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miércoles, 25 de junio de 2025

Del esquema L al esquema Rho: la letra, la terceridad y la constitución del sujeto

El esquema L simplificado puede pensarse como un punto de articulación entre ese mismo esquema y el posterior esquema Rho. Este pasaje no es lineal, sino que implica una retroacción lógica: desde los efectos discursivos de la palabra —las formaciones del inconsciente— hacia las condiciones materiales que las sobredeterminan. Se trata de un movimiento que va del enunciado a la enunciación, de los efectos a sus causas estructurales: en concreto, a la inscripción de la letra en el inconsciente como instancia fundante.

Sin embargo, esto no implica que el esquema L y el Rho sean equivalentes. El esquema Rho introduce una complejidad suplementaria, ya que enlaza dos dimensiones fundamentales: el estadio del espejo y el campo del Edipo. En ese sentido, el Rho no solo prolonga la formalización anterior, sino que la enriquece al articular el registro imaginario del yo con el orden simbólico del deseo del Otro.

El punto de partida de este nuevo entramado es la relación primaria del niño con la madre. Pero lejos de concebirse como un lazo dual o simbiosis, Lacan afirma que esa relación es de entrada ternaria. Desde el inicio, está mediada por una instancia simbólica: el falo como significante. Así, no es la necesidad satisfecha por un objeto lo que funda el vínculo madre-hijo, sino el hecho de que la madre significa al niño desde su lugar como Otro primordial.

Esto inaugura el campo de la demanda, pero también del deseo de la madre, que excede toda demanda. Aquí se aloja tanto la posibilidad de constitución subjetiva, como el riesgo estructural de quedar fijado como objeto de ese deseo opaco. La fecundidad de esta situación radica en la ambigüedad que el niño debe tramitar: alojarse como sujeto en una estructura significante, sin quedar reducido a mero objeto del Otro.

Es crucial señalar que todo esto opera en el orden del significante. El deseo de la madre está estructurado como tal, y la posición del niño no es menos significante, más allá de que su lugar pueda encarnarse como objeto. Esta dimensión simbólica —tercerizada desde el inicio por el falo— es la que posibilita la constitución del sujeto, pero también delimita su impasse: la dificultad de dialectizar una posición que lo precede y lo captura.

sábado, 17 de mayo de 2025

Certeza materna e incertidumbre paterna: El Padre como condición de la serie

Desde sus planteos tempranos, Lacan establece una oposición entre la Madre y el Padre, enfatizando que estos términos deben ser entendidos como significantes y no como personas. En esta oposición:

  • La Madre es cierta, lo que no significa biológicamente verificable, sino que remite a una certidumbre absoluta respecto del lugar y el valor del niño. Esto se vincula con un linaje que Lacan sitúa en lo innumerable.
  • El Padre es incierto, lo que señala la contingencia de su operación y el hecho de que arrastra lo no sabido.

A pesar de su incertidumbre, el Padre, en tanto ordinal, habilita un inicio, introduciendo una genealogía que estructura el alojamiento del sujeto.

El Nombre del Padre y la Función del Cero

El Nombre del Padre cumple una función estructurante: funda una genealogía y delimita un espacio que no se confunde con la lógica innumerable de lo materno. Lo no enumerable del sujeto no es lo mismo que lo innumerable materno, sino que se asocia a la imposibilidad de ser contado.

Aquí es donde Lacan se apoya en Peano y Frege. La operación del Padre introduce la función del cero, que permite la numeración y el encadenamiento de la serie. El asesinato del Padre se ubica en este esquema como el cero, la condición lógica de la serie, pues:

  1. Implica lo no idéntico a sí mismo, rompiendo cualquier certeza absoluta.
  2. Prefigura la existencia de un Uno, un elemento que no queda alcanzado por la castración.

Así, la figura del Padre no solo se enmarca en la contingencia, sino que su función lógica permite la estructuración del sujeto en el lenguaje y la genealogía.

miércoles, 26 de febrero de 2025

La castración como estructura y su incidencia en la sexualidad

En La significación del falo, Lacan plantea la castración como un proceso instituyente que opera en tres niveles distintos, más allá de sus posibles conexiones o superposiciones. Su función es estructural y constituyente, ya que su valor radica en la capacidad de anudar elementos esenciales de la subjetividad.

Un punto central en esta operación es su vínculo con el falo, tanto en su dimensión imaginaria como en su función simbólica como significante. Desde aquí, se derivan dos efectos fundamentales de la castración: por un lado, la castración como deuda simbólica y, por otro, la privación como falta en el Otro. A su vez, la castración está íntimamente relacionada con el síntoma, dado que este opera como un intento de obturación de la falta en el Otro.

La instalación de una posición inconsciente en el sujeto es posible solo a partir de la castración, y esta posición no está garantizada de antemano. Se trata de una posición a-sexuada, ya que la diferencia sexual "no cesa de no escribirse" en el inconsciente. Es precisamente esta estructura la que posibilita la identificación tipificante que "sexúa" al sujeto a través del semblante.

El segundo nivel se vincula con la relación con el partenaire. No se trata aquí de una respuesta de carácter biológico, sino de la capacidad del sujeto para responder al partenaire como un ser deseante.

El tercer nivel implica la posibilidad de asumir la función de madre o padre, es decir, la respuesta al niño como producto de la relación. Esta no se da en términos de una necesidad orgánica, sino a partir de la incidencia del deseo y la demanda, tanto del niño como hacia él.

Distinguir estos tres niveles por separado permite cuestionar cualquier concepción madurativa de la sexualidad. Así, la castración introduce una aporía lógica en la sexualidad: un desarreglo que no es contingente, sino esencial.

sábado, 19 de octubre de 2024

La relación madre-hijo y madre-hija

La madre y su hijo 

En el primer planteo que Lacan lleva a cabo sobre la relación del niño con el deseo de la madre resalta que no es la relación del niño con la madre, sino con su deseo.

Una de las primeras cuestiones que señala respecto de esa escena es que la inclusión del niño allí es en función de su posición de falo, o sea que depende de quedar investido o engalanado con esas vestiduras que le dan brillo.

Esto habilita la posibilidad de una dialéctica donde el Otro, el cual se define como sede del significante, aloja el deseo de la madre como significante. Por su ir y venir, su presencia-ausencia, el deseo de la madre abre una brecha donde el niño es posible de ser demandado y, a partir de ello, significado.

En un primer momento lógico el niño es tomado como significante, N = niño deseado, tal el planteo del esquema Rho. No es aún el sujeto, sino una anterioridad lógica: como significante el niño ocupa el lugar que prefigura la función del I(A).

Allí se entrama lo imaginario, en consonancia con ese significado al sujeto donde se escribe esa tríada imaginaria donde la relación de la madre con el niño queda mediada por el falo.

En la medida en que el niño recibe ese significado desde el Otro (formulado en la metáfora paterna) se pone en funcionamiento el falo como significado imaginario de sus idas y vueltas.

Esta dialéctica, primordial o primaria, establece el campo donde, operación de la ley mediante (la metáfora paterna leída desde el resultado, su lado derecho), se pondrán en funcionamiento tanto la significación fálica, atributo con el cual el sujeto podrá asumir una posición sexuada; y el falo significante como objeto de la privación del Otro.

La relación madre-hija

Anteriormente planteábamos una serie de ideas y lecturas sobre la dialéctica que se establece entre el niño y el deseo de la madre. Es de especial importancia que esa dialéctica se juega con independencia de la diferencia sexual, la que en ese primer momento todavía no cuenta.

Más allá de esto, a la altura del seminario 5, Lacan puede plasmar una diferencia en cuanto al modo de atravesar el entramado edípico en el niño y en la niña. Pero fundamentalmente la distancia cuenta en la operación de la castración.

Dice Lacan que, en la niña, en ese tránsito, algo queda abierto. Hay una paradoja. La paradoja concierne a la posición fálica y allí Lacan introduce una palabra que es el eje de la paradoja: la decepción.

Esta decepción desencadena en la niña la entrada al campo edípico propiamente dicho en la medida del fracaso de esa relación con la madre como Otro primordial.
Se produce (demuestra) entonces un obstáculo que es inherente a ese cambio de objeto por el cual la niña se dirige de la madre al padre. Transferencia que queda soportada en un término no menos complejo: la esperanza.

Se trata de una esperanza, respecto de un acceso que no se produce. No casualmente es una situación equivalente a la que Freud refiere respecto del asesinato primordial y el acceso al goce.

Un punto final donde se aúna la paradoja con el obstáculo: ¿en qué medida la salida atributiva fálica del Edipo de la niña habilita u obstaculiza el camino a lo femenino? Este interrogante llevará a Lacan a tener que reformular no sólo la lógica de la sexuación, sino también el estatuto del padre.

martes, 28 de junio de 2022

La familia y la pareja

 En el sufrimiento vincular, ¿Cómo interviene las distintas configuraciones familiares a lo largo de la historia? cada época va configurando los criterios de verdad y van instituyendo las prácticas con las que los sujetos se reconocen en esa experiencia. La historicidad de las familias nos permite interrogar:

- ¿Cómo eran en el pasado este tipo de organización social?

- ¿Eran iguales todas las representaciones y comunidades?

- Son iguales a las de ahora?

Nos convoca a representaciones que tenemos de la familia. Es pensar al sujeto con otros, un sujeto siempre entramado en una dimensión histórica y perteneciente a diferentes espacios de pertenencia.

Familias en perspectiva histórica: tipos ideales.



La novedad de la modernidad es la de pensar un sujeto vivido en primera persona. Hay un conflicto entre el ideal social y lo que el sujeto desea y aspira como sujeto. El sujeto moderno se encuentra entre estas dos voces.

De esta manera, las funciones maternas y paternas dejan da ser ejercidas por la comunidad y pasan a ser nucleares. 

También hay experiencias afectivas de otro tipo. En el binomio madre-hijo, impensable en sociedades antiguas, empieza a ocurrir. También se descubrió la infancia, donde se la piensa diferencialmente del adulto. Esta nueva sensibilidad tendrá consecuencias en el modelo social.

Con la familia moderna aparece la familia nuclear, donde comienza a cuestionarse el patriarcado. Los vínculos afectivos e íntimos aparecen y los cuidados pasan a ser nucleares. 

Veamos, como ejemplo, lo diferente que era la familia espartana a la actual respecto al tratamiento del recién nacido:


La familia es una producción cultural que tiene un papel fundamental en el proceso de hominización de la cría humana y en la transmisión de la cultura.

Definición de la familia desde la antropología
Para Lévi Strauss, los sistemas de parentesco crean a la estructura de la sociedad, aunque hoy en día estos aportes son insuficientes.

Lévi Strauss propuso el concepto de vínculo de alianza, de manera que donde hay familia hay una alianza. La alianza produce filiación.
En toda sociedad existe una organización cuya estructura está atravesada por el Tabú del incesto, que establece prohibiciones y prescripciones. Opera como reguladora de los intercambios entre los miembros del conjunto y éste con otros grupos.

Los vínculos de alianza:
- Funcionan como bisagra para el pasaje de la endogamia a partir de las leyes intercambio/reciprocidad.
- Alude al vínculo matrimonial, conyugal y de pareja.
- Asigna los lugares y las relaciones entre sus miembros.
- Los miembros de la familia están unidos por lazos legales de derechos y prohibiciones sexuales.

Los aportes de Lévi Strauss no llegan a explicar totalmente lo que sucede actualmente. No toda organización familiar tiene este tipo de alianzas vitalicias. No toda relación actual se funda en las relaciones sexuales, ni siempre entre un hombre y una mujer.

La familia
Podemos pensarla en dos ejes o parámetros que están siempre:
- Eje social, ligado a la socialización (pensar el contrato narcisista).
- Eje biológico, que tiene que ver con la consanguineidad.

En el armado de una familia o una pareja se ponen en juego dos exigencias de trabajo, una proveniente de la cultura y otra de los sujetos del vínculo.

Procura recomenzar en cada generación los requisitos imprescindibles para la continuidad de la organización social, la circulación de los bienes, el sistema del la lengua, la regulación de la sexualidad, la procreación y el cuidado de la descendencia.

Viñeta clínica 1
Pedro, estanislao y Ofelia son hermanos. Concurren a una entrevista.

Pedro: -Bueno, vinimos porque me lo sugirió mi analista. No nos podemos poner de acuerdo respecto a la herencia. Mi papá murió hace varios meses y no pudimos hacer la sucesión.
Ofelia: -tenemos situaciones muy diferentes. Yo soy viuda, no tengo hijos y no puedo trabajar por mi enfermedad. En cambio, ellos se hicieron cargo de empresa familiar y tienen una situación económica mejor que la mía.
Estanislao: -Por eso, justamente decidimos pasarte una suma mensual extra.
Ofelia (enojada): -¡Papá hizo testamento y me otorgó una donación del 20% justamente por mi situación!
Pedro: Lo que Ofelia no quiere aceptar es que papá hizo lo mismo con todos. cada vez que se enojaba con alguno, rompía el testamento y hacía uno nuevo. En el último, ella no figura.
Ofelia: - ¡Ustedes me quieren estafar, voy a recurrir a un  abogado y los voy a destruir.

Acá lo que vemos es un padre caprichoso que empuja a los hermanos a una contienda, respecto al intercambio de los bienes.

Viñeta 2
La familia Iribarne solicita una entrevista por indicación de la escuela de María Pia. La niña, de cinco años, le pidió a dos compañeritos que se bajaran los pantalones y le mostraran la cola.
Rosalía: -No entiendo lo que está pasando. Nosotros somos muy religiosos, en casa no se habla de esos temas delante de los chicos, no sé de dónde pudo haberlo sacado.
Juan Carlos: -Para mí que los chicos quisieron hacerlo y después dijeron que había sido ella.

María Pia juega con una muñeca. La acuesta en una cuna e introduce un elefante también.

María Pia: - La nena está durmiendo con elefante. ¡La aplasta, la aplasta!
Terapeuta: -Un elefante es algo muy grande para que duerma con una nena.
Rosalía: -Ella es muy imaginativa.
María Pia: -Cuando duermo con el abuelo, me aplasta y me quiere ver la cola.
Juan Carlos: -¿Qué decís? ¿Cómo se te ocurre decir esa pavada?
Terapeuta: -¿María Pia duerme con el abuelo?
Rosalía: -Lo que pasa es que mi mamá murió y mi papá se quedó solo y estaba tan triste que nosotros la llevamos muchas veces a dormir con él, porque eso lo pone contento. Pero de ahí a lo que ella dice... Por eso yo digo que es muy imaginativa.
María Pía: -El abuelo me aplasta y me toca.
Juan Carlos: -Estaría dormido.
María Pía: -No, no está dormido, tiene los ojos abiertos.

Esta familia se maneja bajo la desmentida. Hay un posible abuso, pero los padres ponen la culpa en la nena. Hay una cuestión endogámica en tanto a la lealtad a su padre, que ofrece el cuerpo de su hija para la satisfacción del padre. 

La familia desde el psicoanálisis vincular
Isidoro Berenstein piensa a la familia como un conjunto de sujetos, donde todos y cada uno de ellos son diferentes entre si, dentro de esa semejanza que marca el pertenecer a un parentesco, es decir a una relación que los hace parientes.

Los familiares son semejantes en que cada uno es diferente a otro. Hace un contrapunto, en este punto, con la idea de homogeneidad.

Hay una fuerte creencia que existe un vínculo familiar dado por los vínculos de sangre. Esto genera una marca de de extranjeridad, como los familiares políticos: Los que pertenecen a él consideran dicho vínculo como propio y suponen habitarlo del lado de adentro, en tanto que los extraños estarán del lado de afuera del límite familiar.

El vínculo familiar resulta de un hacer entre los sujetos mediante el cual devienen sujetos otros. Ese hacer actual produce presente. Los orígenes establecen una continuidad entre un presente y un pasado. La familia encuentra un sentido en aquello que relata como orígen, es decir, que hay un presente que encuentra un pasado.

En la familia existen dos funciones adscriptas:

Función paterna: función de corte relacionada con la capacidad de enunciar una ley la cual puede ser sostenida y más aún en aquel que la enuncia. 
Función materna: función de sostén, relacionada con la capacidad de amparo y de sostén con la erogenización y narcisización del hijo.

Ambas funciones deben ser solidarias, pues posibilitarán el desarrollo suficientemente bueno en esos espacios intra e intersubjetivos articulados entre sí y con el espacio transubjetivo para comprender la realidad social y cultural.

Además, se agrega la función fraterna: función que posibilitaría una distribución equitativa del poder en la familia.

La horda primitiva deviene de una alianza fraterna. Desde Freud, es el primer colectivo cultural que posibilita esa aparición de un campo simbólico donde el asesinato del padre aparece en esa presencia simbólica de la ley.

La familia desde el psicoanálisis vincular
En una familia hay conflictos, hay complicidades, el modo de pelearse, hablarse, de los haceres, ese modo de vivir con el otro.

Cada familia va existiendo en su particularidad a partir de la propia historia construida conjuntamente y la historia de sus antepasados, generando sus propias lógicas de intercambio con sistemas sociales más amplios que lo contienen y que determinan en gran medida las normas y los valores que rigen su organización; ejemplo: las nuevas configuraciones familiares.

lunes, 15 de febrero de 2021

Una madre demasiado buena

Una "madre demasiado buena" causaría los mismos estragos que una madre "no suficientemente buena", como por ejemplo el caso de las fobias y las neurosis obsesivas. Lacan utilizó la metáfora de la madre cocodrilo. Por su prte, dijo Winnicott en 1960:

(...) El paciente se queja en el sentido de que el analista intenta hipnotizarlo, es decir, le invita a realizar una severa regresión a la dependencia, impulsándolo a una fusión con el analista.

Lo mismo puede observarse en las madres de los niños pequeños, las madres que han tenido varios niños empiezan a dominar tanto la técnica de ser madre, que hacen todo lo que deben hacer en el momento adecuado, y entonces la criatura que ha empezado a separarse de la madre no dispone de medio alguno para asumir el control de todo lo bueno que tiene lugar a su alrededor. El gesto creador, el llanto, la protesta, todos los signos pequeños que deberían producir la acción de la madre, todas estas cosas faltan, y no aparecen porque la madre ya ha satisfacido la necesidad, igual que si la criatura siguiera fusionada con ella y ella con la criatura. Así, la madre, al ser en apariencia tan buena madre, hace algo peor que castrar a la criatura: dejarla ante dos alternativas; la de hallarse en un estado permanente de regresión y de fusión con la madre o, por el contrario, llevar a cabo un rechazo total de la misma, incluso de aquella que en apariencia es una buena madre.






viernes, 18 de diciembre de 2020

¿Qué es eso que falta para que haya deseo de la madre?

Lic. Lucas Vazquez Topssian

Quizá la maternidad sea una de las actividades humanas más performadas, idealizadas, sobredimensionada y subestimadas al mismo tiempo. ¿Basta con decir que la maternidad es deseada?

Se da por sentado que quien tiene un hijo es porque quiere y quien no lo tiene, es porque no quiere, como si el contexto no pusiera determinaciones de ningún tipo. La maternidad, ciertamente, puede ser una imposición: es el sistema que determina que las mujeres deseen ser madres. También la maternidad puede ser deseada, aunque podemos preguntarnos ¿Qué deseo no es socialmente construído? 

Se piensa a la maternidad en términos evolutivos, en tanto la maternidad implica la constinuación de la especie y de las próximas generaciones. La familia aquí es tomada como natural, cuando también puede pensarse como un dispositivo de control que mantiene el status quo.

La maternidad como reaseguro contra la vejez: ¿Quién te va a cuidar cuando seas viejita? Buda decía que el hombre engendra hijos y, justamente, es la causa de la vejez y la muerte. Para Buda, si el hombre se diera cuento del sufrimiento que trae al mundo, desistiría de la procreación y podría detener el desarrollo de vejez y muerte. Es decir, se convoca al mundo a una persona cuya suerte no puede ser prevista por su madre/padre, aún sabiendo que está expuesto a múltiples amenazas de terribles sufrimientos y a la muerte, habitualmente traumática.

Colmar la falta con un hijo

En psicoanálisis se ha hablado generosamente sobre del deseo de la madre, que supone una falta que el parent (quien sea) porta y que intenta colmarla con el niño. ¿Quién dedicaría ese enorme esfuerzo que implica cuidar a un hijo si no le hiciera falta? No hay sorpresa alguna en decir que que maternar, en el sistema actual, implica una franca desigualdad. Ni bien es madre, gran parte de la sociedad le suelta la mano a esa persona, creyendo que la madre es una figura omnipotente. Maternar implica una triple jornada laboral, trabajo emocional y de cuidados gratuito, la imposibilidad social de renunciar a ella, violencia obstétrica, entre otras cosas.

También se ha dicho que un hijo adquiere el valor de falo, es decir, el equivalente a un objeto que promete una satisfacción plena (que no existe) y que en varias culturas los representan con erecciones tales como obeliscos, tótems, palos de Beltane o directamente penes... Es incorrecto decir que lo que una mujer quiere es vía su hijo es un pene. El hijo, para una madre, es un objeto lleno de promesas. Tarde caerá en el engaño de que esto no es así y probablemente lo intente algunas veces más hasta convencerse de que toda satisfacción es parcial.

Ahora, es absurdo decir que el deseo de la madre sea exclusivo de las mujeres, pues cualquiera sabe que muchos hombres también tienen el deseo de tener hijos, incluso tratándose de una pareja de varones. Los psicoanalistas resolvieron la cuestión hablando de función materna y paterna, cualquiera sea quien las desempeñe. En los consultorios frecuentemente escuchamos sobre hombres que anhelan tener hijos, pero sus parejas no quieren.

Hay una cuestión de la que se suele leer bastante poco y es acerca de qué consiste exactamente esta falta que permite el deseo de la madre, digámosle deseo del parent, generalmente tratada como un mero agujero a llenar donde previamente no hay nada. En psicoanálisis, estamos acostumbradoss a los conjuntos vacíos, al das ding, a los intervalos desfallecientes, etc. Lo cierto es que nadie que no pueda tener un hijo viene al consultorio diciendo "No puedo colmar imaginariamente mi falta", por la que nos interesa situar algunas de estas cuestiones.

Con la ética negativa de Julio Cabrera, por proponer un autor, podemos  preguntar de qué se trata esa falta inicial del parentdesgastes, dolor físico, desánimo y falta de voluntad, cansancio, falta de fuerzas, sensación de falta de sentido, desmotivacióntedio y depresión. Para Cabrera, se trata de una situación estructural en la que nos encontramos desde siempre, a la que además se le agrega el destino decreciente (o “menguante”): todos comenzamos a acabar desde el mero surgimiento, siguiendo una dirección única e irreversible de desgaste y declive.

Julio Cabrera dice que el ser humano crea valores positivos para defenderse de todo lo anterior, siendo estos valores reactivos y paliativos. El ser humano se defiende de la estructura terminal de su ser. Afirma no todos consiguen soportar esa lucha precipitada, lo que lleva a consecuencias como el  suicidiosenfermedades nerviosas de mayor o menor gravedad o comportamiento agresivo. El autor dice que mediante su propio mérito, el ser humano puede tornar sus circunstancias más agradables, pero afirma que también es problemático procrear a alguien para que intente volver su vida agradable al luchar contra la resistencia de la situación difícil y opresiva que le damos al generarlo.

Para Cabrera, el propio ser de alguien es fabricado y usado, colocado en una situación dañosa de manera no-consensual y unilateral, premeditada o debido a negligencias; siempre vinculado a intereses (o desintereses) de otros humanos y no del humano creado. Además de su gestación, el proceso continúa en el proceso de educación del niño/a, donde será moldeada/o de acuerdo con las preferencias de los padres para su satisfacción. De esta manera, una persona puede ser creada para el bien de sus padres o de otras personas, pero que es imposible crear a alguien por su propio bien.

En este sentido, una de las críticas a las políticas natalistas más conocida es la de  la creación de seres humanos como meros medios o instrumentos para conseguir distintos fines, ya sean militares, económicos, políticos o étnicos.

lunes, 24 de agosto de 2020

La función materna en psicoanálisis: indicaciones para la clínica

La madre es un concepto que se suele dar por sabido. Pensamos en la madre, en la función materna, en la posición femenina, y damos por sentado que todos estamos hablando de lo mismo. Incluso, cuando se habla de la función paterna, todos estamos de acuerdo en qué se trata -la función de separación entre el niño y la madre- ¿Pero cuál es esa función materna?

Una indicación importante para la clínica es hacer caer el prejuicio el de "Madre hay una sola", que es la biológica y que es necesariamente una mujer cisgénero. La dirección a la cura varía si el analista está prefijado en ubicar que la madre es la madre biológica. Esto provoca en el paciente cierta dificultad para elaborar el duelo de esa madre que no ha funcionado como tal. Hay que poder elaborar el duelo con la persona que corresponde. Esto es especialmente importante en el caso de pacientes que han sido adoptados. Muchos analistas dan por sentado que la relación entre el hijo y su madre biológica es la relación de la que hablamos cuando hablamos de función materna. El niño, para que la progenitora funcione como madre, necesita elegir y adoptar a ese niño.

El analista debe ubicar quién ha ocupado la función materna en la historia del sujeto. Una madre biológica puede no hacer función materna con su hijo, aunque la sociedad la señale como madre. La función materna implica incluir al sujeto en su deseo y que lo invita libidinalmente. En la clínica, debemos preguntarnos quién se preocupaba por nuestro paciente durante su vida, Esa persona es la que hace la función materna. 

En familias con padres o madres del mismo sexo, las funciones están claramente diferenciadas. Lo que importa en la constitución del aparato psíquico es que haya dos operaciones: 

- Función materna, aquel que toma al niño en su deseo.

- Función paterna, que ubica un punto de expulsión a la exogamia. 

El interjuego entre estas dos funciones va a producir, en relación a la ley como terceridad, la constitución subjetiva como tal- El sujeto necesita de la función materna y no todo depende de una única experiencia. Hay una madre que funciona como tal, ya sea un hombre o una mujer, pero esa función debe ser duelada por el sujeto.

También suele haber confusiones relacionadas con la mujer y la posición femenina. Freud, siendo del siglo XIX, va poniendo el punto en la pasividad o la actividad. Cuando Freud dice que el sujeto queda ubicado activa o pasivamente frente aotro de manera ambivalente en lo afectivo, hay que ubicar que la posición femenina no es propia exclusivamente de mujeres. 

En el nudo borromeo, hay un aspecto simbólico y otro real: este último permite ubicar posición femenina. Pasar de la cuestión edípica a la mujer en lo real. Lacan dice que La Mujer no existe, sino que hay mujeres. Los hombres, aunque estén ordenados al goce fálico, tampoco están bajo un mismo modelo. 

En lo imaginario del nudo, la madre pasa por la cuestión ilusoria, del estadío del espejo, de "his majesty the baby". Implica al niño como prolongación de la madre, que puede verse en cuestiones de amor y también polarizarse hacia la agresividad.

En lo simbólico, Lacan dice que el papel de la madre es su deseo. Aquí encontramos al Edipo, la sujeción al deseo de la madre, la ecuacón que produce la significación fálica, donde el niño pasa de ser el falo a querer tenerlo. 

Si la madre está sujeta a la ley de su padre y no a una ley caprichosa y sinte que su hijo es una prolongación fálica de si misma, puede ocurrir que la madre qiera taponar su falta con el hijo o también puede desinvestir a su hijo por querer investir otros aspectos de la vida. Alquí estamos hablando solamente de lo simbólico.

¿Qué pasa en lo real? El nudo borromeo de la madre se conecta con el registro simbólico del hijo. De esta manera, va a leer lo real de ella como marca simbolica en el hijo. Este es el encadenamiento generacional. Si en lo real de una mujer u hombre en la posición femenina ubicamos que esa nada inicial (que después en lo simbóĺico se torna un agujero de la castración) que no estaba inscripta, allí se produce los que Peirce llama el potencial.En la posición femenina, en lo real, hablamos de una nada a la fundación: a fundar un potencial que es imposible de decir por una lado; por el otro, algo que no cesa de no inscribirse pero que no toma al niño (eso es simbólico). En lo real, el goce femenino se basta a si mismo, es un punto en el cual la madre se satisface en la producción misma de su agujero.

Eso que es imposible de decir es tomado por el registro simbólico del hijo, que lee en su madre y decodifica desde si. Lo real está perdido y no cesa de no inscribirse. 

viernes, 7 de agosto de 2020

La mujer y la degradación de la vida erótica.

La degradación de la vida erótica no es privativa del varón. Hoy vamos a hablar de la forma en que se juega en la mujer. Rodearemos el problema a partir del complejo de castración.

En nuestro recorrido por los textos freudianos sobre sexualidad, vimos el artículo —“La degradación de la vida erótica en el varón”— para ver cómo se da la degradación de la vida erótica desde el lugar del varón a partir de la pregunta por la impotencia psíquica.

Freud responsabiliza por la impotencia psíquica a dos factores: la intensa fijación incestuosa en la infancia y la frustración real en la adolescencia.

Surgieron preguntas de parte de ustedes sobre el camino de la mujer en este recorrido. ¿Cómo se da esto en la mujer?

Para las mujeres podemos ubicar dos motivos para la aparición de la frigidez: que el varón no cuente con toda la potencia o que luego de la sobreestimación por el enamoramiento, a partir la relación íntima, surja el menosprecio.

Vamos a hacer un breve recorrido que nos va a situar en un marco. Para rendir cuentas del devenir hombre o mujer, Freud convoca al Edipo. El mito funda la pareja sexual por la vía de las prohibiciones y los ideales de cada sexo.

¿Qué es una mujer para Freud?
El proceso de sexuación está determinado por el hecho de que para la niña la castración tuvo lugar (la madre no le dio, la hizo incompleta), y por eso surge la envidia del pene o penissneid. Así, se dirige al padre para que le dé, ya que él lo posee. La niña espera el falo, o sea, el pene simbolizado, del que lo tiene.

Se trata de cómo se ha subjetivado el “no tener” y los efectos de esta posición en la vida: cómo se las arregla la mujer con ese “menos”, dando lugar a inhibiciones, por ejemplo en el estudio o en lo laboral, a un sentimiento de inferioridad y menoscabo, a cierta posición de pobreza, de falta de recursos.

La feminidad de la mujer deriva, entonces, de su “ser castrado”.

La posición femenina la detenta la mujer cuya falta fálica la lleva a dirigirse hacia el amor de un hombre. En principio es el padre, después la pareja. El padre es el heredero del amor que primeramente dirigió a la madre.

Posición sexual y castración
En el ensayo “La significación del falo”, Lacan nos plantea la prevalencia del complejo de castración en el inconsciente y su consecuencia para la asunción de la posición sexual.

Dice así: “el complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo, primero en la estructuración […] de los síntomas […], segundo en una regulación del desarrollo […], a saber la instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual, e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas”.

La relación a la castración condiciona el lazo de una mujer con el hombre.

Dentro de lo que escuchamos en la actualidad las mujeres pueden evitar a los hombres, y cada vez más, hasta llegar a una maternidad sin hombres, donde la ciencia se pone a su servicio. En cualquier caso, esto no implica una liberación de la problemática fálica, o sea, no quedan fuera de la problemática de la castración.

Degradación de la vida erótica
Vamos a tomar el texto “El tabú de la virginidad” de Freud de 1927 para ver la degradación de la vida erótica desde el lado de la mujer.

Freud nos dice allí que el tabú se encuentra enlazado a las fobias que sufren los neuróticos.

Trae investigaciones sobre los primitivos: ahí donde hay un tabú, es donde se teme un peligro, un peligro psíquico. Freud ubica la importancia de la virginidad en el inconsciente, más allá de los cambios culturales, unido a la presencia de este tabú.

¿Por qué es importante la virginidad? El primer coito es un acto especial, ya que por la desfloración puede aparecer sangre. Por el horror a la sangre, podemos pensar una articulación entre virginidad y menstruación.

Freud nos muestra que no sólo el primer coito con la mujer es tabú, sino que la mujer en un todo es tabú. El varón tiene miedo de ser debilitado por una mujer, a quedar contagiado por su feminidad y no comportarse de manera viril. Esto se conserva hasta nuestros tiempos en los fantasmas neuróticos bajo enunciados como “me dejaste agotado”, “me hacés perder la cabeza”, etc.

Desde el lado de la mujer, el primer acto sexual tiene consecuencias que no son esperadas por ella. Muchas veces, permanece fría e insatisfecha, y necesita un largo tiempo para obtener satisfacción del acto.

Hay una razón de desengaño con respecto al primer coito, donde la expectativa —muy cargada por la prohibición— no coincide con lo que efectivamente ocurre. Cuando hablo de prohibición, me refiero mucho más allá del comienzo muy temprano de la mujer en el encuentro sexual, en los ecos inconscientes de la prohibición a la pérdida de la virginidad.

Se escucha también en algunas novias, que quieren mantienen oculta la relación y así sostienen el valor de una relación secreta.

La prohibición, lo secreto, como formas de expresión del tabú.

Con la primera relación sexual, se actualizan antiguos impulsos reprimidos y surgen elementos contrarios a la satisfacción sexual que espera la mujer.

La envidia fálica, que apunta al anhelo de un significante de la completud imaginaria.
El deseo inconsciente de castrar a un hombre, dejarlo impotente.

La hostilidad contra el varón.
Todos estos factores tienen como fundamento la historia del desarrollo libidinal. Los deseos sexuales infantiles persisten, fijados al padre o a un hermano que lo sustituye. El partenaire nunca es más que un varón sustituto. Nunca es el genuino.

Para que se desautorice a la pareja por insatisfactoria, importa la intensidad de la fijación a la figura paterna.

Desde el punto de vista del desarrollo, dice Freud, la fase masculina o de envidia fálica de la mujer, de envidia al varón, debe ser la que permite la hostilidad de la mujer hacía el varón, siempre presente en las relaciones entre los sexos.

El tabú de la virginidad no se ha sepultado a través de las épocas, permanece en el inconsciente. Está anudado a la historia del desarrollo libidinal de la mujer, a su posición frente a la castración: cómo fue tramitada la envidia fálica, qué montante de hostilidad y hostigamiento hacia el varón. 

La clínica también nos muestra mujeres a las cuales no les resulta problemática la impotencia de su partenaire; es más, les viene bien. Puede existir una reacción de hostilidad, por ejemplo, en la que la mujer permanece en pareja, muy distanciada del hombre, donde no se juega para nada el deseo por él, pero sí la ternura.

Hostilidad, venganza, goce… problemáticas del complejo de castración para la mujer.

domingo, 2 de agosto de 2020

El deseo de la madre

El primer objeto simbolizado del niño es la madre, y su presencia o ausencia se convertirá en el signo del deseo al que el Sujeto aferrará su propio deseo. También es el que hará de él un niño deseado o no deseado. El término niño deseado corresponde a la constitución de la madre en cuanto sede del deseo, símbolo del niño deseado.

El niño no se encuentra solo delante de la madre, sino que delante de la madre está el significante de su deseo: el falo. De ahí resultan todos los accidentes, los tropiezos, que vamos a encontrar en la evolución del niño.

Alrededor de la sexualidad femenina podemos ubicar que la cuestión de la satisfacción se presenta compleja. La mujer puede obtener satisfacción completa sin que intervenga la satisfacción genital.

La satisfacción femenina puede realizarse por completo en la relación maternal: en todas las etapas de la función de la reproducción, en la gestación, en el amamantamiento y en el mantenimiento de la posición materna.

Entre la madre y la mujer hay una separación. El hijo fálico, o sea aquel niño que es todo para la madre, puede a veces taponar, hacer callar la exigencia femenina, en relación al hombre. Así se ve en los casos en que la maternidad modifica la posición erótica de la madre.

Por lo tanto, la satisfacción vinculada al acto genital, el orgasmo, es algo totalmente distinto, y está vinculado con la dialéctica de la privación fálica.

La satisfacción que se encuentra más allá de la relación genital es de otro orden.

Hay siempre en esta relación madre-hijo algo que está más acá y más allá de la equivalencia fálica (algo no tomado por lo simbólico, el goce).

Lo que está más acá, es decir, del lado de la perversión, en la relación madre-hijo, es la posición de resto que el niño tiene más acá de su equivalencia fálica.

En el discurso analítico se trata de ubicar en la relación hijo-madre la enorme dificultad que es para una mujer un niño. También lo que hay en esto de rasgo de locura.

Lo que anuda a la madre con el hijo no está solamente del lado del bien. Esto nos da una pista sobre el deseo criminal, el deseo de muerte de un hijo. Que toda madre quiera a su hijo es un ideal del amor materno.

¿Cuál es el valor del amor de una madre para la humanización de su hijo? La humanización del pequeño hombre pasará por un deseo que no sea anónimo. ¿Qué quiere decir esto? Para el niño, la dedicación materna vale más cuando la madre no es toda de él y es necesario que su amor de mujer sea referible a un nombre. Solamente bajo esta condición el niño podrá ser inscripto en un deseo particularizado, un deseo anudado al deseo entre ellos.

El deseo de la madre como función realiza anticipadamente el sostén narcisístico.

El deseo del padre será promotor de una operación nominante que hace efectivo el enlace con lo real. Nominando enlaza ese real que un hijo representa.

“Deseo de los padres” es una operación que tendrá por condición que los padres, transmisores como tales de la ley del deseo entre ellos y por el hijo, al mismo tiempo pongan a resguardo sus goces.

Deseo de los padres entre ellos y deseo de los padres por un hijo guardan entre sí una lógica balanceada entre el deseo, el amor y el goce.

Es frecuente que después del nacimiento de un hijo los padres digan que ha disminuido el deseo entre ellos. ¿Qué consecuencias trae esto para el niño? Si consideramos la sexualidad femenina, vemos que hay un desplazamiento de la mujer a la madre y lo vemos en la clínica, en la que escuchamos un discurso que va de la sexualidad a hablar del niño, a quejarse del trabajo que da, a quedar solo en ese tema como si no existiera nada más.

Como nos dice Freud, la niña es la que toma al padre como objeto y espera un hijo de él. Ese objeto tiene carácter de imposible por la privación. Sólo es posible por las equivalencias simbólicas.

La equivalencia simbólica se puede lograr, pero lleva una marca para la niña, fue pedida al padre y le fue privada. Hay una dimensión más allá de la equivalencia que se pueda lograr, esto interroga el lugar del hijo para esa mujer. Por eso siempre es una cuestión clínica importante cuál ha sido el lugar de su propio padre.

Un padre merece respeto cuando hace de una mujer objeto a, causa de deseo. Su condición de hacer de una mujer objeto de su deseo lo muestra, en tanto deseante, como trasmisor en acto de un goce que le falta y desea encontrar en el cuerpo de una mujer. Es esperable que esa mujer causa acepte hacerle hijos y que él, lo quiera o no, asuma el cuidado paterno de ellos.

La clínica muestra que optar por una mujer que lo acepte, en el doble sentido de la palabra, no está al alcance de todo hombre. Un padre no es cualquiera, es un modelo de la función paterna. Ser padre es asunto de deseo, y hacer de la mujer una madre podría complicar en algunos casos la relación con la mujer; para el hombre está siempre presente la tentación de hacerse hijo de su mujer.

Esta configuración hombre-niño es distinta de la posición paterna, y la obstaculiza, al poner a ese hombre en posición de rivalidad fraterna con sus propios hijos.

Aceptarse como padre implica un efecto de separación que permite a un hombre dejar un poco su mujer a otros, al menos a esos otros que son los hijos. El cuidado del padre no es redoblar los cuidados maternos, ni compartir los cuidados. Es un cuidado simbólico, función separadora de su presencia afirmada ante la madre.

jueves, 11 de junio de 2020

Visitas respetuosas a bebés y niños pequeños.

Hay pocos momentos tan hermosos como visitar por primera vez a un recién nacido, o ir los domingos a correr con los sobrinos chiquitos por el pasto. No obstante, es conveniente buscar que nuestro amor por esos niños y las ganas de verlos también se vean traducidos en visitas respetuosas, para ellos y sus familias convivientes. Debemos dejar de lado nuestros deseos y ansiedades y poniéndonos en el lugar de los niños y sus familias.

Si vas a visitar a un recién nacido:

Pedir permiso para ir al hospital o al hogar. Los primeros días no son fáciles, es un proceso de adaptación a la nueva situación de vida y tal vez sea conveniente postergar la visita. Las visitas cortas suelen agotar menos a los padres y a su bebé. Conviene dejar de lado los gritos y las estridencias, los perfumes fuertes y el olor a cigarrillo.

Si el bebé está siendo amamantado, tratar de dar intimidad a esa dupla que se está conociendo fuera del vientre. Incluso si la alimentación es por fórmula, es conveniente dar espacio al niño y al adulto que cumple la función de sostén.



Resulta saludable evitar comentarios sobre el cuerpo de la madre, de cómo amamanta, acerca de cuánta leche tiene, cuánta caca hace el bebé.

No tomar en brazos al recién nacido ni tocarlo si el padre y/o la madre no lo ofrece. El amor por un niño va más allá de tenerlo a upa en este momento. El bebé no conoce a nadie más que a su madre y/o su padre. Ya habrá tiempo para conocer a los demás y jugar juntos.

Usar el celular lo menos posible. Los celulares suelen ser un fuerte foco de microorganismos que pueden resultar patógenos para el recién nacido, por lo que se debe tener cuidado si se va a tocar al bebé.

Finalmente, se debe suspender la visita si estamos con mocos, tos o cualquier  otrosigno de infección. A veces, contener nuestras ganas es la forma de amor más grande.

¿Qué cosas sí debemos hacer?
Llevarles comida a los nuevos padres.
Ayudar a los padres con los hermanos del recién nacido, si los hubiera.
Ofrecerse a hacer las compras o limpiar alguna parte de la casa.

Recordar que cada familia es un mundo y de lo que se trata es de acompañar en una crianza más respetuosa. Hay familias que les encanta tener mucha gente en casa, lo importante es contar con toda la información.

viernes, 5 de junio de 2020

El duelo, versión femenina.

María del Socorro Tuirán Rougeon "Le deuil, version fémenine". Traducción del francés a cargo de Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Desde el Jardín de Freud, Número 11

Resumen
¿Qué pasa con el duelo para una mujer? Después de recorrer a Freud y a Melanie Klein, la autora se interesa en lo real del cuerpo de la mujer para poder interrogar su relación con la pérdida, apoyándose en los trabajos de psicoanalistas que hablaron desde su clínica, después de Lacan. La histeria y la neurosis obsesiva dan a la mujer el mecanismo para protegerse de lo real que le es propio; la clínica del adolescente esclarece, en la relación madre-hijo, este asunto de una manera particular.

Esta vez empiezo por el diccionario antes de introducir mi pregunta. Le Petit Robert1 dice al respecto: 
n. m. Dueil, s. xv; doel, duel s. xii; bajo latín dolus de dolore, "sufrir". 1. Dolor, aflicción que se experimenta por la muerte de alguien. 2. Figurativo y literario: aflicción, tristeza, "La naturaleza está de duelo" para hablar del invierno. 3. Muerte de un ser querido. La pérdida. 4. Signos exteriores del duelo. 5. Tiempo durante el cual se lleva el duelo. 6. Cortejo fúnebre. 7. Hacer su duelo de una cosa: renunciar, resignarse, estar privado de ello.
Por su parte, el psicoanálisis define al mismo tiempo la pérdida de alguien, de un ser querido, la reacción a esta pérdida, así como el proceso de desapego del ser perdido. En "Duelo y melancolía"2, Freud marca la diferencia entre el duelo normal en tanto reacción a la pérdida de un ser amado, el duelo patológico definido por él como una dificultad para retirar la libido de los vínculos que retienen al doliente al lado del objeto perdido, y la melancolía, que la define como la reacción a una "pérdida de objeto sustraída de la conciencia"3.

En una elaboración posterior, "El yo y el ello" (1923) 4, define el ideal del yo como heredero del complejo de Edipo. El ideal del yo constituye la introyección del objeto perdido en el yo. La ambivalencia en ese proceso de introyección del objeto será el factor determinante de las complicaciones en los procesos de los duelos vividos luego. Melanie Klein 5 describirá la posición depresiva en el niño. Luego de los adelantos planteados por Freud y Abraham sobre el duelo, Klein elabora esta posición como un dispositivo propio de la evolución normal del niño que se reactivará cada vez que tenga la experiencia del duelo posteriormente. Ese dispositivo se instala, según sus observaciones, desde los primeros meses de vida del infans.

En cuanto a Lacan, radicaliza la función del duelo de la pequeña infancia, en razón de nuestra condición de ser hablante, puesto que define el objeto causa del deseo como perdido para siempre jamás, dejando un lugar vacío que es necesario para la constitución de todas las relaciones de objeto y que da lugar a toda posición subjetiva.

Todo objeto, luego, solo podrá ser metonimia del que falta y que hace advenir al sujeto y a su deseo. En este mismo lugar Lacan alojará el significante fálico como el que ordenará a todos los demás objetos que jalonarán el recorrido del niño (oral, anal, mirada y voz). Podemos plantear ya, a partir de estas pocas coordenadas, que el duelo se declina en tres registros: Simbólico, Imaginario y Real. El registro simbólico del duelo sería el proceso psíquico por el cual una persona llega a separarse de los vínculos que lo apegan al objeto perdido; ese proceso restablece la presencia sobre un fondo de ausencia.

El registro imaginario podría estar constituido por los signos exteriores de duelo, así como todas las representaciones que emergen sobre el ser querido perdido, representaciones que parecen ser efecto de una idealización. En lo que concierne al registro real, se trata de la ausencia misma del objeto, de su muerte, tanto más cuando ha sobrevenido de manera brutal, accidental o injusta. ¿Pero qué decir del duelo en femenino? ¿Tendría características específicas para ella? Les propongo plantear esto de entrada: para una mujer, su ex-sistencia se define a partir de la pérdida. Aun cuando para un hombre la pérdida no estará ausente en su trayectoria, no se confronta con esta desde el mismo lugar.

Para Lacan 6, ante el espejo, tanto la niñita como el niñito tienen que enfrentarse a la caída del objeto causa del deseo, por ser representante de la compleción con la madre, pero también a la pérdida de la imagen jubilosa que constituye la unidad corporal. Pero sabemos desde Freud que, a la salida del Edipo, la niñita no tiene que vérselas con la misma pérdida que el niñito; este ha de perder el falo para obtenerlo más tarde; ella no lo tiene, y solo podrá serlo o más bien representarlo para un hombre, posteriormente. En ese proceso la niñita debe soltar su objeto de amor primero (la madre) para poder volver hacia ella en un proceso de identificación secundaria; por lo tanto, es invitada a perder su lugar y a migrar para hacer de su padre su objeto de amor.

En el momento de la pubertad, que viene a anunciarle su entrada en la adolescencia, la muchacha ha de vérselas de nuevo con la pérdida. Los cambios en su cuerpo, esas formas de mujer que se le imponen, la instalan también en una relación de espejo con su propia madre, espejo que no necesariamente le devuelve la buena imagen —en todo caso no la que ella querría ser— e igualmente descubrirá ese flujo que la acompañará durante numerosos años, que vendrá a dar ritmo a su vida un mes tras otro y le recordará su condición de mujer y una posible procreación. Ese flujo, llamado menstruaciones —que recuerda el ritmo mensual— o reglas —como para decir cómo regulan la vida de una mujer—, puede también ser llamado pérdidas. En efecto ella paga con la pérdida de su sangre el tributo a su feminidad, a su cuerpo que se defiende, y en lo que se escapa de su cuerpo se escapa también la representación de la fecundación que no tendrá lugar.

La fisiología propia de una mujer le inflige otra pérdida en el encuentro con un hombre: la de su virginidad. Allí donde ella tendrá que permitir que su cuerpo se abra, al mismo tiempo tendrá que darle lugar simbólico a un hombre en su vida. El precio a pagar esta vez es el himen, ya sea para ella el trofeo a preservar o el obstáculo a eliminar. Cuando se ha convertido en mujer y madre, en el momento del parto tendrá que encarar la pérdida de nuevo; pierde a aquel que ella ha portado en su vientre durante nueve meses y que la ha colmado; es esta experiencia la que puede ponerla ante el des-ser que le permite crear a ella misma un real, el real del cuerpo del niño que no corresponde al que ella haya podido fantasear. Esta pérdida se juega entonces en los tres registros: Real, Imaginario y Simbólico.

En el acompañamiento de este niño ella tendrá que tener varias veces la experiencia de la pérdida. El destete, la marcha, la entrada al jardín y luego a la escuela, la adolescencia y luego la partida definitiva de la casa son momentos del niño que la remiten a sus espaldas a esta noción de pérdida. Llega luego el momento de la menopausia: hela ahí ante una pérdida de nuevo. Pascale Bélot-Fourcade 7 recuerda ciertamente que no se trata de la pérdida del objeto a en ese momento, sino acaso que el hecho de verse confrontada a este "nunca más", nunca más fecunda, viene a volver a poner a la mujer frente a la pérdida constituyente. Es asunto de crisis para la mujer en este periodo de su vida, crisis que la conduce a tener que volver a hallar sus coordenadas inconscientes, como en la adolescencia.

La fisiología del cuerpo de la mujer le impone pues un real a partir del cual ella tendrá que definirse. Además, ese real acarrea cierto número de representaciones imaginarias que jalonarán el curso de su existencia, representaciones que pueden llegar a ser significantes para algunas. Cuando llega al mundo, ella es asimilada a una "alcancía"; en el momento de la pubertad se agitan en torno a ella las imágenes de la virgen o la mujer pura; cuando se convierte en madre, ella desprende la imagen de la nutricia, de la "mamá" omnipotente, ¡para culminar en bruja cuando ya no tenga sus reglas y por lo tanto ya no tenga que vérselas con el riesgo de la procreación! Pero no está empeñada enteramente en la pérdida y la pérdida no es forzosamente todo para ella; aun cuando lo real de su cuerpo se organice a partir de esta, ¿cómo llega a ex-sistir en el recorrido de la vida? ¿Cómo construye su subjetividad? Jean Paul Hiltenbrand8, en su seminario de este año, recuerda que la muchacha puede hacer caso omiso del nombre del padre, de la metáfora paterna, para construir su identidad, ¿pero podrá hacer caso omiso del asentimiento del padre para asumir su feminidad?

La histérica nos da la figura de la que se considera víctima de ese real y que estará dispuesta a adentrarse en el combate contra esta injusticia; el encuentro con el hombre será vivido realmente como una gran violencia y su cuerpo será el lugar donde la represión tendrá lugar, como nos lo recuerda Charles Melman9.

La neurosis obsesiva le da otro tipo de mecanismo que la defiende de su propio deseo. Como el movimiento de los significantes organizados por una cadena significante solamente contiene los antecedentes y los consecuentes, el deseo inconsciente permanece reprimido.

Así pues, la figura de la Virgen valorada por la religión puede constituir su destino, llevándola a ahorrarse la no relación sexual. En particular, hay una clínica que me interesa: la adolescencia; esta clínica ofrece igualmente la ilustración de cómo una mujer, en tanto madre, puede ponerse al abrigo de su deseo.