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lunes, 31 de marzo de 2025

Síntoma y carácter

 Introducción.

Freud introduce el carácter como un obstáculo al trabajo interpretativo. En este sentido, parece ofrecerse como una alternativa a la clínica del síntoma. El encuentro con el carácter como resistencia, ha conducido a varios autores post freudianos hacia la organización de una clínica que separa el trabajo con el síntoma del análisis del carácter. En este sentido, tal como se trabajó en el Anuario de Investigaciones XXI, W. Reich propone abordar primero, en una “fase introductoria” el carácter y no interpretar los síntomas hasta tanto no se haya vencido la “coraza caracterológica” (Reich 1949)1.

El presente trabajo se propone examinar los conceptos: síntoma y carácter, en la obra freudiana, con el objetivo de indagar un aspecto del carácter susceptible a la interpretación propuesto por Freud en sus desarrollos; y, por otro lado, reflexionar sobre la relación entre el núcleo del síntoma refractario a la interpretación y el concepto de rasgo de carácter.

Acerca del síntoma.
El síntoma se introduce en la obra de Freud junto con la idea de trauma psíquico. Una vivencia sexual prematura y traumática, será la causa de estos fenómenos conversivos que han fascinado en primer lugar a Charcot y luego, por transferencia, al fundador del psicoanálisis. Lo que motiva, en este primer tiempo, la clínica freudiana, es la pasión por el origen, la búsqueda del recuerdo patógeno que justifique la presencia del síntoma. Es en esta exploración, que Freud se encuentra con una novedad, así lo expresa él mismo, y es que hay ciertos síntomas que remplazan expresiones verbales. La mirada penetrante de la abuela de Cäcilie, se traduce en un dolor en el entrecejo. La angustia de “no entrar con el pie derecho”, se transforma en fuertes dolores en el talón derecho. A partir de estas “referencias simbólicas”, Freud concluye que “existe un propósito de expresar el estado psíquico mediante uno corporal, para lo cual el uso lingüístico ofrece los puentes” (Freud 1893, 35).

Estas “simbolizaciones”, introducen la idea del síntoma como portador de un sentido. Pero además, estas expresiones equívocas que impactan el cuerpo, ponen al descubierto el quiebre entre la palabra y lo que ella pueda significar. En este sentido, Freud comienza a escuchar el síntoma como una metáfora.

Mientras que el síntoma conversivo lleva a la conceptualización del cuerpo para el psicoanálisis, un cuerpo afectado por la palabra; la sintomatología de la neurosis obsesiva, revela algo que “no se puede solucionar” y que en efecto, se constituye en un primer límite a la interpretación. Se trata de la compulsión (Zwang) que “no puede ser resuelta por la actividad psíquica…” (Freud 1896, 174), que se transfiere de un síntoma a otro hasta llevar al obsesivo a una “existencia extravagante con innumerables síntomas…” (Freud 1896). Esta dimensión, anticipa lo que más adelante será examinado como la satisfacción pulsional que soporta el síntoma.

En 1900, el síntoma se reordena dentro de las formaciones del inconsciente junto con el fallido, el lapsus, los sueños y el chiste. Luego de definir la función que realiza el “trabajo del sueño” a partir de los operadores: condensación y desplazamiento, Freud afirma que existe una “plena identidad entre las peculiaridades del trabajo del sueño y la actividad psíquica que desemboca en los síntomas psiconeuróticos” (Freud 1900, 587).

Sin embargo, el síntoma presenta una particularidad que lo diferencia del resto de las formaciones del inconsciente: su permanencia en el tiempo.

No es casual, que algunos años después, en Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud introduzca el concepto de pulsión. En este texto comienza a trazarse una nueva perspectiva que considera el síntoma como una satisfacción sustitutiva. Contemporáneo a este escrito, es el caso Dora donde en el epílogo, señala que “la sexualidad no interviene meramente como un deus ex machina (…) sino que presta la fuerza impulsora para cada síntoma singular” (Freud 1905, 100).

En este sentido, señala que el síntoma es el retorno de esos modos parciales de satisfacción pulsional, que han hallado en “incitaciones vivenciadas (experiencia de seducción)” el material para su fijación. Concluye de un modo radical, señalando que “los síntomas son la práctica sexual de los enfermos” (Freud 1905, 148).

En la 19ª Conferencia, se pregunta por el sentido de los síntomas y responde que “…sirven a la satisfacción sexual (…), son un sustituto de esa satisfacción que les falta en la vida” (Freud 1916-17, 273). En efecto, si tal como lo enseña el psicoanálisis, hay una privación que alcanza a todo ser hablante, se deduce cómo el síntoma comienza a asumir un estatuto necesario.

En la 23ª Conferencia agrega que la modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño ya que se vuelca en una sensación de sufrimiento. Y agrega que el síntoma “repite la modalidad de satisfacción de la temprana infancia” (Freud 1916-17, 333). Es entonces cuando introduce el concepto de fijación: “…La experiencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido” (Freud 1916-17, 329).

La fijación viene a responder por la persistencia del síntoma. A diferencia de su vertiente simbólica, en la cual el desplazamiento de la libido opera otorgándole una envoltura descifrable, aquí se trata de la detención del movimiento libidinal en torno a un objeto de la pulsión.

Freud comienza a ubicar el problema de la satisfacción en la cura, y en efecto señala que la eliminación de los síntomas no es todavía la curación de la enfermedad dado que “tras eliminarlos resta la capacidad para formar nuevos síntomas” (Freud 1916-17, 326).

Acerca del carácter
El carácter es un concepto que Freud ha vinculado con la pulsión en más de una oportunidad. En La predisposición a la neurosis obsesiva señala que “en el campo del desarrollo del carácter, tropezamos con las mismas fuerzas pulsionales cuyo juego hemos descubierto en la neurosis” (Freud 1913, 343). Pero agrega, que en el carácter falta el fracaso de la represión y el retorno de lo reprimido; allí operan la formación reactiva y la sublimación.
En Tres ensayos de teoría sexual señala que “el carácter de un hombre, está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones perversas, reconocidas como inaplicables” (Freud 1905, 218).
En De guerra y muerte. Temas de actualidad, menciona que luego de superados los destinos pulsionales “…se perfila lo que se llama el carácter de un hombre…” (Freud 1915, 283).
Estas primeras reflexiones acompañan la idea del carácter como efecto de las primeras defensas que pone en juego el ser, que recién devendrá sujeto en la deriva pulsional. En este sentido, Freud ubica en Pulsiones y destinos de pulsión dos destinos pulsionales previos a la represión: “la transformación en lo contrario” y la “vuelta hacia la persona propia”. ¿Habrá alguna relación entre estos modos en que se inscribe la pulsión y la constitución del carácter?
En esta línea de investigación, Harari señala que el carácter se revela mucho menos “un modo o tipo habitual de reaccionar”, tal como fue conceptualizado por la mayoría de los autores postfreudianos, “que un precipitado, quizás contradictorio, de la historia pulsional de un sujeto” (Harari 1988, 30). Esta última perspectiva del carácter como portador de la historia libidinal de un sujeto, lo convierte en un concepto interesante para indagar en el marco de la práctica analítica. Precisamente porque pulsión y carácter se vinculan muy íntimamente.

Retomando la perspectiva freudiana, donde la fijación se produce a partir de vivencias contingentes de la infancia. Es interesante que en el caso del Hombre de las ratas surja, como efecto de una escena infantil determinante en relación a su sintomatología, además, la constitución de un rasgo de carácter que lo acompaña durante toda su vida. Freud señala que luego de haber recibido del padre una reprimenda, “por angustia ante la magnitud de su propia ira se volvió cobarde desde entonces” (Freud 1909, 161). Es decir, que al “quedar preso de una ira terrible” y además, agrega Freud, al no contar con palabras para insultar al padre, se constituye un rasgo de carácter. Se observa entonces, el contiguo entre la pulsión y el carácter, que se origina además, allí donde todavía no se cuenta con el lenguaje para tramitar lo traumático de la escena: la exigencia pulsional.

En Carácter y erotismo anal los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas contra ellas”. (Freud, 1908, 158).

Una vez más, aparece la referencia a la pulsión, pero esta vez, haciendo uso de la noción de rasgo de carácter, se introduce la novedad del rasgo que permanece por ser una “continuación inalterada de las pulsiones originarias”.

Esta perspectiva, será retomada hacia el final para vincularla con los desarrollos que realiza Freud sobre el síntoma en Inhibición, síntoma y angustia.

Donde el carácter se acerca al síntoma.
En Carácter y erotismo anal, la fijación, como momento lógico de detención de la pulsión da cuenta de la persistencia de una satisfacción y de su vinculación con los denominados rasgos de carácter.

El texto comienza indicando cómo durante la tarea analítica se “tropieza” con los rasgos de carácter de ciertas personas que sobresalen por ser ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Es decir que de entrada, una vez más, Freud está ubicando el carácter como un obstáculo al trabajo analítico. Pero también, inmediatamente, establece una relación entre los mencionados rasgos de carácter y el erotismo anal.

Aclara que ni siquiera para él “es muy transparente la necesidad íntima de ese nexo” (Freud 1908, 156), sin embargo, agrega que fue la experiencia acumulada aquello que lo condujo a establecerlo.

En efecto, intenta crear un marco teórico que justifique el vínculo entre la fijación a la fase sádico - anal, que también denomina “resalto erógeno hipernítido de la zona anal”, y los rasgos de carácter mencionados.

Hacia el final del texto expone una idea interesante y es que aquellas personas que en su vida madura conservan una aptitud erógena de la zona anal, v. gr. los homosexuales, poseen una “modelación particular del carácter anal” (Freud 1908, 158).

Esta idea será retomada por Reich en Análisis del carácter señalar que en el caso del “carácter neurótico”, los rasgos de carácter que obstaculizan la capacidad social y sexual surgen por una estasis libidinal. En cambio, ocurre lo contrario en el caso del “carácter genital” donde “se alterna entre la tensión libidinal y la adecuada gratificación libidinal; esto es, posee una economía libidinal ordenada” (Reich 1967, 187). De allí surge la orientación del tratamiento que propone Reich y que consiste en lograr la satisfacción orgástica, aquella que en palabras del autor representa una “sana economía libidinal” (Reich 1967, 196).

En cambio Freud, comienza a explicar el nexo entre la zona erógena anal y los rasgos de carácter, a partir de un abordaje simbólico. Señala que se trata de una relación del tipo Mammon = ilumanman, que significa que el oro es la caca del infierno (doctrina de la antigua babilonia). Y agrega que “si la neurosis obedece al uso lingüístico toma aquí como en otras partes las palabras en su sentido originario, pleno de significación; y donde parece dar expresión figural a una palabra, en la generalidad de los casos no hace sino restablecer a esta su antiguo significado” (Freud 1908, 157). Entonces, es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre conoció y lo menos valioso, aquello que desecha de sí, haya llevado a esta identificación condicionada entre el oro y la caca2.

En el texto Sobre la trasposición de la pulsión, en particular del erotismo anal retoma lo trabajado en Carácter y erotismo anal, y dice haber descuidado en ese entonces la apreciación teórica. En efecto, formula una serie de preguntas sobre las mociones pulsionales anal-eróticas:
¿Cuál fue su destino, luego que perdieron su significatividad para la vida sexual tras el establecimiento de la organización genital definitiva?” ¿Son reprimidas, sublimadas o se trasponen en cualidades del carácter? “¿O hallan acogida en la nueva conformación de la sexualidad regida por el primado de los genitales?” (Freud 1917, 117).

Como punto de partida, retomando de algún modo el abordaje simbólico que propuso en 1908, menciona que en las producciones del inconsciente - en las fantasías, en los síntomas -, los conceptos caca (dinero, regalo), hijo y pene se distinguen con dificultad y son tratados como equivalentes. Es decir que se sustituyen sin reparo unos por otros.

Menciona que la equivalencia simbólica se aprecia mejor en el vínculo entre “hijo” y “pene” ya que ambos, tanto en el lenguaje simbólico de los sueños como en el lenguaje cotidiano, pueden ser sustituidos por un símbolo común, el “pequeño”.

Así, va desarrollando el modo en que, a partir de ciertas equivalencias inconscientes, las investiduras libidinosas transfieren su carga. Un ejemplo es cómo la trasposición de un monto de investidura aplicado al intestino se extiende al hijo, “un testimonio lingüístico de esta identidad entre hijo y caca es el giro recibir de regalo un hijo” (Freud 1917, 120).

En resumen, Freud va mostrando cómo se producen las diversas trasposiciones: una parte del interés por la caca se traslada al interés por el dinero, y otra al deseo de un hijo. Es interesante que frente a la pregunta por el destino de las mociones pulsionales anal-eróticas surjan los denominados “sustitutos psíquicos” (Freud 1917).

En este sentido, Fabián Fajnwaks señala que entonces “un rasgo de carácter puede, de esta manera recibir una carga pulsional a partir de una equivalencia o de una identidad inconciente” (Fajnwaks 2002, 232).

Podría pensarse entonces que Freud no descarta la posibilidad de interpretar las formaciones reactivas cernidas en el carácter del mismo modo que se interpretan las trasposiciones: siguiendo el recorrido de las identidades inconscientes se desemboca en la satisfacción pulsional que las sustenta (Fajnwaks 2002).

En este sentido, Freud parece estar exhibiendo un aspecto sintomático de la formación reactiva, que podría ser susceptible a la interpretación.

Lo que queda como pregunta es cuál es el destino de aquellas mociones pulsionales que, como señala Freud, “han sido desposeídas de su significación en la vida sexual”, es decir que no ingresarían en la perspectiva de las equivalencias simbólicas mencionadas.

Donde el síntoma se acera al carácter.
En Inhibición, síntoma y angustia, el síntoma se define como un “indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es el resultado del proceso represivo” (Freud 1925, 87). La represión muda un placer en displacer, se produce, dice Freud, una “degradación a síntoma del decurso de la satisfacción” (Freud 1925, 91). Por un lado, esta definición del síntoma introduce como novedad la referencia al mecanismo de la represión, ya no como la sustitución de una representación por otra sino como aquello que convierte la satisfacción de la pulsión en displacer. Por otro lado, surge muy fuertemente un acercamiento entre el síntoma y la pulsión. En este sentido, la “degradación a síntoma del decurso de la satisfacción”, donde el síntoma se presenta como un devenir de la pulsión, puede vincularse con la perspectiva del carácter antes mencionada, donde los rasgos de carácter que permanecen son “continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias”.

Ambas referencias dan cuenta de cómo se produce la fijación de la pulsión, que asume la forma de un rasgo de carácter, o bien constituye el núcleo del síntoma, alrededor del cual, se tejera un sentido inconsciente que le ofrecerá un texto a esa modalidad se satisfacción.

En este sentido, Miller señala que existe una diferencia entre el síntoma y el carácter, pero cuando se toma la perspectiva de la satisfacción, “ambos son modalidades de la satisfacción de la pulsión (Miller 2011, 119).

En 1925 Freud introduce la referencia al síntoma como extraterritorial, como un “cuerpo extraño”. De este modo, ubica cómo en el núcleo del síntoma habita una satisfacción pulsional, que es anómala y discordante. ¿Puede pensarse lo mismo en relación al carácter?

Es habitual ubicar los rasgos de carácter en sintonía con el yo. En este sentido, el carácter no se presenta como un cuerpo extraño para el sujeto, por el contrario, los rasgos son concientes y se acompañan de argumentos que justifican una modalidad de satisfacción que el sujeto se resiste a abandonar. Freud lo enuncia del siguiente modo:
Las formaciones de sistemas de los neuróticos obsesivos halagan su amor propio con el espejismo de que ellos, como unos hombres particularmente puros o escrupulosos, serían mejores que otros…” (Freud 1926, 95).

De un modo similar, lo sitúa en Algunos tipos de carácter dilucidados por la experiencia analítica, cuando señala que el trabajo analítico requiere de una renuncia a cierta satisfacción pulsional y que se tropieza con individuos que argumentan haber sufrido demasiado, que no quieren renunciar a una “ganancia de placer fácil e inmediata” (Freud, 1916, 319) arguyendo que son “excepciones y piensan seguir siéndolo” (Freud 1916, 320).

Ambas referencias dan cuenta de la satisfacción narcisista que sostiene el “yo soy así” y la no renuncia a dejar de serlo.

Sin embargo, es diversa la perspectiva del carácter que Freud insinúa en un caso clínico que presenta en Moisés y la religión monoteísta. Luego de analizar la neurosis infantil de un joven, y su relación con los síntomas de la neurosis adulta, señala que frente a la muerte del padre le salen a relucir, “como el núcleo de su ser”, unos rasgos de carácter que volvían difícil su trato con el mundo. “Era la copia fiel del padre” (Freud 1939, 77). El estatuto que Freud le otorga a estos rasgos, vinculándolos con el núcleo del ser del sujeto, difiere de la dimensión del carácter mencionada anteriormente. Aquí, los rasgos de carácter que irrumpen, lo hacen desde cierta exterioridad; Freud hace referencia a esta cuestión señalando que se trata de un “retorno de lo reprimido”, proceso que hasta ahora nunca había estado vinculado con el carácter. El análisis de este caso, revela además, la relación que existe entre los rasgos de carácter con la identificación. Perspectiva que quedará pendiente para un próximo artículo.

Reflexiones finales.
El carácter se presenta en la experiencia analítica como “más inasequible y menos transparente que los procesos neuróticos” (Freud 1913, 343). Pero no por ello, imposible de ser abordado mediante el dispositivo analítico. Hay un aspecto sintomático de la formación reactiva que parece ser susceptible a la interpretación. Sin embargo, hay del carácter lo que se constituye en un verdadero límite, allí donde las pulsiones inalteradas fijan un modo de satisfacción que resiste y que se muestra como uno de los mayores obstáculos que se oponen a la cura (Freud 1937). En este sentido, el rasgo de carácter se vuelve un concepto cercano al de síntoma. Surge entonces la pregunta sobre el vínculo entre ambos conceptos. ¿Podría ser el rasgo de carácter lo que habita en el núcleo del síntoma? Si se considera posible esta idea, el rasgo de carácter como modalidad de satisfacción, efecto de las primeras fijaciones, quedaría articulado a los “restos sintomáticos” (Freud 1937), que nombran en Freud una dimensión de lo imposible.

1 Este tema ha sido trabajado en el artículo “La problemática del carácter: Un contrapunto entre S. Freud y W. Reich”, donde aparecen los dos períodos del tratamiento propuestos por Reich: la “fase introductoria”, donde el autor propone analizar el carácter; y el “proceso de curación propiamente de dicho” que corresponde al momento en el cual se realiza la interpretación de los síntomas.

2 Con esta idea, un par de años después, escribe Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas (1910) y cita al lingüista Abel que se detiene en el hecho de que la lengua egipcia posee un elevado número de palabras que poseen dos significados a la vez, cada uno de los cuales designa lo contrario.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1- Fajnwaks, F. (2002) El problema del carácter en la obra de Freud. In: Cuadernos de Psicoanálisis, n. 26, (EOL: CD - 26).         [ Links ]

2- Freud, S. (1893) “Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, III.

3- Freud, S. (1896) “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, III, 157-185.

4- Freud, S. (1896) “Manuscrito K. Las neurosis de defensa”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, I, 260-269.

5- Freud, S. (1900) “La interpretación de los sueños”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, V.

6- Freud, S. (1905) “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, VII.

7- Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, Epílogo. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, VII, 98-109.

8- Freud, S. (1908) “Carácter y erotismo anal”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, IX, 149-159.

9- Freud, S. (1909) “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, X, 119-194.

10- Freud, S. (1910) “Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas” OC, Vol. XI Amorrortu, Buenos Aires.

11- Freud, S. (1913) “La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribución al problema de la elección de neurosis”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XII, 329-345.

12- Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de pulsión”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XIV.

13- Freud, S. (1915) “De guerra y muerte. Temas de actualidad”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XIV.

14- Freud, S. (1916) “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIV. Bs. As. 1976.

15- Freud, S. (1916-17) “19ª Conferencia. Resistencia y represión”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVI.

16- Freud, S. (1916-17) “23ª Conferencia. Los caminos de la formación de síntoma”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVI.

17- Freud, S. (1917) “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVII.

18- Freud, S. (1926) “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XX, 71-165.

19- Freud, S. (1933) “Análisis terminable e interminable” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XXIII. Bs. As. 1976.

20- Freud, S. (1939) “Moisés y la religión monoteísta”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XXIII, 1-133.

21- Harari, R. (1988) La repetición de un fracaso. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.  

22- Miller, J.-A. (2011) La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 2011.  

23- Reich, W. (1949) Análisis del carácter. Buenos Aires, Paidós, 1991. 

Fecha de recepción: 18/05/15
Fecha de aceptación: 25/09/15

viernes, 1 de enero de 2021

Sadismo y erotismo anal

Freud nos dice que “el hombre de la cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que los sexuales”. En un caso y en otro, hablamos de una serie de equivalencias.

Hoy veremos cuáles son las equivalencias que operan en el desarrollo de la sexualidad, desde luego, no entendida como genitalidad, sino como aquel momento constitutivo de la subjetividad que es la sexualidad infantil.

Freud nos dice que “el hombre de la cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que los sexuales”. En un caso y en otro, hablamos de una serie de equivalencias. Desde luego, no nos referimos a la genitalidad, sino a aquel momento constitutivo de la subjetividad que es la sexualidad infantil. El orden de equivalencias tal vez resulte más evidente en el caso del dinero. Hoy veremos cuáles son las equivalencias que operan en el desarrollo de la sexualidad.

Avanzados ya en nuestro recorrido por los textos de sexualidad en Freud, hoy nos preguntamos: ¿cuál es el destino del erotismo anal una vez que se establece la fase genital? ¿Este erotismo anal, se reprime, se sublima o se permuta por otra cosa?

Para responder, tomaremos los rasgos de carácter como la avaricia, la minuciosidad y la terquedad tal como son desarrolladas por Freud en un texto titulado “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal” (1917).

Como hemos visto anteriormente, antes de la fase del primado genital, se da una organización pregenital donde el sadismo y el erotismo anal tienen un lugar principal y directriz. En su dinámica, que se constituye en un juego de poder, hay un componente sádico: entre el retener y el expulsar hay una cuestión de dominio.

Según hemos visto, en las producciones del inconsciente, como los síntomas y las fantasías, los conceptos de caca (dinero, regalo), hijo y pene son permutados entre sí, tratados como equivalentes.

En la clínica de la mayoría de los casos de histeria nos vamos encontrando, luego de bastante tiempo de trabajo, con el deseo reprimido de tener un pene como el varón. Llamamos a esto envidia del pene.

En otras mujeres, en lugar de la envidia del pene lo que hay es el deseo de tener un hijo. El deseo de tener pene, nos dice Freud, es idéntico al deseo de tener un hijo.

Sin embargo, hay otro camino, en el que un sector del erotismo de la fase pregenital pasa a la fase genital. En este caso, el hijo es considerado como algo que se desprende del cuerpo y es allí donde se da la identidad entre hijo y caca (regalo).

La caca es el primer regalo. O bien el niño entrega obediente la caca (por amor), o bien la retiene para su satisfacción autoerótica o para colocar su voluntad. Se trata de una pelea entre el amor y el narcisismo del niño, y con la decisión de colocar su voluntad, se constituye la terquedad característica de este tiempo en ciertos niños.

Del erotismo anal, entonces, surge el desafío; primero con el significado de regalo, y luego mediante su equiparación al dinero.

En el varón hay un elemento más. En el tiempo en que descubre en la mujer la falta de pene, este pasa a ser considerado algo separable del cuerpo. El pene, entonces, es análogo de la caca, el primer trozo al que tuvo que renunciar. El desafío anal de este tiempo (entregar la caca o no entregarla) entra en la constitución del complejo de castración.

Este recorrido se da cuando la pulsión es reprimida o sublimada, lo que da lugar a las trasmutaciones que vimos, pero ¿qué pasa cuando un resto de la pulsión no transmutado queda del lado del autoerotismo?

Cuando el niño está dispuesto frente a la demanda del Otro, representado por la madre, a entregar sus heces a cambio del amor que recibe, la pérdida del objeto anal se subjetiva.

Cuando esa demanda propia de la analidad falla, el proceso queda alterado y el objeto es retenido en la fase anal formando rasgos de carácter propios de esta etapa pulsional. Se produce, entonces, una intensificación de la organización pregenital sádico-anal.

Podemos encontrarlo, por ejemplo, en sujetos codiciosos o avaros, en quienes siempre dejan de lado sus intereses; aunque esto no sólo se juega con el dinero, sino también en los lazos con los otros: hay quienes no pueden intercambiar nada, ni siquiera tiempo, quienes no se permitirían pérdida alguna, aunque sin tener registro pierdan lazos y no acumulen nada.

Todo exceso en retener o deponer debe llevarnos a una interrogación por el erotismo anal.

lunes, 22 de junio de 2020

Angustia, pasaje al acto y acting out.

Notas de la clase de Stella Maris Rivadero, del 11/10/12, cátedra "Psicoanálisis II" en UMSA.

¿Por qué el pasaje al acto y el acting out es importante para la clínica? La angustia emerge ante lo enigmático del deseo del otro. Ante la pregunta fundante del sujeto “qué me quiere el Otro?” el sujeto esboza una respuesta que, en el mejor de los casos, es una respuesta fantasmática. Es decir, que selecciona del menú de los objetos de la pulsión, un objeto para responder a esa pregunta enigmática del deseo del Otro hacia él. 

En esta respuesta fantasmática, el sujeto elige un objeto de los objetos de la pulsión: seno, heces, voz, mirada. Puede responderse con “soy la caquita de mamá”, “soy la luz de los ojos de papá”. Esa primera respuesta fantasmática se va a reeditar en todo encuentro con un partenaire de cualquier orden. Es decir, cuando nosotros nos acercamos a alguien, consciente o inconscientemente voy a preguntar qué quiere el otro de mí. Y Vamos a responder desde nuestro fantasma con esto que suponemos que el otro quiere.
Esta es la fórmula del fantasma: 
 $ ◊ a  
sujeto barrado, lozzenge, a

El objeto a es el objeto, que decíamos recién, elige del menú de las pulsiones: las heces, la voz, la mirada y el seno. El sujeto va a decir “Bueno, si quiere la luz de sus ojos” vamos a tener a alguien que tenga que ver con la visión escópica. Si me quiere “la caquita de mamá”, la predominancia de la respuesta del sujeto va a estar ligada al objeto anal. En relación a la luz de los ojos del Otro vamos a tener la cuestión de la mirada que va a responder a un determinado tipo de estructura.


La estructura tiene un objeto prínceps, primer objeto del fantasma. Este objeto princeps es el que comanda toda la estructura. Las diferentes estructuras son las que ustedes conocen como psicopatológicas dentro de la neurosis. Por ejemplo, en el caso de la histeria, el objeto princeps es la mirada en la medida que todo el tiempo hay un mensaje al otro de que está tratando de convocar la mirada del otro. Por eso la seducción, el arreglo, o la manera de presentarse para cautivar  al otro, es decir, atraparlo en la mirada.


La neurosis obsesiva, que no es solo patrimonio de los varones, trata de atrapar (o relacionarse) al otro a través del objeto anal. Ya sea con la represión o la expulsión. Por ejemplo, con la agresividad, con la retención de tener dinero, en ganar información, las diferentes facetas que cualquiera de ustedes conoce acerca de la neurosis obsesiva.

La neurosis obsesiva no tiene tanta prensa como la histeria, pero Freud ya había dicho que es una neurosis principal porque es aquella de la cual uno puede aprender mucho. Después Lacan retoma esos textos y la pone como la neurosis más lograda. 


La fobia es una plataforma giratoria donde puede virar a la histeria o a la neurosis obsesiva. Con lo cual en la fobia tenemos los 2 objetos: el anal y el objeto mirada. Depende del tiempo de la cura, hay primacía de uno o de otro. Elpunto justo donde la fobia se estabiliza es cuando puede virar hacia alguna de las 2 posibilidades. Justamente, en la fobia lo enigmático del deseo del Otro hace más gravoso, porque no sabe si ser comido o retenido, o deglutido, por lo cual se ponen en juego variables que dificultan hablar de las neurosis obsesiva o histeria. Obviamente hay fobias con un predominio del giro de la plataforma de una sobre otra.


Habíamos dicho que el sujeto responde en la vida con sus fantasmas. Hay personas que pueden pasar toda la vida respondiendo a cualquier encuentro con un fantasma logrado y nunca se va a desestabilizar. Pero, ¿qué pasa cuando lo real de la vida, una escena cualquiera, hace que el sujeto ya no pueda responder con ese fantasma por el cual tiende a armar otro? 


Entonces decíamos que el sujeto responde con su fantasma y cuando una situación de la vida lo interpela y su fantasma ya no le sirve, ahí hay un trastablillamiento de su posición fantasmática. Este trastablillamiento de la posición fantasmática es lo que hace emerger la angustia. Es decir, ya no cuenta con ese aval seguro, que era el fantasma, para responder a lo que la vida le dio. Porque el fantasma es incómodo, ya que da respuestas coaguladas, estrechas, que no permiten mucha creatividad. Pero da ciertos mensajes, cierta seguridad. Por ejemplo, aquel que piensa que todo el mundo lo caga, se va a encontrar siempre con situaciones donde esto se reproduzca, porque el sujeto actúa también sus fantasmas, por lo cual va a encontrar esa respuesta que está pensando que va a encontrar. Lacan dice que el neurótico es un sujeto que en la repetición se va a encontrar con lo mismo. Freud decía que el sujeto repite porque no puede elaborar aquello que fue del orden de lo traumático. Entonces, repite para no recordar.  Pero en la repetición podemos considerar ciertas diferencias: está la repetición de lo mismo y también, en cada nueva puesta de la repetición, la posibilidad de que el sujeto se encuentre con un rasgo nuevo. 

Ese rasgo nuevo va a permitir que en algún momento que elabore eso que fue del orden de lo traumático para dejar de repetir, pero ¿qué hacemos los analistas en un consultorio? De alguna manera, el sujeto en transferencia, va a seguir repitiendo, en la medida que el analista va a ser aquel que ocupe el semblante de esos objetos a que el sujeto va a ir depositándole. 

Hay un primer tiempo en la cura  donde el analista ocupa el lugar de sujeto-supuesto-saber. Hay otro tiempo en la cura donde el analista va a intentar hacer temblar el objeto de cada fantasma a analizar. Por eso es importante que el analista lleve su propio análisis lo más lejos posible, porque es el único modo de poder sostener en transferencia los distintos tiempos de la cura. Hay un primer tiempo idílico en toda cura, después viene un tiempo más tormentoso, que es el tiempo donde el sujeto tiene que largar su objeto de fijación gozosa e incestuosa. Este objeto del fantasma es un objeto de fijación en términos freudianos, en términos lacanianos, de goce. Este mismo objeto, después de un trabajo analítico, es el objeto que al ser vaciado de goce, el sujeto con este objeto (liberado de ese goce), va a poder inventar algo para hacer un [cinto] en la vida. Es decir, que en lugar de padecen con el síntoma, haga una recreación sintomática para poder vivir de otro modo y no seguir padeciendo.

Ej: aquel que estaba pegado al goce anal, va a poder hacer con ese mismo objeto alguna otra cosa. No es lo mismo padecer la fijación que crear o inventar algo. Yo tenía una analizante que estaba muy fijada a cómo el mundo la miraba porque era la nena linda de mamá. Sus relaciones fracasaban cuando el partener no la miraba, y sentía que desaparecía de la escena. ¿Cómo no me miran a mí que soy tan linda? El mundo de esta paciente se limitaba, porque en la vida no siempre se puede ser la protagonista de todo. Por lo cual esto ella lo padecía y se angustiaba. Cuando se fue trabajando esta fijación que ella tenía a este objeto mirada del padre, ella empieza a poder pensar si puede hacer algo en relación a la mirada. Y actualmente ella trabaja en relación a la fotografía, expone, y ha podido hacer un cambio. El objeto del cual se trata es el mismo. Nada más que en un caso estaba al servicio del goce padeciente y en el otro caso está al servicio de la creatividad o la invención o de la sublimación, en sentido freudiano.

Decíamos que en el mejor de los casos, un sujeto va a responder en la vida con sus fantasmas. Cuando trastablilla el fantasma, va a surgir la angustia porque no va a tener con qué responder a lo que el Otro quiere. O sea, que la angustia implica encontrarse con la falta del Otro y también implica que es este punto la angustia va ser media o bisagra entre el goce y el deseo.

Este cuadro Lacan lo trabaja en el seminario de la angustia y pone arriba Otro (Autre) En el segundo nivel, la prohibición del incesto, o sea, la ley del padre, prohíbe a la madre reintegrar su producto y al niño acostarse con su madre. Por esa interdicción el Otro aparece en falta (lo barraado indica que A está en falta, castrado). Si el otro está castrado es que algo le hace falta. Si algo le hace falta, el niño viene a ocupar el lugar de falo imaginario en un primer tiempo y luego que opera la metáfora paterna va a convertirse en falo simbólico. Cuando hablamos del Otro, hablamos del Otro parental que puede encarnarse en la madre, pero también a veces puede ser el padre que pueda ocupar esa función. No hay que pegarlo a la cuestión de la identidad sexual, sino a la función. Es sobre la madre que va a caer la interdicción del padre en el sentido de “no reintegrarás tu producto” y al niño “no te acostarás con tu madre”. Ahí todo queda del lado materno. Si opera esta interdicción, a la madre le va a faltar algo y va  a tener que significar eso que le falta como falo imaginario o falo simbólico.


Si el niño queda como falo imaginario de la madre, queda siendo aquel que obtura la falta de la madre. Si opera en falo simbólico, la madre puede largar el niño para el mundo.

  • Falo imaginario: Es la creencia de que el bebé de verdad tapona la falta del Otro.
  • Falo simbólico: Adviene cuando la intervención del padre está operando y dice “No, el niño no te completa a vos, vos también necesitás del deseo de un varón o de otro”. Es cuando la madre, además del hijo, tiene otros intereses por fuera del niño.

Cuando la madre tiene otros intereses por fuera del niño, el interés libidinal con un partenaire sexual o el interés por el trabajo, ya está operando ese niño con significación de falo simbólico. El niño no puede hacer esta operación si el otro no promueve lugar. Cuando una mujer puede alojar a un niño como falo simbólico, a ella tiene haberle operado el padre edípico y también el padre muerto en sentido del padre de la ley. La prohibición va a en doble vertiente: para el niño y para la madre. Ambos se tienen que privar de un goce. Cuando nosotros analizamos y el sujeto nos dice “No, porque mi mamá me dice siempre lo mismo, quiere que yo lo obedezca”, está bien, es lo que quiere el Otro materno. Pero el sujeto también tiene una responsabilidad, ante como responde lo que el otro sujeto quiere.
En este tiempo donde el sujeto advierte que no es el objeto que completa al Otro, emerge la angustia, porque también existe la tentación de creer que existe el objeto que tapona al Otro. Está la doble cuestión: ser el falo y no ser el falo. Por eso, la angustia es bisagra de goce (el goce está en creerse el falo del otro) o el deseo que apuntaría a dejar de ser ese falito para poder tener acceso a los teneres fálicos: trabajar, estudiar, hablar, todos esos son tener fálicos. Cuando uno puede acceder a ciertos teneres, hay un punto en donde uno ha dejado de ser ese objeto de la demanda del otro.

Por ejemplo, la chica que dejó de ser la luz de los ojos de papá, pudo acceder a un tener fálico en la fotografía en la medida en que dejó ese lugar que la condenaba a estar sujeta a la mirada de los otros. 

La angustia como afecto incómodo, no siempre emerge y no siempre es tolerable. Con lo cual, hay 2 recursos que el sujeto tiene para evitar la angustia: el acting out y el pasaje al acto.

En el caso Dora, ella estaba ocupada mucho tiempo en ser lo que su padre quería. Pero su padre deseaba a la Sra. K y no quería a su madre, que era la que estaba todo el tiempo limpiando. Dora al no ser esa que el padre quería, entra en la triangularidad de la relación del Sr. K, la Sra K y ella, e incluso comparten vacaciones a sabiendas de que el padre era el amante de la Sra. K. Ahí hay toda una corriente libidinal donde Dora estaba mirando esta escena donde su padre no velaba ese deseo sexual hacia la Sra. K. Pero la que fue llevada a analizar fue Dora y no su padre para ver qué le pasaba él en esa mostración de su sexualidad hacia su hija. Esto hizo que Dora hiciera ciertos síntomas, como la tos, la carraspera, la afonía. Esto aludía a ese comercio sexual que ella estaba presenciando. Ella empieza con todo esto a los 14 años y podríamos decir que está en el segundo despertar sexual. En ese momento, ella estaba tironeada entre ser fiel a la madre o serle fiel al padre. Pero todos los problemas del padre, que había tenido tuberculosis, enfermedades venéreas. En ese punto, Dora era la hija falo que quería ser preferida por el padre, porque la madre prefería al hermano. En esa preferencia ella se ofrecía al otro como objeto. Porque este ofrecerse al otro como objeto, en principio, es al otro paterno, pero después en la vida es a cualquiera: puede ser al marido, a una novia, a un jefe. Es como esas mujeres que dicen “yo hago todo por mi marido”. En la histeria se ubica al partener como el amo castrado. Primero es el que puede todo, el que ella sostiene ofreciéndose en sacrificio aún en desmedro de cosas de ella. Ese lugar del varón idealizado está presente. En esto de qué espera el sujeto de mí y cómo se ofrece al Otro, sigue en la vida. La madre está en esos primeros tiempos iniciales en la relación.

En Dora está esta cuestión de la mirada. Y gozaba con esa mirada. También gozaba con ese lugar de ser la oreja del Sr. K. Porque él le decía a ella que no estaba satisfecho con su mujer, que no estaba contento, que le molestaba cierta presencia del padre. Dora hace síntomas físicos, la inervación somática. Pero hay un punto cuando Dora se empieza a angustiar, que es cuando empieza a preguntarse qué papel jugaba ella en esto. Frente a esta situación hay algo que Freud tomó, que es la escena junto al lago el Sr. K. le dice a Dora “mi mujer no es nada para mí”. Uno podría decir que ella estaba coqueteando con K, pero el objeto de su deseo era la Sra. K, porque la Sra. K representaba, a los ojos de ella, lo que significaba ser una mujer. Porque la pregunta de qué es ser una mujer no solamente atañe a las mujeres, sino también a los varones. Los varones dicen “qué más quiere de mi”. El enigma freudiano era alrededor de la femineidad y en la constitución subjetiva la pregunta por el deseo está también en relación a otro pequeño, a un semejante. Para Dora, la Sra. K era la representante de lo femenino. Cuando el Sr. K le dice que la mujer no es nada para él, cae lo que ella tenía como ideal y también, él creyendo que al decirle eso Dora iba a caer en sus brazos, no sabía que tenía que sostener esa triangularidad para que el deseo pudiera sostenerse. Porque el deseo se funda siempre en una terceridad. Padre – niño – madre. Esta triangularidad puede no existir realmente, un tercero puede ser una persona pero también puede encarnarse en un trabajo.

Dora, cuando escucha eso, le da una bofetada al Sr. K. Freud toma eso como un pasaje al acto, porque si hubiera emergido la angustia, Dora tendría que haberse tentado con esta pregunta: Si la Sra. K no es nada para él, ¿qué soy yo para él? ¿Qué represento, qué lugar ocupo? Pero en lugar de esa pregunta, que la angustiaría, ella hace un pasaje al acto en el sentido de quedar ahí, puesta en el lugar de un objeto. Ella se identificó a la frase del Sr. K como un objeto. Cuando el Sr. K dice que su mujer nada para él, está diciendo que su mujer es un resto, que no es nada, es un objeto, no es una mujer, sino nada. Dora se identifica a esa nada y aparece la cachetada.

Este ejemplo, Lacan después lo toma como paradigmático para no confundir pasaje al acto en el sentido que lo conocemos nosotros habitualmente. Cuando alguien dice “Uy, se intentó suicidar, como un pasaje al acto”. El pasaje al acto no es el suicidio siempre. El pasaje al acto implica caer de una escena del mundo identificado a un objeto, a un resto, a una nada. La escena hubiera proseguido con Dora, hubiera sido una escena amorosa, pero al pegarle una cachetada se rompe la escena del mundo porque es algo no esperado por él, no está dentro de lo simbólico. No tiene palabras, no hay un decir sobre eso. Hay un actuar por un lado y una ruptura de las coordenadas.

Todo pasaje al acto implica que el sujeto tiene amordazado su decir y por eso lo único que le queda es caer como un resto, porque no tiene palabras para reconocerse en ese lugar en el que el otro (chiquito), en este caso K, la interpela. Es el proceso primario, porque no ha habido lugar para el sujeto en que pudiera reconocerse como sujeto amparado por otro. Es como que le hubiera faltado un reaseguro del otro.

En la joven homosexual, que es uno de los historiales freudianos, hay una chica de la alta burguesía vienesa que el padre está muy enamorado de la madre y ella tenía un par de hermanitos varones y cuando tenía 13 o 14 años nace un hermanito varón y el padre, que está totalmente fascinado con su mujer, no le presta atención a ella y por otro lado, la madre está todo el tiempo puesta en el lugar de mina. La madre no se comporta con la joven homosexual como una madre. Cuando una hija mujer está creciendo, una madre tiene que dar un paso al costado para que la hija mujer pueda acceder a lo femenino de que ella le trasmita y para que sea “la mujercita” del padre. No es la madre también que tiene que restarse para que la nena pueda acercarse al padre, decepcionarse del padre y buscar en un subrogado otro. Esta mujer, en su narcisismo, no miraba que su hija estaba creciendo, con lo cual, a esa chica lo único que le quedaba era tener que comportarse de alguna manera para que los padres le prestaran atención. Ella, en ese tiempo, estaba absolutamente dedicada a cuidar unos niñitos hijos de una familia amiga, con una devoción que uno podría decir un tanto patológica. Podemos decir que había un intento de identificarse a una madre que miraba sólo a los hijos varones y que a ella no la miraba. Para poder acceder a la femineidad, la hija mujer necesita de la libidinización de parte del Otro materno, con la voz y la mirada, y también el amor del padre y al padre.

O sea que esta mujer no tenía ni la vertiente amorosa del padre ni la vertiente donadora de voz – mirada para libidinizar ese cuerpo que se iba haciendo mujer del lado de la madre. La joven empieza entonces con una serie de actuaciones (acting out) a pasear con una mujer de dudosa reputación que se llamaba La Cocot. La Cocot era una mujer bisexual que a veces cobraba sus favores sexuales, casada con un varón de la comunidad vienesa y que además había tenido unas cuestiones delincuenciales de por medio. Una familia tradicional judía de Viena y la hija se aparecía con una mujer así era mal visto, pero estos padres hacían caso omiso, la joven iba al trabajo del padre y se mostraba paseando con esta mujer, que era mucho más grande que ella. Esas son mostraciones. Un acting out es una mostración de un significante que se ha elidido (fuera de, excluido) de la cadena simbólica. Aquello que no entró en la cadena simbólica, se muestra. Es lo que no puede ser dicho. El acting out se juega siempre en una escena, sería representar como un juego sobre una escena una historia en acción. Se representa algo dirigido a alguien.

¿Por qué algo no puede ser dicho? Porque no hay un otro que escuche. Por eso no hay análisis sin acting out, porque todos desde algún lugar, no hemos sido escuchados por ese otro materno. Transferencia sin análisis es aquello que el sujeto trae al análisis pero que no pudo ser dicho en su historia, es decir, un significante que escapó de la cadena. Ese significante el sujeto lo va a mostrar. En el caso de la joven homosexual, esta mostración que hacía de pasearse con la Cocot, era una forma de decirle a los padres “Ustedes no me miran, pero voy a estar en el peor lugar para que me miren. Voy a buscar a alguien que a ustedes los incomode para ser mirada”. Ella se buscó a alguien que no hacía juego con su familia de origen, alguien que estaba por fuera de las constelaciones sociales, morales y culturales de su propia familia.

Los adolescentes crecen de acting en acting, porque todavía no tienen todo el acervo simbólico para poder decir, porque está en una etapa donde el fantasma no ha terminado de sellarse. Porque esto que yo les decía de la posición fantasmática, se inicia en la infancia, se da una segunda vuelta en el segundo despertar sexual, que es la entrada en la pubertad, y en la adolescencia se va sellando hasta que el sujeto sale de ser adolescente. Pero la adolescencia significa adolecere, y el crecimiento es de acting en acting. Por eso los chicos son tan “barderos”, porque no tienen otras chances, entonces muestran su problemática. No todo adolescente hacen un acting de un modo de cortarse, o dejar el vómito. Esos son adolescentes con cierto grado de gravedad. El adolescente es el que le decís “Hola, ¿cómo estás?” y te da un portazo. Eso también es un acting. Es algo que muestra, que no sale de la escena. Puede dar un portazo pero no queda como un resto, es una afirmación de él. En el acting out hay un intento de afirmarse. En el pasaje al acto, el único recurso que le queda al sujeto para ser nombrado, es reducirse al resto. 

De un pasaje al acto no se puede volver del mismo modo. De un acting out sí se puede volver. En el pasaje al acto, por ejemplo, si uno insulta al jefe, es difícil que retome la misma relación. En cambio, el acting out es un llamado al otro para que lo tenga en cuenta de alguna forma. En al análisis tenemos que distinguir uno de otro, porque a veces podemos confundirnos. 

Sigamos con la joven homosexual. El padre de la joven tenía una mirada colérica y en uno de esos paseos en que estaba con la Cocot, se tira a las vías del tren. Las vías del tren en alemán es [¿??] lo equipara al parir también. Cuando lean el texto, fíjense que parir, parirse también implica tirarse a las vías del tren. En ese tirarse a las vías del tren ya no hay mostración, hay un pasaje al acto, porque ella no logró de ese papá una palabra que pusiera coto a esas mostraciones con la Cocot. Sólo una mirada sin palabras. Con lo cual, se vio obligada a tirarse a las vías del tren para así preguntarse ¿te hago falta en algo, significo algo para vos? La joven homosexual, como cualquier adolescente, puede llegar a esta encrucijada si el otro no lo lee, puede a lo mejor verse obligado a identificarse a un objeto para ser reconocido. Es un reconocimiento complejo, porque puede perder la vida. La joven homosexual se salva y así termina en las manos de Freud, pero es recién ahí que el padre piensa que a la hija le puede llegar a estar pasando algo. El padre no consulta por lo que pasó, sino para que la joven rectifique su conducta sexual.

El acting out aparece mucho en los neuróticos y ahora también vemos, en la clínica, que hay pacientes que viven de acting en acting. La malla de lo simbólico no ha podido tejer la posibilidad de dar una respuesta a qué me quiere. Como no tienen un fantasma al cual responder, que una frase que se juega. Si ustedes se analizan, en algún momento van a descubrir cuál es la frase fantasmática que los habita a cada uno. 

El reto que la joven homosexual tendría que haber recibido sería la demanda del otro. Y la demanda, es demanda de amor. Y la demanda de amor constituye al sujeto. Si un sujeto no es demandado, es el paria más absoluto de la tierra. El acting out es un pedido al otro, si el otro no acude, lo deja sin recursos.

En la dirección de la cura, nos vamos a encontrar con cualquiera de estas 2 versiones que evitan la angustia. La angustia guía la dirección de la cura, porque es aquella que nos permite orientarnos en donde el sujeto está gozando pero también hacia a dónde apunta su deseo. Siempre que emerge la angustia, hay algo entre un goce que se quiere retener, pero también hay un deseo que implica que, para acceder a ese deseo, hay que dejar el goce. 

El goce te deja acá, en un lugar con la ilusión de que hay otro sin castrar y un sujeto sin castrar.


La castración implica pérdida. Ser el falo de la madre es una ilusión que tenemos que perder todos. El trabajo analítico es pasar de ser a tener. Pero en este pasaje hay pérdida, y el deseo implica siempre una pérdida de la posición de goce frente al Otro. El goce es atractivo porque tiende a la homeostasis del aparato, a evitar la castración. Hay 2 tipos de castración:


  • Castración imaginaria: Es la que el neurótico ofrece como hipoteca a su cuerpo, como en la impotencia, la inhibición, el síntoma.
  • Castración simbólica: Es la castración de Otro. Que el otro esté en falta desde siempre, y aunque yo me esfuerce, me esmere e hipoteque mi vida para colmar al otro, el otro está en falta por estructura. En la medida que el sujeto entra en el lenguaje, algo perdió.

Una cosa que pierde el sujeto cuando entra en el lenguaje, es el cuerpo biológico. Adquiere un cuerpo hablante y hablado. Sostener el deseo implica perderse de algo. No cualquier cosa es deseo. El deseo de morir no es un deseo, sino el goce de volver a una cosa inanimada en la que no hay pérdida. “Si desea suicidarse, hay que dejarlo”, dicen. Yo no estoy de acuerdo con eso, porque eso no es un deseo, sino la imposibilidad de reconocer como sujeto en una cadena histórica. Porque a veces los hechos se refieren a 2 o 3 generaciones atrás. No siempre está en relación a la identificación de los padres, va más lejos.

En las neurosis hay una inscripción de la metáfora paterna. Esto hace que el sujeto pueda hacer un síntoma, o una inhibición, o angustiarse. Esto demuestra que el nombre del padre operó. En la psicosis, el nombre del padre está forcluido, porque el sujeto quedó como falo imaginario de la madre. Y en la perversión hay una renegación del nombre del padre, no hay castración. Por eso, cada una de las estructuras va a implicar que nosotros orientemos la cura de tal o cual manera. El campo de las neurosis es el campo más propio del psicoanálisis. Con la psicosis, uno puede lograr que el psicótico se estabilice, pero la estructura no se cambia.

Lo que si hacemos en la neurosis es que la fijación en el objeto, el fantasma, ceda para que el sujeto como deseante pueda inventar algo. Por ejemplo, hacer con la mirada alguna otra cosa.

El goce que se pierde implica un duelo posterior, además de la angustia por la que se pasa. Por eso el análisis no es sencillo, porque talla que el sujeto cambie la posición, no solamente que cambie la posición imaginaria, que se deshaga del sentido del Otro sin necesitar del acting out ni del pasaje al acto.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Puntuación de la clase 5 del seminario X.

Apuntes de la clase de Diana Ramos.

En esta clase Lacan habla de cómo en el fantasma del neurótico el lugar del objeto el sujeto pone una demanda. El neurótico lo que hace es hacerse demandar por el Otro, lo que pide es una demanda. ¿Cuál es el movimiento que el analista hace ahí? El neurótico siempre está pidiendo una demanda y el objeto a sería una demanda del Otro, en el sentido de que cuando aparece, aparece como una interrogación. Y como el neurótico se hace demandar por el Otro, en realidad lo que él obstruye es él mismo demandarle al Otro. En el punto en que el sujeto le demandaría al Otro, tendría la posibilidad de recibir del Otro. No estaría la falta en juego y de lo que trata el neurótico es de no saber absolutamente nada de esto. Entonces, se hace demandar. Pensemos en los pacientes que nos preguntan: ¿Cuántas sesiones por semana? ¿Cuánto me va a cobrar? ¿Qué me puede decir de tal cosa? ¿Cuándo me va a curar? Ahí el neurótico no pone en juego su falta. Si bien la demanda es algo que es articulable (el deseo no, porque se trata de un vacío), la demanda siempre se hace desde a, es decir, en relación a un objeto perdido. El a como causa y como objeto perdido. En realidad, va a poner en juego la falta del objeto.


Pregunta: ¿Cómo es esto de la demanda de hacerse demandar?
D: el neurótico lo que hace es hacerse demandar, pide una demanda, que el Otro le pida. Pensemos en la histérica, que le pide al Otro que le pida, más en el caso de los partenaires. El neurótico se hace demandar por el Otro, porque sino aparece la angustia. El encuentro con la falta, o la falta de la falta también, lo que adviene es la angustia. Se trata del vacío pre-subjetivo, dice Lacan. Cuando nosotros nos encontramos con un sujeto ya constituido, también la angustia es por un vacío en relación a un significante que le aparece opaco, donde hay algo del vacío y de la posibilidad de significar. Esto en realidad remite al trauma, porque uno va a ir a buscar esto, ese más allá y tratar de reelaborar ese momento traumático, ese momento pre-subjetivo y la constitución, donde aparece el sujeto dividido. Ante ese momento traumático no hay inscripción, luego adviene el inconsciente y esto va a hacer a la división del sujeto.


Nosotros como analistas a veces demandamos mucho al paciente. Ya el hecho de hablar es demanda, por el hecho de decirle cómo le va, cuente, hable. Pero hay que tratar, en este sentido, ser lo menos demandante posible. Si no es difícil que pueda aparecer ahí la angustia. Si no es por la angustia, es imposible que el sujeto pueda modificar algo de su posición.

Lacan habla de la dimensión del Otro, que en el neurótico lo encontramos constantemente porque de eso viene a hablar. Además se constituye en el campo del Otro, porque el inconsciente es el campo del Otro, de todas esas vivencias que el sujeto tuvo con su Otro y de todo eso es de lo que el inconsciente habla. Siempre está esta cuestión de qué hacer con el Otro, con el que no me deja, con el que no sé, con el que supuestamente sabe… Lacan de la dimensión del Otro como dominante y habla de 3 puntos.
  • La demanda del Otro.
  • El goce del Otro.
  • Una forma modalizada, que por otra parte aparece como signo de interrogación y que es el deseo del Otro.


Lo interesante es que acá Lacan habla del analista en relación al deseo del Otro, en la medida que es el deseo que corresponde al analista, en cuanto interviene como término de la experiencia. El analista también se puede constituir como un Otro del paciente. Estamos en juego acá, no se trata solamente del deseo del Otro. Lacan dice que no vamos a hacernos los tontos en esto, que no hagamos lo que reprochamos a todos los demás. O sea, elidir al analista del texto de la experiencia analítica que interrogamos. Dice que la angustia cuya fóŕmula debemos aportar es una angustia que nos responde, una angustia que provocamos. Una angustia con la que llegado el caso, tenemos una relación determinante. En esta dimensión del Otro, nosotros encontramos nuestro lugar. Si estamos como Otro, ya sea como el que desea como el que goza, vamos a provocar angustia. Lacan dice que la provocamos y que tenemos una relación determinante. El deseo del analista va a provocar angustia, es imposible que no aparezca.


Cuando tenemos un paciente que viene muy angustiado, lo que vamos a tratar es de bajar el nivel de angustia, porque si la angustia es muy intolerante no se puede trabajar. Los sujetos que vienen muy angustiados no saben por qué, esto se empieza a trabajar. Pero la angustia cuando es muy grande es difícil de cernir, es innombrable, va directamente al cuerpo. Esto luego se anuda a las relaciones con el sujeto con el Otro, que por supuesto se va a replicar en la transferencia con el analista.


Lacan dice que le gustaría que pudiéramos percibir que en esta dimensión del Otro nosotros encontramos nuestro lugar eficaz en la medida que sabemos no menoscabarla: no está ausente de ninguna de las formas bajo las cuales se ha intentado circunscribir hasta hoy el fenómeno de la angustia. Es decir, no está ausente en el goce del Otro, en la demanda del Otro, en el deseo del Otro.


Habla de las neurosis artificiales o experimentales con los animales, para hablar de la neurosis artificial en la transferencia. Habla de Pavlov y la experiencia del reflejo condicionado para poder hablar de que la dimensión del Otro está siempre presente en la experiencia hasta tal punto que en algunos experimentos con animales se puede hasta provocar una lesión de órgano por el estrés. Esto en el caso de la presencia del Otro con animales.


Lacan dice que sí se sabe cómo se comporta un perro con aquel que se llama o no se llama su amo, se sabe que en todos los casos para un perro, la dimensión del Otro cuenta. Pero aunque no fuese perro, aunque fuera un saltamontes o una sanguijuela la dimensión del Otro está presente. Me dirán ustedes que un saltamontes o una sanguijuela, organismo paciente de esta experiencia, no sabe nada de esta dimensión del Otro. Estoy absolutamente de acuerdo. Por eso, ciertamente, todo mi esfuerzo durante algún tiempo consistió en demostrarle a ustedes un nivel comparable a nosotros sujetos. En este sujeto que somos, tal como aprendemos a manejarlo y a determinarlo, hay también todo un campo donde de aquello que nos constituye no sabemos nada. Es esto de lo traumático y no sabemos nada porque esto va a caer en el intervalo entre el a y el Otro y es el sujeto dividido. De eso, que es el objeto perdido y eso que cae, la experiencia como resto de eso, no sabemos nada.


Lacan sigue hablando de la cuestión del Estadío del espejo y lo especular y dice que aunque no existiera el psicoanálisis, igualmente lo sabríamos, porque hay momentos de aparición del objeto que nos arrojan a una dimensión muy distinta que se da en la experiencia y que merece ser aislada como primitiva y es la dimensión de lo extraño. Uno podría decir que en algún momento cuando le aparece el síntoma a un paciente, es como la dimensión de lo extraño.


Pregunta: ¿Esta dimensión de lo extraño, tiene que ver con lo ominoso del texto del Freud?
La angustia de Freud es la angustia de castración, es la angustia ante la falta del Otro. Pero Lacan en este seminario lo que introduce es la angustia lacaniana, que es más la angustia ante la carencia de la falta. La falta de la falta, digamos, que no es privativa de que en realidad se trata del objeto a, porque lo que está perdido es eso. Ahora, ese objeto a puede estar velado en el fantasma y permitirnos tener un marco para desear y manejarnos con nuestro sufrimiento o puede aparecerse en lo ominoso, presente. Por ejemplo, en el estadío del espejo Lacan habla de esta cuestión del chico, cuando está ante su propia imagen… Por eso dice que el primer objeto replicaría esta insuficiencia en la posibilidad de conocer al objeto y se ve bien en el estadío del espejo, porque el chico se ve entero donde no lo está y además presenta un sentimiento de mucho júbilo cuando se da vuelta y reconoce que el Otro lo está viendo. O sea, es necesaria la mirada y la voz del Otro. ¿Pero qué pasaría si en la experiencia del espejo uno se encuentra con la propia mirada? Es lo que le pasa a Freud cuando está en el tren y se encuentra con su propio reflejo sin la distancia de cuando uno se mira al espejo, por ejemplo. Entonces, se le aparece esta cuestión del fenómeno del doble, él mismo mirándose, que es un imposible porque aparece la mirada. Para que podamos vernos en el espejo y reconocernos, es necesario deponer la mirada. Si nosotros no deponemos la mirada, no la dejamos a un costado, se aparecería esta mirada, nos miraría y ese sería el fenómeno de lo siniestro, al aparecer el objeto que tiene que faltar. El objeto tiene que faltar para que podamos vivir y no estar en una angustia permanente, porque si el objeto aparece donde no tiene que aparecer (en la mirada, la voz), realmente es del orden de lo siniestro. Pensemos en una alucinación, que no es privativa de las psicosis, porque en una neurosis se pueden tener fenómenos alucinatorios. Lacan dice que la angustia es de la dimensión de lo extraño y va a hablar del horror y de lo siniestro.


De la angustia y de lo extraño, dice que esta no puede de algún modo captarse como algo frente a lo cual el sujeto permanece transparente frente a su conocimiento. Ante eso nuevo, el sujeto literalmente vacila y todo en la relación supuestamente primordial del sujeto con cualquier efecto de conocimiento es puesto en cuestión.


Cuando esto aparece, vacila el fantasma y todo es puesto en cuestión, porque el sujeto conoce desde su fantasma, es la respuesta que se dio a lo que el Otro lo quiere. Pero cuando aparece algo del objeto, que está velado por la demanda del Otro, que Lacan lo va a decir más adelante, toda la estructura del sujeto es puesta en cuestión. A veces, cuando nosotros tenemos un sujeto con una vacilación fantasmática importante, escuchamos a veces una posibilidad de una psicosis. Lo que pasa es que el neurótico luego puede dialectizar, historizar, quizá no enseguida y a veces hay que consultar con un psiquiatra, hacer una interconsulta para calmar porque a veces es realmente espantoso.


Este surgimiento del campo del objeto, de algo desconocido, experimentado en cuanto a tal, de una estructuración irreductible, se plantea también en la experiencia y pone el ejemplo de cuando los niños tienen miedo a la oscuridad. Dice: He aquí una respuesta concebible -en relación a por qué los chicos pueden tener miedo a la oscuridad- consiste en partir de la constitución del objeto correlativo del primer modo de abordaje, el reconocimiento de nuestra propia forma. Lacan está en el estadío del espejo, que es lo que les decía antes: nuestra propia forma, el yo. Plantea que dicho reconocimiento es en si mismo limitado, tanto del objeto en cualquier ciencia que se trata, hasta del objeto de sí mismo… porque deja escapar algo del revestimiento primitivo de nuestro ser, resultante del hecho de existir como cuerpo. Uno podría decir que se apunta a ese momento que no puede aparecer en el espejo. Es ese momento constitutivo de investimiento del ser, que tiene que ver con el objeto. El objeto está perdido, pero uno va a ir a esa experiencia traumática constantemente, tratando de elaborarla.


Dice que dicho reconocimiento en en si mismo limitado porque deja escapar algo del investimiento primitivo de nuestro ser, resultante del hecho de existir como cuerpo. ¿No es acaso una respuesta, no solo razonable, sino controlable decir que es este resto, este residuo no imaginado del cuerpo lo que mediante algún rodeo sabemos designar, viene a manifestarse en el lugar previsto para la falta? Cuando esto aparece, esto es lo que angustia.


Y de tal forma que al no ser especular, sitúa imposible situar. O sea, es imposible situar esto en el espejo, está caído. No es la angustia de castración, no es el -φ. Está caído, es imposible situarlo.


En efecto, una dimensión de la angustia es la falta de ciertos puntos de referencia. Es decir, es algo que se presenta que no puede ser imaginarizado. Es algo del orden de la estructura que tiene que estar velado. Cuando esto se presenta, ocurre esto de lo siniestro, el íncubo, aparece la dimensión de la angustia que es la falta de cierto punto de referencia. Es eso, la falta de ciertos puntos de referencia.


Lacan habla de la experiencia de la pesadilla: Uno se pregunta por qué se interesan tan poco por la pesadilla. Les recuerdo su fenomenología fundamental: la angustia de la pesadilla es experimentada como la angustia del goce del Otro. Lo correlativo de la pesadilla -acá el tema de lo siniestro- es el íncubo o el súcubo, aquel ser que te oprime el pecho con todo su peso opaco de goce extranjero, que te aplasta bajo su goce. Lo que se ve en el mito y también en la pesadilla es que aquel ser que pesa por su goce es también un ser que interroga. Ahí está el punto de la demanda. Es un ser que también interroga, no sólo una pesadilla. Es el Otro que viene a hacer con uno lo peor, lo que quiera, a gozarnos de la manera en que cada uno tenga su pesadilla, pero que además viene a interrogar al sujeto. ¿Qué me quiere? Si uno piensa en la figura de la mantis religiosa y esto que Lacan pone como escena de que él podría estar en la presencia de la mantis religiosa sin saber qué máscara porta, fíjense que acá está esta cuestión del goce del Otro, pero también de la interrogación, por la cuestión de qué me quiere el Otro, qué clase de objeto soy para el Otro. Sabemos que sí un objeto, por lo cual está el goce del Otro.


Entonces Lacan habla de la esfinge y dice que la intervención en el mito, no lo olviden, precede a todo el drama de Edipo. Es una figura de pesadilla, pero al mismo tiempo una figura interrogadora. Esta pregunta aporta a la forma más primordial de lo que es llamado la dimensión de la demanda. O sea que siempre que hablamos del goce del Otro, siempre que hablamos del objeto estamos hablando de la demanda. El goce del Otro viene en forma de interrogación para el sujeto.


Hemos aquí de nuevo sido conducidos a interrogar una vez más la relación de una experiencia, que puede ser llamada pre-subjetiva, en el sentido corriente del término sujeto y la pregunta en su forma más cerrada en forma de un significante que se propone a sí  mismo como opaco, lo cual es la posición del enigma. El significante, como les dije en cierto momento decisivo, es una huella, pero una huella borrada. El significante se distingue del signo en el hecho de que el signo es lo que representa algo para alguien. El signo es unívoco, por ejemplo el signo de prohibido estacionar… Mientras que el significante es lo que representa un sujeto para un ser significante. El ser es significante, es lo que representa un sujeto para un ser que también es significante. De lo que se trata es de nuestra relación de la angustia con cierto objeto perdido, pero que seguramente no está perdido para todo el mundo. Les mostraré dónde se lo reencuentra, pues no basta con olvidar algo para que no continúe no estando allí, solo es que ya no sabemos reconocerlo. Para reencontrarlo convendría volver al tema de la huella. Lo que está hablando acá es del inconsciente. Es un objeto perdido, pero uno puede volver a encontrar al objeto, por ejemplo cuando en el inconsciente aparece un lapsus, un acto fallido, está hablando del objeto, de eso perdido. Es una huella vacía, digamos, un pista falsa según va a decir Lacan, porque no es completamente el objeto.


Lacan dice que el único capaz de dejar huellas falsamente falsas -que es bien niesztcheano- no es solamente el hombre, sino esencialmente significante. Un psicótico es también un humano, pero no puede dejar huellas falsamente falsas. En la psicosis se presentifica un objeto y también, en el caso de la inhibición, el sujeto tampoco va a dejar huellas falsamente falsas. Cuando una huella se la ha trazado para que sea tomado por una huella falsa, entonces sabemos que hay un sujeto hablante. Así sabemos que hay un sujeto como causa.


Pregunta: ¿Podrías dar un ejemplo de lo de la huella falsa?
Está el ejemplo de Freud, ¿Por qué me decís que vas a un lugar, queriendo hacerme creer que vas a otro lugar? Cuando uno le hace al otro creer, mediante una verdad, le hace creer que eso es una mentira. Pero en realidad se trata de una verdad. ¿Con quién estuviste anoche, amor? le pregunta el marido. “Con 3 tipos”, responde ella… Y en realidad ella estuvo. Esta es la posibilidad del ser humano, donde encontramos un sujeto.


El sujeto allí donde nace se dirige a lo que llamaré brevemente la forma más radical de la racionalidad del Otro. O sea, este comportamiento no tienen ningún otro alcance posible sino insertarse en el lugar del Otro en una cadena significante que no tiene el mismo origen, o si. Entonces, acá viene lo de la huella borrada, que es lo que yo les decía:


a $ A


Hay, pues, de entrada un a, el objeto de la casa y un A mayúscula. Un intervalo, en el cual el sujeto surge con el nacimiento del significante, pero como tachado, como no sabido. Entonces, tenemos el objeto de la casa, tenemos el Otro, pero en realidad este objeto a está en el campo del Otro y el sujeto cree que lo tiene, pero en realidad no lo tiene el Otro. Cuando el sujeto trata de preguntarse por un significante que lo pueda significar al Otro enteramente o a sí mismo enteramente, se encuentra con que el Otro está barrado. Esto da por resultado, entonces, el sujeto dividido. Cae el a, no hay completud en el Otro, se pierde el objeto y la posibilidad de acomodamiento y como contrapartida tenemos al sujeto barrado, pero como tachado, como no sabido. Sujeto barrado es sujeto no sabido, en la medida que no sabemos qué significante lo representa. En realidad no existe uno en relación al ser. Toda orientación ulterior del sujeto se basa -esto es importante porque lo vemos en los análisis- en la necesidad de una reconquista respecto a este no sabido original. Uno va una y otra vez a ese momento traumático. Aquí ven ustedes surgir la relación verdaderamente radical concerniente al ser que deberá ser nuevamente reconsquistado por parte de este sujeto que se encuentra entre el a chica y la primera aparición del sujeto como no sabido, lo cual significa inconsciente, el nacimiento del inconsciente.


La existencia de la angustia está vinculada al hecho de que toda demanda, aunque sea la más arcaica, siempre tiene algo de engañoso respecto a lo que preserva del lugar del deseo. O sea, un sujeto puede pedirle al Otro incondicionalidad, pero si el Otro le intenta dar esa incondicionalidad, va a intentar preservarla. Lo tenemos por ejemplo en la anorexia, donde el sujeto le pide algo a la madre… O le piden a la madre que les compren de todo. La madre lo hace, entonces la anoréxica trata de preservar su deseo y no come, por ejemplo, porque está tan lleno el Otro, quiere satisfacer tanto su demanda y en realidad se trata de restar de este Otro porque hay demasiada presencia de ese Otro. Entonces, toda demanda, aunque sea la más arcaica, siempre tiene algo de engañoso respecto a lo que preserva, el lugar del deseo. O sea, que ahí va a aparecer la angustia. Cuando el Otro da, da y da, demasiada presencia, ahí lo que aparece es la angustia. Aunque el neurótico demande presencia, siempre trata de preservar algo del orden de este fort-da, algo del orden del lugar del deseo.


Esto explica también el lado angustiante de lo que a esta falsa demanda y le da una respuesta que lo colma. Esto sería que el neurótico hace creer al Otro que le pide y es eso lo que pide y en realidad es una falsa demanda, porque lo que hace es tratar de preservar la falta. LO que el niño le pide a su madre está destinado a estructurar para él la relación presencia-ausencia que muestra la relación del fort-da, que es un primer ejercicio de dominio. Hay siempre un cierto vacío que preservar, que no tiene nada que ver con el contenido positivo ni negativo de la demanda. La demanda acude inevitablemente al lugar de lo que es escamoteado, al objeto. La demanda, en el fantasma, va a estar en el lugar de lo que es escamoteado, el objeto a.


Lacan habla de la fórmula de la pulsión, del fantasma, $◊a, que en realidad sería $◊D. Esta sería la fórmula de la pulsión. En realidad, la fórmula del fantasma se relaciona con la fórmula de la pulsión. Les he enseñado a escribir la pulsión que debe leerse sujeto tachado, corte de D demanda. Ello es así en la medida que el fantasma se presenta de una forma privilegiada en el neurótico como pulsión. El fantasma se presenta en el neurótico como el sujeto en relación a la demanda del Otro. Lacan dice que las pulsiones se muestran siempre como formas parciales y habla de los tipos de objeto. Dice: esto está muy claro al conocer la estructura que heredó de la pulsión en los primeros objetos aislados por el análisis. Tenemos el seno cortado como demanda a la madre. Más tarde, al invertir la demanda (objeto oral) la demanda de la madre es el objeto anal. Tenemos ese objeto que se llama escíbalo, que es el objeto anal. Hay que entender bien que también en este caso … el objeto tiene relación con una zona que se llama erógena. ¿Por qué tiene que ser el escíbalo? ¿Por qué tiene que ser el pecho y no el tracto digestivo, por ejemplo? El objeto se recorta, porque está en relación a la demanda del Otro: la mirada de la madre, a la relación del sujeto con el pecho de la madre, a la demanda de la madre respecto al control de esfínteres. Está la demanda del Otro, ¿pero por qué no el tracto digestivo, si en realidad cuando se alimenta pasa por ahí? Hay que entender bien que en este caso la zona está separada por un límite de todo el sistema funcional que desemboca y que es mucho más basto. Entre las funciones excretoras, ¿por qué el ano, sino por su función determinada por el esfínter que contribuye a cortar un determinado objeto? Este corte es el que da valor y su acento al objeto anal, con todo lo que puede llegar a representar en tanto que don, sino en tanto que identidad.

Tan solo se trata de un desecho que designa lo único que es importante, o sea, el lugar de un vacío. A ese lugar va ir el síntoma, para poder dar cuenta permanentemente de este vacío estructural. A ese lugar va a ir el síntoma y el fantasma. Así que la próxima vez empezamos con síntoma.