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sábado, 9 de agosto de 2025

Del vuelco fregeano a la sutura lacaniana: límites y operaciones sobre el nombre propio

El tratamiento de la problemática del nombre propio experimenta un viraje decisivo con el planteo de Frege, en tanto su elaboración desplaza la nominación de toda concepción naturalista del lenguaje. Este punto de inflexión abre un terreno inseparable de las autoaplicaciones del lenguaje, cuya evidencia más radical se alcanza con el aporte de Gödel.

Ambos autores resultan fundamentales para Lacan, pues le proporcionan un andamiaje lógico desde el cual explorar los límites de lo posible de escribir o simbolizar, en el marco de su indagación sobre la función significante del Padre. Desde la perspectiva que articula a Frege y Gödel, la cuestión del nombre propio se vincula a una dificultad intrínseca al trabajo con conjuntos infinitos y al problema de la recursividad: la paradoja de tener que resolver una cuestión referida a un conjunto —en este caso, el Otro como conjunto significante— sin más recursos que ese mismo conjunto.

Se trata, en definitiva, de cómo el sujeto podría contarse dentro del Otro, partiendo de la invariante estructural de que no existe en él ningún término que lo nombre. Esto requiere una operación que Lacan denomina sutura: un acto que se realiza en el borde de lo imposible de nombrar, que enlaza aquello que queda fuera de la designación, sin suprimir la insuficiencia inherente al conjunto.

viernes, 8 de agosto de 2025

Sobre la interpretación de la transferencia

La transferencia es un concepto fundamental no separable del de inconsciente, que resume la interpretación psicoanalítica del amor, del odio y de la ignorancia.

No hace falta la intención de convocar la transferencia para después interpretarla, ella sucede de todos modos, se produce de suyo cuando hay analista y también cuando no lo hay. No es preciso inducirla, provocarla ni estimularla. Ella sobreviene sola cuando las asociaciones se detienen ante pensamientos reprimidos.

En la práctica, se trata de que cuando el inconsciente se cierra su correcta interpretación es indispensable para avanzar en la cura. Sin el entendimiento de las operaciones inconscientes implicadas en el amor, en el odio y en las distintas pasiones que se presentan en los lazos sociales, el tratamiento no tendría mayor alcance que el de un procedimiento hipnótico o de sugestión.

La indicación de Freud de que la interpretación no debe darse antes de que se presente la transferencia, como su observación acerca de que la cura requiere de su animación para realizarse, enseñan que el inconsciente, según sus propias palabras, no es aprehensible in absentia o in effigie sino en el lazo social con el analista. Esto significa que las dificultades que se presentan en un tratamiento no se superan en un plano argumentativo o reflexivo –aunque lo incluyan– sino en uno que compromete las vicisitudes que suceden en ese lazo.

La interpretación psicoanalítica se apoya sobre la distinción entre transferencia e identificación. Para que el amor, que es fe, confianza, sostenga el vínculo analizante es necesario que el analista lea y dirija su propio hacer entendiendo esta diferencia, supone su capacidad de entender las pasiones objetales, vinculares, en sus raíces inconscientes. La interpretación lee transferencias en las identificaciones.

La proposición “hacer apariencia del objeto” requiere que el analista actúe de manera que el analizante pueda transferirle la causa del deseo que lo habita; sucede, por ejemplo, cuando se hace al analista objeto de admiración o de rechazo, que son sentimientos conscientes. En éstos se hace presente la realidad del inconsciente, que se debe entender como sexual, pulsional.

Sobre la relación analizante-analista cabe destacar que no es simétrica y que esta asimetría no es jerárquica. No es sólo que la posición de analista no es la de maestro, profesor o sugestionador. La asimetría del caso se funda en que el método psicoanalítico asigna a cada uno tareas diferentes: asociación libre en un caso e interpretación y construcción en el otro, atención flotante mediante.

martes, 22 de julio de 2025

Del objeto especular al sujeto descontado: efectos de la identificación narcisista

La precipitación que acompaña la operación de la identificación —en tanto constituye la ilusión narcisista— debe pensarse como un proceso que produce un efecto de objetivación. Diana Rabinovich ha señalado con justeza que el matema i(a) formaliza que el moi tiene un núcleo real, ese objeto a que es el objeto del fantasma. En este sentido, la objetivación narcisista que el espejo produce es una parodia del objeto que falta: no es el objeto causa del deseo, sino su simulacro especular.

El valor especular del moi, derivado del valor libidinal de la imagen, lo convierte en un objeto más entre otros, independientemente de la infatuación que le es correlativa. Esta reducción del sujeto a objeto se ve acentuada por lo que Lacan señala en relación a esta instancia: … antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto. Lo imaginario, entonces, introduce una anticipación estructural: el sujeto, antes de poder simbolizarse, se objetiva.

Esta objetivación implica que el hablante, en una primera instancia mediada por lo imaginario, se cuenta como tercero, como algo visible y representable. Solo en un segundo tiempo lógico, el orden simbólico lo habilita a una operación diferente: descontarse, es decir, contarse en menos, en la medida en que puede inscribirse como falta. De ahí que, en el plano sincrónico, el sujeto se inscriba como un –1 en la batería significante: presencia de una ausencia, efecto de una pérdida estructurante.

En oposición a esta operación simbólica, la objetivación instala al moi en contraste con la imagen del semejante, y es allí donde emerge la función del yo ideal freudiano, el i(a). Este opera como un molde, una especie de eje estructurante de las identificaciones imaginarias. Tal función polariza y organiza el campo libidinal, al ofrecer un punto de focalización para las catexias.

Lacan nombra a este efecto con el término “normalización”, lo cual indica, en primer lugar, su apoyatura simbólica. Pero además, el término subraya que se trata de una operación de normativización, es decir, de ordenamiento estructural del deseo y de la economía libidinal, lo que dista significativamente de cualquier noción de “normalidad” en sentido clínico o estadístico.

Identificación y ficción de unidad: efectos del estadio del espejo

La complejidad inherente a la operación del estadio del espejo no excluye cierta simpleza estructural, que Lacan condensa al definirla como una identificación. Este señalamiento, que podría parecer trivial —una obviedad incluso—, constituye sin embargo un punto crucial, ya que permite situar la identificación como una operación de enlace, una articulación que será clave en el desarrollo posterior de su enseñanza.

Lacan la define con precisión: “la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”. Esta fórmula, breve y densa, pone en evidencia la discrepancia de registros: la identificación se inscribe en lo imaginario, aunque sostenida por lo simbólico; y el sujeto, al asumir esa imagen, se transforma por ella… pero no se confunde con ella. Es la imagen la que se introduce como alteridad, no como identidad.

El sostén de esta identificación, en un primer momento, es la imago como matriz, noción ambigua que se ubica en el cruce entre imaginario y simbólico, ya que excede la pura apariencia especular. Posteriormente, será el significante el que vendrá a ocupar ese lugar de sostén, en tanto inscripción más estable y determinante en la economía subjetiva.

Esta transformación identificatoria, asumida por el sujeto, permite lo que Lacan nombra como una precipitación. El término tiene aquí un doble valor: por un lado, implica una resolución súbita en un tiempo lógico; por el otro, alude a aquello que cae, que se produce como efecto de una operación estructurante. En este caso, lo que precipita es la ilusión de unidad, la ficción de un yo unificado, anticipado en la imagen.

Es esta ilusión la que posibilita el acceso a la primera persona del singular, en su función gramatical: un lugar desde el cual el sujeto puede decir "yo". Sin embargo, como bien señala Lacan, esa posición gramatical no implica agencia, ni dominio sobre el sentido. El francés permite diferenciar entre el moi (yo como objeto del discurso) y el je (yo como enunciador), distinción que se pierde en español, pero que Lacan explota para introducir la escisión estructural del sujeto.

Por eso resulta a la vez llamativo y enigmático que el título del escrito —“El estadio del espejo como formador del yo, tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”— incluya al je, cuando de principio a fin del texto se habla del moi. Esta paradoja señala que, en efecto, lo que se instala en esa experiencia especular es la posibilidad de decirse je, de presentarse como agente… aunque tal función responda a una imposibilidad estructural: la imposibilidad de decir je en el inconsciente.

viernes, 18 de julio de 2025

Sutura, nombre propio y el poder de lo imposible

Aquí retomamos la sutura como operación, una noción que Lacan trabaja con fuerza en el Seminario 12, donde relanza sus elaboraciones sobre el nombre propio, ya presentes en La identificación (Seminario 9), pero ahora con un abordaje topológico mucho más elaborado. Sin embargo, este giro topológico no implica un abandono del andamiaje lógico anterior, sino más bien una ampliación: lógica y topología se constituyen como coordenadas esenciales para pensar el estatuto tanto del nombre propio como del sujeto.

La sutura, en tanto operación, se apoya en lo formulado en el Seminario 9, donde la identificación es definida como una operación que hace lazo. Es en este marco que la noción de sutura se despliega en dos dimensiones fundamentales:

  1. La dimensión lógica, que permite formalizar una lógica del significante propia del psicoanálisis —más allá de los límites de la lingüística—. Esto fue especialmente trabajado por Jacques-Alain Miller en su texto La sutura, donde reproduce su exposición en el seminario de Lacan. Allí, se muestra cómo la lógica del significante hace posible formalizar la falta en el Otro, que se propone como horizonte en La identificación.

  2. Esta lógica del significante se distancia del modelo puramente diacrítico de De Saussure. Mientras la lingüística estructural piensa el significante en términos de diferencias puras y relaciones horizontales, Lacan introduce una aporía estructural: la falla, el vacío, la imposibilidad, no son accidentes, sino el punto axial del funcionamiento del significante en el sujeto.

Por eso, la enseñanza de Lacan no solo da cuenta de una lógica del significante, sino que se afirma como una clínica de lo imposible. En El reverso del psicoanálisis (Seminario 17), Lacan define el psicoanálisis como tributario de ese “poder de lo imposible”, en contraste con la “impotencia de la verdad”. Esta afirmación no implica abandonar la verdad, sino redefinir su lugar: la verdad no como totalidad accesible, sino como borde, como límite estructurante.

Desde esta perspectiva, el sufrimiento del sujeto aparece como testimonio de aquello que, al no poder decirse en la verdad, retorna en el cuerpo. El síntoma, en tanto retorno de lo reprimido, se convierte en huella de ese imposible de decir —lo que no entra en el discurso, pero insiste. Así, la clínica lacaniana no busca abolir la verdad, sino sostener un trabajo con sus límites, hacer lugar al vacío y al no-todo, y formalizar allí el espacio donde el sujeto puede inscribirse.

sábado, 5 de julio de 2025

Defensa y constitución del aparato psíquico: de la economía del goce a la represión primaria

Desde los inicios de la obra freudiana, el concepto de defensa ocupa un lugar central. En el marco del punto de vista económico, Freud sitúa la defensa como una función esencial, sin la cual no sería posible concebir el armado del aparato psíquico.

Si entendemos lo económico como una dinámica de energías libres, móviles e irruptivas, la defensa aparece como una respuesta estructural del aparato ante ese flujo potencialmente desorganizante. En otras palabras, el aparato se constituye precisamente en el acto de defenderse: si tal defensa no operara, el conjunto de representaciones que lo constituye se vería amenazado en su coherencia.

Lo que está en juego aquí es la tensión entre lo articulado —la red simbólica de representaciones— y aquello que puede romper dicha articulación: el goce. Desde este ángulo, es posible leer que Freud está ya situando a la trama simbólica como un cierto “arreglo” que cumple la función de defensa frente a la irrupción del goce. ¿No es acaso en este punto que la neurosis puede entenderse como una “cicatriz de la castración”?

A partir del concepto general de defensa, Freud avanzará en una serie de precisiones que culminan en la formalización de la represión como uno de sus modos fundamentales. La represión adquiere así un carácter nuclear dentro del aparato teórico del psicoanálisis. Él mismo lo afirma:

La doctrina de la represión es ahora el pilar fundamental sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, su pieza más esencial”.

Inicialmente, será la represión propiamente dicha —o represión secundaria— el mecanismo privilegiado en las neurosis. Entre los textos La represión y Lo inconsciente, ambos de 1915, Freud define a la represión como el proceso por el cual una representación pierde su investidura preconsciente, viéndose así privada de acceso a la conciencia.

Esta definición permite a Freud establecer una condición lógica: si no hay distinción entre inconsciente y conciencia, la represión no puede operar. Es en este marco que introduce la noción de represión primaria, entendida como la operación inaugural que instituye, precisamente, esa diferencia. Sin esta operación fundante, el aparato no se bifurcaría entre un adentro y un afuera del saber, entre lo dicho y lo que insiste sin decirse.

viernes, 4 de julio de 2025

¿Hay articulación entre la Identificación primaria y represión primaria?

La hipótesis freudiana sobre el carácter traumático de ciertas cantidades de energía que irrumpen en el aparato psíquico plantea, de forma inevitable, la cuestión de la diferencia entre lo exterior y lo interior. Quizás esta distinción representa un verdadero impasse en el pensamiento freudiano.

En cierto modo, Freud ofrece una resolución parcial de este problema desde muy temprano: si el exceso energético proviene del exterior, el aparato responde mediante la huida. El obstáculo aparece cuando esta huida se revela ineficaz. Allí Freud formula una pregunta clave, tan concisa como decisiva: “¿De qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión de repetición?”.

La articulación entre pulsión y compulsión de repetición no solo desplaza la repetición más allá del automaton simbólico; también deslocaliza el trauma, alejándolo de la mera contingencia empírica. En este marco, la sexualidad humana se revela estructuralmente traumática, no por las vicisitudes particulares de cada biografía, sino por la participación misma de la pulsión en su constitución.

Como se indica en la Conferencia XX, La vida sexual de los seres humanos, para los sujetos hablantes, la sexualidad no se organiza en torno a la reproducción, sino al goce. Esta desnaturalización señala el lugar donde la represión primaria deja su marca inaugural: no hay relación natural con la sexualidad, sino estructura de pérdida y borde.

A medida que Freud da creciente preeminencia al punto de vista económico, se observa una cierta toma de distancia respecto de las perspectivas dinámica y descriptiva del inconsciente. Este viraje no implica un abandono de dichas vertientes, sino una reconfiguración lógica necesaria para articular la pulsión con el inconsciente, aún cuando Freud mismo advierte que la oposición entre inconsciente y conciencia no resulta operativa para pensar la pulsión.

Es precisamente esta vía la que lo conduce a formular el concepto de represión primaria, operación inaugural que delimita un borde y posibilita la constitución del inconsciente. Sin embargo, este desplazamiento suscita —al menos para mí— una pregunta que se impone con fuerza: ¿es posible establecer una consistencia conceptual y clínica entre la identificación primaria y la represión primaria?

miércoles, 2 de julio de 2025

La Identificación Primaria como contrainvestidura y soporte del Inconsciente

La literalidad que Freud atribuye al fenómeno de la identificación —como veíamos aquí— ofrece una clave fértil para pensar la identificación primaria como una primera contrainvestidura. Esto permite concebirla no tanto como un elemento ya articulado en la red de pensamientos inconscientes, sino como aquello que la sostiene, que actúa como su base estructural.

De la formulación freudiana se deduce que estamos ante un fenómeno de índole arcaica, algo que más adelante, en Moisés y la religión monoteísta, será asociado a lo filogenéticamente heredado. Siguiendo el hilo de la elaboración freudiana, encontramos que la identificación primaria aparece estrechamente vinculada al mito de la horda primordial y al asesinato del padre. Freud se interroga allí por las consecuencias de ese acontecimiento originario: ¿qué huella deja en el sujeto?, ¿de qué modo retorna?

Una dimensión central es la imposibilidad misma de representar a ese padre originario. Solo es posible hablar de él en el contexto del mito, y en ese marco, Freud lo caracteriza como tiránico, feroz, despótico. Esta imposibilidad de representación abre preguntas sobre el lugar —si lo hay— de lo imaginario en ese nivel, y sobre los modos posibles de pensar su incidencia.

Más allá de estas figuras, es precisamente a partir del acto del asesinato que emerge en los hermanos el sentimiento de culpa. Este punto no está exento de paradojas: ¿por qué la culpa surgiría como consecuencia del asesinato?, o más aún, ¿cómo es posible que de ese crimen derive la instauración de la ley?

Es Lacan quien despeja este obstáculo teórico, al afirmar que el padre está muerto desde el inicio. Esta operación lógica —no cronológica— le permite definirlo como significante, es decir, como aquello que funda el orden simbólico precisamente desde su falta, desde su imposibilidad de encarnación plena.

martes, 1 de julio de 2025

La Identificación Primaria como Litoral entre lo Real y lo Simbólico

Freud advierte: “Sabemos muy bien que con estos ejemplos tomados de la patología no hemos agotado la esencia de la identificación…”. Esta afirmación debe entenderse dentro del marco en el que la identificación es pensada desde dos ejes centrales: su papel en la formación del síntoma y su relación con el objeto.

Particularmente en el caso de la identificación primaria, esta esencia del concepto —su opacidad y la dificultad para ser representada— se vuelve especialmente evidente. Dos aspectos clave emergen aquí: su dependencia del mito del asesinato primordial y el carácter enigmático que conserva incluso en su formulación teórica. En este sentido, podríamos decir que lo inimaginable de la identificación primaria está vinculado a lo que no puede representarse en el origen mismo: la figura del padre primordial.

El mito de la horda, como señaló Lacan, funciona precisamente como una respuesta a esta imposibilidad estructural. Desde esta perspectiva, puede afirmarse que la noción freudiana de identificación primaria configura un primer litoral, una frontera móvil y no rígida, entre lo real y lo simbólico. Este borde delimita un campo donde lo susceptible de ser simbolizado —y por tanto, de cristalizarse en un síntoma— se diferencia de lo que retorna desde la represión primaria bajo la forma de afectos o manifestaciones corporales.

Un indicio temprano de esta problemática aparece en el Manuscrito L, adjunto a la carta 61 del 2 de mayo de 1897. Allí, en el contexto de su reflexión sobre la “arquitectura de la histeria”, Freud se pregunta por las relaciones entre fantasías y escenas originarias, afirmando: “El hecho de la identificación admite, quizás, ser tomado literalmente”.

Esta observación resulta especialmente sugestiva a la luz de la posterior elaboración lacaniana, pues sin formularlo directamente, Freud parece ya vincular la identificación a la letra, es decir, al punto de borde donde lo simbólico roza lo real.

viernes, 27 de junio de 2025

El cuerpo como falo y el moi como inscripción: la lógica significante en el Edipo

Uno de los aportes fundamentales de Lacan al releer el Edipo freudiano consiste en haberlo situado dentro de una lógica del significante. Este desplazamiento permite trascender el plano anecdótico o narrativo del complejo edípico, para pensarlo como un conjunto de operaciones simbólicas estructurantes del sujeto.

En este marco, es posible ubicar cómo la constitución de la primera imagen del cuerpo no se produce simplemente en relación al cuerpo materno, sino en vínculo con el significante del Deseo de la Madre. Si bien el cuerpo de la madre está presente en esta escena inaugural, su función está subordinada a la incidencia significante que lo estructura y lo sobredetermina.

El niño, entonces, se hace falo del deseo del Otro con su cuerpo: esa es la experiencia inaugural que da lugar a una imagen especular investida por el deseo materno. Pero este hacerse-falo nunca es pleno: el acceso a esa posición es siempre ilusorio y asintótico, y se realiza únicamente mediante una identificación imaginaria. En ese margen que queda —en ese "no todo"— se abre la posibilidad para que emerja una identificación que funde el moi, el yo especular.

Este desplazamiento representa ya un avance hacia el campo del Nombre del Padre, dado que lo que vincula ambas operaciones es la función del significante del Ideal del yo (I(A)). Este Ideal actúa como soporte de las identificaciones imaginarias del moi, pero también como inscripción de las insignias fálicas que provienen de la función paterna. En este sentido, el I(A) es el punto de articulación entre el orden imaginario y el simbólico.

La constitución de la imagen del cuerpo y la del moi no pueden pensarse en términos cronológicos o lineales: son dos operaciones paralelas, estructuralmente entrelazadas. Son dos caras de la misma moneda subjetiva. Esta idea ya se vislumbra en Freud, cuando en El yo y el ello plantea que el yo es, ante todo, un yo corporal: una proyección del yo sobre la superficie del cuerpo, donde el límite entre lo físico y lo psíquico no puede fijarse con nitidez.

jueves, 17 de abril de 2025

No hay mas que modos de ser

En el seminario 21, Lacan define con precisión el rasgo distintivo del anudamiento borromeo: no solo la estructura se desarma si se corta una de sus consistencias, sino que también estas se sostienen juntas sin interpenetrarse.

Real, Simbólico e Imaginario (R, S e I) son presentados como “modos de acceso” a una existencia, dado que el ser solo puede darse a través de modos, en un campo donde la inmanencia está vedada por el lenguaje. Es en estos modos donde algo ex-siste, es decir, donde puede surgir la posibilidad de entrada en el registro del ser.

El sostén de esta posibilidad es la escritura, ya que el mero dicho resulta insuficiente. Aunque Lacan reconoce que es el dicho lo que ciñe, destaca que este requiere de un decir que lo sostenga, otorgándole una dimensión de escritura.

El anudamiento borromeo, en tanto escritura, implica el uso de la cuerda y un paso esencial: el achatamiento. Si la cuerda permite salir del plano bidimensional, el achatamiento posibilita la lectura de las consecuencias de la estructura particular del lazo entre R, S e I. Este procedimiento no solo delimita un espacio, sino que también introduce un tiempo, una temporalidad “tironeada” que emerge de la espacialidad en juego.

Este tiempo “tironeado” alude a una transición: del campo del Otro como un lugar a la temporalidad que implica a un sujeto. Dicho sujeto, a su vez, queda estirado entre los cuatro puntos del esquema L simplificado, en función de lo que ocurre en el Otro.

Además, la temporalidad borromea está atravesada por la repetición. Dos elementos se articulan aquí: el espacio y el tiempo. La repetición inaugura el tiempo en su dimensión discreta, ligada al corte y a lo contable; mientras que la identificación introduce la posibilidad de un punto fijo, sin el cual el sujeto no podría sostenerse en su relación con el Otro.

miércoles, 16 de abril de 2025

Máscara, discurso y la función del fantasma

El concepto de máscara, precursor del semblante, se configura a partir del funcionamiento del significante dentro del campo del Otro. Sin embargo, el lenguaje, aunque preexiste, no garantiza por sí mismo la máscara, pues esta requiere una operación específica dentro de la estructura discursiva.

Cuando el significante se inscribe en el Otro, no solo instaura el discurso como una estructura relacional, sino que introduce la lógica de la concatenación: el lenguaje establece un marco, mientras que el discurso articula un encadenamiento que permite la sustitución. Este proceso es crucial, ya que afecta la relación del sujeto con el objeto y con la permutabilidad de los significantes en ausencia de un referente fijo.

Lacan señala que “el significante se sustituye a sí mismo” allí donde no puede conocerse plenamente. Esta imposibilidad genera una inconsistencia estructural, que se sitúa entre lo topológico y lo literal, convirtiendo al Otro en la sede del rasgo diferencial.

Dentro de esta dinámica, el fantasma opera como una pantalla que oculta y organiza el acceso al deseo. En estrecha relación con la identificación, se sitúa en el punto de tensión entre enunciado y enunciación dentro del grafo. Así, el fantasma se inscribe en una serie conceptual que involucra excentricidad, literalidad, borde y antinomia. En este contexto, su función es doble: actuar como pantalla que vela lo real y, al mismo tiempo, operar como guion o menú a través del cual el sujeto estructura su experiencia.

miércoles, 26 de marzo de 2025

La castración y el estatuto del objeto

A lo largo de los años, la enseñanza de Lacan ha permitido formular una pregunta fundamental y compleja: ¿qué es la castración? Más allá de sus metáforas, esta cuestión exige un trabajo riguroso que, partiendo del retorno a lo subversivo en Freud, busca elaborar respuestas a los impasses que quedaron abiertos en su obra.

En un primer nivel, la castración se concibe dentro de las incidencias del discurso, adoptando la forma de una deuda simbólica. Se trata de una operación que inscribe al sujeto en una falta estructural, una deuda impagable vinculada a la constitución del sujeto infantil. En este sentido, la castración sostiene la función del menos phi (-φ), entendido como una reserva simbólica que permite una respuesta al enigma del deseo del Otro.

Sin embargo, a medida que se profundiza en la diferencia entre (-φ) y el objeto a, se hace necesario repensar la castración en un nuevo marco. Aquí aparece la operación de un corte, en la que el objeto a es su producto. Este proceso, tal como se observa en las fórmulas de la división subjetiva en La angustia, implica que la división del sujeto no se agota en el fading significante, sino que involucra el cuerpo como superficie de inscripción.

Este desplazamiento conceptual sobre la castración tiene repercusiones en la teoría del objeto en psicoanálisis. A partir de ello, se distingue entre el objeto a y lo que podríamos denominar "los objetos".

  • Los objetos del transitivismo y la identificación imaginaria: Se trata de objetos que se insertan en una serie, intercambiables y sujetos a la rivalidad o la competencia. Su lugar se encuentra dentro de la lógica del espejo y la dimensión especular.
  • El objeto a: En contraste, este objeto no es intercambiable ni forma parte de una serie. Se define como lo que resta de la incidencia del significante sobre el cuerpo. En su articulación con el deseo y la pulsión, queda fijado en el fantasma, consolidando su singularidad y su imposibilidad de entrar en un circuito de intercambio.

Así, la reconsideración de la castración en Lacan no solo permite una mejor comprensión de la división subjetiva, sino que también abre nuevas coordenadas para pensar el estatuto del objeto en la experiencia analítica.

sábado, 22 de marzo de 2025

El paréntesis de la demanda y la identificación

 Si la demanda no coincide con el pedido, siendo entonces solidaria del significante articulado, puede hacérsela equivaler a ese paréntesis simbólico que escribe la operación del significante.  Este paréntesis, aplicado a la demanda, introduce un corte estructural, abriendo un espacio donde los objetos múltiples intentan, sin éxito, satisfacerla completamente.

Si el pedido apunta a un objeto específico, la demanda, en cambio, exige la presencia del Otro, ya que se inscribe en el registro del llamado. En este sentido, la risa se convierte en un índice comunicativo: señala que la demanda ha llegado al Otro, no necesariamente porque haya sido satisfecha, sino porque ha logrado inscribirse en su campo.

Este proceso lleva paradójicamente a la identificación. El sujeto, al dirigirse al Otro en busca de respuesta, asume una máscara que le permite sostenerse en la relación con él. Dicha identificación, I(A), actúa como un tapón frente a la falta del Otro, lo que da lugar a la ilusión de su completud.

En este contexto, el ideal surge como el significante de la demanda de amor, funcionando a su vez como el sostén simbólico de la imagen especular del sujeto. Sin embargo, esta identificación, aunque fundamental para la constitución subjetiva, también tiene un efecto de petrificación, deteniendo al sujeto en una posición fija.

Por ello, en los seminarios V a VII, Lacan orienta su enseñanza hacia una clínica que va más allá del ideal, planteando la posibilidad de abrir un horizonte donde el deseo no quede reducido al marco de la demanda, sino que pueda desplegarse en su propia dimensión.

lunes, 10 de marzo de 2025

Pulsión, repetición y la desnaturalización del Goce

La juntura entre pulsión y compulsión de repetición no solo expande la repetición más allá del automaton simbólico, sino que también desplaza lo traumático de una mera contingencia vital.

Desde esta perspectiva, la sexualidad humana es estructuralmente traumática, independientemente de las circunstancias individuales. Lo que la vuelve tal no es la historia particular de cada sujeto, sino la participación de la pulsión en ella. Como ya se plantea en la Conferencia XX, “La vida sexual de los seres humanos”, la sexualidad en los hablantes no está orientada a la reproducción, sino al goce.

Esta desnaturalización de la sexualidad es una marca de la represión primaria en el hablante, lo que nos lleva a considerar su relación con la identificación primaria. La pregunta se impone: ¿cuál es el litoral que separa y a la vez conecta ambas dimensiones?

El predominio de la dimensión económica en la teoría del aparato psíquico implica un desplazamiento de las vertientes dinámica y descriptiva del inconsciente. Este es el paso lógico para poder articular el inconsciente con lo pulsional, aun cuando Freud señala explícitamente que la oposición entre inconsciente y conciencia no opera para la pulsión. Es precisamente esta dificultad lo que lo llevó a postular la represión primaria.

Desde los inicios de su obra, Freud otorga al concepto de defensa un rol central. En su articulación económica, la defensa se configura como un mecanismo esencial para la constitución del aparato psíquico. Si la economía psíquica supone una energía libremente móvil, potencialmente disruptiva, el aparato psíquico debe estructurarse con ciertos mecanismos de resguardo frente a esa irrupción.

Si este proceso fallara, la estructura psíquica, entendida como red de representaciones, quedaría en riesgo. La tensión fundamental se establece, entonces, entre lo articulado y aquello que amenaza con romper esa articulación.

martes, 25 de febrero de 2025

Identificación, verdad y el impasse del Otro

El planteo de Frege establece un principio clave: no es posible iniciar una serie sin introducir lo no idéntico a sí mismo. Aquello que no puede entrar en la serie se convierte en condición de posibilidad para lo que sí puede enlazarse y sustituirse, situándose más allá de la serie misma.

Esta distinción marca la diferencia entre lo articulable y lo real, aquello que permanece fuera del orden significante y que, en consecuencia, pone en cuestión el propio campo de la verdad. Recordemos que en Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, Lacan define la verdad como una “estructura de ficción” derivada de la inscripción del significante en el Otro.

Sin embargo, en La identificación, se introduce una oposición entre lo que entra en la verdad y aquello que la perfora, volviéndola inconsistente, no-toda. Como correlato, el saber, entendido como el conjunto de significantes que habitan en el Otro, también queda atravesado por una falta. Surge así una imposibilidad estructural, un impasse que afecta al Otro y en el que el sujeto queda implicado, lo que reafirma la idea de que el sujeto es, en última instancia, la falta significante.

Este recorrido teórico permite establecer un puente entre los seminarios 9 y 12 de Lacan. En el primero, la identificación se desarrolla a partir del concepto de la letra; en el segundo, recurre a la topología para formalizar la operatoria significante. De este modo, el abordaje pasa de una escritura simbólica a una inscripción en la superficie, lo que permite dar cuenta de la operación misma de la identificación.

Cada formulación lógica de la castración implica, a su vez, un tratamiento particular de lo imaginario. Esto se debe a que la falta y la pérdida requieren de una superficie donde puedan ser inscritas, lo que evidencia que toda teoría del significante conlleva una elaboración sobre la dimensión topológica del sujeto.

domingo, 16 de febrero de 2025

La Estratificación de la Identificación y su Impacto en el Sujeto y la Masa

La división de la identificación en tres niveles operativos permite interpretar fenómenos complejos y ubicar coordenadas clave en aspectos de la vida de un sujeto.

Por un lado, la identificación primaria se presenta como un núcleo inaccesible y opaco, algo que no puede ser completamente articulado a través del significante. Sin embargo, esta identificación primaria se convierte en el fundamento sobre el que se construye el ideal del yo. Es a partir de este ideal que Freud puede explicar la estructura, formación y cohesión de la masa.

La masa, independientemente del número de individuos que la componen, se cohesiona cuando algo ocupa el lugar del ideal del yo. Esta estructura ilustra cómo opera el campo de lo ideal en el sujeto, así como el mecanismo de la idealización. Sin idealización, no hay masa.

El ideal del yo funciona como un soporte simbólico que no solo mantiene la cohesión del grupo, sino que también posibilita una identificación imaginaria entre sus integrantes. Estos miembros quedan, en cierto sentido, hermanados a través de un término común: un significante que actúa como eje organizador.

Cuando lo que ocupa el lugar del ideal del yo se derrumba, la masa se desintegra. Un ejemplo impactante y perturbador de este fenómeno se encuentra en el final de la película La caída, donde se muestra el colapso del nazismo y sus consecuencias en la masa. En ese momento, el otro, que antes era un reflejo en una identificación mutua, se transforma en un resto vacío de valor tras la caída del Ideal.

lunes, 27 de enero de 2025

El nombre propio y la topología del sujeto: reflexiones desde el seminario 12

El seminario 12 de Lacan aborda la constitución de la realidad del sujeto y la estructura del fantasma desde una perspectiva topológica. En este enfoque, la estructura no se define por la distinción entre interior y exterior, sino por el efecto del significante, que produce una extracción que agujerea, permitiendo el anudamiento de las dimensiones simbólica, imaginaria y real.

La botella de Klein adquiere aquí una relevancia especial. Al igual que otras superficies topológicas como el plano proyectivo, Lacan diferencia entre la superficie en sí misma y su inmersión en el espacio. Esta última implica una consistencia imaginaria que posibilita la manipulación y la puesta en relación de las tres dimensiones que estructuran al sujeto: lo imaginario, lo simbólico y lo real.

Con esta referencia lógico-topológica, Lacan revisita el estatuto del nombre propio, desarrollando una crítica a su tratamiento en disciplinas como la lógica y la antropología. Pensadores como Russell, Gardiner, Stuart Mill y Lévi-Strauss son cuestionados, especialmente este último, por abordar el nombre propio desde una perspectiva clasificatoria. Este enfoque, según Lacan, reduce al nombre a un término que cierra un sistema, garantizando su coherencia y consistencia.

En contraste, Lacan plantea que el nombre propio tiene la función de suturar el punto de falta significante. Esta operación determina la singularidad del anudamiento entre lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario (RSI) en cada sujeto. De este modo, el nombre propio se vincula a la identificación primaria descrita en el Seminario 9, donde un acto nominante posibilita la emergencia de algo que antes no era, otorgándole existencia simbólica.

jueves, 23 de enero de 2025

La relación entre identificación y repetición

La relación entre identificación y repetición en Lacan, especialmente en el contexto del Seminario 9, permite considerar a ambas operaciones como estructuras interdependientes y fundamentales en la economía del sujeto. La identificación aparece como una estrategia que opera como un "velo" sobre el núcleo traumático de la repetición, mientras que la repetición está enraizada en un punto de desencuentro estructural: lo real que no cesa de no escribirse.

Repetición: Más allá del automaton

En su tratamiento de la repetición, Lacan introduce el concepto de distychia, que da cuenta de un desencuentro inherente al acto repetitivo. Este desencuentro excede la lógica del automaton —el mecanismo simbólico que organiza las repeticiones como un retorno de lo idéntico— para situarse en el campo de lo real. Este punto de lo real no es sólo aquello que el lenguaje no puede simbolizar, sino lo que insiste, lo que retorna como un motor de la repetición.

La repetición, en este sentido, no es un simple retorno mecánico, sino un relanzamiento constante, impulsado por la imposibilidad misma de resolver la falta en el Otro. Aquí reside su carácter compulsivo y su conexión con lo traumático.

Identificación: Una operación estructurante

La identificación, en este marco, se comprende como una operación que establece un lazo, un punto de anclaje en el sujeto frente al caos de lo real y la compulsión de la repetición. Sin embargo, este lazo no es unidimensional ni homogéneo; en las instancias del lado izquierdo del grafo del deseo, la identificación aparece como un velo que oculta el núcleo pulsional y repetitivo que afecta al sujeto.

Detrás de toda identificación se encuentra la repetición, lo que implica que la identificación no puede desligarse de la falta estructural del Otro. La identificación, entonces, es tributaria de la repetición: opera como una pantalla o semblante que sostiene al sujeto frente a la insistencia de lo real.

La ausencia de un matema del superyó

El interrogante sobre la ausencia de un matema del superyó lleva a reflexionar sobre su estatuto particular en la enseñanza de Lacan. Si bien encontramos matemas que escriben el semblante, la falta, e incluso el objeto a, el superyó se resiste a ser formalizado en términos algebraicos.

Esto puede relacionarse con varias razones:

  1. Naturaleza del superyó: El superyó no es sólo un imperativo simbólico (la voz que ordena) sino también una instancia que incorpora elementos imaginarios y reales. Su carácter híbrido, que lo hace oscilar entre el goce y la ley, dificulta su reducción a una estructura lógica cerrada.

  2. Relación con el goce: El superyó está intrínsecamente vinculado al goce, un concepto que en Lacan no se presta fácilmente a una representación matémica debido a su exceso respecto del significante.

  3. Función del superyó: El superyó, más que velar como la identificación, funciona como un operador que intensifica la compulsión de repetición. En lugar de "cubrir" lo real, el superyó lo exacerba, generando un exceso de goce que el sujeto no puede simbolizar.

En este sentido, mientras que la identificación puede escribirse como un semblante que vela la repetición, el superyó podría entenderse como una fuerza disruptiva que desborda la posibilidad misma de formalización.

Conclusión

La identificación y la repetición están en una relación de mutua implicación: la primera vela la compulsión de la segunda, pero también la posibilita. La falta de un matema del superyó, lejos de ser una omisión, refleja su estatuto particular: una instancia que no vela lo real, sino que lo intensifica, situándose en un exceso que desafía la lógica y la escritura formal del matema.

domingo, 22 de diciembre de 2024

La Identificación: Un lazo entre el sujeto y el significante

En diversas oportunidades hemos resaltado la importancia clínica y conceptual de la identificación. Hoy queremos reflexionar sobre una pregunta clave: ¿en qué nivel opera la identificación?

Más allá de lo Imaginario

A partir de su seminario 9, La identificación, Lacan revisa profundamente este concepto, vinculado también al tema de la repetición. Este planteo lleva a considerar la identificación no solo como un fenómeno del campo imaginario o de la egomimia (la imitación del yo), sino como una operación que se inscribe en el nivel del significante. Así, Lacan desplaza su estatuto hacia una función que permite al sujeto establecer un lazo en el campo del Otro.

Identificación y el Grafo del Deseo

La identificación debe situarse en la estructura de la cadena de la enunciación, tal como Lacan lo escribe en el grafo del deseo. En este nivel estructural, se manifiestan sus efectos tanto metafóricos como metonímicos, lo que permite escuchar su funcionamiento en el discurso.

La Sutura como Operación de Lazo

Un ejemplo fundamental de esta operación es el concepto de sutura. La sutura representa el lazo que el sujeto establece con la cadena significante, pero en tanto que sujeto marcado por la falta. Este lazo no elimina la falta, ya que ningún significante puede nombrar completamente al sujeto. Sin embargo, la sutura permite que el sujeto sea incluido en esa cadena, actuando como el elemento que, paradójicamente, falta.

El Nombre Propio y la Evanescencia del Sujeto

En este contexto, el nombre propio emerge como un operador central. A través de la letra, el nombre propio habilita un anclaje para un sujeto definido por su carácter evanescente, es decir, por su tendencia a desvanecerse en el proceso significante. Mediante los retornos metafóricos y metonímicos, la identificación ofrece al sujeto una vía para aspirar a nombrarse, produciendo una ilusión de completud en el campo del Otro.

Conclusión

La identificación no es solo una operación imaginaria, sino un proceso estructural que articula al sujeto con la cadena significante. A través de la sutura y el nombre propio, la identificación inscribe al sujeto en el campo del Otro, manteniendo la tensión entre su falta constitutiva y el deseo de completud. Así, opera como un mecanismo esencial en la constitución del sujeto y en su relación con el lenguaje.