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miércoles, 30 de julio de 2025

Salir de la necedad: entre el malestar, el semblante y el lapsus del nudo

Lacan propone el salir de la necedad como orientación ética del psicoanálisis. No se trata simplemente de comprender lo humano, sino de intervenir en sus consecuencias: las del malestar estructural que introduce el lenguaje y que se inscribe en el cuerpo hablante. En este sentido, el psicoanálisis no es una reflexión, sino una praxis: un acto con consecuencias sobre el sujeto.

Sin embargo, es necesario advertir una distinción crucial: el malestar no se confunde con el “penar de más”. El primero es efecto directo de la inscripción del sujeto en el campo del lenguaje, solidario de la renuncia pulsional que impone la cultura —como lo mostró Freud. El segundo, en cambio, introduce un excedente, un plus de sufrimiento que no se reduce al malestar estructural, y que solo puede conmoverse a partir de un enterarse que no es insight, sino confrontación con lo horroroso del saber.

El psicoanálisis, en tanto discurso, no solo nombra esa aporía de lo simbólico, sino que la encarna. La experiencia analítica confronta al sujeto con un límite: el del semblante mismo. Salir de la necedad implica entonces construir una relación con ese límite, una ética que no se funda en el saber, sino en su hiancia.

Una vía posible para abordar esta cuestión es la de problematizar la relación entre sentido y semblante, en especial considerando la diferencia entre la función del S1 y la del falo como letra. Introducir la problemática del sentido ya implica trazar el horizonte topológico del trabajo analítico. No se trata de interpretar significados, sino de orientarse —y aquí la noción de orientación topológica cobra fuerza— en el campo de los nudos, de las superficies, del anudamiento.

En esa orientación, el sentido se distancia de la significación y se pliega en torno a lo que falla en el nudo. El lapsus del anudamiento no es un accidente sino una vía de lectura: ¿cómo participa ese fallo en la posibilidad misma de salir de la necedad? Esa es la pregunta que deja abierta toda clínica que, más allá del sentido, se disponga a alojar el horror del saber y sus efectos en lo real.

jueves, 1 de mayo de 2025

El deseo como desarreglo: del tormento a la ética del psicoanálisis

El hecho de que el deseo conlleve un más allá del principio del placer lo aparta radicalmente del registro de lo temperado o armónico. En este marco, no resulta extraño que Lacan pueda afirmar que el deseo atormenta al sujeto. No lo hace porque lo condene al sufrimiento sin tregua, sino porque implica una agitación anímica constante, provocada por la falta de un complemento, por una carencia estructural que lo expone al desamparo y a la angustia.

Por eso Lacan no duda en referirse al deseo como “la cosa freudiana”, poniendo en juego la noción de Das Ding como núcleo real del aparato psíquico. Al situarlo allí, el deseo se aproxima a lo real, y se vuelve indisociable de la angustia, que Lacan definirá como la señal del deseo.

En consecuencia, hablar del deseo implica un efecto del significante, pero no solo eso: también conlleva una torsión de la percepción del objeto. Lo que el deseo hace visible no es un objeto elevado o idealizado, sino más bien una degradación, una caída del objeto al rango de resto, de lo envilecido, de lo que ya no puede ser dignificado. La experiencia amorosa lo evidencia: no hay en el deseo garantía de elevación, sino más bien una relación del sujeto con su falta, que lo empuja hacia una búsqueda perpetua de lo que no puede hallarse.

Desde la perspectiva clásica, el deseo podía vincularse al hedonismo: una búsqueda del Bien, donde cualquier perturbación era un accidente contingente. Pero en Freud, esta lógica se subvierte: el deseo ya no es hedonista, y el malestar no es accidental, sino estructural. Entonces, ¿en qué consiste el Bien del sujeto?

La conmoción en la noción de Bien es clave: Lacan afirmará que el deseo introduce un desarreglo, una anomalía constitutiva. No hay para el sujeto un Bien preestablecido al que pueda aspirar como fin armónico. Lo que habría de ocupar ese lugar —el objeto del deseo— no satisface el principio del placer, ni cierra la falta. Esta alteración del vínculo con el Bien es el fundamento para la construcción de una ética propia del psicoanálisis.

Si el Bien no existe como entidad garantizada, si el placer no basta para regular el deseo, entonces ¿qué comanda el acto del sujeto? Esta pregunta no apunta a una respuesta normativa, sino que instala una orientación ética: no hay acción subjetiva verdadera que no confronte la falta, que no asuma el real del deseo y su incompletud estructural.

martes, 25 de febrero de 2025

La ubicación del malestar en el trabajo analítico

El ingreso del sujeto en la cultura lleva consigo un malestar inevitable, pues supone su captura por el lenguaje, lo que lo convierte en una experiencia irreductible. Freud denominó esta condición el “dolor de existir”.

Sin embargo, en ocasiones, este malestar adquiere una connotación distinta: puede intensificarse, extenderse más allá de lo esperable o adquirir una temporalidad particular. En estos casos, se transforma en un sufrimiento excesivo, un “penar de más”, que da lugar a lo que se conoce como la “miseria neurótica” y puede motivar la formulación de una demanda analítica.

Ante la presencia de tal demanda, uno de los primeros desafíos del trabajo clínico es identificar dónde se sitúa ese malestar. ¿Cómo se presenta? A veces, el malestar se experimenta de manera difusa, sin una referencia clara a eventos específicos. Otras veces, está vinculado a situaciones concretas del presente o del pasado de quien consulta.

Cuando el malestar se encuentra localizado, es crucial interrogar los elementos que configuran esa escena y que podrían estar actuando como puntos de fijación del sufrimiento. En cualquier caso, el trabajo analítico en sus primeras etapas debe orientarse a situar el emplazamiento del malestar, explorando los vínculos que establece y el Otro al que se dirige.

Delimitar estos aspectos es esencial, pues permite desplegar un proceso de historización en el que el malestar se enlaza a una cadena de significaciones, abriendo así la posibilidad de un trabajo analítico efectivo.

martes, 17 de diciembre de 2024

La repetición en psicoanálisis: entre el malestar y la cura

La repetición, en el marco del psicoanálisis, se refiere a una insistencia, a algo que retorna, aunque no siempre de la misma manera. Si bien el sujeto tiende a interpretarla como una reafirmación de identidad, en realidad la repetición revela una complejidad mayor, ya que involucra tanto el significante como lo real.

Freud asoció inicialmente la repetición con la reminiscencia platónica, es decir, con algo que permanece fijado en la memoria o en la experiencia del sujeto. Lacan, por su parte, amplió este concepto distinguiendo dos sesgos de la repetición:

  1. La repetición simbólica, vinculada al significante y al orden discursivo. Se asemeja a lo que en la Grecia clásica se llamó el eterno retorno, es decir, la persistencia de los símbolos en la cadena del lenguaje.

  2. La repetición en el registro de lo real, que está más allá del discurso. Aquí, la repetición se enlaza con la relación entre el inconsciente y el cuerpo a través de la pulsión. Esta modalidad de repetición responde a lo que Lacan denomina "lo que no cesa de no escribirse", es decir, aquello que escapa a la simbolización y persiste como un impasse.

Es en esta dimensión donde la repetición se asocia al malestar del sujeto. La causa de este malestar radica en lo que lo simbólico no puede inscribir completamente. En términos psicoanalíticos, el sujeto se constituye en la tensión entre el significante y el cuerpo, pero siempre queda algo que resta, algo irreductible que no puede ser simbolizado. Este "resto" es lo que se manifiesta como malestar, un efecto de la cultura y del ingreso en el orden del lenguaje, tal como Freud lo postuló.

¿Es posible curar la repetición?

La repetición no solo constituye un concepto central del psicoanálisis, sino también un pilar fundamental de la cura. La práctica analítica no busca evitar la repetición, sino más bien atravesarla, para localizar en ella los elementos significantes que la determinan. Estos puntos inerciales, que suelen impulsar la demanda del análisis, se leen en el discurso del sujeto, más allá de lo explícitamente dicho.

Sin embargo, no toda repetición es igual. Lacan diferencia dos modalidades:

  1. La repetición fantasmática:
    Esta forma de repetición está asociada a la historia del sujeto y a las marcas que recibe del Otro. Estas marcas configuran sus síntomas, inhibiciones, angustias y modos de transitar la vida. Como tal, esta repetición está vinculada a la temporalidad del sujeto y puede ser parcialmente curada. La intervención del analista, mediante el equívoco significante, puede conmover esas fijaciones históricas y permitir cierta transformación.

  2. La repetición estructural:
    Esta repetición pertenece al orden del lenguaje y está relacionada con la imposibilidad de la complementariedad sexual en el ser hablante. Freud anticipó este fenómeno en términos de "más allá del principio de placer": se trata de una repetición vacía de cualidad, un componente económico que no puede ser tramitado por la palabra. Esta dimensión, por su propia naturaleza, es incurable.

En conclusión, mientras que la repetición fantasmática puede conmoverse y transformarse a través del análisis, la repetición vinculada a la estructura del lenguaje persiste como un punto irreductible, imposible de eliminar. La cura, en el psicoanálisis, no supone erradicar la repetición, sino trabajarla para desarticular sus fijaciones y permitir al sujeto un nuevo modo de habitar su malestar.

miércoles, 5 de octubre de 2022

Desenredar el malestar: un estudio de la felicidad

El 27 de agosto, en el marco del Ciclo de conferencias de redpsiBA, "(a)portes psicoanalíticos" se dictó "DESENREDAR EL MALESTAR" por Violaine Fua Púppulo. 

¡¡Queremos notas de esa conferencia!!

Actualmente, respecto a la felicidad se escuchan dos grandes posturas: el mandato a ser feliz (ahora y de la forma que dice el Otro), por un lado; y los discursos que sostienen que la felicidad es estructuralmente imposible. 

El texto El malestar en la cultura, en un comienzo iba a llamarse Un estudio de la felicidad. En la Conferencia: Freud en el siglo. Clase 19 Seminario 3. Jacques Lacan dice:

Quiero comenzar diciendo aquello que, por aparecer bajo el nombre de Freud, supera el tiempo de su aparición, y escamotea su verdad hasta en su revelación misma: el nombre de Freud significa alegría.

Freud mismo era consciente de ello, como lo testimonian muchas cosas, cierto análisis de un sueño —dominado por una suma de palabras compuestas, especialmente por una palabra de resonancia ambigüa anglófona y germanófona—donde enumera los encantadores rinconcitos de los alrededores de Viena.

Esto está mandado a hacer para recordarnos que, a través de la asimilación cultural de los significantes ocultos, persiste la recurrencia de una tradición puramente literal, que nos lleva hasta muy adentro sin duda del núcleo de la estructura con la que Freud respondió a sus preguntas.

Ciertamente, para percibirlo en forma adecuada, sería necesario evocar desde ya hasta qué punto el reconocía su pertenencia a la tradición judía y a su estructura literal, que llega, dice Freud, hasta imprimirse en la estructura de la lengua. Freud pudo decir, de modo deslumbrante en oportunidad de su sexagésimo aniversario, en un mensaje dirigido a una comunidad confesional, que reconoce en ella su más íntima identidad.

Strachey, por su lado, también dice que freude significa júbilo, alegría, dicha. Él hace una referencia a fröhliches Haus (casa de la alegría, prostíbulo) y fröhliches Mädchen (muchacha feliz, prostituta). Es notorio que en Freud la referencia permanente a ala sexualidad.

En "El psiconálisis y su enseñanza", Lacan dice:

...a partir de su técnica Freud nos muestra que su alegría propia reside en hacernos participar en la dominancia del significante sobre las significaciones más pesadas de llevar de nuestro destino.

En el seminario I, Lacan dice que La dimensión de la alegría supera la categoría del goce”.

El texto El malestar en la cultura es una pregunta sobre la felicidad. Freud no hace de la falta una excusa para pensar que la felicidad es un imposible creado por un superyó del liberalismo a ultranza. Esta sería una salida fácil. No es el liberalismo el que crea la idea de felicidad, aunque sí es cierto que el liberalismo sostiene la idea de una felicidad plena y permanente. Aún así, no se trata de desterrar el concepto de la felicidad y naturalizar el malestar.

Antes de El malestar en la cultura, Freud había cerrado, dos años antes, el texto El provenir de una ilusión con esta frase:
No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.

La ilusión de la que habla Freud allí es la de liberarse del sufrimiento y la muerte. Para Freud es lícito ser optimista respecto al futuro de la humanidad, porque el hombre cuenta con su intelecto. Para Freud la felicidad es en este mundo y hoy, aunque hay que trabajar por ella. 

La felicidad y la alegría son tan enigmáticas como la neurosis. En El malestar... Freud describe que las drogas, el enamoramiento, el eremita, son formas de conseguir la felicidad. Pero en suma, de lo que se trata es de buscar la felicidad o de evitar el displacer. Las primeras teorías económicas de evitar el displacer van en línea con esto, ¿Pero es lo mismo felicidad que evitar el displacer?

Freud dice:
Se descubrió que el ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le impone en aras de sus ideales culturales, y de ahí se concluyó que suprimir esas exigencias o disminuirlas en mucho significaría un regreso a posibilidades de dicha

Esto es un deslizamiento imaginario: menos obstáculos es más felicidad. El sujeto cree no poder soportar estos obstáculos. Freud prosigue:
los seres humanos han hecho extraordinarios progresos en las ciencias naturales y su aplicación técnica, consolidando su gobierno sobre la naturaleza en cuna medida antes inimaginable. Los detalles de estos progresos son notorios; huelga pasarles revista. Los hombres están orgullosos de estos logros, y tienen derecho a ello. Pero creen haber notado que esta recién conquistada disposición sobre el espacio y el tiempo, este sometimiento de las fuerzas naturales, no promueve el cumplimiento de una milenaria añoranza, la de elevar la medida de satisfacción placentera que esperan de la vida; sienten que no los han hecho más felices.

No hay que deslizarse tan pronto a la idea de que si las cosas fueran fáciles, entonces seríamos más felices. Lo que falta en el malestar, hay que construirlo, no es del orden de lo natural. La felicidad exige un trabajo para conseguirla, al menos en sus condiciones de posibilidad.

Freud se pregunta:
La perspectiva de averiguar algo nuevo no parece muy grande ni aun si la continuáramos preguntando por qué es tan difícil para los seres humanos con seguir la dicha. Ya dimos la respuesta cuando señalamos las tres fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza (podremos decir "lo real"?), la fragilidad de nuestro cuerpo (Lo imaginario, los fantasmas de desintegración) y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad (lo simbólico)Respecto de las dos primeras, nuestro juicio no puede vacilar mucho; nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento ya declararlas inevitables.

Más adelante:

Diversa es nuestra conducta frente a la tercera fuente de sufrimiento, la social. Lisa y llanamente nos negamos a admitirla, no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos.

Es decir, el sujeto crea las leyes que luego, retroactivamente, nos enferman. Freud marca que solo el enfrentamiento contra la pulsión de muerte, como el superyó ó también el apetito de destrucción que proviene del sentimiento inconsciente de culpa. Freud concluye que para que el sujeto sea feliz, no se trata de que tenga menos exigencias, sino que se dirija al polo motor del aparato: la construcción de un saber hacer allí, frente a la pulsión de muerte que nos habita.

No se trata de que el mundo debiera presentar menos obstáculos, eso sería heredero del narcisismo. Cuando alguien dice "Yo no merezco eso", de alguna manera supone que otro sí. Habría que acotar el narcisismo planteando por qué no habría de pasarme eso a mí. Y de por qué estoy tan seguro de que no podría yo con eso. Entre narcisismo y malestar hay una relación de correspondencia directa: a mayor narcisismo, mayor malestar.

La felicidad no viene de que no nos pase nada, sino de atravesar lo que nos suceda armando un borde con esa culpa de existir (o ir más allá que nuestros padres), o por haber logrado la felicidad luego de haber tenido algo terrible. En la clínica, el sentimiento inconsciente de culpa es difícil de pesquizar, aparece como algo que le dice al sujeto "No tenés derecho". 

El texto posterior al Malestar es Construcciones, porque a ese malestar infinito le corresponde construir un nudo singular, que tenga la posibilidad de la sublimación. Cuando Freud enuncia las distintas maneras en que los sujetos creen encontrar la felicidad, hace una mención a la sublimación, que en su obra está más o menos definida de la misma manera. No obstante, en El Malestar dice algo más:

Otra técnica para la defensa contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos libidinales que nuestro aparato anímico consiente, y por los cuales su función gana tanto en flexibilidad. He aquí la tarea a resolver: es preciso trasladar las metas pulsionales de tal suerte que no puedan ser alcanzadas por la denegación del mundo exterior. Para ello, la sublimación de las pulsiones presta su auxilio. Se lo consigue sobre todo cuando uno se las arregla para elevar suficientemente la ganancia de placer que proviene de las fuentes de un trabajo psíquico e intelectual.

La sublimación aparece privilegiada en el fenómeno de la cultura:
La sublimación de las pulsiones es un rasgo particularmente destacado del desarrollo cultural; posibilita que actividades psíquicas superiores —científicas, artísticas, ideológicas desempeñen un papel tan sustantivo en la vida cultural. Si uno cede a la  primera impresión, está tentado de decir que la sublimación es, en general, un destino de pulsión forzosamente impuesto por la cultura.

La novedad del texto, en cuanto a la sublimación, es que:
no puede soslayarse la medida en que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el alto grado en que se basa, precisamente, en la no satisfacción (mediante sofocación, represión, ¿o qué otra cosa?) de poderosas pulsiones.

La histérica tiene claro el punto de insatisfacción y de que no va a poder, incluso sabe que al encontrarse con la felicidad ésta no va a durar. En cambio, al obsesivo, no ser feliz se le arma como un casillero vacío y se tortura por ello, porque el sentimiento de culpa en esa neurosis es mayor. 

Es decir, es con la propia sexualidad sublimada (y no reprimida) con la que el sujeto logra estar con el mundo. Y acá va el consejo para la clínica:
Sobre este punto no existe consejo válido para todos; cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza.'

Es decir, hay una salida al goce que no implica la represión. El psicoanálisis crea las condiciones de calma de ese malestar cotidiano para que advenga la posibilidad de felicidad sin que el sujeto se castigue por sentirla.

Freud propone, en Introducción al narcisismo, a la sublimación como algo contrario a la idealización. En la medida que empezamos a idealizar, otra vez empieza el sentimiento de culpa. Es decir, se trata de que el objeto a resto sea objeto a causa, a condición de que no idealice. 

En Freud siempre hay una voluntad de trabajo, cosa que no se lee en posiciones actuales sobre el tema. Hay que vérselas con ese exceso de lenguaje, ese exceso de alienación, sin meterse nuevamente bajo un amo al que hay que obedecer. 

El malestar es una nave que parte desde El porvenir... y encuentra su nuevo puerto en el planteo de la construcción, en Construcciones en Psicoanálisis. ¿No nos hará falta a todos creer en la posibilidad de construir lo nuevo? Escribir lo nuevo, deshacerse de los significantes amo, desalienarse, hacer caer el enaltecimiento del Otro, ¿No hace caer ese destino que estaba supuestamente decidido para nosotros? 

lunes, 14 de junio de 2021

Notas sobre la clínica psicoanalítica: La Dignidad.

El concepto de dignidad abarca una dimensión estructural del ser humano y hasta donde sabemos esta dimensión es universal. En todas las culturas que pude conocer hasta ahora, directamente o indirectamente a través de distintas fuentes, esta dimensión está presente.

Yendo ahora al terreno de nuestra práctica, es inevitable tener en cuenta esta cuestión, que se nos presenta a diario en la vida del sujeto por distintas vías discursivas.

Es muy difícil enumerarlas a todas, son tan variadas como la subjetividad.
En otros términos cada versión de la dignidad, es en sus manifestación, singular. Haciendo honor a la médula de nuestra práctica debemos situarnos en el marco de esta singularidad.

Pero hay que aclarar que cuando hablamos de dignidad hay que distinguirlas de las reivindicaciones narcisistas yoicas que justamente se caracterizan por esconder en el sentido habitual de la palabra, otras cuestiones derivadas de las defensas narcisistas, el desconocimiento de la verdad subjetiva.

En este sentido ya no se trata de dignidad sino de esa reivindicación narcisista, que puede portar un deseo de dignidad, pero que por lo general se halla en sus antípodas.

En resumen, de un modo quizás esquemático, cuanto más se trata de una reivindicación narcisista, menos se trata de la dignidad que desde el psicoanálisis intentamos definir y con la cual nos encontramos en nuestra práctica cotidiana.

No cabe la menor duda que el análisis, apunta a la verdad, a la subjetividad, dimensiones que se hallan portadas por lo general por la dimensión sintomática del malestar y el sufrimiento que llevan a alguien a emprender el recorrido de un análisis.

A medida que el análisis avanza, el síntoma se deconstruye tanto en una dimensión sincrónica, es decir en el relato inevitable de la actualidad de la vida del sujeto, así como en su dimensión histórica que es necesario abordar.

La dirección de la cura, a nuestro entender, esencialmente está en el discurso mismo del análisis.

El dicho corriente por parte de nuestros colegas "hay que seguir el camino del padre, de la madre...etc etc" sólo es válido en la medida en que es el resultado mismo de ese devenir mismo del discurso.

No es algo que se pueda comandar desde la conciencia.

No es que no haya propósitos del analizante o del analista, sólo que el discurso mismo se encarga de direccionar esos propósitos concientes, hacia las dimensiones discursivas implicadas, mas allá de los propósitos voluntarios.

Y muchas veces estos propósitos voluntarios mismos están guiados por el discurso mismo. Allí se entrelaza la resistencia, la represión, las defensas en general...las verdades, las emergencias subjetivas y los varios etcéteras que podemos advertir.

El semblante del analista, la dirección de la cura, la asociación libre, la atención flotante...se hallan implícitas y poco dependen de los propósitos concientes que mencionamos.

Dicho todo esto, advertimos durante el proceso analítico, que hay una dimensión muy fuerte que tiene que ver con la mejoría cuando no la curación de los síntomas y el avance del analizante en su análisis, su relacionamiento con sus verdades.

La dignidad como dimensión del análisis tiene que ver con el modo con que en el analizante se siente con respecto a sí mismo. Sentir que está íntimamente vinculado con su valoración de sí.

Esa valoración tiene que ver con la relación del Ideal del yo y el yo.

En que medida el yo se siente amado por su Ideal, en que medida el sujeto puede jugar sus deseos, sus goces, en fin... sus fantasmas, de un modo en que sus verdades y su advertencia respecto de esas verdades, y por lo tanto de los caminos de su subjetividad, van siendo desgajadas de las alienaciones respecto del superyo, el sentimiento de culpa y los parámetros afines de la vida del analizante.

Aunque lleva su tiempo desplegar estas cuestiones en un análisis, no cabe duda de que están en juego, en el síntoma, en el sufrimiento, en el carácter, en la sintomatización del carácter. En fin, en la vida del sujeto y la incidencia del análisis en esa vida, sus condiciones y el advertimiento del sujeto respecto a la verdad que se juega en su estructura singular.

En este punto se juegan en el análisis varios ejes que definen un análisis que cumple con su función y su metodología.

La distinción entre culpa y responsabilidad. 
Una cosa es que en la investigación analítica sea reconstruída la historia del sujeto, el orígen de sus marcas, las incidencias del superyó los, padres, en fin la historia en general.

Otra es colocar en esa historia, de un modo simplista y hasta ingenuo, la responsabilidad de las condiciones actuales de la vida del sujeto.

Aliarse con las quejas del sujeto, su sentimiento de daño histórico, lo que Lacan llamaba la frustración, es descolocar el eje de la cuestión y conduce al sujeto a permanecer en la misma condición subjetiva y hasta en el mismo sufrimiento que cuando comienza su análisis.

Culpabilizar a los padres de lo que ocurrió en la vida del sujeto es ignorar la propia responsabilidad respecto de su condición de portador de ella, en condición pasiva e impotente.

Es portar la culpa de esa historia enmascarada tras la culpabilización y responsabilización de los personajes y circunstancias de esa historia.

Caricaturescamente diríamos que entender el síntoma como algo de lo cual el sujeto no es responsable, es comprender en el peor sentido de la palabra que la culpa es del papá, la mamá, los hermanitos, los tíos... y los personajes...variados del pasado.

No se trata de ignorar la historia. Al contrario, se trata de investigarla, pero ir claramente a lo que el sujeto hizo con ella.

A través del síntoma el sujeto sufre esa historia. 

En esa dimensión sintomática su dignidad queda profundamente dañada, y en ese daño interviene inadvertidamente la culpabilización de los personajes de su historia. Esa culpabilización es una claudicación también inadvertida de la subjetividad.

El superyó rige en detrimento del Ideal en la valoración que el sujeto hace de sí mismo.

De nada valen las reivindicaciones narcisistas al respecto.

Y lo peor que puede ocurrir en un análisis es que el analista confunda investigación de la historia del sujeto con sus marcas, de los goces, de la presencia de la dimensión del Otro en ella. Todo ello está en juego en la alianza con las quejas del sujeto respecto de su historia.

Esa confusión es lisa y llanamente desresponsabilizarlo, es conducirlo a la reacción terapéutica negativa tal como la definía Freud, o mejor dicho es dejar que la dimensión de la frustración sea el eje de ese análisis, y consecuentemente el análisis no sea eficaz ni en cuanto al sufrimiento ni en relación a la verdad y la subjetividad, que finalmente están fuertemente relacionados.

El síntoma se encarga de la responsabilidad si el sujeto no la asume simbólicamente.

Se advierta o no, es enorme el daño que se inflige a la dignidad del sujeto por esta vía.

La dignidad muchas veces queda alienada en la reinvidicación narcisista. En el análisis, a veces hay una reivindicación de lo indigno, por ejemplo goces abyectos varios, obscenos y hasta perversos. Claro...qué analista puede juzgar. Nada más ajeno a nuestra práctica. Cada cual vive como quiere...o como puede (aquí el orden de los factores no altera el producto).

Ahora bien...hay que decirlo...esos goces no son gratuitos y el síntoma se encarga de eso. A veces con enorme malestar del sujeto, angustias, impedimentos, fracasos, malestares corporales múltiples...y sigue la lista...

Volviendo a lo que un analista hace con eso... Si no se distingue reconstrucción de una historia, deconstrucción del síntoma sincrónica y diacrónicamente, con colocar la responsabilidad en el Otro, de la historia o de las circunstancias actuales, lo advierta o no el sujeto conduce a un análisis que no avanza, a un sufrimiento que a la larga se infinitiza de diversos modos...a la repetición perpetua del malestar y sus condiciones, en una profecía autocumplida.

Un caso particularmente relevante es una angustia que se mantiene por años en algunos análisis. Es producido por una inercia causada por el amor transferencial y la contratransferencia correspondiente, su aliada resistencial. Muchas veces la cuestión de la no responsabilización del sujeto está en el centro de la cuestión.

En relación a esta inercia que ocurre frecuentemente, solemos advertir la circunstancia de un análisis detenido muchas veces en forma que exige un corte.

A veces un cambio de analista franquea esa detención. A veces puede ser que tanto el analizante como el analista, al darse cuenta de lo que ocurre, producen un movimiento que interrumpe la inercia y permite que ese análisis continúe.

En realidad cabe decir, que no sólo la angustia permanente y durante mucho tiempo, es la que delata esta inercia. La persistencia sintomática y del sufrimiento tiene distintos rostros. Entonces el eje de la cuestión es que el analista tenga en claro donde se encuentra la responsabilidad del sujeto respecto de esa historia.

Conducir el análisis desde la responsabilidad del analizante y no desde la solidaridad de la queja con lo que le ocurre...en la medida que eso es posible en función de la estructura de cada cual y de los tiempos del análisis implica el avance respecto de la verdad, la subjetivación, el florecimiento del deseo, y la posibilidad de que cada uno pueda posicionarse subjetivamente frente a las aventuras y desventuras de su vida.

El héroe no es un mito, en la historia del sujeto, salvo el carácter mítico con el cuál nos pensamos. Es necesario advertir la dimensión de héroe épico que todos tenemos en nuestra vida. A veces somos héroes trágicos, a veces héroes épicos en el sentido positivo de la palabra. 

Pero siempre somos protagonistas centrales de nuestra historia. 
No se trata sólo de lo que Freud enunció como mito del nacimiento del héroe. Se trata de lo que ese mito del nacimiento del héroe nos enseña en cuanto a la estructura fantasmática de todo sujeto.

Viene desde el nacimiento y sigue hasta la muerte...
Como tantas cosas que Freud descubrió puntualmente y que en realidad son parte de la estructura. Como tantas cosas que aparecen descriptivamente y en circunstancias puntuales que Freud descubre en su clínica y que con el tiempo se demuestran ser estructurales.. Freud con prudencia o inadvertidamente describe estos fenómenos. Con el tiempo nos damos cuenta que son generalizables a la estructura misma.

Los conceptos usados descriptivamente se van transformando en conceptos propiamente dichos o al menos exigen que lo sean. Exigen trascender la descripción fenoménica y debe ser transformados en conceptos del psicoanálisis.

Para citar un ejemplo puntual, el peso que cobró en la teoría psicoanalítica el concepto de "ombligo del sueño". Freud habló de él un par de veces, descriptivamente. Lacan en su conocida lucidez hizo la operación de transformarlo en un concepto fundamental de la teoría.

No es difícil deducir entre otras cosas, que se trata de una ventana sobre lo real, una ventana por la que se puede vislumbrar el más allá de la represión primaria: simplemente lo Real.

Y luego de esta disquisición, retornamos al comienzo de esta nota. Lo que nos a elevar desde lo fenoménico a una dimensión conceptual central en la teoría y en la clínica del psicoanálisis, el concepto de Dignidad.

Nombramos con este concepto una dimensión esencial de la vida del sujeto. Su falta es inmanente al síntoma, se advierta o no. Se la niegue o se reivindique lo contrario, la indignidad. Y hasta se burle...uno o los otros de ella.

En esta cuestión se juega entre otras cosas: la estructura del sujeto, su trato con la pulsión, con el objeto...en resúmen con todo lo que porta su ser.

El carácter es el resultado de la internalización de las elecciones de objeto y su introyección. Goce real, tramitación simbólica, captación imaginaria se unen en él. El síntoma es el punto donde el sujeto, entre otras cosas, se enfrenta con su carácter. En términos familiares a la clínica, podemos decir que los rasgos de carácter pasan de ser ego sintónicos a ego distónicos.

El sujeto pasa del "soy así y punto", a sentir que es algo ajeno al yo. Es relevante advertir que el malestar inherente a un sufrimiento que hasta allí fué ignorado suele tener que ver entre otras cosas con ese carácter. 

Un malestar en el punto donde el rasgo de carácter porta un goce, un trato con el goce, una imaginarización yoica o inadvertida o reivindicada (y aquí, ya aparece la egodistonía, vía reivindicación egosintónica).

No cabe duda que el análisis avanza a través de los síntomas y sus vicisitudes, fantasmas incluídos. También avanza transformando rasgos de carácter en estilo....

Pero... ¿qué es el estilo?
El estilo son los rasgos que definen las marcas que porta el ser del sujeto. El sujeto no es esas marcas. Es el soporte de esas marcas y los goces que acotan circunscribiéndolas.
Es lo que Lacan definió apoyándose en la filosofía como "falta en ser".
El ser del sujeto es una falta, soporte de sus marcas y sus goces. Ellas definen en estilo.
El carácter ¿tiene algo que ver con el estilo? Por supuesto que sí.
El estilo está en los rasgos de ese carácter. Pero ese carácter que lo porta por estructura, por su configuración en tanto heredero de la relación con el Otro y sus versiones en la historia del sujeto, queda alienado de ese sujeto. 
En el carácter, la separación y constitución subjetiva definen el trato con la vida.
Acorde con el deseo y los goces posibles muchas veces. 
Pero en el malestar y el síntoma, el estilo está alienado en goces sin acotamiento suficiente por sus marcas. En elaciones narcisistas imaginarias e ilusorias.
El análisis conduce, en sus eficacias, a pasar del rasgo de carácter a al rasgo del estilo, por decir así "purificado"...es decir filtrado de lo que lo excede.

En el medio, caen goces abyectos, alienados, sin límites y obviamente traumáticos. El narcisismo que excede al necesariamente estructural parece ser un camino eficaz en el trato con la abyección...Parece...sólo parece.

Un análisis debe entonces recorrer el camino de la responsabilidad del sujeto, de su relación a la verdad que emerge en el recorrido discursivo. Implica el pasaje de la impotencia a un trato amigable con lo imposible. 

Tratar a lo imposible como si fuera posible, o lo posible como si fuera imposible son vertientes de la neurosis (se las suele titular de histéricas u obsesivas, respectivamente.
Finalmente por ese camino, es muy difícil no sentirse víctima inocente de una historia. Sólo que el sujeto ni es víctima ni es inocente.
En ambos caso la responsabilidad con respecto al trato con lo imposible es la causa del sin salida de estos caminos.

Un clásico... : "y ésto cómo 'se' resuelve"...un desafío ingenuo al analista, a veces un desafío resignado...a veces, precisamente desafiante en el tono y el contenido.

La respuesta inevitable de un analista como tal debiera ser el decir de un modo u otro, pero claramente: se trata de: "ésto... como 'yo' lo resuelvo". Subrayo el yo que en nuestra lengua castellana aparece portado implíctamente por el verbo: sería "y ésto como 'lo' resuelvo no como 'se' resuelve.

Obviamente apuntamos a la responsabilidad del sujeto que se juega atrás del yo que nos inquiere.

En resumen: 
La dignidad es una dimensión en la que, a través del análisis, el sujeto, rescata una de las cuestiones esenciales a su ser. Sin ella...al decir de algunos pacientes...la vida no vale la pena de ser vivida.

Fuente: Víctor Iunger (2021) "NOTAS SOBRE LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA - LA DIGNIDAD"