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lunes, 18 de agosto de 2025

¿Cuál es la diferencia entre las neurosis actuales y las neurosis narcisísticas?

 Neurosis actuales y neurosis narcisísticas son dos nociones freudianas que suelen confundirse pero pertenecen a momentos distintos de la obra de Freud.

1. Neurosis actuales

Freud las introduce muy temprano, en los Estudios sobre la histeria (1893-95) y en Las neuropsicosis de defensa (1894).

  • Ejemplos: neurastenia, neurosis de angustia, hipocondría (en sus primeras clasificaciones).

  • Causa principal: no se explican por conflictos psíquicos reprimidos (como las neurosis de transferencia: histeria, neurosis obsesiva), sino por un factor somático inmediato relacionado con la vida sexual. Freud hablaba de “perturbaciones en la economía de la excitación sexual” (por ejemplo, coitus interruptus, abstinencia, masturbación excesiva).

  • Mecanismo: exceso o estasis de excitación que el aparato psíquico no logra tramitar, y que se descarga en forma de síntomas físicos o ansiosos.

  • Carácter clínico: síntomas más corporales que psíquicos (fatiga, irritabilidad, angustia difusa, somatizaciones), sin la elaboración simbólica y la “escena inconsciente” típica de la histeria u obsesión.

En síntesis: no tienen origen en conflictos inconscientes, sino en una perturbación actual del funcionamiento sexual.

2. Neurosis narcisísticas

La noción aparece recién en 1914, en Introducción al narcisismo, cuando Freud reformula su metapsicología.

  • Ejemplos: esquizofrenia (entonces llamada dementia praecox), melancolía, paranoia.

  • Causa principal: no se trata de una “estasis somática”, sino de un retiro de la libido de los objetos hacia el propio yo (narcisismo). La libido ya no circula hacia representaciones objetales, sino que queda investida en el propio yo, produciendo empobrecimiento del vínculo con la realidad.

  • Mecanismo: la libido objetal se retrae, y se refuerza el narcisismo. Esto hace que el paciente sea difícil de alcanzar en la transferencia, pues no dirige libido hacia el analista ni hacia el mundo.

  • Carácter clínico: alteraciones del pensamiento, ruptura con la realidad, empobrecimiento de la relación con los otros.

En síntesis: son psicosis explicadas por una perturbación del destino de la libido (retirada hacia el yo en vez de los objetos).

Diferencia clave

  • Neurosis actuales: ligadas a un factor somático actual, sin conflicto psíquico inconsciente.

  • Neurosis narcisísticas: ligadas a un destino de la libido (retirada al yo), explican ciertas psicosis.

jueves, 3 de abril de 2025

La melancolización en la neurosis

 Sigmund Freud identificó en la clínica a pacientes que, tras perder a un ser querido o algo significativo en sus vidas (un vínculo, un trabajo, un ideal, un proyecto), caían en un estado de quiebre subjetivo profundo. Para estos sujetos, la pérdida no se elaboraba como un duelo común, sino que los sumía en un abismo del que parecían incapaces de salir.

Clave Clínica: La Perturbación Narcisista

Freud subraya que el rasgo central de la melancolía es una profunda afectación del narcisismo. Esta se manifiesta en una degradación de la autoestima, con autoacusaciones severas y sentimientos de culpa desproporcionados.

Indicadores Clínicos del Sujeto Melancólico

  • Experimenta una falta de deseo y una subjetividad apagada.

  • Se autocrítica con dureza, viéndose a sí mismo como incapaz e indigno.

  • Expresa un pesimismo absoluto sobre su futuro.

  • Obtiene una suerte de “satisfacción sufriente” al hablar de sus defectos.

  • Muestra apatía, lentitud en sus movimientos y habla.

  • Puede padecer insomnio y rechazo a la alimentación.

Orígenes de la Melancolía en la Historia Subjetiva

La clínica revela que, en los primeros años de vida, el sujeto melancólico suele haber carecido de una identificación narcisista suficientemente sólida. Es decir, el Otro primordial (cuidadores principales) no logró transmitirle una imagen de sí mismo valiosa y amable.

Lacan conceptualiza esto como una fallida operación de alienación fundante, un déficit de amor temprano que impide al sujeto construir un Yo fuerte. Como consecuencia, la separación de este Otro también fracasa: por haberlo tenido poco, no puede soltarlo. Esta dificultad estructural le impide elaborar normalmente las pérdidas en la adultez.

"La Sombra del Objeto ha Caído sobre el Yo"

La frase de Freud describe cómo el sujeto melancólico, privado de un amor primordial suficiente, experimenta un colapso de su pulsión de vida. Su Yo queda dominado por una imagen oscura y empobrecida, que lo sumerge en el abatimiento y la desesperanza.

Este proceso psíquico se traduce en una identificación con un objeto sombrío que se convierte en la fuente del sufrimiento melancólico.

Abordaje Clínico: Intervenciones en la Melancolización Subjetiva

El trabajo analítico busca generar movimientos psíquicos que permitan al sujeto desidentificarse de ese objeto sombrío. Para ello, se implementan estrategias como:

  • Historización de su vida: Construir un relato de su historia más allá del monólogo depresivo.

  • Señalamiento de aspectos valiosos del sujeto: Ayudarlo a registrar su deseo y su potencial.

  • Intervención interdisciplinaria: En algunos casos, el apoyo psiquiátrico y el uso de psicofármacos pueden ser necesarios para evitar que el paciente abandone el tratamiento o llegue a poner en riesgo su vida.

El desafío clínico radica en introducir una perspectiva que permita al sujeto salir del encierro psíquico y abrirse a la posibilidad de desear nuevamente.

sábado, 19 de octubre de 2024

Las Neurosis Narcisisticas “El Fracaso de la Ternura”

El Inconsciente se origina en la Invalidez Infantil, un estado en el que el infante, por la falta de una palabra propia, tiene pocas oportunidades de generar pensamientos que puedan ser recordados conscientemente en el futuro. Sin embargo, todo lo que se inscribe en este período contribuye a la constitución del Inconsciente.

La Ternura Parental, según Fernando Ulloa, implica un acto de renuncia al apoderamiento del infante, reconociendo al niño como un sujeto único y diferente. Este acto se convierte en una instancia ética, y a través de la mediación de la ternura, se generan en el niño sentimientos de confianza y rechazo hacia lo que le perjudica.

El fracaso de la ternura parental puede darse tanto por exceso como por carencia. En el caso de un exceso, las figuras parentales se apoderan del sujeto infantil para satisfacer sus propias necesidades, lo que compromete la autonomía del niño y puede llevar a relaciones simbióticas que bordean la psicosis. En el caso de una carencia, el niño se enfrenta a un duelo difícil por la pérdida de algo que nunca ha tenido, lo que puede llevar a la creación de vínculos sustitutivos de carácter adictivo, como ocurre en las adicciones.

Cuando la ternura parental falla por exceso, el sujeto infantil queda atrapado en relaciones simbióticas que comprometen su autonomía. Si la ternura parental falla por carencia, el sujeto infantil tiende a organizar relaciones adictivas, en las que se cambia de objeto pero no de estilo relacional, como ocurre con un alcohólico que cambia de bebida pero no deja de beber.

La Ternura Parental es un pilar fundamental en la fundación de la Condición Humana, actuando en el tiempo de la invalidez infantil. Es el don necesario para sobrevivir, proporcionando el reconocimiento de que el infante es un otro único y diferente, hasta que alcance su autonomía futura.

lunes, 11 de septiembre de 2023

De las neurosis narcisistas a la “clínica de los bordes”

 RESUMEN En el último ordenamiento nosológico de Freud (1924/1927) encontramos ya establecidas las categorías de neurosis, perversión y psicosis, formuladas luego por Lacan como estructuras subjetivas, así como una categoría que Freud opta por diferenciar de neurosis y psicosis, llamada “psiconeurosis narcisistas”, heredera de las “neurosis narcisistas” de 1914. Si consideramos el modo en que las distintas escuelas del psicoanálisis retomaron esta categoría, nos topamos con una amplia diversidad de posiciones. Se abre así un vasto ámbito de trabajo en el marco de lo que podríamos llamar la “historia conceptual del psicoanálisis”, que entronca con una tradición en parte independiente de investigaciones en la historia de la psicopatología y la psiquiatría. Ese trabajo comprende la elucidación de los diversos ordenamientos nosológicos que se fueron articulando en el campo del psicoanálisis. Más específicamente, importa dilucidar posibles relaciones entre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas y otros constructos utilizados con posterioridad y que dan cuenta de un campo clínico similar, para el que suele utilizarse la nominación de “clínica de los bordes”. Esa elucidación es esperable que nos lleve a precisar las referencias estructurales que manejamos a partir de Lacan, y a orientarnos en la lógica de la cura analítica en este campo.

Introducción 

Las elaboraciones freudianas fueron delimitando una serie de afecciones, de las que fue conceptualizando su operatoria específica y los modos de padecimiento propios, así como la forma en que se planteaba en cada una de ellas el conflicto central. En su último ordenamiento nosológico (1924/1927) encontramos ya establecidas las categorías de neurosis, perversión y psicosis, formuladas luego por Lacan como estructuras subjetivas, así como una categoría que Freud opta por diferenciar de neurosis y psicosis, llamada “psiconeurosis narcisistas”, heredera de las neurosis narcisistas de 1914. Allí ubica como conflicto central la tensión entre el yo y el superyó, y como paradigma de estas afecciones la melancolía, en la que esa tensión es notoria. Si consideramos el modo en que las distintas escuelas del psicoanálisis retomaron el ordenamiento freudiano -y particularmente esta cuarta categoría nosológica- nos topamos con una amplia diversidad de posiciones. Hay cierto consenso, sin embargo, en el lugar que tendrían en ese campo las alteraciones del narcisismo. Esto podría llevar a retomar la categoría freudiana, cosa que sólo algunos autores han hecho explícitamente. Hay entonces, en la literatura psicoanalítica, una variedad de denominaciones y descripciones clínicas, que parecen retomar en mayor o menor medida el constructo establecido por Freud. Se abre así un vasto ámbito de trabajo en el marco de lo que podríamos llamar la “historia conceptual del psicoanálisis”, que entronca con una tradición en parte independiente de investigaciones en la historia de la psicopatología y la psiquiatría. Ese trabajo comprende la elucidación de los diversos ordenamientos nosológicos que se fueron articulando en el campo del psicoanálisis. Más específicamente, importa dilucidar posibles relaciones entre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas y otros constructos utilizados con posterioridad y que dan cuenta de un campo clínico similar. 

De Freud al psicoanálisis anglosajón 

El interés freudiano por el campo del narcisismo comenzó en las proximidades de 1910. En Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (Freud, 1910), Freud utilizó por primera vez el término “narcisismo”, referido al problema de la homosexualidad masculina |Nota: esto es un error. El término aparece por primera vez en una nota al pie en "Tres ensayos"|. Un año más tarde, en su texto sobre el caso Schreber (Freud, 1911), formuló una hipótesis etiológica que ligaba la esquizofrenia a una fijación en el autoerotismo y la paranoia a una fijación narcisista. Estos antecedentes fueron retomados en la Introducción del narcisismo (Freud, 1914), donde Freud agregó a su nosología la categoría de neurosis narcisistas, a las que diferenciaba de las “neurosis de transferencia” por el retiro libidinal sobre el yo y la imposibilidad de establecer la transferencia, en ausencia de la función de la fantasía como sostén de la existencia psíquica del objeto. En Duelo y melancolía (Freud, 1915-17), Freud hizo extensiva a la melancolía la categoría de neurosis narcisistas que un año antes aplicara a paranoia y esquizofrenia, ubicando lo específico de esta afección en una identificación narcisista con el objeto perdido. La introducción de la segunda tópica (Freud, 1923) fue seguida de una reformulación nosológica (Freud, 1924) en la que Freud opuso neurosis y psicosis a partir del conflicto dominante (yo-ello en las neurosis, yo-mundo exterior en las psicosis), conservando la categoría de “psiconeurosis narcisistas” para la melancolía, en la que planteó como conflicto dominante la oposición yo-superyó. 

A partir de mediados de los años ’30, se hizo evidente la creciente delimitación de las escuelas. Los autores de la Escuela Inglesa tendieron a pensar los distintos estados patológicos como producto del tipo de defensas predominantes, y a sostener que existían distintos “repertorios defensivos” que formaban una gradación entre la patología psicótica y la neurótica, sin que existiera una frontera nítida entre ambas. Esta concepción aparentemente volvió superflua la categoría de neurosis narcisistas, que desapareció de la literatura. Sin embargo, en el año 1954, Donald Winnicott utilizó por primera vez el término “falso self” (Winnicott, 1954) para aludir a una estructura defensiva que el niño utiliza para adaptarse al medio y proteger su “verdadero self” de supuestas amenazas, a costa de una existencia desprovista de entusiasmo y de vitalidad. Sentaba así las bases para la investigación de patologías que no tomaban la forma ni de psicosis francas ni de neurosis clásicas. En 1957, Wilfred Bion desarrolló, profundizando líneas ya abiertas en la Escuela Inglesa, la idea de una “parte psicótica” y una “parte no psicótica” de la personalidad, definiéndolas como dos modos del funcionamiento mental que coexisten en mayor o menor medida en todo ser humano. Los últimos desarrollos significativos de esta escuela datan de principios de los ‘70. En Realidad y juego (Winnicott, 1971), Winnicott definió un “caso fronterizo” (borderline) como “aquél en el cual el núcleo de la perturbación del paciente es psicótico, pero éste posee una suficiente organización psiconeurótica”. Ese mismo año, Herbert Rosenfeld teorizó el “narcisismo destructivo” y sistematizó la organización narcisista, considerando el narcisismo como defensa y repliegue regresivo ante las primeras ansiedades aterradoras. Parecía legitimarse así la necesidad de considerar algún tipo de organización “intermedia” entre psicosis y neurosis, de algún modo vinculada al campo del narcisismo. 

En los trabajos de la Escuela Americana, la categoría de neurosis narcisistas está ausente. En su lugar, encontramos la consolidación de la noción de estados u organizaciones límites (borderlines), que los analistas de esta corriente vincularon más o menos explícitamente al campo del narcisismo. En 1936, Stern retomó el término psiquiátrico “borderline” (introducido 1884 por Hughes), para designar un grupo de pacientes con sentimiento difuso de inseguridad, hiperestesia afectiva y desfallecimiento de la estima de sí mismos, todo ello atribuido a una carencia narcisista fundamental. En 1952, Wolberg precisó que los pacientes “borderlines” presentan, de forma estable, en sus relaciones interpersonales mecanismos repetitivos de índole sadomasoquista y un predominio de defensas más arcaicas que las utilizadas por pacientes neuróticos y, contrariamente a los psicóticos, un criterio de realidad preservado. En 1959, Melitta Schmideberg describió los “estados límites (borderline)” como una organización “estable en su inestabilidad”, “limítrofe de las neurosis, de las psicosis psicógenas y de la psicopatía”. En 1971, Kohut propuso que los “trastornos narcisistas de la personalidad” se ubicaban entre las psicosis y cuadros “fronterizos” (que hacía equivalentes de las pre-psicosis) y las neurosis de transferencia, y atribuyó a las personalidades narcisistas una incapacidad para regular su autoestima y su necesidad de confirmar una imagen grandiosa de sí mismos, insistiendo también en el papel patógeno de las decepciones narcisistas, la ausencia de empatía y la inadecuación a las necesidades del niño por parte de los padres. En 1975, Kernberg puso el acento en que las distorsiones relacionales precoces estaban condicionadas por las características estructurales del yo, que él consideraba patológicas ya en la infancia. 

A partir de Lacan 

Los trabajos de la Escuela Francesa están desfasados en varias décadas con respecto a los de las Escuelas Inglesa y Americana, debido al peso que en esa escuela ejerció la concepción estructural de Jacques Lacan. Es significativo que hasta mediados de los ’50 Lacan hiciera varias referencias a lo que denominaba “neurosis de carácter”, donde ubicaba, por ejemplo, al Hombre de los Lobos. A partir de 1955, con su mayor acercamiento al pensamiento estructuralista, esas referencias desaparecieron, y en cambio se impuso su tripartición neurosis-perversión-psicosis. Lacan siempre mantuvo cierta ambigüedad con respecto al carácter exhaustivo o no de esa tripartición y, si bien cuestionó teóricamente las categorías de “casos-límite” o “borderlines”, discutió hasta el final de su enseñanza sus particularidades clínicas. A pesar del carácter abierto de los planteos de Lacan, sus seguidores consideraron que la lectura estructural dejaba por fuera, como conceptualmente impropia, cualquier categoría diagnóstica que no se encuadrara en las tres reconocidas en Lacan. 

Tanto es así que sólo a partir de la muerte de Lacan el tema comenzó a ser objeto de una discusión sistemática. Así, se sucedieron desde 1981 una serie de ensayos que retomaron el problema de aquellos casos ubicados en los “bordes” de la neurosis, o en una posición que directamente cuestionaba el alcance de la tripartición clásica. En 1981, Jean-Claude Maleval publicó su libro Locuras histéricas y psicosis disociativas (Maleval, 1981), en el que abogaba por el reconocimiento de un campo constituido por las locuras, como diferente de las psicosis. En 1993, y en el marco de un creciente interés en el psicoanálisis lacaniano por la clínica de los pacientes graves no psicóticos, Haydée Heinrich publicó Bordes de la neurosis (Heinrich, 1993), texto en el que definió este campo clínico en función de las categorías lacanianas, como el “borde real de las neurosis”. Heinrich incluyó allí los fenómenos psicosomáticos, los trastornos de la alimentación y las adicciones, y entre las consideraciones teóricas desarrolladas en este texto, la autora hacía mención a una falla en los tiempos del Edipo (específicamente en el tercero). En 1995 apareció el ensayo de Silvia Amigo, Clínica de los fracasos del fantasma (Amigo, 1995), llamado a ejercer una influencia considerable en los años que siguieron. Planteaba allí que, en ciertas neurosis graves, la elaboración del fantasma como respuesta a la pregunta por el lugar del sujeto en el Otro sería fallida, condicionando una serie de fenómenos clínicos distintos de las formaciones (por ejemplo, sintomáticas) de las neurosis “clásicas”, tales como las actuaciones y ciertos trastornos de la alimentación. Entre otras hipótesis, Amigo proponía que este “fracaso del fantasma” estaría en parte determinado por haber ocupado el sujeto en exceso el lugar de sutura de la castración materna, imposibilitando la distancia necesaria para elaborar su propia respuesta a la falta. En 1996 se publicó un segundo texto de Haydée Heinrich, titulado Cuando la neurosis no es de transferencia (Heinrich, 1996), en el que retomaba, utilizando los conceptos lacanianos, el tema freudiano del obstáculo a la transferencia, que había dado lugar a la categoría de neurosis narcisistas. En 1999, Jean-Jacques Rassial editó su obra El sujeto en estado límite (Rassial, 1999), en la que invitaba a repensar los “estados límites” desde una lectura lacaniana. Consideraba allí que, a partir de los últimos trabajos de Lacan, era posible otorgarle al estado límite un valor conceptual, distinguiéndolo de otros estados vecinos pero situados del lado de las neurosis, perversiones o psicosis. Para ello apelaba a la noción de “forclusión local”, postulando que la inscripción del Nombre-del-Padre fracasaba allí de modo parcial. Ese mismo año se publicó la compilación Los bordes en la clínica (Delgado, 1999), bajo la dirección de Osvaldo Delgado, que abre la discusión sobre lo que el término “bordes” podría implicar dentro de una conceptualización lacaniana del sujeto. En 2002 apareció la compilación de ensayos de Massimo Recalcati titulada Clínica del vacío (Recalcati, 2002), en la que proponía agrupar en una serie casos de psicosis y otros que no lo son, como ciertas anorexias, en torno al lugar central que en ellos ocupa la referencia al vacío. De 2005 es el libro de Élida E. Fernández, Algo es posible. Clínica psicoanalítica de locuras y psicosis (Fernández, 2005), en el que dedicaba dos capítulos a las locuras. En 2011 se publicaron dos nuevos textos que tenían como tema la cuestión de las locuras, como campo distinto tanto de las psicosis como de las neurosis “clásicas”: Las locuras según Lacan, de Pablo Muñoz (Muñoz, 2011) y No se vuelve loco el que quiere, de Alicia Hartmann (Hartmann, 2011). Significativamente, este último libro llevaba como subtítulo Vicisitudes de las afecciones narcisistas, revelando así el nexo con la interrogación freudiana. En 2013, la obra de Haydée Heinrich Locura y melancolía (Heinrich, 2013) propuso a la melancolía como paradigmática de una serie de situaciones clínicas encuadradas en la “clínica de los bordes”, retornando una vez más sobre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas. Esa lista no es por supuesto exhaustiva, y sólo traza un recorrido en el psicoanálisis lacaniano. 

Estos trabajos volvieron a abrir a la discusión la existencia de un campo clínico heterogéneo pero con ciertas particularidades que pueden pensarse en términos estructurales. En su diversidad, los trabajos citados parecen coincidir en situar estos casos en el ámbito de la neurosis, apuntando a un “borde real” de ese campo. Como rasgos estructurales, ubicaríamos en primer término la particular dificultad del sujeto para situarse en relación a la falta en el Otro, que sin embargo no deja de estar inscripta. Ello va de la mano de una impasse en la función fálica, que se traduce -entre otros puntos- en una caída del valor propio y el sentimiento de vitalidad, y en la desmesura que caracteriza la afectividad y el accionar de estos pacientes, así como en fallos puntuales en la sexuación. También, como elaboró Amigo (Amigo, 1995), en el fracaso del fantasma como respuesta y marco fundamental del sujeto. Como consecuencia de ella, encontramos una fragilidad narcisista particular y una emergencia recurrente y muchas veces masiva de la angustia, que suele precipitar respuestas en la vía del acting out y el pasaje al acto. Los vínculos suelen estar marcados por un carácter pasional y ambivalente, y las identificaciones -tal como subrayó Freud (Freud, 1915-17) y retomó entre otros Recalcati (Recalcati, 1997)- se dan no al modo parcial que Freud sitúa en las neurosis “típicas”, sino al modo de una indiferenciación con el otro. 

Dentro de los autores no lacanianos, mencionaremos en primer lugar a André Green (Green, 1983), quien desde mediados de los años ’70 se dedicó al estudio de los “casos fronterizos”, planteando que en éstos la defensa predominante sería la escisión, y además que las pulsiones parciales (unidas a objetos parciales) pondrían al yo bajo amenaza de la fragmentación. Green propuso que sería necesaria “una narcisización previa del yo con miras a establecer una relación de objeto”. Esta narcisización del yo requeriría una operación de ligazón, con intervenciones que liguen los jirones del discurso del paciente, pues la dificultad principal estaría dada por el déficit de simbolización. 

Desde unos años antes, Bergeret había comenzado sus trabajos sobre los “estados límite”. Este concepto correspondería a los pacientes que quedaron fijados a una deficiencia narcisista de base a raíz de la cual no se permitió la integración del Edipo, y como consecuencia se impidió el ingreso a la problemática neurótica. Bergeret planteaba que el “estado-límite” era una estructura en potencia que no había alcanzado el estatuto estructural definitivo y que no pertenecía ni a las neurosis ni a las psicosis. Él y sus continuadores consideraron como trastorno dominante en los borderlines los síntomas depresivos que, llevados al extremo, podrían definir un tipo de depresión llamada “esencial”. Se advierte en estos autores un mayor diálogo con las Escuelas Americana e Inglesa, así como un acento mayor que entre los autores lacanianos en la problemática del narcisismo. Como rasgo común con las lecturas lacanianas, encontramos referencias a la “estructura”, pero este término parece utilizarse de un modo más laxo, ya que se considera, por ejemplo, la noción de estructuras inacabadas, noción que habría que precisar. 

Conclusiones 

Hemos recorrido un arco temporal y teórico que va de las elaboraciones freudianas sobre el narcisismo y las “neurosis narcisistas” a las conceptualizaciones y problemas que se enmarcan en los desarrollos de la Escuela Francesa, en torno de la referencia a la “clínica de los bordes”. En ese recorrido hemos situado asimismo un conjunto de rasgos clínicos que permiten agrupar una diversidad de presentaciones en un campo reconocible en sus particularidades. Ese reconocimiento, por otra parte, lo hemos traducido en una serie de coordenadas estructurales que distintos autores permiten establecer. 

El debate continúa abierto, y atraviesa la multiplicidad de concepciones teóricas del psicoanálisis. Es preciso un trabajo de investigación conceptual que facilite la discusión entre las distintas posiciones y una mejor delimitación del campo clínico. En el ámbito del psicoanálisis que se referencia en Lacan, esa elucidación, junto con la permanente remisión a la clínica, es esperable que nos permita seguir precisando las particularidades estructurales que, como corolario, nos permitirán orientarnos en la dirección de la cura. Ésta no puede ser aquí la misma que en otros campos, y estará fuertemente sujeta -tal como planteó Lacan para el caso de las psicosis- a lo que podamos establecer sobre la posición del sujeto en la estructura. 

BIBLIOGRAFÍA 

Amigo, S. (1995/2005) Clínica de los fracasos del fantasma. Rosario: Homo Sapiens. 

Bercherie, P. (1980/1999) Los fundamentos de la clínica. Manantial: Buenos Aires. 

Fernández, E. (2005) Algo es posible. Clínica psicoanalítica de locuras y psicosis. Letra Viva: Buenos Aires. 

Freud, S. (1915-17/1996) Duelo y melancolía. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1923/1996) El yo y el ello. En Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1914/1996) Introducción del narcisismo. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1924/1996) Neurosis y psicosis. En Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1911/1996) Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoïdes) descripto autobiográficamente. En Obras Completas, vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu. Freud, S. (1910/1996) Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. En Obras Completas, vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu. 

Green, A. (1983/2005) Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu. 

Hartmann, A. (2011) No se vuelve loco el que quiere. Letra Viva: Buenos Aires. Heinrich, H. (1993) BordeS de la neurosis. Rosario: Homo Sapiens. 

Heinrich, H. (1996) Cuando la neurosis no es de transferencia. Rosario: Homo Sapiens. 

Heinrich, H. (2013) Locura y melancolía. Buenos Aires: Letra Viva. 

Kernberg, O. (1975/1988) Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico. México: Paidós. 

Klein, M. (1935/1999) Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos. En Obras Completas, vol. 1. Buenos Aires: Paidós. 

Klein, M. (1946/2001) Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. En Obras Completas, vol. 3. Buenos Aires: Paidós. 

Kohut, H. (1971/2007) Análisis del self: el tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad. Buenos Aires: Amorrortu. 

Lacan, J. (1958/2009) De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI. 

Lacan, J. (1953-1954/2001) El Seminario, Libro 1. Los Escritos Técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós. 

Lacan, J. (1962-1963/2006) El Seminario, Libro 10. La angustia. Buenos Aires: Paidós. 

Maleval, J.-C. (1981/2009) Locuras histéricas y psicosis disociativas, Buenos Aires: Paidós. 

Muñoz, P. (2011) Las locuras según Lacan. Letra Viva: Buenos Aires. 

Rassial, J.-J. (1999/2001) El sujeto en estado límite. Nueva Visión: Buenos Aires. Recalcati, M. (2002/2003) Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis, Madrid: Síntesis. Winnicott, D. (1954/1970) Deformación del ego en términos de un self verdadero y falso. En El proceso de maduración. Barcelona: Laia. Winnicott, D. (1971/1995) Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.

Fuente: Belucci, Gabriel (2022). De las neurosis narcisistas a la “clínica de los bordes”. XIV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. XXIX Jornadas de Investigación. XVIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. IV Encuentro de Investigación de Terapia Ocupacional. IV Encuentro de Musicoterapia. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Neurosis narcisistas, segunda tópica e identificación.

RESUMEN Este trabajo es el resultado de un rastreo bibliográfico inicial, con el objeto de fundamentar la puesta en cuestión del supuesto de la identificación narcisista en el campo de la melancolía. Ubicamos a la melancolía desde una falta de distancia entre i’(a) y a, bajo el imperativo del superyó, no atemperado por el Ideal, dado que el superyó toma su puesto, ni erotizado por el masoquismo. La identificación narcisista en todo caso se pone en juego cuando la dimensión del otro aparece, pero éste queda reducido a no ser más que una imagen, se establece con ese otro una relación narcisista y especular, otro amado-odia.

1- Narcisismo, identificación y superyó 

Freud mantiene el término de neurosis narcisistas desde Introducción del narcisismo hasta el texto de Neurosis y psicosis. Sin embargo debemos decir que dicho término no puede aludir a lo mismo dado que entre uno y otro se formula la segunda tópica, lo cual produce una discontinuidad en la teoría. De hecho funda un campo nosológico nuevo, dado que articula el conflicto en juego en cada caso a dicha tópica, redefiniendo las neurosis narcisistas a un conflicto entre el yo y el superyó. 

Asimismo la identificación constitutiva del yo, es planteada en el Yo y el ello, como melancólica. Sostiene que al resignar un objeto puede sobrevenir una alteración del yo, que describe como una erección del objeto en el yo, al igual que en la melancolía; agregando que quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos. Incluso propone que el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, conteniendo la historia de estas elecciones de objeto. 

Antes de la formulación de la segunda tópica comenta, en la Conferencia 26, (1916), que mediante el análisis de las afecciones narcisistas es posible llegar a conocer la composición de nuestro yo y su edificio de instancias. De este modo queda planteada una necesaria articulación entre, la identificación, el narcisismo y el superyó. 

En “Duelo y melancolía”, texto anterior a la elaboración de la segunda tópica, plantea que la identificación narcisista con el objeto se convierte en el sustituto de la investidura de amor, lo cual implica que dicho vínculo no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Esto hace que el sustituto del amor de objeto por identificación sea un mecanismo importante para las afecciones narcisistas. La pregunta que suscita este recorrido es, si es posible, luego de las elaboraciones freudianas y lacanianas mantener el supuesto de una identificación de ese orden para la melancolía. Con el fin de revisar la articulación entre la melancolía como neurosis narcisista según lo planteado por Freud y la dimensión del superyó recurrimos a los esquemas ópticos con las modificaciones que introduce Lacan en el Seminario 10, a partir de la formulación del objeto a. 

Según lo que venimos planteando en investigaciones anteriores, en el caso de la melancolía tenemos la conjugación de la falta de distancia, la no-separación entre el objeto a y la imagen especular i’(a) en el campo imaginario, dado que el Ideal del yo, como elemento tercero, se encuentra ausente, actuante en el duelo, ausente en la melancolía. 

En el rastreo bibliográfico de nuestra investigación partimos, como inicio del problema, de 2 citas de Lacan, una del Seminario 5 Las formaciones del inconciente y la segunda, del Seminario 9 La identificación En el Seminario 5 sostiene que: “En la medida en que, por parte del Ideal del yo, el propio sujeto en su realidad viviente puede estar en una posición de exclusión de toda significación posible, se establece el estado depresivo propiamente dicho. (Lacan, 1958: 308). 

Del Seminario 9, si bien se refiere a la psicosis, podemos hacer extensivo el siguiente enunciado a la melancolía, El psicótico está siempre obligado a alienar su cuerpo en tanto soporte de su yo, o de alienar una parte corporal en tanto soporte de una posibilidad de goce. Si no empleo aquí el término de identificación es porque creo justamente que en la psicosis no es aplicable: la identificación en mi óptica implica la posibilidad de una relación de objeto donde el deseo del sujeto y el deseo del Otro están en situación conflictiva pero existen en tanto dos polos constitutivos de la relación. Podemos conjugar esos enunciados con lo propuesto en el Seminario 11. 

En el entrecruzamiento por el cual el significante unario llega a funcionar aquí en el campo del Lust, es decir, en el campo de la identificación primaria narcisista, está el mecanismo esencial de la incidencia del ideal del yo. He descrito antes la mira en espejo del ideal del yo, de ese ser que vio primero aparecer en la forma del progenitor que, ante el espejo, lo tiene cargado. Aferrándose a la referencia de quien lo mira en un espejo, el sujeto ve aparecer, no su ideal del yo, sino su yo ideal, ese punto donde desea complacerse consigo mismo. Recapitulando, si el melancólico está en exclusión del Ideal, teniendo en cuenta el afecto doloroso/depresivo que está en juego, y al decir de Lacan, es en el entrecruzamiento del rasgo unario en el campo del lust donde la identificación narcisista, da cuenta de la incidencia del ideal del yo, podríamos poner en cuestión que en la melancolía se trate de la identificación narcisista, máxime teniendo en cuenta la cita del seminario 9 en la que Lacan afirma que la identificación no es aplicable al campo de la psicosis, aunque consideramos que no necesariamente se trate de esa estructura. Podemos aventurar por lo tanto que en la melancolía, redefinida como neurosis narcisista bajo los conceptos de la segunda tópica, el superyó en conflicto con el yo, no se encuentra “atemperado” por el Ideal, pero tampoco erotizado por el masoquismo moral, que resexualiza, libidiniza, los lazos con la moral que la disolución del Edipo había desexualizado. 

Como plantea Freud, La conciencia moral y la moral misma nacieron por la superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una regresión de Ia moral al complejo de Edipo. Por lo tanto, el superyó en la melancolía adopta la fórmula freudiana del cultivo puro de pulsión de muerte, empuja actuando como pura voz. Empuja a hacer Uno con el objeto en tanto desecho, a reunirse con el objeto a, al decir de Lacan “cuyo mando se le escapa”. 

El yo del narcisismo que está en juego entonces, es arrasado por la falta de alteridad, porque el Otro se encuentra ausente testimoniado en el rechazo del inconciente y porque lo Hetero/hostil, como único predicado sobre el objeto a para el melancólico, le es propio sin mediación simbólica. 

Ubicamos entonces a la melancolía desde esa falta de distancia entre i’(a) y a, bajo imperativo del superyó, no atemperado por el Ideal, dado que el superyó toma su puesto, ni erotizado por el masoquismo. 

Esa identificación, en todo caso se pone en juego cuando la dimensión del otro aparece, pero éste queda reducido a no ser más que una imagen, se establece con ese otro una relación narcisista y especular, otro amado-odiado, sin la mediación simbólica que pondrá en juego el Ideal. 

Citamos otros psicoanalistas que han tomado un sesgo similar en cuanto a estas proposiciones. 

Concordamos con Fréderick Pellion cuando en su libro Melancolía y verdad (2003) plantea 

"…la identificación narcisista no es suficiente para dar cuenta de la totalidad de manifestaciones clínicas de la melancolía. En particular, el fenómeno del autorreproche, como vuelco sobre la propia persona de un reproche al objeto, es irreductible a ella." (Pellion, 2003: 148) 

En relación al objeto de amor del melancólico Jaques Hassoun en “La crueldad melancólica” se pregunta: “¿El otro al que el melancólico amará, no es semejante a ese Yo-ideal que Narciso, atormentado por la ausencia de imagen (de algún otro), ama hasta morir?”. (Hassoun, 1995: 16) 

Vemos en esta pregunta situado tanto la falta de alteridad del semejante que lo aplasta en la dimensión narcisista, como el arrastre a la precipitación suicida. La alteridad tiene la modalidad de una pura exterioridad, lo que revela la contracara de la paranoia, el Otro no le concierne al melancólico. 

El melancólico puede hacer existir al objeto de amor/odio, ya sea por la vía del autorreproche o por la vía de mantenerlo como perdido en un duelo imposible. 

En ese sentido Giorgio Agamben en Estancias (1995) lo propone de un modo impecable: "…la melancolía no sería tanto reacción regresiva ante la pérdida del objeto de amor, sino la capacidad fantasmática de hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable." (Agamben, 1995: 53) 

Por lo tanto pensamos que es insuficiente la identificación narcisista para dar cuenta de la melancolía. La falta de distancia entre el yo y el objeto que lo hace penar, da cuenta de una dificultad en la separación. A falta del Ideal que mantiene la distancia, el superyó impone el aplastamiento. Un medio de trasladarlo al exterior es hacerlo existir bajo el autorreproche o bajo el estado de duelo permanente. 

2- Dolor melancólico y moral superyoica 

Dado que sostenemos que a falta de Ideal del yo, es el superyó el que lo releva, situamos una articulación entre el dolor melancólico y la moral superyoica. 

Freud a lo largo de su obra ubica una relación entre la moral, el dolor anímico y el padre, articulación que se precipita en la formulación del superyó en la segunda tópica. 

En el caso de la neurosis podemos ubicar una línea que va desde el padre perverso a la perversión de un superyó que se revela como sádico, ya que la moral que resulta de su intervención se ve resexualizada, vía el masoquismo moral del yo, es decir que el yo ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico, que emplea un fragmento de la pulsión de destrucción interior, preexistente en él en una ligazón erótica con el superyó. 

Lacan en el Seminario 26, La topología y el tiempo, (Lacan, 1978) le da la palabra a Didier Weill Éste sitúa la diplopía a la que confronta el Padre siendo al mismo tiempo el que está en función como Nombre del Padre y también del persecutorio superyó. Articula el duelo por el Padre con un duelo, digamos cuasi imposible, ya que no es melancólico sino que linda con la melancolía. 

"Entonces a Jung que plantea esa cuestión, y efectivamente ustedes sienten que lo que está en cuestión para Jung en esa senda, es en el fondo el drama que representa para todo individuo el hecho de que sea el mismo padre, el mismo padre muerto quien esté en el origen a la vez del significante del Nombre del Padre y a la vez del superyó, de ese superyó persecutorio, casi melancólico, dado que la incorporación en el fondo que hace más del padre, el duelo que hacemos del padre en tanto que es lo que sería ese individuo inacabado que por habernos hecho mejor que eso, es un duelo imposible que linda con la melancolía." (Lacan, Weill, 1978: 37) 

De modo que el afecto doloroso de un duelo lindante con la melancolía y el dolor moral, que podríamos articular en su faz feroz al superyó parecen estar en relación. 

De hecho Kant refiere que el dolor es el afecto que está en juego respecto del imperativo categórico de la Buena voluntad como Bien Supremo, es su correlato sentimental frente al imperativo con el que Freud calificó al superyó. Para Kant el dolor es testimonio de que se obró moralmente dado que se renunció al objeto patológico, 171 cualquiera sea éste en el campo de los bienes, por obrar según el Bien supremo de la Buena Voluntad. 

El imperativo categórico kantiano y la máxima sadiana tienen su punto de conexión en que ambos son universales y en ambos de diferente modo, el dolor está en juego. En el Seminario 7, La Ética del psicoanálisis (Lacan, 1959), abordando la dimensión de das Ding, la Cosa, la cosa en sí, el nóumeno Kantiano, Lacan nos dice: 

"En efecto, Kant admite de todos modos un correlato sentimental de la ley moral en su pureza y, muy singularmente, les ruego lo registren, -segundo párrafo de esta tercera parte- este no es sino el dolor mismo:

En suma, Kant es de la opinión de Sade. Pues para alcanzar absolutamente das Ding, pare abrir todas las compuertas del deseo, ¿que nos muestra Sade en el horizonte? Esencialmente, el dolor. El dolor del prójimo y también el propio dolor del sujeto, pues en este caso no son más que una única y misma cosa. … (Lacan, 1959: 99-100) 

Años después, en Kant con Sade (Lacan, 1963) afirma el carácter matador del imperativo, por la homofonía entre el tu es (tú eres) y el tuer (Matar). Es pues sin duda el Otro en cuanto libre, es la libertad del Otro lo que el discurso del derecho al goce pone como sujeto de su enunciación, y no de manera que difiera del Tú eres que se evoca desde el fondo matador de todo imperativo:

Suspendamos el decir su resorte para recordar que el dolor, que proyecta aquí su promesa de ignominia, no hace sino coincidir con la mención expresa que de él hace Kant entre las connotaciones de la experiencia moral. Lo que ese dolor vale para la experiencia sadiana se verá mejor de abordarlo por lo que tendría de desarmante el artificio de los estoicos para con él: el desprecio. 

Imagínese una continuación de Epicteto en la experiencia sadiana: “Ves, la has roto”, dice designando su pierna. Rebajar el goce a la miseria de tal efecto en el que tropieza su búsqueda, ¿no es convertirlo en asco? (Lacan, 1963: 750) 

Hay que recordar que los estoicos proponían el desprecio por el cuerpo y la indiferencia por la realidad material. Epicteto, Séneca y Marco Aurelio son algunos nombres de la filosofía estoica. Según Epicteto, “La muerte, el destierro y todas las cosas que parecen terribles tenlas ante los ojos a diario, pero la que más de todas la muerte, y nunca darás cabida en tu ánimo a ninguna bajeza ni anhelarás nada en demasía”. 

Y en Marco Aurelio podemos intuir algo de ese pensamiento: “Existe un remedio vulgar, aunque eficaz, de cara a despreciar la muerte: rememorar a los que se empeñaron en vivir hasta ser pegajosos” Sabemos de la admiración que Lacan tenía por los estoicos, pero en este caso, a lo que Lacan apunta parece ser al pensamiento estoico que desarmaría la dimensión kantiana y también la sadiana, ya que desprecia dolor. 

A diferencia de la perversión ya que la víctima sadiana no debe ser alguien que goce del dolor ni que lo desprecie, dado que a lo que apunta el sádico es que, por la vía del rebajamiento y la humillación, dolor anímico, o por la vía del dolor corporal aparezca el puro cuerpo, la reducción del sujeto a un puro cuerpo biológico, su caída en tanto sujeto del significante, de la cual el sádico será instrumento al servicio del Ser Supremo en maldad, interpretando el deseo del Otro como voluntad de goce. 

Retomando, a partir de la lectura lacaniana, el superyó será el resto caído del Otro a partir de su intervención significante, en ese sentido es reconducido a las primeras marcas, y también objeto a, objeto voz caído del Otro. 

En el Seminario 10 (Lacan, 1962-1963) es claro cuando propone: Todos conocen… los vínculos del estadio oral y de su objeto con las manifestaciones primarias del superyó. Al recordarles su conexión evidente con esta forma del objeto a que es la voz, les indiqué que no podía haber concepción analítica válida del superyó que olvide que en su fase más profunda, es una de las formas del objeto a. (Lacan, 1963: 318) 

Y en el Seminario 16, De un Otro al otro (Lacan, 1969), la voz como objeto a, soporte de la articulación significante, puede instaurarse o no bajo una modalidad perversa. 

Resulta estrictamente imposible concebir lo que ocurre con la función del superyó si no se comprende-no es del todo, pero es uno de sus resortes- lo que ocurre con la función del objeto a realizada por la voz como soporte de la articulación significante, la voz pura en la medida en que está, sí o no, instaurada en el lugar del Otro de una manera que es perversa o que no lo es. 

La función del objeto a en su estatuto de voz, no es lo que se escucha en la oreja, sino, que, tal como se verifica claramente en el masoquismo moral, va al lugar de completar al Otro. En el caso del masoquismo perverso, aparece la dimensión de la irrisión: la orden que recibe del amo, está dictada por el mismo masoquista. 

Para concluir, podemos afirmar que en el masoquismo, la función del Otro es esencial, mientras que en el dolor melancólico el Otro se encuentra ausente y el semejante solo tiene existencia como pura imagen. 

El melancólico se encuentra en exclusión del Ideal del yo, condición de la identificación narcisista. Sin la mediación del Ideal, ni la resexualización del masoquismo moral, que atempere la voz del superyó. 

BIBLIOGRAFIA 

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Pellion, F. (2003) Melancolía y Verdad. Buenos Aires. Ed. Manantial,

Fuente: Eisenberg, Estela Sonia (2014). Neurosis narcisistas, segunda tópica e identificación. VI Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XXI Jornadas de Investigación Décimo Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Neurosis narcisistas: distinción y tratamiento

¿Cuál es la diferencia entre las neurosis narcisistas, la psicosis maníaco depresiva y las perversiones? Muchos libros de psicología hablan de "El narcisista", cuando en realidad se refieren a perversiones.

Las neurosis narcisistas aparecen en la obra de Freud en Introducción al narcisismo. Desde allí distinguirá a las neurosis de transferencia (histeria, neurosis obsesiva y fobia) de las neurosis narcisistas. estas últimas no eran susceptibles del trabajo analítico clásico. Con el tiempo, la idea de neurosis narcisista englobó a las psicosis en general. La melancolía es una de ellas y esto es todo un tema.

📗Relacionado: Las tres nosologías freudianas

En las neurosis narcisistas, el sujeto padece de una nostalgia, un dolor enorme respecto de ausencias parentales que, en mayor o menor medida, uno ubica en la historia del sujeto. No obstante, estas ausencias no logran ser metaforizadas como en el caso de las neurosis de transferencia. 

Pueden ser sujetos con un enorme sufrimiento psíquico por autorreproches y a la vez una idea grandiosa de sí mismos, que por momentos caen. Es decir, una hiperestima de lo imaginario. En esta "nada" que se vuelven, se evidencian las fallas iniciales del sujeto en el lazo con la madre a nivel de situarse en el Otro, aunque han llegado al Complejo de Edipo. La triangulación no está disponible en la estructura para construir las bases de una transferencia a la manera de las neurosis de transferencia.

Héctor Yankelevich puntea que por esas fallas a nivel del Edipo, lo que se produce en las neurosis narcisistas es una regresión y un narcisismo defensivo. El narcisismo como un modo de defensa. Es una concepto muy importante que permite distinguir al narcisista del perverso. El perverso es un sujeto también narcisista, pero lo que lo caracteriza es la búsqueda del doblegamiento de la voluntad del Otro. Esto no lo encontramos en la neurosis narcisista. El daño que produce el neurótico narcisista es por su dificultad para registrar la interioridad de los demás.

Yankelevich plantea que la madre del neurótico narcisista tuvo un gran déficit para conectar con ese hijo y no logró verlo más allá de una imagen. Normalmente, una madre debería crear una interioridad para su hijo: "Tiene hambre, tiene miedo de quedarse solo, etc". Esto la madre del narcisista no lo ha logrado: el hijo a lo sumo es un espejo de ella, pero no hay registro de su singularidad y de su diferencia con ella. Pueden vivir a su hijo como una molestia de su vida cotidiana. La falta de diferenciación y de interioridad es lo que después ese niño muestra en su vida cotidiana. 

Es importante que el analista avance en su análisis propio lo suficiente para no confundir que es lo propio del sujeto y qué es propio del Otro. La dificultad de la neurosis está en la alienación al Otro, porque es el punto donde quedó capturado por su discurso. En el análisis, el neurótico se descolonializa de ese discurso. En un análisis se despeja lo que el Otro decía y lo que el sujeto tomó como propio y por qué. Es decir, un análisis distingue lo que es propio del sujeto y lo que es propio del Otro.

Supongamos un paciente que se queja del daño que le provoca su pareja. Si el analista lee ahí una intención de daño y confunde lo propio del sujeto con lo que es propio de la estructura del Otro va a extraviarse en la dirección a la cura y perder una ocasión de trabajo. Por eso, estos casos deben ser supervisados.

En las neurosis narcisistas no hay alucinaciones ni delirios, claramente no es una psicosis. Pero hay veces que el sujeto habla de cosas del mundo y pareciera delirar, aunque no es una psicosis. Hay un punto de tanto narcisismo que casi lo alejara de la realidad, pero no es lo mismo que en la psicosis.

Lacan hizo un llamado a no retroceder frente a la psicosis. Entonces, ¿Es o no una psicosis? Las neurosis narcisistas tienen el riesgo de transformarse en una gran bolsa donde van a parar los cuadros que uno no saben qué son. Acá es donde cobra importancia la metapsicología freudiana, para no terminar clasificando a las personas como un catálogo. Con cada paciente, hay que ver de qué se trata en cada caso para trabajar en el lazo transferencial con el analista.

En las neurosis narcisistas, lo que vamos a encontrar es al narcisismo como forma de defensa. Esto tiene relación con discursos actuales como "el empoderamiento", que puede ser una forma de defensa. El narcisismo no cederá mientras tenga esa función defensiva. 

domingo, 6 de noviembre de 2022

¿Por qué Freud pasa de la primera tópica a la segunda?

Entrada anterior: La pulsión en Freud y Lacan

A partir de la teorización del narcisismo y sin duda poniendo el acento en la interrogación sobre dolor en el duelo y la melancolía, Freud produce un nuevo reordenamiento del campo de la praxis a través de la oposición neurosis de transferencia - neurosis narcisistas. la capacidad de transferencia se constituye en condición de posibilidad de la práctica analítica.

El amor de transferencia viene al lugar del síntoma como tal y transforma a la neurosis en neurosis de transferencia. Se trata de un nuevo problema en tanto el retorno de lo reprimido se juega ahora no solo en las formaciones del inconsciente, sino también en el escenario privilegiado que ofrece la transferencia.

Esto lo lleva más allá de la primera tópica. En función de esto, Freud pudo ordenar el campo clínico en términos de política del deseo, economía de goce y transferencia.

Las neurosis narcisistas se manifiestan como cuadros en los cuales no resulta posible la transferencia, por lo tanto el análisis. estas, sin embargo, no configuran verdaderamente una estructura clínica. 

Un año antes de la introducción del Más allá, Freud se estaba interrogando sobre nuevos fenómenos que excedían la primera tópica. En 1919 en la Introducción al Simposio sobre las neurosis de guerra se aboca a interrogar las neurosis traumáticas. En el contexto de la posguerra, éstas se presentan como un problema de sumo interés teórico, a la vez que problematizan los términos del conflicto psíquico definido, en la primera tópica, a partir del yo y la pulsión sexual.

Más allá del principio del placer constituye un punto de inflexión en el camino que conduce a las teoprizaciones correspondientes a las nuevas nociones metapsicológicas. La formulación de un más allá del principio del placer permite resignificar el valor de lo traumático en términos de irrupción pulsional sin ligadura. Se recorta entonces una dimensión psíquica heterogénea a la lógica que comanda el retorno de lo reprimido. 

El referente para pensar los fenómenos que remiten al Más allá deja de ser la energía libremente móvil, la oposición será enunciada ahora en términos de ligada o no ligada. Lo no ligado es testimonio del encuentro con lo traumático, es decir con aquello que escapa a las redes del principio del placer y por ende a la posibilidad del cifrado inconsciente. 

El problema económico del masoquismo. La conceptualización del superyó adquiere una nueva consistencia a partir de El problema económico del masoquismo. Luego de recortar el masoquismo del yo, cobra cabal alcance la hipótesis anticipada por Freud en 1923 relativa a la relación entre sadismo, el superyó y la pulsión de muerte.

Desde esta perspectiva, Freud puede abordar la problemática relativa al suicidio y formular los fundamentos de la reacción terapéutica negativa y la melancolía. Se trata de diferentes configuraciones que atentan contra las coordenadas de la escena analítica y dan cuenta del núcleo central del más allá del principio de placer.

La formulación del superyó permite recuperar fenómenos que anteriormente no podían ser explicados con la lógica de la primera tópica: la autocrítica, la culpa, la compulsión del síntoma (1896); los diques pulsionales de la vergüenza y la hipermoral (1905); la melancolía y los duelos patológicos (1917). 

Si hay una referencia a la tristeza en Freud, es bajo la interrogación acerca de la economía del dolor y posiblemente el ensayo "Duelo y melancolía" sea el texto articulador de esta cuestión. Duelo y melancolía es un ensayo que está integrado en una serie de trabajos llamados comúnmente metapsicológicos.

En "Duelo y melancolía" se pone en evidencia una modalidad particular en lo que se refiere a esta última cuestión; tanto es así que Freud propone llamar a la melancolía: neurosis narcisistas. El inconveniente que se pone en relieve en dicho tipo de neurosis es que ofrece un particular problema en los tratamientos analíticos dada por la dificultad en el establecimiento de la transferencia. Por eso, se puede interpretar que el interés de Freud es, también, práctico y por lo tanto ético, en un doble sentido: por un lado, incumbe a la ética de la praxis analítica y por  otro lado, concurre a reformular un interrogante sobre el carácter inquietante en que la instancia moral, que en la melancolía se evidencia en una forma desmesurada y que se presenta correlativa a la expresión de un dolor sin límite que lleva muchas veces a la aniquilación del sujeto.

La pregunta es por qué hay síntomas que pese a ser muy bien analizados no terminan de desaparecer. En Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, Freud empieza a pensar en la RTN, la pulsión de muerte, en el beneficio primario del síntoma, inquietud que empieza con Duelo y melancolía.

El dolor psíquico surge una y otra vez como problema y la importancia económica del mismo es puesta en evidencia desde los primeros escritos en donde la inquietud se centra sobre sobre le melancolía; esta es promovida como reacción a una pérdida de libido en "la vida pulsional". La comparación con el duelo es inevitable: el "afecto que corresponde a la melancolía" resulta familiar al "duelo" o a la "aflicción".

Desde el punto de vista económico se encuentra la primera operación en la comparación entre melancolía y neurosis de angustia: "La acumulación de tensión sexual física será a las neurosis de angustia como la acumulación de tensión sexual psíquica será a la melancolía". La acumulación de tensión sexual suministra una base primera para pensar en una connotación económica compleja.

Por otro lado, antes de duelo y melancolía hay un texto "Adición metapsicológica a la teoría de los sueños", en donde aborda el tema de la psicosis alucinatoria de deseo, la amencia de Meynert. Incluso en los duelos normales, alguien puede sufrir alucinaciones del ser querido que le habla. Aunque la amencia de Meynert es un cuadro extremo, a Freud le permite situar que la alucinación se debe a que el deseo se realiza y esto aparece en forma alucinatoria. El objeto, que debería estar perdido, se presentifica. Eso permite leer Duelo y melancolía desde otro ángulo.

El duelo, la melancolía y, por otra parte, la psicosis alucinatoria comportan tres modalidades de tratamiento de un mismo problema: la pérdida de ese objeto en su carácter económico; cuestión que es correlativa al concepto de trabajo de duelo (Trauerarbeit), y por lo tanto definido en relación al mismo. Esta dimensión de trabajo es considerada en dos tiempos: el primero, de desprendimiento y el segundo, de renuncia frente a la prueba que la realidad aporta. El objeto no existe más y exige retirar la libido de sus conexiones con el mismo. Por ese motivo se pone de relevancia un intento de confrontar, por un lado, la constatación de la pérdida del objeto, y por otro lado, la tendencia a la conservación del mismo.

El duelo es el intento por mantener durante un tiempo más ese objeto que se ha perdido. Eso es lo que lleva al dolor: es desasimiento de las investiduras y la reinvestidura es el juego del trabajo de duelo. Por otro lado, está todo el trabajo simbólico que intenta recubrir eso que ya no está, de ahí los ritos.

El trabajo de análisis, para lacan, está homologado al trabajo de duelo, porque el objeto ya está perdido y el duelo hace emergerlo. El trabajo es inconsciente y tiene que ver con la economía política. Ganancia, pérdida, ahorro, beneficio... Todo eso es el trabajo, es interesante leer duelo y melancolía en función de eso. 



Esa dimensión aparece en relación al sentimiento de culpa.

¿Pero de qué se trata esa culpa? hay una culpa de lo social, imaginaria. la culpa que uno siente cuando le piden algo y no puede responder. Pero hay otra cosa que es el sentimiento inconsciente de culpa, que junto con la angustia, son los únicos dos sentimientos que Freud ubica en el inconsciente. La culpa inconsciente, ya tiene que ver con un orden simbólico. 

Lacan dice que el único reconocimiento de la culpa tiene que ver con haber cedido frente al deseo, cuando uno no fue consecuente con su deseo. El ejemplo que da Lacan en La Ética es Antígona, que lleva a cabo su deseo más allá de los honores, de las disposiciones familiares, los bienes, de su patria, su dignidad y su propia muerte... Va adelante en función de su deseo; de no haberlo hecho, dice Lacan, sería un ser melancólico. Pero hay otra dimensión de la culpa, que es la que menciona Freud en Tótem y tabú: la culpa de sangre o trágica, esa culpa que tiene el héroe que mata al proto-padre de la horda primitiva. se trata de una culpa muda, que tiene que ver con ese acto primordial.

domingo, 2 de enero de 2022

La defensa: su importancia para el diagnóstico diferencial y su incidencia en el tratamiento

Además del concepto de transferencia, en términos de un  diagnóstico diferencial y al menos en lo que respecta a la incidencia de ella en el tratamiento, la defensa es sumamente importante. 

De esta manera, además del concepto de transferencia, podemos pensar el diagnóstico diferencial preguntándonos por la defensa implicada en cada caso.


Por empezar, el concepto de defensa no está implicado en las neurosis actuales. Si tomamos, por ejemplo, las formas que toma la neurosis de angustia, Freud las ubica en torno a la angustia. “Llamo neurosis de angustia a este complejo de síntomas porque todos sus componentes se pueden agrupar en derredor del síntoma principal de la angustia; cada uno de ellos posee una determinada relación con la angustia” (Freud, 1895). En la neurosis de angustia, así como en la hipocondría y la neurastenia, los síntomas no tienen derivación psíquica: no remiten al inconsciente y en ese sentido actúan como signo, como algo fijo. De esta manera, sería un error interpretar estos síntomas como si fueran formaciones del inconsciente.


La idea de defensa es el punto de partida de lo que después fue la Primera Tópica, donde Freud diferenció los sistemas Icc, pcc-cc. La defensa fue teorizada en términos de represión primaria y represión secundaria. No obstante, Freud utilizó hasta 1925 indistintamente la palabra represión y defensa, aunque al final de ese período ya se nota que tiene bien claras las diferencias y las similitudes.


Cuando Freud desarrolló la idea de sistemas Inconsciente y preconsciente-Cc, la represión primaria u originaria es la que divide con relativa estabilidad a los sistemas Inconsciente del preconsciente-consciente. La represión primaria es la que permanece como Censura y según dice Freud, es la guardiana de nuestra salud mental en tanto necesitamos mantener a los dos sistemas divididos, aunque continúen siendo permeables. Si esa Censura -testimonio de la Represión Primaria- no funcionara, nos la pasaríamos soñando y no podríamos pensar.


En las neurosis de transferencia encontramos un aparato psíquico dividido y estructurado por la represión primaria, donde el síntoma es precedido por la formación de retoños de lo originalmente reprimido, en tanto la defensa preferida es la represión, que solo sucede porque hay represión primaria. La represión primaria supone que hay fijaciones, por lo tanto tarde o temprano estas fijaciones van produciendo introversión libidinal, que es diferente a la retracción libidinal de las psicosis. Introversión libidinal quiere decir que en la neurosis de transferencia, por sus fijaciones, va fracasando en la inversión libidinal en objetos reales. Por lo tanto, esa libido se introvierte sobre objetos de la fantasía. Por lo tanto, esa libido se deposita sobre alguna representación que el preconsciente debe prestarle para que transaccione.


Mientras el neurótico divide su aparato psíquico en ello, yo y superyó, el psicótico tiene una fijación que ha impedido que se constituyan los sistemas a la manera de la neurosis de transferencia, por una desestima a los complejos de Edipo y castración. Desestima quiere decir que el Edipo ni siquiera está planteado. Por lo tanto, lo que consideramos es que el yo y superyó en el neurótico, en el psicótico aparecen mal constituidos, sin base. 


De esta manera, las neurosis narcisistas tienen un mecanismo estructurante (que irónicamente es desestructurante): la desestima (Verwerfung). En lugar de ser la represión primaria como en la neurosis, el futuro psicótico no llega a atravesar los complejos de Edipo y castración, porque a esa altura ha aplicado una defensa muy enérgica, que es la desestima de los complejos de Edipo y castración.


El futuro psicótico tiene un proceso de retracción psicótica, no de introversión libidinal como el neurótico (de los objetos fijados hacia el complejo de Edipo). Las demandas de la vida van produciendo una retracción libidinal hacia estructuras pobremente establecidas, hacia objetos arcaicos, como las fantasía orales.


Freud dio una orientación que dividía aguas entre ambas estructuras clínicas en 1924, “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”.


En las psicosis, se niega la realidad y se intenta sustituírla. Lo rechazado intentará imponerse a través de delirios y alucinaciones. Es decir, en la psicosis se produce una “obediencia inicial”, a la que le sigue un intento de huida. La realidad se desmiente inicialmente y a esta huida inicial le sigue una fase activa de reconstrucción.


En la neurosis, en cambio, no se niega la realidad sino que se crean mundos optativos (fantasías). Freud dice “La neurosis no desmiente la realidad, se limita a no querer  saber nada de ella”. Sin embargo, Freud señala que “tampoco a la neurosis le faltan intentos  de restituir la realidad deseada por otra más acorde con la del deseo” (Freud 1924). La posibilidad de restitución en la neurosis la ofrece el  mundo de la fantasía.


Casi al final de su obra, en  Análisis terminable e interminable Freud dice algo sobre la relación del neurótico con la realidad: “el aparato psíquico no  tolera el displacer, tiene que defenderse de él a cualquier precio, y  si la percepción de la realidad objetiva trae displacer, ella- o sea, la  percepción, tiene que ser sacrificada” (Freud 1937).

jueves, 30 de diciembre de 2021

La resistencia, una limitación clínica a la primera nosografía frediana

El pasaje de la primera nosografía a la segunda ha sido consecuencia de una limitación clínica en los desarrollos teóricos que aportó la primera nosografía. ¿cuál  es la razón que justificó el pasaje?  

El dispositivo creado por Freud encontró una limitación clínica, que es el detenimiento  de las cadenas asociativas, que al analista se le revela como un obstáculo:  la transferencia que se anuncia en tanto que resistencia. 


La transferencia se sostiene, para Freud, en un analista como objeto: “En lugar de los diversos tipos de objetos libidinales irreales, aparece un único objeto, también fantaseado: la persona del médico” (Freud 1916-17, 414).


Entre 1911 y 1913 Freud estudió dos vertientes de la transferencia: como motor y como  obstáculo. Concluyendo que sólo es posible llevar adelante una  cura cuando los síntomas cobran un significado transferencial: “La  transferencia tiene esta importancia extraordinaria, lisa y llanamente central para la cura, en las histerias, en las histerias de angustia  y en las neurosis obsesivas que por eso se reúnen con justo título  bajo el nombre de neurosis de transferencia” (Freud 1916-17, 404).


De esta manera, se reformula la segunda nosología, siendo la transferencia el referente conceptual que determina cuáles son los cuadros que quedan  dentro y cuáles fuera del campo del análisis. 


Las neurosis de transferencia son la histeria de conversión, la histeria de angustia y la neurosis obsesiva. En este tipo de neurosis, la libido admite una  reversibilidad entre el yo y los objetos; a partir de la cual se explican  diversos estados de la vida normal: el dormir, el enamoramiento y  la enfermedad.  


Las neurosis narcisistas son la paranoia, la parafrenia (esquizofrenia) y la melancolía.


Las neurosis  narcisistas “no tienen ninguna capacidad de transferencia o sólo unos restos insuficientes de ella. Rechazan al médico, no  con hostilidad, sino con indiferencia” (Freud 1916-17, 406). En este sentido, Freud señala que en las neurosis de transferencia  nada empuja a revisar el estatuto del objeto (Freud 1914), precisamente porque el neurótico mantiene el vínculo con los objetos en la  fantasía. Además, Freud ubica en estos cuadros una indiferencia frente  al analista, un obstáculo inquebrantable, que es distinto de la transferencia como obstáculo en sus vertientes erótica y hostil. 


Las neurosis actuales son la neurastenia, la neurosis de angustia y la hipocondría. Notamos que se mantiene esta categoría, pero Freud agrega a la hipocondría en Introducción al narcisismo (1914)


Este segundo ordenamiento se sostiene en un segundo dualismo pulsional:  Libido yoica –Libido de objeto. La división fundamental  se halla entre las neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas. Dice Freud:

“Sitúo la diferencia entre esas afecciones y las neurosis de  transferencia, en las siguientes circunstancias: en aquellas, la libido  liberada por frustración no queda adscrita a los objetos de la fantasía sino que se retira sobre el yo” (Freud 1915, 193).


Las neurosis narcisistas llevaron a Freud a revisar el estatuto de la libido de objeto, porque allí puede ocurrir que “…un  determinado proceso, muy violento…” que obligue a quitar la libido de  los objetos. Y si la libido convertida en narcisista no puede entonces  hallar el camino de regreso hacia los objetos, “es este obstáculo a  su movilidad el que pasa a ser patógeno” (Freud 1916-17). De esta manera, un sujeto queda encerrado  en su propio narcisismo, sin volver a poder a enlazar  nuevamente con el mundo. Sin embargo, este estado que Freud  describe y que se acerca a un cuadro melancólico, habitualmente  se ve alterado por los intentos de restablecimiento o de curación  propios de la psicosis. En este segundo tiempo restitutivo, para Freud, no hay lugar para el analista, pues él insiste en sostener que la resistencia en las neurosis narcisistas “es insuperable”  (Freud 1916) y que son incapaces de transferencia. 


El estatuto del objeto en la libido de objeto nos permite precisar otras particularidades clínicas. Sabemos que el narcisismo es la investidura libidinal del yo. En Introducción del narcisismo, el depósito original de la libido es el yo (diferente de lo que postulará en el 1923, pues en El yo y el Ello donde dice que si el Éllo es el depósito de la libido, todo el narcisismo es secundario.) Esta hipótesis es la que Freud considerará para referirse al narcisismo primario, que es básicamente una especulación económica. El narcisismo secundario, siempre desde el texto Introducción del narcisismo, implica la vuelta sobre el yo ya constituido, de la libido retirada del objeto.


De esta manera, nos podemos preguntar sobre el destino diverso que encuentra la libido retirada de los objetos en la neurosis de transferencia y en las neurosis narcisistas.


En la Neurosis de transferencia, la libido sustraída de los objetos del mundo es colocada en los objetos de la fantasía.

En las Neurosis narcisistas, es el yo quien la recibe, y a partir de allí la  libido ve imposibilitada su regreso.


De todas maneras, Freud señala que en las neurosis de transferencia no toda la libido pasa a los objetos, “la  masa principal de la libido puede permanecer en el interior del yo”  (Freud 1916-17, 379).