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miércoles, 16 de octubre de 2019

El síntoma como metáfora.

En "La instancia de la letra" Lacan define, de una vez y para siempre, al síntoma como metáfora. La vertiente de goce enlazada al síntoma no deshace su funcionamiento metafórico, sino que acentúa lo que hay de metonimia en el síntoma. Si bien en esta época afirma que el deseo es metonimia, existen relaciones particulares entre ambas figuras retóricas.

El punto de partida es el binario significante-significado retomado de de Saussure[1]. Pero su posición es diferente: por un lado, invierte el esquema saussuriano y le da preeminencia al significante; por otro, le critica su concepción de la relación arbitraria puesto que el significante participa en la producción del significado, e indica que una afirmación tal de arbitrariedad pertenece al discurso amo[2]. Incluso plantea en "Radiofonía" que es un "lapsus" que Saussure cometió[3]. En "Aun" dice que hablar de arbitrario "...es escurrirse, escurrirse hacia otro discurso, el del amo, para llamarlo por su nombre. Arbitrario no es lo que cuadra"[4]. Y luego: "Decir que el significante es arbitrario no tiene el mismo alcance que decir simplemente que no tiene relación con su efecto de significado, pues es escurrirse hacia otra referencia"[5].
El binario significante-significado es modificado al final de su enseñanza -tal como lo señala J.-A. Miller[6]-: el binario signo-sentido toma su lugar. El primero, da como efecto la significación; el segundo, queda vinculado al goce. Estudiaremos en esta clase exclusivamente el primer binomio.
1.- La teoría de los signos
La semiótica es la ciencia de los signos. Muchas veces se considera que es un sinónimo de la semiología. Existen dos escuelas fundamentales y opuestas dentro del campo de los estudios semióticos. En líneas generales puede decirse que se oponen una corriente anglo-americana que sigue los fundamentos semióticos establecidos por el filósofo pragmatista del período de entre-siglos Charles Peirce, y la escuela francesa que ha continuado los principios semiológicos formulados por Saussure. Por esto, suele designarse como semiótica a la escuela americana, y como semiología al estructuralismo francés.
Charles Morris, seguidor de Peirce, en su libro Fundamentos de la teoría de los signos[7], indica que algo es un signo sólo si un intérprete lo considera signo de algo. Aquí puede verse ya la diferencia fundamental entre la semiótica y la semiología: en la primera, todo se funda sobre relaciones triádicas, mientras que para el estructuralismo las relaciones fundamentales serán siempre binarias.
El signo y el intérprete se implican mutuamente. Un signo debe tener un designatum, pero no todo signo se refiere a un objeto existente real. Esto incluye el caso del señalar: alguien puede señalar con un propósito determinado, sin que señale nada concreto. Cuando aquello a que se alude existe realmente como algo referido al objeto de referencia, hablamos de denotatum.
La definición de signo de Peirce es: "El signo es lo que representa algo para alguien". J.-A. Miller[8] indica que Lacan retoma esta definición para contraponerla a la del significante: "El significante es lo que representa algo para otro significante". Si bien guarda la estructura de la representación, el alguien no es el destinatario de la representación, sino que es el sujeto vehiculizado por la cadena de significantes, que no es una consciencia de representación sino un conjunto significante.
Esta oposición entre signo y significante pone en primer plano la articulación significante. Miller indica: "Los significantes hablan a los significantes y hablan del sujeto. Mientras que los signos hablan a las consciencias"[9].

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Fetichismo y homosexualidad.

por Silvia Elena Tendlarz
1.- Consideraciones preliminares

El concepto de perversión atravesó un largo recorrido antes de lograr autonomizarse como estructura clínica despojada de contenido moral e ideológico.

El sentido peyorativo lo presentaba como desvío o aberracción con respecto a la norma ideal. La perspectiva psicoanalítica interroga el lugar desde el cual un discurso legitimiza a una conducta sexual como adecuada. En el siglo XIX, lo "desviado" surgía de la oposición al par sexualidad-procreación. Toda conducta sexual que no apuntara a la reproducción, y eventualmente el placer obtenido en el cumplimiento de la norma, era censurada. Estas prohibiciones afectaban a ciertos grupos sociales más que a otros, al mismo tiempo que definían un criterio de la relación entre los sexos.

La legislación penal de algunos países condenaba conductas que no implicaban un perjuicio a la sociedad sino que simplemente no respetaban la regla de procreación (como por ejemplo las prácticas homosexuales).

El movimiento positivista psiquiátrico incluyó estas conductas desviadas en cuadros clínicos. El hombre de ciencia describía con extremo rigor estos comportamientos junto a las escenas asociadas. Lanteri-Laura expresa, con cierto sarcasmo, que esta semiología se volvía una especie de "pornografía legitimada por el latín". El valor de estos trabajos es el esfuerzo por despojarse de su connotación popular y aprehender a través de clasificaciones su patología. Aunque esta orientación psiquiátrica no tome en cuenta el matiz de padecimiento subjetivo, la semiología que establece es un paso previo a la subversión freudiana con respecto a la teoría de la sexualidad.

Las monomanías instintivas propuestas por Esquirol, delirios parciales especializados en la esfera de las pulsiones, son un primer paso. Krafft-Ebing delimita el campo específico de las perversiones, y extrae de esa unificación una diversidad cuatripartita: 1) La anestesia o desaparición del instinto sexual; 2) La hiperestesia o acentuación anormal (ninfomanías, satiriasis); 3) La parestesia o manifestación perversa (la satisfacción sexual no guarda la finalidad de conservación de la especie). En este punto convergen dos grupos distintos: la serie sadismo-fetichismo-masoquismo, y la de la homosexualidad junto a sus gradaciones; 4) La paradoxia o manifestaciones intempestivas de la sexualidad.

domingo, 28 de octubre de 2018

Notas de lectura sobre Lacan y la anorexia.

por Silvia Elena Tendlarz
La perspectiva lacaniana se contrapone a toda psicologización de la anorexia. Más que de un cuadro clínico independiente se trata de un síntoma articulado en una estructura.

Lacan aborda la cuestión de la anorexia en distintos momentos de su enseñanza relacionándola con diferentes conceptos:

  • la agresividad del narcisismo (1938);
  • la dialéctica entre la necesidad, la demanda y el deseo (1958-60);
  • la operación lógica de "separación" y el objeto oral como "nada" (1964-67); y
  • el saber y el goce (1973).

Estas articulaciones no son arbitrarias, corresponden a distintas prevalencias de los registros en la enseñanza de Lacan: lo imaginario antes del inicio de su enseñanza en 1953; lo simbólico en la década del 50; lo real en los 60; y la equivalencia de los tres registros en relación con la primacía del goce en los 70.

1.- Agresividad del narcisismo
En "Los Complejos familiares" (1938), Lacan se ocupa del "complejo de destete" y de la "imago materna" puesta en juego en la forma oral de este complejo. Indica ciertas formas de suicidios no violentos que se manifiestan en "la huelga de hambre de la anorexia mental, envenenamiento de ciertas toxicomanías a través de la boca, y régimen de hambre en neurosis gástricas"[1]. Y concluye que "el análisis de estos casos muestra que en su abandono a la muerte el sujeto busca volver a encontrar la imago de la madre". La tendencia suicida invocada aquí se enlaza más bien con la vertiente mortífera del narcisismo que Lacan trata en "Acerca de la causalidad psíquica" (1945).

2.- La oralidad no es la nutrición: Necesidad, demanda y deseo
Lacan aborda esta cuestión en "La dirección de la cura" (1958) a partir del caso de Kris de los "sesos frescos"[2]. Se trata de un joven intelectual de treinta años que presenta como síntoma una inhibición para publicar sus trabajos. Se quejaba de ser plagiario: le sacaba las ideas a un amigo. En el momento en que estaba por publicar un trabajo importante, dice en la sesión que descubrió en la biblioteca un tratado, publicado unos años antes, que contenía sus propias ideas. Kris lee el trabajo mencionado y le indica al paciente que el plagio no era tal. En un primer análisis anterior-con Melitta Schmideberg- se había puesto de relieve su tendencia a robar, con un desplazamiento de los objetos a las ideas. La respuesta a la interpretación de Kris -usted no plagia- es un acting out: cada vez que sale de la sesión, dice el paciente, va a comer un plato de sesos frescos.

lunes, 8 de octubre de 2018

El analista y sus pasiones - Comentario de un párrafo del Seminario 17

por Silvia Elena Tendlarz
¿Qué relación guarda el analista con las pasiones? ¿Cómo situar las tres pasiones del ser –amor, odio e ignorancia– en relación a la llamada "neutralidad analítica? A partir del comentario el siguiente párrafo de Lacan de la clase del 15 de abril de 1970 del Seminario 17, titulada "La feroz ignorancia de Yahvé", intentaré dar cuenta de esta cuestión. Dice Lacan:

¿Es ésta la posición que debe tener el analiza? Seguro que no. El analista –¿llegaré a decir que he podido experimentarlo en mí mismo? –, el analista no tiene esta pasión feroz que tanto nos sorprende cuando se trata de Yahvé. Yahvé se sitúa en el punto más paradójico, con respecto a una perspectiva distinta como sería, por ejemplo, la del budismo, que recomienda purificarse de las tres pasiones fundamentales, el amor, el odio y la ignorancia. Lo que más nos cautiva de esta manifestación religiosa única es que a Yahvé no le falta ninguna. Amor, odio e ignorancia, he aquí en todo caso pasiones que no están ausentes en absoluto de su discurso.

Lo que distingue a la posición del analista –no voy a escribirlo hoy en la pizarra con la ayuda de mi esquemita, donde la posición del analista está indicada por el objeto a, arriba y a la izquierda, y éste es el único sentido que se le puede dar analítica, es que no participa de esas pasiones. Esto le hace estar en todo momento en una zona incierta en la que vagamente está a la búsqueda, siguiendo el paso, para estar en el ajo (en quête d'une mise au pas, d'une mise-au-parfum, en francés significa "estar en la corriente, estar en onda"), en lo que se refiere al saber que sin embargo ha repudiado.[1]

1. Las pasiones del ser: del analizante al analista
Lacan se ocupa de las tres pasiones del ser tempranamente en su enseñanza. En el Seminario 1, momento de prevalencia del paradigma simbólico, relaciona los tres registros con las pasiones [2]. En la unión entre lo simbólico y lo imaginario sitúa el amor; entre lo imaginario y lo real, el odio; y en la unión entre lo real y lo simbólico, la ignorancia.

Ahora bien, como lo indica Germán García en su curso sobre las pasiones dictado en el Centro Descartes [3], no todas las pasiones son imaginarias. En esta serie sólo lo es el amor; en cambio, el odio y la ignorancia no lo son.

martes, 20 de junio de 2017

La perversión según el psicoanálisis.

Capítulo 8 del libro “¿A quién mata el asesino?” de Silvia Tendlarz y Carlos García.

El concepto de perversión dentro del contexto del psicoanálisis atravesó un largo recorrido antes de lograr su relativa autonomía como estructura clínica despojada de contenido moral e ideológico. En tanto conceptualización, no obstante, no ha salido indemne de tal recorrido, pues, a pesar de que el concepto de perversión se amplió y encontró una mayor especificidad a partir de Lacan, la casuística en el psicoanálisis sigue siendo bastante pobre. Esto se debe, sobre todo, a que resulta bastante difícil -incluso excepcional- que un perverso consulte a un psicoanalista, a pesar de que casi no hay dominio que el psicoanálisis no haya abordado.

Estos sujetos, básicamente no consultan porque no encuentran en ellos mismos un conflicto; en el caso de que este se presente -por algun momento de angustia o de vacilación en la existencia-,puede entonces producirse la consulta.

Una concepción peyorativa solía presentar al perverso como un caso de desvío o de aberración con respecto a la norma ideal. La perspectiva psicoanalítica ha interrogado y cuestionado el Iugar desde el cual un discurso legitima a una conducta sexual como la adecuada. En el siglo XIX, lo "desviado" como concepto surgía de la oposición presente en el par sexualidad-procreación. Toda conducta sexual que no apuntara a Ia reproducción -y eventualmente el placer obtenido en el cumplimiento de la norma- era censurada. Estas prohibiciones afectaban a ciertos grupos sociales más que a otros, al mismo tiempo que definían un criterio de relación entre Ios sexos.