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viernes, 18 de julio de 2025

Sujetos de la deuda: la incidencia del neoliberalismo en "El juego del calamar".

Lucas Vazquez Topssian

En El malestar en la cultura (1930), Freud señala que toda cultura se funda sobre la renuncia pulsional. Esta renuncia, exigida por el Otro social (la Ley, las normas), genera culpa. Y esta culpa es muchas veces inconsciente: no es por algo que el sujeto haya hecho, sino por haber deseado, incluso sin saberlo. Se trata de una culpa inconsciente, ligada al superyó. Esta culpa se puede leer como una deuda simbólica con el Otro: se le debe haber renunciado, se le debe obediencia, se le debe un sacrificio.

En Tótem y tabú (1913), en el mito del padre de la horda, el parricidio del padre originario genera una culpa transmitida entre generaciones. Los hijos matan al padre, lo comen y luego lo veneran mediante la instauración de la Ley y el tabú del incesto. Esa culpa heredada es una deuda simbólica que se paga a través de la Ley: el superyó, la moral, la prohibición del incesto.

Lacan retoma y reconfigura esta noción en su lectura estructuralista del sujeto, donde podemos rastrear aspectos de "la deuda".

En el seminario "Los escritos técnicos de Freud" (1953-54), y más claramente en "El seminario 4: La relación de objeto" (1956-57), Lacan presenta la deuda simbólica como aquello que surge del ingreso del sujeto en el campo del lenguaje. Se trata de la deuda con el Nombre del Padre.

Cuando el sujeto accede al orden simbólico, lo hace al precio de una pérdida: queda alienado en el significante, pierde algo de su ser. La castración simbólica implica que se le debe algo al Otro: no se es sino a través de ese Otro. La deuda es entonces el efecto de la castración simbólica: el sujeto se constituye debiéndole su ser al Otro del lenguaje.

Se trata de una deuda que no se puede saldar, no es algo que se paga como una cuenta. Es infinita, estructural: no se trata de un acto pasado, sino del hecho mismo de estar marcado por el significante. Por eso, en el Seminario 7 (La ética del psicoanálisis), Lacan vincula esta deuda con la imposibilidad de realizar el goce, con la falta estructural, y también con lo Real.

Veamos un caso mínimo...

Un paciente que se siente constantemente en deuda con sus padres, o con la sociedad, puede estar expresando una forma desplazada de esa deuda simbólica. El análisis no busca que "pague" esa deuda, sino que se subjetive respecto a ella: ¿de qué se siente culpable? ¿Qué cree que el Otro le exige? ¿Cómo responde su deseo a esa falta estructural?

Incidencia de la época

Ahora bien: Existe una correlación muy sugerente y potente entre la deuda simbólica estructural del sujeto y la forma en que la economía contemporánea se organiza en torno al régimen de deuda. Esta relación fue explorada por varios autores contemporáneos (como Lazzarato, Dardot & Laval, o Zizek), y permite pensar cómo la estructura del psiquismo en el campo del Otro simbólico encuentra una suerte de eco o refuerzo en el lazo social actual.

Como dijimos antes, para Lacan, el sujeto está estructuralmente en falta, castrado por el lenguaje, y esa falta se traduce como una deuda simbólica con el Otro. Es una deuda impagable, no cuantificable, ligada al deseo y a la imposibilidad de completarse. Esta deuda es el efecto de haber sido hablado, deseado, significado: el sujeto le debe su ser al significante.

En el capitalismo financiero actual, especialmente desde los años 70 en adelante, la deuda se ha convertido en una lógica central de producción de subjetividad. Esto se ve en:

  • Endeudamiento de los Estados (crisis de deuda, FMI, default).

  • Endeudamiento de las personas (créditos, tarjetas, hipotecas, billeteras virtuales).

  • Interiorización de la deuda: el sujeto se auto-responsabiliza por su fracaso, se culpa si no rinde, si no “invierte bien” su tiempo o cuerpo.

Se configura así una subjetividad del "empresario de sí mismo", que se debe a sí mismo ser productivo, exitoso, sano, feliz. La culpa no proviene del superyó freudiano clásico, sino del mandato de rendimiento y de una deuda moralizante que nunca se salda (Byung-Chul Han lo describe como la era del “sujeto del rendimiento” agotado por su propia autoexplotación).

De esta manera, podemos decir que el capitalismo actual explota esa deuda estructural, la captura, la convierte en deuda económica o moral, y la reintroduce en el circuito del goce y el consumo. Así, el sujeto queda preso entre una deuda simbólica imposible de saldar y una deuda económica interminable que lo obliga a rendir constantemente.

Ejemplo clínico 
Un paciente que dice: “Nunca es suficiente lo que hago. Siempre siento que le debo algo a alguien: a mi jefe, a mi pareja, a mis padres, al mundo”… está encarnando esa doble inscripción de la deuda: simbólica (inconsciente) y económica/social (ideológica). En este punto, el análisis puede ayudar a separar la deuda simbólica del superyó neoliberal, abrir un espacio para que aparezca el deseo propio.

En conclusión, podemos pensar una correlación profunda entre la deuda simbólica estructural y la forma de dominación actual basada en la deuda financiera y moral. El neoliberalismo no inventa la deuda subjetiva, pero la instrumentaliza y exacerba, atrapando al sujeto en una espiral de rendimiento, culpabilización y autoexigencia.

El juego del calamar
El juego del calamar (Squid Game, 2021) es una obra que encarna con crudeza y precisión la lógica contemporánea de la deuda y, al mismo tiempo, pone en escena su dimensión simbólica, ética y subjetiva. Es una ficción que dramatiza cómo la deuda —económica, moral, social— puede ser el eje organizador de un orden social que empuja al sujeto hasta la desubjetivación y la muerte

La deuda organiza toda la trama de esta serie: todos los personajes aceptan participar en el juego mortal porque están endeudados. Pero no se trata solo de una deuda financiera; hay algo más: algunos deben dinero a bancos o prestamistas. Otros están moralmente endeudados con sus familias (hijos, madres, parejas). Algunos tienen una deuda simbólica con su propio fracaso: no estar a la altura de una expectativa social (éxito, masculinidad, rol filial).

El juego aparece como una forma de redención ante esta deuda —como si ganando pudieran “salvarse”, “reparar” o “comenzar de nuevo”. Pero lo que se pone en juego es la vida misma. El costo del “pago” es la existencia.

El juego condensa la lógica del capitalismo tardío.  Por ejemplo, todos compiten individualmente, aunque se forman lazos transitorios. Se promueve el mérito, es decir, gana quien “más se esfuerce” (pero el juego es absolutamente desigual, hombres contra mujeres, ancianos contra jóvenes, etc). El espectáculo de la violencia es consumido como entretenimiento por los ricos (la élite internacional que observa los juegos). En la serie hay una remisión al goce obsceno del Otro: hay un superyó que manda “¡goza!”, incluso con la muerte del otro. Se trata de una economía del goce sin ley, sin falta, donde el deseo ha sido sustituido por la pura acumulación o supervivencia.

A finales de la primera temporada y comienzos de la segunda, vemos que el protagonista, Gi-hun, gana. Tiene el dinero. Pero no puede usarlo. Su subjetividad queda capturada por algo que no se paga con plata: no puede ver a su hija, no puede cuidar a su madre; tampoco puede volver a su vida anterior ni fundar una nueva. La deuda simbólica reaparece: no es la deuda económica la que lo traba, sino una falta más radical. El dinero no salda el duelo, el sufrimiento, la traición, el haber sobrevivido. Como en Lacan: la deuda real no se paga.

En general, el juego de la serie dramatiza que el lazo social actual está montado sobre la competencia, la exclusión, la autovaloración, y el espectáculo de la caída del otro. Pero hay momentos donde los personajes resisten: forman alianzas, se cuidan. Algunos se sacrifican. Surgen lazos que no están mediados por la lógica del mercado. En esos momentos, aparece la ética del deseo, no del cálculo. Son interrupciones del orden neoliberal. Pero la serie muestra que el sistema tiende a reabsorber esas líneas de fuga.

Desde una perspectiva clínica, El juego del calamar muestra cómo el sujeto contemporáneo está saturado de deudas, que se inscriben tanto en el cuerpo como en el psiquismo:

  • Siente que debe algo que no puede nombrar.

  • Sufre un mandato de éxito o redención.

  • A menudo, el fracaso no genera duelo, sino vergüenza, auto-odio, impulsos suicidas.

En este contexto, el análisis puede abrir un espacio para separar las deudas reales de las simbólicas, para sustraer al sujeto del imperativo de pagar con su vida o con su cuerpo lo que no debe ser pagado.

El juego del calamar es una metáfora brutal del sujeto atrapado en la lógica contemporánea de la deuda, donde lo simbólico ha sido eclipsado por una economía de la cuantificación, del rendimiento y del espectáculo. Sin embargo, la serie también deja entrever un resto humano: la amistad, el duelo, la ética, el deseo. Y ese resto es lo que hace posible una respuesta que no sea la repetición.

viernes, 2 de mayo de 2025

¿De qué depende la autoridad?

Para situar el carácter fundante de la operación del Padre, Lacan introduce una diferencia conceptual que emerge entre el Seminario 5 y el escrito “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. Dicha diferencia radica en la distinción entre el texto de la ley y la autoridad que emana de él, es decir, lo que se autoriza a partir de dicho texto. En este último escrito, Lacan plantea una pregunta fundamental: ¿qué confiere autoridad?, ¿de dónde proviene su poder y cómo se obtiene? Esta cuestión no solo es clave para comprender la operación fundante del Nombre del Padre, sino también para pensar la transición del analizante al analista.

Si concebimos el texto de la ley (donde la noción de "texto" señala la incidencia de la letra y su marca en este nivel) dentro de la estructura del lenguaje, lo que se autoriza desde allí opera en el registro del significante, desplegándose a nivel del discurso.

Lacan denomina a este punto el significante del Nombre del Padre, en referencia al Padre muerto, tal como lo formula Freud en relación con el Edipo, es decir, el Padre simbólico. Al inscribirlo en el registro del significante, Lacan lo eleva a la categoría de función, lo que introduce una diferencia respecto del lugar del Otro.

Por un lado, como efecto de la captura por el lenguaje, el Otro se presenta como lugar de la palabra, lo que Lacan indicará más tarde con el neologismo dichomansión (la mansión del dicho).

Por otro lado, el Otro también es la sede de la ley, lo que significa que la ley significante se inscribe en él en la medida en que el Nombre del Padre encuentre allí su lugar, como lo muestra el esquema Rho con la fórmula “P en A”. Esto implica el pasaje por el Complejo de Edipo y la operación anudante de la castración, aunque no en su dimensión meramente desnaturalizadora, sino como deuda simbólica que inscribe al niño en una cadena genealógica. Esta inscripción es correlativa del tránsito del niño al sujeto dividido.

miércoles, 26 de marzo de 2025

La castración y el estatuto del objeto

A lo largo de los años, la enseñanza de Lacan ha permitido formular una pregunta fundamental y compleja: ¿qué es la castración? Más allá de sus metáforas, esta cuestión exige un trabajo riguroso que, partiendo del retorno a lo subversivo en Freud, busca elaborar respuestas a los impasses que quedaron abiertos en su obra.

En un primer nivel, la castración se concibe dentro de las incidencias del discurso, adoptando la forma de una deuda simbólica. Se trata de una operación que inscribe al sujeto en una falta estructural, una deuda impagable vinculada a la constitución del sujeto infantil. En este sentido, la castración sostiene la función del menos phi (-φ), entendido como una reserva simbólica que permite una respuesta al enigma del deseo del Otro.

Sin embargo, a medida que se profundiza en la diferencia entre (-φ) y el objeto a, se hace necesario repensar la castración en un nuevo marco. Aquí aparece la operación de un corte, en la que el objeto a es su producto. Este proceso, tal como se observa en las fórmulas de la división subjetiva en La angustia, implica que la división del sujeto no se agota en el fading significante, sino que involucra el cuerpo como superficie de inscripción.

Este desplazamiento conceptual sobre la castración tiene repercusiones en la teoría del objeto en psicoanálisis. A partir de ello, se distingue entre el objeto a y lo que podríamos denominar "los objetos".

  • Los objetos del transitivismo y la identificación imaginaria: Se trata de objetos que se insertan en una serie, intercambiables y sujetos a la rivalidad o la competencia. Su lugar se encuentra dentro de la lógica del espejo y la dimensión especular.
  • El objeto a: En contraste, este objeto no es intercambiable ni forma parte de una serie. Se define como lo que resta de la incidencia del significante sobre el cuerpo. En su articulación con el deseo y la pulsión, queda fijado en el fantasma, consolidando su singularidad y su imposibilidad de entrar en un circuito de intercambio.

Así, la reconsideración de la castración en Lacan no solo permite una mejor comprensión de la división subjetiva, sino que también abre nuevas coordenadas para pensar el estatuto del objeto en la experiencia analítica.

miércoles, 5 de febrero de 2025

¿Qué es lo real de la castración en psicoanálisis y qué lo justifica?

En el psicoanálisis, siguiendo la línea trazada por Freud, Lacan define la castración como una deuda simbólica. Esto significa que es el efecto de la operación de la ley significante sobre el sujeto, estructurada a partir del funcionamiento del Nombre del Padre y del Deseo de la Madre en la metáfora paterna.

Desde esta perspectiva, la castración sitúa al sujeto en una serie generacional y lo inscribe dentro de una cadena significante, al mismo tiempo que se constituye el inconsciente como el discurso del Otro. Este proceso implica una reelaboración de la sobredeterminación freudiana y establece un rasgo fundamental mediante el cual el sujeto se sexúa, proporcionando una medida común que le permite vincularse al cuerpo del otro como partenaire.

Sin embargo, la noción de castración no se limita al plano simbólico. Lacan observa que, debido a la satisfacción paradójica propia de la pulsión en el ser hablante, la castración desborda este marco. En consecuencia, Lacan introduce la noción de lo real de la castración, abordándola como un fenómeno irreductible al simbolismo, pero que es esencial para comprender la dinámica del goce.

Esta concepción debe entenderse en paralelo con el esfuerzo de Lacan por explorar lo real de la división del sujeto, más allá de la fragmentación generada por el significante. En este contexto, lo real de la castración se vincula con la anomalía inherente al campo del goce, lo que lleva a Lacan, en el seminario Aún, a afirmar que “ser sexuado no predica sobre el sujeto”. Esta declaración señala un cambio de lógica fundamental en la teoría psicoanalítica, orientándose hacia lo real como dimensión irreductible.

viernes, 10 de julio de 2020

El dinero, condiciones.

El dinero suele irrumpir en la clínica psicoanalítica ligado a lo descontextuado, a lo fuera del artificio del tratamiento, incluso bajo la emergencia o la pregunta “y si no puede pagar, ¿qué hacer?” 

“No pasa nada”: “Salimos, fuimos al cine, fuimos a comer, estuvimos hasta las tres de la mañana hablando pero no pasó nada”. “No pasó nada”, “¿cómo nada?”. “no pasó nada de eso”, y “eso” es lo sexual. Sin embargo, la salida concluyó a las tres de la mañana, se conocieron, hablaron, quedaron en volver a verse. Pese a eso que pasó, el paciente insiste: “no pasó nada, entendés”. Luego de cierto número de encuentros con la mujer tienen relaciones sexuales, el paciente dice “nosotros estamos saliendo así, pero con ella no pasa nada, sólo nos encontramos para coger”. Si antes “no pasó nada”, ahora “no pasa nada”. Antes no pasó nada porque no tuvieron relaciones sexuales, ahora no pasa nada porque solamente tienen relaciones sexuales. 

Esa “nada” que no pasa se dialectiza con un algo que se espera que pase y que capitonea ese encuentro dándole cierto sentido, lo almohadilla ya sea por la vía de lo sexual, ya sea por la vía de aquello que no siendo sexual es necesario que pase para que “algo pase”.

Los psicoanalistas solemos hacer una promesa al recibir a quien nos consulta: “lo escucho”. No es una promesa de felicidad, ni siquiera podría asegurársele una mejoría con nuestro procedimiento. Esta promesa a su vez supone un artificio, un conjunto de variables para que tenga lugar. Este conjunto de pautas incluye la frecuencia, los horarios, los períodos vacacionales, los feriados, las faltas y... el dinero. El dinero, en consecuencia, aparece como una de las variables del artificio para posibilitar –vía la asociación libre– el despliegue de la hiancia que habita entre percepción y conciencia. El artificio en psicoanálisis incluye el pago explícito y en forma efectiva. En otros dispositivos –la confesión, por ejemplo, que bien puede ser pensada como una terapéutica– el pago se realiza de forma indirecta y no supone que el pago, ya sea éste simbólico o económico, implique que la otra parte –el sacerdote– cobre por ello. Es un pago institucional, se le dona a la Iglesia. Cabe diferenciar pago y dinero. El hecho de que un pago se realice por otras vías “cortocircuita” la cuestión, pues no se trata de metaforizar el pago sino de abordar el lugar específico del dinero, de determinar la singularidad de lo que se cobra. En el sueño bíblico que Daniel interpreta –al que hemos hecho referencia extensamente en “De la obsesión al deseo”1– Dios mismo mide dos veces como si Él mismo desconfiara de la precisión de una medición. Podría decirse “murphyanamente” que cualquiera sea la medida será, en cierto sentido, incorrecta. Si la medida es imprecisa, el resultado es dialectizable. Se tratará, en consecuencia, de poner (de decidir) alguna medida.

“Alguna medida” que da cierto valor en oposición a lo que podría ser “sin valor”, incluido el sin valor de la cobardía para cobrar. Falta de valor que queda ligado al no “pasó nada” del comienzo. 

Dinero = ...: El dinero aparece privilegiadamente en la teoría psicoanalítica en la ecuación fálica donde queda en equivalencia de valor con el falo: 

φ = pene = hijo = heces = dinero = regalo 

En esta ecuación el dinero sustituye un inexistente: del falo sólo hay suplencias ya que el falo, en tanto premisa universal del pene, refiere al órgano sexual (eréctil) que tendrían todos y que, en consecuencia, nadie tiene. En la ecuación y a la hora del pago, el dinero cubre mal aquello que no es posible cubrir pues se pretende cubrir lo que no hay. Si el falo es medida, la fisura en las equivalencias (por ejemplo sesión = dinero) está en la estructura. 

Si bien es un dilema que “eso” se cubra, se plantea el problema con relación a qué sucede cuando “eso” ni siquiera se pretende cubrir. De hecho, el análisis consiste en soportar que eso no sea “cubrible”, en soportar la castración y el duelo ante la pérdida estructural del objeto pero se mantiene lejos de cualquier canallada que intente hacer equivaler la “no relación sexual” con la resignación o la impotencia. Si fuera necesaria una comprobación en la vida cotidiana, la depresión post-parto evidencia la insuficiencia de todo objeto para cumplir satisfactoriamente la completud. La insaciabilidad por el dinero, la avaricia, es otro nombre posible de esta imposibilidad –en este caso del dinero– de cubrir el agujero con un objeto. 

El dinero, a su vez, es un nombre del intento de cubrir lo “incubrible”. Consecuencia de lo anterior y dada la ineficacia para cumplir completamente su cometido, el dinero supone un malestar en la clínica del que el procedimiento tendrá que dar debida cuenta.

La falta de pago tiñe melancólicamente el relato aun de aquello que es acorde con su deseo. ¿Qué teoría cabe para quien no paga con dinero su análisis? El sujeto neurótico siempre produce teoría de aquello que le resulta incomprensible. La imposibilidad de habitar el sin-sentido fuerza a la neurosis a la producción de teorías –sexuales infantiles– sobre aquello que aparece como agujero en el discurso. Que un profesional no cobre por su trabajo debe incluirse como uno de esos enigmas. Puesto que habrá otros que sí pagan, puede tener una teoría económica que de todos modos no lo satisfaga. Si nadie paga el trabajo queda desdibujado y entra en el terreno de aquí “no pasa nada”. “Este profesional trabaja de otra cosa, ahora bien, si trabaja de otra cosa ¿qué es lo que hace cuando me atiende? ¿quizás sean prácticas?” Del lado del profesional, luego de la jornada de trabajo en la que no ha cobrado nada, podría decir “hoy no pasó nada”. Nos reencontramos con el “no pasa nada” y el “no pasó nada”. 

El sujeto probablemente formule alguna teoría relacionada consigo mismo. Conjeturemos. Una posibilidad podría referir a la pena, a la lástima que se le tiene por no contar con el dinero para pagar. Se produce una juntura entre la falta de valor de la sesión y el poco valor que se atribuye. Hemos colaborado a su melancolización, con poco –“sin cobrar”– hicimos mucho –“él no vale”–. Sin embargo, en muchas oportunidades, en el trabajo clínico el resultado del no pago queda ligado a la suposición de ya haber pagado. Si en un caso me lo merezco por valer poco, en el otro, me lo merezco por mucho. Esta segunda versión suele tomar el giro del resentimiento por el cual “ya pagué”, “me lo merezco” para desembarcar en “me lo deben”. “Con lo que ya me ha pasado en la vida no tengo por qué pagar. La vida me debe un resarcimiento por los daños infringidos. Ahora bien, un resentido es alguien que se ve imposibilitado de implicarse en el texto propio. Sus responsabilidades quedan siempre enmascaradas en las culpas de otro. Si las faltas y las culpas no están en mí, la labor analítica se ve impedida. 

Sacar la cuestión del dinero, o introducirla bajo el formato de evitarla (o no cobrar), crea más elementos para que el deseo mismo quede fuera de tratamiento, más allá del cliché “paga por otro lado” (aun cuando el sintagma sea cierto). 
El “no quiero pagar”lleva la cuestión al límite de lo irresoluble y cabe al menos intentar dialectizarla bajo el modo “quiere no pagar”, en la que algún deseo se sitúa del que deberá dar cuenta, ahora de su deseo, no de la justicia. Es un difícil desafío clínico que la praxis le permita el viraje que lo lleve de su posición de acreedor a la de deudor, que en términos fenoménicos implica dejar de ser un resentido para poder encontrar los lugares para agradecer.

En Los mismos distintos lugares hice una referencia a un analista que consulta preocupado por su paciente que no quiere pagarle… él no paga por la sencilla razón de que, a su vez, no le pagan. “Su posición de acreedor le da forma a la pregunta ¿qué es un padre? Y responde que su padre no sabía serlo, no le daba el dinero del que él consideraba ser acreedor puesto que aunque no se lo mereciese, el padre lo tenía”3. Acaso un pedido de anticipo de herencia, de lo que de todos modos quizás llegaría a ser de él. 

Alejado de la ficcional y canallesca posición del american way de haberse hecho sólo “sin deberle nada a nadie”, el “querer no pagar” –aun cuando lo sitúe en términos de querer “robar” o quedarse con “algo del otro”– permite situar el interés del sujeto por el objeto, allí su deseo por lo cual entrarían a jugar diferentes modos de pago: ¿cuánto paga por no pagar? 

El no cobrar pone al tema del dinero en los bordes de ser un tema tabú. Freud lo llamaba “crear una embajada” y era uno de los mejores formatos para todo tipo de resistencia. De “eso no se habla” y dado que “casi” todo podría correlacionarse con “eso”, no se habla de “casi” nada: una nueva vuelta que evidencia que se podría estar imposibilitando el tratamiento que se pretende posibilitar. Se encuentra aquí un nombre y un límite al trabajo hospitalario (en la doble acepción del término).

Que no se pague no deja de relacionarse con la cuestión sacrificial ¿del analista?, ¿del analizante? ¿No estará en juego también la reflexión de Isaac al ir en sacrificio: “Padre, falta el cordero” (nuestra moneda de pago), ¿por qué yo no pago? ¿Por qué tú no cobras? ¿Acaso no falta el cordero? ¿Acaso soy un conejillo? ¿Dios proveerá (a los profesionales)? 
Quizás cuando de “eso se hable”, cuando algo de “eso pase”, cuando “eso” almohadille aquello de lo que se habla, quizás entonces, el tratamiento comience y el tratamiento puede tomar debida distancia del furor curandi de hacer el bien, del honor de ser analista que se dibuja como promesa detrás del ad honorem.
_________________
1. Hugo Dvoskin, De la obsesión al deseo, Buenos Aires, Letra Viva, 2001, p. 29. 
2. Miguel Sicilia, “Las cartas recuperadas se cobran”, en El Otro, núm. 82. 

3. Hugo Dvoskin, Los mismos distintos lugares. Buenos Aires, Xavier Bóveda, 1997, p. 80.

Fuente: Hugo Dvoskin (2005) "El dinero, condiciones" - Imago Agenda