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viernes, 18 de julio de 2025

Sujetos de la deuda: la incidencia del neoliberalismo en "El juego del calamar".

Lucas Vazquez Topssian

En El malestar en la cultura (1930), Freud señala que toda cultura se funda sobre la renuncia pulsional. Esta renuncia, exigida por el Otro social (la Ley, las normas), genera culpa. Y esta culpa es muchas veces inconsciente: no es por algo que el sujeto haya hecho, sino por haber deseado, incluso sin saberlo. Se trata de una culpa inconsciente, ligada al superyó. Esta culpa se puede leer como una deuda simbólica con el Otro: se le debe haber renunciado, se le debe obediencia, se le debe un sacrificio.

En Tótem y tabú (1913), en el mito del padre de la horda, el parricidio del padre originario genera una culpa transmitida entre generaciones. Los hijos matan al padre, lo comen y luego lo veneran mediante la instauración de la Ley y el tabú del incesto. Esa culpa heredada es una deuda simbólica que se paga a través de la Ley: el superyó, la moral, la prohibición del incesto.

Lacan retoma y reconfigura esta noción en su lectura estructuralista del sujeto, donde podemos rastrear aspectos de "la deuda".

En el seminario "Los escritos técnicos de Freud" (1953-54), y más claramente en "El seminario 4: La relación de objeto" (1956-57), Lacan presenta la deuda simbólica como aquello que surge del ingreso del sujeto en el campo del lenguaje. Se trata de la deuda con el Nombre del Padre.

Cuando el sujeto accede al orden simbólico, lo hace al precio de una pérdida: queda alienado en el significante, pierde algo de su ser. La castración simbólica implica que se le debe algo al Otro: no se es sino a través de ese Otro. La deuda es entonces el efecto de la castración simbólica: el sujeto se constituye debiéndole su ser al Otro del lenguaje.

Se trata de una deuda que no se puede saldar, no es algo que se paga como una cuenta. Es infinita, estructural: no se trata de un acto pasado, sino del hecho mismo de estar marcado por el significante. Por eso, en el Seminario 7 (La ética del psicoanálisis), Lacan vincula esta deuda con la imposibilidad de realizar el goce, con la falta estructural, y también con lo Real.

Veamos un caso mínimo...

Un paciente que se siente constantemente en deuda con sus padres, o con la sociedad, puede estar expresando una forma desplazada de esa deuda simbólica. El análisis no busca que "pague" esa deuda, sino que se subjetive respecto a ella: ¿de qué se siente culpable? ¿Qué cree que el Otro le exige? ¿Cómo responde su deseo a esa falta estructural?

Incidencia de la época

Ahora bien: Existe una correlación muy sugerente y potente entre la deuda simbólica estructural del sujeto y la forma en que la economía contemporánea se organiza en torno al régimen de deuda. Esta relación fue explorada por varios autores contemporáneos (como Lazzarato, Dardot & Laval, o Zizek), y permite pensar cómo la estructura del psiquismo en el campo del Otro simbólico encuentra una suerte de eco o refuerzo en el lazo social actual.

Como dijimos antes, para Lacan, el sujeto está estructuralmente en falta, castrado por el lenguaje, y esa falta se traduce como una deuda simbólica con el Otro. Es una deuda impagable, no cuantificable, ligada al deseo y a la imposibilidad de completarse. Esta deuda es el efecto de haber sido hablado, deseado, significado: el sujeto le debe su ser al significante.

En el capitalismo financiero actual, especialmente desde los años 70 en adelante, la deuda se ha convertido en una lógica central de producción de subjetividad. Esto se ve en:

  • Endeudamiento de los Estados (crisis de deuda, FMI, default).

  • Endeudamiento de las personas (créditos, tarjetas, hipotecas, billeteras virtuales).

  • Interiorización de la deuda: el sujeto se auto-responsabiliza por su fracaso, se culpa si no rinde, si no “invierte bien” su tiempo o cuerpo.

Se configura así una subjetividad del "empresario de sí mismo", que se debe a sí mismo ser productivo, exitoso, sano, feliz. La culpa no proviene del superyó freudiano clásico, sino del mandato de rendimiento y de una deuda moralizante que nunca se salda (Byung-Chul Han lo describe como la era del “sujeto del rendimiento” agotado por su propia autoexplotación).

De esta manera, podemos decir que el capitalismo actual explota esa deuda estructural, la captura, la convierte en deuda económica o moral, y la reintroduce en el circuito del goce y el consumo. Así, el sujeto queda preso entre una deuda simbólica imposible de saldar y una deuda económica interminable que lo obliga a rendir constantemente.

Ejemplo clínico 
Un paciente que dice: “Nunca es suficiente lo que hago. Siempre siento que le debo algo a alguien: a mi jefe, a mi pareja, a mis padres, al mundo”… está encarnando esa doble inscripción de la deuda: simbólica (inconsciente) y económica/social (ideológica). En este punto, el análisis puede ayudar a separar la deuda simbólica del superyó neoliberal, abrir un espacio para que aparezca el deseo propio.

En conclusión, podemos pensar una correlación profunda entre la deuda simbólica estructural y la forma de dominación actual basada en la deuda financiera y moral. El neoliberalismo no inventa la deuda subjetiva, pero la instrumentaliza y exacerba, atrapando al sujeto en una espiral de rendimiento, culpabilización y autoexigencia.

El juego del calamar
El juego del calamar (Squid Game, 2021) es una obra que encarna con crudeza y precisión la lógica contemporánea de la deuda y, al mismo tiempo, pone en escena su dimensión simbólica, ética y subjetiva. Es una ficción que dramatiza cómo la deuda —económica, moral, social— puede ser el eje organizador de un orden social que empuja al sujeto hasta la desubjetivación y la muerte

La deuda organiza toda la trama de esta serie: todos los personajes aceptan participar en el juego mortal porque están endeudados. Pero no se trata solo de una deuda financiera; hay algo más: algunos deben dinero a bancos o prestamistas. Otros están moralmente endeudados con sus familias (hijos, madres, parejas). Algunos tienen una deuda simbólica con su propio fracaso: no estar a la altura de una expectativa social (éxito, masculinidad, rol filial).

El juego aparece como una forma de redención ante esta deuda —como si ganando pudieran “salvarse”, “reparar” o “comenzar de nuevo”. Pero lo que se pone en juego es la vida misma. El costo del “pago” es la existencia.

El juego condensa la lógica del capitalismo tardío.  Por ejemplo, todos compiten individualmente, aunque se forman lazos transitorios. Se promueve el mérito, es decir, gana quien “más se esfuerce” (pero el juego es absolutamente desigual, hombres contra mujeres, ancianos contra jóvenes, etc). El espectáculo de la violencia es consumido como entretenimiento por los ricos (la élite internacional que observa los juegos). En la serie hay una remisión al goce obsceno del Otro: hay un superyó que manda “¡goza!”, incluso con la muerte del otro. Se trata de una economía del goce sin ley, sin falta, donde el deseo ha sido sustituido por la pura acumulación o supervivencia.

A finales de la primera temporada y comienzos de la segunda, vemos que el protagonista, Gi-hun, gana. Tiene el dinero. Pero no puede usarlo. Su subjetividad queda capturada por algo que no se paga con plata: no puede ver a su hija, no puede cuidar a su madre; tampoco puede volver a su vida anterior ni fundar una nueva. La deuda simbólica reaparece: no es la deuda económica la que lo traba, sino una falta más radical. El dinero no salda el duelo, el sufrimiento, la traición, el haber sobrevivido. Como en Lacan: la deuda real no se paga.

En general, el juego de la serie dramatiza que el lazo social actual está montado sobre la competencia, la exclusión, la autovaloración, y el espectáculo de la caída del otro. Pero hay momentos donde los personajes resisten: forman alianzas, se cuidan. Algunos se sacrifican. Surgen lazos que no están mediados por la lógica del mercado. En esos momentos, aparece la ética del deseo, no del cálculo. Son interrupciones del orden neoliberal. Pero la serie muestra que el sistema tiende a reabsorber esas líneas de fuga.

Desde una perspectiva clínica, El juego del calamar muestra cómo el sujeto contemporáneo está saturado de deudas, que se inscriben tanto en el cuerpo como en el psiquismo:

  • Siente que debe algo que no puede nombrar.

  • Sufre un mandato de éxito o redención.

  • A menudo, el fracaso no genera duelo, sino vergüenza, auto-odio, impulsos suicidas.

En este contexto, el análisis puede abrir un espacio para separar las deudas reales de las simbólicas, para sustraer al sujeto del imperativo de pagar con su vida o con su cuerpo lo que no debe ser pagado.

El juego del calamar es una metáfora brutal del sujeto atrapado en la lógica contemporánea de la deuda, donde lo simbólico ha sido eclipsado por una economía de la cuantificación, del rendimiento y del espectáculo. Sin embargo, la serie también deja entrever un resto humano: la amistad, el duelo, la ética, el deseo. Y ese resto es lo que hace posible una respuesta que no sea la repetición.

sábado, 28 de junio de 2025

El Ideal del Yo como límite simbólico: entre demanda de amor e imposibilidad estructural

El significante del Ideal del Yo —que Freud define como punto de identificación normativa y que Lacan resignifica como Ideal del Otro— cumple una función central en la economía subjetiva: se instituye como el significante de la demanda en tanto demanda de amor. Es decir, representa la posición desde la cual el niño se ofrece como objeto amado del Otro, sostenido en la ilusión de poder colmar su falta, de completarlo. Por eso, en este nivel de la experiencia, el Otro aparece aún no barrado: el niño fantasea con ser capaz de satisfacer el deseo del Otro, sin aún confrontarse con su opacidad estructural.

Sin embargo, Lacan conceptualiza este Ideal de distintos modos a lo largo de su enseñanza. Ya en el Seminario 1, antes de formalizar la noción del Nombre del Padre, lo presenta como el significante que introduce cierta terceridad, y con ello, una función de pacificación simbólica, contrastable con el empuje exigente y mortificante del superyó. Esta función apaciguadora es posible porque el Ideal marca un límite en la serie identificatoria, una suerte de punto de anclaje que detiene la deriva imaginaria del yo.

En el esquema Rho, Lacan ubica inicialmente el significante del niño deseado (N), pero luego desplaza esa función al I(A), el Ideal del Yo. Este desplazamiento es clave: señala el pasaje del niño en tanto falo del deseo materno a una posición mediada por el Ideal, el cual encarna las insignias fálicas que provienen de la operación del Nombre del Padre. Este tránsito implica que la identidad del niño ya no se construye solo en la captura especular, sino en el marco de un orden simbólico que introduce la castración como límite.

Lacan llega incluso a definir el I(A) como un límite estructural, y aunque no lo explicita como tal en términos matemáticos, la analogía con la función de límite de una serie resulta fecunda. Aplicando esta lectura, el I(A) se sitúa como el punto hacia el cual tiende la serie de identificaciones —no en tanto término alcanzable, sino como horizonte regulador.

En la neurosis, esta serie se revela divergente, ya que está fundada sobre la falta estructural del Otro barrado. La demanda de amor se articula con una imposibilidad de cierre: no hay significante que colme completamente el deseo del Otro. El I(A) cumple allí su función: ofrece una identificación idealizada que sostiene al sujeto, aun cuando lo hace sobre una ficción de cierre —una suerte de parodia de completud. Es, entonces, un significante que vela la falta, pero que también la organiza.

lunes, 16 de junio de 2025

Felicidad con sombras: el desgarro ético del deseo

Aquí evocábamos la crítica de Lacan a la idea de una “felicidad sin sombras”, es decir, a toda promesa de plenitud subjetiva que se apoye en una ilusión de totalidad. Pero esta formulación nos permite dar un paso más:
¿Existe una felicidad con sombras?

El psicoanálisis no se posiciona simplemente en la negatividad, sino que establece un contrapunto estructural: por un lado, la aspiración a una felicidad totalizante; por el otro, el testimonio del Superyó, esa figura paradójica que insiste en una satisfacción que no satisface, que goza allí donde algo “no anda”. Esta antinomia es observable clínicamente y revela un punto de falla fundamental en la promesa de unidad.

Para situar esta falla, Lacan recurre a una disyunción estructural: la discrepancia entre deseo y goce. En esa grieta se produce lo que él llama un “desgarro en el ser moral del hombre”. La ética del psicoanálisis, entonces, no se funda en una norma, sino en el acto, precisamente porque falta ese complemento que permitiría la unidad y el ordenamiento del deseo bajo el signo del Bien.

La crítica de Lacan no se dirige a un ideal abstracto, sino a su contexto: la comunidad analítica. Su interrogación apunta a cómo este desgarro puede ser olvidado, o incluso borrado, mediante la promesa de una normalización imposible, sobre todo en relación con la sexualidad. Este olvido se vuelve particularmente grave cuando se traslada al análisis del analista.

Por eso Lacan vuelve sobre una pregunta central:
¿Qué es el deseo del analista?
Este operador no responde a un saber cerrado ni a un sujeto completado. Muy por el contrario, se opone a toda idea del analista como producto terminado, ajustado, “normalizado”. Porque si esa fuera la expectativa,
¿qué escucha sería posible?
¿Y qué habría que perder para que esa escucha se habilite?

Lacan no oculta su posición: la promesa de una sexualidad normalizada es una estafa. Enmascara una exigencia moralizante, un puritanismo que niega el deseo, un ascetismo incompatible con la lógica del inconsciente. Esta moral oculta entra en contradicción con el deseo mismo, que no solo atormenta al sujeto por su imposibilidad estructural, sino también por el margen de soledad y decisión que abre.

Ese margen —el lugar del acto— es precisamente donde el sujeto se encuentra sin el Otro, con la única brújula de su falta. Y es allí, en esa felicidad con sombras, que la ética del psicoanálisis se pone verdaderamente en juego.

viernes, 25 de abril de 2025

Falla interdictiva y paradojas del goce: entre Ley, deseo y responsabilidad

Al referirnos a la falla interdictiva, situábamos el desplazamiento del efecto castrativo desde lo discursivo hacia lo propiamente lenguajero. La paradoja central de este proceso radica en que, allí donde se espera un acceso, se inscribe una hiancia. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿no es una paradoja que cuanto más el sujeto se pliega a la ley moral, más feroz se vuelve el superyó?

Si el sujeto no accede al goce esperado, entonces ¿qué ocurre en su lugar? Algo de la satisfacción se inscribe, pero de un modo peculiar: una satisfacción corta y estancada, determinada por las coordenadas de la ley. Esta forma de satisfacción señala, por un lado, su raíz fantasmática y, por otro, la insatisfacción como horizonte estructural.

Aquí emergen las paradojas del goce y su oscura relación con la ley. El goce se presenta como aquello que el sujeto persigue en la medida en que le es inaccesible. En este punto, los discursos que prescriben derechos entran en juego: el derecho regula el acceso al goce, pero en términos de usufructo y no de pertenencia. Es precisamente en esta distinción donde se sitúa la discrepancia entre psicoanálisis e ideología.

Si el goce es estructuralmente inaccesible, Sade aporta una precisión clave: el goce se juega en la transgresión (o al menos en su tentativa). Más que el objeto en sí, lo que importa es el empuje que aspira a un más allá, punto donde la pulsión conecta con lo que está allende al régimen del placer.

Para diferenciar moral y ética, emergen interrogantes sobre las consecuencias éticas de un análisis, especialmente en lo que respecta a la dimensión del deseo. Si el deseo introduce un límite al goce, se impone una pregunta crucial: ¿ante qué nos detenemos? Y aún más, ¿frente a qué retrocedemos? Estas cuestiones, aunque afines en su campo semántico, no son equivalentes y abren el debate sobre un problema central en el análisis: la responsabilidad más allá de la culpa.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Necesariedad y contingencia en la producción del objeto a

En el sujeto hablante, el complejo de castración cumple una función central al anudar el deseo a la ley. La posición del objeto que se desprende de este proceso, marcada por el corte que lo genera, define el pathos deseante del sujeto.

Desde esta perspectiva, Lacan, en La angustia, examina la incidencia del superyó allí donde la ley se revela insuficiente. En este punto de falla, el superyó cumple un doble papel:

  1. Prohibir el goce.
  2. Testimoniar del goce en el sujeto, ubicándose en los límites mismos de la ley.

Así, el superyó no solo impone una interdicción, sino que también evidencia la transgresión inherente a la prohibición misma, una cuestión que queda oculta tras la función del Ideal del Yo (I(A)). Esta conexión llevó a Freud a asociar el Ideal del Yo con el superyó.

Si la castración se aborda a través del complejo de Edipo, emerge la operación del menos phi (-φ), que inscribe la castración como deuda simbólica. Sin embargo, si se la examina desde la perspectiva del objeto a, se abre el acceso a lo primordialmente reprimido. En este sentido, el objeto a precipita como resto de un corte, desnaturalizando la relación del sujeto con el deseo.

La producción del objeto implica una temporalidad específica con dos momentos:

  1. El objeto cae como resto de la captura por el significante.
  2. El objeto se reviste de galas fálicas, adquiriendo un brillo agalmático.

Si bien el primer tiempo es estructural, el segundo es contingente, dependiendo del juego del deseo edípico: el Deseo de la Madre, el Nombre del Padre y la regulación del menos phi.

En las psicosis, esta estructura se ve alterada. El objeto a aparece descarnado, retornando desde lo real en la alucinación. Aunque en ambas estructuras la producción del objeto depende del ingreso al lenguaje, en la psicosis no se produce el engalanamiento fálico, ya que para ello es necesaria la pérdida más allá de la falta.

Esta diferencia esencial permite situar el estatuto del objeto tanto en las neurosis como en las psicosis, destacando el papel de la vestidura simbólica en la causación del deseo.

viernes, 21 de marzo de 2025

El imperativo del goce y la culpa

 La tensión creada entre el severo superyo y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad y se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo.” (Freud) Lacan llama goce al imperativo imposible de satisfacer del superyo donde “toda nueva renuncia a la satisfacción aumenta su severidad y su intolerancia” (Freud):

Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del goce: !Goza!” Seminario XX
Como resultado de lo propuesta por Freud en el Malestar de la cultura donde señala que “no basta la renuncia a la satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y no puede ser ocultado ante el super-yo y en consecuencia, no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida….” En la identificación con el ideal, se evalúan las posibilidades que no serían congruentes con el superyó, el simple hecho de pensarlas, es suficiente para desencadenar el castigo, como quien representa una farsa y el tiránico e incansable superyó está ahí para hacérselo saber. Por eso Lacan señala en Acerca de una causalidad psíquica en Escritos I:
Toda resolución de la discordancia [entre el Yo y el ser] mediante una coincidencia ilusoria de la realidad con el ideal resonaría hasta en la profundidades del nudo imaginario de la agresión suicida narcisista”.

miércoles, 19 de marzo de 2025

La paradoja de la conciencia moral y la renuncia al goce

Lo real se vincula estrechamente con un concepto clave: la paradoja. Esta no solo funciona como un soporte lógico para delimitar los impasses, sino que también mantiene una relación intrínseca con el problema del goce y lo real. Lacan, en este contexto, introduce la idea de una paradoja propia de la conciencia moral.

La paradoja establece una separación entre la conciencia moral y el campo de la contradicción, distanciándola de la simple oposición significante. En ella, se revela la incidencia de lo real y, al mismo tiempo, el fracaso de la represión. Este fracaso señala la participación de la pulsión en la conciencia moral y permite afirmar, en palabras de Lacan, que el Trieb se perfila más allá del ejercicio del inconsciente.

Antes de llegar a estas formulaciones, es necesario considerar la sublimación y su papel en el trabajo analítico. Lacan descarta la sublimación como horizonte del análisis precisamente porque ahí se evidencia un límite, algo que no puede ser sublimado. Se trata de un resto, un desecho, un núcleo irresuelto que permanece más allá del principio del placer. Por ello, la interpretación analítica debe abordarse desde la perspectiva del corte.

La paradoja de la conciencia moral también pone en juego la operación de la ley y la cuestión de la renuncia al goce. Cuanto más renuncia el sujeto, más implacable se vuelve la instancia moral (superyó). Esto nos lleva a interrogarnos sobre la renuncia misma: ¿qué implica renunciar? ¿Cómo se hace efectiva?

La paradoja señala que la renuncia, lejos de producir un corte definitivo, no alcanza sus consecuencias esperadas, ya que la lógica del deseo introduce un movimiento inverso: es en el mandato moral donde se juega el goce que se pretende abandonar. En otras palabras, cuanto mayor es la renuncia, mayor es la ferocidad de la instancia moral.

lunes, 10 de febrero de 2025

Las metas morales del psicoanálisis y la crítica lacaniana

 En la versión oficial del Seminario sobre la ética del psicoanálisis, la clase 23 lleva el sugerente título de “Las metas morales del psicoanálisis”. En este contexto, Lacan enfatiza la necesidad de diferenciar la práctica analítica de cualquier intento de orientación moral preestablecida. Su abordaje del goce, entendido como tributario de la pulsión y, por ende, de la experiencia moral, representa uno de los desarrollos más innovadores del seminario.

Uno de los puntos clave que Lacan introduce es la tensión entre el deseo y lo que denomina el “servicio de los bienes”, es decir, el ideal burgués de bienestar. Él mismo advierte sobre lo “arriesgado” de este planteo, ya que su propuesta es una ética centrada en el deseo, lo que implica necesariamente un distanciamiento de las concepciones tradicionales, vinculadas al registro del Amo y a normas morales predefinidas.

Este cuestionamiento conlleva una crítica directa a su propio contexto —y quizás también al nuestro—: considerar que la práctica analítica debe apuntar a una “normalización psicológica” equivale a moralizar el psicoanálisis. En su época, esta moralización se expresaba en la tendencia a privilegiar la genitalidad como norma, allí donde la castración imposibilita la complementariedad sexual.

Este ideal de una “felicidad sin sombras” es problematizado por Lacan, quien dirige su pensamiento desde la razón hacia lo opaco, desde el determinismo iluminista hacia lo real de la división del sujeto.

En este punto, su apoyo en Freud es claro. Freud señala que en el sujeto opera una instancia paradójica: el Superyó. Y su paradoja radica en que, cuanto más sacrificios se realizan en su nombre, más feroz se vuelve su exigencia.

jueves, 23 de enero de 2025

La relación entre identificación y repetición

La relación entre identificación y repetición en Lacan, especialmente en el contexto del Seminario 9, permite considerar a ambas operaciones como estructuras interdependientes y fundamentales en la economía del sujeto. La identificación aparece como una estrategia que opera como un "velo" sobre el núcleo traumático de la repetición, mientras que la repetición está enraizada en un punto de desencuentro estructural: lo real que no cesa de no escribirse.

Repetición: Más allá del automaton

En su tratamiento de la repetición, Lacan introduce el concepto de distychia, que da cuenta de un desencuentro inherente al acto repetitivo. Este desencuentro excede la lógica del automaton —el mecanismo simbólico que organiza las repeticiones como un retorno de lo idéntico— para situarse en el campo de lo real. Este punto de lo real no es sólo aquello que el lenguaje no puede simbolizar, sino lo que insiste, lo que retorna como un motor de la repetición.

La repetición, en este sentido, no es un simple retorno mecánico, sino un relanzamiento constante, impulsado por la imposibilidad misma de resolver la falta en el Otro. Aquí reside su carácter compulsivo y su conexión con lo traumático.

Identificación: Una operación estructurante

La identificación, en este marco, se comprende como una operación que establece un lazo, un punto de anclaje en el sujeto frente al caos de lo real y la compulsión de la repetición. Sin embargo, este lazo no es unidimensional ni homogéneo; en las instancias del lado izquierdo del grafo del deseo, la identificación aparece como un velo que oculta el núcleo pulsional y repetitivo que afecta al sujeto.

Detrás de toda identificación se encuentra la repetición, lo que implica que la identificación no puede desligarse de la falta estructural del Otro. La identificación, entonces, es tributaria de la repetición: opera como una pantalla o semblante que sostiene al sujeto frente a la insistencia de lo real.

La ausencia de un matema del superyó

El interrogante sobre la ausencia de un matema del superyó lleva a reflexionar sobre su estatuto particular en la enseñanza de Lacan. Si bien encontramos matemas que escriben el semblante, la falta, e incluso el objeto a, el superyó se resiste a ser formalizado en términos algebraicos.

Esto puede relacionarse con varias razones:

  1. Naturaleza del superyó: El superyó no es sólo un imperativo simbólico (la voz que ordena) sino también una instancia que incorpora elementos imaginarios y reales. Su carácter híbrido, que lo hace oscilar entre el goce y la ley, dificulta su reducción a una estructura lógica cerrada.

  2. Relación con el goce: El superyó está intrínsecamente vinculado al goce, un concepto que en Lacan no se presta fácilmente a una representación matémica debido a su exceso respecto del significante.

  3. Función del superyó: El superyó, más que velar como la identificación, funciona como un operador que intensifica la compulsión de repetición. En lugar de "cubrir" lo real, el superyó lo exacerba, generando un exceso de goce que el sujeto no puede simbolizar.

En este sentido, mientras que la identificación puede escribirse como un semblante que vela la repetición, el superyó podría entenderse como una fuerza disruptiva que desborda la posibilidad misma de formalización.

Conclusión

La identificación y la repetición están en una relación de mutua implicación: la primera vela la compulsión de la segunda, pero también la posibilita. La falta de un matema del superyó, lejos de ser una omisión, refleja su estatuto particular: una instancia que no vela lo real, sino que lo intensifica, situándose en un exceso que desafía la lógica y la escritura formal del matema.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Pacientes que no pueden parar (compulsiones): las intervenciones sobre el superyó

Hoy vamos a ver qué hacer con los pacientes que no logran detenerse. Por ejemplo, no pueden parar de salir, o de consumir comida, droga u otras actividades compulsivas. Un fragmento del texto "Cuando no es posible detener a un sujeto" dice lo siguiente:

La elaboración de un campo ético propio psicoanálisis conlleva un trabajo de diferenciación con cualquier ética que sea del discurso del amo.

El deseo se establece entonces como la coordenada central en cuanto a la perspectiva ética que el psicoanálisis conlleva, pero el deseo en el sentido analítico del término, el que lleva la marca del impasse de lo sexual.

A partir de esto sería un error de juicio, un error de lectura, caer en la suposición de que el analista debiera orientar al sujeto hacia determinados caminos, porque aparentemente serían más “beneficiosos”. Incluso la creencia de que debiera detener al sujeto allí donde escucha que el analizante se dirige hacia un lugar o una situación que lo puede poner en alguna forma de aprieto o dificultad.

Por supuesto que la ética del psicoanálisis prescribe que el analista dirige la cura en función del lugar del deseo, o sea que orienta el trabajo en el intento de conectar al sujeto con el deseo. Pero no pocas veces la práctica analítica nos vuelve evidente que no necesariamente el sujeto va a orientarse con relación al deseo.

Si no está garantizado, y además no es obligatorio, que el sujeto se deje conducir por el deseo que lo habita, entonces puede “elegir” con relación a otras dimensiones que también están en juego: el ideal, la demanda, el goce.

Entonces, una idea equivocada de la dirección de la cura sería suponer que el analista es aquel que debiera detener al sujeto cuando no se orienta por el deseo, sino que sigue el camino “de su mal”.

De este modo se desconocería que el planteo freudiano conlleva que el hablante no es solidario de la idea de bien, y de allí los conceptos de pulsión de muerte y más allá del principio de placer.

El problema se traslada entonces hacia el analista. ¿Va a tolerar que es el sujeto quien finalmente decide hacia dónde se dirige o va a intentar introducir en la cura alguna idea de bien? Aún cuando ésta se esconda detrás de la idea del deseo.

El texto parecería advertir a los analistas sobre el posicionamiento en el lugar del amo. Es cierto que el analista conduce una cura y no al paciente, lo cual introduce a la pregunta de qué hacer con los pacientes donde las presentaciones tienen que ver con las impulsiones. Por ejemplo, consumos desmedidos, actuaciones y pasajes al acto frecuentes. Los efectos de los pacientes que no se pueden detener se ven en el cuerpo, la desubjetivación y el efecto enorme del superyó.

Hace un tiempo decíamos que el principio del placer no es el guardián de la pulsión de vida. La pulsión de vida implica la unión de partes más pequeñas que se combinan y complejizan. Esto es posible si el sujeto no se deja llevar del todo -acá está la clave- por el principio del placer, que implica mantener el nivel de tensión en el aparato lo más bajo posible.

Armando un vacío para la entrada en el dispositivo

Un paciente que no puede parar tiene la entrada al dispositivo analítico complicada. Volvamos a la anterior pregunta: ¿Cómo intervenir de manera no superyoica? Es decir, que el analista no diga algo como "Bueno, tenés que parar de salir un poquito, tomar menos...". El superyó está en la base de esta imposibilidad de detenerse y el analista debe evitar colocarse en ese lugar parental, que es justo el lugar donde el sujeto quiere fugarse. 

La cuestión es cómo dar lugar al vacío que el sujeto siente, cómo darle jerarquía a ese síntoma sin que quede como una cuestión moral.

Veamos ejemplos:

1) Cuando Lacan dice que la anoréxica "come nada", está haciendo una juntura entre lo simbólico y lo real. Ella come algo que deja un vacío y esto le dio la pauta para hablar de la dificultad de separación del objeto materno. Esta intervención no es superyoica, pues brinda existencia a algo que de otra manera no se hubiera visto. 

2) Silvia Bleichmar relata otro caso. Se trata de una jovencita inmersa en una vorágine de salidas y drogas. Silvia le dice, al modo de positivizar el vacío que la paciente le dice, le dice "Estás en deshidratación psíquica". Es una intervención al cuerpo, ella interviene armando un vacío. La droga da una sed, pierde contacto con los otros. Es interesante, porque las urgencias en los análisis hace que se tenga que intervenir rápido.

En ambos casos, las intervenciones apuntan al cuerpo, en el punto en que está tomado por el significante.

Interviniendo al superyó cuando la transferencia ya se instaló

Las intervenciones con el superyó son complicadas, porque comprometen tanto al yo como al ello. Freud describió al superyó como un Juez que mira al yo desde afuera, mientras que hunde sus raíces en el ello. De esta manera, las intervenciones al superyó implican lo pulsional del paciente, pues el ello es la sede de las pulsiones.

Al principio de la obra freudiana, con la primera tópica, el superyó aparece bajo la función de la censura. La censura, en este primer tiempo, implicaba que el yo era la sede de la moral, de manera que la censura era la conciencia moral que preservaba al yo de esas representaciones sexuales que lo asediaban. Es la primera nosología de Freud, alrededor del 1900.

El superyó aparece en 1923, en El yo y el ello. A nivel de las intervenciones, nos interesa situar que el superyó opera mirando al yo, juzgándolo y de forma sádica: la pulsión de muerte. El superyó aparece con frases que van "al todo o nada". Ej: "Todo tú has provocado esta tragedia" "Todo se perderá". Tiene la forma del imperativo categórico de Kant, con pretensión de universal.

Esta pretensión universal, en el superyó de los pacientes, van a aparecer en frases que siempre van hacia los extremos: Nadie-todos, siempre-nunca, lo peor-lo mejor. En este estado, el paciente no registra la graduación de las cosas, los grises.  

La sede de la moral, en la segunda tópica, pasa al superyó. El sujeto se debate entre algo que lo mira y otra parte que padece. La parte del yo que padece las frases del superyó está bajo el masoquismo moral. Es decir, la búsqueda de castigo a través de la compulsión a la repetición. 

Lo que está en juego, en este "todo o nada" del superyó, tiene que ver con lo que Freud refiere en la relación del superyó con el narcisismo. Es decir, el narcisismo inscribe al sujeto como "todo uno" bajo alguna identificación (Ej. su majestad el bebé). Como esa identificación hunde sus raíces en el ello, termina siendo una figura deformada y obscena.

¿Dónde operar? Sobre el narcisismo, sobre la idea de que el superyó se posiciona desde afuera. Es decir, el superyó desconoce la realidad y las circunstancias del sujeto.

Las intervenciones se pueden realizar cuando la transferencia ya está establecida. Si no se respeta este tiempo de confianza por parte del paciente, el paciente lo puede escuchar incluso en el sentido contrario de la intervención. Por ejemplo, como si el analista estuviera retando al paciente o si se estuviera riendo de él. 

Si dijimos que el superyó y el narcisismo están relacionados, debemos intervenir con una "voz trabajada". En la medida que el superyó hunde sus raíces en el ello, el analista debe usar una voz cuidadosa pero firme. Por ejemplo, el analista puede preguntar "¿usted realmente piensa que esa tragedia únicamente dependió de usted?" Algo de esto rompe con el narcisismo, porque nada depende de una sola persona. "Esta tragedia ya estaba ocurriendo mucho antes de que ud. apareciera". Claramente, estas intervenciones se dirigen a la castración, porque se trata de la relación del sujeto con la falta. Uno no siempre puede, aunque quiera o se lo autorreproche, lo que enfrenta con el duelo por la posición narcisista perdida. Esto relanza la escena analítica.

jueves, 11 de julio de 2024

Las caras del superyó y las intervenciones del analista

LAS DOS CARAS DEL SUPERYÓ

El Superyó Narcisista (Primario):

-Se funda en la primera Identificación Narcisista- El bebé humano, inerme e indefenso, se identifica como objeto pasivo que completa el Ideal del Otro Primordial (Identificación Primaria).

En la primera identificación el bebé se identifica como un entero -para configurar su Yo-cuerpo- con el Ideal fantasmático del Otro Primordial.

Este “ideal”, profundamente inconsciente, puede ser normativo: “Su Majestad, Mi Bebé” o estragante: “Mi desagradable / mi insignificante / mi pobre bebé”.

El Superyó Edípico (Secundario):

-Heredero del Complejo de Edipo- El niño o la niña atravesados por el Primer Despertar Sexual -ya contando con defensas psíquicas- se identifican activamente con algunos de los rasgos de sus Otros Parentales (Identificación Secundaria).

Las identificaciones que el niño o la niña produce con el Otro Primordial (Función Materna) van a ser mediadas por la Ley del Padre. El Nombre del Padre actúa de “separador” entre el niño y las fantasmáticas del Otro Primordial.

¡¡Importante!!

¿QUÉ NOS MUESTRA LA CLÍNICA DEL SUPERYÓ? DOS TIPOS DE SUBJETIVIDADES DIFERENTES

La Clínica nos confronta con sujetos adultos en donde la Ley Paterna funciona con un enorme déficit. Por este motivo, su psiquismo ha quedado adherido más profundamente a la Primera Identificación.

Su Yo incipiente y frágil (inconsciente) intenta, a lo largo de la vida, realizar el ideal fantasmático incestuoso del Otro Primordial. Es decir, ser el objeto majestuoso que colma la fantasmática de mamá, o ser el objeto desecho, resto, que colma la fantasmática de mamá.

La Clínica nos confronta con sujetos adultos en donde la Ley Paterna funciona con eficacia. Por este motivo, en su psiquismo predominan las Identificaciones Secundarias.

El sujeto cuenta con defensas que los separan de la fantasmática incestuosa del Otro Primordial. Sin embargo, como en toda Ley, queda un resto imposible de legislar que tendrá -inevitablemente- carácter incestuoso.

¿CÓMO SE MANIFIESTA EN LA CLÍNICA LAS DOS CARAS DEL SUPERYÓ? CLÍNICAS MUY DIFERENTES

El Superyó Narcisista (Primario)

Nos encontramos con:
Sujetos neuróticos marcadamente narcisistas, que se identifican a la “fantasmática” de majestuosidad que completa al Otro Primordial. Adquieren un Yo inflado, un falso self.

Sujetos neuróticos melancolizados, que se identifican a la “fantasmática” de ser el objeto resto insignificante que completa al Otro Primordial. El Yo pierde todo amor propio y se autorreprocha ser “tan poca cosa” de manera sádica.El Superyó Edípico (Secundario)

Sujetos portadores de una Neurosis Clásica, que pueden adquirir una modalidad Obsesiva, Histérica o Fóbica. Estas modalidades Clínicas Neuróticas tienen introyectada la Ley -la Castración- que los separa (con mayor o menor medida) de la fantasmática del Otro Primordial.

PADECER EL SUPERYÓ: DOS TIPOS DE DAÑO PSÍQUICO MUY DIFERENTES

El Tormento Superyoico. Los sujetos melancolizados sufren un padecimiento inmenso debido a las auto-injurias: se consideran despreciables, inservibles y a modo de defensa pueden llegar a desaparecer de la escena por medio de un Pasaje al Acto o incluso de un suicidio.

El Sufrimiento Superyoíco

En las Neurosis Clásicas encontramos a:

La Neurosis Obsesiva: Son sujetos que sufren de Autopuniciones por un sentimiento inconsciente de culpa. Ejemplo: los Remordimientos Obsesivos.

La Histeria: Son sujetos que sufren de Autoexigencias fuera de medida. Ejemplo: los Cuadros de Anorexia.

La Fobia: Son sujetos que sufren de Ansiedad y Angustia desmedida. Ejemplo: el Ataque de Pánico.

CONCLUSIONES CLÍNICAS DEL PADECIMIENTO SUPERYOÍCO

Las Presentaciones Clínicas con Predominancia Superyoíca son de muy difícil tratamiento. En tanto prevalecen las Pulsiones de Muerte, que se “satisfacen” en el padecimiento. Al respecto de esta “satisfacción”, Freud afirma: “Es un placer que el Yo no siente como tal”.

El analista tiene el enorme desafío de producir un acto de lectura, que provoque un equívoco en los decires superyoícos del paciente. Abriendo, así, la inmensa posibilidad de que el sujeto pueda leerlos de otra manera (menos mortífera y del lado de la vida -Eros-).

UN EJEMPLO EXTRAÍDO DE LA PRÁCTICA CLÍNICA

Paciente: “Yo quiero casarme, pero estoy convencida de que me voy a quedar soltera” → Mandato Superyoíco

Analista: “¡¡Pero para casarse, hay que estar soltera!!” → Intervención del Analista, produciendo un equívoco del Mandato Superyoíco.

Paciente: “De verdad, nunca lo había pensado así” → Interrogación del Mandato Superyoíco, vía el equivoco y la Pulsión de Vida

sábado, 24 de junio de 2023

Goce femenino (¡Con ejemplos clínicos!)

Con ejemplos clínicos, la autora desarrolla la noción de “goce femenino” y señala cómo el superyó puede transformarlo en “estrago”. Y, ya en su relación con el hombre, la mujer puede asumir para él una función escondida, la de “sínthoma”, sin que ella ni él quieran saberlo.

Una mujer, al referirse a su primer amor en la adolescencia, dice que ella experimentaba algo muy extraño en el cuerpo. Cuando su pareja –un hombre mayor que había sido escogido como objeto de amor a partir de una referencia paterna– se acercaba, a una cierta distancia donde sus cuerpos aún no podían tocarse, todo su cuerpo comenzaba a temblar, sus piernas se debilitaban y sólo con dificultad se mantenía en pie, porque, como ella misma decía, todo su cuerpo comenzaba a gozar locamente. Esa pasión no duró mucho. El efecto de esa experiencia fue una defensa radical contra ese goce. Pasó a vivir dedicada al amor materno por su hija y descartaba constituir una pareja con un hombre porque “es difícil para un hombre vivir conmigo, pues cuando tengo un hombre preciso tener relaciones sexuales todos los días”. La defensa era: vivir sin un hombre.

Ese goce del cuerpo fue nombrado por Lacan como “goce femenino” a diferencia del “goce fálico”. Este último se experimenta de un modo puntual, localizado en un determinado contexto o en zonas específicas del cuerpo; está articulado a lo simbólico, marcado por la castración, por un límite. Es muy diferente del goce femenino, que no conoce límites ni zonas específicas del cuerpo, instituyéndose así como un goce desmedido.

Tanto las mujeres como los hombres pueden aproximarse al goce femenino. Sin embargo, como las mujeres no tienen pene se encuentran más abiertas a la posibilidad de experimentar ese goce del cuerpo. Los hombres tienden a ocuparse y a embrollarse con el funcionamiento de sus penes, que toman como referencia para su masculinidad, poniendo así una distancia al goce del cuerpo. Las mujeres, cuando comienzan a experimentar ese goce del cuerpo, tienden a asustarse por su fuerza incontrolable: ¿será que me estoy volviendo ninfómana? ¿Van a pensar que soy una puta? Temor muy presente en las mujeres ya que la voz del superyó toma, comúnmente, la forma de la injuria: “Puta”.

Son muchas las ocasiones en que una mujer podrá escuchar, desde la voz del superyó, la injuria silenciosa “puta”: cuando se presente muy disponible a las demandas sexuales de los hombres, o si son muchos los hombres con los que transó, o cuando es mujer de un solo hombre pero disfruta del placer sexual por demás, o si la frecuencia con la que desea tener sexo es mucha, o si es infiel al marido, o si usa ropa provocativa, en fin, una lista infinita de situaciones donde una mujer es tomada por su sexualidad. La voz silenciosa del superyó tampoco descansa cuando una mujer desiste de su sexualidad, sea por la vía de la maternidad, sea intentando ser santa o haciéndose la niña ingenua. Freud decía que los grandes moralistas que buscan la santidad son atormentados por la culpa y se sienten los peores pecadores, es decir que reprimir los impulsos sexuales no libra al sujeto de la culpabilidad impuesta por el superyó.

En las mujeres histéricas, la culpabilidad superyoica generalmente se mantiene en el registro del inconsciente. Aun cuando una mujer venga a decir “soy una mujer moderna y, por la tanto, soy dueña de mi cuerpo”, eso no significa que esté liberada de su superyó. La injuria superyoica puede advenir en el temor “pero ¿qué va a pensar él de mí?” o “¿qué va a pensar todo el mundo de mí?”. Así las mujeres proyectan en su pareja, o en “todo el mundo”, la voz de su propio superyó.

El goce femenino es solidario de una vivificación de la mujer, mientras que el goce del superyó conduce a la mortificación. El problema es que la gran mayoría de las mujeres se defiende del goce femenino porque el superyó, vertiente mortífera de este goce, tiende a infiltrarse fácilmente cuando se lo experimenta. En otras palabras, hay en las neurosis femeninas lo que Lacan denominó “estrago”, que corresponde exactamente a la infiltración de ese goce mortífero del superyó en el campo del goce femenino.

Hay relatos de mujeres en los que, si bien dicen de su experiencia en relación con el goce femenino, se trata de un goce femenino fuertemente infiltrado por el superyó y, como resultado, a la experimentación de un profundo éxtasis le sigue un estado de mortificación, culpa o devastación. Otros relatos de mujeres hablan de la experiencia de un estado avasallador poco común. Se trata de fenómenos que indican la entrada en la dimensión de la vertiente mortífera del goce del cuerpo. Así, una mujer no experimentaba ninguna sensación de libido con relación a sus actividades diarias: dar clases en la universidad, atender pacientes, ocuparse de su hijo. Su sensación era que ella no existía, era apenas un semblante de lo que intentaba demostrar para los otros, pues nada sentía en su cuerpo. Ella se sentía una cáscara vacía sin su ser. A la noche, cuando se desocupaba de sus quehaceres y se encontraba sola, experimentaba en su cuerpo la sensación de un horror tan profundo, tan terrorífico que sólo le advenía una significación: voy a morir. Así alternaba dos estados: un estado de ausencia de sí misma, también cuando estaba en contacto con sus parejas; y, cuando se encontraba sola, en contacto consigo misma, experimentaba todo su cuerpo tomado por una sensación de muerte. Este tipo de experiencia no es común: se trata de una travesía en el campo del goce mortificante, lo que generalmente resulta en un efecto de decisión subjetiva de salida del campo del estrago, operando una separación del goce femenino del goce mortificante al que estaba enganchado. Así, una mujer podrá usufructuar la experiencia del goce femenino extrayendo de allí una vivificación, además de pasar a tener condiciones subjetivas para no alojarse en el estrago.

“Sínthoma”

Lacan define el sínthoma (sinthome) como el modo singular de goce de cada uno. Se trata del goce del cuerpo, un goce sin ley que reside en el silencio, un goce esencialmente singular, privado, no transmisible ni compartido. En las neurosis, ese modo singular de goce se mantiene recubierto por la fantasía, al tiempo que es desvirtuado por las defensas, aunque manteniéndose como el eje que subsiste en lo real. Hablaré ahora de la mujer como sínthoma de otro cuerpo: la mujer como sínthoma del cuerpo del hombre. Pero, si ese goce es singular, ¿cómo una mujer podrá ser sínthoma del cuerpo de un hombre?

Cuando un hombre elige como pareja una mujer adecuada a sus condiciones de goce, esa mujer asume para este hombre la condición de funcionar como su sínthoma. Les traigo un ejemplo clínico. Un hombre, que tenía fuertes dificultades para asegurarse su virilidad, se casó con una mujer que le permitía sustentar frente a ella una posición viril. Sin embargo, restaba una cuestión inquietante: el temor de que ella deseara tener un hijo suyo, ya que él no se sentía en condiciones subjetivas para sustentar una paternidad. Cuando la conoció, ella ya tenía un hijo con quien él estableció una relación de compañerismo, satisfactoria para ambos pero que no correspondía exactamente a una posición de paternidad. El sólo pudo apaciguar el tormento relativo al temor de la paternidad cuando su mujer hizo una menopausia precoz, antes de los 40 años. ¿De qué modo esta mujer es sínthoma del cuerpo de este hombre? En la subjetividad de ella tiene que haber algo, ya que sólo después de conocerla pasó a experimentar una posición viril en el campo del sexo y el amor, y se decidió a casarse. Y ella respondió de modo efectivamente acogedor, al encarnar en su propio cuerpo la marca del sínthoma de él, cuando la menopausia precoz instituyó en su cuerpo el impedimento a la paternidad.

De este modo, ellos establecieron una pareja muy bien fijada, de tal manera que podríamos decir que, en este caso, hay una relación sexual, como dice Lacan en el Seminario 23: “Allí donde hay relación (sexual) es en la medida en que hay sinthome, esto es, en que el otro sexo es soportado por el sinthome. Me permito afirmar que el sinthome es precisamente el sexo al que no pertenezco, es decir, una mujer”.

En un texto más antiguo, La dirección de la cura y los principios de su poder, Lacan mencionó el ejemplo clínico de un paciente suyo que había presentado una impotencia frente a su amante y entonces “le propone que se acueste con otro hombre a ver qué pasa”. Esa misma noche ella tiene un sueño e inmediatamente se lo cuenta a él: “Ella tiene un falo, siente su forma bajo su ropa, lo cual no le impide tener también una vagina, ni mucho menos desear que ese falo se meta allí”. Lacan agrega: “Nuestro paciente, al oír tal, recupera ipsofacto sus capacidades y lo demuestra brillantemente a su comadre”. El inconsciente de la mujer produjo un sueño que funcionó para el hombre como una interpretación analítica reasegurándole su virilidad. Lacan señala, en ella, “la concordancia con los deseos del paciente, pero más aún con los postulados inconscientes que mantiene”. Al formular esta concordancia entre la mujer y los postulados inconscientes de los deseos del hombre, Lacan anticipaba lo que posteriormente formuló como mujer sínthoma del hombre.

Casados con el superyó

Hay otros casos de pareja sinthomática en los que se verifica una prevalencia de goce superyoico en la fijación del lazo. Algunos hombres buscan análisis subyugados por las quejas proferidas por su mujer, al punto de presentarse como culpables de todas las cosas de las que son acusados: se presentan alienados en el discurso de su mujer, sintiéndose siempre en deuda con ella, una deuda eterna, inextinguible, frente a la cual sólo él encuentra una posibilidad: torturarse. Uno de estos hombres, cuando se dio cuenta de las artimañas de su mujer para hacerlo sentir siempre culpable, y conociendo algunos términos psicoanalíticos, dijo: “Ahora sé que me casé con mi superyó”, nombrando así la vertiente sinthomática que su mujer encarnaba; él mantenía la convicción de su culpabilidad a pesar de ofrecerle a su mujer amor, sexo, fidelidad, los hijos que ella quería y su trabajo desmedido para aumentar el patrimonio para uso de ella. Este ejemplo clínico da noción del usufructo que la mujer extraía de la posición de sínthoma del hombre. Aunque tal usufructo puede cuestionarse desde una perspectiva ética, es también evidente que la culpabilidad cultivada en él era la condición para que se mantuviera la pareja. No siempre las mujeres se dan cuenta de la importancia que ellas tienen para el hombre en la condición de sínthoma.

Las mujeres, en su propia neurosis, pueden terminar encerrándose en el campo de la devastación. En ese mismo Seminario 23, Lacan dice: “Si una mujer es un sinthome para todo hombre, queda absolutamente claro que hay necesidad de encontrar un otro nombre para lo que el hombre es para una mujer (...) Se puede decir que el hombre es para una mujer todo lo que les guste, a saber, una aflicción peor que un sinthome (...) Incluso es un estrago”. El estrago es el gran tormento femenino en las neurosis, y lleva a la mujer a sentir, pensar y actuar contra su propio deseo de ser feliz en el amor.

En el estado de enamoramiento el estrago podrá advenir bajo el modo de un temor a sufrir, a perder el amor, a ser engañada, desvalorizada, temores superyoicos inconscientes sobre la sexualidad femenina. El estrago acaba produciendo un estado tan aprensivo que la estrategia utilizada por algunas mujeres para apaciguar ese tormento acaba siendo una trampa peligrosa. Muchas veces piensan que, para no perder el amor de su pareja, lo mejor sería convertirse en la Mujer que él desea, respondiendo a las demandas de él, a sus exigencias, y entregarse a ese servilismo de modo incondicional, otorgando a la mortificación su vida, sus posesiones, su ser, su cuerpo y su existencia.

Recibí en mi consultorio una mujer que no entendía por qué no había continuado su carrera universitaria en dirección al doctorado. Se presentó como feliz en su matrimonio, diciendo que había compañerismo y que las decisiones sobre la vida de la pareja eran siempre tomadas democráticamente en diálogos amistosos. El análisis le permitió constatar que esa versión sobre su casamiento, en la cual ella había creído hasta entonces, era una gran mentira. A través de la subjetivación de elementos hasta entonces inconscientes descubrió que los muebles y la decoración de su casa, que había decidido en conjunto con su marido, no correspondían en nada a su gusto, sino exclusivamente al gusto de él. Advirtió que los diálogos que mantenía con su marido eran sólo oportunidades para descubrir lo que él quería a fin de decidir conforme al deseo que ella suponía ser de él. Se dio cuenta de que no había hecho el doctorado para que su marido no se sintiera avergonzado con su propia carrera profesional, que ella consideraba mediocre. También se dio cuenta de que había engordado mucho para no sentirse bonita, intentando evitar el riesgo de desear y ser deseada por otros hombres. Un síntoma que la atormentaba y que había sido motivo de la demanda de análisis –despertaba en la madrugada sintiendo que estaba muriendo– mudó radicalmente: percibió que las reacciones corporales que experimentaba como preanuncio de muerte correspondían a intensos orgasmos, vividos en los sueños. Comenzó así a distanciarse del impulso de entregarse ciegamente a las demandas de su pareja, admitiendo para sí misma sus sueños y deseos olvidados, avanzando en la dirección de vivificar su cuerpo de mujer, antes mortificado por la devastación.

* Texto extractado del trabajo “Mujer, sínthoma del hombre”, que puede leerse completo en Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Nº 28, julio de 2014, http://vir tualia.eol.org.ar/

domingo, 1 de enero de 2023

Una cara del Superyó: La Manía

En el año 1920, Freud define a la manía desde la perspectiva de los conceptos elaborados en la segunda tópica (yo-ello-superyó). Para esta problemática psíquica, pondrá el acento en el Superyó.
El Superyó es una instancia psíquica de dos facetas.

Una de ellas, se caracteriza por demarcar la ley y permitir así, la interiorización de normas consensuadas socialmente.

La otra vertiente del Superyó, en cambio, es cruel, en tanto le ordena al sujeto cumplir con mandatos necios e insensatos que, además, por ser absolutos, resultan imposibles de cumplir. No importa lo que el yo consiga en la vida, el superyó no queda jamás queda satisfecho.

Cuando el sujeto se identifica plenamente con los imperativos del superyó, pierde la capacidad de orientar su existencia en relación a su deseo. Y puede -esto es más habitual de lo que se considera-, responder con un accionar maníaco, en pos de cumplir sin pausa los mandatos inagotables del superyó.

¿Cómo reconocemos manifestaciones maníacas?

Se trata de Sujetos que…

. Exhiben en su vida sentimientos de omnipotencia, gran júbilo y triunfo.

. Tienen conductas consumistas (de objetos y/o sustancias)

. Necesitan de la exposición, porque dependen en exceso de la mirada del otro

. Hablan y se mueven de manera acelerada

. Es casi imposible que se detengan: realizan muchas actividades, trabajan incansablemente, no descansan lo suficiente ni tienen buen dormir

¿Por qué resulta difícil interrogar clínicamente al sujeto en estado de manía? Porque el sujeto se siente mejor que nunca, en estado de euforia, absolutamente liberado.

Sin embargo, llegan a la consulta porque el “exceso”, por algún motivo, los ha sobrepasado -psíquica o físicamente-.

¡Importante!

Intervenciones clínicas posibles en el cuadro de la Manía:

Se tratará, como se pueda, de señalarle al sujeto el horizonte de la falta, la incompletud, frente al “todo es posible”.

A modo de ejemplo:

. Podemos tener una actitud gestual que indique una pausa o expresarle directamente si le es posible hablarnos más despacio

. Le comunicaremos siempre los motivos: “cuesta mucho, por el apresuramiento, seguir tus decires”.

. Nosotros mismos, como clínicos, nos esforzaremos para hablar más pausado, haremos puntuaciones en el discurso, que demuestren en acto, que no todo es igual, ni todo tiene el mismo sentido y/o dirección.

Al intento de producir escansiones, interrupciones temporales, Fernando Ulloa lo denominaba: “Introducir la demora”.

Una recomendación cinematográfica, que expone el cuadro clínico de la manía

La película El hombre irracional (2015) muestra la historia de un profesor que sufre una gran desazón y siente que nada en su vida tiene sentido. De la noche a la mañana, exhibe un pasaje de un estado melancólico a un estado maníaco. Este guión desarrolla dos manifestaciones sufrientes -de puro goce-, la melancolía y la manía. Ambas presentaciones clínicas tienen en su origen el sometimiento del Yo del sujeto a las exigencias categóricas, voraces y fundamentalmente crueles del Superyó.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Seminario 6: El duelo y Hamlet (1)

Lacan trabaja Hamlet en el seminario 6, donde propone una buena forma de trabajar el duelo, pero también una buena forma de trabajar el psicoanálisis. En este seminario, "El deseo y su interpretación", Lacan dirá que el deseo es la interpretación.

La dimensión de la cultura habla de una estructura en relación a una ley o legalización que nos envuelve a todos. Esa legalización tiene que ver con el delirio del mito del Edipo y la interdicción del incesto de Levy Strauss. El problema del sujeto, no de la modernidad, pero tampoco sin él, está en función de la estructura. Lacan expresa como:

Es decir, el sujeto se descuenta del enunciado para contarse en la enunciación. El inconsciente, en ese punto, va a tener una legalidad.

Para Freud, el inconsciente puede ser descriptivo, tópico ó dinámico...

Lo que Freud menciona como condensación y desplazamiento, en Lacan toma un tinte retórico: la metáfora y la metonimia.

La estructura se articula en relación con una ley. El deseo es imposible de ser nombrado y surge a partir de que la necesidad se pervierte en cuanto a su objeto. Lo que se satisface es la demanda. 

El deseo permanece insatisfecho por una cuestión de estructura, en tanto hay una falta. El neurótico construye una ficción en la cual cree que obteniendo placer se satisface el deseo. Por ejemplo, tenemos el fantasma de la imposibilidad en la neurosis obsesiva, en donde piensa continuamente en vez de actuar. En la histeria, el paciente ubica a alguien como amo al que idolatra, haciéndolo trabajar para que satisfaga su deseo. El Otro trabaja, pero nunca da cuenta del amor. De esta manera, este Otro cae, dejando tanto al histérico como al Otro insatisfechos. En cambio, la fobia aparece más por el lado de la prevención. Siempre el objeto fóbico comienza con un fetiche, demarcando el lugar que tiene que ver con el deseo.

El deseo no puede satisfacerse porque hay una instancia que lo impide: la función Nombre del Padre. El neurótico hace una trampa, dice "No es que el deseo no puede ser satisfecho, sino que me lo prohíben". Se trata de un padre que ordena, la función del padre en tanto tabú, impedimento del deseo. A su vez, es la fundamentación de la estructura del deseo. Esto en la psicosis no aparece. 

Primordialmente, aparece el deseo de la madre frente al niño hace que este último tenga un lugar, pero el niño no puede ser un yoyó, salvo que su condición sea la de un psicótico: el niño sometido a la voluntad caprichosa de la madre. Es el nombre del padre que nombra al deseo de la madre, en función de algo que se caracteriza por tener un valor: el falo.

Ahora, pensemos cómo se da todo esto en Hamlet... Empecemos con el argumento:


Esta aparición casi real del padre nos recuerda al análisis de Freud del sueño "Estaba muerto, pero no lo sabía", donde ese padre habla y no sabía que estaba muerto. Freud agrega "según su deseo". ¿Pero el deseo de quién? Pareciera ser el deseo del hijo de matar al padre. 

En Hamlet, el padre se aparece sabiendo.

El padre no solo le pide que lo vengue, sino que además, haga lo que haga, que no toque el honor de su madre. Se trata de un mandato imposible de cumplir, porque luego descubrimos que quien estaba detrás de toda la trama era la madre, Gertrudis.

Veamos el discurso del padre de Hamlet:

Yo soy el alma de tu padre: destinada por cierto tiempo a vagar de noche y aprisionada en fuego durante el día; hasta que sus llamas purifiquen las culpas que cometí en el mundo. ¡Oh! Si no me fuera vedado manifestar los secretos de la prisión que habito, pudiera decirte cosas que la menor de ellas bastaría a despedazar tu corazón, helar tu sangre juvenil, tus ojos, inflamados como estrellas, saltar de sus órbitas; tus anudados cabellos, separarse, erizándose como las púas del colérico espín. Pero estos eternos misterios no son para los oídos humanos. Atiende, atiende, ¡ay! Atiende. Si tuviste amor a tu tierno padre...
Venga su muerte: venga un homicidio cruel y atroz.
(...)
Sí, aquel incestuoso, aquel monstruo adúltero, valiéndose de su talento diabólico, valiéndose de traidoras dádivas... ¡Oh! ¡Talento y dádivas malditas que tal poder tenéis para seducir!... Supo inclinar a su deshonesto apetito la voluntad de la Reina mi esposa, que yo creía tan llena de virtud. (...) Tu tío me sorprende en aquella hora de quietud, y trayendo consigo una ampolla de licor venenoso, derrama en mi oído su ponzoñosa destilación, la cual, de tal manera es contraria a la sangre del hombre, que semejante en la sutileza al mercurio, se dilata por todas las entradas y conductos del cuerpo, y con súbita fuerza le ocupa, cuajando la más pura y robusta sangre, como la leche con las gotas ácidas. (...) Perdí la vida, cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuesto para aquel trance, sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber sonado el clamor de agonía, sin lugar al reconocimiento de tanta culpa: presentado al tribunal eterno con todas mis imperfecciones sobre mi cabeza. ¡Oh! ¡Maldad horrible, horrible!... Si oyes la voz de la naturaleza, no sufras, no, que el tálamo real de Dinamarca sea el lecho de la lujuria y abominable incesto. Pero, de cualquier modo que dirijas la acción, no manches con delito el alma, previniendo ofensas a tu madre.

Es decir, es un padre que sabe de su muerte, del delito, de su deseo. Se trata de un padre en tránsito, a la espera de un juicio. Está en la figura renacentista conocida como purgatorio. El tema es que para los protestantes, el purgatorio no existe. Se trata de un padre que aparece en toda su potencia superyoica, en tanto que su mandato es imposible de cumplir.

Toda la obra de Hamlet da cuenta de un duelo congelado en ese instante que se va a ir desarrollando en cinco escenas. Hamlet en una tragedia (trauer) del deseo. Trauer-spiel y Trauer-arbeit. La importancia de esto es que Lacan va a hablar de los duelos en función de los tiempos lógicos: ver, comprender y concluir.

En el duelo, se pierde aquello que lo que el Otro deseaba de uno. ¿Qué será del Otro si yo me pierdo? Es el fantasma que Lacan propone, en el seminario 11, respecto al suicidio y a la adolescencia. Por otro lado, el duelo es una forclusión de algo en la realidad, que los ritos articulan como modo simbólico para suturar ese agujero. Lacan sitúa que un análisis tiene la misma articulación que un duelo, o que el análisis es un trabajo.

Pero volvamos al padre muerto que no lo sabía, que aparece en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico (1911):
Un hombre, que cuidó a su padre durante su larga y cruel enfermedad letal, informa que en los meses que siguieron a su muerte soñó repetidas veces: El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía. Pero él se sentía en extremo adolorido por el hecho de que el padre estuviese muerto, sólo que no sabia. Ningún otro camino nos lleva a la comprensión de este sueño, que parece absurdo, si no es el agregar «según el deseo del soñante» o «a causa de su deseo» a las palabras «que el padre estuviese muerto», y el añadir «que él [el soñante] lo deseaba» a las últimas palabras. El pensamiento onírico reza entonces: Era para él un doliente recuerdo el haber tenido que desearle la muerte a su padre (como liberación) cuando aún vivía, y cuan espantoso habría sido que el padre lo sospechase. Se trata, pues, del conocido caso de los autorreproches que siguen a la muerte de un deudo querido, y aquí ese reproche se remonta hasta el significado infantil del deseo de muerte contra el padre. (p. 248, TXII) 

El padre de Hamlet, que sabe, paraliza la acción de su hijo. Para que un sujeto pueda actuar, es necesario que el superyó en algún momento cierre los ojos. Si "el padre sigue vivo", uno queda impedido de actuar.

Pero sigamos con la obra de Hamlet, en la que monta la Play Scene cuando duda si ese fantasma era su padre... o un genio maligno, o una alucinación.

Algunos autores como Harold Bloom ubicaron en este momento de la obra la procrastinación de la acción, deteniéndose Hamlet por la duda por el padre. De esta manera, él reproduce lo mismo que ha escuchado del fantasma, pero en función de ciertos actores.

En la obra que representa, el sicario está vestido igual que Hamlet, que se llama Luciano. Es un alter ego de Hamlet. Esto le llamó la atención a Lacan, esa dimensión especular de alguien que va a matar al rey. En esa escritura, es el propio padre el que aparece con un deseo de asesinato del padre. 

Volvamos a la historia...

Es decir, Hamlet se vuelve a detener. El tema es que si Hamlet mataba a Claudio en esa ocasión, él podía acceder a un lugar mejor que el padre. Sin embargo, Claudio no estaba rezando, sino pensando qué hacer.

En obra de Hamlet hay 11 muertos y solamente el último es Claudio. Lacan se pregunta por qué este duelo se va dando de esta manera. ¿Pero qué es un duelo? Es un intento del aparato psíquico de mantener un tiempo más al objeto perdido. Freud decía que un duelo es un trabajo en el cual había todo un movimiento de investiduras frente a la pérdida de un objeto. Lo diferencia de la melancolía y la amentia de Meynert. En esta última, en lugar de aparecer el duelo, lo que aparece es el objeto alucinado. A partir de eso, Freud piensa que el objeto perdido tiene que ver con el objeto de deseo.

En Hamlet hay un duelo inconcluso. Toda la tragedia de Hamlet es un duelo en el cual se van dando tiempos lógicos. El primer tiempo es la revelación del Padre que aparece y transforma todo el carácter del saber de Hamlet. El padre sabe de su muerte. Hay un punto en el que el padre debe terminar de morir para ser efectivamente función del padre, pero el padre de Hamlet estaba vivo y sabía. A diferencia del padre muerto, en el cual él no sabe, da lugar a una cláusula sobre el deseo.

Ahora, ese punto donde Hamlet intenta matar a Claudio es vinculado, por Lacan, como una detención a causa de que Claudio es el padrastro, por ser esposo de la reina. Si él lo matara, ¿Quién asumiría el lugar de rey?

Hay una comparación que Lacan hace entre Hamlet y Edipo:

Por un lado, Edipo es un mito y Hamlet es un drama. Edipo puede actuar porque parte de la ignorancia, mientras que Hamlet no puede actuar porque sabe. Edipo es inocente, mientras que Hamlet es culpable de existir, porque está en deuda con el padre al cual él debe vengar. En Edipo vemos que él comete el acto criminal, mientras que Hamlet lo posterga. Finalmente, Edipo actúa en la propia hora, mientras que Hamlet actúa en la hora del Otro. Se va deteniendo en la hora del padre, en la hora del padrastro y en la escena del cementerio.

Lacan dice:

Lo que notamos en Gertrudis es una madre excesivamente genital, que tiene que ver más con un deseo de goce y es lo que articula todo tenor de la norma. Necesita de alguien que rompa con ese deseo incestuoso.


Continuará...