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lunes, 8 de septiembre de 2025

El analista ante las perversiones: ¿Cómo interviene?

 En la perversión, el deseo no se presenta como la búsqueda de un objeto perdido (como en la neurosis), sino como la puesta en acto de un montaje en el que el sujeto mismo se ofrece como objeto del deseo del Otro. Esto define una posición subjetiva estable frente a la castración: no se trata de negarla simplemente, sino de sostenerla en escena.

La diferencia estructural es clave, porque el perverso no está simplemente “desviado” de una norma sexual, sino que ocupa una posición distinta frente al deseo del Otro. Repasemos:

Neurosis

Perversión

El sujeto se confronta con la pregunta sobre qué quiere el Otro de mí, lo cual genera la dialéctica de la falta, la castración y el síntoma.

El sujeto se coloca en la posición de dar consistencia al deseo del Otro, intentando suplir imaginariamente su falta. No se trata de ignorar la castración (inscripta simbólicamente), sino de hacer de ella un montaje: el perverso se ofrece como objeto que satisface o colma al Otro.

En la neurosis, el fantasma ($ ◊ a) es un montaje defensivo frente al deseo enigmático del Otro.

En el fantasma, el perverso hace de sí mismo el objeto que completa el fantasma del Otro. No se protege del goce, sino que se ofrece a sostenerlo.

De esta manera, el deseo perverso se organiza en torno a una escenificación en la que él mismo se coloca como instrumento del goce del Otro (ejemplo clásico: el fetichista que encarna el fetiche para que el Otro no confronte la castración). Ahora bien, la perversión es una posición ética frente al deseo, no solo una práctica sexual. Allí el sujeto se ubica como garante del deseo del Otro, lo sostiene, lo provoca, lo tienta. El perverso “sabe lo que el Otro quiere” y se propone darle satisfacción.

Cuestiones transferenciales

En la neurosis, el paciente transfiere en tanto supone al analista un saber sobre su deseo y su síntoma. Es la clásica Sujeto-supuesto-SaberEn las perversiónes, esa suposición de saber no se arma de la misma manera. El perverso no se interroga por su propio deseo (“¿qué quiero?”) sino que se coloca como objeto para el goce del Otro. Entonces, la transferencia se juega más en el registro de la puesta en escena fantasmática.

Cuando su defensa es exitosa, el perverso tiende a ubicar al analista en el lugar del Otro al que debe mostrarle la verdad de su deseo o incluso enseñarle a gozar. Ahora bien, dato clínico: el goce en la perversión nunca aparece sin mediación simbólica. El "peligro para el tratamiento" está en el analista puede quedar tentado de ser arrastrado como partenaire de la escena perversa (ejemplo: que el analizante espere complicidad, aprobación o incluso que se lo sitúe como destinatario del acting-out).

En estos casos, la transferencia puede volverse resistente porque el sujeto busca confirmar su montaje más que cuestionarlo. La posición analítica consiste en no ocupar el lugar que el perverso quiere asignarle, y a la vez no rechazarlo violentamente, sino bordear la escena hasta que se abra una pregunta.

Existen "puntos de quiebre", donde el perverso sí permite intervención, pero no en los mismos tiempos ni bajo la misma lógica que el neurótico. Los momentos clave suelen ser:

Cuando el montaje se interrumpe: aparece un malestar, un límite al goce, un fracaso en sostener el fantasma.

Cuando se confronta con la angustia: aunque la perversión en general funciona como un dispositivo que protege de la angustia, hay situaciones (rupturas vinculares, rechazo del partenaire, imposibilidad de sostener la escena) en que esta irrumpe.

Cuando se pone en juego la dimensión del Otro: es decir, cuando el sujeto descubre que no todo está garantizado en el goce del Otro y que su posición de “instrumento” tambalea.

La transferencia, entonces, no pasa tanto por “analizar el deseo inconsciente” en los mismos términos que en la neurosis, sino por introducir la falta en el Otro allí donde el perverso la reniega o intenta suturarla. El analista no debe aceptar ser partícipe del escenario, sino operar de modo que el sujeto confronte que el Otro no está completo y que su fantasma no es garantía absoluta.

Perfecto. Te armo un esquema según algunas formas clínicas de la perversión, visto desde Lacan, focalizando en cómo aparece la transferencia y dónde puede intervenir el analista:

1. Fetichismo
  • Montaje: el fetiche funciona como “desmentida” de la castración materna: “sé que falta, pero actúo como si no faltara”.  El objeto a en juego es el fetiche mismo (ej: el zapato), que ocupa el lugar de “velo” que tapa la falta en el Otro. El deseo se sostiene en que el fetiche esté presente: es condición de posibilidad de la escena sexual.

  • Transferencia: el fetichista puede ubicar al analista como garante de su fetiche, alguien que debería reconocerlo y validarlo. “Usted me entiende, no me va a juzgar, sabe que lo necesito”. El riesgo es que el analista quede tomado como validador (“sí, el fetiche te asegura el goce”) o como juez moral (“eso está mal, tenés que dejarlo”).

  • Intervención: no rechazar el fetiche de entrada (sería confirmarle su certeza), sino ubicarlo en relación a la falta, mostrando que no garantiza nada en el Otro.
    → Se interviene cuando el fetiche falla o cuando la angustia irrumpe en torno a su pérdida o rechazo.

2. Sadismo
  • Montaje: El sadismo no es simple “crueldad”, sino un dispositivo para hacer aparecer la castración en el Otro: te muestro que no eres completo, que estás en falta. El sujeto se coloca como instrumento del goce del Otro: no solo busca gozar él, sino provocar un goce en el Otro a través del dolor, situándose como ejecutor. El objeto a en juego es la mirada y el cuerpo del partenaire, reducido a objeto de manipulación.

  • Transferencia: el analista puede ser situado como partenaire que “debería soportar” o incluso como testigo de la puesta en escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).

  • Intervención: no aceptar ese lugar de objeto pasivo del goce del perverso. Bordear la escena apuntando a que no hay Otro que goce totalmente, introduciendo el límite de la ley. 

Caso clínico de sadismo: Un hombre de 32 años consulta tras un episodio en el que su pareja lo dejó porque él insistía en prácticas sexuales con violencia. Relata:
“Yo necesito hacerle daño, verla sufrir… en ese momento siento que controlo todo, que tengo el poder. Después me angustio porque pienso que me voy a quedar solo. Pero si no hay esa escena, no me excito”.
En paciente relata escenas violentas con entusiasmo, como si intentara provocar incomodidad. Puede colocar al analista en posición de espectador obligado, o incluso querer hacerlo partícipe imaginario de la escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).
El analista, le devuelve “Después se angustia… ¿qué es lo que aparece cuando la escena termina?”, señalando que hay un resto no absorbido por el montaje, un agujero que lo empuja a repetir.
Los sádicos mucho hablan del sufrimiento de sus "víctimas", pero poco dicen acerca del lugar que ellos mismos ocupan en toda esa escena. Señalarle esto abre a que el sujeto se interrogue sobre su posición, en lugar de quedar velado por el sufrimiento del Otro.
3. Masoquismo
  • Montaje: el sujeto se ofrece como objeto para que el Otro goce de él. La satisfacción está en sostener la posición aparentemente pasiva de "ser usado", aunque desde ese lugar el masoquista mueve todos los hilos de la escena (por ejemplo, con contratos).

  • Transferencia: puede intentar ubicar al analista como Amo sádico, demandando castigo o humillación. También puede traccionar al analista al lugar del "tercero que mira" en el fantasma, insistiendo en narrar escenas sexuales con detalle, en espera de rechazo o incomodidad del analista.

  • Intervención: no ceder a esa demanda de ocupar el lugar de Amo. Devolver la responsabilidad del goce al sujeto, sin rechazarlo pero sin convalidar la escena. El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que su montaje depende de un Otro que nunca es seguro, ya que puede retirarse, rechazarlo o no responder. También, cuando descubre que su goce masoquista no es garantía de vínculo, sino que lo deja en soledad. El analista apunta a abrir una pregunta: ¿qué sostiene él en esa posición de objeto? ¿qué evita al ofrecerse como soporte del goce ajeno?

4. Exhibicionismo
  • Montaje: mostrar(se) al Otro para excitar su deseo, poniendo en evidencia su falta. El objeto a en juego es la mirada del Otro. A diferencia del voyeurista, el exhibicionista busca colocarse él como objeto para ser visto (hacerse ver). Su satisfacción no proviene tanto de su propio cuerpo, sino de provocar la falta y la sorpresa en el Otro: “te muestro lo que no deberías ver”.

  • Transferencia: el analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de espectador cómplice, supuesto destinatario de la escena.

  • Intervención: no reforzar la mirada voyeurística, sino descompletar el lugar del Otro-espectador. Por ejemplo, señalando la función de ese mostrar en el fantasma, no satisfaciendo la expectativa de complicidad.

Caso clínico exhibicionismo: Caso judicializado. Un hombre de 28 años consulta porque varias veces fue denunciado por mostrar sus genitales en espacios públicos. Relata:
“No puedo evitarlo… cuando me expongo siento que el otro queda sorprendido, atrapado en mi juego. Es como si por fin me vieran de verdad. Después me siento mal, pero en el momento hay algo irresistible”.

En las primeras sesiones, el paciente habla con lujo de detalles sobre sus escenas de exhibición. Tiende a mirar fijamente al analista, como chequeando si reacciona. El riesgo es que el analista quede en el lugar de espectador excitado o escandalizado, reproduciendo el montaje. Al ser ambos varones, puede intensificarse la tensión transferencial: el paciente puede esperar un gesto de fascinación, complicidad, rechazo viril o humillación.

El analista interviene: “Parece que a vos no te interesa tanto mostrarte, sino de cómo reacciona el otro cuando te ve. ¿Es eso lo que buscás en mí también?”. Con esto, se devuelve al paciente que intenta ubicar al analista como Otro-testigo, y se abre la pregunta por lo que él mismo queda fuera de esa escena. El analista también interviene en ese punto de sentirse mal: "¿Qué te hace sentir mal, que no les alcanza con ver lo que vieron?"

En el exhibicionismo, el deseo se arma en torno a hacer aparecer al Otro como espectador. La transferencia pone al analista en riesgo de ser atrapado en esa escena. La intervención analítica apunta a no aceptar ese lugar de voyeur, sino devolver al sujeto que lo que busca mostrar nunca será visto plenamente, introduciendo la falta en el campo de la mirada.

El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que por más que se muestre, el exhibicionista nunca logra capturar del todo la mirada del Otro. El “ser visto”, de esta manera, no colma el deseo, sino que lo empuja a repetir. Allí el analista puede introducir la idea de que no hay Otro que garantice su imagen ni que pueda verlo “de verdad” en totalidad. Por otro lado, se puede abrir a la idea de la posibilidad de ser mirado de otras maneras...

5. Voyeurismo
  • Montaje: espiar al Otro en su intimidad, intentando captar el goce “secreto”.

  • Transferencia: el analista puede ser tomado como alguien a quien hay que arrancarle una verdad escondida. También puede ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido.

  • Intervención: no colocarse como depositario del secreto ni como garante del saber total. No ocupar el lugar de espectador excitado (no responder con fascinación, morbo o complicidad). Tampoco moralizar ni condenar (eso solo reforzaría el circuito del goce). Devolver al sujeto que lo que busca ver nunca se completa.

Caso clínico voyeurismo: Un hombre de 35 años consulta derivado por su pareja, que lo encontró varias veces espiando a vecinas desde la ventana. Él mismo relata que, desde adolescente, siente excitación al observar a mujeres sin ser visto. Dice: “No me interesa tocarlas, ni hablarles… es ese momento de mirar lo prohibido lo que me da satisfacción”.  La escena está organizada alrededor de ver al Otro sin ser visto. El objeto a en juego es la mirada, que funciona como causa de su deseo. Se ubica en la posición de arrancar un secreto al Otro (captar su goce oculto).

En las primeras entrevistas, el paciente relata con detalle sus escenas de voyeurismo, como si quisiera “mostrar” lo que vio. El analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido. Incluso, aparece una demanda implícita: que el analista avale su práctica, o que funcione como aquel Otro que confirme la excitación de la escena.

El analista le señala el papel de la mirada: “Usted dice que no le interesa la mujer misma, sino ese instante de verla… ¿qué hay en ese instante que parece detenerlo todo?”. Esto introduce que no hay totalidad en lo que ve, que su goce depende de un punto ciego, una falta. En otro momento, cuando el paciente intenta ubicar al analista como cómplice, le pregunta: “¿Quiere que yo vea lo que usted vio?”.
Eso descompleta el lugar del Otro, mostrando que el analista no es garante de la escena.

***
En todos los casos, la transferencia se abre cuando el montaje fantasmático fracasa, o cuando aparece un malestar que el escenario no logra absorber. El analista interviene no desde la complicidad con el goce, sino introduciendo la falta en el Otro, bordeando el fantasma sin romperlo violentamente ni confirmarlo.

viernes, 18 de agosto de 2023

Cuando la angustia se coloca en un mal lugar: intervenciones clínicas frente a la desmentida

¿Qué pasa cuando la angustia se presenta en el analista y no en quien viene a consultar? Se trata de los casos donde el analista tiene dificultades para sostener su lugar. Lo fundamental es tener en claro lo que el analista no sabe, lo que habilita a preguntar. El efecto de esto es que el consultante se queda pensando en esas preguntas. Las interpretaciones en un análisis son muy pocas, porque es muy difícil arribar a algo que toque al sujeto. El trabajo analítico tiene mucho más que ver con lo que Freud mencionó en Construcciones en psicoanálisis. De ahí la importancia de las preguntas.

Lorenzo pide una entrevista. Se trata de un señor joven, trajeado, muy amable y sonriente. A la invitación de sentarse por parte de la analista, él responde "No me voy a sentar, soy un fetichista de pies". La analista se sorprende, es raro que un fetichista consulte. Por otro lado, hay rasgos perversos en la neurosis y también en la sociedad, de manera que es más frecuente de lo que muchos piensan.

Finalmente Lorenzo se sienta y dice que siempre le atrajeron los pies de una mujer, desde los 6 años recuerda estar debajo de la mesa y acariciarle el pie a una amiga de la madre que había ido de visita y que se fue sin decir nada y nunca más volvió. La analista tomaba notas, como una manera de colocar distancia. Él trabajaba en una empresa, se define como legalmente soltero, aunque vivió con una mujer. Tiene un hijo de 7 años y se separó. Ahora vive con otra mujer. Con esta nueva pareja, dice, se están repitiendo los mismos problemas.

El paciente se pregunta "¿Vengo a pedir absolución, yo siento culpa? No. Creo que vivo en la marginalidad. Soy un jorobado que busca el país de los jorobados. Tengo una larga trayectoria en colegios católicos. Ahora estudio una carrera en la UCA y estoy viendo cómo no terminar". ¿Cómo no terminar? "No tengo interés en terminar". Se muestra sobrador, canchero. Juega con las palabras todo el tiempo, desplegando esa habilidad en toda la entrevista.

Los padres de Lorenzo fallecieron de aneurisma cerebral. La madree estuvo hemipléjica. "No sé cuándo me pasa algo, me agarra de golpe de forma paroxística, llamo a mi vecino médico y me medica". "No sé si estoy en una pareja que sigue o si estoy en una pareja que se rompe". "El fetichismo mío es desde siempre, me ocurre ayer, hoy y mañana. No es importante, nunca lo tomé así". La analista le pregunta, entonces, qué lo trae a la consulta. "Tengo abulia, apatía, en un montón de cosas. Vivo la vida de un viejo, no tengo intereses, ni amigos, ni salidas" Todo esto contado sin angustia.

Al terminar la entrevista, pregunta cuánto le debe a la analista, saca la chequera y pregunta si puede sacar con cheque. En ese momento se usaba esa forma de pago. Y pregunta: ¿Con talón o sin talón? Su cara de triunfo le avisa a la analista que estaba jugando con ella.

¿Cómo pensar cuando la angustia no se presenta en quien viene a consultar? No se trata de un paciente que quiera cambiar su modo de gozar, pero sí algo lo traía. En otra entrevista dice "Soy hijo único, no debo haber sido deseado" "Mis tías me miraban mucho, yo nací y mis padres se casaron dos años después" "Hice mi propia composición: mi padre no se quería casar, se tomó su tiempo" "¿Me puede dar un vaso de agua?" "Tuve un sueño: mis viejos usaban máscaras. Se sacaban las máscaras y no tenían cara" "Resulté parecido a mi mamá" "Mis padres eran incoherentes, papá tenía terror a que yo fuera homosexual. Yo tenía terror al sexo, hoy lo conservo" "Mamá me decía: Boludo, andá a coger. Papá decía que yo no era avispado con las chicas, un día llegué de madrugada y me cagó a gritos. No tenían coherencia".

A la cuarta entrevista, trae dos libros de regalo: "Sadismo y masoquismo" de Wilhelm Stekel y otro de varios psicoanalistas. La analista acepta el regalo, para posicionarse como quien no sabe y que el saber lo tiene que dar el paciente. Luego trae otro, pero para mostrar: libros lujosos sobre perversiones. La analista interviene: "Si ud. no viene a resolver nada de la perversión, no me muestre los libros". Su respuesta ante esa negativa es una pregunta: "¿Sabe que le estoy tomando cariño?". Esto fue una constante en todo el tratamiento. Cada vez que la analista hacía una intervención importante, Lorenzo decía "Qué lindo pulóver" ó "Qué linda pulsera". 

En el tratamiento, había que situar qué lo traía y hacía Lorenzo volver. La analista pensaba que ella era un objeto con el cual él jugaba. Era su manera de hacer transferencia, la manera de poner en acto la realidad del subconsciente, pero la analista tenía que hacer maniobras para correrse de ese lugar de sorpresa. 

Lorenzo no podía mantener relaciones sexuales porque gozaba exclusivamente con los pies de una mujer. Le tenía terror al sexo. Ninguna relación de pareja le duraba mucho tiempo, según él, porque las mujeres le pedían un hijo. En el análisis, esto se corrige a que lo que las mujeres le pedían era tener una relación sexual que involucrara algo más que el pie de la dama. Todo esto lo dejaba muy solo. Cuenta al pasar que posee armas y que de noche juega a la ruleta rusa, con una botella de whisky. 

La desmentida. Para Freud, hay tres mecanismos básicos de defensa ante la castración de la madre, que es el momento que el niño descubre que no completa a su madre, que no es eso por lo cual fue traído a este mundo. Son defensas ante cosas que para el sujeto son insoportables, irrepresentables y que para el sujeto se trata de un duelo imposible.

Se trata la represión para las neurosis, la forclusión para la psicosis y la desmentida para las perversiones. En la desmentida, está la posibilidad de que en el yo del sujeto algo se afirme y se niegue simultáneamente. Para ello, es necesario producir una escisión en el yo. "Lo sé, pero sin embargo...". De esta manera, alguien puede sostener dos posiciones disímiles o contrarias al mismo tiempo. Este mecanismo está al filo de aceptar la castración, pero sin embargo crean el fetiche, que es fijo e inamovible. El fetiche está justo ahí para taponar ese agujero que se deslumbra. 

En Lorenzo, el padre tarda en aceptar a su esposa, tarda en aceptar ese hijo. Parecería que este padre que teme a la homosexualidad, también lo caga a gritos cuando llega tarde. Es como el sueño que trae, donde los padres tienen máscaras, pero no cara. Él se las arreglaba para no encontrarse nunca con la falta. Toda esta depresión y melancolización que trae tampoco es traída como un síntoma. 

El perverso no ubica en el campo del Otro la causa de su deseo. Se identifica a un objeto y produce en el otro la angustia. Es imposible no angustiarse ante un caso así. 

Culturalmente, ubicamos muchas desmentidas. Por ejemplo, la desmentida ante la muerte, la asunción de la vejez. Las cirugías, las religiones, las terapias de "vidas pasadas", son todas desmentidas que incluso han llegado al campo psi. En nuestra cultura hay un verdadero empuje a la perversión y a la desmentida, donde la angustia no tiene buena imagen, tampoco los límites ni la ley. 

Volviendo a Lorenzo, él consulta porque está deprimido, triste y enojado. Es un juego que él hace, donde la angustia se presenta en el lado equivocado. La que se angustia es la analista, durante todo el tratamiento. El tratamiento duró varios años, hasta que él fue descubierto en su empresa practicando su fetichismo de pies con una empleada y lo despidieron. Se quedó sin empleo, la madre de su hijo y su hijo se fueron del país. Lorenzo se quedó muy mal, sin un peso para pagar. Ahí la analista decide no dejarlo sin tratamiento y hace una apuesta fuerte a que va a encontrar otro trabajo y a ser más cuidadoso, que le pagará en su momento. 

En los momentos donde él estaba mal, la analista pregunta si había alguien con quien armar una red. Descubre unos primos que aceptan venir a una entrevista a la que no quiere estar presente. La analista les propone estar cerca. Él interrumpió el tratamiento sin pagar. Dos años después, en contra de los prejuicios de la analista, él llamó para pagar. Durante tres meses apareció un sobre por debajo de la puerta del consultorio. Al terminar de pagar la deuda, pidió otra entrevista. Con toda la desmentida, había logrado ponerle valor al tratamiento y pagar la deuda. 

Con el tiempo, logró hablar de la paternidad, algo que no había aparecido antes. También tuvo una relación con una mujer que disfrutaba de sus relatos, a la que "no quería perder" y con quien pudo establecer una diferencia con las prostitutas a las que acudía.

La angustia del lado del analista. En estos pacientes, el modo de gozar producen angustia y descolocan al otro. Juegan con el otro. Después está la angustia grave del paciente que atenta todas las noches contra su vida. Ahí fue donde la analista armó la red con los primos. 

A él le encantaba hablar de su perversión, de la ceremonia que implicaba, de los avisos clasificados de las prostitutas que se dedicaban a esto, los contratos que hacía con las prostitutas, el sadomasoquismo puesto en la escena... Ulloa se topó con las peores perversiones cuando trabajó con los derechos humanos durante el proceso. Él habló sobre le encerrona trágica lo importante de la ternura. Él escribe, en las Jornadas de Reflexión con las abuelas de Plaza de Mayo, en 1988:

Frente al duelo por lo no tenido, no es fácil encontrar una solución; más bien se buscan sustitutos alternativos. El término perversión aquí remite a su significado etimológico de giro o desvío. El duelo sin solución, por inexistencia de suministro tierno, provoca un desvío hacia una alternativa de reemplazo de lo inexistente. Esta nueva situación que llamo perversa tiene algunas características más o menos típicas. El objeto sustituto no puede ser reconocido como original porque no sólo no lo es, sino que se refiere a algo que, habiendo sido necesario, estuvo ausente. Además, en cuanto vínculo sustitutivo, lo nuevo tampoco es reconocido en sus propias características singulares. Por estas dos razones se trata de una relación espuria. La función de esta relación perversa, por desviada, es encubrir o mantener apartado al sujeto de ese doloroso y difícil duelo. Resulta así un vínculo recreado en permanencia, precisamente para mantener esta distancia, de ahí su transformación en vínculo adicto, al mismo tiempo frágil y tenaz, puesto que configura una modalidad de relación donde fácilmente se abandona al objeto por otro, pero no se cambia de estilo relacional a la manera de un alcohólico que cambia de vida pero no deja de beber.

La desmentida en la neurosis

Existen neuróticos con rasgos de perversión. Laura consulta a una analista. Ella es joven, producida, con mucha desenvoltura. Dice que Alex, el novio, le recomendó ir. Ella dice "Ahora dice que no me ama más y quiere terminar la relación, pero yo pienso que no es cierto. Él me ama y yo no estoy dispuesta a dejarlo. Lo confunde su trabajo". "Alex trabajaba como acompañante de mujeres con mucho dinero. Le va muy bien, lo llaman del extranjero, viaja mucho". La analista se sorprende, porque además de la desmentida, aparece esta salida laboral del novio.

"Las norteamericanas se enloquecen con él, se lo recomiendan una a otra. Lo llevan de viaje, le sacan el gusto, le pagan muy bien... Pero yo sé que él me ama". La analista le pregunta qué siente ella por él. Tras un largo silencio, ella dice "Yo quiero que sigamos juntos". No podía tolerar no ser alojada.

Este caso resultó ser una neurótica, pero es interesante la desmentida sostenida con tanta convicción. Se trata de una desmentida para esquivar el duelo. El término duelo tiene dos raíces latinas. Dolos, que es dolor y duelum, que es desastre. Por lo tanto, podríamos decir que el dolor psìquico, la pena y aflicción también implica desafío.  para Freud, la desmentida en la neurosis es una forma de desasirse de la realidad y poder desautorizarla aún reconociéndola. "El dice que no me ama, pero se equivoca". En la conciencia de ella está lo que el novio le dijo y lo que ella está convencida de su equivocación.

Clave clínica: El punto de desmentida del neurótico produce la impotencia de cualquier analista. Se trata de creencias férreas, cerradas, donde las propuestas están imposibilitadas. Una propuesta posible es trabajar con la novela familiar y ver qué otras desmentidas hubo en la historia. La historia del paciente nos pone en la pista de la repetición, la insistencia. Es una manera posible para entrar, por ejemplo, comparando escenas. Nunca se debe entrar directo contra la desmentida, sino más bien desde la historia, situando que algo ya estaba en otra escena y con otros personajes.

La misma escisión del yo produce un movimiento de rechazo para poder aceptar lo que implicaría el duelo de que este hombre que la amaba deje de hacerlo. Se trata de un duelo narcisista, pero que para ella es imposible. Cuando Freud habla de la amencia de Meynert, habla de una imposibilidad de duelar. Pone de ejemplo la mujer que perdió un hijo y mese un leño como si fuera su hijo. También el de la novia que espera al novio y baila en el jardín cuando el novio no apareció, como si ella estuviera con él. Son duelos imposibles, del que hablaba Ulloa y la necesidad urgente de sustituir eso que falta y no se puede duelar.

La desmentida viene a instalarse como un rechazo del duelo como lo que se perdió o lo que nunca hubo, que Ulloa lo marca como terrible. Cuando uno pierde a un ser querido, más allá del dolor, uno puede alegrarse de haberlo tenido. La pérdida es dolorosa, pero también fue un privilegio tener a alguien para quien uno tuvo un lugar importante.

En la desmentida, se trata de una forma también de experimentar la castración materna. Es la pérdida de un lugar que se creyó ideal y que al perderse, lo que se pierde es la construcción imaginaria de unidad con la madre. Cuando la célula narcisista se muestra inexistente, porque la madre desea otras cosas además de ese bebé, aparece la madre en falta y esto produce la pérdida de una ilusión. A partir de allí la construcción imaginaria del fantasma será alrededor de qué quiere el Otro al traerme al mundo. A partir de ahí se establece un objeto de deseo y de goce. La desmentida hace a la producción de una creencia, pero también de una fragilidad.

Clave clínica: en estos casos, conviene empezar a trabajar la desmentida, antes que con la angustia. En el caso de Lorenzo, hubo que construir el motivo de consulta. Cernir el motivo de consulta, más allá de la desesperación que traiga el paciente, establece una línea de trabajo posible. Hay límites que hay que poner, para construir orillas. En las adicciones o en las perversiones hay que poder decir "Esto no entra acá", para no constituirse como una especie de espía de esas escenas.

Fuente: Notas de la conferencia "¿Y si la angustia no se presenta a la cita? Maniobras posibles", dictada por Elida Fernández, el 15/8/23 en la Institución Fernando Ulloa.

sábado, 14 de mayo de 2022

La desmentida: ¿Es ante la diferencia sexual.... o la diferencia generacional?

Cuando hablamos del fetichismo, sabemos que lo que está en juego es el atribuir un falo a su madre, que hace que el fetichista se defiende de sus miedos de castración. El niñom como lo señaló Freud en "El sepultamiento del complejo de Edipo" ( 1924). tiene únicamente "representaciones" muy imprecisas de lo que constituye el comercio amoroso satisfactorio, pero sabe que en este el pene desempeña un papel. Aún así queda un asunto: ¿Dónde ubicar la castración de la madre?

Dice J anine Chasseguet-Smirgel, en "El ideal del yo. Ensayo psicoanalítico sobre la «enfermedad de idealidad»" p. 36: 

Joyce McDougall. cuyos notables trabajos han hecho progresar mucho nuestros conocimientos de la estructura perversa, pone el acento sobre el papel de la integración de la diferencia de los sexos en nuestra aprehensión de la realidad en general, y sobre la desmentida de que ella es objeto en el perverso. Esta tesis no es nueva. pero lo que la autora destaca -y que coincide plenamente con mis propias conclusiones- es que la visión de los órganos genitales femeninos desprovistos de pene no es sólo terrorífica porque- confirme la eventualidad de la castración, sino también porque la falta de pene en la madre obliga al niño a reconocer el papel del pene del padre y a no negar más la escena primitiva (McDougall. 1971).

Pienso, en efecto, que la roca de la realidad no consiste sólo en la diferencia de los sexos sino en lo que le es absolutamente correlativo, como la otra cara de una misma medalla: la diferencia de las generaciones. La realidad no consiste sólo en que la madre es castrada: la realidad consiste en que la madre tiene una vagina que el pene del varoncito no podría colmar. La realidad consiste en que el padre tiene un pene y prerrogativas que no son sino virtuales en el pequeño. La negación de la ausencia de pene en la madre recubre la negación de la presencia de su vagina. La visión de los órganos genitales femeninos es tan "traumalizante" porque enfrenta al varoncito con su insuficiencia lo obliga a reconocer su fracaso edipico; un fracaso al que Catherine Parat se ha referido luminosamente en su trabajo sobre .. L'organisation oedipienne du stade génltal .. (Parat, 1966).

martes, 18 de mayo de 2021

La escisión del yo: la perversión y la neurosis frente a la castración

En su último texto, Freud habla de los tiempos de la constitución subjetiva según el modo en que el sujeto se enfrenta al trauma psíquico en la neurosis y en la perversión.

Hoy les propongo un recorrido por el último trabajo de Freud, “La escisión del yo en el proceso defensivo”, escrito en la Navidad de 1937.

Lacan dice que luego de escribir este breve ensayo, la pluma de Freud “cayó”, lo que nos sugiere que se trata de un texto importante y concluyente para la clínica.

Este trabajo, junto con “El fetichismo” y “La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis” (que ya hemos trabajado), forma parte de los textos en que Freud plantea las soluciones que hacen al complejo de castración para las tres estructuras clínicas: cuál es la respuesta del sujeto al enfrentarse con el trauma psíquico.

La escisión del yo” habla de los tiempos de la constitución subjetiva en el modo en que se enfrenta el trauma psíquico en la neurosis y la perversión.

El yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional, una excitación que busca ser satisfecha, mediante la masturbación. Cuando recibe la prohibición de continuar con esa satisfacción, de pronto se siente aterrorizado: existe una amenaza sobre la integridad de su pene, y eso es algo difícil de soportar.

Se establece, por lo tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión que busca satisfacción y la renuncia exigida.

El sujeto debe decidirse: o reconoce el peligro real, se inclina ante él y renuncia a la satisfacción, o desmiente la realidad objetiva e ignora la amenaza.

Entonces o bien reconoce el peligro y asume la angustia ante él como un síntoma por el cual sufre y luego busca defenderse de él; o bien rechaza la realidad objetiva que coloca la prohibición y no se deja prohibir.

Cualquiera de las opciones es una solución de la dificultad a expensas de una desgarradura del yo que nunca se va a reparar.

La experiencia clínica lleva a Freud a recolocar un punto que merece nuestra atención. Nos dice que la amenaza de castración, casi siempre atribuida al padre, como prohibición a la satisfacción no impresiona mucho por sí sola; el niño no cree que sea posible. Si ha visto los genitales femeninos, pudo convencerse de la posibilidad de la amenaza, lo cual fue apaciguado mediante las teorías infantiles: lo que les falta a las niñas luego les va a crecer, y aquí no ha pasado nada.

La amenaza, ahora, despierta el recuerdo de la percepción que se tuvo por inofensiva y encuentra en él la corroboración.

Entonces el niño comprende por qué la niña no tenía pene (le falta porque se lo cortaron) y entonces son sus propios genitales los que corren peligro.

En adelante, no podrá sino creer en el peligro de la castración.

La consecuencia normal del temor a la castración es que el niño ceda a la amenaza con una obediencia total o parcial, no llevándose más la mano a los genitales. Renuncia así, en todo o en parte, a satisfacer la pulsión.

Sin embargo hay otro camino para algunos sujetos: crearse un fetiche, un sustituto del pene que no se soporta que esté de menos en la mujer.

Con el sujeto habrá desmentido la realidad objetiva, y al mismo tiempo habrá salvado su propio pene.

El varón, nos dice Freud, “no ha alucinado un pene allí donde no se veía ninguno, sino que sólo ha emprendido un desplazamiento de valor, ha transferido el significado del pene a otra parte del cuerpo […]. Ese desplazamiento solo afectó el cuerpo de la mujer [madre]; respecto de su propio pene nada se modificó”.

Este tratamiento “mañoso” de la realidad objetiva decide sobre el comportamiento práctico del varón: sigue con la masturbación, “como si eso no trajera peligro a su pene, pero al mismo tiempo desarrolla, en plena contradicción con su aparente valentía o despreocupación, un síntoma que prueba que ha reconocido […] aquel peligro”. Se produce un síntoma de poca monta, que no arma conflicto pero marca un vaivén entre la desmentida y el reconocimiento.

No podemos dejar de mencionar el aporte de Lacan con relación al concepto de castración –que se trata en realidad de la castración materna– de que el trauma es la castración del Otro y cómo cada sujeto se enfrenta a eso.

En “La escisión del yo…” Freud nos trae la solución frente a la castración con el mecanismo de desmentida para la estructura perversa y este punto clínico entre desmentida y reconocimiento que escuchamos en esta subjetividad. Marca la relación del sujeto con la falta, clave para el analista en la dirección de la cura.

El ensayo completo de Freud puede leerse en La escisión del yo en el proceso defensivo.

jueves, 6 de mayo de 2021

Las adicciones, ¿patologías de lo transicional?

Con los aportes de Winnicott, podemos pensar cómo se conforman, en resumen, algunas psicopatologías en lo transicional, self y adicción. Sonia Abadi, en su libro El modelo terapéutico de D.W Winnicott (1996) Ed. Lumen:

"En las adicciones observamos el uso fetichizado de un objeto externo que brinda seguridad, protección y completud. El falso self es una parte entronizada del self, idealizada y utilizada a la manera de un fetiche. Más adelante esta función podrá estar desplazada sobre alguna cualidad personal hipervalorada.

En la patología del objeto transicional el garante del ser se halla en el afuera y a lo largo de la vida será transferido sobre alguna posesión material o estará en el origen de las conductas adictivas.

En un caso hay dependencia de un objeto externo y en otro la dependencia es de un aspecto interno. ¿Por qué un individuo hace una adicción y otro construye una estructura narcisista sobrevalorando un aspecto de su propia persona? ¿Corresponden a distintos momentos del psiquismo o a distintos tipos de fallo?

Creemos que en el caso del objeto transicional patológico, la madre evita la relación personal con el niño: las cosas concretas serán las encargadas de brindarle calma y acompañamiento.

En el otro modo de relación, la madre le transmite al hijo su certeza de que será capaz y maduro para auto sostenerse y prescindir de ella. También se apoya excesivamente en su capacidad de comprender y tolerar las ausencias. Le atribuye cualidades adaptativas que el niño tiene que asumir aunque se sienta frustrado o atemorizado (...)

Las integraciones patológicas, el autosostenimiento, el uso adictivo de objetos, son algunos ejemplos de esta consolidación cicatrizal cuyo objetivo es la restauración de la identidad perdida (p.153-154)".

martes, 9 de marzo de 2021

El fetiche

El fetichismo constituye una oportunidad excepcional para examinar una serie de problemas centrales de la teoría psicoanalítica que trasciende la importancia de esta perversión.

En “Tres ensayos para una teoría sexual” Freud diferencia entre condición fetichista y fetichismo. La condición fetichista es el requisito que debe cumplir el objeto sexual a fin de que tenga ese carácter para el sujeto, para que pueda devenir en un objeto de su deseo. Esto nos señala ya que el objeto sexual no es de por sí, por su simple naturaleza, sino en la medida en que posea determinados atributos que sean significativos para ese individuo en particular. Se trata entonces de examinar cuáles son las circunstancias, pero sobre todo los mecanismos que conducen a que un rasgo se convierta en condición de amor.

Tenemos entonces que en la ”condición fetichista”, se conserva lo que se le llama el fin sexual normal: el acoplamiento de los genitales en el acto conocido como copulación. El punto de contacto del fetichismo con lo normal está provisto por la esencial sobre valoración psicológica del objeto sexual que inevitablemente se extiende a todo lo que está asociado con él. Con lo de inevitablemente se está indicando que no se trata de algo ocasional, sino que es una forma esencial del funcionamiento psíquico: el fenómeno del desplazamiento, del valor o del interés que se produce con todo lo que asociativamente esté ligado con aquello que significativo para el sujeto, desplazamiento que no se produce solamente con el objeto de deseo sino también con lo displacentero, como el caso de las fobias lo ilustra suficientemente.

Pero el punto a destacar en el caso de la “condición fetichista” o del amor normal es que el desplazamiento no tiene carácter defensivo: no por ser estimulante el rasgo que ha devenido en “condición” el sujeto deja de estar estimulado por el genital. El fin sexual normal se conserva, la copulación no es evitada. Se podría decir que se “extiende”, o sea, abarca nuevas áreas. Este desplazamiento no sólo es un fenómeno al servicio de la defensa sino algo que caracteriza al funcionamiento psíquico, cantó al proceso primario; en el que hay desplazamiento de cargas, como el proceso secundario en que el desplazamiento es de pequeñas cargas, pero desplazamiento al fin.

A diferencia de este tipo de desplazamiento, en el caso del fetichismo se produce un fenómeno muy singular: el fetiche se separa de una persona en particular y deviene el sólo objeto sexual. El fetiche está entonces en una relación inversa con respecto al genital: si uno es estimulado entonces no el otro. El fetiche es excitante, sobrevalorado, en reemplazo del genital.

Que el genital pasé a ser indiferente para la conciencia del sujeto, o que le inspira horror no es lo esencial, sino que se ha sustituido. La noción del sustituto que aparece así el juego en el caso del fetiche lejos de ser privativa de esta anomalía, es capital en toda la psicopatología freudiana: el síntoma histérico es sustituto de otra cosa que permanece por fuera de la conciencia, igual con la fobia, con la obsesión , con el recuerdo encubridor, con el contenido manifiesto del sueño en vez del contenido latente. En todos estos casos el sustituto permite que algo no se ha sabido por el sujeto: función defensiva de desconocimiento.

Volviendo al fetichismo tras la digresión que intentaba señalar que su conceptualización es en la obra freudiana el resultado de la aplicación del modelo psicopatologico básico. El fetiche cumple la finalidad de evitar el desarrollo de angustia. En una nota agregada por Freud el 1915 dice: el psicoanálisis ha demostrado que el fenómeno puede ser también accidentalmente determinado por la currencia de una temprana disuasión de la actividad sexual debido al temor, que puede apartar al sujeto delfín sexual normal y alentarlo a buscar un sustituto para el mismo.

Pero la evitación del desarrollo de angustia mediante el uso del fetiche no es totalmente equiparable a la evitación fóbica, como por ejemplo el adolescente que se masturba por temor a iniciar el contacto con el objeto sexual, pero que lo hace con la conservación de la imagen y del deseo de ese objeto sexual. La foto del desnudo que puede actuar como estímulo en la masturbación, aún cuando se disponga a total voluntad, como también sucede con el fetiche. Se diferencia sin embargo claramente de éste: el fetichista ha hecho una modificación en el objeto de su deseo, gracias a que algo está sobrevalorado, el genital deja de estarlo.

En un artículo de Freud de 1927 sobre el fetichismo, menciona qué el fetiche es el sustituto del pene de la madre. En este artículo propone que el propósito del fetiche es permitir la renegación de la castración, es la prueba del triunfo sobre ella. El fetiche, sustituto del pene materno permite seguir creyendo que aquel existe y por lo tanto que la castración no es una eventualidad que pueda ocurrirle al sujeto.

Por ejemplo, el chico espiando desde abajo el genital femenino en el momento en que la mujer se desnuda elige como fetiche al pie, la ropa interior, el vello púbico, porque ahí se “cristaliza” el último momento en que la mujer podía ser considerada como falica. Se ha producido entonces un desplazamiento del falo prejuzgado como existente hacia algo que está contigo témporo-espacialmente. Por el desplazamiento no es en sí lo que crea el fetiche, sólo relaciona el falo con lo consigo. Se requerirá por lo menos una operación adicional para que lo contigo devenga en fetiche: el mecanismo de la renegación.

miércoles, 6 de enero de 2021

La posición perversa

El campo de la perversión ha presentado siempre dificultades a los analistas. En general se ha partido de la idea errónea y harto difundida de que “los perversos no consultan”. Esta afirmación es refutada ya por Freud, quien en su texto sobre el fetichismo refiere que en todo caso, no suelen consultar por el fetiche, en tanto este cumpliría una función estabilizadora respecto del horror frente a la castración, pero eso no deslinda que no haya una clínica posible de la perversión. En este sentido muchas veces los analistas se desorientan frente a algunos sujetos, porque no pueden localizar las coordenadas precisas que permitirían hablar de una posición perversa.

Salvando las distancias, en nuestra clínica nos hemos encontrado con niños que no presentaban una relación al Otro propia de la neurosis; donde lo que primaba era precisamente el producir la división del partenaire por la vía del ultraje al pudor. A partir de esos casos pudimos delimitar lo que dimos en llamar posiciones perversas en la infancia.1 Esto abrió un campo de trabajo, no para leer estructuras perversas donde no las hay, sino para delimitar ciertas formas de lazo al Otro que difieren claramente de la neurosis y de la psicosis.

Por otro lado, consideramos que la traducción literal del francés Autre jouissance, es un tanto desafortunada, y proponemos nominar a ese goce que es preciso distinguir del goce del Otro y del goce fálico, como goce de lo hetero. Lo escribiremos en itálicas con el fin de darle un estatuto diferente, en la medida que no quede reducido a un elemento compositivo del lenguaje, dependiente de alguna otra referencia (Ej. Heterodoxo, heterosexual, etc.) sino que nos interesa resaltar ese rasgo diferencial que introduce. Lo hetero estará en relación al vocablo griego ετερος. Alude al otro pero cuando hay dos, a diferencia de αλλος que simplemente alude a otro, diferente, distinto.2 Ese goce de lo hetero estará en relación al falo pero no quedará subsumido a él. Ponemos el acento entonces, en la radicalidad otra, con la que se presenta este goce. Ubicamos bajo el nombre de goce de lo hetero tres modalidades: el goce femenino, el místico y el goce que puede extraerse de la creación.3 En esta ocasión la pregunta se recortará alrededor de la diferencia entre goce del Otro y goce femenino.
¿Por qué nos decidimos a interrogar la posición perversa? Podemos afirmar que la posición perversa orienta a la hora de efectuar la distinción antes mencionada. Nos preguntamos ¿Cuál es la relación del perverso al goce del Otro y al goce femenino? Nuestra hipótesis puede formularse así: el perverso se vale de la suposición de goce en el Otro para recusar el goce femenino, que es indicio del no-todo.

La posición perversa: algunas coordenadas que orientan.
En la clase del 16 de Junio de 1965 Lacan señala el interés que le había suscitado ese año trabajar las “posiciones subjetivas del ser”,4 y aclara que “hay un cierto número de posiciones subjetivas verdaderamente concretas, a las cuales debemos atender”. Delimita la noción de posición, a nuestro criterio mucho más rica que la de estructura, a partir de tres coordenadas precisas: la posición del ser del sujeto; la del ser del saber y la del ser sexuado. El serhablante estará afectado entonces por el significante pero también tendrá un cuerpo de modo tal que, el efecto sujeto, la relación al saber y el modo en que asume o se tramita la sexuación, configuraran la posición subjetiva. Agrega por último un cuarto elemento: el objeto a, del cual se ocupará según lo afirma en el próximo seminario.5
Tomaremos estas coordenadas con el fin de situar las particularidades de la posición perversa y su relación tanto con el goce del Otro y el goce femenino.

1. El sujeto perverso: escamotear la división subjetiva.

En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”6 y en el seminario 10, el goce del Otro se presentará en torno a la relación particular que neuróticos y perversos establecen con el Otro. En el primero de los textos citados Lacan refiere el modo en que el goce del Otro se presenta en la neurosis. Lee dicho goce en relación a la castración y al fantasma. El goce del Otro se presentará como el goce que el neurótico le supone al Otro, bajo la figura de un Otro que quiere su castración. Lacan señala que dicho goce no existe, porque el Otro no existe y que esto se produce porque el neurótico identifica el lugar de la falta en el Otro con la demanda, de allí que el lugar del fantasma sea relevado por la fórmula de la pulsión.7 El neurótico ubicará el objeto en el campo del Otro, de allí la estructuración de la demanda, y la satisfacción pulsional se producirá a partir de bordear dicho objeto.

Ahora bien, mientras el neurótico rechaza quedar ubicado como objeto de goce del Otro, aportando su propia división subjetiva; el perverso se ofrece lealmente- dice Lacan- a ser ese objeto al servicio del goce; en un intento siempre fallido de restituirle el goce al Otro. Traspone la causa de deseo en imperativo de goce haciéndose soporte de una ley cuyo costo es la renuncia a su condición de sujeto para ofrecerse como objeto que tapona la castración en el Otro.
La repetición fija de una escena como condición de goce intenta apresar un goce que en definitiva siempre se escabulle, dejando velado para el perverso el lugar que él mismo ocupa para el Otro. Ambos dan cuenta así de un uso diferencial del fantasma y por ende un tratamiento diferente del goce del Otro. Dicho goce es para Lacan, fantasmático”.8

En la neurosis, entonces, el fantasma está situado todo él en el lugar del Otro9 -de allí que la división se produce cuando falta la falta-, pero en la perversión “el a se encuentra allí donde le sujeto no puede verlo, y el sujeto tachado está en su lugar.10 ¿Qué ocurre entonces con el circuito pulsional cuando el objeto no será buscado en el campo del Otro, sino que necesita reintroducirlo allí? El armado mismo del circuito pulsional se cortocircuita, requiriendo la emergencia de un “nuevo sujeto” para que la pulsión realice su recorrido.11 Pero paradójicamente ese nuevo sujeto no queda del lado del perverso sino del lado del partenaire. ¿Eso significa que no habría división subjetiva en la perversión? En modo alguno afirmaríamos algo así. Pero si conviene aclarar que no hay división subjetiva en el montaje de la escena perversa y de su realización: allí la división se presenta en el partenaire. Eso no significa que los perversos nunca se angustien o incluso que no se confronten con la sorpresa; sino que las coordenadas son otras. Habrá que rastrear allí aquellos momentos donde se encuentra imposibilitado de montar la escena: ya sea por ausencia de partenaire al cual dirigirse (sabemos que en última instancia se dirige al Otro, pero necesita del otro) o cuando algo del objeto que viene a operar como tapón no está presente para obturar el encuentro con la castración (aquí el modelo puede ser el fetichismo)

2. El saber y la verdad en la perversión.

En el Seminario 10, a propósito de Sade, Lacan demuestra como el perverso trabaja denodadamente para el Otro. Así, mientras el neurótico cree que el perverso es quien goza más allá de los límites que a él se le imponen, Lacan enfatiza el nivel de sometimiento del perverso al Otro: “Hace un gran esfuerzo y se agota hasta errar su objetivo, para realizar lo que, gracias a Dios, nunca mejor dicho, Sade nos evita tener que reconstruir, ya que lo articula como tal, o sea- realizar el goce de Dios”.(12)

El perverso se presenta como el portador de una cifra sobre el goce, que se especifica como un saber respecto a cómo gozar. Él cree hacerse un goce a su medida, pero Lacan será tajante al afirmar que sin la referencia al goce del Otro “es imposible abordar el problema de la perversión”.(13) Es en el intento de restituirle el goce perdido al Otro, que el perverso se vuelve instrumento del goce del Otro. El perverso suple, haciéndose él mismo objeto, la falla en el Otro.14 Se constituye en tapón y paga con su propio ser, a condición de mantener al Otro sin tachadura. El Otro como Otro cuerpo se transforma en el escenario donde el perverso intenta suplir el desgarro que el significante introdujo entre cuerpo y goce.

Entonces ¿Quién goza? Sin dudas no es el perverso. Por el contrario toda su labor está sostenida en que el goce reaparezca en el campo del Otro. Así, en el Seminario 16 dirá: “(…) el goce del que se trata es el del Otro. Naturalmente, hay un hiato. Ustedes no son cruzados. No se dedican a que el Otro, es decir no sé qué de ciego y tal vez de muerto— goce. Pero al exhibicionista eso le interesa. Es así, es un defensor de la fe”.15 Ese elemento central es precisamente el que queda opacado para el perverso, en la medida en que al relevar al objeto de su lugar, no le queda como serhablante acceso alguno a la verdad. La relación al partenaire se reduce a una técnica del cuerpo, que no habilita la pregunta por su lugar en la estructura.

Lacan sugiere que el perverso desconoce “al servicio de qué goce se ejerce su actividad”,16 y que mientras al sádico se le escapa su función de instrumento respecto al goce del Otro, su reducción misma al látigo que fustiga; al masoquista se le escapa que lo que busca es la angustia del Otro.17
Presentará al perverso finalmente, como un cruzado: como aquel que cree en el Otro. Y de este modo tal como en la religión, el perverso le deja la verdad de la causa al Otro,18 a condición de soportar la coagulación de un saber sobre el modo de gozar, que fija las coordenadas de la escena perversa, limitando y reduciendo el campo de goce.


3. La función del objeto. Dos modos de presentación paradigmáticas: la voz y la mirada.

Siguiendo con el Seminario 16, nos interesa resaltar la articulación que Lacan plantea entre objeto a y goce. Allí afirma que: “….el objeto a está en posición de funcionar como lugar de captura de goce”.19 Es ese objeto capturador de goce, el que el perverso intentará restituir en el campo del Otro, en pos de hacer existir el goce del Otro. Lacan afirma que el perverso intenta tapar el agujero del Otro: sabe de la castración y por ello se ve compelido a taponarla de alguna manera. En este sentido el goce tiene también su límite en el horizonte, contradiciendo el fantasma neurótico que le supone al perverso un goce absoluto. En todo caso la estrategia, como dijimos antes, es diferente.

En relación al objeto a y al Otro se hace inminente la importancia que la escena tiene para el perverso. Éste necesita siempre del partenaire, pero además esa escena está dirigida al Otro. En este sentido no habría estrictamente hablando “acto” perverso, si entendemos a este último por fuera del Otro o en todo caso, prescindiendo del Otro. El perverso necesita de la suposición de la existencia del Otro, recuperándolo bajo la forma de alguno de los objetos: la voz en el masoquista, la mirada en el exhibicionista. Es en el mismo instante en que el imperativo se presentifica asignando el lugar de resto al sujeto; o cuando la mirada surge en el encuentro con lo que se da a ver, que la escena perversa queda establecida.

Lacan dirá entonces que el exhibicionista vela por el goce del Otro, y que intenta lograrlo haciendo surgir la mirada en el campo del Otro. Señala que si esto es posible es porque el goce ha desertado del campo del Otro.
El voyeur, a diferencia del exhibicionista, interroga en el Otro lo que no puede verse. Aquí establece una lógica más solidaria al falo, y el objeto cobra la forma de lo que falta. El voyeur se hace mirada, para no ver, o para ver nada, en la medida en que la condición para que la escena se sostenga implica el espiar a través de una ranura, con el riesgo de ser descubierto, intentando capturar ese goce que siempre se escapa.

En cuando al sadismo y al masoquismo Lacan va a correr el eje del tema del dolor, tanto si es infligido o si es sentido, para replantear las cosas a partir de la incidencia de la voz. Mientras el masoquista intenta ser relevado del lugar de sujeto de discurso, apunta a través del contrato a que la voz como imperativo recaiga sobre él, reduciéndolo a la función de objeto resto; el sádico intenta imponer su voz al partenaire, quitándole a este la palabra. Por eso no hay goce posible entre un sádico y un masoquista: ambos necesitan un partenaire que se sienta interpelado por la posición que es llamado a ocupar, solo hay lugar para que uno ocupe el lugar de objeto, de allí que al perverso le interesa que el otro conserve su posición de sujeto. Así, Lacan dirá que la voz puede estar instaurada en el Otro de un modo perverso o neurótico, teniendo por cierto consecuencias diversas.

4. La perversión como recusación del goce femenino.

Con el fin de desarrollar este apartado tomaremos como referencia el Seminario 20 y en particular la clase VII20 donde Lacan, al momento de dar cuenta de la posición sexuada, se ve llevado a tener que hacer referencia a la perversión. Es un seminario de viraje, fundamentalmente porque el Otro no es ya el Otro simbólico, sino que si hay de lo Uno, el Otro, dice Lacan- “ha de tener forzosamente alguna relación con lo que aparece del otro sexo”.21 Otro sexo respecto a lo que se inscribe: el falo como significante. Ese goce fálico se recorta precisamente como fuera de cuerpo y la pregunta que le insiste a Lacan es qué se hace no ya con el goce fálico, sino con el goce del cuerpo. Ubica las ya consabidas fórmulas de la sexuación delimitando dos campos: el lado hombre y el lado mujer, aclarando que ubicarse en uno o en otro es algo “electivo”.22 Un hombre puede estar en posición femenina, una mujer enarbolar las insignias fálicas.

Ahora bien, del lado hombre para poder acceder a una mujer, para que el goce no se reduzca al goce masturbatorio- goce del idiota- el hombre tendrá que dirigirse al otro campo, donde se aloja la función de la causa. Tendrá que ir más allá del falo para salir de “la perversión polimorfa del macho”.23 Del lado mujer, se instituye una relación diferente con lo real, en la medida en que la mujer se encuentra claramente dividida en su goce: se dirige al falo, pero también al S(%) inaugurando un goce en el cuerpo, que no es sin la castración pero que es suplementario al falo. Es un goce fuera de discurso: no hay significante que lo nombre, no queda capturado por el falo, sino que está en relación a esa hiancia que se abre entre dos formas de la falta. Es en esa abertura de los vectores que Lacan aloja el objeto a. Es por estar desdoblada entre el falo y el significante de la falta en el Otro, que la mujer es no-toda.24

¿Podemos a partir de aquí establecer alguna especificidad de la posición perversa? Consideramos que una primera aproximación al tema nos permite cernir un modo preciso de respuesta: el perverso al relevar al objeto del lugar de la causa, intenta colapsar esa hiancia que se abriría entre el falo y el S(%). Si el encuentro con el otro sexo (entiéndase- otro respecto de la función fálica) es análogo al encuentro con lo real de la castración, ya sea por la vía de corroborar que no hay complementariedad entre los sexos, o porque abre a la contingencia del encuentro con un goce totalmente hetero; la maniobra perversa consiste en recusar el goce femenino.
La fijeza del objeto fetiche pero también del contrato masoquista nos orienta en esta vía. Nada debe escapar a la escenificación misma, y por ende a sus propias reglas. Lejos de ser un goce sin límites, es un goce encorsetado por el fantasma, que le permite suponer un goce en el Otro, que él mismo puede suturar haciéndose instrumento de goce.

Hablamos de recusación y no de rechazo. Se trata de un término extraído del campo jurídico y para el derecho recusar no es sinónimo de invalidar una función, sino que se la declara no competente en una causa.25 Para la RAE, en su segunda acepción implica: “Poner tacha legítima al juez, al oficial, al perito que con carácter público interviene en un procedimiento o juicio, para que no actúe en él”.26 Es decir que es un modo de dejar fuera de juego algo que se sabe, forma parte de éste. Volviendo al Seminario 20, Lacan afirma: “Si con ese S(%) no designo otra cosa que el goce de la mujer, es porque señalo allí que Dios no ha efectuado aún su mutis”.27 Lacan aclara que no hay que confundir ese significante de la falta en el Otro, con el objeto a. ¿No es precisamente esa la maniobra perversa: superponer en el lugar estructural de la falta, el objeto a, a condición de relevarlo él mismo? Restituir el goce perdido al Otro sería el efecto de una recusación previa que les permite sostener una “subversión de la conducta que se apoya en un savior-faire, una habilidad ligada a un saber, el saber de la naturaleza de las cosas, un acoplamiento de la conducta sexual con lo que es su verdad, o sea, su amoralidad”.28

El perverso no desconoce qué ð Mujer no existe, sabe de la tachadura que pesa sobre ella y que la hace no-toda, pero al dejar el objeto de su lado, cortocircuita el pasaje al otro campo. Queda como pregunta la articulación de esta posición con la función paterna. Si recordamos la propuesta lacaniana que sostiene que “Un padre no tiene derecho al respeto, si no al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el dicho respeto está —no van a creerle a sus orejas— père-versement orientado, es decir hace de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo”.29 No podemos dejar de preguntarnos si tal operación no se ha jugado así en la perversión donde, no se trataría de un padre no castrado, sino de un padre no deseante respecto de una mujer, un padre que no cruzó el umbral para encontrar algo de la causa.

1 Iuale, L; Lutereau, L; Thompson, S. (2012) Posiciones perversas en la infancia. Buenos Aires: Letra Viva. 2012.
2 Diccionario Manual Griego clásico- Español. Barcelona: Vox. Romanya Valls, 2008.
3 No los estamos homologando, en modo alguno creemos que sea lo mismo el goce femenino, el místico y el de la creación, pero es cierto que es posible hallar alguna línea de continuidad entre ambos, en los tres están referidos al goce fálico, pero este no los subsume.
4 Lacan, J. (1965). El seminario. Libro 12: Problemas cruciales del psicoanálisis. Clase del 16/6/1965. Inédito.
5 Se refiere al Seminario 13. El objeto del psicoanálisis. Inédito.
6 Lacan, J. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”. En Escritos 2. Siglo XXI, 2008, p. 783.
7 Ibíd., p. 785-6.
8 Lacan, J. (1962-63). El Seminario. Libro 10: La angustia. Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 178.
9 Ibíd., p. 60
10 Ibíd.
11 Lacan, J. (1964). El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1987.
12 Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p 180.
13 Lacan, J, (1967). El seminario. Libro 14: La lógica del fantasma. Clase del 15-2-67. Manuscrito no publicado.
14 Lacan, J. (1968-69). El seminario 16: De un Otro al otro. Buenos Aires: Paidós, 2008, p. 241.
15 Ibíd., p. 233
16 Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p. 164.
17 “El masoquista […] ¿cuál es su posición? ¿Qué le enmascara su fantasma de ser el objeto de un goce del Otro?- que es su propia voluntad de goce, porque después de todo el masoquista no encuentra forzosamente su pareja […]. ¿Qué enmascara esta posición de objeto- sino equipararse el mismo, ponerse en la función de la piltrafa humana, de aquel pobre desecho de cuerpo separado que nos presentan aquellas telas? Por eso digo que la mira del goce del Otro es fantasmática. Lo que se busca, es en el Otro, la respuesta a esa caída esencial del sujeto en su miseria final, y dicha respuesta es la angustia”. Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p. 178.
18 Lacan, J. (1966) “La ciencia y la verdad”. En Escritos. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
19 Lacan, J. (1968-69)., Op. Cit., p. 227.
20 Lacan, J. (1972-73). El seminario 20: Aun. Buenos Aires: Paidós, 2002.
21 Ibíd., p. 85
22 Ibíd., p. 88
23 Ibíd.
24 Ibíd., p. 98.
25 Juan Dobon y Gustavo Hurtado hablarán de recusación del goce fálico, en relación a la presentación de ciertas modalidades de goce en las adicciones. Puede verse: Dobon, J- Hurtado,G (comp): Las drogas en el siglo ¿qué viene? Buenos Aires: FAC- ARDA, 1999
26 Diccionario de la Lengua Española (1992) 21º Edición. Madrid, 2000.
27 Lacan, J. (1972-73). Op. Cit., p. 101.
28 Ibíd., p. 105.
29 Lacan, J. (1975). El seminario. Libro 22: RSI. Clase del 21/01/1975. Inédito.

Fuente: Iuale, Luján "La posición perversa" - Imago Agenda

jueves, 21 de mayo de 2020

Un ordenamiento posible para las perversiones. Posición del sujeto y el objeto en relación al velo.

Por Lucas Vazquez Topssian
En esta ocasión, haremos un seguimiento de la clasificación de distintas perversiones según una propuesta que hizo Héctor Rúpolo en su libro "Topología de la perversión". Esta clasificación está mencionada en su libro, aunque no desarrolla allí por qué ubica allí a cada perversión, por lo que intentaremos hacer un comentario que dé cuenta del porqué de su ubicación en cada agrupamiento.

En la perversión, el falo simbólico está siempre presente, sin embargo encontramos que hay algo que actúa como tapón de la falta del Otro. Ese algo es la imagen que aparece proyectada en el velo, es decir "lo que oculta al falo"

En el seminario IV, Lacan propone una topología donde sitúa al sujeto detrás o delante del velo, respecto al objeto fetiche. Este objeto está caracterizado aquí como falo imaginario, φ positivizado. En la perversión, φ positivizado aparece tapando imaginariamente la falta en el Otro. Más adelante en su enseñanza, dirá que es el objeto a lo que obtura la castración del Otro. Cuando el objeto a se coloca en el lugar del agujero, nada sale del inconsciente: no hay formaciones del inconsciente.

La función que tiene el objeto a es la misma que tiene el falo imaginario, φ positivizado. En la neurosis, encontramos que el agujero puede taponarse con el objeto a, sin embargo, en la perversión esto forma parte de la estructura.

Vayamos a los dos gráficos que hace Lacan en el seminario IV para situar las distintas perversiones:


El sujeto se encuentra frente al velo y el objeto se encuentra por detrás de este último. El modelo es el del fetichismo: el velo es el recubrimiento del objeto, sobre el cual se proyecta su imagen. O sea, el fetiche se proyecta sobre el velo, frente al sujeto, y esa imagen constituye en el taponamiento de la falta en el Otro.

Ahora, el objeto proyectado en velo permite que haya un más allá, en donde no hay nada. Ese más allá es el lugar de la castración simbólica, que en la perversión está conservada (y no en las psicosis).

Es aquí donde encontramos a las siguientes perversiones:
• Fetichismo: Como decíamos, fetiche como sustituto de lo que le falta al partenaire. Según Freud, "el fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la madre), en cuya existencia el niño pequeño creyó otrora y al cual -bien sabemos por qué- no quiere renunciar."
• Masoquismo. El masoquista se somete a su partenaire, volviéndose él mismo objeto, desecho, buscando la angustia y la división subjetiva en el Otro. En Las Confesiones de Wanda, ella cuenta qué cosas hacía él. Él le hacía firmar un contrato donde va a ser sometido como un perro: caminar en 4 patas, que le peguen patadas, etc.
• Voyeurismo. El voyeur tapa el agujero con su propia mirada, objeto perdido y re-encontrado en la la vergüenza del partneire. Dirá Lacan: “Lo que el voyeur busca y encuentra no es más que una sombra, una sombra detrás de la cortina. Fantasea cualquier magia de presencia, la más hermosa muchacha, aunque del otro lado sólo esté un atleta peludo.”
• Homosexualidad femenina. La homosexualidad a la que se refiere sería el caso de la Joven Homosexual, en tanto la identificación que hace es hacia un hombr. No obstante, debemos ser precavidos en este punto, pues la homosexualidad es un epifenómeno que puede aparecer en cualquier estructura clínica.

En el segundo gráfico...




El sujeto no está delante del velo, sino que se coloca por detrás. El modelo es el del travestismo: el sujeto se identifica con la madre poseedora del objeto fetiche. El sujeto, al aparecer por detrás del velo, logra su efecto dado por el falo del velo, que es el vestido. El sujeto aquí se posiciona poseyendo el objeto fálico. Además del travestismo, aquí también ubicamos:

• Sadismo: El sádico sirve al goce del Otro. El sádico busca el sufrimiento y la angustia en su víctima o partenaire, para hacer surgir en ella al sujeto, poniendo en manifiesto su falta. El verdugo no se angustia ni vascila (como lo hace el sujeto), por eso ocupa el lugar de objeto en el fantasma.
• Exhibicionismo: El exhibicionista hace surgir la mirada del Otro y vela por su goce. Lo esencial de la pulsión escoptofílica es “dar a ver”. En el exhibicionismo, el verdadero objetivo del deseo es el más allá del otro, no sólo como víctima, sino como referente de ese Otro.
• Homosexualidad masculina: Nuevamente, aquí debemos ser precavidos. La homosexualidad no es patognomónica de las perversiones, sino que es un epifenómeno que puede también ser ubicado en todas las estructuras clínicas.

Estas diferencias de "detrás del velo", o "por delante del velo" es un buen punto para situarse frente a la clínica de la perversión.

Finalmente, hay que aclarar que no hay correspondencia entre estas 2 posiciones, por ejemplo, un sádico con un masoquista. El partenaire que se presta a la perversión no debe ser perverso.

Bibliografía:
Héctor Rúpolo "Topología de la perversión"