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jueves, 25 de julio de 2024

La fortaleza histérica

 No es poco común encontrar hablar del hipotético yo fuerte del obsesivo, posición que, por supuesto, debe leerse como participando de lo defensivo del fantasma, respuesta a la castración.

Sin embargo, no es menos cierto que podríamos hablar también de una “fortaleza histérica”, llamémosla así.

El sujeto histérico fue una condición fundamental para el surgimiento del psicoanálisis. En la época de Freud las histéricas ponían en acto de un modo claro la división del sujeto, su evanescencia y de allí el valor patognomónico de los desmayos, como síntomas.

Esta parece ser una cuestión profundamente relevante y atinente a la época, ¿a consecuencia de qué el desmayo histérico ya no constituye una síntoma que define a la histeria? No puede decirse que ya no acontece en ningún caso, pero hay una incidencia que se perdió, y es atribuible, pareciera ser, a ciertas coordenadas actuales del Otro.

Concomitantemente a esto se vuelve patente cierta dominancia de síntomas obsesivos que, parece ser, hacen posible leer, a nivel de la posición del sujeto histérico, una posición asumida por el sujeto, que asemeja esa fortaleza de la que partimos.

Esa configuración del Otro a la que referimos implica un obstáculo a la dialéctica del deseo y determina, por ende, efectos a nivel de la operación de la castración.

Si, desde Freud, la posición del sujeto histérico conlleva una relación mucho más aceitada al deseo que en la neurosis obsesiva, una afectación en el lugar de ese deseo determina consecuencias en la posición del sujeto. Y eso es lo que podría llamarse la fortaleza histérica.

Consistiría en un reforzamiento de esa posición de ser el falo, refuerzo que atenta contra ese vínculo con el deseo. Leído así podría afirmarse que la fortaleza es el efecto de un reforzamiento de la represión, o también, a mayor represión más fálica se vuelve la posición subjetiva.

martes, 19 de septiembre de 2023

La nominación imaginaria (inhibición) en la neurosis obsesiva

Resumen: En el presente trabajo abordamos -en el marco de una investigación sobre las neurosis en el último período de la enseñanza de Jacques Lacan (1974-1981)- la neurosis obsesiva a partir de una las tres formas de anudamiento propuestas por Lacan en el Seminario 22 "R.S.I.": la nominación imaginaria. La misma nos permitirá realizar una relectura de la función de la defensa en la neurosis obsesiva en su relación con el yo, la consciencia-de-si y la inhibición. También nos dará una formalización nodal, la cual constituye una escritura que permite localizar diversos problemas clínicos propios de esta neurosis.
1. Introducción
En el presente trabajo abordamos -en el marco de una investigación sobre las neurosis en el último período de la enseñanza de J. Lacan- a la neurosis obsesiva a partir de una las tres formas de anudamiento propuestas por Lacan en la clase final de su Seminario 22 "R.S.I" (Lacan 1974-75, 13-5-75). Allí recurre al ternario freudiano de la inhibición, el síntoma y la angustia para destacar que cada uno de estos términos podría cumplir una función de cuarto redondel de cuerda que sostiene el anudamiento de los tres registros: real, simbólico e imaginario. A su vez -y precisamente por venir a cumplir con dicha condición- operan en la estructura nodal como "nombres del padre". Cada una ellas, por su parte, redobla a uno de los registros, distinguiéndose así una nominación imaginaria (inhibición), una nominación simbólica (síntoma) y una nominación real (angustia). Consideramos que estas indicaciones brindan una crucial herramienta formal para pensar la clínica de las neurosis -lo que ya hemos destacado en otro trabajo (cf. Godoy-Schejtman 2009a).

En el marco que aquí nos ocupa, indagaremos un modo privilegiado de anudamiento en la neurosis obsesiva. Si bien no es el único posible -ya que podemos pensar distintas respuestas del sujeto, particularmente, en el recorrido mismo de un análisis-, consideramos que constituye uno fundamental ya que el mismo se desprende de la lógica que atraviesa todo el recorrido de la enseñanza de Lacan referido a este tipo de neurosis. Se trata de la "nominación imaginaria" -la inhibición- que cumple dicha función de anudamiento al operar como cuarto redondel de cuerda que redobla, justamente, al registro de lo imaginario. Podemos concebir, a su vez, dicha nominación como aquella que define a la consciencia obsesiva, lo que hemos propuesto en otro lugar (cf. Godoy-Schejtman 2009b) y que aquí retomaremos.

2. El yo, lo imaginario y la consciencia-de-sí
Durante los años ´40 y ´50, Lacan diferencia a la histeria de la neurosis obsesiva valiéndose de una serie de ejemplos de gran riqueza clínica. Es así que se refiere a los "jeroglíficos" y "monumentos" (cf. Lacan, 1953, 270) de la histeria, en oposición con los "laberintos" y "fortificaciones" de la neurosis obsesiva (cf. Lacan 1949, 90). Los jeroglíficos implican una escritura que se ofrece al desciframiento, mientras que los monumentos destacan la relación del sujeto con la historia. Este último ejemplo fue utilizado por Freud al señalar que "los histéricos sufren de reminiscencias" (Freud 1909, 13) y compara a sus síntomas con el Charing Cross y The Monument de la ciudad de Londres. Por el contrario, los laberintos indican una estructura que presenta una lógica muy diferente. Son construcciones enredadas y confusas, con múltiples caminos que no llevan a ninguna parte y permanecen aislados de la salida. Las fortificaciones al estilo de Vauban (Lacan 1948, 101), por su parte, son planos defensivos multiplicados con formas estrelladas y en zigzag que constituyen defensas enmarañadas, muy difíciles de franquear. Estos tempranos ejemplos le sirven para distinguir las líneas de fragmentación funcional que manifiesta el síntoma conversivo histérico -como uno de los fenómenos de cuerpo fragmentado-, en contraposición con la unidad y fortaleza del yo obsesivo. De este modo, en el primer caso el sujeto padece la fragilidad del cuerpo que pierde su unidad al recortarse una función (recordemos, por ejemplo, el paradigmático estudio freudiano sobre las parálisis histéricas); mientras que en el otro, el sujeto queda atrapado el la rigidez de la ilusoria unidad de su fortaleza yoica. Se aprecia fácilmente la tensión entre fragilidad y fortaleza, entre la fragmentación y la unidad del yo; lo cual equivale a decir que la pantalla del yo en la histeria es bastante transparente y, por lo tanto, mucho más bajo el umbral que la separa del inconsciente (cf. Lacan 1951, 215).

Ahora bien, la fortaleza defensiva no deja nunca de ser un encierro. En efecto: "las plazas fuertes siempre tienen doble filo. Las construidas para protegerse del exterior son todavía más molestas para quien está dentro, y éste es el problema" (Lacan 1957-58, 440). Eso marca otra diferencia con la histeria. En ésta el objeto se sustrae, hace presente siempre un punto de fuga: ya sea del propio sujeto devenido objeto agalmático para el deseo del Otro o en su modo de afirmar el objeto de deseo (como en el célebre "quiero caviar pero no me lo den" de la Bella carnicera). Por su parte, lo que prima en el obsesivo es la propia jaula, la sensación subjetiva de estar inmovilizado, detenido (cf. Miller 2000, 16). Si se mueve, es dentro de esa jaula, de allí el rasgo característico de mortificación inhibitoria que se destaca en la clínica de la neurosis obsesiva.

Luego de establecer la importancia de la consistencia imaginaria del yo en la defensa obsesiva, el trabajo de Lacan apuntó, en los años ´50, a destacar su relación con la estructura del fantasma en su dimensión escópica (la de un espectáculo que se ofrece a un observador) y en su perspectiva oblativa (como respuesta a la demanda del Otro). En dicho fantasma, el sujeto sostiene un espectáculo en donde realiza "hazañas" dirigidas a un espectador ubicado en el lugar del Otro. Si bien parece correr innumerables riesgos, ninguno de ellos es verdadero ya que el sujeto no está allí implicado a nivel del deseo, sino que deja solo una sombra de sí mismo en el plano imaginario del esquema L, donde transcurren sus proezas. Es por eso que Lacan lo compara con un "actor" (Lacan 1956-57, 29), con un "domador de circo" (Lacan 1957, 435) o, incluso, con un clown (Lacan 1956-57, 30) que despliega su rutina de peleas paródicas. Es así que trata de demostrar 
"hasta dónde puede ir ese otro con minúscula que no es más que su alter ego, el doble de sí mismo, y todo esto delante de otro quien asiste al espectáculo en el cual él mismo es espectador. Pues, en cambio, él no sabe qué lugar ocupa, y esto es lo que hay de inconsciente en él" (Lacan 1956-57). 

Resulta fundamental entonces no confundir esos dos lugares: el del alter ego, el actor que realiza la hazaña en la cual, pese a las apariencias, no hay nada del deseo en juego, y aquel desde donde se observa el espectáculo
"Es desde el lugar del Otro donde se instala, de donde sigue el juego, haciendo inoperante todo riesgo, especialmente el de cualquier justa, en una consciencia-de-sí para la cual sólo está muerto de mentiritas" (Lacan 1960, 790-1). 

El sujeto busca observarse desde el lugar del Otro, se instala allí, trata de ver qué imagen le da al Otro y es así que queda atrapado en la misma, esclavo de ese amo que supone lo mira, desconociendo su propia instalación en ese punto. Mirada a la que debe apaciguar complaciéndola, demostrando -una y otra vez- su buenas intenciones en un trabajo esforzado, así como en el empeño que revelan sus proezas para sostener una imagen narcisista que atempere su exigencia. Pero también dicha posición es la de un esclavo que espera la muerte de ese amo para empezar a vivir; de ahí la ambigüedad esencial del homenaje que le dirige. Esta espera constituye un rasgo esencial de su detención temporal y revela la identificación que introduce una mortificación imaginaria.

La enseñanza de Lacan -partiendo de su teoría de lo imaginario y la función del fantasma- produce así un desplazamiento de lo que era la articulación entre el carácter obsesivo y el erotismo anal (presente en Freud y desplegada profusamente por los posfreudianos), al plano del yo en su estatuto imaginario y el funcionamiento escópico del fantasma. Esto no implica un rechazo de la importancia del erotismo anal -reelaborado por Lacan a partir de la relación del sujeto con la demanda del Otro- sino que ambas serán notablemente conjugadas entre los Seminarios 8 y 10 al señalar la función oblativa del fantasma obsesivo.

3. La inhibición y su función de anudamiento
El obsesivo supone en su fantasma una falta en el Otro, pero que podría ser colmada a través de una serie de objetos cesibles como "dones" -oblatividad- con los que respondería a esa demanda. Este es su modo de desconocer la castración del Otro a través de la reducción del deseo a la demanda. Ello le asegura su valor de falo imaginario para el Otro, el cual es equivalente a esa imagen idealizada que sostiene en la hazaña. Por eso 
"en el fondo de la experiencia del obsesivo hay siempre lo que yo llamaría cierto temor a deshincharse, respecto de la inflación fálica. En cierto modo, en su caso la función del falo no podría tener mejor ilustración que la fábula de la rana que quiere ser tan grande como el buey" (Lacan 1960-61, 293).

El control esfinteriano y la puesta en juego del objeto anal nos revela la relación del sujeto que cede una parte de su cuerpo -su "regalo"- porque el Otro así lo pide, obteniendo su reconocimiento amoroso y una ganancia narcisista. Es debido a esto que el don no se agota en la vertiente anal del objeto sino que implica también dar una imagen. Ambos planos se conjugan notablemente: el objeto anal es revestido imaginariamente por el falo en el plano escópico.

Ya en el Seminario 2 encontramos una indicación que va en esta línea y que destaca el costo de encierro que conlleva esta particular "solución" obsesiva: "en la posición del obsesivo todo lo que pertenece al orden del don está apresado en una red narcisista de la que no puede salir" (Lacan 1954-55, 325). Esto será retomado en el Seminario X: "aquello que él considera que aman es una determinada imagen suya. Esta imagen, se la da al otro. Se la da hasta tal punto que se imagina que el Otro ya no sabría de qué agarrarse si esta imagen llegara a faltarle... El mantenimiento de esta imagen de él es lo que hace que el obsesivo persista en mantener toda una distancia respecto de sí mismo, que es, precisamente, lo más difícil de reducir en el análisis" (Lacan 1962-63, p. 348).

Consideramos que, desde las formas de anudamiento de cuatro redondeles de cuerda presentadas en el Seminario 22, la inhibición, en tanto nominación imaginaria, es la que permite formalizar la captura del sujeto en esta imagen oblativa y su puesta a distancia, que llama también consciencia-de-sí. En el Seminario 24 dirá que la neurosis obsesiva es "el principio de la consciencia" (Lacan 1976-77, 11-05-77). Esta nominación anuda lo simbólico, lo imaginario y lo real pero al costo, entonces, de una inhibición.

La inhibición es definida, en el Seminario 10, como "la detención del movimiento" (Lacan 1962-63, 18). Detención que no hay que tomar en el sentido ingenuo -puesto que un obsesivo puede desplegar mucha actividad en sus hazañas-, sino en aquel por el cual la vida del sujeto está "frenada", "detenida" en lo que concierne a su deseo, sostenido por ello en la imposibilidad. Desde esta perspectiva, el deseo imposible mismo del obsesivo puede leerse como una consecuencia del anudamiento inhibitorio. Si la procastinación y la duda eran presentados por Lacan en su función de "rasgos de carácter del obsesivo", y no como síntomas, es porque estos testimonian una detención inhibitoria en el plano temporal. Esto mismo se redobla, en plano del pensamiento y el lazo social, con el aislamiento.

De las dos escrituras posibles de la nominación imaginaria en el nudo borromeo (I-ni-R-S y I-ni-S-R), consideramos a la segunda como más apropiada (I-ni-S-R), ya que ésta permite dar cuenta de lo que está en juego en la neurosis obsesiva: un desdoblamiento de lo imaginario que viene a colmar la falla en lo simbólico. Dicho desdoblamiento efectúa una coalescencia de la imagen del yo y el Otro, tal como lo destacaba el fantasma oblativo. Ésta es la modalidad más paradigmática de la defensa obsesiva frente a lo real. Podemos llamar a este anudamiento la "armadura obsesiva" pues sus "defensas tienen la forma de una armadura de hierro, de una montura, de un corsé donde detiene y se encierra, para impedirse acceder a lo que Freud llama en algún lado un horror desconocido a sí mismo" (Lacan 1959-60, 245).

Consideramos entonces que esta consciencia-de-si del obsesivo, producto del desdoblamiento de lo imaginario, puede abordarse como una detención inhibitoria que privilegia la dimensión temporal de la procastinación y la espera. Esto la diferencia de la fobia (un síntoma que organiza, en su función simbólica, la relación del sujeto con el espacio) o de la histeria (que encuentra en la huella significante la eficacia de su recorte corporal). Para defenderse del acto al que lo llevaría el deseo -el cual es sin Otro que lo observe y sin garantía-, se sostiene en una nominación que introduce una mortificación imaginaria. El obsesivo se "encadena" en esta nominación doblemente: sostiene lo que podríamos llamar con Freud una "salud aparente", mantiene trabajosamente a raya la irrupción de lo real en la angustia o el síntoma, pero al precio de quedar atrapado en esa imagen que ofrece -oblativamente- al Otro. El funcionamiento de la armadura obsesiva le brinda cierta estabilidad estructural, lo que Freud llamaba el "éxito de la defensa" o "carácter". Por el contrario, el encuentro con lo real que desanuda la nominación imaginaria produce el fracaso de la defensa, lo que podríamos llamar la neurosis "desencadenada". Podemos ubicar en ese borde la función del "embarazo" destacada en el Seminario X y retomada en relación a la neurosis obsesiva en Televisión. Es el efecto "cizalla" -un instrumento de corte- que "llega al alma con el síntoma obsesivo: pensamiento con que el alma se embaraza (s´embarrasse), no sabe qué hacer" (Lacan 1973, 88). El embarazo marca un despliegue de la inhibición en el vector de la dificultad, se encuentra en proximidad con la angustia y nos permite situar el punto en donde el sujeto que creía savoir faire con su imagen, se topa con un límite en el que su alma (que podríamos pensar aquí como equivalente a su "consciencia-de-si") no sabe ya qué hacer.

Esto permite -especialmente si el síntoma encuentra su partenaire en un analista- la histerización discursiva del obsesivo y la apertura del inconsciente. A partir de allí se abre la posibilidad a nuevas formas de anudamientos y reanudamientos -efectuados por otras formas de nominación- las cuales van escandiendo la dirección de la cura.

4.- El corte de la nominación imaginaria
De todos modos puede advertirse que, todo este escenario obsesivo y su espectáculo, intentará montarse transferencialmente en el análisis. El analizante narra como se observa a sí mismo y sus peripecias más o menos heroificadas, dando una imagen para el analista que lo observaría desde el palco, "trabajando" como esclavo para él, quien gozaría supuestamente del espectáculo. Es lógico entonces que las maniobras transferenciales propuestas por Lacan para la neurosis obsesiva apuntasen a desmontar, a producir un corte, en dicha escena. Buscaba la manera de ir en otra dirección de la que el fantasma obsesivo inercialmente fija. Este corte propulsó su búsqueda en torno a lo que se dio en llamar sus "sesiones cortas". La ruptura del rígido encuadre de los clásicos 50 minutos en los que lo había fijado la IPA. Para Lacan se trataba de una vertiente obsesiva de los analistas mismos que reforzaba la de sus pacientes. El corte -que puede ponerse en juego no sólo a través de la interrupción de la sesión- introduce lo no calculable, la sorpresa, la contingencia: "¿Cómo dudar entonces del efecto de cierto desdén por el amo hacia el producto de semejante trabajo? La resistencia puede encontrarse absolutamente desconcertada. Desde este momento, su coartada hasta entonces inconsciente empieza a descubrirse para él, y se le ve buscar apasionadamente la razón de tantos esfuerzos" (Lacan 1956, 303). 

Este "desconcierto de la resistencia" y el descubrimiento de su coartada -tal como lo llamaba en los años ´50- nos parece un buen ejemplo de lo que retomará luego, con mayor precisión en el Seminario 24, en términos de "perturbar la defensa" (Lacan 1976-77, 11-01-77). Ello constituye el corte mismo de la nominación imaginaria, algo que pone a prueba el deseo del analista para evitar el adormecimiento al que el obsesivo lo destina en el aburrimiento del palco al que dirige sus escenas.

Referencias bibliográficas:

1- Freud, S. (1896), "Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa". En Obras Completas, Ed. Amorrortu, Bs. As. 1976, T. III.

2- Freud, S. (1910), "Cinco conferencias sobre psicoanálisis", op. cit., T XI.

3- Godoy, C. (2006), -"La histeria histórica". En Memorias de las Jornadas de Investigación. Segundo Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR: Paradigmas, Métodos y Técnicas, Vol. XIII, Tomo II. Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Agosto de 2006.

4- Godoy, C. y Schejtman, F. (2009a), "Hacia el sinthome de la inhibición, el síntoma y la angustia". En Anuario de Investigaciones, Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2009. Vol. XVI.

5- Godoy, C. y Schejtman, F. (2009b), "La neurosis obsesiva en el último período de la enseñanza de J. Lacan". En Anuario de Investigaciones, Secretaría de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2009. Vol. XVI.

6- Lacan, J.; (1948), "La agresividad en psicoanálisis", en Escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984.

7- Lacan, J.; (1949), "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica". En Escritos 1, op. cit.

8- Lacan, J. (1951), "Intervención sobre la transferencia". En Escritos 1, op. cit.

9- Lacan, J.; (1953) "Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis", en escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984.

10- Lacan, J.; (1953-54), El Seminario, libro 1:"Los escritos técnicos de Freud", Ed. Paidós, Barcelona, 1981.

11- Lacan, J.; (1954-55), El Seminario, libro 2: "El Yo en la Teoría de Freud y la Técnica Psicoanalítica", Ed. Paidós, Barcelona, 1983.

12- Lacan, J.; (1956-57), El Seminario, libro 4: "La relación de objeto", Ed. Paidós, Barcelona, 1994.

13- Lacan, J.; (1957), "El psicoanálisis y su enseñanza", en Escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984.

14- Lacan, J.; (1960), "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente". En Escritos 2, op. cit.

15- Lacan, J. (1960-61), El Seminario, libro 8: "La transferencia", Ed. Paidós, Bs. As.

16- Lacan, J.; (1962-63), El Seminario, libro 10: "La angustia", Ed. Paidós, Bs. As., 2006.

17- Lacan, J.; (1975-76), El Seminario, libro 22: "R.S.I.", inédito.

18- Lacan, J.; (1976-77), El Seminario, libro 24: "L'insu que sait de l'une-bévue s'aile à mourre", inédito.

19- Miller, J.-A., A erótica do tempo, Ed. Latusa, Rio de Janeiro, 2000.


Fuente: Godoy, Claudio; Schejtman, Fabián "La nominación imaginaria en la neurosis obsesiva" Anu. investig. vol.17 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2010

miércoles, 27 de enero de 2021

¿En qué consisten la debilidad y la fortaleza del Yo?

Durante el primer año de vida en la diferenciación Yo-noYo. Luego, en la tolerancia o intolerancia a la frustración por temor a la pérdida de objeto. Después de los 3 años (antes de la represión del complejo de Edipo) la fortaleza está en en perseverar o renunciar a sus deseos en resguardo de las amenazas de castración o abandono. Y durante el análisis a descubrir que en sus síntomas se esconde una fortaleza, aunque, padecerlos debilite al Yo.

Uno yo fuerte puede estar forzado a aceptar renuncias pero sin reprimir los deseos. Se trata de un clarísimo y efectivo fin de análisis. Se levantaron represiones y la censura consciente toma el mando de lo que llega al polo motor. Por lo cual, los anteriores deseos reprimidos quedan simplemente en el terreno de las fantasías, buscan fuente, fin u otros objetos alternativos.

Por otro lado, a un yo fuerte no le interesa compararse con el ideal.

El enamoramiento debilita al yo, en la medida que el yo se empobrece para investir libidinalmente al objeto amado. Como el seudópodo de la ameba, pone el ejemplo freud. El enamoramiento es el único momento para Freud en el que el yo queda vaciado de libido, a diferencia de otras elecciones de objeto donde queda un resto de libido en el yo. El yo, en el enamoramiento, queda vaciado de libido y queda a expensas del objeto enamorado.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Narcisismo, Yo y Carácter.


Notas de la conferencia dictada por Víctor Iunger, el 19/06/2018.

Hay una polémica de los años ‘50 que Lacan tuvo con los psicoanalistas de la época. Él discutía fuertemente con la llamada psicología del yo. Los criticó de una manera sumamente certera, pero por otro lado descalificó bastante y en el medio cayeron conceptos, por ejemplo, el concepto de fortaleza del yo. Él discutía con el psicoanálisis americano, que tenía muy infiltrada la idea de un yo fuerte. No creo que fuera tan burdo como Lacan lo describía, pero en ese sentido fuerte quería decir exitoso, por ejemplo, Donald Trump sería un ejemplo de pase, de fin de análisis. El tema es que Freud habló muchísimo de la fortaleza del yo. A partir de Lacan, el concepto desapareció, aunque sabemos que a partir de la segunda tópica Freud presenta el concepto de fortaleza del yo. Vale la pena leer a Freud después de Lacan (no leer a Freud a través de Lacan) uno puede retomar estos conceptos y no quedarse en la discusión de los años ‘50.

El concepto de fortaleza del yo no tiene nada que ver con el éxito en la vida, el buen matrimonio, ganar mucho dinero. Estas cosas, que en algún momento incidieron en la práctica del psicoanálisis, no tiene nada que ver con los conceptos freudianos. En El yo y el Ello, Análisis terminable e interminable, en algunos lugares de Inhibición, síntoma y angustia, van a ver que Freud se ocupa del concepto de fortaleza del yo, pero de una manera metapsicológica. 

En primer lugar, Freud decía que el carácter pertenece al yo. ¿Pero qué es el yo para el psicoanálisis? En El yo y el ello, Freud planteaba que el yo era la parte más organizada del ello y al mismo tiempo era el representante del mundo exterior en el aparato psíquico. El concepto de aparato psíquico también está bastante defenestrado en el ámbito lacaniano. Decir que el yo es la parte más organizada del ello, nos hace ir al concepto de Freud de proceso primario y proceso secundario. El yo tiende a ser tributario del proceso secundario y el ello o el inconsciente, tiende a ser tributario del proceso primario. De hecho, el ello está determinado por el proceso primario: la parte inconsciente del ello. Supongo que ustedes tendrán suficientemente en claro que para avanzar en el concepto de inconsciente hay que avanzar a la segunda tópica freudiana, porque la primera tópica estaba basada en una distinción sobre la cualidad de consciencia y lo que Freud plantea en la segunda tópica, en El yo y el ello, es que dado que los procesos psíquicos no se reparten en su funcionamiento por la cualidad conciencia, el fundamento tiene que ser otro. Ahí llegamos a la segunda tópica, yo - elllo - superyó, y dentro del ello hay una zona que pertenece atada a la represión, una zona aparte del ello. Hay una enorme parte del ello que está en continuidad con el yo, es decir, no tiene límite preciso y que tampoco es consciente, por lo menos cualitativamente obviamente es inconsciente. Desde el punto de vista de lo que es la estructura, el inconsciente no es eso. El ello es básicamente pulsional. 

Si uno quiere hacer una rápida caracterización de qué define la segunda tópica freudiana, es justamente el hecho de que Freud va a asentar allí su teoría de la pulsión. Desde la perspectiva lacaniana, podemos decir que hasta ese entonces Freud se había ocupado de lo que era el aparato simbólico del sujeto, es decir, al trabajar sobre los conceptos de pensamiento inconsciente, representación inconsciente, representación de cosa, representación de palabra. Estaba escribiendo lo que Lacan llamó después la estructura significante simbólica del sujeto. Habiendo establecido eso, da la impresión que en El yo y el ello Freud resume su teoría del funcionamiento simbólico del aparato psíquico y se dedica a trabajar sobre el ello, el superyó y el yo. Freud pasa a darle muchísima importancia a lo pulsional. 

[pregunta]
El ello tiene, en la bolsa de lo reprimido, una propiedad parcial del ello. El resto es la estructura pulsional, si se puede llamar así. Es la configuración pulsional, aunque las pulsiones no son muy ordenadas. Es el plano pulsional del sujeto y es, sin un límite preciso, va a parar a la organización del yo. Entonces, el yo tiene esta característica:
  • Es una parte organizada del ello.
  • Es el representante del mundo externo del sujeto. En el esquema freudiano tiene la percepción y eso no se puede discutir. Freud decía que controla el acceso a la motilidad y estas 2 funciones son muy importantes. 
No se puede ignorar que el problema de las neurosis es que el yo “funciona mal”, es decir, que no cumple del todo una función que podríamos llamar estabilizadora. El yo obviamente está dividido, no se trata del yo exitoso, sino de que el yo funcione más o menos establemente, sino estaríamos muy complicados. Justamente, esto es lo grave de la psicosis:
  • que el yo no funciona. El sentido de la realidad no funciona. Hay una discusión con algunas corrientes psicoanalíticas con el tema de la realidad, pero hay que retomar esa idea. En la psicosis, lo más grueso e importante de esa patología es la pérdida de la realidad. Eso lo definió Freud y no se puede ignorar. No es maravilloso perder la realidad.
  • No funciona el proceso secundario.
El yo controla el acceso a la motilidad y tiende al proceso secundario. Pero este proceso secundario es relativo, sobre todo si uno se toma el trabajo de analizar un discurso cualquiera. De ahí, podemos pensar en toda la clasificación de falacias que propone la lógica, donde hay razonamientos que parecen verdaderos, pero que no lo son según las leyes de la lógica. El proceso secundario no es puro, sino que está infiltrado por el proceso primario. Por ejemplo, si todos los hombres son mortales, entonces todos los mortales son hombres. Esos razonamientos se encuentran todo el tiempo en los consultorios, y no es que sean tontos o no estudiaron lógica, sino que el proceso secundario tiene bemoles. No se razona exactamente así. Y a veces se llegan a exageraciones como que 2 más 2 es 7. 

El yo tiene que mantener un equilibrio entre el superyó, el ello y el mundo externo. En la teoría lacaniana, Lacan trabajó sobre los 3 registros (real, simbólico e imaginario) y usó la teoría de los nudos que en psicoanálisis se usa de manera elemental. En el seminario El sinthome, Lacan planteaba que el ego sería un cuarto anillo que sostiene a los otros 3. Esto es muy interesante, porque ese ego es el yo. El yo freudiano es el yo que era el encargado de mantener la relación entre lo real, lo simbólico e imaginario. Yo escuché decir a un psicoanalista afamado que decía que no hay una teoría de lo real en Freud. Bueno, si la teoría de lo real es nombrar a lo real, no la hay, pero Freud se ocupó muchísimo de lo real: el ombligo del sueño; la pulsión, que es esencialmente real desde la fuente hasta la carga, la meta y el objeto. La médula de la pulsión es real. En todo caso, el aparato simbólico del sujeto tiene que equilibrar con las pulsiones. La pulsión pura es un problema severo. 

Otro aspecto del yo es lo que señala un lingüista, Benveniste. Él se encargó de la subjetividad, pero no se trata de la misma subjetividad del psicoanálisis. El sujeto del que él habla es sujeto de la consciencia, que para el psicoanálisis ese sujeto no es el de que se trata. Si bien Lacan se apoyó muchísimo en Benveniste, él dedica la primera parte de Subversión del sujeto para dislumbrar su concepto de sujeto del concepto del je de la lingüística, que implica, sin mencionarlo, a Benveniste. Este lingüista abrió una puerta muy importante, porque él define que una de las funciones más importantes de la conciencia es tener la experiencia de continuidad en el tiempo y el espacio. Nosotros vivimos en el tiempo y el espacio, como un eje de coordenadas. No nos damos cuenta ni lo pensamos, pero es como si uno viviera en un mundo cartesiano de 3 dimensiones. Si a nosotros no nos funcionan los ejes de coordenadas, ya sean coordenadas cartesiana, euclídeas, real-simbólico e imaginarias, si no funcionan, ¿qué sobreviene? El ataque de pánico. El pánico es el terror que sentimos al perder los ejes de coordenadas que ordenan la experiencia. El yo se mueve en esos ejes de coordenadas, uno puede pensar en real, simbólico imaginario anudados por el ego, como dice Lacan en El Sinthome. O puede pensarlo, en términos de El yo y del ello, por el lado de los vasallajes del yo. Aprendimos que el yo se somete al ello, al superyó y al mundo exterior. En realidad, hay que leerlo al revés. La potenia del yo le permite lidiar con esas 3 cosas. Es una doble cara del asunto, hay que poder pensar que el yo también tiene una potencia y de ahí viene el concepto de fortaleza del yo.

Un yo fuerte para Freud es un yo investido pulsionalmente, es decir, con una fuerza que deviene de la pulsión, una fuerza trabajada por el aparato psíquico al servicio del sujeto. Ese yo que está investido pulsionalmente, también tiene un aparato simbólico que funciona como corresponde, es decir, tiene un aparato significante. Cuanto más disponga ese yo de la pulsión trabajada por el aparato simbólico -el análisis, en definitiva, consiste en eso- ese yo va a tener mayores posibilidades de sostenerse en eje, ya sea la estabilidad real, simbólica e imaginaria, o la estabilidad entre el mundo externo, el superyó y el ello. Como se darán cuenta estoy cabalgando entre las teorías de Freud y Lacan, hay que poder pensar de esta manera recordando que Lacan fue profundamente freudiano. Veamos otro concepto, la resistencia. ¿De quién es la resistencia, del analista o del yo del paciente? Freud descubrió la resistencia a partir de verla en los tratamientos, gracias a lo cual descubrió la represión. Posteriormente, apareció Lacan a decir que la resistencia era del analista. Hay que entender que él estaba debatiendo con una concepción difundida del psicoanálisis de su época, que tiraba todos los parámetros del análisis sobre el paciente y lo responsabilizaba de todo lo que ocurría en análisis. Obviamente la resistencia fundamentalmente es del paciente, la resistencia es hacia el discurso. Estas cosas son las que hay que volver a pensarlas de vuelta. 

La psicología general se ocupó de una parte de las funciones del yo, con un problema grave: no toma en cuenta que ese yo está incidido fuertemente por el inconsciente y por la pulsión. es decir, cuando a alguien le toman un test de inteligencia, no está tomando en cuenta que a veces ese yo del sujeto no funciona bien porque el yo no es autónomo. Esto del yo autónomo es lo que sostenían las corrientes americanas y decididamente no es así. El tema es cómo un análisis puede lograr que un yo funcione con mayor autonomía. Porque el yo es el encargado de la relación del sujeto con otros y con la realidad, pero no es autónomo. Por eso hay que pensar la consciencia de una manera distinta. Freud decía, en uno de sus trabajos, que la consciencia es poca cosa en tanto el funcionamiento del aparato psíquico. Se trata de una cualidad que se la puede adjudicar muy parcialmente y en pequeña medida a la función psíquica. Freud dice que aún así, es lo único que tenemos. Ahora, una cosa es la consciencia no trabajaba por el análisis y otra cosa es la consciencia de alguien que atravesó un análisis suficientemente. Una cosa la conciencia ingenua y otra es la conciencia que sobreviene al trabajo analítico. Y sin esa conciencia no podemos funcionar. El advertimiento sobre el inconsciente es lo que se logra con una consciencia trabajada por el análisis.

El yo no es solamente el yo del narcisismo. El narcisismo es un concepto estructural, constitutivas del ser humano. Si no tenemos una estructura narcisista que funcione razonablemente bien, estamos en la psicosis. La función del narcisismo tiene mucho que ver con el amor del sujeto por su vida. Hay dimensiones que no están en la teoría psicoanalítica, como la dignidad. Hay un narcisismo estructural sin el cual el sujeto no puede funcionar. El amor narcisista del sujeto por sí mismo es el amor internalizado de sus padres a través del superyó freudiano, que no es el superyó de Lacan. Ese superyó internalizado, amando al sujeto es la fuente narcisista y es una cosa absolutamente necesaria en la vida de un sujeto.  El narcisismo puede fallar para el lado del extremo (soberbia) o una narcisismo que va para el lado de la paranoia. Es un narcisismo que aísla el yo, en todo sentido. También está el narcisismo quebrado. El narcisismo quebrado se advierte en las personas frágiles, ¿pero por qué se puede quebrar el narcisismo? Lo que rompe el equilibrio entre la dimensión pulsional y la dimensión del yo. Hay una cierta estabilidad, que hay que evaluar en el caso por caso por qué se rompe. El psicoanálisis intenta no tomar nada que no venga del propio sujeto. Cuando analizamos, no aplicamos la teoría psicoanalítica o al menos tratamos, porque estamos atravesados por ella. La teoría tiene que estar al servicio de escuchar el discurso. Ej. Un paciente entabla relaciones con mujeres más grandes. Uno podría pensar que se trata de algo con la madre, pero resulta que él salía con este tipo de mujeres porque le resultaba más fácil de abordar. 

Si uno quiere aprender psicoanálisis, hay que leer 2 cosas: 1) La interpretación de los sueños, porque a la letra es como se tiene que trabajar. 2) El caso Lucy, porque a pesar de las limitaciones de Freud de esa época, él muestra cómo trabajó al pie de la letra todo lo que Lucy le decía. Yo no conocí un historia de Freud donde apareciera con tanta claridad esto. En esa época, estamos en el marco de la salida de la hipnosis de Freud. Freud le agarraba la frente y le decía que lo que se le va a pasar por la mente, eso vale. 

En los años ‘16 y ‘17 Freud tuvo una serie de conferencias. En la Conferencia 32 dice, acerca del carácter, que el carácter del yo está formado por las identificaciones. Esto lo dice en las conferencia 32, pero lo desarrolla en El yo y el ello. Dice que el carácter es el precipitado -yo agrego- de identificaciones en el yo del sujeto, por las operaciones de identificación como consecuencia de los vínculos que persisten cuando el objeto estaba resignado. Veamos:

De pasada, nos detendremos aquí un instante. Sin duda ustedes ya habrán supuesto por sí mismos que eso difícil de definir que se llama carácter es atribuible por entero al yo.  El carácter es atribuido al yo.

Tenemos asido algo de lo que crea a ese carácter. Sobre todo, la incorporación de la anterior instancia parental en calidad de superyó, sin duda el fragmento más importante y decisivo; luego, las identificaciones con ambos progenitores de la época posterior, y con otras personas influyentes, al igual que similares identificaciones como precipitados de vínculos de objeto resignados. 

Fíjense cómo el yo está constituído pulsionalmente. La fuerza del yo, el yo fuerte, es el yo muy investido por la energía pulsional a partir de la pérdida de los objetos. La historia pulsional está inscripta y guardada en la estructura de carácter del yo.  Dice Freud, entonces:

Agreguemos ahora, como un complemento que nunca falta a la formación del carácter, las formaciones reactivas que el yo adquiere primero en sus represiones y, más tarde, con medios más normales, a raíz de los rechazos de mociones pulsionales indeseadas.

El tema es el siguiente: el carácter es una instancia de base, podríamos decir por la organización del sujeto. De esta manera, en el carácter está tanto la dimensión yoica como las dimensiones pulsionales del ello y el superyó. Y eso constituye una especie de basamento que Freud relaciona con las represiones primordiales. El carácter es algo muy de fondo en la estructura del sujeto y si uno piensa cómo se puede llegar a manifestar el carácter en un análisis, el carácter suele manifestarse como la fuente más dura de resistencia del sujeto. Eso no es ni bueno ni malo, sino simplemente es así. Los rasgos de carácter son los anclajes que tienen las resistencias del sujeto. Si uno quiere atravesar la estructura psíquica de un sujeto en un análisis, se va a tener que confrontar con todo lo que el sujeto es más resistente y Freud lo relaciona con la represión primaria. Más aún, en Inhibición, síntoma y angustia habla de represiones primarias, en plural. Lo importante es que esta es la fuente principal de la resistencia. Esos rasgos de carácter son puestos al servicio de la resistencia en el análisis. 

Se pueden hacer cosas con el carácter. Una cosa son los síntomas en la neurosis y otra cosa es la neurosis de carácter. El problema con los rasgos de carácter es que el sujeto está íntimamente vinculado con eso. Más aún, es todo un trabajo separar el ser de los rasgos: yo soy tal cosa. Ya Aristóteles decía que una cosa era el ser y otra cosa eran las cualidades. El ser no tiene cualidad y eso es el concepto de sujeto. Es un soporte de las cualidades, pero no tiene una cualidad. Separar al ser de la cualidad del ser es plantear la posibilidad de cierta libertad en la estructura de la vida de alguien. Y además, algunas cosas se pueden hacer con el carácter, pero lleva mucho tiempo de análisis. En ese texto están las variables para que un análisis pueda llegar a buen puerto. Un análisis completo es imposible de pensar.

En cierto modo, las cualidades de un sujeto, a partir de los rasgos de su vida pulsional resignada como identificaciones en el yo, todo eso, es pasible de análisis. Lo que ocurre es que el carácter es algo muy sostenido por el sujeto, salvo en los puntos donde queda la posibilidad del síntoma. El síntoma se diferencia del carácter porque el sujeto se quiere sacar el síntoma de encima. El sujeto lo sufre y siente que le es ajeno y quiere resolverlo. El carácter está en la forma del sujeto.

Neurosis de carácter. Es cuando el carácter empieza a generarle problemas al sujeto. Se sintomatiza. Se suele decir que el carácter es egosintónico, según la psiquiatría. En cambio el síntoma es egodistónico. El carácter puede llegar a producir malestar; inclusive, un análisis empezó siendo de los síntomas, siguió siendo de la neurosis y terminó siendo un análisis de carácter. 

Diferencia entre síntoma, neurosis y estructura. Existe el síntoma fóbico, la neurosis fóbica y la estructura fóbica. O la estructura obsesiva, la neurosis obsesiva y el síntoma obsesivo. Son 3 dimensiones distintas. La neurosis se borró de la historia conceptual del psicoanálisis. No se distingue actualmente neurosis de estructura. Y nosotros analizamos los síntomas de la estructura. A mi me parece que hay que rescatar el concepto de neurosis, porque una cosa es la estructura que tenemos y podemos llamarla neurótica cuando tiene una cierta estabilidad. Otra cosa es cuando se sintomatiza. 

En Análisis terminable e interminable, Freud planteaba que la posibilidad de llevar un análisis a buen término dependía de 3 factores: 
  1. El trauma. Lo que había causado en el momento una problemática que lleva a la persona a analizarse.
  2. La fuerza pulsional.
  3. Lo que mal se tradujo como alteraciones del yo. La traducción exacta es “modificaciones del yo”, porque cuando Freud habla de la formación del carácter, dice que las alteraciones del yo forman parte de la estructuración del carácter. Las alteraciones del yo como consecuencia de la fuerza pulsional. 
Freud dice que para poder trabajar sobre esta cuestión, bajo qué condiciones puede un análisis ser exitoso, dice que depende de estos 3 factores pero que de última instancia se trata del factor cuantitativo y hay que recurrir a la bruja (la metapsicología). Freud dice que puso mucho el acento sobre las dimensiones tópicas y dinámicas, y no tanto sobre lo económico. La cuestión es un balance entre las fuerzas pulsionales y el yo. Cuando ese equilibrio se rompe, sobrevienen los síntomas. 

Ruptura del esquema corporal: compromete al narcisismo. Por ejemplo, con la edad. Cuando se produce esta ruptura, tambien surge el narcisismo. Seguramente ustedes atendieron casos en donde el paciente sufrió de bullying cuando eran chicos. Ahí se ve como queda dañado la relación del sujeto consigo mismo. Este concepto de esquema corporal habría que incorporarlo también al psicoanálisis. Muchas de las cosas que suceden como sufriemiento o malestar son consecuencias narcisistas, injurias traumáticas sobre características yoicas. Es muy interesante el análisis de este tipo de pacientes cuando llegan, porque suelen estar convencidos de que el mundo tiene razón. A veces se sorprenden cuando alguien les pregunta qué significa el insulto con el que se describen, por ejemplo. Decir que alguien no trabaja por vago es un insulto, no una explicación. Ahí uno se encuentra con cosas muy notables. Son trabajos que tocan no solamente cuestiones del carácter, aunque estas cosas quedan incorporadas al carácter.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Superyó: una formación patológica.

Por José Treszezamsky.

Desde los orígenes del psicoanálisis sabemos que el superyó está presente en la génesis de los síntomas neuróticos. Ya se insinuaba como voluntad contraria en el “Caso de Sugestión Hipnótica” (1892-3) .

El superyó, se fue convirtiendo en un concepto básico: 
• interviene en el hipótesis del conflicto psíquico, 
• es condición de las defensas y de lo inconsciente reprimido, 
• es el destino final del narcisismo, 
• es producto del trauma al final del complejo de Edipo y por lo tanto representante de la sexualidad infantil, 
• tiene su forma particular de acuerdo a los puntos de regresión, 
• es lo que hay que hacer fundamentalmente consciente en la escena transferencial, 
• es la principal resistencia al progreso del proceso psicoanalítico. 

Se suele caer en el error de considerar al superyó como protector recurriendo fundamentalmente a dos referencias de Freud: una en El yo y el Ello y otra en el artículo sobre el humor. 

En El yo y el ello está claro que la condición para que el yo atribuya su supervivencia al superyó es haber retirado la libido de sí mismo. Es decir, sólo el yo en posición melancólica puede, debido a la regresión a la época de la extrema indefensión e inermidad, atribuirle al superyó la función protectora y salvadora que al comienzo recayó sobre los padres. Si no entendemos así lo que ocurre entre ambas estructuras psíquicas, caería totalmente la construcción particular que se ha hecho para entender el yo normal a partir de la melancolía. Aclaro, no es el superyó el bondadoso sino que el yo le atribuye dicha bondad porque considera su supervivencia una misericordia de la instancia crítica. 

Dentro de la nueva teoría instintiva, ubica con preferencia al instinto de muerte en el superyó, como su caldo de cultivo, el sector donde impera irrestricto. Se suele decir que eso ocurre sólo en la melancolía, pero no hay ningún lugar donde se señale que algo de libido es colocada en el superyó, y, repetimos, es justamente esa patología el modelo de la relación del superyó con el yo aún en la normalidad. La relación del yo con el superyó es por medio de los sentimientos de culpa, los sentimientos de inferioridad (en última instancia, moral) y por medio de la angustia (la angustia como un castigo del superyó). Todo el accionar del superyó apunta a la separación, a la destrucción, a la desvitalización, expresados clínicamente como compulsión a la renuncia (por prohibiciones) y a sufrimientos (como castigos). 


En El Humor, (1927) nos encontramos con varias dificultades en los intentos de poder entender distintas situaciones a la luz de la llamada segunda tópica. Menciona la situación en que yo y superyó confluyen tanto que son indistinguibles: está claro, estamos en el campo de la manía. Continúa recordando la diferencia entre amor y enamoramiento, en el cual el yo se empobrece a costas del ideal del yo. Recuerda la alternancia entre melancolía y manía; considera a esta una emancipación del yo de la gran presión del superyó. Y estas elucidaciones son el preámbulo para relacionar al superyó con el humor, cuyo modelo patológico toma de la manía. Así el superyó del humor sigue rechazando la realidad y manteniendo una ilusión, un engaño. Sin embargo el yo en estado humorístico desprecia la severidad del superyó. Salvando las distancias, se observa en situaciones sociales de gobiernos autoritarios, el humor es un arma principal contra la opresión: sirve para bajarla del pedestal. Freud sigue en esa época tratando de ubicar sus objetos de estudio en la nueva teoría de la estructura del psiquismo y por eso confiesa llanamente que “todavía tenemos que aprender muchísimo acerca de la esencia del superyó”. Es que acaba de entender que el superyó habla de manera cariñosa y consoladora al yo amedrentado, pero pienso que no es eso lo que observa cuando saca sus enseñanzas de la patología, porque, recordemos: ""Sólo nos aventuramos a formular un juicio sobre lo normal cuando lo colegimos en los aislamientos y deformaciones de lo patológico" y teniendo en cuenta esto formuló la idea de que en la manía el yo ha sido devorado por el superyó, se borraron los límites, en todo caso el yo comparte con el superyó la idealización, y la supuesta grandeza del yo consistió en haberse sometido totalmente a sus mandatos. En el humor el yo que le quita peso al superyó, se burla de él y de sus castigos y sus prohibiciones. 

El artículo termina diciendo que si en el humor el superyó consuela al yo y lo pone a salvo del sufrimiento es porque coincide con su origen en la instancia parental. Esto debió dar lugar a malentendidos ya que Freud se vio precisado a aclarar que el superyó sólo ha tomado de los padres los aspectos prohibitivos y castigadores, no los protectores. Por otro lado, en dicho artículo se reconoce que no todos los hombres son capaces de humor, ¿y quienes son incapaces? La respuesta se nos hace evidente: aquellos que tienen un superyó especialmente severo. ¿Debemos llegar, por lo tanto, a la conclusión de que existen superyós severos así como bondadosos? ¿No sería eso desprendernos de la melancolía como prototipo del alma humana, de la relación del yo con el superyó en las personas normales? ¿Deberíamos finalmente concluir que un superyó menos severo es un superyó bondadoso? 

Antes y luego de estos trabajos no aparece ninguna mención de Freud al tema, y más aún, en toda su obra publicada limita sus funciones sólo a prohibir y castigar. En un trabajo anterior señalé que en Moisés y la religión monoteísta y El Presidente Wilson Freud siguió la línea que Garma había marcado en 1931 acerca del superyó en las psicosis, quién por otro lado, no hace más que seguir una línea a su vez freudiana desde la temprana época en que introdujo el “avasallamiento del yo” en las psicosis. 

El superyó es el fruto del mayor trauma de la vida sexual infantil, y como tal compelerá a repetir la situación traumática. En Inhibición, síntoma y angustia Freud aclara que se le da demasiada importancia al papel del superyó en la génesis de la represión, y no se tiene en cuenta lo suficientemente al factor económico, el factor cuantitativo: el trauma. Al final de la guerra ya había dicho que la represión es una neurosis traumática elemental, y de ese modo podemos ver cómo confluyen la explicación estructural (superyó, condición de la represión) y económica (trauma) en la génesis de la represión. Es por su origen traumático que el superyó compele a repetir el fracaso de la vida sexual infantil. Y como toda compulsión es sentida como un mandato interno, una orden o una prohibición. 

El superyó no sólo se origina en un trauma sino que también es el principal factor de inducción al trauma. Si las representaciones preconscientes de expectativa forman parte del aparato protector contra estímulos, es decir, una defensa normal contra los traumas; el superyó, al demandar el desalojo del preconsciente de ciertas representaciones deja al aparato protector más inerme, quitándole representaciones que podrían ser ligadas a los estímulos que arriban al psiquismo y evitar así el trauma.

El superyó como heredero del narcisismo infantil, él mismo es un valor narcisista y en este tipo de pacientes se nota la entrega del yo al ideal. El valor de ideal que se atribuye a los hijos se basa en que se supone que son carentes de sexualidad, eso es His Majesty the Baby, unos angelitos. Ese es el logro de la perfección. O dicho de otro modo, la sexualidad, la diferencia sexual, es lo imperfecto. El superyó, en tanto es un imperativo de lograr la perfección, compele a la renuncia sexual, a la renuncia de la diferencia sexual. 

Superyó y psicosomática: Un chiste habla de un judío a quién un amigo le pregunta ¿Cómo estás? y obtiene la siguiente respuesta: Y, ya lo ves, el juanete inflamado, la cintura sin poder moverla, el hígado me patea, el estómago está que arde y yo mismo no me siento del todo bien. Nos encontramos en la disociación cuerpo/mente. El superyó, originado según la construcción psicoanalítica en la prehistoria como consecuencia de la muerte del padre por asesinato, al cual contribuyen todos los hermanos, compele a que nadie quede afuera de esa comunidad de culpas. Ahí, frente a ellos, está, por un lado, el cadáver inanimado y por el otro, el recuerdo vivo de su padre en su propio psiquismo, ahora culpógeno, castigador- instigando al castigo. Este es el origen de la disociación cuerpo / mente: el origen de la mirada psicosomática. Esta disociación va disminuyendo en un tratamiento psicoanalítico aunque siempre permanece ya que el que tiene superyó tiene dicha disociación. Psíquico quiere decir que tiene sentido e historia (prehistoria, digamos), sentido e historia que están presentes en la disociación psicosomática. 

Superyó necesario y estructurador del psiquismo. El superyó tiene un efecto más bien desestructurante del psiquismo como consecuencia de la inducción a la represión y la sublimación. El hecho de que sea inevitable su aparición en el ser humano no debe inclinarnos a considerarlo necesario o útil. El trauma del nacimiento también es inevitable y no por eso deja de ser un trauma. Hay un peligro de terminar enalteciendo al superyó con esa equiparación entre inevitable y necesario o adecuado a fines. Sabemos del alejamiento que provoca con respecto a la realidad, una verdadera desrealización y despersonalización, lo que lo coloca sin dudas en el rol de alejarnos de la realidad y de la posibilidad de defendernos de peligros y de encontrar objetos de la satisfacción. 

¿Es el Superyó como protector social?: Ni en “La moral sexual civilizada y la nerviosidad moderna”, ni en “Totem y Tabú”, ni en “Malestar en la cultura”, se puede ver el aporte del superyó a la vida en común. Esta se debe a lazos eróticos, y justamente el superyó los prohíbe, siendo un factor importante en el fanatismo y en el rechazo de las diferencias, empezando con las sexuales. Formular que la civilización se erige gracias a la represión permite la infiltración de una ideología superyoica, y soslaya el hecho básico de que lo que construye la civilización es Eros que retorna a pesar de la represión inducida por el superyó. Sin embargo es llamativamente atractiva aún en los pensadores psicoanalíticos, en una lectura superyoica, rescatar la contribución del superyó y la represión a la vida social y a la civilización. 

Superyó y sublimación: Es lógico que el superyó induzca a la sublimación con más interés que a la represión, pues en esta última la sexualidad sigue deseando su satisfacción por medio de los síntomas (de ahí la vergüenza que tienen los analistas de tener síntomas neuróticos) mientras que en la sublimación se intenta alcanzar una desexualización de la libido. Si en un momento creimos encontrar en ese camino una solución al conflicto entre yo y superyó, descubrimos luego que la sublimación empeoraba la situación, pues al desexualizar la libido, ésta tenía menos capacidad de neutralizar el instinto de muerte, llevando a la civilización a la búsqueda de ideales más elevados, con su consecuencia de nacionalismos y fanatismos y rechazos a las diferencias, y por lo tanto a un incremento de la actividad del superyó: vamos así, a la barbarie por el camino de la civilización. 

No hay patología carente de superyó. Éste se puede manifestar consciente o inconscientemente, o, regresivamente aparecer en el medio ambiente crítico ante la conducta de un individuo narcisista, pero está en todo cuadro clínico, quedando a nuestros esfuerzos de investigadores poder hallarlo y describir su funcionamiento en cada cuadro clínico. Si hubiese alguna persona sin superyó podría recordar su infancia y hacer desaparecer el manto de olvido sobre el pasado infantil. 

Por distintos caminos los analistas se han ingeniado para buscar rescatar, salvar, reivindicar, la figura del superyó. Se le ha atribuido el contacto con la realidad, la posibilidad de la vida en sociedad, la representación de los valores “más elevados” del ser humano, la salud psíquica, etc. Así se cae en un desvío teórico peligroso por las consecuencias prácticas. Una interpretación "SUPUESTAMENTE FREUDIANA" que esconde una falacia de la que debemos percatarnos. Este desvío es funcional al superyó, deja sin analizar el núcleo de lo patológico, ahí donde el superyó hunde sus raíces, perpetuando la culpa inconsciente. Dejando sometido al yo al imperativo categórico del superyó. 

Ligada con este modo de comprender al superyó se encuentra la hipótesis de que en ciertos cuadros clínicos hace falta un refuerzo de la represión. Eso significaría directamente ir en dirección justamente contraria al objetivo del psicoanálisis. Se entiende que si se refuerza la represión desaparezcan la angustia y los síntomas, entendemos que estas manifestaciones son un fracaso de la represión, pero considerar entonces que la meta nuestra es reforzar las defensas es volver al estado de “salud aparente”, esa desaparición de la angustia que se consigue con los psicofármacos ansiolíticos. En una mesa de discusión en un grupo de psicoanálisis por vía de correo electrónico sobre patologías donde supuestamente había fracasado de la represión se proponía enfocar el tratamiento en la dirección de reforzarla. Mi pregunta se dirigió a la técnica psicoanalítica: Hay dos modos de reforzar la represión: 
a) aumentando el sometimiento masoquista del paciente al analista y 
b) provocando un trauma en la sesión; entonces, ¿cómo se lleva a cabo esto? Se imaginarán que no se pudo resolver la cuestión.

Se suele malinterpretar este camino de comprensión psicoanalítico como una cruzada antisuperyó. Es un error surgido de una toma de partido a favor del superyó y del sentimiento de culpa. Huelga aclarar que no hay manera de eliminar al superyó, ha quedado como marca de la prehistoria filogenética e individual, y todo nuestro trabajo apuntará a las extraordinarias consecuencias que brotan de un hecho aparentemente tan restringido: el levantamiento de las represiones. 

El haber utilizado la expresión “instancia parental” llevó a Freud a la necesidad de diferenciar al padre y el superyó. Al padre, el niño lo toma como un modelo, como un protector, como un ideal, como un auxiliar, como un objeto de amor y como un rival. 

Con el superyó, el yo se relaciona de tres modos: por medio de sentimientos de culpa o su equivalente la necesidad de castigo por ejemplo en los síntomas; por sentimientos de inferioridad que son el modo en que el yo percibe cuán distante está de ser un ideal y finalmente por medio de la angustia vivida directamente como castigo.

Para terminar una última consideración acerca del cambio psíquico luego de un tratamiento psicoanalítico exitoso en la medida de lo posible teniendo en cuenta tantas variables de ambos lados: a diferencia de muchos autores que se han referido a la mayor tolerancia y benevolencia del superyó luego de un análisis, observamos en todos los casos que eso no ocurre, y que el resultado conseguido luego de un análisis es hacer al yo menos sometido a su propio superyó. No se consigue un superyó más benigno, sólo se consigue un yo más consciente, con más fortaleza como resultado de una ampliación (“engrosamiento”) de su territorio y sus recursos, con más representaciones para ligar los estímulos y por lo tanto con su aparato protector contra los traumas reforzado, más advertido de las prohibiciones que pesaron sobre él y a las cuales se ha sometido masoquísticamente desde su infancia lo cual fue descubierto y elaborado en el análisis en la relación con el analista. En fin, de acuerdo a la última formulación de la clásica meta del tratamiento psicoanalítico, la de hacer consciente lo inconsciente, el trabajo apuntará a hacer al yo más independiente del superyó lo que deja más libido disponible para gozar y más energía para hacer. 

En la experiencia clínica de cada uno de nosotros se corroboran los descubrimientos freudianos sobre el origen y la función de esta instancia psíquica particular y la importancia excluyente que tiene en todo conflicto psíquico y por lo tanto se entiende la idea de Freud de que si no se hace intervenir el factor moral en la explicación de la neurosis estamos en un terreno anterior a la aparición del psicoanálisis. 

Para concluir: seguimos manteniendo la afirmación freudiana de que estamos demasiado inclinados a considerar normal la transformación de una compulsión externa en una compulsión interna, es decir, el superyó es una patología inevitable y universal..