Mostrando las entradas con la etiqueta envidia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta envidia. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de noviembre de 2020

Las mujeres son más celosas que los varones

1. En 1925, Freud dice que las mujeres son más celosas que los varones. El motivo: los celos femeninos tiene un refuerzo inconsciente por la envidia del pene. Sería fácil decir que Freud es un patriarca falocentrista, pero ¿qué está diciendo?

En principio, para Freud la diferencia sexuada no depende de la anatomía, sino de modos de creencia: varón es el que desmiente la diferencia, mientras que femenino es el ser que “en acto” admite la castración. Dicho de otro modo, ¡la castración es femenina! (que no es lo mismo que decir que la mujer está castrada). Por eso mujeres son los seres que no se engañan respecto de lo que ven (de ahí que en mitos se les atribuya la adivinación, o incluso el ciego Tiresias haya sido mujer); se dice de ellas: que son perceptivas, que tienen una intuición particular, etc.

La envidia, entonces, que se relaciona con el ver, no quiere decir que quieran tener un pene, sino que denota que no desmienten la diferencia sexuada, es decir, no se engañan con los semblantes fálicos como los varones. Dicho de otra manera, un varón cree idiotamente en el elogio y en cualquier cosa que le haga sentir que “la tiene grande” (“Me gustó tu artículo”, “Qué bueno lo que dijiste”, etc.), mientras que una mujer, después de preguntar qué tal le queda un vestido, difícilmente le crea al varón que diga: “Te queda bárbaro”. Puede aceptar el piropo, pero no le cree.

Las mujeres son más celosas, cuidadosas de la creencia, por eso las mujeres pueden fingir un orgasmo (porque los varones no dudan); mientras que las mujeres no le creen al goce de un varón, e incluso cuando estos acaben pueden pensar que él fantaseó con otra.

2. La “envidia del pene” es un concepto rimbombante, pero que nombra un fenómeno clínico concreto: alguien cree que es suyo algo que no tiene. Por ejemplo, una mujer habla de la hija de su pareja. Le molesta la relación cómplice de ella con su padre. “La pendeja se pone en un lugar que no le corresponde”, dice. Independientemente de la realidad de los hechos, lo importante es que esta mujer dice que la hija ocupa un lugar que le correspondería a ella. No dice “ocupa mi lugar”, sino que nombra un lugar por la negativa. Ella cree que es suyo un lugar que no ocupa. Quizá si lo ocupara no le molestaría la rivalidad de una niña, pero con su envidia no hace más que degradarse como mujer. De este modo, sus celos conscientes tienen un reforzamiento inconsciente por la envidia del pene. Es una idea freudiana básica. No es una afirmación universal, esencialista, sino la descripción de una habitualidad clínica.

3. Los celos son un síntoma irreductible en el análisis. La expectativa del analista de que los celos desaparezcan es un ideal terapéutico y vano. Ese desprecio por el síntoma también se refleja en el prejuicio (de algunos analistas) de que los celos mienten. O, mejor dicho, que el celoso vive una ficción sin verdad. Así, el analista extraviado trata al síntoma con menos respeto que a un delirio, cuando no trata al delirio como una interpretación falsa. Los celos son una interpretación del deseo, y revelan hasta qué punto la fantasía no es personal (o individual) sino un lazo entre dos. La mujer celosa conoce el carácter deseable de su pareja, el modo en que el otro puede gozar de ser deseado. El problema es que se desorienta con sus celos, reduce el deseo a engaño, la fantasía a una moral.

Lo analizable de los celos es la posición excluyente con que se vive la relación del otro con el deseo: si desea, yo estoy afuera. Por esta vía se puede llegar a un uso virtuoso del síntoma, como el que ciertas mujeres advierten cuando pescan que el varón que da consistencia a los celos está a un paso de caer destituido, y eso les permite soltarlo a tiempo. Los celos, cuando son femeninos, no son un síntoma que deba desaparecer. Esa no es una idea de Freud, quien nunca pensó fines de análisis para tipos clínicos, sino para el hombre y para la mujer.

4. Hay una relación directa entre las pasiones y la mirada. El celoso es siempre el que quiere ver lo opaco del deseo del otro. Desde que el mundo es mundo, la envidia está vinculada con el “mal de ojo”. Los neuróticos no ven lo que miran, mientras que el paranoico está siempre en el lugar de la mirada, con la que se identifica en ese fenómeno que es la “intuición” (que viene de “intueri”: tener la vista fija sobre algo).

Quizá por eso los ciegos no son celosos: no hay más que pensar lo que se decía de Borges y Kodama, o bien en El túnel de Sabato, y el refrán: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Sin embargo, el ciego no es el que no ve, sino (de acuerdo con Diderot) quien puede ver sin la sensación: la visión pura del juicio. La idea es impactante, y por eso suele atribuirse a los ciegos la videncia, la verdad, porque no están marcados por aquello que singulariza: la afección. Nuevamente es Sabato y el “Informe sobre ciegos” otra forma de hablar del horror que producen los (mal llamados) “no videntes”. Porque la ceguera, si no me equivoco, está relacionada con la sombra, con lo difuso, con la mancha.

El neurótico no ve lo que mira (y ese “lo” no es “él”, por eso la mirada se le impone, es compulsiva, no puede dejar de ver, a veces es un curioso empedernido o un chismoso); el paranoico acierta a primera vista, pero no sabe lo que ve, y la paranoia es el ejercicio incesante de acercar el saber a la mirada; mientras que los ciegos saben, pero con una verdad sin sujeto. Por eso el dicho acerca del “tuerto en el reino de los ciegos”, que es un gran refrán, porque el ciego es el que sabe sin creer lo que sabe, es un ser despulsionalizado.

5. Los celosos siempre somos sujetos más o menos vulgares, en la medida en que buscamos apresar un deseo a través de la confirmación material de un hecho.

Fuente: Lutereau, Luciano (2017) "Las mujeres son más celosas que los varones" - Imago Agenda n° 203

viernes, 13 de noviembre de 2020

¿Quién fue Mark Twain?

Freud admiraba a Mark Twain, lo citó muchas veces en su obra, y lo iba a ver en sus conferencias vienesas todas las veces que podía. Nunca se encontraron personalmente. Hubiese sido una fiesta.

Mark Twain, considerado el más grande escritor de Estados Unidos, era mucho más que un humorista. Después de la Guerra Civil, fue la conciencia de Estados Unidos sobre cuestiones étnicas y raciales. Twain defendió a judíos, afro-estadounidenses e indios contra los prejuicios. Mientras la mayoría de sus contemporáneos estereotipaban negativamente al pueblo judío, Twain defendió a los judíos con palabras y hechos. Irónicamente, su mayor protesta publicada contra el antisemitismo, enajenó a algunos de los judíos estadounidenses que trató de defender.

En su juventud, Twain compartió los mismos estereotipos negativos de los judíos que adoptaban sus vecinos – que todos eran codiciosos, cobardes y exclusivistas. Hannibal, Missouri, su ciudad natal, sólo tenía una familia judía, los Levy, y Twain se sumaba a los vejámenes a los jóvenes hijos de Levy. En 1857, Twain escribió un artículo periodístico para un diario de Keokuk, Iowa, humorístico pero poco halagüeño, sobre los comerciantes de carbón judíos.

Twain parece haber tenido un cambio de opinión acerca de los judíos, en la época de la Guerra Civil. Le confió a su hija Suzy que “los judíos le parecían una raza que debía ser muy respetada… habían sufrido mucho, y habían sido perseguidos en gran medida, de modo que ridiculizarlos o burlarse de ellos era como atacar a un hombre cuando ya estaba caído. Y, por supuesto, ese hecho le quitaba todo lo que era gracioso en la ridiculización de un judío".

Un momento clave llegó en 1860, cuando un capitán de confianza del río Mississippi, George Newhouse, le contó a Twain una historia (cuya veracidad no puede ser establecida) sobre el valiente judío que, audazmente, salvó a una esclava en una disputa de póquer, entre un desesperado plantador y un jugador tramposo blandiendo un cuchillo. El judío mató al tramposo en un duelo y devolvió la esclava a la hija del plantador, que había sido su amante, amiga y compañera desde el nacimiento. Twain, más tarde, informó haber escuchado similares versiones de esta historia, de otros también “testigos oculares”.

En el mundo moral de 1860, devolver una esclava a su señora, en lugar de liberarla, era un acto de caballerosidad y Twain no veía ninguna contradicción en ello. Más bien, la historia llevó a Twain a la conclusión que el héroe judío era ”todo un hombre; un hombre vaciado en un gran molde”. Estas mismas palabras encontraron eco en la reacción de Twain al enterarse, en 1909, que su hija Clara estaba comprometida con un pianista judío ruso, Ossip Gabtilowitsch. Twain le dijo a Clara, “Cualquier chica podría estar orgullosa de casarse con él. Es un hombre – un hombre de verdad”.

Twain reemplazó su anterior estereotipo negativo del pueblo judío con otro, más positivo. En 1879, él escribió en privado:

Sampson era un judío – por lo tanto no era tonto. Los judíos tienen el mejor promedio de cerebro de cualquier pueblo del mundo. Los judíos son la única raza que trabaja totalmente con el cerebro y nunca con las manos. No hay mendigos judíos, no hay vagabundos judíos, cavadores de zanjas, peones de albañil, jornaleros o trabajadores de oficios mecánicos y penosos. Ellos pertenecen a la particular y conspicua aristocracia intelectual del mundo.

En verdad había, realmente, empobrecidos mendigos judíos, como había sudorosos trabajadores judíos en las industrias del vestido y del cigarro. Un año antes, los trabajadores judíos de Nueva York habían llevado a cabo una amarga huelga de cinco meses por salarios más altos y menos horas. Aunque Twain tenía la intención de hacerle un cumplido al pueblo judío, sus datos eran inexactos. Algunas de estas inexactitudes, más tarde lo perseguirían.

El punto de vista personal de Twain respecto de los judíos significó poco, hasta marzo de 1898, cuando escribió un artículo titulado “Conmovedores Tiempos en Austria“. Twain había estado viviendo y viajando por Europa, para reunir material para sus escritos, y se estableció en Viena en 1896. En vista del fervor nacionalista étnico y como parte de un complicado intento de mantener unido al Imperio Austro-Húngaro, en 1898, la familia imperial Habsburgo designó al checo como la lengua oficial de Bohemia (la mayor provincia de lo que hoy es la República Checa), desplazando al más popular alemán. Esta política provocó disturbios por parte de los miembros de habla alemana del Parlamento Austríaco, que querían que el idioma y la cultura alemanes predominaran en el imperio. Para distraer a la población, según Twain, el gobierno austríaco provocó sentimientos antisemitas, y los judíos de Viena fueron víctimas de ataques generalizados, tanto políticos como físicos.

En marzo de 1898, Harper’s Magazine publicó el ensayo de Twain. El historiador Philip Foner señala: “Hacia el final del muy largo artículo, [Twain] mencionó, sin comentarios, los ataques a los judíos, señalando que, aunque eran parte inocente en el conflicto, fueron ‘acosados y saqueados’. Twain señaló: ‘En todos los casos el judío debía ser asado, no importa de qué lado estuviera’.

La historia de Twain generó varias cartas, y una conmovedora respuesta, en particular, de un abogado judío estadounidense que le preguntó a Twain “¿Por qué, a su juicio, los judíos han sido y son aún hoy, en estos días de supuesta inteligencia, el blanco de maliciosas animosidades sin fundamento?” El abogado preguntó: “¿Pueden, los judíos estadounidenses, hacer algo para corregir [este prejuicio] ya sea en Estados Unidos o en el extranjero? ¿Alguna vez tendrá fin?

En respuesta, Twain escribió “En cuanto a los judíos”, que también publicó Harper’s. Twain suponía que el artículo no le gustaría a casi nadie. Su predicción fue correcta.

Twain argumentó que los prejuicios contra los judíos no se derivan de su conducta pública, ni de su religión, sino de la envidia que los cristianos sentían por los logros económicos judíos. Citó el discurso de un abogado alemán que quería que los judíos fueran expulsados de Berlín porque, según el abogado, “el ochenta y cinco por ciento de los abogados exitosos de Berlín eran judíos”. Twain observó que la envidia es “una cosa mucho más inspiradora de odio que cualquier detalle relacionado con la religión”.

Twain pensaba que el éxito judío era un producto de su buena ciudadanía, su lealtad a la familia, su inteligencia y su visión para los negocios. Pensaba que la delincuencia y la embriaguez no existían entre los judíos; que cuidaban de sus necesitados sin sobrecargar a la comunidad en general, y que eran honestos en los negocios. Sí, honestos en los negocios. Twain sabía que la mayoría de sus contemporáneos veían a los hombres de negocios judíos como deshonestos, pero consideraba al mismo éxito de los judíos como prueba de su integridad. Escribió:

Un negocio no puede prosperar cuando las partes no se confían entre sí. En materia numérica, el judío cuenta muy poco en la inmensa población de Nueva York, pero el que su honestidad cuente mucho, está garantizada por el hecho que el inmenso negocio de venta al por mayor de Broadway, desde Battery hasta Union Square, está sustancialmente en sus manos”.

Equivocadamente, Twain criticó a los judíos del mundo por no asumir un papel activo en el Caso Dreyfus. Sugirió que los judíos debían convertirse en una fuerza política, concentrando sus votos detrás de determinados temas, candidatos y partidos, y que debían organizar compañías militares para aumentar su prestigio. Creía que los judíos exhibían una “antipatriótica falta de inclinación para defender la bandera como soldados”, y que no habían hecho contribuciones significativas a la independencia americana.

Comentando sobre el reciente primer Congreso Sionista Mundial en Basilea, Twain señaló que Theodor Herzl había enunciado un plan para “reunir a los judíos del mundo en Palestina, con un gobierno propio – bajo el protectorado del Sultán, supongo”.

No soy el sultán, y no estoy objetando; pero si esa concentración de los más ingeniosos cerebros del mundo se convirtieran en un país libre (salvo Escocia), creo que sería político el detenerlo. No sería bueno que una raza averiguara su fuerza. Si los caballos conocieran la suya, no viajaríamos nunca más.
Twain concluyó observando:

Los egipcios, babilonios y persas surgieron, llenaron el planeta con sonido y esplendor, y entonces… desaparecieron. Siguieron los griegos y los romanos. El judío los vio a todos ellos, los derrotó a todos, y es ahora lo que siempre fue, no mostrando decadencia, ni achaques por la edad, ni debilitamiento de sus partes…. Todas las cosas son mortales menos el judío; todas las demás fuerzas pasan, pero él permanece. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?

Twain describió a “En cuanto a los Judíos” como “mi joya del mar”, pero predijo, “ningún judío ni ningún cristiano lo aprobarán”. En el caso de los dirigentes judíos de Estados Unidos, resultó estar en lo correcto. Los críticos judíos reconocieron el respeto de Twain por los judíos, pero lamentaron sus errores respecto de los hechos. Negaron que los judíos hubieran desempeñado un mínimo papel en la obtención de la libertad estadounidense, o que dominaran el comercio, o que eludieran el servicio militar. Varios críticos se sintieron especialmente ofendidos por los dichos de Twain de que los judíos no habían hecho nada para ayudar a absolver al capitán Dreyfus.

Sus más amigables críticos creían que Twain era inocentemente ignorante de los hechos. Simon Wolf, uno de los fundadores de la Sociedad Histórica Judía Estadounidense, envió a Twain un ejemplar de su libro, El Judío Estadounidense como Patriota, Soldado y Ciudadano, para corregir algunos de sus conceptos erróneos. Otros, como el Rabino M. S. Levy, pensaban que las observaciones de Twain estaban, en realidad, “teñidas de malicia y prejuicio”. Levy citó a participantes judíos de la Revolución Estadounidense que “lucharon y sangraron” a favor de la nueva nación. Llamó a las afirmaciones de Twain “un libelo sobre la hombría [de los Judíos] y, históricamente, una atrocidad”. Levy también cuestionó la afirmación de Twain que “el judío es un captador de dinero”.

¿Captador de dinero? Los Vanderbilt, Gould, Astor, Havemeyer, Rockefeller, Mackay, Huntington, Armour, Carnegie, Sloane, Whitney, no son judíos y, sin embargo, controlan y poseen más del veinticinco por ciento de toda la riqueza circulante de Estados Unidos.

Twain se tomó las críticas a pecho. En 1904, escribió un epílogo de su ensayo titulado “El Judío como Soldado”, admitiendo que los judíos habían luchado realmente en la Revolución, en la Guerra de 1812 y en la guerra contra México, en número mayor que el de su porcentaje dentro de la población. Esto significaba que “el patriotismo judío no estaba simplemente al nivel de los cristianos, sino que lo superaba”. Twain no respondió a las acusaciones de Levy acerca de los judíos en la economía, pero nunca volvió a plantear este estereotipo por escrito.

Cuando Twain murió, en 1910, la prensa judía estadounidense lo lamentó. Sus obituarios en esa prensa, reprodujeron frecuentemente las palabras del presidente de la Escuela Técnica Hebrea para Mujeres de Nueva York: “En una de sus obras, Mr. Clemens expresó su opinión de los hombres, diciendo que él no tuvo la posibilidad de elegir entre hebreo y gentil, hombre negro o blanco; para él, todos los hombres eran iguales”.

viernes, 7 de agosto de 2020

La mujer y la degradación de la vida erótica.

La degradación de la vida erótica no es privativa del varón. Hoy vamos a hablar de la forma en que se juega en la mujer. Rodearemos el problema a partir del complejo de castración.

En nuestro recorrido por los textos freudianos sobre sexualidad, vimos el artículo —“La degradación de la vida erótica en el varón”— para ver cómo se da la degradación de la vida erótica desde el lugar del varón a partir de la pregunta por la impotencia psíquica.

Freud responsabiliza por la impotencia psíquica a dos factores: la intensa fijación incestuosa en la infancia y la frustración real en la adolescencia.

Surgieron preguntas de parte de ustedes sobre el camino de la mujer en este recorrido. ¿Cómo se da esto en la mujer?

Para las mujeres podemos ubicar dos motivos para la aparición de la frigidez: que el varón no cuente con toda la potencia o que luego de la sobreestimación por el enamoramiento, a partir la relación íntima, surja el menosprecio.

Vamos a hacer un breve recorrido que nos va a situar en un marco. Para rendir cuentas del devenir hombre o mujer, Freud convoca al Edipo. El mito funda la pareja sexual por la vía de las prohibiciones y los ideales de cada sexo.

¿Qué es una mujer para Freud?
El proceso de sexuación está determinado por el hecho de que para la niña la castración tuvo lugar (la madre no le dio, la hizo incompleta), y por eso surge la envidia del pene o penissneid. Así, se dirige al padre para que le dé, ya que él lo posee. La niña espera el falo, o sea, el pene simbolizado, del que lo tiene.

Se trata de cómo se ha subjetivado el “no tener” y los efectos de esta posición en la vida: cómo se las arregla la mujer con ese “menos”, dando lugar a inhibiciones, por ejemplo en el estudio o en lo laboral, a un sentimiento de inferioridad y menoscabo, a cierta posición de pobreza, de falta de recursos.

La feminidad de la mujer deriva, entonces, de su “ser castrado”.

La posición femenina la detenta la mujer cuya falta fálica la lleva a dirigirse hacia el amor de un hombre. En principio es el padre, después la pareja. El padre es el heredero del amor que primeramente dirigió a la madre.

Posición sexual y castración
En el ensayo “La significación del falo”, Lacan nos plantea la prevalencia del complejo de castración en el inconsciente y su consecuencia para la asunción de la posición sexual.

Dice así: “el complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo, primero en la estructuración […] de los síntomas […], segundo en una regulación del desarrollo […], a saber la instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual, e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas”.

La relación a la castración condiciona el lazo de una mujer con el hombre.

Dentro de lo que escuchamos en la actualidad las mujeres pueden evitar a los hombres, y cada vez más, hasta llegar a una maternidad sin hombres, donde la ciencia se pone a su servicio. En cualquier caso, esto no implica una liberación de la problemática fálica, o sea, no quedan fuera de la problemática de la castración.

Degradación de la vida erótica
Vamos a tomar el texto “El tabú de la virginidad” de Freud de 1927 para ver la degradación de la vida erótica desde el lado de la mujer.

Freud nos dice allí que el tabú se encuentra enlazado a las fobias que sufren los neuróticos.

Trae investigaciones sobre los primitivos: ahí donde hay un tabú, es donde se teme un peligro, un peligro psíquico. Freud ubica la importancia de la virginidad en el inconsciente, más allá de los cambios culturales, unido a la presencia de este tabú.

¿Por qué es importante la virginidad? El primer coito es un acto especial, ya que por la desfloración puede aparecer sangre. Por el horror a la sangre, podemos pensar una articulación entre virginidad y menstruación.

Freud nos muestra que no sólo el primer coito con la mujer es tabú, sino que la mujer en un todo es tabú. El varón tiene miedo de ser debilitado por una mujer, a quedar contagiado por su feminidad y no comportarse de manera viril. Esto se conserva hasta nuestros tiempos en los fantasmas neuróticos bajo enunciados como “me dejaste agotado”, “me hacés perder la cabeza”, etc.

Desde el lado de la mujer, el primer acto sexual tiene consecuencias que no son esperadas por ella. Muchas veces, permanece fría e insatisfecha, y necesita un largo tiempo para obtener satisfacción del acto.

Hay una razón de desengaño con respecto al primer coito, donde la expectativa —muy cargada por la prohibición— no coincide con lo que efectivamente ocurre. Cuando hablo de prohibición, me refiero mucho más allá del comienzo muy temprano de la mujer en el encuentro sexual, en los ecos inconscientes de la prohibición a la pérdida de la virginidad.

Se escucha también en algunas novias, que quieren mantienen oculta la relación y así sostienen el valor de una relación secreta.

La prohibición, lo secreto, como formas de expresión del tabú.

Con la primera relación sexual, se actualizan antiguos impulsos reprimidos y surgen elementos contrarios a la satisfacción sexual que espera la mujer.

La envidia fálica, que apunta al anhelo de un significante de la completud imaginaria.
El deseo inconsciente de castrar a un hombre, dejarlo impotente.

La hostilidad contra el varón.
Todos estos factores tienen como fundamento la historia del desarrollo libidinal. Los deseos sexuales infantiles persisten, fijados al padre o a un hermano que lo sustituye. El partenaire nunca es más que un varón sustituto. Nunca es el genuino.

Para que se desautorice a la pareja por insatisfactoria, importa la intensidad de la fijación a la figura paterna.

Desde el punto de vista del desarrollo, dice Freud, la fase masculina o de envidia fálica de la mujer, de envidia al varón, debe ser la que permite la hostilidad de la mujer hacía el varón, siempre presente en las relaciones entre los sexos.

El tabú de la virginidad no se ha sepultado a través de las épocas, permanece en el inconsciente. Está anudado a la historia del desarrollo libidinal de la mujer, a su posición frente a la castración: cómo fue tramitada la envidia fálica, qué montante de hostilidad y hostigamiento hacia el varón. 

La clínica también nos muestra mujeres a las cuales no les resulta problemática la impotencia de su partenaire; es más, les viene bien. Puede existir una reacción de hostilidad, por ejemplo, en la que la mujer permanece en pareja, muy distanciada del hombre, donde no se juega para nada el deseo por él, pero sí la ternura.

Hostilidad, venganza, goce… problemáticas del complejo de castración para la mujer.

jueves, 4 de junio de 2020

El memento mori, una alternativa a la depresión

Por Lucas Vazquez Topssian

Como siempre, la clínica nos provée de interrogantes a los que uno puede dedicarse a investigar. En este caso, una paciente cuenta que cuando se siente con baja autoestima, sale a dar un paseo por el cementerio. Camina sola entre los mausoleos, recorre las lápidas y al cabo de un rato refiere sentirse aliviada. Dice que siente que sus problemas resultan relativos y minúsculos ante la idea de morirse o de que alguien querido fallezca. El truco le funciona por algún tiempo; luego, repite el ritual. ¿Cómo funciona este comportamiento?

Lo que esta paciente no sabe es que está haciendo uso -y abuso- del memento mori. El memento mori literalmente significa "recuerda que morirás" y podemos ubicarlo en distintas expresiones artísticas, la literatura y la religión. Por ejemplo, tomemos el famoso reloj astronómico de Praga:

Allí vemos cuatro figuras que representan la lujuria, la codicia, la vanidad y la muerte. A cada hora, las tres primeras giran su cabeza de un lado al otro para negar los pecados que encarnan, menos la figura que representa a la muerte, que simplemente mueve su guadaña. Esto se ha interpretado como que la muerte tiene siempre la última palabra.

Localmente en la ciudad de Buenos Aires, encontramos una gran cantidad de ejemplos de memento mori en los cementerios, como podría ser el caso de la simbología que hallamos en la entrada del Cementerio de la Recoleta:



El huso y las tijeras: simboliza el hilo de la vida que se puede cortar en cualquier momento. 
La cruz y la letra P: la paz de Cristo en los cementerios 
La corona: voto de recuerdo permanente 
La esfera y alas: el proceso de la vida y de la muerte que gira incesantemente como la esfera. 
Cruz y corona: muerte y recuerdo. 
Abeja: símbolo de laboriosidad. 
La Serpiente mordiéndose la cola: el principio y el fin 
Manto sobre urna: abandono y muerte 
Antorchas con llamas hacia abajo:la muerte 
Búho: vigila atentamente y según algunas creencias, anuncia la muerte 
Reloj de agua o Clepsidra: el transcurrir del tiempo, el paso de la vida. 

La historia nos enseña que en la antigua Roma, cuando un general victorioso marchaba por las calles, se acostumbraba a que un siervo le recordara permanentemente que él no era un dios y le advertía lo limitado de la naturaleza humana, según se dice, para que él no se excediera en su poder por sobre las leyes y la costumbre y no incurriera en la soberbia.

Posteriormente, durante el Barroco y en los Países Bajos, aparece el género artístico vanitas (vanidad, del latín vanus, "vacío"), un subgénero de la naturaleza muerta. En este tipo arte aparecen pintados objetos que aluden a cualidades humanas efímeras como el saber, la riqueza, el placer o la belleza, acompañados por cráneos, relojes, velas consumidas, fruta podrida, insectos, vasos vacíos. El conjunto representa, de esta manera, lo breve y lo efímero de la vida. El género siguió hasta nuestros días. Por ejemplo, podemos ver en las modernas instalaciones artísticas donde usan animales muertos o huesos.


En el texto de Freud Lo Perecedero, este es el tema en cuestión que le plantea Rilke: ¿Por qué alegrarse por el florecimiento de una campiña, si vendrá el invierno y arrasará con todo aquello?

En cuanto al memento mori, nos preguntamos ¿A quién le sirve realmente? La opinión generalizada apunta a que se trata de una advertencia contra la soberbia. En este sentido, soberbia se define por el diccionario como el sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos. De esta manera, según esta lectura, lo que el memento mori haría es un llamado a la humidad: cuidado que la gloria es efímera, así como también lo es la vida.

Lo que se omite en esta última versión es la posición de los espectadores del general victorioso romano que camina por las calles. ¿Qué beneficio obtienen exactamente ellos al resaltarle su transitoriedad? Salvaguardar su narcisismo. Recordemos que el yo y el narcisismo es en relación a otros. Solo puede haber admiración por el general victorioso si los demás pasan a un segundo plano. Es decir, salvo en el caso del amor (no del enamoramiento) y en el agradecimiento, la estima al objeto es en detrimento del yo.

Ahora, sabemos por el consultorio que cuando un paciente nos dice que su autoestima está baja, si uno se pone a escuchar y a historizan un poco, lo que se descubre es un enorme amor propio. Por amor propio y amor a uno mismo no se está conforme con aquello a que se accedió. ¿A lo que se accedió respecto a qué? Al ideal del yo.

Recordemos qué es el ideal del yo, literalmente según Freud:

Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.

A propósito, el terreno de las depresiones neuróticas justamente se ubica entre el yo y el ideal del yo. Aquí hay un desarrollo muy interesante que hace Dardo Tumas al respecto. En esta entrada, también Daniel Paola sostiene en ubicar aquí el conflicto y nos dice además que la cara oculta de la depresión es la soberbia. En el discurso depresivo, se escucha un desprecio por todos aquellos que gozan un poco de la vida.

La depresión del estado de ánimo se debe a la pérdida del ideal del yo, que afecta a su economía libidinal narcisista y también la relación con los otros. ¿Dónde ubicamos al memento mori? En un paso previo a la depresión y como un movimiento preventivo ante ella. Como dice el escritor Alfonso Reyes, se trata de un suicidio filosófico, algo que también observamos en la envidia. En la envidia, partimos de un sujeto totalmente capaz cierta cualidad pero que ha reprimido su deseo. No obstante, el envidioso aún logra ver esa capacidad en otro. Ni bien la ve, el invidioso intenta destruir al portador de esa capacidad, que es la constancia de todo aquello a lo que el envidioso renunció. El envidioso no tiene esa cualidad y de lo que se trata es de que el otro tampoco la tenga. Se trata de un sentimiento masoquista, porque en el otro está proyectado algo propio que el envidioso quiere destruir.

El envidioso siempre nivelará por lo bajo: con tal de no vencer los obstáculos internos que hacen que él no pueda tener algo, intentará destruir a quien le recuerde sus deseos frustrados. "Recurda que morirás", dice el memento mori y para el envidioso, aunque a él también el principio lo incluya, dirigírselo al otro resulta en un conveniente -aunque masoquista- mantenimiento de la homeostasis de su aparato psíquico.

jueves, 13 de febrero de 2020

¿Qué es la envidia para el psiconálisis?

La envidia ocurre en personas capaces, pero que están totalmente sometidas a renunciar a esa capacidad, pero aún logran verla en los otros. Una vez que las ven, buscan destruirlas, porque tienen constancia de las capacidades que el envidioso no pudo desarrollar. El envidioso busca que ni él ni el otro tengan o puedan desarrollar esa capacidad. Es evidentemente un sentimiento masoquista, y lo destructivo hacia el otro es secundario. El envidioso no puede verse bien y quiere nivelar por lo bajo. Nivelar por lo bajo no trae todo el dolor que le provocaría darse cuenta de todo aquello a lo que renunció. Las personas incapaces primariamente no envidian.

Un envidioso es una persona capaz que busca destruir masoquísticamente esa capacidad en dos pasos: Primero, proyectándola en otro y luego no soportando que el otro tampoco la tenga y la disfrute. La consecuencia es como el perro del hortelano: no come ni deja comer.

El envidioso:
1) reprime su deseo por esra criticado por su superyo.
2) el deseo retorna en la percepcion del otro capaz. Esta capacidad la envidia porque piensa que no la va a poder recuperar y quiere que el otro no lo tenga: juticia: nivelar por lo bajo.
3) primer paso: es el deseo es suyo atribuido al otro.
4) el envidioso renuncia al deseo por sometimiento,por obedecer al superyo

Para salir de la envidia, entonces, hay que indepedendizarse del superyó.

Envidia viene de "mirar con malos ojos". El envidioso es una persona capaz (tiene una representación psíquica de la capacidad) que se ha sometido masoquísticamente a renunciar a ella. A partir de eso la proyecta en los demás quienes, al exhibirla le recuerdan su propia capacidad odiada y reactivan su ataque contra ella, esta vez en otro individuo. Por eso no la tienen ni quieren que otro la tenga. Por la pecepción de su masoquismo creen que nunca van a tener esa capacidad. El envidioso no tiene algo ni quiere que lo tenga el otro. Como cree que no sera capaz de vencer los obstaculos internos para tenerlo, desea que el otro tampoco lo tenga porque verlo en el otro le recuerda sis deseos frustrados.

Para Klein es un ataque destructivo al objeto bueno y debe diferenciarse de la ambivalencia. Dice que forma parte del stock instintivo y requiere como condición el mecanismo de splitting que trae problemas en la traducción como escisión, pues la escisión freudiana no es un mecanismo de defensa.

Caso clínico
Intentemos un caso clínico utilizando el mito del Libro I de los Reyes (3: 16-28), donde se menciona el juicio de Salomón. En él se escribe el recurso que utilizó Salomón, rey de Israel, para averiguar la verdad en un caso judicial que se le presentaba: la disputa entre dos mujeres, el hijo de una de las cuales había muerto; ambas decían ser la madre del niño vivo.

«Ésta afirma: “Mi hijo es el que vive y tu hijo es el que ha muerto”; la otra dice: “No, el tuyo es el muerto y mi hijo es el que vive.”» Y añadió el rey:
—Traedme una espada.
Y trajeron al rey una espada. En seguida el rey dijo:
—Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra.
Entonces la mujer de quien era el hijo vivo habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y le dijo:
—¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis.
—Ni a mí ni a ti; ¡partidlo! —dijo la otra.
Entonces el rey respondió:
—Entregad a aquélla el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre.


Además de la maldad de la envidia de una de las mujeres (que prefiere el mal ajeno aun sin provecho propio, también vemos el amor de la otra, que prefiere renunciar al propio derecho por el superior interés del hijo. Esta forma de amor, que tiene que ver con la abnegación, es lo que Lacan decía de que el amor es "dar lo que no se tiene a quien no es"

martes, 31 de diciembre de 2019

Diferentes formas de violencia.


La distinción entre diferentes tipos de violencia se basa en la distinción entre sus respectivas motivaciones inconscientes; pues sólo el conocimiento de la dinámica inconsciente de la conducta nos permite conocer la conducta misma, sus raíces, su desarrollo y la energía de que está cargada. (2) La forma de violencia más normal y no patológica es la violencia juguetona o lúdica.

La encontramos en las formas en que la violencia se ejercita para ostentar destreza, no para destruir, y no es motivada por odio ni impulso destructor. Pueden encontrarse en muchos casos ejemplos de esta violencia lúdica: desde los juegos guerreros de tribus primitivas hasta el arte de la esgrima del budista zen. En todos esos juegos de combate la finalidad no es matar; aun cuando el resultado sea la muerte del adversario, la culpa es, por así decirlo, del adversario, por haberse "puesto en el lugar indebido". Naturalmente, si hablamos de la ausencia de deseo de destruir en la violencia lúdica, esto se refiere únicamente al tipo ideal de dichos juegos. En realidad se encontraría con frecuencia agresión e impulso destructor inconscientes ocultos detrás de la lógica explícita del juego. Pero aun así, la motivación principal en este tipo de violencia es el despliegue de destreza, no la destructividad.

De importancia práctica mucho mayor que la violencia lúdica es la violencia reactiva. Entiendo por violencia reactiva la que se emplea en la defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad, de la propiedad, ya sean las de uno o las de otros. Tiene sus raíces en el miedo, y por esta razón probablemente es la forma más frecuente de violencia; el miedo puede ser real o imaginario, consciente o inconsciente. Este tipo de violencia está al servicio de la vida, no de la muerte; su finalidad es la conservación, no la destrucción. No es por completo resultado de pasiones irracionales, sino hasta cierto punto de cálculo racional; de ahí que implique también cierta proporcionalidad entre fin y medios. Se ha dicho que desde un plano espiritual superior el matar —aun para defenderse— nunca es moralmente bueno. Pero la mayor parte de los que sustentan esa convicción admiten que la violencia en defensa de la vida es de diferente naturaleza que la violencia que tiende a destruir por el gusto de la destrucción.

Con mucha frecuencia, la sensación de estar amenazado y la violencia reactiva resultante no se basan en la realidad, sino en la manipulación de la mente humana; los jefes políticos y religiosos persuaden a sus partidarios de que están amenazados por un enemigo, y así provocan la respuesta subjetiva de hostilidad reactiva. De ahí que la distinción entre guerras justas y guerras injustas, sustentada por gobiernos capitalistas y comunistas lo mismo que por la Iglesia católica romana, sea distinción muy discutible, ya que habitualmente cada parte consigue éxito al presentar su posición como defensa contra un ataque. (3) Difícilmente habrá un caso de guerra agresiva que no pueda disfrazarse de defensa. El problema relativo a quién alegó justamente la defensa suelen resolverlo los vencedores, y, en ocasiones, sólo mucho más tarde historiadores más objetivos.

La tendencia a fingir que una guerra es defensiva, revela dos cosas. En primer lugar, que la mayoría de la gente, por lo menos en los países más civilizados, no puede ser inducida a matar y morir si primero no se la convence de que lo hacen para defender sus vidas y su libertad; en segundo lugar, revela que no es difícil persuadir a millones de individuos de que están en peligro de ser atacados y que, en consecuencia, se acude a ellos para que se defiendan. Esa persuasión depende sobre todo de la falta de pensamiento y sentimiento independientes, y de la dependencia emocional de la inmensa mayorÍa de la gente respecto de sus líderes políticos. Siempre que exista esa dependencia, se aceptará como real cualquier cosa que se exponga con fuerza y persuasión. Los resultados psicolÓgicos de la aceptaciÓn de la creencia en una amenaza supuesta, son, desde luego, los mismos que los de una amenaza real. La gente se siente amenazada, y para defenderse está dispuesta a matar y destruir. En el caso de ilusiones paranoides de persecución, encontramos el mismo mecanismo, pero no en grupos, sino en individuos. En los dos casos, la persona se siente subjetivamente en peligro y reacciona agresivamente.

Otro aspecto de la violencia reactiva es el tipo de violencia que se produce por frustración. Encontramos conducta agresiva en animales, en niños y en adultos cuando se frustra un deseo o una necesidad. (4)

Esta conducta agresiva constituye un intento, con frecuencia inútil, para conseguir el fin fallido mediante el uso de la violencia. Es, evidentemente, una agresión al servicio de la vida, y no por el gusto de la destrucción. Como la frustración de necesidades y deseos ha sido cosa casi universal en la mayor parte de las sociedades hasta hoy, no hay razón para sorprenderse de que se produzcan y exhiban constantemente violencia y agresión.

Con la agresión resultante de la frustración se relaciona la hostilidad producida por la envidia y los celos. Los celos y la envidia constituyen una clase especial de frustración. Los produce el hecho de que B tiene un objeto que A desea, o es amado por una persona cuyo amor desea A. En A se producen odio y hostilidad contra B porque recibe lo que A desea y no puede tener. La envidia y los celos son frustraciones, acentuadas por el hecho de que no sólo no consigue A lo que desea, sino que en vez de él es favorecida otra persona. La historia de Caín, desamado sin culpa por su parte, que mata al hermano favorecido, y la historia de José y sus hermanos, son versiones clásicas de celos y envidia. La literatura psicoanalítica ofrece gran riqueza de datos clínicos sobre esos mismos fenómenos.

Otro tipo de violencia relacionado con la violencia reactiva, pero que es ya un paso más hacia la patología, es la violencia vengativa. En la violencia reactiva la finalidad es evitar el daño que amenaza, y por esta razón dicha violencia sirve a la función biológica de la supervivencia. En la violencia vengativa, por otra parte, el daño ya ha sido hecho, y por lo tanto la violencia no tiene función defensiva. Tiene la función irracional de anular mágicamente lo que realmente se hizo. Hallamos violencia vengativa en individuos y en grupos primitivos y civilizados. Podemos dar un paso más en el análisis del carácter irracional de este tipo de violencia. El motivo de la venganza está en razón inversa con la fuerza y la capacidad productora de un grupo o de un individuo. El impotente y el inválido no tiene más que un recurso para restablecer la estimación de sí mismo si fue quebrantada por haber sido dañada: tomar venganza de acuerdo con la lex talionis: "ojo por ojo". Por otra parte, el individuo que vive productivamente no siente, o la siente poco, esa necesidad.

Aun cuando haya sido dañado, insultado y lastimado, el proceso mismo de vivir productivamente le hace olvidar el daño del pasado. La capacidad de producir resulta más fuerte que el deseo de venganza. Puede demostrarse la verdad de este análisis con datos empíricos sobre el individuo y a escala social. El material psicoanalítico demuestra que la persona madura y productiva es menos impulsada por el deseo de venganza que la persona neurótica que encuentra dificultades para vivir independientemente y con plenitud, y que propende con frecuencia a jugarse toda su existencia por el deseo de venganza. En psicopatología grave, la venganza se convierte en el fin predominante de la vida, ya que sin venganza amenazan hundirse no sólo la estimación de sí mismo, sino el sentido del yo y de identidad. Análogamente, hallamos que en los grupos más atrasados (en los aspectos económico o cultural y emocional) parece ser más fuerte el sentimiento de venganza (por ejemplo, por una derrota nacional). Así, las clases medias bajas, que son las más desposeídas en las naciones industrializadas, en muchos países son el foco de sentimientos de venganza, así como lo son de sentimientos raciales y nacionalistas. Sería fácil, por medio de un "cuestionario proyectivo" (5) establecer la correlación entre la intensidad de los sentimientos vindicativos y la pobreza económica y cultural. Probablemente es más complicada la comprensión de la venganza en sociedades primitivas. Muchas sociedades primitivas tienen sentimientos y normas intensos, y hasta institucionalizados, de venganza, y todo el grupo se siente obligado a vengar el daño hecho a uno de sus individuos. Es probable que desempeñen aquí un papel decisivo dos factores. El primero se parece mucho a otro mencionado arriba: el ambiente de escasez psíquica que impregna al grupo primitivo y que convierte la venganza en un medio necesario para la reparación de una pérdida. El segundo es el narcisismo, fenómeno que se estudia detenidamente en el capítulo IV. Baste decir aquí que, en vista del intenso narcisismo de que está dotado el grupo primitivo, toda afrenta a la imagen que tiene de sí mismo es tan devastadora, que suscitará de un modo totalmente natural una hostilidad intensa.

Estrechamente relacionada con la violencia vengativa está una fuente de destructividad debida al quebrantamiento de la fe, que tiene lugar con frecuencia en la vida del niño. ¿Qué significa aquí "quebrantamiento de la fe"?

El niño empieza la vida con fe en la bondad, en el amor, en la justicia. El nene tiene fe en el seno materno, en la solicitud de la madre para abrigarlo cuando tiene frío, para aliviarlo cuando está enfermo. Esta fe puede ser en el padre, en la madre, en un abuelo o en alguna otra persona cercana al niño; puede expresarse como fe en Dios. En muchos individuos esta fe se quebranta en edad temprana. El niño oye mentir a su padre sobre un asunto importante; ve su cobarde temor a la madre, dispuesto a traicionarlo (al niño) para apaciguarla; presencia las relaciones sexuales de los padres, y el padre puede parecerle una bestia brutal; se siente desgraciado y temeroso, y ninguno de los padres, que están tan interesados, supuestamente, en él, lo advierte, o hasta si él les habla, no prestan atención.

Son numerosas las ocasiones en que se quebranta la fe originaria en el amor, en la veracidad, en la justicia de los padres. A veces, en niños criados religiosamente, la pérdida de la fe se refiere directamente a Dios. El niño siente la muerte de un pajarito al que quiere, o de un amigo, o de una hermana, y se quebranta su fe en que Dios es bueno y justo. Pero da lo mismo que la fe que se quebranta sea fe en una persona o fe en Dios. Es siempre la fe en la vida, en la posibilidad de confiar en ella, de tener confianza en ella, la que se quebranta. Es cierto, desde luego, que todo niño sufre muchas desilusiones; pero lo importante es la agudeza y gravedad de un desengaño particular. Muchas veces esta primera y decisiva experiencia del quebranto de la fe tiene lugar en edad temprana: a los cuatro, cinco o seis años, o aun mucho antes, en un periodo de la vida del cual hay pocos recuerdos. Frecuentemente, el definitivo quebrantamiento de la fe tiene lugar en una edad mucho más avanzada, al ser traicionado por un amigo, por una amante, por un maestro, por un líder religioso o político en quien se confiaba. Rara vez es un solo hecho, sino numerosas experiencias, lo que quebranta acumulativamente la fe de un individuo. Las reacciones a esas experiencias varían. Un individuo puede reaccionar dejando de depender sentimentalmente de la persona particular que le produjo el desengaño, haciéndose más independiente y siendo capaz de encontrar nuevos amigos, maestros o amantes en quienes confía y siente fe. Ésta es la reacción más deseable a los desengaños. En otros muchos casos el resultado es que el individuo se hace escéptico, espera un milagro que le restaure la fe, prueba a las personas, y cuando se siente desengañado de ellas somete a prueba otras, o se arroja en brazos de una autoridad poderosa (la Iglesia, o un partido político, o un líder) para recobrar la fe. Muchas veces el individuo vence la desesperación por haber perdido la fe en la vida con la frenética persecución de objetivos mundanos: dinero, poder o prestigio. Hay aún otra reacción que es importante en el ambiente de violencia. El individuo profundamente desengañado y desilusionado puede también empezar a odiar la vida. Si no hay nada ni nadie en quien creer, si la fe en la bondad y la justicia no fue más que una ilusión disparatada, si la vida la gobierna el diablo y no Dios, entonces, realmente, la vida se hace odiosa; ya no puede uno sentir el dolor del desengaño. Lo que se desea demostrar es que la vida es mala, que los hombres son malos, que uno mismo es malo. El creyente y amante de la vida desengañado se convertirá en un cínico y un destructor. Esta destructividad es la destructividad de la desesperación. El desengaño de la vida condujo al odio a la vida.

En mi experiencia clínica son frecuentes las experiencias profundas de pérdida de la fe, y con frecuencia constituyen el leitmotiv más importante de la vida de un individuo. Puede decirse lo mismo de la vida social, en la que líderes en quienes uno tenía confianza resultan ser malos o incompetentes. Si la reacción no es de una independencia mayor, con frecuencia lo es de cinismo y destructividad.

Mientras todas esas formas de violencia están aún al servicio de la vida realista o mágicamente, o por lo menos como consecuencia del daño a la vida o el desengaño de ella, la forma que vamos a estudiar a continuación, la violencia compensadora, es una forma más patológica, aun cuando no tanto como la necrofilia, que estudiamos en el capítulo III.

Entiendo por violencia compensadora la que es sustituía de la actividad productora en una persona impotente. Para que se entienda el término "impotencia" tal como se usa aquí, tenemos que pasar revista a algunas consideraciones preliminares. Aunque el hombre es el objeto de fuerzas naturales y sociales que lo gobiernan, al mismo tiempo no es sólo objeto de las circunstancias. Tiene voluntad, capacidad y libertad para transformar y cambiar el mundo, dentro de ciertos límites. Lo que aquí importa no es el ámbito o alcance de la voluntad y la libertad, (6) sino el hecho de que el hombre no puede tolerar la pasividad absoluta. Se siente impulsado a dejar su huella en el mundo, a transformar y cambiar, y no sólo a ser transformado y cambiado. Esta necesidad humana está expresada en las primitivas pinturas de las cavernas, en todas las artes, en el trabajo y en la sexualidad. Todas estas actividades son resultado de la capacidad del hombre para dirigir su voluntad hacia una meta y prolongar su esfuerzo hasta haberla alcanzado. La capacidad para usar así sus facultades es potencia. (La potencia sexual es sólo una de las formas de la potencia.) Si, por motivos de debilidad, de angustia, de incompetencia, etc., el individuo no puede actuar, si es impotente, sufre; ese sufrimiento debido a la impotencia tiene sus raíces en el hecho de que ha sido perturbado el equilibrio humano, de que el hombre no puede aceptar el estado de impotencia total sin intentar restablecer su capacidad para actuar. Pero ¿puede hacerlo, y cómo? Un modo es someterse a una persona o grupo que tiene poder, e identificarse con ellos. Por esta participación simbólica en la vida de otra persona, el hombre se hace la ilusión de actuar, cuando en realidad no hace más que someterse a los que actúan y convertirse en una parte de ellos. Otro modo, y éste es el que más nos interesa en esta ocasión, es la capacidad del hombre para destruir.

Crear vida es trascender la situación de uno como criatura que es lanzada a la vida, como se lanzan los dados de un cubilete. Pero destruir la vida también es trascenderla y escapar al insoportable sentimiento de la pasividad total. Crear vida requiere ciertas cualidades de que carece el individuo impotente. Destruir vida requiere sólo una cualidad: el uso de la fuerza. El individuo impotente, si tiene una pistola, un cuchillo o un brazo vigoroso, puede trascender la vida destruyéndola en otros o en sí mismo. Así, se venga de la vida porque ésta se le niega. La violencia compensadora es precisamente la violencia que tiene sus raíces en la impotencia, y que la compensa. El individuo que no puede crear quiere destruir. Creando y destruyendo, trasciende su papel como mera criatura. Camus expresó sucintamente esta idea cuando hace decir a Calígula: "Vivo, mato, ejercito la arrobadora capacidad de destruir, comparado con la cual el poder de un creador es el más simple juego de niños." Ésta es la violencia del inválido, de los individuos a quienes la vida negó la capacidad de expresar positivamente sus potencias específicamente humanas. Necesitan destruir precisamente porque son humanos, ya que ser humano es trascender el mero estado de cosa.

Estrechamente relacionado con la violencia compensadora está el impulso hacia el control completo y absoluto sobre un ser vivo, animal u hombre. Este impulso es la esencia del sadismo. En el sadismo, como dije en El miedo a la libertad, el deseo de causar dolor a otros no es lo esencial. Todas las diferentes formas de sadismo que podemos observar se remontan a un impulso esencial, a saber, el de tener un dominio completo sobre otra persona, convertirla en un objeto desvalido de nuestra voluntad, ser su dios, hacer con ella lo que se quiera. Humillarla, esclavizarla, son medios para ese fin, y el propósito más radical es hacerla sufrir, ya que no hay dominio mayor sobre otra persona que obligarla a aguantar el sufrimiento sin que pueda defenderse. El placer del dominio completo sobre otra persona (o sobre otra criatura animada) es la esencia misma del impulso sádico. Otra manera de formular la misma idea es decir que el fin del sadismo es convertir un hombre en cosa, algo animado en algo inanimado, ya que mediante el control completo y absoluto el vivir pierde una cualidad esencial de la vida: la libertad.

Sólo si se ha experimentado plenamente la intensidad y la frecuencia de la violencia destructora y sádica en los individuos y en las masas, puede comprenderse que la violencia compensadora no es algo superficial, resultado de malas influencias, de malas costumbres, etc. Es en el hombre una fuerza tan intensa y tan fuerte como el deseo de vivir. Es tan fuerte precisamente porque constituye la rebelión de la vida contra su invalidez; el hombre tiene un potencial de violencia destructora y sádica porque es humano, porque no es una cosa, y porque tiene que tratar de destruir la vida si no puede crearla. El Coliseo de Roma, donde miles de individuos impotentes gozaban su placer mayor viendo a hombres devorados por fieras o matándose entre sí, es el gran monumento al sadismo.

De estas consideraciones se sigue algo más. La violencia compensadora es el resultado de una vida no vivida y mutilada. Puede suprimirla el miedo al castigo, hasta puede ser desviada por espectáculos y diversiones de todo género. Pero sigue existiendo como un potencial en la plenitud de su fuerza, y se manifiesta siempre que se debilitan las fuerzas represivas. El único remedio para la destructividad compensadora es desarrollar en el hombre un potencial creador, desarrollar su capacidad para hacer uso productivo de sus facultades humanas. Únicamente si deja de ser inválido dejará el hombre de ser destructor y sádico, y sólo circunstancias en que el hombre pueda interesarse en la vida acabarán con los impulsos que hacen tan vergonzosa la historia pasada y presente del hombre. La violencia compensadora no está, como la violencia reactiva, al servicio de la vida; es el sustituto patológico de la vida; indica la invalidez y vaciedad de la vida. Pero en su misma negación de la vida aún demuestra la necesidad que siente el hombre de vivir y de no ser un inválido.

Hay un último tipo de violencia que necesita ser descrito: la "sed de sangre" arcaica. No es la violencia del impotente; es la sed de sangre del hombre que aún está completamente envuelto en su vínculo con la naturaleza. La suya es la pasión de matar como un modo de trascender la vida, por cuanto tiene miedo de moverse hacia adelante y de ser plenamente humano (preferencia que estudiaré más abajo). En el hombre que busca una respuesta a la vida regresando al estado pre-individual de existencia, haciéndose como un animal y librándose así de la carga de la razón, la sangre se convierte en la esencia de la vida; verter sangre es sentirse vivir, ser fuerte, ser único, estar por encima de todos los demás. El matar se convierte en la gran embriaguez, en la gran autoafirmación en el nivel más arcaico. Por el contrario, ser muerto no es más que la alternativa lógica de matar. Éste es el equilibrio de la vida en el sentido arcaico: matar a todos los que se pueda, y cuando la propia vida está saciada de sangre, uno está dispuesto a ser muerto. El matar en este sentido no es esencialmente amor a la muerte. Es afirmación y trascendencia de la vida en el nivel de la regresiÓn mÄs profunda. Podemos observar en individuos esta sed de sangre, a veces en sus fantasías y sus sueños, a veces en enfermedades mentales graves o en el asesinato. Podemos observarla en una minoría en tiempo de guerra —internacional o civil— en que se han suprimido las inhibiciones sociales normales. La observamos en una sociedad primitiva, en que el matar (o ser muerto) es la polaridad que gobierna a la vida. Podemos observar esto en fenómenos como los sacrificios humanos de los aztecas, en la venganza de sangre practicada en lugares como Montenegro (8) o Córcega, en el papel de la sangre como un sacrificio a Dios en el Antiguo Testamento. Una de las descripciones más lúcidas de esta alegría de matar se encuentra en el cuento de Flaubert titulado La leyenda de San Julián el Hospitalario. (9) Flaubert describe un individuo de quien se profetizó al nacer que sería un gran conquistador y un gran santo; se crió como un niño normal hasta que un día descubrió la emoción de matar. Había observado algunas veces en los servicios eclesiásticos un ratoncito que salía de un agujero de la pared; lo irritaba y estaba decidido a librarse de él. "Así, después de cerrar la puerta y de esparcir unas migajas de pastel por las gradas del altar, se apostó delante del agujero con un palo en la mano. Después de un rato muy largo, asomó una pequeña nariz roja y en seguida todo el ratón. Descargó un golpe ligero, y se quedó estupefacto sobre aquel cuerpecillo que ya no se movía. Manchaba la losa un poco de sangre. La limpió rápidamente con la manga, tiró afuera el ratón y no dijo nada a nadie." Más adelante, al estrangular a un pájaro, "las contorsiones del pájaro le hicieron latir violentamente el corazón, llenándolo de un placer salvaje, tumultuoso".

Habiendo experimentado la exaltación del derramamiento de sangre, tuvo la obsesión de matar animales. Ningún animal era demasiado fuerte ni demasiado veloz para escapar a ser muerto por él. El derramamiento de sangre llegó a ser la suprema afirmación de sí mismo como un modo de trascender la vida. Durante años su única pasión y su único entusiasmo fueron matar animales. Regresaba de noche, "cubierto de sangre y lodo, y apestando a olor de bestias salvajes. Se hizo como ellas". Casi llegó a lograr convertirse en un animal, pero no pudo conseguirlo porque era humano. Una voz le dijo que acabaría matando a su padre y su madre. Asustado, huyó del castillo, dejó de matar animales y se convirtió en un temido y famoso jefe de tropas. Como premio por una de sus mayores victorias le dieron la mano de una mujer extraordinariamente hermosa y amable. Dejó de ser guerrero, se dedicÓ con ella a una vida que podrÍa llamarse de arrobamiento; pero se sintiÓ hastiado y deprimido. Un dÍa empezó a cazar de nuevo, pero una fuerza extraña quitaba energía a sus proyectiles. "Entonces todos los animales que había cazado reaparecieron y formaron un círculo cerrado alrededor de él. Unos se sentaron sobre las ancas, otros permanecieron de pie. JuliAn, en medio de ellos, quedÉ helado de terror, incapaz del más ligero movimiento. Decidió regresar a su mujer y su castillo; entre tanto, habían llegado allí sus ancianos padres, y su mujer les dejó su propia cama. Tomándolos por su esposa y un amante, los mató. Cuando había llegado a la cima de la regresiÓn, tuvo lugar el gran viraje. Llegó a ser un santo, verdaderamente; consagró su vida a los pobres y los enfermos, y finalmente abrazó a un leproso para darle calor. Julián ascendió a los espacios azules, cara a cara con nuestro Señor Jesús, que lo llevó al cielo."

Flaubert describe en este cuento la esencia de la sed de sangre. Es la embriaguez de la vida en su forma más arcaica; de ahí que una persona, después de haber llegado a este nivel más arcaico de conexión con la vida, pueda volver al más alto nivel de desarrollo, al de la afirmación de la vida, por su humanidad. Es importante advertir que esta sed de matar, como observé arriba, no es lo mismo que el amor a la muerte, que se describe en el capítulo III. Se siente la sangre como la esencia de la vida; verter la sangre de otro es fertilizar a la tierra madre con lo que necesita para ser fértil. (Compárese la creencia azteca en la necesidad de verter sangre como condición para que siga funcionando el cosmos, o la historia de Caín y Abel.) Aun cuando uno vierte su propia sangre, fertiliza la tierra y se fusiona con ella.

Parece que en este nivel de regresión la sangre es el equivalente del semen; la tierra es la equivalente de la mujer-madre. Semen-óvulo son las expresiones de la polaridad macho-hembra, polaridad que se hace fundamental sólo cuando el hombre ha empezado a salir plenamente de la tierra, hasta el punto en que la mujer se convierte en el objeto de su deseo y su amor. (10) El derramamiento de sangre termina en la muerte; el derramamiento de semen, en el nacimiento. Pero la meta de la primera, como la del segundo, es la afirmación de la vida, aun cuando apenas por encima del nivel de la existencia animal. El matador puede convertirse en el amante si llega a nacer plenamente, si desecha su vínculo con la tierra y si vence su narcisismo. Pero no puede negarse que si es incapaz de hacerlo, su narcisismo y su fijación arcaica lo atraparán en un modo de vida que es tan cercano al modo de muerte, que difícilmente puede percibirse la diferencia entre el hombre sediento de sangre y el enamorado de la muerte.

2 Para las diferentes formas de agresión véase el rico material en estudios psicoanalíticos, en especial diversos artículos en los volúmenes de The Psychoanalytic Study of the Child (Nueva York, International Universities Press); véase especialmente sobre el problema de la agresión humana y animal, Aggression, por J. P. Scott (Chicago, University of Chicago Press, 1958). También The Psychology of Aggression, por Arnold H. Buss (Nueva York, John Wiley and Son, 1961); además, Aggression, por Leonard Berkowitz (Nueva York, McGraw-Hill Co., 1962).
3 En 1939 Hitler hubo de organizar un falso ataque a una estaciÓn silesiana de radio por supuestos soldados polacos (que en realidad eran individuos de las SS) para dar a su poblaciÓn la sensaciÓn de ser atacada y, en consecuencia, justificar su injustificable ataque a Polonia como una "guerra justa".
4 Cf. el rico material en J. Dollard, L. W. Doob, N. E. Miller, O. H. Mowrer y R. R. Sears, Frustration and Aggression (New Haven, Yale University Press, 1939).
5 Cuestionario de final abierto, las respuestas al cual se interpretan respecto de su sentido inconsciente e inesperado, a fin de dar datos no sobre "opiniones", sino sobre las fuerzas que operan inconscientemente en el individuo.
6 Del problema de la libertad se trata en el capítulo VI.
7 Paidós, Buenos Aires.
8 Cf. el cuadro que ofrece Djilas del modo de vida montenegrino, en que presenta el matar como el orgullo y la embriaguez mayores que puede sentir un hombre.
9 En Tres cuentos, Espasa-Calpe, Buenos Aires, Col. Austral 1259. [E.]

Fuente: Erich Fromm (1964) "El Corazón Del Hombre" Título original: The Heart of Man. Capítulo "Diferentes formas de violencia."