando los límites de lo que puede ser representado. Esta función lo convierte en un símbolo dentro del lenguaje, en el único significante que puede ser denominado de esa manera.

Su operación implica un principio de ocultamiento: el falo actúa velado. Este rasgo establece su singularidad, pues dicho velamiento impide que se integre a la cadena significante formando una pareja con otro término. Velamiento, imparidad y Bedeutung (referencialidad) configuran su especificidad y justifican que sea el único punto de referencia desde el cual un sujeto se inscribe en la sexuación, independientemente de la diferencia sexual.

En este marco, el falo significante denota la presencia real del deseo. En los seminarios 5 y 6, Lacan asocia su función con el término que tacha al sujeto. Esta tachadura es una operación significante que enlaza conceptos como borramiento, corte, simbolización y negación. Pero la pregunta sigue en pie: ¿es la tachadura equivalente a la división del sujeto?

martes, 8 de abril de 2025

Lo escrito como anclaje del sujeto: entre la falta y el lazo

El sujeto, en la enseñanza de Lacan, no se define como una entidad sustancial ni como una identidad estable, sino como aquello que un significante representa para otro significante. Ninguno de ellos lo representa de forma acabada, y mucho menos puede nombrarlo en su totalidad. En este sentido, el sujeto es el significante en menos en el campo del Otro, entendido como conjunto. Esta definición lo vincula estructuralmente con la evanescencia: su correlato lógico es el fading, la desaparición.

Frente a esta imposibilidad de representación plena, es en lo escrito donde el sujeto puede encontrar —aunque no como agente de dicha operación— un anclaje. Lo escrito viene a suplir la ausencia de un significante que pudiera otorgarle una identidad fija. Es allí donde se produce un lazo: el lazo que no puede darse por vía del significante encuentra su soporte en una inscripción.

Lacan abordó esta operación de distintos modos. Por un lado, a través de la noción de sutura, entendida como la costura o empalme que se realiza en el lugar de la falta significante, posibilitando la emergencia del sujeto. Por otro, mediante la conceptualización del síntoma como una escritura en el inconsciente, como una marca que resiste la simbolización plena pero que, precisamente por ello, sostiene al sujeto.

Esta articulación entre lo escrito y el lazo es válida tanto para pensar la constitución del sujeto en el campo del Otro —donde el fantasma funciona como menú de goce ante la inconsistencia del Otro— como para concebir los efectos de una experiencia analítica. El análisis puede habilitar la invención de un nuevo menú, incluso de un partenaire, que no responda a las coordenadas fantasmáticas iniciales, sino que implique una posición inédita frente al goce.

Ahora bien, en ambos casos, aunque con distinta lógica, se requiere una superficie donde ese lazo pueda escribirse: el cuerpo. Es sobre el cuerpo donde algo puede inscribirse como novedad. ¿Qué puede dejar un análisis como huella sobre el cuerpo?

No es posible ofrecer un catálogo cerrado de efectos. Sin embargo, sí puede afirmarse que esa novedad exige un desplazamiento: que el analizante encuentre una manera singular de hacer allí donde el significante fracasa. Es lo que Lacan condensa en la fórmula “un saber hacer allí”, en ese lugar donde la relación sexual no cesa de no escribirse. Es allí donde opera el síntoma: no como mal a erradicar, sino como posibilidad de invención.

viernes, 4 de abril de 2025

Una topología de la escena trágica

Tempranamente Lacan sostiene que en el fantasma se trata de gozar de desear. En la misma línea, el psicoanálisis evidencia que un sujeto desea de desear, más allá de los objetos que pudieran, eventualmente, quedar allí implicados. “…sólo quien escapa a las apariencias puede llegar a la verdad.” A la verdad del deseo, la que sólo puede mediodecirse a través del significante.

Ese escapar a las apariencias no significa la aspiración a eliminar los velos, aún lo imaginario como cobertura. Sino que es el trabajo de trascender ciertos velos fantasmáticos, las ilusiones del fantasma. Y allí las referencias, no causalmente, son Homero y Tiresias, aquellos ciegos que, en la tragedia, no quedan engalanados y enceguecidos por lo visual. Nótese que se trata de dos tipos de ceguera distintos.

Hay una topología de la escena trágica, la cual queda demostrada por la torsión transferencial. Esta operación del analista demuestra, más que mostrar, lo que está velado por los bastidores de la escena: sucintamente la posición sacrificial que el analizante oferta a la consistencia del Otro: “Propongo que de lo única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo.” Tal el punto de llegada del seminario sobre la ética. Y lo problemático es ese “su”.

Este párrafo introduce la relación entre la culpa y la angustia, las cuales funcionan como brújulas en la praxis. Porque indican un actuar con el deseo, en orden a un bien ligado al Otro. Este actuar es uno que involucra a ese “su” que tanto interroga, porque se trata de algo enigmático en cuanto al deseo en juego, y que se entrama en el destino del sujeto, quiero decir que implica el lugar en el cual se lo espera.

jueves, 3 de abril de 2025

Modos clínicos de la repetición

La repetición no solo es un concepto fundamental del psicoanálisis, sino también una realidad clínica ineludible. Sin embargo, no se trata de un fenómeno homogéneo, sino que presenta dos dimensiones claramente diferenciadas.

Por un lado, encontramos la repetición ligada a la historia, lo que Lacan denomina retorno significante. En este nivel, la repetición opera como un entramado ficcional que estructura la historia del sujeto, sosteniendo sus creencias y organizando su discurso. Aquí, la repetición está vinculada a la verdad, pues reitera los significantes que han marcado la subjetividad.

Por otro lado, existe una repetición que encuentra su límite en lo real. Esta dimensión involucra el cuerpo y la satisfacción, o más precisamente, aquello que se contenta en el sujeto más allá de lo simbólico. Mientras la primera forma de repetición se inscribe en el discurso, esta segunda se asocia al funcionamiento del fantasma, donde la pulsión se fija. Se trata de una repetición que escapa al orden significante, es decir, no solo de lo imposible de pensar, sino también de lo imposible de escribir.

Desde esta perspectiva, la repetición no es solo una estructura simbólica, sino que implica un punto de dystichia (desencuentro, tropiezo), un tropiezo inevitable en la experiencia subjetiva. Es precisamente aquí donde interviene el deseo del analista, al enfrentarse con un analizante que busca una explicación desde los significantes de su historia.

Esta distinción no solo se aplica a la práctica clínica, sino también a la evolución misma del psicoanálisis. Se parte de un momento inicial marcado por cierto optimismo, con el deseo de la histérica como paradigma y su correlato en la impotencia del Padre. Luego, en un segundo momento, se confronta un tope en lo real que emerge en la repetición. Es en este punto donde Lacan sitúa un margen de libertad, paradójicamente vinculado al malogro que conlleva el desencuentro.

lunes, 31 de marzo de 2025

La función fantasmática de la repetición

Allí donde la complementariedad del goce sexual es imposible, el fantasma surge como una satisfacción supletoria. Lacan, en su esfuerzo por formalizar esta imposibilidad, retoma el concepto freudiano de Lustgewinn (ganancia de goce) para explicar cómo el fantasma opera como un plus que compensa dicha carencia.

Esta ganancia de goce está íntimamente ligada al recorte significante y a la repetición, lo que lleva a una cuestión fundamental: ¿cuál es la función del fantasma en la repetición?

Por un lado, esta repetición puede transformarse en un exceso, una carga que sobrepasa al sujeto y que, en algunos casos, lo lleva a consultar a un psicoanalista. Es en este punto donde el psicoanálisis interviene: mediante el equívoco y el malentendido propios del significante, se puede desmontar la fijeza del fantasma y su rol en sostener lo imposible de la relación sexual.

Sin embargo, hay otra dimensión de la repetición que escapa a lo que puede conmoverse por la interpretación. Se trata de la repetición estructural, aquella que responde a lo que el significante “no cesa de no escribir”, es decir, a lo que persiste más allá del principio de contradicción.

Lacan se sumerge en esta problemática entre los Seminarios 14 y 15, trabajando con las tablas lógicas de verdad para encontrar una lógica que pueda abordar lo real. Desde esta perspectiva, el fantasma no es una simple formación del inconsciente, sino una escritura en sentido lógico, una articulación que sostiene dos dimensiones simultáneas:

  • Un valor de verdad, al inscribirse en la estructura del sujeto.

  • Un valor de goce, al operar como soporte de una economía política del goce, distribuyendo y fijando el exceso de satisfacción.

En este sentido, el fantasma no solo organiza el deseo, sino que también captura y obtura el goce, delimitando los modos en que el sujeto se engancha a su repetición.

El objeto del deseo y su lugar en el fantasma

El "Che vuoi?" del grafo lacaniano es la pregunta fundamental que interroga la posición del niño en el deseo del Otro. No se trata simplemente de un "¿qué quiere de mí?" en términos de un anhelo consciente, sino de un cuestionamiento más profundo: ¿bajo qué forma (como objeto a) el sujeto se constituyó como causa del deseo del Otro?

Este tránsito hacia la causa del deseo rompe con la noción de una infinitud del deseo tal como fue planteada en La instancia de la letra en el inconsciente..., donde se afirmaba que el deseo es siempre de otra cosa. Si el deseo nunca se satisface del todo, ¿qué lo detiene?

Aquí entra en juego la función del objeto a en el fantasma, pues proporciona un punto de fijación, un anclaje que permite orientar el deseo y darle consistencia. Es precisamente en esta posición de objeto donde se manifiesta la opacidad del deseo: el sujeto no sabe qué es para el Otro, y en esa incertidumbre se juega su relación con el deseo.

Un aspecto central de esta conceptualización del objeto es que desde el inicio está separado de las cosas del mundo. Esto permite plantear una pregunta crucial: ¿de dónde proviene este objeto?

Desde el comienzo, el objeto a supone un recorte respecto al cuerpo del niño, ya que es con su cuerpo que el niño se convierte en falo para responder al deseo materno. En este sentido, el objeto a es el precio que el sujeto paga en su paso por la castración, el costo que implica devenir un sujeto dividido.

Más adelante, en El Seminario 10: La angustia, Lacan reformula este objeto como el resto de la división subjetiva, un irracional simbólico que testimonia lo que no puede ser capturado completamente por el significante. Se trata de un resto viviente, una parte del cuerpo que sostiene al sujeto en su evanescencia, señalando lo que del ser escapa a la negativización y persiste como una marca irreductible de su existencia.

viernes, 28 de marzo de 2025

La temporalidad en el armado del fantasma

A menudo se asume que el tiempo no incide de manera evidente en la formación del fantasma, como si se tratara de una instancia fija, ajena a la diacronía y a la historia del sujeto. Esta concepción puede deberse a su ubicación en el grafo de Lacan, donde aparece como la última respuesta ante lo traumático de la falta en el Otro. Sin embargo, un análisis más profundo revela que el fantasma está intrínsecamente ligado a la historia del sujeto.

Para comprender esto, es útil recurrir a la estructura del grafo, con sus términos y relaciones. En el lado derecho se sitúan las preguntas del sujeto; en el izquierdo, las respuestas, donde se emplaza el fantasma como respuesta al deseo y a la castración.

Las diferentes instancias del grafo convergen en un punto clave: su función de resguardo ante lo real. Esto se manifiesta en el significante de la falta en el Otro, un matema que opera como energía libremente móvil y que enlaza lo real, lo traumático y lo económico. Se trata de un real vaciado de sentido, un impasse que desafía la consistencia misma de lo simbólico. Es precisamente en este punto donde la historia entra en escena.

El fantasma surge como una construcción que responde a la dialéctica entre el niño y el Otro. En esa relación, el niño se enfrenta con un enigma, con algo que resiste la comprensión y que encarna una dimensión de Otredad más allá de lo imaginable.

El ir y venir del Otro suscita en el niño una pregunta fundamental que introduce el deseo: ¿qué hay más allá de mí? La respuesta que ofrece el discurso es clara: lo que se desea es el falo. No obstante, esta respuesta no disipa la opacidad de la pregunta, sino que la sostiene mediante una mediación simbólica. Es en este punto donde el fantasma toma su lugar.

Por ello, en su formulación, el fantasma se estructura en torno a la incidencia de dos elementos fundamentales:

  • El menos phi (-φ), que marca la división del sujeto.

  • El objeto a, resto corporal que escapa a toda integración en la imagen.

De esta manera, el fantasma no es solo una estructura fija, sino una construcción atravesada por la temporalidad y la historia del sujeto, que le permite sostenerse ante la falta estructural que lo constituye.

jueves, 27 de marzo de 2025

La lógica del fantasma en el seminario 14

En el Seminario 14, Lacan introduce un abordaje particular del fantasma que permite hablar de una lógica del fantasma. En este momento de su enseñanza, se produce una formalización que busca establecer una lógica capaz de orientar lo real.

El losange que aparece en su fórmula captura lo esencial de esta construcción, plasmando relaciones lógicas de inclusión y exclusión. Al mismo tiempo, introduce una dimensión espacial, al indicar la mayor o menor distancia entre la posición del sujeto dividido y la del objeto a. Esta distancia, imposible de medir en términos convencionales, encuentra en la angustia un índice privilegiado.

Si tomamos en cuenta estas referencias lógicas, el losange cumple la función de delimitar un borde.

El problema fundamental que plantea esta lógica del fantasma radica en la existencia del sujeto, precisamente allí donde carece de un ser. Más aún, podríamos hablar de su ex-sistencia, término que enfatiza la incidencia de lo real en la división subjetiva. En este punto, Lacan introduce una distinción que tiene consecuencias diagnósticas y que remite a la cuestión planteada al final de De una cuestión preliminar…: la diferencia entre una existencia de hecho y una existencia de derecho.

La existencia de hecho es aquella que resulta de la preexistencia del lenguaje: hay sujeto en la medida en que hay un ser hablante. Aquí, la inscripción en el Otro cobra todo su peso estructural, más allá de la distinción entre neurosis y psicosis.

Por otro lado, la existencia de derecho o lógica introduce la dimensión del significante, la ley y la estructura del inconsciente como discurso del Otro. Este estatuto no se sostiene sin un vaciamiento previo, reafirmando así la lógica del fantasma como una articulación que hace posible la subjetividad en su división.

miércoles, 26 de marzo de 2025

La causa en psicoanálisis: entre la síncopa y lo inaprehensible

En psicoanálisis, la noción de causa se introduce a través de una síncopa, un corte que afecta la posición del objeto. María Moliner, en su diccionario, señala que el término "síncopa" proviene de una raíz etimológica asociada al acortamiento, al acto de cortar. En gramática, esto se vincula con el apócope, una reducción que modifica la estructura de una palabra.

Lacan, al abordar la causa, la vincula al “corte significante” que marca el cuerpo, refiriéndose a ella como una "tripa causal", una metáfora que resalta su relación con lo vivo, con lo que escapa a la mortificación impuesta por el significante. Esta idea subraya que la causa es, en esencia, inaprehensible, ya que se sostiene en la pérdida del objeto.

Aunque ciertos entramados discursivos permiten situar la causa, esta permanece fuera del alcance tanto de la razón simbólica como del conocimiento imaginario. Lacan la diferencia del "Nous anaxagórico", el principio filosófico griego que concebía la causa como un elemento elevado y organizador del universo. Mientras que en el pensamiento mítico la causa final estructura el sentido, en psicoanálisis la causa del deseo se liga a la estructura en términos de una necesariedad no garantizada, una formulación aparentemente paradójica.

El deseo se estructura en el fantasma, proceso que implica una síncopa del objeto, haciéndolo desaparecer u ocultándose tras la trama significante. Ante la falta de una causa final, el sujeto se posiciona desde la certeza: el "sujeto de la certeza" es aquel dividido por la causa, un punto en el que no hay vacilación subjetiva, lo que permite su abordaje. Esta certeza, sin embargo, no es la de la causa final mítica, sino el índice de lo real en juego, diferenciándose de la sombra de certeza que aquella ofrece.

viernes, 14 de marzo de 2025

El deseo, la máscara y la escucha analítica

Interrogar la eficacia de la práctica analítica implica considerar su relación con las dificultades, contradicciones y callejones sin salida que pone en evidencia. Lacan, en el Seminario 5, plantea que esta eficacia no radica en evitar el atolladero, sino en incluirlo y abordarlo a través del deseo. La práctica analítica no elude los obstáculos, sino que los toma como parte de su funcionamiento.

El deseo se desprende de una demanda que ha sido significada, pero su esencia no se reduce a un efecto de sentido. Se trata, más bien, de la incidencia misma del significante, lo que instala una divergencia entre la demanda y la necesidad. En este punto, el deseo se presenta como un resto: aquello de la necesidad que no ha sido absorbido por la demanda.

Para entrar en funcionamiento en el sujeto, el deseo requiere de una máscara. Esta máscara no solo vela u oculta, sino que también viste y muestra. Es solidaria de la ficción del significante, permitiendo articular lo que, en sí mismo, no es articulable. Por eso Lacan afirma que el deseo es su interpretación, ya que se sostiene en la máscara que lo estructura.

El síntoma, desde su emplazamiento en el grafo, es una de estas máscaras del deseo. Lacan resalta que el material del síntoma pasa por modas, señalando el carácter histórico del semblante. Así, el síntoma toma su forma a partir de los significantes disponibles en el Otro de cada época, mostrando cómo los cambios culturales afectan la estructura simbólica del sujeto.

La máscara, además, está vinculada al fantasma. No solo cubre, sino que revela a la vez que oculta. El sujeto, al sostener su máscara, mantiene una distancia frente a la castración del Otro, revistiéndose de un valor ilusorio.

Desde la práctica analítica, esto implica una escucha más allá de las manifestaciones evidentes. No basta con atender el motivo de consulta del paciente; es fundamental escuchar entre líneas. Esto significa descifrar las coartadas del sujeto, aquellas construcciones que le permiten eludir su propia relación con el deseo del Otro, la demanda y el goce.

Si la escucha analítica apunta más allá de la máscara, es porque busca situar la posición en la que el sujeto queda no solo comprometido, sino concernido. Esto abre la posibilidad de una torsión subjetiva: pasar de la posición de ser deseado a la de ser deseante.