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viernes, 28 de marzo de 2025

El Inconsciente y su corte

El inconsciente, en su dimensión más radical, no se define por un atributo, ni siquiera por su negación. Más allá de las ficciones que buscan darle consistencia al Otro, Lacan lo aborda en su relación con lo real.

Freud introduce un corte fundamental al acuñar el inconsciente como concepto, delimitando así un campo clínico hasta entonces inexistente. Como señala Lacan: “El inconsciente de antes de Freud no es, pura y simplemente”. Esta operación de escritura redefine el territorio del psicoanálisis.

A su vez, el inconsciente puede entenderse como un efecto del lenguaje, un proceso de desnaturalización que posibilita la existencia de un cuerpo. En este sentido, el significante actúa como la causa material (Aristóteles) del inconsciente.

Lacan transita un camino que va desde la estructura del inconsciente como lenguaje, pasando por su emplazamiento en el discurso del Otro, hasta destacar su dimensión real: la sexualidad y la incidencia de la pulsión. De allí deriva la necesidad de un abordaje topológico del inconsciente, donde el tiempo se presenta en dos dimensiones: lógica y pulsátil, conjugando apertura y cierre. Esta dinámica establece las coordenadas de la transferencia, entendida como la temporalidad del corte.

Es este carácter del inconsciente el que distingue al psicoanálisis como “una terapéutica que no es como las demás”, tanto en sus medios como en sus fines. En el Seminario 11, Lacan formaliza el fin del análisis como un corte que rompe con las ilusiones del campo del ideal, dando lugar a una nueva comprensión del proceso analítico.

martes, 25 de marzo de 2025

El sujeto de la certeza y el final del análisis

El Seminario 11 introduce una idea que, a primera vista, parece contradictoria dentro del desarrollo de Lacan: la noción del sujeto de la certeza. Esta formulación se enmarca dentro de coordenadas cartesianas y no anula lo previamente elaborado sobre el sujeto dividido y evanescente.

Diferenciar al sujeto de la certeza del sujeto del fading es crucial. Mientras que el segundo se diluye en la significación y es solidario del esquema Rho, el primero plantea un punto de afirmación. No se trata de la desaparición del fading ni de la negación de la evanescencia, sino de la introducción de una nueva problemática: la del sujeto en el final del análisis.

El inicio del análisis está marcado por la vacilación del sujeto ante el saber: no sabe, y por ello supone un saber en el Otro, estableciendo la transferencia. En cambio, la certeza en el final del análisis señala un recorte que no queda negativizado ni sometido al equívoco significante. Este punto inamovible es correlativo de la destitución del sujeto y de su rectificación, lo que implica una pérdida más que una modulación.

Así, el sujeto de la certeza lleva a Lacan a reformular la subversión del sujeto y a plantear no solo la realidad de su división, sino también su estatuto no ontológico. Esta perspectiva resuena con una nueva manera de pensar el inconsciente, donde el énfasis ya no está en la falta sino en la falla.

El pasaje de la falta a la falla es un tránsito clave dentro del pensamiento lacaniano. Este desplazamiento otorga un nuevo valor a la función del deseo, entendido como una función lógica que habilita el desasimiento y su posibilidad misma.

viernes, 14 de febrero de 2025

El amor en la enseñanza de Lacan: del narcisismo a la contingencia

En la obra de Jacques Lacan, el amor atraviesa diversas elaboraciones que responden a las lógicas de los registros en los que se inscribe.

Inicialmente, Lacan aborda el amor desde una dimensión narcisista, vinculada al estadio del espejo. En este contexto, el amor queda atrapado en la imagen del yo y en la búsqueda de reconocimiento. Posteriormente, explora un amor simbólico, que se despliega en su análisis de El Banquete de Platón en La transferencia. Allí, Lacan articula la metáfora que ilustra la distancia entre el amado y el amante, una distancia que prefigura la disyunción entre ser deseado y ser deseante.

En el horizonte de su enseñanza, Lacan sugiere la posibilidad de un nuevo amor asociado al cambio subjetivo que un análisis podría generar. Este nuevo amor estaría relacionado con lo real, y no solo con lo simbólico o imaginario, configurándose como un lazo que emerge desde lo contingente y que podría suplir la ausencia estructural de una relación sexual.

El Valor Clínico del Amor

Interrogar el amor en su dimensión clínica implica revisarlo desde su función de "supleción" ante la falta de relación sexual, como Lacan plantea en el seminario 20. Este valor clínico del amor se encuentra en su capacidad de hacer lazo y de responder al impacto que condiciona al sujeto en su existencia misma. Sin embargo, también invita a considerar cómo las nuevas modalidades de vínculo podrían modificar o ampliar esta perspectiva.

El Amor y los Finales de Análisis

En el contexto analítico, el amor puede manifestarse inicialmente como una forma solidaria con la neurosis. Este amor suele apoyarse en la demanda incondicional al Otro, aspirando a una ilusoria completud o complementariedad. Tal ilusión está sostenida por el fantasma del sujeto, que protege tanto al propio sujeto como al Otro de la confrontación con la castración.

El final del análisis, sin embargo, abre la posibilidad de un amor diferente: un amor que encuentra su fundamento en lo real y no en la fantasía. Este nuevo amor desplaza su punto de apoyo de la necesidad hacia la contingencia. Se trata de un amor que reconoce la imposibilidad de la complementariedad y que sitúa la posición deseante del sujeto como una condición central.

En definitiva, el análisis plantea la eventualidad de un amor que, lejos de estar garantizado para todos los sujetos, implica un riesgo y una apertura hacia lo desconocido, redefiniendo los modos y estatutos del amor desde su vínculo con lo real.

lunes, 27 de enero de 2025

El Análisis: Entre la Entrada y la Salida

Freud propuso que existen reglas que ordenan las entradas y salidas del análisis, y que lo que ocurre entre estos dos momentos está marcado por una singularidad que escapa a la comparación. Es lógico, en el planteo freudiano, que haya un trabajo más sostenido respecto a las entradas que a las salidas, dado que se trataba de la estructuración de un dispositivo inédito.

Lacan, por su parte, retoma estas cuestiones interrogando tanto los inicios como los finales del análisis. Al usar el plural, señala lo particular e incomparable de cada análisis, indicando que, más allá de lo que regula el trabajo en general, cada sujeto debe encontrar su propio modo de analizarse. Así, lo que ocurre en el “medio” del análisis, ese tránsito, se presenta como un proceso único e individual.

En el seminario 12, Lacan aborda un punto crucial sobre el final del análisis: lo “no resuelto”. ¿Se trata de lo que no se resolvió conceptualmente en ese momento, o de lo que resulta irresoluble en las conclusiones del análisis?

Este punto se enriquece cuando Lacan introduce el problema del olvido. Un análisis permite olvidar, un proceso muy distinto al simple olvido. Este olvido tiene un papel fundamental en el punto de partida freudiano, especialmente en lo que se refiere al olvido de los nombres propios.

Lo interesante de este olvido, a diferencia de cualquier otro, es que pone de manifiesto cómo la “memoria inconsciente” actúa, revelando lo imposible de recordar: aquello que no cae bajo la represión secundaria. Este olvido, entonces, está vinculado a la represión primaria, y el ejemplo de Signorelli resulta paradigmático, ya que da cuenta de la conexión entre la sexualidad y la muerte.

Respecto a esto, el trabajo sobre el nombre propio cobra una relevancia particular en el seminario, ya que se vuelve problemático si se aborda desde una perspectiva lingüística, o desde la “lúnula” que marca la frontera entre lo simbólico y lo imaginario. Lo que se subsume en ese espacio pertenece al orden de la letra, y se presenta como un litoral, una condición necesaria para un despertar.

domingo, 25 de agosto de 2024

La sublimación y el fin de análisis

La sublimación, uno de los destinos posibles de la pulsión.

El término sublimación tiene una serie de resonancias que lo acercan a lo sublime, o sea, a lo elevado. Tomado así es utilizado en el ámbito de las artes y refiere a la producción humana en la medida en pudieran quedar revestidas de un valor. Simbólico o estético.

Freud trabaja a la sublimación desde una perspectiva económica y dinámica. Esto le hace posible explicar ciertas actividades sociales, podríamos decir, del sujeto, que están sostenidas en una satisfacción pero que reviste la particularidad de que ha sido separada de su fin sexual. O sea que la sublimación acarrea la desexualización de la meta sexual de la pulsión.

Lacan retoma el problema de la sublimación, y puntualmente en el seminario 7, el seminario no casualmente dedicado a la ética.

Allí da una definición muy interesante de la sublimación, dice que consiste en elevar un objeto a la dignidad de la Cosa.

La sublimación ya implica una sustitución, lo que nos señala su carácter tributario de la operación del significante. Con lo cual la sublimación conlleva necesariamente el establecimiento de la cadena porque es a partir de ella que la sustitución podrá llevarse a cabo. La sublimación es entonces un efecto discursivo.

Por esto la sublimación es tributaria del semblante, y hace posible tramitar en el sujeto determinadas satisfacciones pulsiones con metas socialmente toleradas.

Pero hay un punto fundamental que Lacan interroga allí. Se cuestiona si pudiera hacerse coincidir el fin de análisis con la sublimación. Pareciera que Lacan no es, en este punto, contundente. El fin de análisis no puede subsumirse en la sublimación, aun cuando la sublimación pudiera ser parte del trabajo del análisis, y será frente a esa insuficiencia de la sublimación que toma lugar allí el concepto de corte.

Alcances y límites de la sublimación

 La sublimación es definida por Freud como uno de los destinos posibles de la pulsión. A diferencia de los otros, pone en juego una tramitación del componente sexual, pulsional, que haría de este impulso algo “tolerable socialmente”.

Cabe además la interrogación respecto de en qué medida, para Freud, la sublimación total sería posible, cuestión que es discutible y que seguramente tiene distintas respuestas según la consideremos antes o después del más allá del principio del placer.

Lacan, como se expuso, puntualmente a la altura del seminario sobre la ética del psicoanálisis, pone en interrogación la cuestión de si la sublimación podría ser un modo del fin de análisis. Habría que considerar este interrogante entramado en la discusión que sostiene con gran parte del medio psicoanalítico que le es contemporáneo.

Además, en ese seminario, está embarcado en un trabajo que lo lleva, entre otras cuestiones, a reformular de un modo decisivo el registro de lo real, asociándolo no solo al campo de la pulsión, sino esencialmente a lo paradojal de su satisfacción.

La sublimación es definida allí como algo del orden de una elevación: “elevar el objeto a la dignidad de la Cosa”, y esta elevación es una operación del significante. La elevación es un recurso para referirse a la latencia que el significante introduce al desnaturalizar el cuerpo del hablante.

A partir de esto y en función del contexto, o sea de ese impacto que lo real comienza a significar en el planteo de Lacan, es que, necesariamente, descarta de plano que la sublimación pudiera considerarse como un final de análisis por cuanto la sublimación toda es imposible.

Esta posición traza el camino al no-todo, dado que, si bien hay un alcance de la sublimación en el sentido de lo que esta pudiera tramitar del componente sexual de la pulsión, el límite está dado por el hecho de que no todo el componente económico es ligable, o lo que es igual: no todo el campo del goce es elevable, con lo cual el límite marca la incidencia del significante.

La sublimación en la ética del psicoanálisis

 El seminario 7 dedicado a la ética del psicoanálisis constituye una bisagra en las elaboraciones de Jacques Lacan. Es el momento de un viraje que inicia la formulación de un real propio de la experiencia analítica, asociado al impasse de la sexualidad en el hablante y que es considerado en primer término en relación con lo perturbador de la pulsión en el sujeto.

De este modo abandona esa consideración inicial por la cual el registro de lo real quedaba asociado a esa necesidad biológica que se pierde por la acción desnaturalizante del significante sobre el cuerpo. En esta línea, y casi como una formulación axiomática, comienza por definir al goce, término que explicita la satisfacción de la pulsión, en función del vocablo “paradoja”.

Esta palabra, con fuertes resonancias lógico-matemáticas viene a emplazar una aporía en el campo mismo de la satisfacción del hablante. La paradoja aquí es que se trata, en la pulsión, de una satisfacción que en nada es tributaria del principio del placer, con lo cual el goce y el placer se deslindan como dos campos diferenciados.

En función de estos planteos, y de otros tomados del seminario anterior dedicado al estatuto del deseo, es que emprende la consideración de un campo propio de la ética en psicoanálisis, de su diferencia con el registro de la moral, y también del concepto de la eticidad en general. Para ello se sirve de uno de los destinos que, respecto de la pulsión, definió Freud: la sublimación.

Ésta está involucrada en el campo de la ética y la moral, precisamente porque conlleva el cambio de meta respecto de la satisfacción. Tanto moral como ética (no entraremos en detalle en el desarrollo de esa diferencia) involucran a la relación del sujeto con el objeto tal como el psicoanálisis la considera, o sea como una relación de demanda, de deseo o de goce.

miércoles, 17 de julio de 2024

La duración de un análisis

 No pocas veces nos encontramos frente a la pregunta imposible de responder, pero válida al fin, respecto de cuánto dura un análisis.

Hay una imposibilidad intrínseca al concepto, al asunto del tiempo en el psicoanálisis que impide dar una respuesta que anticipe, en el sentido de poder fijar de antemano cuánto, qué tiempo de trabajo será necesario con cada sujeto.

De distintos modos este problema suscitó una serie de planteos e interrogantes en el propio Freud, quien pudo ubicar una temporalidad propia del inconsciente a partir de la retroacción, que rompe con la linealidad. Esta cuestión también ocupó a algunos de los discípulos que lo acompañaron.

Será Lacan quien pueda dar cuenta de la estructura que le corresponde al tiempo en psicoanálisis, al dividirlo en tres partes: un instante de ver, un tiempo de comprender y un momento de concluir.

Precisamente ese tiempo de comprender es el tiempo de la reelaboración, podríamos decir. Es el tiempo de caer en la cuenta, lo que no significa una toma de consciencia. Tomado en ese planteo inicial de “Función y campo de la palabra…”, se trata del trabajo analítico como uno de rememoración en el sentido de una reescritura simbólica en la historia.

Es el tiempo de la interrogación de aquellos puntos de capitón que fijan los sentidos propios de la historia, que forman parte del sistema de creencias.

Y en esto consiste ese tiempo de comprender, que podrá hacer posible arribar a un momento de concluir. La imposibilidad mencionada al comienzo consiste en que el tiempo de comprender es imposible de anticipar, y eso por una sencilla razón: nunca es posible saber cuánto tiempo le llevará a un sujeto registrar cómo entró en la cuenta del Otro.

¿Una "teoría" del fin de análisis?

Es posible plantear que, a la altura del seminario 11, a Lacan se le hace posible elaborar una teoría del fin de análisis, si podemos definirla en tales términos. Lo que es seguro es que puede elaborar una concepción del final de la cura a partir de la distancia que se establece entre el menos phi y el objeto a. En este trabajo de delimitación juega un papel fundamental el deseo del analista. Es el operador que vuelve a llevar la demanda a la pulsión allí donde la transferencia asociada a la suposición de saber las desconecta, llevando la demanda a lo idealizante: al amor y al I(A). Así se pone en acto el poder separador del objeto a, a partir de la distancia con el menos phi. 

Lo que asocia el fin de análisis a la pérdida, y no solamente a la falta. Pero es muy digno de destacar que en el mismo seminario, más al principio, encontramos una reformulación del estatuto del sujeto que nos parece indisociable de esa manera de pensar el fin de la cura: eso que llama "el sujeto de la certeza". Indudablemente es un sesgo del sujeto que se contrapone al modo en que éste se hace presente en la demanda analítica, o sea en el inicio del análisis. Allí se emplaza el sujeto en tanto lo que un significante representa para otro significante, o sea ese sujeto subvertido, dividido, afectado por la equivocidad del significante y que es, por ende, solidario de la vacilación.

El sujeto de la certeza en cambio, de raíz cartesiana, entra en juego respecto de aquel producto que el significante no puede reabsorber, lo no negativizable, o sea el resto viviente. Es una perspectiva que se entrama en la delimitación de lo real de la división del sujeto, o sea del hecho de que éste no es sólo el efecto del significante sino también una discontinuidad en lo real, lo que involucra al cuerpo pulsional, uno de bordes. El sujeto de la certeza entonces se asocia a eso que, al final de la cura, no queda alcanzado por la duda o la vacilación, sino que se demuestra como lo que fue el soporte de la posición del sujeto.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

El síntoma: ¿situado a nivel de la significación o en lo real?

El grafo del deseo del año 1957 del seminario 5 y el Nudo de Borromeo, que encontramos en La Tercera (Roma, 1974), nos permite pensar en el síntoma. En ambas formalizaciones está localizado el síntoma, aunque son definiciones distintas entre sí.

- En el nudo borromeo, el síntoma está ubicado entre lo simbólico y lo real.

- En el grafo del deseo, el síntoma es una significación que viene del Otro: S (A)

Con 17 años de diferencia, nos toca comparar ambas definiciones y compararlas para ver en qué difieren y en qué se asemejan.

Con la llegada de la pandemia, se empezó a escuchar que el trauma que ella traía era para todos. Esta hipótesis del trauma generalizado no es propia de psicoanalistas, pero aún así se la escuchado. El trauma es un concepto de la teoría freudiana se centra en el vivenciar del enfermo y es singular, caso por caso. No podemos decir que el encierro traumatiza a todos por igual sin caer en una hipótesis ambientalista y conductista. Sí podemos afirmar, caso por caso, los recrudecimientos de los síntomas producto del encierro. El síntoma, como concepto, responde o rectifica la hipótesis del trauma generalizado.

Gabriel Rolón, que se adscribe al psicoanálisis, auguró que el aislamiento traería pérdida de estructuración psíquica y del tiempo y del espacio. En realidad, no es tan fácil que la psiquis se desestructure, menos cuando el aislamiento es físico, pero no social: seguimos conectados mediante las pantallas. Lo que hace que la estructura psíquica no se desarme es el síntoma, pues es un nudo entre simbólico y real. Aunque el síntoma sea molesto, nos da a todos un ancla para la realidad, que no es lo real. El síntoma es la agenda del neurótico y en ese sentido es un orden para el psicótico también. Al augurio de Rolón podemos devatirlo con el concepto de síntoma.

Otro de los debates que se pusieron de moda fue que algunos analistas dijeron que el COVID-19 era lo real lacaniano. Si vamos a la Tercera, de donde gráfico que vamos a trabajar, veremos que Lacan dice que no hay ninguna esperanza de llegar al mundo ni de tocar lo real. El único modo de acceder al mundo es por el objeto a, que en cada uno tiene su singularidad. No podemos decir que el COVID, ya previsto por algunos especialistas junto al colapso del sistema de salud global, sea el real lacaniano. Para Lacan, lo real es el síntoma.

El 8 de abril de 2020, Martin Alomo dio la charla "Estructura, función y uso de las teorías conspiranoicas". Alomo hizo por Zoom una lectura clínica muy precisa de por qué en estas circunstancias los sujetos pueden creer que hay un conspirador, como que alguien puso el virus a circular. 

El concepto de síntoma que Lacan utiliza en el grafo del deseo, como significación que viene del Otro, está en el seminario 5 en la clase del 18 de junio del '58. Lacan se pregunta qué quiere decir el síntoma y dónde se sitúa en este esquema:


Responde que se sitúa en el nivel de la significación. Es lo que Freud aportó de que el el síntoma era una significación o un significado. Esta ocurrencia de Lacan aparece en la Conferencia 17 de Freud El sentido de los síntomas. Si vamos al tomo 6 de Amorrortu, Freud dice:

Los síntomas neuróticos tienen entonces su sentido, como las operaciones fallidas y los sueños, y, al igual que estos, su nexo con la vida de las personas que los exhiben. 

En esa conferencia, Freud pone a los síntomas en la serie de los sueños y actos fallidos. Para Freud, son descifrables y los spintomas están inmersos en un campo de significación y de sentido. En la clínica, esta versión del síntoma tiene lugar cuando el paciente consulta al analista, interrogado y sorprendido porque hace algo sin saber por qué lo hace. El síntoma va en contra del sentido común. La queja y el malestar circunstancial del sujeto por algo que se repite en su vida no es el síntoma en sí. Al síntoma se llega por una técnica de depuración mediante la técnica analítica, que lo va vaciando de sentido. 

En La Tercera, síntoma es lo que viene de lo real. Lo llamativo es que esta definición el síntoma no está relacionada al sentido. 

En el nudo, el sentido está entre lo simbólico y lo imaginario y tenemos el sentido del síntoma en lo real. Dice Lacan:

(...) el sentido del síntoma es lo real, lo real en tanto se pone en cruz para impedir que las cosas anden, que anden en el sentido de dar cuenta de si mismas de manera satisfactoria al menos para el amo.

La lógica del sentido en Lacan es el discurso del amo, se ve interrumpida por la irrupción del síntoma, que viene de lo real. 

Como vemos, son dos versiones muy diferentes del síntoma, una como pura significación-simbólica y la otra simbólico-real. Agrega Lacan en el '74:

el síntoma es irrupción de esa anomalía en que consiste el goce fálico, en la medida en que en él se explaya, se despliega a sus anchas, aquella falta fundamental que califico de no relación sexual.

Esta versión del síntoma como proveniente de lo real es solidaria del síntoma como compulsivo, que en Freud encontramos en Moisés y la religión monoteísta:

(...) tanto los síntomas como las limitaciones del yo y las alteraciones estables del carácter, poseen naturaleza compulsiva; es decir que, a raíz de ima gran intensidad psíquica, muestran una amplia independencia respecto de la organización de los otros procesos anímicos, adaptados estos últimos a los reclamos del mundo exterior real y obedientes a las leyes del pensar lógico. 

Es por eso que los síntomas tienen una naturaleza compulsiva: vienen de lo real lacaniano, que en Freud se relaciona con la pulsión.

Ahora bien, tenemos el síntoma como formación del inconsciente (grafo del deseo) y el síntoma como satisfacción pulsional paradojal. ¿Cómo puede haber dos versiones tan antagónicas? La enseñanza de Lacan fue extensa y fue haciendo variaciones en sus formalizaciones a lo largo de los años. Cuando hablamos de síntoma en Lacan, hay que mirar el año y en qué momento teórico clínico está. 

En el seminario 14 encontramos un período de transición entre estas dos posturas. Allí encontramos una definición de Lacan, donde anticipa la última versión del síntoma. Allí dice que el síntoma está en el lugar del Uno, agujereado que se anuda. Es la clase del 10/05/67. En este seminario, estamos a 10 años del grafo del deseo y 7 antes del nudo borromeo. Lacan, hablando de la lógica del fantasma, habla del síntoma como Uno agujereado. Es una versión más cercana de la del nudo, pues está agujereado por el objeto a. En el seminario 14, Lacan refiere al síntoma como una respuesta a la no relacións sexual. También habla de lo imposible de la relación sexual, que es el drama del ser sexuado.

Las dos formas del síntoma que vimos traen consecuencias clínicas, como la interpretación. Acá nos toca comparar a los dos modelos, para generar hipótesis de investigación.

• En el grafo del deseo, la interpretación propia es el corte. El corte, para Miller, es la interpretación por excelencia, tomando a Lacan en el seminario 6. Implca que el analista no responda a la demanda del paciente. El paciente le pregunta al analista qué significa su síntoma y el analista no responde, no da una significación. Esa no-respuesta del analista tiene efecto de corte, porque se detiene el intercambio de mensajes propio del inconsciente.

• En el año '74, la interpretación propia de la época es el equívoco. Lacan ya ha inventado lalengua y en La Tercera acopla lalengua con el inconsciente. Dirá que el equívoco es la única forma de llegar al síntoma sin agregarle sentido.

También podemos comparar lo que esto implica para el fin de análisis.

• A la altura del grafo del deseo, el fin de análisis es la desidentificación al falo.

• A la altura del año '74, el fin de análisis es la identificación al síntoma. La conferencia de La Tercera está entre los seminarios 21 y 22 y la identificación al síntoma aparece en las primeras clases del seminario 24 y ha sido cuestionada. No obstante, en la experiencia clínica esto se sostiene porque el síntoma es inerradicable. Cuando Lacan intaura el pase a la altura de los seminarios 14 y 15, empieza la experiencia del post-analítico: los pacientes que han concluído su análisis se dan cuenta que el síntoma vuelve de lo real y no se extigue. Se trata de la iteracción del Uno.

En cuanto al sentido,

• En el grafo del deseo es imaginario y simbólico.

• En el seminario 9, aparece el sentido en lo real, que viene con la escritura, con lo que trabaja en el seminario 9 y retoma en el seminario 18 con la escritura ideográfica. La ecritura tiene sentido en lo real, que es el rasgo unario y que devendrá Uno en el seminario 19.

En cuanto a la cura,

El grafo del deseo es el modelo de inicio del tratamiento: se pone a punto la transferencia y el analizante le pide al analista que le explique, que le devuelva el sentido oculto e inconsciente del íntoma.

•  En La tercera y en el seminario 24, los nudos son solidaros del post-analítico, del fin de análisis. Tanto Freud en Análisis terminable e interminable como Lacan en esta época, llegan a la conclusión de que hay un punto de insistencia del síntoma que es inevitable, que sigue insistiendo.

¿Por qué analizarse entonces? Cuando uno llega al Uno del síntoma, el nombre inexacto del síntoma, ya se ha desprendido del fantasma, que es una significación que avala y le da consistencia al síntoma. Una vez que uno desarma o atraviesa su ficción subjetiva, el fantasma, el síntoma se queda sin apoyatura imaginaria. Esto le da mayor libertad al sujeto para hacer con su síntoma algo distinto y no vivir a la repetición como destino y poder identificar lo que se repite de otra manera que como un extranjero en el yo.

El síntoma está hecho de imposible, es decir, está hecho de real. El síntoma insiste poque no hay simbólico que termine de nombrar lo real. Lo real no deja nombrarse. 

En el seminario 14, que media un poco entre estos dos modelos, Lacan habla de una trinidad: el objeto a, el Uno y el Otro. El Otro del grafo del deseo desaparece en el nudo de Borromeo. Miller ya lo presenta sin el Otro, pero podemos preguntarnos si el objeto a del centro del nudo no es un vestigio del Otro. Se trataría de un Otro supuesto en el objeto a, pero que no está escrito ni es explícito.

La metodología de estudiar a Lacan es de cortes sincrónicos, para poder ir extrauendo las particularidades de cada momento de su enseñanza. 

viernes, 4 de septiembre de 2020

“¿Alguien trajo facturas para el mate?”


¿Qué es esa satisfacción, en los bordes del cuerpo, donde “uno se concentra como si fuese un concierto”? ¿Por qué esa “mirada que coagula, mirada que atrapa, de la que uno no se puede despegar”? ¿Qué pasa cuando “un padre ejerce el goce de la voz”? ¿Por qué las agendas viejas son decepcionantes? ¿Cuál es el ancla que consiguieron Mozart y Borges? Y otras cuestiones desde el psicoanálisis.

Con la pulsión pasan cosas raras. Cuando decimos pulsión oral, por ejemplo, hay una fuerza, un empuje que no funciona acorde con las reglas de una biología pura, que sólo estuviera comandada por el orden de la vida. Yo planto trigo, pongo los fertilizantes, hay sol suficiente y el agua necesaria, el trigo crece, proporciona sus granos. El ser humano come todos los ingredientes que necesita, una dieta balanceada, sabe qué es necesario, termina de comer, ¿y qué hace?: “¿Tomamos un cafecito?” “¿Y una copita de coñac?” “¿Querés un cigarro?” “¿Lemoncello?” “Bueno, es el Día de la Madre, brindemos, champagne.” “Yo traje una tortita.” Entre una cosa y la otra, ya son las cinco de la tarde: “¿Alguien trajo facturas para el mate?”. ¿Qué pasa con ese empuje que, a pesar de lograr su satisfacción, persiste? ¿Por qué persiste?

Tomemos otra pulsión, la escópica: hay goce en el ver. Es grato para un caballero observar a una mujer hermosa; para una mujer, a un caballero que le guste; nos gusta ver una buena película. Goce de la mirada. Pero, de pronto alguien va a cenar con una persona que quiere y enfrente hay un televisor y él queda atrapado por la mirada, hasta que: “Vení, sentate del otro lado”. Es el fascinum. Es la mirada medusante, la de Medusa, la mirada que coagula, la mirada que atrapa, de la que uno no se puede despegar. ¿A ustedes nunca les pasó que pasaron por el living, estaba prendido el televisor y quedaron atrapados, y después se preguntaron qué estaban haciendo ahí?

También nos interroga el objeto. Como dijo Freud, el objeto es lo más variable: el menú del restaurante lo testimonia así.

Y tenemos también la fuente de la pulsión. Uno pensaría que la pulsión oral se satisface con la panza llena. No. El genio de Freud advierte que se satisface en el borde de los labios, en el enclave de los dientes; no tiene nada que ver con el estómago, el esófago, la faringe, el intestino grueso, el delgado. Con la pulsión anal, lo mismo. Cuando uno hace sus necesidades cada mañana, ni se entera de lo que se está procesando en el intestino delgado, en el intestino grueso, en el duodeno. El momento de la satisfacción, cuando uno no quiere que lo interrumpan, cuando se concentra como si fuera un concierto, es el momento en que participa el borde anal. El ejemplo extremo de la satisfacción –sólo un genio como Freud pudo señalarlo– es un labio besando a otro labio. Piensen un poco con los términos del ideal higiénico: ¿para qué sirve un beso? Sólo para intercambiar gérmenes. Sin embargo, ¿quién renunciaría a un beso bien dado con alguien que ama, que desea?

Somos vivientes raros. Porque uno ve en National Geographic, con esas lentes de aumento, insectos con cuerpos inesperados, bichos raros. Pero si ese bicho viera las cosas que hacemos, diría: “Esta gente sí que es rara. Se enfrentaron, se mataron tantas veces, llegan a poner en riesgo su propia supervivencia...”. Sólo el ser humano hace estas cosas. ¿Por qué? Es que la irrupción del lenguaje, encarnado en el Otro, arruinó el instinto. El lenguaje es la ruina del instinto. Sarmiento –que era genial– se equivocó. “Civilización o barbarie” es: civilización y barbarie. La barbarie no existe fuera de la civilización. No hay sapitos que digan que torturaron por obediencia debida. Sólo el sujeto come lo que le hace mal, no come lo que precisa, come de más, come de menos, sufre de anorexia apátrida –como dice Inodoro Pereyra, defendiendo a su mujer la Eulogia que era gorda–. El lenguaje nos otorga libertad; podemos comer variedad de alimentos, mientras que la vaca sólo come pasto. Pero tendemos a comer lo que nos hace mal. De más o de menos. Perdimos lo que define al instinto de la hormiguita, una fuerza que sabe qué objeto le conviene.

Ronquido de padre
Cuando desde el lugar de un padre se ejerce el goce de la voz, el grito, esa voz no es del orden del dicho. Cuanto más se grita, menos pasa la palabra. La voz llena el vacío del Otro. Conviene destacar que la voz, para que tenga el valor del imperativo categórico, eso que llamamos el superyó sádico, es una voz que va ligada a una palabra que demanda obediencia, que indica un mandato. Pero que no se reduce a ese mandato o a ese dicho. No es –dice Lacan en el Seminario “La angustia”– la voz de la música. Es una voz que va articulada a una orden. Y que se presenta así en la medida en que no está interrogada.

Reconocemos que hay distintas voces. Una es la voz imperativa, la voz del padre, el trueno de Zeus necesario. Pero también es necesario ir más allá de él. Un gran poeta, Vinicius de Moraes, dijo: “El que no escuchó roncar a su padre no sabe qué es tener padre”. Pero a un padre que siempre ronca, ¿quién lo aguanta? Voz imperativa, voz del superyó, voz de la conciencia moral, voz sádica, cruel. Pero tenemos, además, otra voz. Una madre que ama a su bebé, cuando le canta una canción de cuna, le brinda otra voz; no es la voz imperativa del superyó, es la voz del buen amor. Y tenemos, finalmente, la sublimación de la voz, que es la música. La música, tiene, por el hecho mismo de ser la sublimación de la voz, una característica: sólo por proyección le podemos atribuir un relato. Como dice un gran filósofo, Vladimir Jankélévitch, en La música y lo inefable (ed. Alpha Decay, 2005): sí, hay títulos que sugieren: La consagración de la primavera, de Igor Stravinski; Las cuatro estaciones, de Vivaldi; Preludio para la siesta de un fauno, de Debussy; La pastoral, de Beethoven, y tantos otros, pero son tan sólo títulos alusivos. Porque la música, como la voz a la que sublima, no es del orden del dicho ni del sentido.

Agenda vieja
Cuando el sujeto se encuentra ante una escena en la cual no puede avanzar, es inexorable que apunte para el otro lado, a la regresión. Por ejemplo, ¿quién no perdió alguna vez a un novio, una novia, un marido, una mujer, una amante? Es de lo más común que, en ese tiempo donde se quiebra una relación que para el sujeto ha sido importante, se apele a la agenda, se repasen números viejos. “No tengo recursos para avanzar, pero quiero pasar a algo distinto, probemos con lo que fue.” A veces, pocas, da resultado. La mayoría de las veces produce decepción. Nuestro tango lo dice, aunque “llorón”, bajo la forma del destino inexorable: el sujeto vuelve vencido a la primera dirección de la agenda: la casita de los viejos. ¿Por qué fracasa este recurso? También lo dice el tango. Con una filosofía que no se reduce a metafísica: “La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Agreguemos, como Lacan dice respecto de Hamlet, la vergüenza de haber sido el falo de mamá y el dolor de ya no serlo. Si no lo supera, tal vez busque una mujer que repita a ese Otro primordial. Tal vez no pueda interrogar su atrapamiento y lo viva como la consecuencia de un destino inexorable. Un análisis ayuda al sujeto a que haga de un destino un estilo. Hacer de un destino un estilo implica hacer, del lugar de objeto de goce para el Otro, el lugar vacío que invite a la creación.

El ancla
El fantasma es un conjunto de significantes anclados por un objeto de goce. Objeto de goce que tampoco es natural: se gesta en los encuentros del sujeto con el lenguaje del Otro. Se gesta en una contingencia, que depende de la relación, desde el comienzo, del sujeto con el Otro. El padre de Mozart le enseñó música desde los dos años, pero respondió un pequeño que tenía talento para la música. Borges nació rodeado por los libros del padre, pero la biblioteca cobijó a un pequeño que en las letras encontró el gusto de su existencia. Ellos fueron guiados por el padre, pero eso se da en muchos casos y depende de una contingencia: lo que llega del Otro y cómo el sujeto responde. Otra historia surge cuando el sujeto renuncia con sus sueños, cuando, ante su incapacidad para avanzar de acuerdo a sus sueños, resuelve invertir el recorrido: en lugar de realizar sus sueños, queda al servicio del Otro. El sujeto se siente degradado, sufre. Es lo que llamamos el antihéroe. Podemos encontrarlo en el monólogo de Anton Chejov “Sobre el daño que hace el tabaco” o en personajes representados por Chaplin o Woody Allen. Suelen ser personajes extremos en los cuales advertimos el riesgo que para cada uno implica ignorar el precio de una pérdida necesaria. Cuando una pérdida no es una desgracia, es una pérdida eficaz. En cambio, cuando el sujeto no paga la entrada, sólo tendrá una función deslucida; más de lo mismo.

Fuente: Isidoro Vegh (28/05(2013) “¿Alguien trajo facturas para el mate?” - Página 12 * Fragmentos de Senderos del análisis. Progresiones y regresiones, que distribuye en estos días ed. Paidós

lunes, 24 de febrero de 2020

La singularidad de la relación de amor en la transferencia

Hoy vamos a hablar sobre la transferencia y el amor. La transferencia es evidencia del inconsciente y para Freud, fue un modo de decir del inconsciente en las vías de la creencia del Otro, ya que el Otro es el representante del inconsciente. Al comienzo de sus investigaciones, Freud ya había tomado en cuenta las diferentes formas de ese lazo discursivo en 2 vías:
  • Una que posibilitaba leer el inconsciente.
  • Otra por el cual se volvía un obstáculo.
En el comienzo de la experiencia analítica estuvo el amor. Es un comienzo que toca la relación entre un hombre y una mujer: Breuer y Anna O. Anna O., paciente de Breuer, tenía 21 años, una formación intelectual importante. Pasando tiempo cuidando a su padre enfermo, desarrolló una tos importante que no tenía explicación. Tenía dificultad para hablar, que terminó en mutismo. Luego decía expresiones en inglés y en su lengua natal era alemán. Cuando el padre enfermó, ella lo empezó a cuidar sin moverse de su cama. Al fallecer, ella empieza a rechazar la comida y se le presenta una serie de síntomas: perdió sensibilidad de pies y manos, tenía parálisis parciales, espasmos involuntarios y alucinaciones visuales. Pasó por cambios de humor e intentos de suicidio. Breuer le diagnosticó histeria.

Piensen que este es un comienzo donde Breuer comenzaba a escuchar pacientes con Freud. Freud era de algunas manera su discípulo. Breuer ayudó mucho a Freud, porque inclusive le dio la posibilidad de un consultorio, de que comenzara a tener pacientes. Fue alguien muy importante para Freud. Entonces, Breuer le diagnosticó histeria a Anna. A pesar de los estados de trance, ella podía hablar de fantasía y recuerdos y ubicó que esto la aliviaba. O sea, el hablar aliviaba.

Breuer llamó a este método como catártico o cura por la palabra. Todo transcurría existosamente en el tratamiento. Iba avanzando, aliviándose los síntomas, hasta que Anna dice estar enamorada del médico. También dijo estar embarazada del médico. Breuer se asusta de este efecto y abandona la cura de esta paciente dejando a Freud a cargo de este tratamiento. 

¿Qué consecuencias tuvo esto para Breuer? Él viaja a Venecia con su mujer y de este viaje nace una niña. Podemos decir, por los efectos inconscientes que estaban allí implicados, que el embarazo anunciado por su paciente se realiza con su mujer. 

Luego de un tiempo, Breuer y Freud escriben un trabajo juntos, donde están los primeros casos de histeria, y despupes de un tiempo Freud se separa de Breuer por diferencias teóricas. Freud va a servirse de este caso de Anna O. y servirse de la transferencia como efecto de la cura. No cree para nada que se trate de un verdadero amor. Ahí nace el psicoanálisis. 

Lacan nos propone, en este punto, colocar la interrogación en el fenómeno de la transferencia. El amor no es la transferencia, sino un efecto de ella. Surge en un segundo tiempo, tras la suposición de saber. La entrada en la transferencia produce el efecto sorpresivo del amor. Lacan va a poner en cuestión el concepto de intersubjetividad y nos dirá que es lo más ajeno al encuentro analítico. En relación a este punto, Lacan nos advierte para evitar toda situación de consuelo, consejo o seducción. Esa intersubjetividad es dejada en reserva por parte del analista para que aparezca la transferencia. El análisis es la única praxis en la que el encanto es un inconveniente, nos dice Lacan. El dispositivo analítico no es un lecho de amor. En el fondo de la relación analítica, se trata de que el analista muestre lo que le falta, lo que le falta en el discurso.

En el terreno del deseo entre un sujeto y otro, se trata de un sujeto y su objeto. Coloca allí el amor y el deseo. El amor está relacionado con la pregunta al Otro, acerca de lo que él puede darnos y lo que tiene que respondernos. No es que el amor sea idéntico a la demanda, pero se sitúa en el más allá de esa demanda, en la medida que el Otro puede respondernos o no, como última presencia. De lo que se trata del deseo es de un objeto, no de un sujeto. Frente a ese objeto, desaparecemos como sujetos. vacilamos, desfallecemos. Con el objeto ocurre todo lo contrario: es sobrevalorado. 

Con estos términos, Lacan pone a rodar la transferencia para ver las consecuencias en lo más íntimo de nuestra práctica. ¿Cómo conjugar las 2 vías de la transferencia -positiva y negativa?

La transferencia es el automatismo de repetición. Introducir la vía del amor es introducirnos en la transferencia por otro lado. En el origen, la transferencia es descubierta por Freud como un proceso espontáneo. Está vinculada con lo más escencial la presencia del pasado en el análisis. Por la repetición, es manejable por la interpretación y permeable a la acción de la palabra. Para tomar el caso de Anna O., la relación terapéutica con Breuer, fue el soporte donde se enlazó la transferencia de amor que tocaba su relación con el padre. Breuer creyó que era él el destinatario de ese amor y perdió su camino. Freud tomó el guante y ubicó que no se trataba de él, sino de otra cosa: de la presencia del pasado en el análisis.

Lacan nos aporta que en las neurosis, si el analista interpreta e interviene en la transferencia, tiene que hacerlo desde el lugar que la propia transferencia le otorga. A la transferencia y a la interpretación les antece un elemento muy importante: el deseo de analista.

Lacan comienza a articular la posición de la transferencia en lo que llama la disparidad subjetiva. La posición de los 2 sujetos no es equivalente y cuestiona la noción de intersubjetividad. En el discurso analítico no hay una relación analista - analizante, no se trata de una relación entre sujetos, ya que en el transforndo de una relación de amor, el deseo apunta a un objeto. Si la apertura de la trasnferencia requiere del amor para que pueda instalarse, es a su vez obstáculo, resistencia, cierre del inconsciente.

Freud, con Anna O., nos enseño a no retroceder frente a este efecto ni ceder ante los sentimientos amorosos de los pacientes ni de los propios. El amor de transferencia es un amor auténtico y como todo amor, es engañoso: desconoce el sostén de su fantasma y la trampa narcisista en la que se asienta. El sujeto hace en el análisis lo mismo que con sus objetos: transfiere en el analista el lazo que ha establecido con otros y la satisfacción que obtiene de su fantasma. La demanda de amor pide satisfacción directa al objeto que se dirige, repitiendo el tipo de satisfacción obtenida con otros. Pone al analista en el lugar al que se dirige la demanda de amor, revelando la disparidad del amor: el analizante como amante; el analista como amado. 

El analizante, por amar al analista, cree en su saber y por suponerle un saber, lo ama. Ante la demanda, el analista se deja tomar por la cobertura que el sujeto hace de sus objetos. Se prestará al fantasma, ¿pero para qué? Su respuesta por la interpretación y al deseo de analista apuesta a operar para poder trasmutar el amor en trabajo. Amor a los significantes del psicoanálisis y trabajo que implica saber. El analista apunta a que se anude ese amor a los significantes, al saber, para hacer surgir el inconsciente. Puede hacerlo por su deseo de analista, por su relación con los significantes del psicoanálisis. 

La singularidad de cada relación de amor que cada análisis revela, tiene consecuencia sobre la tranferencia y su salida como fin del análisis. Por esta singularidad, existen tantos analistas como analizantes. ¿Qué quiere decir esto? Que la singularidad de la relación de transferencia entre analizante y analista es única, entonces ara cada analizante hay un analista. Por ejemplo, alguien que se analiza y deriva a su amigo al analista, ¿van al mismo analista? No, porque las condiciones de la transferencia que se establecen no son las mismas. Lo mismo podemos pensar para el final de análisis: hay finales de análisis con su particularidad. Hay "finales" porque no existe un solo final de análisis. Hay finales de análisis por las condiciones de amor que tocan el comienzo, o sea, el amor de transferencia.

lunes, 10 de febrero de 2020

La dignidad en psicoanálisis.

Si “la dignidad humana se define por aquello respecto de lo que cada ser humano se mantiene a distancia”, como plantea Antoni Vicens, y continúa: “sobreponerse a la tendencia disgregadora y segregativa de nuestro tiempo puede hacerse desde propósitos colectivizantes de tipo gregario. Pero es más interesante hacerlo desde el encuentro individual con aquello de lo que cada cual huye...es decir, de sí mismo. Lacan lo definió a partir de un objeto. Se trata del deseo, que es aquello que no puede entrar en ninguna de nuestras demandas, y que sin embargo las causa, provocando así el discurso de nuestros amores. Se trata del goce, del que su fórmula se nos escabulle, pues su expresión misma es ya un modo de gozar”.

Freud parte de un objeto que tiene valor de causa para el sujeto, en relación con la castración. Lacan ahonda en esa noción, para encontrar en el objeto la desaparición del sujeto mismo. Miller incorpora al método psicoanalítico ese objeto de una dignidad nueva. Frente a esa dignidad, el mercado, la ley de nuestro tiempo, nos empuja a tomar los objetos como resultados, como cosas muertas, intercambiables, anónimas; y sin embargo, la política de nuestro tiempo va siendo dominada por el respeto hacia esas cosas de cuya naturaleza nadie responde. En cambio la dignidad para nosotros es un funcionamiento que organiza el respeto por las diferencias.

Arenas se pregunta “¿No será necesario situar la dignidad del parletre más bien en su sinthome? Si algo caracteriza al sujeto y desde el comienzo mismo de la experiencia analítica, la posición del sujeto en lo tocante al estilo de sus lazos sintomáticos es precisamente su indignidad. Situar la dignidad del parletre en su sinthome podría constituir, un vector principal para la cura y un principio ético para el análisis… una ética que basada en el respeto por el modo singular de gozar, centrada en la responsabilidad absoluta del sujeto, y balizada por la dignidad”.
En la cura psicoanalítica se trata  de "saber hacer" con lo incurable que habita en cada uno. Elevar al síntoma incurable a la dignidad de un estilo de vida.

 Al final del análisis hay una nueva disposición del sujeto para el goce. Al ser agujereada la vía del goce-sentido el sujeto se encuentra al final con el fuera de sentido del goce, es decir, la letra del síntoma, su artificio. El analizante ha cesado ya en su empeño de rechazar el goce. Se trata, entonces, de savoir y faire con el sinthome, se trata de la identificación con el modo de gozar. Identificación en el sentido de identificar, conocer, reconocer. El sujeto habiendo identificado su goce puede entonces hacer algo distinto con él. Lo que está en juego al final es un nuevo tratamiento del goce que posibilita la invención, que permite salir de la repetición.

En cuanto al amor, se trata de un amor más digno, en términos del seminario XXIV de Lacan.  En el Seminario X, Lacan  señala que el amor ocupa un término medio entre goce y deseo. Es interesante porque lo ubica en el mismo lugar que la angustia. Sería su reverso, lo que no engaña y lo que engaña. Miller señala que cada vez que Lacan  habla de lo que habría que esperar de novedoso del psicoanálisis habla del amor. El psicoanálisis se sostiene en el lugar del amor, es el tema de la transferencia. El amor es la relación de lo real no con la verdad sino con cierto saber  y el amor “tapa el agujero”. Desde esta perspectiva toda novedad debería venir del  amor, un amor más digno.

El amor cambia al final del análisis. Es el pasaje del amor condicionado al amor con condiciones. El amor condicionado fantasmáticamente es tributario del elegir en el marco de la repetición y pone en primer plano un hacer dificultoso con la falta teñido con esos colores. En general se quiere cambiar al otro sin poder ver que eso que se rechaza es lo que ha motivado inconscientemente la elección.

El amor con condiciones hay que modalizarlo porque sabe cuáles son las propias y tiene en cuenta  las del otro. El amor significa que la relación al Otro está mediada por el síntoma, que permite cernir y ubicar el objeto, pero como dice Lacan en el Seminario XXIV, el amor es vacío. Es decir, es un amor que cuenta con las condiciones de goce sinthomatizadas y que puede disfrutar de la libertad de un vacío  liberado.

En la época actual también nos preguntamos si los cambios son estructurales o si se trata de los semblantes.  Para el Psicoanálisis se tratará de un amor más vivible, que está de lado de lo femenino, advertido que no existe el objeto que complete, un amor como significación vacía, S(Abarrado) que posibilita la contingencia del encuentro.

Fuente: Paolini Violeta (2017) “La dignidiad en psicoanálisis” Recuperado de Diario Andino.

lunes, 17 de diciembre de 2018

El síntoma: Clase y lectura de “El partenaire síntoma” de Miller. (2)


La vez pasada vimos el capítulo 4 de El Patenaire síntoma de Miller, donde habla un poco de 2 concepciones del síntoma. Una era la del síntoma como metáfora, que es lo que vemos en la conferencia 17, y el síntoma como satisfacción pulsional, que es lo que veíamos en la conferencia 23 de Freud. Miller habla del síntoma como metáfora, ese que se puede descifrar, que es lo que hacemos nosotros al preguntarle al paciente qué se le ocurre y que asocie. Luego, lo que nosotros cernimos sobre aquello que puede llegar a ser síntoma. Una vez que hacemos la construcción del síntoma y pedimos que asocie. A partir de ahí empieza esa cuestión de la sustitución de un significante por otro. Pero está también esta otra orientación que, sin desconocer lo anterior en la clínica, apunta más a la satisfacción pulsional, que es el núcleo del síntoma. Si nos quedamos en la clínica del sentido de los síntomas, lo que ocurre es que no termina, es algo que se infinitiza. Por supuesto que vamos a hacer esto, pero a veces no podemos cortar.

Pregunta: Vos la vez pasada hablabas de la satisfacción pulsional como momento donde se hacía el corte. ¿Ese es el momento donde aparece el objeto o la pulsión?

D: Uno en realidad hace el corte cuando percibe la satisfacción y ahí se trata del objeto. Se trata de la repetición, de ese goce que insiste en eso que cae como repetición sintomática. A donde se apunta es “estás gozando de tus síntomas”. Hay satisfacción ahí, pero con la modalidad de corte permite que no dejemos que el bla bla bla siga repitiendo siempre lo mismo. Si seguimos con el tema significante y no cortamos, en realidad, lo que está en el núcleo del síntoma es el objeto, que es ese resto de goce que va a insistir en el síntoma. Es como el plus de gozar, entonces cuando viene un paciente repite lo mismo, hay que cortar y no asustarse porque está gozando de esto. El corte va ahí, sin decirlo. Hay otras maneras, sin tener que cortar la sesión. Es una manera de decir basta.

En la página 81 del Partenaire síntoma dice que la bisagra es el texto de Inhibición, síntoma y angustia en Freud. Y el texto que toma Lacan como bisagra para pasar de una clínica a otra. Lacan le estaba contestando a los pstfreudianos, acerca de la primacía de lo imaginario, a hablar de la determinación de lo simbólico o del significante. Pero en una primer clínica, quedaba el goce por fuera. En el primer momento de Lacan la primacía es de lo simbólico, el goce queda por fuera y es un momento ese real queda como resto y se trabajaba con lo real y lo simbólico. Inhibición, síntoma y angustia es un texto bisagra donde él empieza a trabajar esta cuestión de lo real y lo simbólico. Luego, en una tercer clínica, va a trabajar los nudos y del síntoma dirá que es el cuarto nudo: es lo que anuda a los 3 registros, que en el caso de la neurosis es lo que hace de suplencia en el caso de que los nudos no existan. Es lo que se dice “tratar de hacer con el síntoma”, arreglarse con lo sintomático.

En el texto que vamos a ver ahora, Miller dice que es algo del orden de la necesidad, es inevitable porque existe la pulsión, que es inevitable. No se pueden suprimir los síntomas, porque existe la pulsión y existe el lenguaje que viene a cortar y a reprimir esto de la pulsión y por eso existen los síntomas. es imposible que los síntomas no existan. Aún después de atravesar el fantasma, en un final de análisis, ¿qué pasa con la pulsión? Esto es lo que se pregunta Lacan. No es que la pulsión concluye y que no haya síntoma, sino cómo nos arreglamos con el síntoma y esto es algo del orden de la necesidad. Me interesaba este texto porque de alguna manera nos orienta en 2 modalidades de dirigir la clínica. Dice que a partir de Inhibición, síntoma y angustia, es imposible responder que el síntoma se descifra. El síntoma está presentado de entrada como un avatar de la pulsión. Freud se pregunta por qué la pulsión se degrada en síntoma. Estamos ante el devenir síntoma de la pulsión.

¿Pero por qué la pulsión se convierte en síntoma? Porque la pulsión es una fuerza dinámica, que es la cuestión del drang. En realidad no existe un curso normal de la pulsión que pueda ir hacia un objeto exterior y satisfacerse. Freud empieza diciendo una cosa, pero termina diciendo otra cosa, en relación al síntoma. Freud dice que por un lado está la pulsión, que podría satisfacerse en un objeto exterior, y después está esto de la desviación de la pulsión en el síntoma. Es decir, se desvía la meta vía el síntoma. El curso sintomático de la pulsión.

Lo que se plantea es qué satisface el síntoma. La pulsión, para retomar términos lacanianos, es una demanda. Recordemos el grafo del deseo y además el matema de la pulsión:

$◊D

Sujeto barrado, lozange, demanda. Freud dice “exigencia”, una exigencia que no cesa. Lacan dice que se trata de una demanda en la cual no se ve a qué otro se le dirige. Es una especie de demanda pura de satisfacción.

El síntoma emerge como ofreciendo a la pulsión otra satisfacción, por eso en el seminario XX él va a hablar de la otra satisfacción. Esto lo encontramos en Inhibición, síntoma y angustia, que es la otra satisfacción que conlleva al síntoma. Es una satisfacción anómala en la medida que se presenta como unlust, como displacer. Estamos ante una paradoja, la de una satisfacción pulsional que se presenta como displacer y de esta paradoja Lacan hace surgir el término goce. Esto sería el goce, una satisfacción displacentera. El término goce se justifica porque el síntoma está articulado con la pulsión y a la vez hace que esta se desvíe. El síntoma es el resultado de una desviación de su curso normal, pero al mismo tiempo satisface su exigencia. Se trataría de un placer inconsciente que no se conoce a sí mismo. Es lo que Freud expresa cuando habla de una degradación del curso de una satisfacción en síntoma.

Habría un doble aspecto de la represión:
  • tenemos la que está asociada con el esquema de la metáfora, que indica que lo que está reprimido es el significante, eso que Freud llama el representante de la pulsión. Siempre lo que se reprime es el representante de la pulsión. La pulsión es un concepto freudiano, y la pulsión está representada. Esto conduce a que representaciones significantes sean separadas de la consciencia y a través de la interpretación puedan ser restituidas.
  • Después de Inhibición, síntoma y angustia, Freud incluye en su análisis del síntoma un segundo aspecto de la represión, donde va a decir que lo que se reprime también es la pulsión.
O sea, estaría por un lado la represión del significante y la represión de la pulsión. Estaría, por un lado, la represión del significante y la represión de la pulsión. Nuestra descripción del proceso que sobreviene a raíz de la represión, según Freud, ha de destacar de manera expresa el éxito en la coartación de la consciencia, pero … han dejado subsistirlas. Dice que junto con el representante de la pulsión, también se reprime el elemento dinámico de la pulsión, o sea, es la búsqueda de la satisfacción lo que se reprime. Lo que va a decir Lacan, que es lo que está hablando acá, es el anudamiento del significante y el goce. Se puede articular el significante con el goce, porque en realidad el goce originario se reprime, queda como perdido.

Freud se pregunta cómo una satisfacción pulsional puede generar displacer y cómo puede engendrar al síntoma. Me parece importante que esta oposición entre estos 2 aspectos de la represión ya es susceptible de cambiar el sentido de la interpretación del analista. Podríamos decir que existe la interpretación que concierne a una representación inconsciente se restituya por deducción, pero dice que existe una manera más fundamental, otra interpretación que es acerca de la cuestión particular sobre la que se expresa. Es la interpretación de base de la experiencia analítica, si la tomamos a partir de Inhibición, síntoma y angustia, que es la interpretación que plantea aquello que aparece como unlust en el síntoma, como displacer, con sufrimiento. Unlust en realidad es una satisfacción, pero aparece como displacer. Entonces, podríamos hasta decir que esta interpretación es la que fija la posición analítica, en lo que ella tiene de no empática, de no sufrir con el sujeto. A veces esto aparece en las supervisiones, esto de la empatía y de decir “pobre, como sufre” y tratamos de calmarlo y de aliviarlo. Esto a veces hay que hacerlo, pero podemos excedernos al no saber a dónde puede ir el sujeto, por ejemplo en un pasaje al acto. Se trata de no sufrir con el sujeto, sino por el contrario, de una manera de un cierto modo inhumana, decirle “allí donde sufres, es allí donde te satisfaces”. Por eso es importante la posición del analista, porque puede pasarnos en relación a la repetición del paciente. A veces el analista puede empantanarse con un paciente y viene y siempre habla de lo mismo…

Es importante la función del corte, que es lo que permite justamente corte cuando algo del objeto está ahí. La repetición de un síntoma, donde uno ve por ejemplo que el objeto mirada está puesto ahí, o el objeto voz y que va y va… A veces uno no se anima o le cuesta cortar, porque tiene miedo cómo el paciente va a reaccionar. De alguna manera, es lo que Freud le decía a Dora, cuál es su responsabilidad en lo que le pasa.

Pregunta: ¿Por qué habla de 2 tipos de interpretación, una lenta y una rápida?

Porque cuando uno va con la interpretación por la vía significante, es ágil. El paciente produce, habla, asocia. Es más, a veces da tanto sentido que viene a asociar para nosotros. Viene con el sueño, asocia… Eso es dinámico, el paciente habla. Y lo que produce son efectos significantes. Pero cuando al paciente se lo quiere pinchar en el goce, de ágil no tiene nada, porque genera la reacción terapéutica negativa. Genera un empantanamiento ahí y resistencia. De ágil no tiene nada, queda ahí como detenido. Empieza a faltar, a no venir, a hacer acting out. no es algo cómodo la posición del analista si uno no tiene en cuenta esto de la abstinencia, esta cuestión de poner la persona del analista entre paréntesis, o de no manejarse por la vía de la comprensión y de la empatía con el paciente. Por ejemplo, si uno escucha el goce en un paciente que se quedó sin trabajo, quizá sea el momento de aumentarle la sesión.

En un caso, el analista le pone un honorario hasta que el paciente consiga trabajo. El analista queda entrampado. Se pregunta, ¿Hasta cuándo voy a sostener a este paciente?, Más allá que este tema del dinero pesaba en el análisis. Uno puede decir “Este es el honorario y vamos viendo…”, pero el conseguir o no trabajo tiene que ver con lo sintomático. Tiene que ver con esta cuestión del goce, de esta satisfacción en el displacer, en lo que a este sujeto le pasaba: no conseguir trabajo era una situación que venía repitiendo con la madre, con el marido… A veces uno se apresura a decir “Bueno, hasta que consigas trabajo...”. es una intervención apresurada, tiene que ver con la angustia del analista. Es hasta una especie de maternaje, que justamente engorda el goce, no va hacia esta clínica de cortar con la satisfacción pulsional, sino al contrario: engorda el síntoma. Y ahí el analista queda entrampado, porque encima esta paciente se quejaba de que el padre nunca había cumplido las promesas. Con lo cual, si este analista le decía que aumentaba, ¿dónde está la promesa que le hizo? Quedó entrampado en esto de la promesa. Por eso es importante esto de callar, de la abstinencia.

Pregunta: ¿Por qué el síntoma genera displacer en esta satisfacción pulsional?
Porque se reprime la pulsión y se desvía de su curso de satisfacción. Entonces, la manera que tiene de satisfacerse es en el displacer. Es una satisfacción, pero es otra, porque en realidad reprime el goce originario y obtiene un plus de gozar. Esto siempre que haya represión, cosa que en la psicosis no hay. En la psicosis se forcluye el significante del Nombre del Padre y el sujeto no quiere saber nada con la castración.

Lo que se reprime es por la angustia de castración, y eso es porque al Otro le falta un significante. El Otro está barrado y ante esta falta en el Otro no es la misma respuesta que da un sujeto neurótico que un psicótico. Este significante falta por estructura: la falta de respuesta, esto que el Otro no puede decir, lo que falta… Ahí viene la angustia, porque el displacer el yo lo percibe como señal de angustia. Recuerden que el yo es la sede de la angustia, según Freud. Lo que va a dar el yo es la señal de angustia, que es displacentera. El displacer es la angustia, va en contra del principio de placer. L angustia es siempre frente a la castración del Otro, no la propia. Es la castración del Otro primordial. Acuérdense que el neurótico, justamente, por no querer saber nada de esto se muestra permanentemente castrado: no puedo, no me sale, no sé… De lo que no quiere saber nada es de que el Otro esté castrado.

Pregunta: ¿Cómo sale el neurótico de su síntoma en un final de análisis?
El neurótico no soporta es que el Otro esté castrado. Hace lo imposible por mantener al Otro entronizado en un lugar donde no le falta. Tapona esta falta que lo angustia, porque si el Otro está en falta, no existen garantías. Se cae la ilusión de algo completo y el neurótico siempre busca la garantía de la completud, como si fuera posible que no exista la falta. El fin de análisis es cuando el analista puede decir algo y el paciente dice “¿qué va a saber?”. Creer que el analista sabe es entronizar al Otro, que existe el que sabe sobre lo que le pasa. Este tiempo tiene que ocurrir, porque así como en los tiempos constitutivos es importante que exista la alienación para que se constituya el sujeto, si no hubiera alienación estamos en el campo del autismo y de la esquizofrenia. Pero el sujeto también va a hacer el otro movimiento, que es la dialéctica de la operación subjetiva, que es la separación. Es el Otro el que le da el sentido a lo que piensa, a lo que le pasa y a lo que hace, pero como en realidad el Otro hace una cosa pero dice otra, aparece la falta  y el sujeto se empieza a preguntar sobre esto que al Otro le pasa: se ausenta, se contradice, le habla de tal o cual manera… Esa respuesta que el sujeto se da es la respuesta fantasmática. Ahí se constituye el fantasma y eso es lo que permite la separación de la alienación. Igualmente, termina alienado a que el Otro no está castrado, pero hay algo que el sujeto pone de su propio goce ahí. Esa es su respuesta, es un recorte subjetivo, es algo propio en la relación que tiene con el Otro, algo que saca de su propio goce. Respondo que me quiere tal cosa, me quiere tal otra. Tanto en los momentos constitutivos de un análisis como en un análisis, es necesario primero la constitución de la transferencia. La transferencia en sentido simbólico es la alienación al sentido del analista, a esto del sujeto supuesto saber que sobre el síntoma le pregunta a un Otro que supuestamente sabe cómo se soluciona lo que le pasa. Le pide un sentido al Otro. Si el analista se queda en esta vertiente del sentido y no apunta desde el inicio a la separación, va a quedar siempre en la clínica de la alienación y va a terminar identificándose al superyó del analista, al yo del analista, que es lo que hacían los post-freudianos, que planteaban el final del análisis con la identificación al ideal del analista. Daban consejos, cosa que a veces es importante intervenir desde lo imaginario, sobre todo cuando el paciente está muy angustiado, pero hay toda una orientación hacia esto.

La alienación se tiene que dar, sino no hay transferencia. Se tiene que instalar el sujeto supuesto saber, la alienación al sentido que el analista le va a dar a su síntoma. Lo que va a hacer el analista es decepcionarlo de esto. Pero sino se da lo primero, no hay análisis.

Lo que opera en esta desviación de la satisfacción de la pulsión hacia el síntoma, esta sustitución es lo que llama el moi de Lacan. Es el yo de Freud el que reprime. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud se preguntaba cómo es que el yo podía ejercer sobre el ello una influencia tan profunda que haga desviar una pulsión. Recuerden que yo es parte del ello. El ello sería el inconsciente real, con el das-ding. Eso es el ello. Con la ayuda del principio de placer, el yo genera esta desviación. La señal de displacer hace que el yo ponga en marcha el principio del placer para obtener esta desviación. Esta señal de displacer es la que va a poner en marcha, lo que va a producir la desviación, es la angustia. Hacer de la angustia una señal a partir de la cual se pone en marcha la represión es la novedad de Inhibición, síntoma y angustia.

Freud va a decir, al final, que la exigencia pulsional es un ¿pedido?. Lacan va a decir que la pulsión en tanto tal constituye una infracción al principio de placer, en la medida que su exigencia, precisamente, no es de una satisfacción del placer, sino que su exigencia es la de un plus de gozar. Esta es la exigencia, un plus de gozar. El goce originario se pierde, pero insiste. No es el originario, pero igual insiste, es un plus de gozar. El goce mítico está perdido. La categoría del plus de gozar, que Lacan introduce para decir que la pulsión en tanto tal está en infracción con el principio de placer, por lo tanto no es un avatar, no es un accidente que haya síntomas. La pregunta de Freud será cuál es el origen de la neurosis, por qué hay síntomas. La respuesta de Lacan es que la represión de la moción pulsional no es un avatar de la pulsión, el síntoma no es un accidente, no es contingente. El síntoma es, por el contrario, del orden de la necesidad. Freud decía que era el yo el que reprimía. Lacan va a instalar, en el lugar del yo, en el lugar que Freud distingue como la organización del yo, al lenguaje: la articulación estructural del lenguaje. Es la estructura del lenguaje como tal lo que él instala en lo que Freud había preparado para la organización del yo.

El goce como tal está prohibido para quien habla. Se trata de ese goce puro y mítico. Se trata de la pérdida de la cosa por la incidencia del lenguaje. Freud decía que el objeto está perdido, incluso antes de haberlo encontrado. Es una experiencia mítica de satisfacción y en realidad la angustia va a repetir esa experiencia mítica de satisfacción. Esta frase quiere decir que no es el yo freudiano el que reprime la pulsión. Lo que Freud llamaba represión de la pulsión es consecuencia necesaria de la estructura del lenguaje. Pero implica también la necesidad del síntoma. O sea, se reprime por una cuestión estructural del lenguaje y la respuesta siempre es el síntoma, que es esta desviación de la pulsión, que es la satisfacción en el displacer. Esto ya lo encontramos en los niños.

Hay una parte que no se puede anular, de este resto de goce originario que se reprime: a minúscula mantiene su exigencia. Es nuestra manera propia (lacaniana) de dar cuenta que Freud plantea cuando constata que la moción de la pulsión escapa a toda influencia que la represión del goce, la represión de la pulsión, no es suficiente para callar esta exigencia. El síntoma manifiesta su existencia por fuera de la organización del yo, independientemente de ello. Lacan dice que a minúscula es el centro del síntoma. Aquí toma valor el hecho que para Freud el síntoma se presente como unlust, como sufrimiento. Incluso lo que se exige al comienzo de análisis, que haya en alguna parte del inicio unlust, sufrimiento. Si no hay registro de lo que está padeciendo, no podría preguntarle al Otro cómo hacer con eso que está padeciendo. Tiene que haber algo que no sea del orden del placer. Pero aun siendo displacer, no es menos que el retorno de la pulsión y por lo tanto es siempre interpretable como satisfacción. Siempre. Lo mínimo de la interpretación, desde esta perspectiva, es “tu gozas de tu síntoma”. Es lo que siempre tenemos que tener en el horizonte. Hasta podemos decir que todo lo que puede desplegarse como interpretación analítica se realiza sobre la base de este “tu gozas de tu síntoma”. Estamos hablando de la neurosis. Es idéntico al esquema del retorno de lo reprimido. Así como lo que está prohibido decir se dice simétricamente, hay retorno del goce bajo la forma del síntoma. Hay un goce originariamente perdido. Se desvía y hay un retorno de este goce, con un resto que retorna en síntoma y hace que el sujeto repita, repita y repita. Uno se pregunta por qué vuelve sobre lo mismo. Y es a este resto persistente al que Lacan designó con la letra a minúscula. Esa a minúscula puede ser el objeto mirada, el objeto voz, del que pudo haber gozado: la voz o la mirada del Otro. O el golpe del Otro, que sería lo anal. Freud establece aquí bajo el nombre zigma un elemento que es irreductible al principio del placer.

Lacan se pregunta en el S. XI: ¿cómo vivir la pulsión una vez que se hizo la experiencia del fantasma fundamental? Una vez que se atravesó el fantasma, una vez que se salteó el lano de la identificación… ¿Cómo se vive entonces la pulsión? Una vez que se desanudó el efecto de verdad en tanto tal, una vez que se está satisfecho por el lado de la pregunta por el deseo, ¿se puede vivir la pulsión sin síntoma? No hay pulsión sin síntoma. El curso normal de la satisfacción de la pulsión va siempre hacia la producción sintomática. Es por eso que Lacan va a proponer para el final del análisis, saber arreglárselas con eso que se repite. Va a estar siempre esa tendencia a repetir eso mismo, eso que ya quedó estructurado, que ya no toca los registros. El tema es que va a estar advertido de la satisfacción que hay en juego y va a poder hacer con eso. Esto se ve en análisis, porque no es que no desaparezca esta manera de satisfacerse con lo mismo. Es algo que se va a repetir, el tema es que va a poder hacer con esto. Hay veces que no, porque hay fines de análisis y testimonios de pase donde por alguna contingencia desencadena que hace que tengan que volver a análisis por un corto tiempo, a pesar de haber atravesado el pase.

Pregunta: saber hacer con el síntoma, ¿podría implicar también la sublimación?
D: Si. Por ejemplo, un sujeto que goza con que lo miren, que pueda llegar a pintar o a hacerse mirar de otra manera, más productiva o beneficiosa. O ir al boliche los fines de semana y ser mirada y no tener que andar armando escenas con el novio o la madre. El sujeto queda anoticiado y puede hacer con eso, por la vía sublimatoria, o por un acto que haga, que no sea del orden de lo tortuoso, por ejemplo, de que el Otro lo mire de forma incondicional.

En la neurosis hay logros que no se pueden vivir como logros. Está esta cuestión de estar angustiado, estar mal por un goce recto que no cede. Hay sujetos que no pueden vivir un logro con placer. Está esta cuestión del superyó que ordena gozar, del castigo, del sentimiento de culpa, masoquismo primordial, que remite a que fracase. Triunfa y fracasa o abandona, alejándose de lo que logró.

Freud dice que hay una lucha defensiva, primaria y secundaria contra el síntoma. La lucha primaria se realiza contra la exigencia de la pulsión. Es defensiva, porque es lo que se opone a la pulsión. Pero al mismo tiempo, dice en Inhibición síntoma y angustia, Freud habla de esta lucha secundaria, de este segundo aspecto de la lucha, donde el yo quisiera incorporar el síntoma. Esto se ve bien en la neurosis obsesiva: el yo lo incorpora y es parte de su personalidad. No está separado, no lo puede considerar extraño a esto que le pasa. “Soy así, soy celoso”. Esto, que no se lo cuestiona, es parte de su síntoma pero está incorporado al yo. En Inhibición síntoma y angustia, estaría construido sobre la oposición entre la unicidad de la repetición significante y la multiplicidad de la represión de la pulsión. Las pulsiones reprimidas aparecen como múltiples, mientras que el motor de la represión aparece como uno. Es lo que da lugar en efecto, a la angustia produce la represión, la angustia de castración. Este es el motor, por eso la frase de Lacan, que formula que la castración es la clave de ese sesgo radical del sujeto, por donde tiene lugar el advenimiento del síntoma. Esto es así, no puede no existir síntoma. Va a hacer de la represión de la pulsión la defensa contra el goce más originaria que la represión segunda.