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lunes, 8 de septiembre de 2025

El analista ante las perversiones: ¿Cómo interviene?

 En la perversión, el deseo no se presenta como la búsqueda de un objeto perdido (como en la neurosis), sino como la puesta en acto de un montaje en el que el sujeto mismo se ofrece como objeto del deseo del Otro. Esto define una posición subjetiva estable frente a la castración: no se trata de negarla simplemente, sino de sostenerla en escena.

La diferencia estructural es clave, porque el perverso no está simplemente “desviado” de una norma sexual, sino que ocupa una posición distinta frente al deseo del Otro. Repasemos:

Neurosis

Perversión

El sujeto se confronta con la pregunta sobre qué quiere el Otro de mí, lo cual genera la dialéctica de la falta, la castración y el síntoma.

El sujeto se coloca en la posición de dar consistencia al deseo del Otro, intentando suplir imaginariamente su falta. No se trata de ignorar la castración (inscripta simbólicamente), sino de hacer de ella un montaje: el perverso se ofrece como objeto que satisface o colma al Otro.

En la neurosis, el fantasma ($ ◊ a) es un montaje defensivo frente al deseo enigmático del Otro.

En el fantasma, el perverso hace de sí mismo el objeto que completa el fantasma del Otro. No se protege del goce, sino que se ofrece a sostenerlo.

De esta manera, el deseo perverso se organiza en torno a una escenificación en la que él mismo se coloca como instrumento del goce del Otro (ejemplo clásico: el fetichista que encarna el fetiche para que el Otro no confronte la castración). Ahora bien, la perversión es una posición ética frente al deseo, no solo una práctica sexual. Allí el sujeto se ubica como garante del deseo del Otro, lo sostiene, lo provoca, lo tienta. El perverso “sabe lo que el Otro quiere” y se propone darle satisfacción.

Cuestiones transferenciales

En la neurosis, el paciente transfiere en tanto supone al analista un saber sobre su deseo y su síntoma. Es la clásica Sujeto-supuesto-SaberEn las perversiónes, esa suposición de saber no se arma de la misma manera. El perverso no se interroga por su propio deseo (“¿qué quiero?”) sino que se coloca como objeto para el goce del Otro. Entonces, la transferencia se juega más en el registro de la puesta en escena fantasmática.

Cuando su defensa es exitosa, el perverso tiende a ubicar al analista en el lugar del Otro al que debe mostrarle la verdad de su deseo o incluso enseñarle a gozar. Ahora bien, dato clínico: el goce en la perversión nunca aparece sin mediación simbólica. El "peligro para el tratamiento" está en el analista puede quedar tentado de ser arrastrado como partenaire de la escena perversa (ejemplo: que el analizante espere complicidad, aprobación o incluso que se lo sitúe como destinatario del acting-out).

En estos casos, la transferencia puede volverse resistente porque el sujeto busca confirmar su montaje más que cuestionarlo. La posición analítica consiste en no ocupar el lugar que el perverso quiere asignarle, y a la vez no rechazarlo violentamente, sino bordear la escena hasta que se abra una pregunta.

Existen "puntos de quiebre", donde el perverso sí permite intervención, pero no en los mismos tiempos ni bajo la misma lógica que el neurótico. Los momentos clave suelen ser:

Cuando el montaje se interrumpe: aparece un malestar, un límite al goce, un fracaso en sostener el fantasma.

Cuando se confronta con la angustia: aunque la perversión en general funciona como un dispositivo que protege de la angustia, hay situaciones (rupturas vinculares, rechazo del partenaire, imposibilidad de sostener la escena) en que esta irrumpe.

Cuando se pone en juego la dimensión del Otro: es decir, cuando el sujeto descubre que no todo está garantizado en el goce del Otro y que su posición de “instrumento” tambalea.

La transferencia, entonces, no pasa tanto por “analizar el deseo inconsciente” en los mismos términos que en la neurosis, sino por introducir la falta en el Otro allí donde el perverso la reniega o intenta suturarla. El analista no debe aceptar ser partícipe del escenario, sino operar de modo que el sujeto confronte que el Otro no está completo y que su fantasma no es garantía absoluta.

Perfecto. Te armo un esquema según algunas formas clínicas de la perversión, visto desde Lacan, focalizando en cómo aparece la transferencia y dónde puede intervenir el analista:

1. Fetichismo
  • Montaje: el fetiche funciona como “desmentida” de la castración materna: “sé que falta, pero actúo como si no faltara”.  El objeto a en juego es el fetiche mismo (ej: el zapato), que ocupa el lugar de “velo” que tapa la falta en el Otro. El deseo se sostiene en que el fetiche esté presente: es condición de posibilidad de la escena sexual.

  • Transferencia: el fetichista puede ubicar al analista como garante de su fetiche, alguien que debería reconocerlo y validarlo. “Usted me entiende, no me va a juzgar, sabe que lo necesito”. El riesgo es que el analista quede tomado como validador (“sí, el fetiche te asegura el goce”) o como juez moral (“eso está mal, tenés que dejarlo”).

  • Intervención: no rechazar el fetiche de entrada (sería confirmarle su certeza), sino ubicarlo en relación a la falta, mostrando que no garantiza nada en el Otro.
    → Se interviene cuando el fetiche falla o cuando la angustia irrumpe en torno a su pérdida o rechazo.

2. Sadismo
  • Montaje: El sadismo no es simple “crueldad”, sino un dispositivo para hacer aparecer la castración en el Otro: te muestro que no eres completo, que estás en falta. El sujeto se coloca como instrumento del goce del Otro: no solo busca gozar él, sino provocar un goce en el Otro a través del dolor, situándose como ejecutor. El objeto a en juego es la mirada y el cuerpo del partenaire, reducido a objeto de manipulación.

  • Transferencia: el analista puede ser situado como partenaire que “debería soportar” o incluso como testigo de la puesta en escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).

  • Intervención: no aceptar ese lugar de objeto pasivo del goce del perverso. Bordear la escena apuntando a que no hay Otro que goce totalmente, introduciendo el límite de la ley. 

Caso clínico de sadismo: Un hombre de 32 años consulta tras un episodio en el que su pareja lo dejó porque él insistía en prácticas sexuales con violencia. Relata:
“Yo necesito hacerle daño, verla sufrir… en ese momento siento que controlo todo, que tengo el poder. Después me angustio porque pienso que me voy a quedar solo. Pero si no hay esa escena, no me excito”.
En paciente relata escenas violentas con entusiasmo, como si intentara provocar incomodidad. Puede colocar al analista en posición de espectador obligado, o incluso querer hacerlo partícipe imaginario de la escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).
El analista, le devuelve “Después se angustia… ¿qué es lo que aparece cuando la escena termina?”, señalando que hay un resto no absorbido por el montaje, un agujero que lo empuja a repetir.
Los sádicos mucho hablan del sufrimiento de sus "víctimas", pero poco dicen acerca del lugar que ellos mismos ocupan en toda esa escena. Señalarle esto abre a que el sujeto se interrogue sobre su posición, en lugar de quedar velado por el sufrimiento del Otro.
3. Masoquismo
  • Montaje: el sujeto se ofrece como objeto para que el Otro goce de él. La satisfacción está en sostener la posición aparentemente pasiva de "ser usado", aunque desde ese lugar el masoquista mueve todos los hilos de la escena (por ejemplo, con contratos).

  • Transferencia: puede intentar ubicar al analista como Amo sádico, demandando castigo o humillación. También puede traccionar al analista al lugar del "tercero que mira" en el fantasma, insistiendo en narrar escenas sexuales con detalle, en espera de rechazo o incomodidad del analista.

  • Intervención: no ceder a esa demanda de ocupar el lugar de Amo. Devolver la responsabilidad del goce al sujeto, sin rechazarlo pero sin convalidar la escena. El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que su montaje depende de un Otro que nunca es seguro, ya que puede retirarse, rechazarlo o no responder. También, cuando descubre que su goce masoquista no es garantía de vínculo, sino que lo deja en soledad. El analista apunta a abrir una pregunta: ¿qué sostiene él en esa posición de objeto? ¿qué evita al ofrecerse como soporte del goce ajeno?

4. Exhibicionismo
  • Montaje: mostrar(se) al Otro para excitar su deseo, poniendo en evidencia su falta. El objeto a en juego es la mirada del Otro. A diferencia del voyeurista, el exhibicionista busca colocarse él como objeto para ser visto (hacerse ver). Su satisfacción no proviene tanto de su propio cuerpo, sino de provocar la falta y la sorpresa en el Otro: “te muestro lo que no deberías ver”.

  • Transferencia: el analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de espectador cómplice, supuesto destinatario de la escena.

  • Intervención: no reforzar la mirada voyeurística, sino descompletar el lugar del Otro-espectador. Por ejemplo, señalando la función de ese mostrar en el fantasma, no satisfaciendo la expectativa de complicidad.

Caso clínico exhibicionismo: Caso judicializado. Un hombre de 28 años consulta porque varias veces fue denunciado por mostrar sus genitales en espacios públicos. Relata:
“No puedo evitarlo… cuando me expongo siento que el otro queda sorprendido, atrapado en mi juego. Es como si por fin me vieran de verdad. Después me siento mal, pero en el momento hay algo irresistible”.

En las primeras sesiones, el paciente habla con lujo de detalles sobre sus escenas de exhibición. Tiende a mirar fijamente al analista, como chequeando si reacciona. El riesgo es que el analista quede en el lugar de espectador excitado o escandalizado, reproduciendo el montaje. Al ser ambos varones, puede intensificarse la tensión transferencial: el paciente puede esperar un gesto de fascinación, complicidad, rechazo viril o humillación.

El analista interviene: “Parece que a vos no te interesa tanto mostrarte, sino de cómo reacciona el otro cuando te ve. ¿Es eso lo que buscás en mí también?”. Con esto, se devuelve al paciente que intenta ubicar al analista como Otro-testigo, y se abre la pregunta por lo que él mismo queda fuera de esa escena. El analista también interviene en ese punto de sentirse mal: "¿Qué te hace sentir mal, que no les alcanza con ver lo que vieron?"

En el exhibicionismo, el deseo se arma en torno a hacer aparecer al Otro como espectador. La transferencia pone al analista en riesgo de ser atrapado en esa escena. La intervención analítica apunta a no aceptar ese lugar de voyeur, sino devolver al sujeto que lo que busca mostrar nunca será visto plenamente, introduciendo la falta en el campo de la mirada.

El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que por más que se muestre, el exhibicionista nunca logra capturar del todo la mirada del Otro. El “ser visto”, de esta manera, no colma el deseo, sino que lo empuja a repetir. Allí el analista puede introducir la idea de que no hay Otro que garantice su imagen ni que pueda verlo “de verdad” en totalidad. Por otro lado, se puede abrir a la idea de la posibilidad de ser mirado de otras maneras...

5. Voyeurismo
  • Montaje: espiar al Otro en su intimidad, intentando captar el goce “secreto”.

  • Transferencia: el analista puede ser tomado como alguien a quien hay que arrancarle una verdad escondida. También puede ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido.

  • Intervención: no colocarse como depositario del secreto ni como garante del saber total. No ocupar el lugar de espectador excitado (no responder con fascinación, morbo o complicidad). Tampoco moralizar ni condenar (eso solo reforzaría el circuito del goce). Devolver al sujeto que lo que busca ver nunca se completa.

Caso clínico voyeurismo: Un hombre de 35 años consulta derivado por su pareja, que lo encontró varias veces espiando a vecinas desde la ventana. Él mismo relata que, desde adolescente, siente excitación al observar a mujeres sin ser visto. Dice: “No me interesa tocarlas, ni hablarles… es ese momento de mirar lo prohibido lo que me da satisfacción”.  La escena está organizada alrededor de ver al Otro sin ser visto. El objeto a en juego es la mirada, que funciona como causa de su deseo. Se ubica en la posición de arrancar un secreto al Otro (captar su goce oculto).

En las primeras entrevistas, el paciente relata con detalle sus escenas de voyeurismo, como si quisiera “mostrar” lo que vio. El analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido. Incluso, aparece una demanda implícita: que el analista avale su práctica, o que funcione como aquel Otro que confirme la excitación de la escena.

El analista le señala el papel de la mirada: “Usted dice que no le interesa la mujer misma, sino ese instante de verla… ¿qué hay en ese instante que parece detenerlo todo?”. Esto introduce que no hay totalidad en lo que ve, que su goce depende de un punto ciego, una falta. En otro momento, cuando el paciente intenta ubicar al analista como cómplice, le pregunta: “¿Quiere que yo vea lo que usted vio?”.
Eso descompleta el lugar del Otro, mostrando que el analista no es garante de la escena.

***
En todos los casos, la transferencia se abre cuando el montaje fantasmático fracasa, o cuando aparece un malestar que el escenario no logra absorber. El analista interviene no desde la complicidad con el goce, sino introduciendo la falta en el Otro, bordeando el fantasma sin romperlo violentamente ni confirmarlo.

sábado, 11 de junio de 2022

La perversión en los vínculos de pareja y familia

Resumen 

El autor evoca los maltratos físicos familiares así como aquellos imperceptibles y tenaces, y por lo tanto mucho más invalidantes, que toman la forma de la actuación perversa. En esta época, en la que tienen lugar profundos cambios en las familias, se nos plantean nuevas preguntas clínicas. ¿Por qué una persona se puede sentir en deuda con otra al punto de sacrificar su libertad? ¿Cómo reaccionar cuando uno se siente traicionado? ¿Por qué se aceptan humillaciones y sevicias sin decir una palabra? ¿Cuál es el papel de la vergüenza? ¿Quién tiene más miedo del otro, el perverso o su víctima/cómplice? Palabras clave: perversión, terapia de pareja, terapia familiar, violencia sexual. 

La actualidad de este tema es indiscutible. La perversión está presente en los abusos sexuales, en los comportamientos sexuales perversos en las parejas, en las violencias psíquicas que arrojan una sombra sobre las familias, alterando profundamente la naturaleza de los vínculos. Pensamos que es necesaria una puesta al día para precisar los mecanismos en juego, diferenciando las modalidades neuróticas de funcionamiento de las no neuróticas, con el objeto de estudiar el origen de las dificultades, principalmente para poner en perspectiva su estructura inconsciente. 

Del sinceramiento en las relaciones entre los géneros y las generaciones al temor de la libertad ¿Por qué asistimos a un aumento de los problemas de naturaleza perversa? Incuestionablemente hay numerosos malentendidos en lo que se refiere a las consecuencias de los cambios actuales en las familias. En pocos años hemos asistido a una liberalización de las costumbres y de las actitudes en el sentido de una intimidad más compartida, de decisiones y tareas entre los cónyuges y entre padres e hijos. Pero tenemos la sensación de que esto produce temor: temores por la liberación sexual, la liberación femenina, del niño, por la pérdida de la autoridad parental; dicho de otra manera, temor a ceder el poder o a perderlo. Las ideas de Eric Fromm (1938) y de Jean-Paul Sartre (1943) son muy esclarecedoras para explicar tales paradojas. Se tiene miedo de la libertad porque uno teme quedar solo, sin el sostén y el calor de su familia, y más ampliamente de sus amigos y colegas. Ser libre implica tomar sus decisiones de manera independiente, y tener que asumir las consecuencias: los éxitos o los fracasos, la aprobación o la crítica, la adulación o la vergüenza y el oprobio. Entonces uno se eterniza en la dependencia; se prefiere la sumisión y se acepta sin reaccionar los vejámenes, aun cuando todo esto duela y se deterioren las capacidades creativas personales. La privación de la libertad no es únicamente el efecto de una opresión exterior, que se apoyaría en el consenso, en las opiniones mayoritarias. El sujeto puede consentir, con frecuencia, ser cómplice inconsciente de una red de la cual no discierne ni los mecanismos ni las consecuencias sobre su integridad

El estudio de los aspectos perversos en los vínculos de familia se ha hecho indispensable, porque estos corren el riesgo de deslizarse fácilmente hacia el ejercicio de la arbitrariedad. Vincularse con otro y apegarse a él implica una forma de dependencia que conduce a excesos. El carácter discreto de la violencia perversa en acción, juega un cierto papel en este deslizamiento. Además las ventajas narcisistas de la relación son alabadas por el agente de la perversión; el otro se sentirá realzado por la situación, aun cuando esta pueda perjudicarlo. 

Los descubrimientos sobre los aspectos perversos en la pareja y en la familia deben mucho a los estudios acerca de la perversión-narcisista; sin embargo, el funcionamiento particular de la pareja y de la familia juegan siempre un papel importante; se trata de uno o varios vínculos intersubjetivos organizados en la red de parentesco, con sus leyes, sus lugares y sus funciones propias (Eiguer, A.; 1989, 1997). Un vínculo es más que una relación entre dos personas; estas se influencian mutuamente; construyen fantasmas, defensas comunes. Su dependencia recíproca los conduce a veces a olvidar que son diferentes, que tienen deseos singulares. Cada uno puede vivir al otro como una parte de sí mismo; lo que sería más grave todavía es vivirlo totalmente como uno mismo. La desviación perversa en los vínculos de familia representa una tentativa por anular la diferencia del otro. Se vive el deseo del otro como una insubordinación o el tener pensamiento crítico. Esto es rechazado y envidiado al mismo tiempo.

Tomemos el ejemplo del hombre que golpea a su pareja. En la mayoría de los casos, reacciona con violencia al deseo de separación de esta, al anuncio de su deseo de dejarlo. Antes de esto, la pareja ha podido establecer un vínculo muy simbiótico a fin de evitar que se exprese la originalidad de cada uno, una originalidad que está asociada erróneamente con la ruptura y la pérdida. De este modo, el hombre tiene tanto miedo de ser abandonado como de ser confrontado al hecho de que su esposa piense, de que sepa expresarse con precisión, de que tenga encanto y de que se desprenda de ella un no sé qué de misterioso. Evidentemente, estas cualidades pueden encantar a cualquier otro hombre, también podría darle placer al marido. Pero es lo contrario; lo femenino lo hace ver todo “rojo”; para él es un peligro.

 Otros hombres colocados en la misma situación y con temores similares ensayan un método diferente del de la fuerza física; es la fuerza psíquica de la manipulación, de la persuasión y del utilitarismo. Entramos, entonces, en el dominio del vínculo perverso. También las mujeres pueden ubicarse como dominadoras; con frecuencia es un juego alternativo, siendo cada uno a su turno el amo. A su vez, se encuentran mujeres que golpean a sus esposos o que los manipulan, o mujeres que reaccionan con defensas perversas frente a esposos que maltratan físicamente. 

En el campo de estos horrores, se pueden encontrar todas las variantes y combinaciones posibles; para nosotros, lo que importa es la identificación de los mecanismos subyacentes. 

Deuda y obligación 

En la familia, podemos buscar la fuente de muchos de estos excesos en la forma en que es vivido el cuidado, el don y la generosidad. Los padres tienen una función esencial en la formación del pequeño ser. Sin su presencia, cuidado, amor, educación y transmisión de un legado inconsciente, este no podría sobrevivir. Ellos brindan mucho de su persona. Naturalmente tienen el derecho de reclamar lo debido. Es lo que sucede habitualmente. Dar suscita un contra don. El niño se siente su deudor. Ha recibido la vida y una formación, les estará reconocido. Pero no podrá compensar jamás todo lo que ha recibido. Entonces, pagará esta deuda dando a sus propios hijos. Es lo que se denomina el “don vertical”. 

Pero quedar en deuda hacia sus padres puede desarrollar en el hijo un sentimiento abrumador, que puede conducirlo al autosacrificio. Si los padres no son capaces de renunciar a ciertas exigencias, pueden querer culpabilizar al niño recordándole lo que han hecho por él y pidiéndole indirectamente que se quede con ellos. Conocemos bien este problema. A veces los padres u otros miembros de la familia inducen sentimientos curiosos: el niño puede estar orgulloso de haber tenido padres “súper”, “únicos”, “superiores”, que habrían transmitido cualidades distinguidas o la capacidad de conquistar el mundo. 

Esto se complica cuando los padres no han sabido o podido transmitir el compromiso de que se renunciará a mantenerlos cerca de sí, y que es posible y benéfico para él encontrar su felicidad al lado de otros que no sean sus allegados, proponiéndole instrumentos para saber de qué manera llevarlo a cabo. 

Si este no es el caso, el don será desmesuradamente pesado para el niño, que no podrá o no sabrá honrar su contradon más que “donando” su persona, literalmente privándose de una parte de sí mismo, de realizaciones, de un casamiento satisfactorio, de niños propios a su vez bien desarrollados. 

En este caso, están en juego mecanismos perversos. Dar se convierte en un medio de presión tan poderoso como frustrar. Los padres hipergenerosos también pueden ser tan destructores como los padres debilitados; llama la atención que en general estos son más citados en nuestros trabajos científicos. 

Yo quiero subrayar que esta realidad clínica es muy frecuente. La he encontrado en las familias migrantes en las que un miembro (adulto o adolescente) presenta los siguientes comportamientos: la adicción, las escarificaciones, la bulimia, los estupefacientes. Encontramos juntos demasiado don y demasiada insuficiencia: la sensualidad tiende a compensar la falta de amor; el ofrecimiento de regalos, la falta de seguridad; las confidencias inoportunas, la falta de interés o de comprensión referida a la intimidad del otro. 

La incestualidad, especialmente entre la madre y su hijo varón o mujer, está favorecida por la política del don, la que se hace vivir al niño como excepcional, u ofrecida con grandes esfuerzos: “Puesto que yo me sacrifico, tú debes sacrificarte” (entre los contradones reclamados, se encuentra el don de sí mismo, el sometimiento. Para esto el niño no debe pensar, soñar o tener su propio mundo. 

La perversión en el vínculo madre-hijo es la forma más frecuente y la más dramática de perversión femenina. El niño puede ser sobrevalorado, alabado, llevado a la cima; en realidad, está fetichizado, es considerado como una parte de la madre,su cosa y el instrumento de su deseo de autoidealidad (Eiguer,A.; 2005). He tenido la ocasión de emplear el juego de palabras cautivar/capturar. 

Rasgos de la perversión moral 

El funcionamiento perverso está marcado por una conducta abusiva. “El agente” hace actuar a su víctima sin que esta lo sepa. La complejidad de su actuar indirecto y a distancia me llevan a hablarles de los rasgos de la perversión moral. He podido establecer un determinado número (Eiguer, A.; 1997), por ejemplo: 

• Malignidad. 

• Ausencia de sentido moral. 

• Buen contacto y buena capacidad social. 

• Intento de dominio del otro, manipulación. 

• Tendencia al secreto y disimulación. 

• Regocijo en el ejercicio de la manipulación y especialmente luego de su revelación; esto suscita temor, vergüenza, autodesprecio en el otro. 

• Argumentaciones para justificar la actuación. 

Los perversos se comportan sirviéndose de una cantidad de medios: 

• Posición altanera. 

• No reconocimiento, ausencia de gratitud. 

• Lenguaje cínico. 

• Formulaciones agresivas: recordar los defectos del otro, sus fracasos. 

• Todo esto coloreado por un discurso pseudo moral. 

Una de las características de la perversión en la familia o en la pareja es la utilización del otro, de sus recursos, de su saber, de sus dones. Los argumentos sirven para justificar las actuaciones. Con frecuencia las víctimas son las primeras en evocarlos como si ellas fuesen las portavoces de un comportamiento que, sin embargo, tiende a aniquilarlas. El perverso puede iniciar a su víctima en la vida profesional (por ejemplo el Pigmalión). Para esto, trata de probar que su “alumno”, el o la pareja, está incompleto. Esto justifica los sacrificios, los renunciamientos y las reprimendas; al mismo tiempo el alumno debe reconocer que le son necesarias. Los maestros más poderosos juegan con la libertad concedida, con los buenos sentimientos. 

En el caso de las perversiones, el pensamiento trata de servirse de teorías sobre el beneficio de las sevicias infligidas. El compromiso es mutuo, uno muestra una voluntad dominadora; el otro consiente en ella pensando que sacará provecho. 

El testigo 

Fuese como fuese, no es que para el perverso el otro es totalmente inexistente; al contrario, le importa que tenga presencia para anularlo. Aun cuando la reciprocidad intersubjetiva se juega entre dos sujetos, habitualmente están implicadas otras personas. En la familia, los que observan la situación experimentan sentimientos que van de la estupefacción al goce, pasando por el temor de convertirse también ellos en víctimas. Todo vínculo tiene interfunción con otros vínculos.

Esta comprobación clínica ha permitido notar que un tercer personaje forma parte del juego: el testigo. Hablando con propiedad, no es el agente de la perversión o la víctima/cómplice, sino un ser diferente. Está presente en la realidad y en el fantasma compartido de los miembros del vínculo. Gérard Bonnet (1983) observa que el exhibicionista actúa hacia una víctima y también en relación con un testigo, policía, gendarme, juez. Lo desafía, lo provoca, le huye escondiéndose y reapareciendo; le “permite” también atraparlo. Un pacto inconsciente parece anudarse entre estos tres personajes, a pesar del sentimiento consciente que la víctima y el representante de la ley pueden tener respecto de esto. Estos últimos son integrados de manera fortuita, ocasional y, por supuesto, reaccionan mostrándose ofuscados y se rebelan frente a su implicación. Ignoran que el paciente ha decidido de este modo.

 El testigo es un personaje cuya presencia es vital para el conjunto del desarrollo: horrorizado por lo que ve, recurre a la ley. Apoyándose sobre las desventuras a las que puede conducirlo el respeto de la ley, el perverso no se privará de señalar que es “ridículo” someterse a ella. 

Se pueden proponer diferentes ejemplos que ilustran el hecho de que los terceros sufren por los efectos del funcionamiento a distancia de un perverso aislado o de una pareja de perversos. Estas son figuras emparentadas con las del testigo. 

Se lo puede presentar de otra manera: la perversión se produce en una red de lazos en la que se encuentran el subgrupo del público, el de los agentes inconscientes, etc. ¿Cuál es el lugar en esta red de la esposa del violador, con frecuencia respetada, admirada, temida por alguien que frente a otras mujeres puede ser un terrible agresor sexual? Este puede vivirla como inalcanzable, como que no se deja “penetrar psíquicamente” por sus proyecciones. ¿Es por estas evitaciones recíprocas que la relación de la pareja termina por volverse insulsa? 

En las familias donde reina un padre incestuoso, los otros miembros están implicados en diferentes grados. Actuando por inducción a distancia, el perverso es estimulado por los efectos que puede producir su comportamiento. Su esposa, deprimida, desvalida, parece a veces aceptar en silencio lo que se trama a sus espaldas: ella es como el testigo del incesto. El padre sabe utilizar su carisma sexual junto a su hija para destruirla y humillarla. Sabe poner celosas a las hermanas de la víctima. Se impone un mito familiar, al cual adhieren en mayor o menor medida todos los miembros: el de la superioridad de la sexualidad como emblema de poder y de fuerza; ser utilizado sexualmente no es presentado como un oprobio sino como un privilegio. En el grupo familiar del agresor sexual, se puede evocar la ideología del sacrosanto espíritu de familia. Un caso conocido es el del padre paidófilo o incestuoso, que invoca el respeto de la unidad familiar para exigir la retractación de la hija que lo ha denunciado. 

El padre de Patricia había comenzado a tocarla cuando la niña tenía entre 7 y 8 años. “El peleaba con mi madre y venía a contarme, diciendo horrores de ella. Hizo todo para crear una enemistad entre ella y yo. Prácticamente yo ya no tenía a mi madre. Siempre me comporté como si ella no existiese, yo no la conocía, no pude apoyarme en ella. Mi padre quería quedar como “padre único”. Me pregunto si no ha sido esto lo que me hizo peor que las caricias” (Eiguer, A.; 2005). 

Las diferentes piezas de este rompecabezas, esta distribución de las funciones no son fortuitas, sino que están articuladas entre ellas. Refuerzan el abuso sexual. El hecho de que sea uno de los miembros de la familia el que lo dirige, no excluye que, desde el punto de vista grupal, el conjunto sea trágicamente coherente. Pensar de esta manera no significa en absoluto atenuar el papel instigador y decisivo del abusador. En cambio, esto permite presuponer que a veces se puede hacer bascular el conjunto hacia una salida cambiando uno de los elementos, lo que sucede espontáneamente cuando la adolescente abusada se enamora de un joven: un tercero la ayuda a captar la gravedad de la situación y a encontrar, llegado el caso, un recurso en el exterior de la familia. Este joven se convierte en un nuevo testigo, un testigo activo. 

Es así como los perversos dominadores tienen tendencia a funcionar en red; el síntoma sexual se inscribe en una lógica de “reagrupamiento, de organización de una multitud”. El abuso sexual se duplica con la persuasión. Parece que el punto de vista del grupo se considera más justo que el que está centrado en el individuo, que pone el acento sobre el hecho que la hija abusada o el esposo marginalizado pueden lograr un goce de ello. El abusador no es menos monstruoso porque se apoye sobre una situación colectiva e interfuncional. 

De la misma forma en que ciertos perversos tienen una tendencia a reagruparse (grupos sadomasoquistas -SM-, neofetichistas, sectas satánicas) en los grupos perversos naturales, los papeles del agente, de la víctima y del testigo son inducidos por el conjunto de los miembros. Cada uno es contenido en el conjunto conteniendo al otro. 

La idea del triunfo sobre la ley y la burla frente al padre está, por lo tanto, confirmada. “Siendo muchos, podemos reafirmar que tenemos razón”. Ya sea que esté ubicado lejos o cerca, el testigo tiene una función significativa en su forma de observar al perverso. 

Este puede “pedirle” que funcione como un espejo que le devuelva su imagen, a lo que este no llega, porque le falta la integración de la capacidad de verse a sí mismo como otro (Ricoeur, P.; 1990). En lo esencial, con el testigo mantiene una relación que remite a su vínculo con el padre, hecho de desafío, de provocación del padre y de cuestionamiento del fundamento del apego a la ley, que este representa. Pretende ser el amo del padre (per-versión, juego de palabras en francés padre-versión: contra el padre, busca la inversión de las funciones). 

El testigo vive a veces las angustias de la humillación, ya sea del enamorado de la prostituta, del técnico/cónyuge de la mujer que se exhibe en la web. Es un personaje conocido en la literatura; el valet Mosca de Volpone podría ser un testigo (Romains,J. y Zweig, S.; 1923); es el asistente celoso de las maniobras fraudulentas de este último. Pero al estar al tanto de las maniobras de su amo, también aprovecha a su vez para extorsionarlo. 

Otro testigo sería Leporello, el valet de Don Juan (Mozart, W.A. /Da Ponte, 1787), una especie de maestro de ceremonias que dirige el conjunto sin parecerlo y sin cometer infracciones: Leporello mantiene al día la lista de las mujeres seducidas, arregla los encuentros de su amo, lo protege de las agresiones. Si el perverso maltrata o aterroriza al testigo, este último, desde su lugar de observador, se brinda a sí mismo un goce secreto y alimenta su autosuficiencia. El perverso trata al testigo de “cobarde” si tiene escrúpulos. Finalmente, Mosca y Leporello salen airosos del asunto una vez que las supercherías son desenmascaradas y reencuentran su libertad confiscada. 

A nivel de la transferencia, comprender la función del testigo es esencial (Eiguer, A.; 2007). La noción de vínculo intersubjetivo nos permite pensar que la perversión engendra una escena en la que se trata que el analista ocupe una posición, justamente la de testigo, ¿por qué? 

Aun si esperaba hacer de su analista un cómplice, el perverso tendrá dificultades. Entonces ¿qué salida le queda? Desear ubicar al analista en el lugar de un testigo significa atribuirle el papel del que detenta la ley como para “mostrarle” que es ridículo privarse de las satisfacciones que esta ley prohíbe.

 Las conductas perversas permitirían verificar las ventajas que aporta la transgresión. En sesión, estas se traducen por “incitaciones” a violar las reglas del encuadre y muchas otras. Estas son como el producto y la puesta en práctica de las teorías; las consecuencias servirían de demostración, en general sobre el interés de desviar el camino correcto: la sexualidad perversa sería más picante y placentera. 

Caso de terapia de pareja 

Los cónyuges Gauthier vinieron a verme porque peleaban sin parar. El la acusaba de tener la intención de contradecirlo siempre y de cuestionar sus puntos de vista, especialmente cuando había que tomar alguna decisión, inclusive en los detalles ínfimos. Su desavenencia se había instalado progresivamente; para el hombre, era “grave”. Cuando se habían unido, alrededor de los 50 años, la mujer era afable y de una disponibilidad sin reparos hacia él. Se habían encontrado dentro del ambiente de trabajo. El era director ejecutivo de una firma importante; ella, su asistente. Ella sabía tener en cuenta todo y lo protegía de las dificultades. El pensaba que una mujer así también lo comprendería y que esta unión sería para él mucho más interesante que su anterior matrimonio. Está orgulloso de haberla conquistado, bella, despierta y abierta. Durante una de las primeras sesiones, ella dijo que no le fue fácil cambiar su estatus de asistente al de compañera, pero tenía una “confianza absoluta” en él. 

Con el tiempo todo esto se arruinó; uno y otro comparten este sentimiento. Me explican que luego de un tiempo de matrimonio, el hombre le propuso ir a un club de sexualidad colectiva (pluralismo). Ella aceptó por curiosidad, para seguirlo, pero en el fondo estaba reticente. Decían que, al comienzo, esta nueva experiencia, que duró más de cuatro años, reforzó su complicidad; nada complicado, se divertían juntos; era “ligero”, “despreocupado”. Los hombres del club cortejaban a la mujer con entusiasmo; ella se sentía orgullosa de gustar, de tener “tanto éxito”. Esto le habría parecido inimaginable cuando era más joven. Pero el marido comenzó a volverse desconfiado; imaginaba que ella admiraba a tal o cual miembro del club; la abrumaba con preguntas. Ya no se respetaron las reglas del juego. Ella trataba de tranquilizarlo; no había nada que hacer. El se volvió muy celoso y luego comenzó a beber. Fuera de sí, ya no podía discernir las cosas. Por otra parte, su esposa le parecía ingobernable. Decidieron no volver al club en cuestión. 

Por un tiempo, la vida de la pareja volvió a la calma. En las sesiones, ella le recuerda que fue por iniciativa de él que comenzaron a frecuentar el club de los pluralistas. El replica que quería hacerle conocer “la verdadera vida, intensa, sin pesadez”. El la veía como una joven sin experiencia, los dos sacarían provecho de ello. 

En realidad, se bosqueja otra razón, pero esto mucho más tarde durante la terapia de pareja, que tenía un ritmo bimensual. El marido se consideraba “privilegiado” por poseer una joven tan bella y sexy. Necesitaba que otros la “vieran”, que lo supieran. Este club no le era extraño; él lo había frecuentado mucho antes de encontrarla a ella. Esta vez no quería cortar con ese pasado; también quería encontrar otras mujeres, confiesa con medias palabras. 

Pero una nueva explicación saldrá a la luz, no sin dificultad. El deseaba que su nueva mujer estuviese en contacto con otros hombres para “someterla”, para que ella perdiera un poco de su orgullo. El efecto producido fue muy diferente del que buscaba. Ella llegó a brillar frente a los otros. 

Por mi parte pienso que había un verdadero desafío entre los dos miembros de la pareja. El hombre debía rechazar el brillo de su esposa, su encanto, su capacidad de gustar, como si un fantasma de prostitución animara su espíritu. A pesar de sus argumentos de que ella iba sin demasiadas ganas, la mujer se dio cuenta de su expectativa de fascinar y excitar a los hombres, dirigiéndolos unos contra otros, en primer lugar su marido. 

La transferencia me permitió aprehender estos movimientos: los cónyuges trataron de reproducir una situación parecida en la sesión. El marido se mostraba cada vez más hostil conmigo, criticando mis intervenciones que disecaba en detalle; parecía celoso de ella, que se oponía sin reparos a sus argumentos. La esposa expresa al mismo tiempo su admiración por la “sagacidad” de mis interpretaciones, que -sin embargo- evitaban favorecer a uno u otro. Por momentos, tuve la impresión de que estas eran entendidas solo desde el punto de vista formal. 

Mientras que la mujer se vestía con cuidado y rebosaba salud, M. Gauthier parecía estar cada vez peor. Su alcoholismo se hizo tenaz; para mi sorpresa, la mujer entonces manifestó una verdadera preocupación por su estado y manifestó ternura frente a él. Se reveló un poco más maternal que lo habitual y menos excitante; la sensualidad perdió preponderancia en su relación. De hecho ella nunca le había servido para crear un vínculo estable, del que él parecía tener una gran necesidad. Se mostraron muy carenciados y desorientados, sin saber cómo solicitar el apoyo y el afecto del otro. 

En el momento del final de la terapia, el clima se calmó entre los tres. La mujer comprendió un poco más que su marido estaba ávido de reconocimiento y ella desplazaba sobre él viejos rencores contra los hombres, irritándolo con su actitud de protesta. 

Hallazgos acerca de la perversión en la pareja 

Este ejemplo nos introduce en la problemática de la perversión sexual en la pareja. En innumerables parejas, la sexualidad es fuente de dificultades. El término de desencuentro sexual ha sido propuesto para señalar la implicancia de los dos miembros y su interfuncionamiento, lo que conduce al trastorno, aun cuando desde el punto de vista clínico sea uno solo de ellos el que lo presenta. Lo que señalan M. Hurni y G. Stoll (1996) es el hecho de que en gran cantidad de estos casos las dificultades se acompañan de comportamientos perversos. No están tentados por la perversión sexual como se puede observar en los casos de parejas sadomasoquistas, que se entregan a una sexualidad plural o al intercambio, o inclusive se complementan para la realización de gestos exhibicionistas por parte de uno de ellos, en general la mujer, mientras que el otro se mantiene apartado o dirige la puesta en escena, especialmente por Internet. Para Hurni y Stoll se trata de una perversión del vínculo, estando perturbada la sexualidad: inhibiciones, eyaculación precoz, impotencia, anorgasmia, etc. Esto abre perspectivas que confirman la intuición siguiente: la perversión sexual, si es llevada a cabo en condiciones de consenso, puede evitar los deslizamientos hacia los excesos, como el ultraje del otro. En algunos casos de no entendimiento sexual, la relación está marcada por la humillación del otro o su sometimiento. Los eyaculadores precoces o las mujeres anorgásmicas son rebajadas a causa de su dificultad; se tiene el sentimiento de que es difícil hacer desaparecer la dificultad, y ello viene como para confirmar su estatus de humillación, aun cuando digan lo contrario. 

Al tratarse indignamente, ciertos cónyuges reaccionan frente a la ruptura de los pactos establecidos entre ellos: uno de los cuales prescribe la regla común de la discreción, el deseo de que la intimidad sea respetada: abstenerse de comentar a extraños los secretos compartidos. La intimidad inspira y es inspirada por la confianza que uno tiene en el otro y el sentimiento de que él sabe escuchar, si uno lo hace partícipe de las dificultades personales o de los elementos desagradables de su historia. 

El pudor entre los dos implica sentirse seguro de que no se es demasiado extravagante o demasiado inmaduro; dicho de otra manera, esto permite que la autoestima se vuelva más sólida. En otro sentido, es tener menos vergüenza de sí mismo, de lo que se experimenta, piensa, hace o de lo que se ha vivido. 

Ahora bien, el envilecimiento de esta intimidad de a dos desencadena una serie de decepciones: en el fondo el compañero que revela los secretos compartidos exhibe las fallas del otro y parece burlarse de ellas. 

Desde hace mucho tiempo se ha señalado que la traición es un arte exquisito practicado por ciertos perversos: “soltar la lengua”, “cantar”; “entregar al amigo” aparece regularmente en el comportamiento de ciertos delincuentes. El perverso parece tomar un estatuto superior a la traición; esto forma parte de su religión del mal. 

En la terapia de la pareja French, este problema se manifiesta regularmente. Ellos vienen luego del descubrimiento por la señora de una serie de notas en la agenda de su esposo que dejan entender que él frecuenta a otra mujer, cosa que el niega enfáticamente. Unos 10 años atrás, él sufrió un grave accidente, a raíz del cual estuvo en coma durante largos meses. Cuando despertó, se lo consideró como algo milagroso, y luego quedó frágil, ansioso, colérico y parcialmente amnésico. Todavía hoy en día, el señor French tiene que anotar todo, en sus actividades profesionales. Además, desarrolló una psicosis maníaco-depresiva. Su esposa lo sostuvo y “soportó” mucho. Es por esto por lo que en este momento se siente más engañada al sospechar su infidelidad. 

Una vez comprometida la terapia, ella repite que él es frágil y que se comporta como un ser brutal, todo esto “confirmado por los médicos”; el señor French 56 presenta secuelas caracteriales por su accidente cerebral. Aun cuando ella agrega que hay que “saber perdonarlo”, lo humilla. También se deja llevar por los comentarios de sus dos hijas: “es malo”, “intratable”, hipersensible a todos los abusos, como el alcohol. A veces ella es insinuante, lo que es una forma más penetrante de crear un efecto. 

Aunque estos señalamientos sean justos, intervienen en el intercambio como para confirmar el estatuto de inválido del esposo; él se presenta como “un perro apaleado”, luego reacciona torpemente, se enoja, y termina por ofrecer la prueba viviente de su debilitamiento. Todos sus argumentos son desarmados. En realidad en el debate se juega el poder sobre las dos hijas. Cada uno solicita el amor de estas para mostrarse fuerte frente al otro; por el acuerdo inconsciente de los esposos, ellas son designadas como jueces, son convertidas en padres. 

Imagino que frente a ellas los padres se dejan llevar por la seducción. El principio de autoridad cede terreno al de la uniformidad de las funciones familiares. El primer elemento que mostraron en el momento de la demanda de terapia de pareja lo prefigura: “la infidelidad del marido”. En realidad fue la figuración de la rivalidad sexual de la pareja frente a otra mujer (mujeres), sus hijas. 

En la terapia, logré deconstruir lentamente estas posiciones perversas, mostrando poco a poco que cada uno quiere utilizar a un tercero para afirmar su supremacía. 

La moral de la perversión 

Los diferentes rasgos de las parejas que tienen una relación perversa (Hurni y Stoll, 1996) contienen algo de chocante que nos asombra y nos produce el sentimiento de encontrarnos frente a una moral inversa, en la que el mal se convirtió en un credo. Los miembros del vínculo se respetan porque el otro se muestra “no respetable”. Determinado número de estos rasgos ha sido descubierto durante las terapias de pareja. He aquí algunos: 

• Disonancias en la vestimenta en cada uno de los miembros de la pareja. La pareja Gauthier es un ejemplo de esto. El marido podía venir con vestimentas ridículas y mal combinadas, arrugadas, a veces sucias; ella se vestía con elegancia pero con una nota sensual, que bordeaba el mal gusto, en todo caso, desde mi punto de vista. 

• Odio hacia las estructuras, tanto las organizaciones, como el matrimonio o las instituciones en las que trabajan. 

• Representación de “pareja grandiosa”. 

• Gusto por el riesgo, la ordalía, el vivir peligrosamente. 

• Anestesia corporal y afectiva. 

• Frialdad. 

• Problemas de comunicación en diferentes niveles. La voz, la entonación, la pronunciación: disonancias fonéticas. 

• Lenguaje perverso: desmentida o silencio, denigración de los valores o de la belleza, designación del otro como inmoral, canalización de los propios defectos; incumplimiento de las promesas, realización de maniobras fraudulentas. 

• Ataques y ausencia de reacción. 

• Estratagemas y manipulaciones. 

• Tensión intersubjetiva perversa. 

• Elección de objeto: antipareja (en el sentido de una elección disonante, no de apoyo). 

La sexualidad perversa en la pareja y fuera de ella 

He tenido ocasión de mencionar las diferentes posibilidades de la sexualidad perversa en la pareja (Eiguer, A.; 1989, 1998). Uno o los dos cónyuges mantiene(n) una sexualidad perversa fuera de la relación, ocultándola, o la practican conjuntamente. En todos los casos, la vida de la pareja parece ser árida, sin intensidad, sin pasión. Los vínculos narcisistas, los que crean un sentimiento de proximidad y de encantamiento recíproco, que se expanden en proyectos futuros compartidos o en la impresión de unidad y orgullo, no están muy desarrollados. La sexualidad perversa vendría a dar una nota picante a una relación morosa o a un psiquismo en riesgo de derrumbe. Si la perversión se hace de a dos, no es raro que uno sea el instigador y que conduzca al cónyuge a practicarla con otras parejas, si la tendencia es querer llevarla al exterior. Existen diferentes grados de compromiso, de implicancia y de gravedad de cada pareja o miembro de la misma pareja. Pero aun si la pareja consiente al juego perverso o si se mantiene excluido, inclusive ignorando las prácticas perversas del otro en el exterior, está comprometido psíquicamente. En este último ejemplo, puede realizar vicariamente sus propios deseos sexuales transgresores. 

Las dos dimensiones, la ruina psíquica, emocional o imaginaria, y el odio, se encuentran con regularidad: odio del otro, al que se puede desear envilecer y corromper. En las parejas SM, la noción de falta es significativa; hacer experimentar el castigo por el dolor físico y el miedo, esto puede ir lejos en las formas extremas, como el bondage (acto de atar, impedir el movimiento usando cuerdas, cadenas, pañuelos, etc.), la tortura, o los juegos con la muerte, el estrangulamiento, la cogulla (encierro de la cabeza con una bolsa de plástico). 

Por cierto, los aspectos lúdicos no están excluidos, y permiten airear y endulzar la violencia. En las fiestas neofetichistas aparece el gusto por las vestimentas extravagantes. Pero en las sectas satánicas o de bebedores de sangre, los ritos crueles pueden terminar en la muerte. Es sabido que todas las sectas, ya sea que practiquen o no en su interior,  ritos sexuales, tratan de incorporar parejas; es más tranquilizador para afincar un adepto. O ayudan a los solteros a encontrar su pareja entre los otros adeptos. 

Conclusiones 

Termino mi exposición sobre las condiciones de la vida moderna y sus consecuencias acerca de los vínculos de familia, cuando estas los pervierten. 

La clínica nos orienta respecto de una de las causas mayores de la desavenencia de las parejas: la guerra de los géneros. La perversión toma también como terreno privilegiado el vínculo filial; la guerra de los géneros es su caldo de cultivo: Imponerse al otro género por su superioridad sirviéndose del hijo, de sus propias cualidades. Además, estando determinada la intersubjetividad por la necesidad de construir el vínculo, cada miembro teme que el otro no lo reconozca en su singularidad. Entre otras derivaciones, esto conduce a querer dominarlo. 

En la medida en que la libertad asusta, el temor a los progresos humanos hace temer la pérdida del control de la situación. Son siempre las mismas fragilidades las que potencian las rupturas y las tentativas perversas de apropiarse de los comandos de la relación. La seducción narcisista y la inducción de conductas son medios que se muestran útiles para ganar la batalla, ¡pero qué botín irrisorio! Un aura, una notoriedad arrancadas al precio de transformar la vida del hogar en una prisión mortalmente aburrida. 

Bibliografía Eiguer, A. (1989), Le pervers-narcissique et son complice, París, Dunod. Eiguer, A. (1997), Petit traité des perversions morales, París, Bayard. Eiguer, A. (2001), Des perversions sexuelles aux perversions morales, París, Odile Jacob. Eiguer, A. (2005), Nouveaux portraits du pervers moral, París, Dunod. Eiguer et al. (2007), La perversion dans l’art et la littérature, París, en prensa. Fromm, E. (1938), The Fear of Freedom (El miedo a la libertad), Londres, Routlege & Kegan Paul, 1963, 257 p. Hurni, M. y Stoll, S. (1996), La haine de l’amour, París, L’Harmattan Mozart, W.A. y Da Ponte, L. (1787), Don Giovanni, Editions de l’Opéra de París. “2008, 12” Pág. 46-60 Ricoeur, P. (1990), Soi-même comme un autre, París, Le Seuil. Romains, J. y Zweig, S. (1923), Volpone, según Benjohnson, París, Gallimard, 1950. Sartre, J.P. (1943), L’être et le néant, París, Gallimard, 1975 (nueva edición). Fecha de recepción: 29/05/08 Fecha de aceptación: 11/09/08 60 “2008, 12”

miércoles, 20 de enero de 2021

El psicoanálisis no hace buena a la gente

El psicoanálisis, más precisamente, no hace a nadie lo que no es. El mal aparece de entrada en la vida del sujeto: es todo lo que provoca enojo al objeto...y la calificacion de malo es tempranamente incoporada. 

"La indignidad del ser humano, incluyendo a los analistas, siempre me ha impresionado profundamente, pero, ¿por qué habrían de ser mejores los analistas y las analistas? El psicoanálisis contribuye a la integración pero no contribuye por si mismo a la bondad." De una carta de Freud a Putnam del 7 de junio de 1915.

La maldad perversa, masocosadismo, no ofrece ventajas al abandonarla; la maldad obsesiva, sí, e incluso, el lazo del yo con la maldad obsesiva es ambivalente. Aquí, la ganancia de placer que se obtiene al llevarla a cabo y la ventaja de que el sentimiento de culpa no aparece sentido por el individuo, sino que permanece en el estadío primitivo exterior al yo se transforman en resistencias insuperables.

La maldad obsesiva tiene un doble apoyo para sentirse culpable: se siente culpable porque es mal y se siente culpable porque en esa maldad se vehiculiza la sexualidad, lo cual también es malo. El obsesivo se gasta con formaciones reactivas altruistas con tal de no ser malo. Acumula maldad hasta un cierto momento, en que se cobra todas las deudas.

Con la crueldad, sería extrañísimo que alguien quisiera resolver algo si es una condición de placer, salvo en los casos en que la crueldad, está incluida como uno de los motivos de consulta o descubierta en sí mismo durante el análisis.

miércoles, 6 de enero de 2021

La posición perversa

El campo de la perversión ha presentado siempre dificultades a los analistas. En general se ha partido de la idea errónea y harto difundida de que “los perversos no consultan”. Esta afirmación es refutada ya por Freud, quien en su texto sobre el fetichismo refiere que en todo caso, no suelen consultar por el fetiche, en tanto este cumpliría una función estabilizadora respecto del horror frente a la castración, pero eso no deslinda que no haya una clínica posible de la perversión. En este sentido muchas veces los analistas se desorientan frente a algunos sujetos, porque no pueden localizar las coordenadas precisas que permitirían hablar de una posición perversa.

Salvando las distancias, en nuestra clínica nos hemos encontrado con niños que no presentaban una relación al Otro propia de la neurosis; donde lo que primaba era precisamente el producir la división del partenaire por la vía del ultraje al pudor. A partir de esos casos pudimos delimitar lo que dimos en llamar posiciones perversas en la infancia.1 Esto abrió un campo de trabajo, no para leer estructuras perversas donde no las hay, sino para delimitar ciertas formas de lazo al Otro que difieren claramente de la neurosis y de la psicosis.

Por otro lado, consideramos que la traducción literal del francés Autre jouissance, es un tanto desafortunada, y proponemos nominar a ese goce que es preciso distinguir del goce del Otro y del goce fálico, como goce de lo hetero. Lo escribiremos en itálicas con el fin de darle un estatuto diferente, en la medida que no quede reducido a un elemento compositivo del lenguaje, dependiente de alguna otra referencia (Ej. Heterodoxo, heterosexual, etc.) sino que nos interesa resaltar ese rasgo diferencial que introduce. Lo hetero estará en relación al vocablo griego ετερος. Alude al otro pero cuando hay dos, a diferencia de αλλος que simplemente alude a otro, diferente, distinto.2 Ese goce de lo hetero estará en relación al falo pero no quedará subsumido a él. Ponemos el acento entonces, en la radicalidad otra, con la que se presenta este goce. Ubicamos bajo el nombre de goce de lo hetero tres modalidades: el goce femenino, el místico y el goce que puede extraerse de la creación.3 En esta ocasión la pregunta se recortará alrededor de la diferencia entre goce del Otro y goce femenino.
¿Por qué nos decidimos a interrogar la posición perversa? Podemos afirmar que la posición perversa orienta a la hora de efectuar la distinción antes mencionada. Nos preguntamos ¿Cuál es la relación del perverso al goce del Otro y al goce femenino? Nuestra hipótesis puede formularse así: el perverso se vale de la suposición de goce en el Otro para recusar el goce femenino, que es indicio del no-todo.

La posición perversa: algunas coordenadas que orientan.
En la clase del 16 de Junio de 1965 Lacan señala el interés que le había suscitado ese año trabajar las “posiciones subjetivas del ser”,4 y aclara que “hay un cierto número de posiciones subjetivas verdaderamente concretas, a las cuales debemos atender”. Delimita la noción de posición, a nuestro criterio mucho más rica que la de estructura, a partir de tres coordenadas precisas: la posición del ser del sujeto; la del ser del saber y la del ser sexuado. El serhablante estará afectado entonces por el significante pero también tendrá un cuerpo de modo tal que, el efecto sujeto, la relación al saber y el modo en que asume o se tramita la sexuación, configuraran la posición subjetiva. Agrega por último un cuarto elemento: el objeto a, del cual se ocupará según lo afirma en el próximo seminario.5
Tomaremos estas coordenadas con el fin de situar las particularidades de la posición perversa y su relación tanto con el goce del Otro y el goce femenino.

1. El sujeto perverso: escamotear la división subjetiva.

En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”6 y en el seminario 10, el goce del Otro se presentará en torno a la relación particular que neuróticos y perversos establecen con el Otro. En el primero de los textos citados Lacan refiere el modo en que el goce del Otro se presenta en la neurosis. Lee dicho goce en relación a la castración y al fantasma. El goce del Otro se presentará como el goce que el neurótico le supone al Otro, bajo la figura de un Otro que quiere su castración. Lacan señala que dicho goce no existe, porque el Otro no existe y que esto se produce porque el neurótico identifica el lugar de la falta en el Otro con la demanda, de allí que el lugar del fantasma sea relevado por la fórmula de la pulsión.7 El neurótico ubicará el objeto en el campo del Otro, de allí la estructuración de la demanda, y la satisfacción pulsional se producirá a partir de bordear dicho objeto.

Ahora bien, mientras el neurótico rechaza quedar ubicado como objeto de goce del Otro, aportando su propia división subjetiva; el perverso se ofrece lealmente- dice Lacan- a ser ese objeto al servicio del goce; en un intento siempre fallido de restituirle el goce al Otro. Traspone la causa de deseo en imperativo de goce haciéndose soporte de una ley cuyo costo es la renuncia a su condición de sujeto para ofrecerse como objeto que tapona la castración en el Otro.
La repetición fija de una escena como condición de goce intenta apresar un goce que en definitiva siempre se escabulle, dejando velado para el perverso el lugar que él mismo ocupa para el Otro. Ambos dan cuenta así de un uso diferencial del fantasma y por ende un tratamiento diferente del goce del Otro. Dicho goce es para Lacan, fantasmático”.8

En la neurosis, entonces, el fantasma está situado todo él en el lugar del Otro9 -de allí que la división se produce cuando falta la falta-, pero en la perversión “el a se encuentra allí donde le sujeto no puede verlo, y el sujeto tachado está en su lugar.10 ¿Qué ocurre entonces con el circuito pulsional cuando el objeto no será buscado en el campo del Otro, sino que necesita reintroducirlo allí? El armado mismo del circuito pulsional se cortocircuita, requiriendo la emergencia de un “nuevo sujeto” para que la pulsión realice su recorrido.11 Pero paradójicamente ese nuevo sujeto no queda del lado del perverso sino del lado del partenaire. ¿Eso significa que no habría división subjetiva en la perversión? En modo alguno afirmaríamos algo así. Pero si conviene aclarar que no hay división subjetiva en el montaje de la escena perversa y de su realización: allí la división se presenta en el partenaire. Eso no significa que los perversos nunca se angustien o incluso que no se confronten con la sorpresa; sino que las coordenadas son otras. Habrá que rastrear allí aquellos momentos donde se encuentra imposibilitado de montar la escena: ya sea por ausencia de partenaire al cual dirigirse (sabemos que en última instancia se dirige al Otro, pero necesita del otro) o cuando algo del objeto que viene a operar como tapón no está presente para obturar el encuentro con la castración (aquí el modelo puede ser el fetichismo)

2. El saber y la verdad en la perversión.

En el Seminario 10, a propósito de Sade, Lacan demuestra como el perverso trabaja denodadamente para el Otro. Así, mientras el neurótico cree que el perverso es quien goza más allá de los límites que a él se le imponen, Lacan enfatiza el nivel de sometimiento del perverso al Otro: “Hace un gran esfuerzo y se agota hasta errar su objetivo, para realizar lo que, gracias a Dios, nunca mejor dicho, Sade nos evita tener que reconstruir, ya que lo articula como tal, o sea- realizar el goce de Dios”.(12)

El perverso se presenta como el portador de una cifra sobre el goce, que se especifica como un saber respecto a cómo gozar. Él cree hacerse un goce a su medida, pero Lacan será tajante al afirmar que sin la referencia al goce del Otro “es imposible abordar el problema de la perversión”.(13) Es en el intento de restituirle el goce perdido al Otro, que el perverso se vuelve instrumento del goce del Otro. El perverso suple, haciéndose él mismo objeto, la falla en el Otro.14 Se constituye en tapón y paga con su propio ser, a condición de mantener al Otro sin tachadura. El Otro como Otro cuerpo se transforma en el escenario donde el perverso intenta suplir el desgarro que el significante introdujo entre cuerpo y goce.

Entonces ¿Quién goza? Sin dudas no es el perverso. Por el contrario toda su labor está sostenida en que el goce reaparezca en el campo del Otro. Así, en el Seminario 16 dirá: “(…) el goce del que se trata es el del Otro. Naturalmente, hay un hiato. Ustedes no son cruzados. No se dedican a que el Otro, es decir no sé qué de ciego y tal vez de muerto— goce. Pero al exhibicionista eso le interesa. Es así, es un defensor de la fe”.15 Ese elemento central es precisamente el que queda opacado para el perverso, en la medida en que al relevar al objeto de su lugar, no le queda como serhablante acceso alguno a la verdad. La relación al partenaire se reduce a una técnica del cuerpo, que no habilita la pregunta por su lugar en la estructura.

Lacan sugiere que el perverso desconoce “al servicio de qué goce se ejerce su actividad”,16 y que mientras al sádico se le escapa su función de instrumento respecto al goce del Otro, su reducción misma al látigo que fustiga; al masoquista se le escapa que lo que busca es la angustia del Otro.17
Presentará al perverso finalmente, como un cruzado: como aquel que cree en el Otro. Y de este modo tal como en la religión, el perverso le deja la verdad de la causa al Otro,18 a condición de soportar la coagulación de un saber sobre el modo de gozar, que fija las coordenadas de la escena perversa, limitando y reduciendo el campo de goce.


3. La función del objeto. Dos modos de presentación paradigmáticas: la voz y la mirada.

Siguiendo con el Seminario 16, nos interesa resaltar la articulación que Lacan plantea entre objeto a y goce. Allí afirma que: “….el objeto a está en posición de funcionar como lugar de captura de goce”.19 Es ese objeto capturador de goce, el que el perverso intentará restituir en el campo del Otro, en pos de hacer existir el goce del Otro. Lacan afirma que el perverso intenta tapar el agujero del Otro: sabe de la castración y por ello se ve compelido a taponarla de alguna manera. En este sentido el goce tiene también su límite en el horizonte, contradiciendo el fantasma neurótico que le supone al perverso un goce absoluto. En todo caso la estrategia, como dijimos antes, es diferente.

En relación al objeto a y al Otro se hace inminente la importancia que la escena tiene para el perverso. Éste necesita siempre del partenaire, pero además esa escena está dirigida al Otro. En este sentido no habría estrictamente hablando “acto” perverso, si entendemos a este último por fuera del Otro o en todo caso, prescindiendo del Otro. El perverso necesita de la suposición de la existencia del Otro, recuperándolo bajo la forma de alguno de los objetos: la voz en el masoquista, la mirada en el exhibicionista. Es en el mismo instante en que el imperativo se presentifica asignando el lugar de resto al sujeto; o cuando la mirada surge en el encuentro con lo que se da a ver, que la escena perversa queda establecida.

Lacan dirá entonces que el exhibicionista vela por el goce del Otro, y que intenta lograrlo haciendo surgir la mirada en el campo del Otro. Señala que si esto es posible es porque el goce ha desertado del campo del Otro.
El voyeur, a diferencia del exhibicionista, interroga en el Otro lo que no puede verse. Aquí establece una lógica más solidaria al falo, y el objeto cobra la forma de lo que falta. El voyeur se hace mirada, para no ver, o para ver nada, en la medida en que la condición para que la escena se sostenga implica el espiar a través de una ranura, con el riesgo de ser descubierto, intentando capturar ese goce que siempre se escapa.

En cuando al sadismo y al masoquismo Lacan va a correr el eje del tema del dolor, tanto si es infligido o si es sentido, para replantear las cosas a partir de la incidencia de la voz. Mientras el masoquista intenta ser relevado del lugar de sujeto de discurso, apunta a través del contrato a que la voz como imperativo recaiga sobre él, reduciéndolo a la función de objeto resto; el sádico intenta imponer su voz al partenaire, quitándole a este la palabra. Por eso no hay goce posible entre un sádico y un masoquista: ambos necesitan un partenaire que se sienta interpelado por la posición que es llamado a ocupar, solo hay lugar para que uno ocupe el lugar de objeto, de allí que al perverso le interesa que el otro conserve su posición de sujeto. Así, Lacan dirá que la voz puede estar instaurada en el Otro de un modo perverso o neurótico, teniendo por cierto consecuencias diversas.

4. La perversión como recusación del goce femenino.

Con el fin de desarrollar este apartado tomaremos como referencia el Seminario 20 y en particular la clase VII20 donde Lacan, al momento de dar cuenta de la posición sexuada, se ve llevado a tener que hacer referencia a la perversión. Es un seminario de viraje, fundamentalmente porque el Otro no es ya el Otro simbólico, sino que si hay de lo Uno, el Otro, dice Lacan- “ha de tener forzosamente alguna relación con lo que aparece del otro sexo”.21 Otro sexo respecto a lo que se inscribe: el falo como significante. Ese goce fálico se recorta precisamente como fuera de cuerpo y la pregunta que le insiste a Lacan es qué se hace no ya con el goce fálico, sino con el goce del cuerpo. Ubica las ya consabidas fórmulas de la sexuación delimitando dos campos: el lado hombre y el lado mujer, aclarando que ubicarse en uno o en otro es algo “electivo”.22 Un hombre puede estar en posición femenina, una mujer enarbolar las insignias fálicas.

Ahora bien, del lado hombre para poder acceder a una mujer, para que el goce no se reduzca al goce masturbatorio- goce del idiota- el hombre tendrá que dirigirse al otro campo, donde se aloja la función de la causa. Tendrá que ir más allá del falo para salir de “la perversión polimorfa del macho”.23 Del lado mujer, se instituye una relación diferente con lo real, en la medida en que la mujer se encuentra claramente dividida en su goce: se dirige al falo, pero también al S(%) inaugurando un goce en el cuerpo, que no es sin la castración pero que es suplementario al falo. Es un goce fuera de discurso: no hay significante que lo nombre, no queda capturado por el falo, sino que está en relación a esa hiancia que se abre entre dos formas de la falta. Es en esa abertura de los vectores que Lacan aloja el objeto a. Es por estar desdoblada entre el falo y el significante de la falta en el Otro, que la mujer es no-toda.24

¿Podemos a partir de aquí establecer alguna especificidad de la posición perversa? Consideramos que una primera aproximación al tema nos permite cernir un modo preciso de respuesta: el perverso al relevar al objeto del lugar de la causa, intenta colapsar esa hiancia que se abriría entre el falo y el S(%). Si el encuentro con el otro sexo (entiéndase- otro respecto de la función fálica) es análogo al encuentro con lo real de la castración, ya sea por la vía de corroborar que no hay complementariedad entre los sexos, o porque abre a la contingencia del encuentro con un goce totalmente hetero; la maniobra perversa consiste en recusar el goce femenino.
La fijeza del objeto fetiche pero también del contrato masoquista nos orienta en esta vía. Nada debe escapar a la escenificación misma, y por ende a sus propias reglas. Lejos de ser un goce sin límites, es un goce encorsetado por el fantasma, que le permite suponer un goce en el Otro, que él mismo puede suturar haciéndose instrumento de goce.

Hablamos de recusación y no de rechazo. Se trata de un término extraído del campo jurídico y para el derecho recusar no es sinónimo de invalidar una función, sino que se la declara no competente en una causa.25 Para la RAE, en su segunda acepción implica: “Poner tacha legítima al juez, al oficial, al perito que con carácter público interviene en un procedimiento o juicio, para que no actúe en él”.26 Es decir que es un modo de dejar fuera de juego algo que se sabe, forma parte de éste. Volviendo al Seminario 20, Lacan afirma: “Si con ese S(%) no designo otra cosa que el goce de la mujer, es porque señalo allí que Dios no ha efectuado aún su mutis”.27 Lacan aclara que no hay que confundir ese significante de la falta en el Otro, con el objeto a. ¿No es precisamente esa la maniobra perversa: superponer en el lugar estructural de la falta, el objeto a, a condición de relevarlo él mismo? Restituir el goce perdido al Otro sería el efecto de una recusación previa que les permite sostener una “subversión de la conducta que se apoya en un savior-faire, una habilidad ligada a un saber, el saber de la naturaleza de las cosas, un acoplamiento de la conducta sexual con lo que es su verdad, o sea, su amoralidad”.28

El perverso no desconoce qué ð Mujer no existe, sabe de la tachadura que pesa sobre ella y que la hace no-toda, pero al dejar el objeto de su lado, cortocircuita el pasaje al otro campo. Queda como pregunta la articulación de esta posición con la función paterna. Si recordamos la propuesta lacaniana que sostiene que “Un padre no tiene derecho al respeto, si no al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el dicho respeto está —no van a creerle a sus orejas— père-versement orientado, es decir hace de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo”.29 No podemos dejar de preguntarnos si tal operación no se ha jugado así en la perversión donde, no se trataría de un padre no castrado, sino de un padre no deseante respecto de una mujer, un padre que no cruzó el umbral para encontrar algo de la causa.

1 Iuale, L; Lutereau, L; Thompson, S. (2012) Posiciones perversas en la infancia. Buenos Aires: Letra Viva. 2012.
2 Diccionario Manual Griego clásico- Español. Barcelona: Vox. Romanya Valls, 2008.
3 No los estamos homologando, en modo alguno creemos que sea lo mismo el goce femenino, el místico y el de la creación, pero es cierto que es posible hallar alguna línea de continuidad entre ambos, en los tres están referidos al goce fálico, pero este no los subsume.
4 Lacan, J. (1965). El seminario. Libro 12: Problemas cruciales del psicoanálisis. Clase del 16/6/1965. Inédito.
5 Se refiere al Seminario 13. El objeto del psicoanálisis. Inédito.
6 Lacan, J. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”. En Escritos 2. Siglo XXI, 2008, p. 783.
7 Ibíd., p. 785-6.
8 Lacan, J. (1962-63). El Seminario. Libro 10: La angustia. Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 178.
9 Ibíd., p. 60
10 Ibíd.
11 Lacan, J. (1964). El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1987.
12 Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p 180.
13 Lacan, J, (1967). El seminario. Libro 14: La lógica del fantasma. Clase del 15-2-67. Manuscrito no publicado.
14 Lacan, J. (1968-69). El seminario 16: De un Otro al otro. Buenos Aires: Paidós, 2008, p. 241.
15 Ibíd., p. 233
16 Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p. 164.
17 “El masoquista […] ¿cuál es su posición? ¿Qué le enmascara su fantasma de ser el objeto de un goce del Otro?- que es su propia voluntad de goce, porque después de todo el masoquista no encuentra forzosamente su pareja […]. ¿Qué enmascara esta posición de objeto- sino equipararse el mismo, ponerse en la función de la piltrafa humana, de aquel pobre desecho de cuerpo separado que nos presentan aquellas telas? Por eso digo que la mira del goce del Otro es fantasmática. Lo que se busca, es en el Otro, la respuesta a esa caída esencial del sujeto en su miseria final, y dicha respuesta es la angustia”. Lacan, J. (1962-63). Op. Cit.,p. 178.
18 Lacan, J. (1966) “La ciencia y la verdad”. En Escritos. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
19 Lacan, J. (1968-69)., Op. Cit., p. 227.
20 Lacan, J. (1972-73). El seminario 20: Aun. Buenos Aires: Paidós, 2002.
21 Ibíd., p. 85
22 Ibíd., p. 88
23 Ibíd.
24 Ibíd., p. 98.
25 Juan Dobon y Gustavo Hurtado hablarán de recusación del goce fálico, en relación a la presentación de ciertas modalidades de goce en las adicciones. Puede verse: Dobon, J- Hurtado,G (comp): Las drogas en el siglo ¿qué viene? Buenos Aires: FAC- ARDA, 1999
26 Diccionario de la Lengua Española (1992) 21º Edición. Madrid, 2000.
27 Lacan, J. (1972-73). Op. Cit., p. 101.
28 Ibíd., p. 105.
29 Lacan, J. (1975). El seminario. Libro 22: RSI. Clase del 21/01/1975. Inédito.

Fuente: Iuale, Luján "La posición perversa" - Imago Agenda