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martes, 29 de julio de 2025

¿Puedes perderme? La cuenta del sujeto entre la falla y el significante

 ¿Puedes perderme? es la pregunta que el niño dirige al Otro en el momento en que el significante, mediante la operación de alienación, lo aloja al precio de una petrificación subjetiva. Lacan encuentra en la literatura —en particular en El diablo enamorado— un modo privilegiado de ilustrar esta interrogación que constituye la matriz del “Che vuoi?”, pregunta que no solo apunta al deseo del Otro, sino que también habilita la operación de la separación. Este movimiento introduce un redoblamiento de la falta: la falta del sujeto (como efecto de la alienación) es redoblada por la falta en el deseo del Otro, y este doble borde delimita una relación topológica entre sujeto y significante.

Sabemos que el sujeto, en términos lacanianos, es lo que un significante representa para otro significante. Esto implica una serie lógica: el primer significante (S1) va al lugar del representante, pero debido a la falla estructural del conjunto significante, este movimiento debe completarse con un segundo significante (S2), que introduce la dimensión del saber. Así se abre el intervalo entre significantes que permite el advenimiento del sujeto como efecto de significación.

Sin embargo, este efecto no está exento de equívocos. Podríamos afirmar, siguiendo esta vía, que el sujeto es el efecto de sentido que se produce cuando el Otro significa el llanto o la palabra del niño. En este sentido, el sujeto no preexiste a la significación, sino que se constituye como división en el seno de la demanda.

Ahora bien, ¿es el sujeto solo un efecto de sentido? ¿No hay, además, un intervalo —una hiancia— entre causa y efecto, que se abre precisamente por la falla estructural del lenguaje y por el deseo que introduce el Otro?

Lacan se vale aquí de dos referencias fundamentales para repensar al sujeto en su relación con el lenguaje: por un lado, la función del trazo, y por otro, la lógica fregeana, especialmente en lo que concierne a la distinción entre Sinn (sentido) y Bedeutung (referente). Esta bifurcación permite asociar el campo del lenguaje con la cuestión de la cuenta: ¿qué es contar? ¿Cómo se cuenta un sujeto?

Contar implica la posibilidad de ser incluido en una serie. Pero si el referente falta —y esto es lo que ocurre en el campo del Otro—, debe haber algo que opere en su lugar, una marca, un significante, un trazo, que permita que el sujeto entre en la cuenta del Otro, es decir, cuente para él. Esa operación no garantiza sentido, pero ofrece una inscripción: una forma mínima de existencia simbólica.

Así, el sujeto se constituye no sólo como efecto de sentido, sino como efecto de una falla: una falta que no se reduce a lo que no está, sino que estructura lo posible. Entre el deseo del Otro y el lugar que el sujeto ocupa, entre el trazo que borra y la lógica que cuenta, se juega la existencia misma del sujeto como tal.

lunes, 28 de julio de 2025

De la falta a la falla: condiciones topológicas del sujeto en el Seminario 12

En la Clase 2 del Seminario 12, Lacan abre el trabajo con una pregunta: “¿Cómo vamos a trabajar?” No se trata sólo de una interrogación metodológica respecto del seminario actual, sino de una puesta en cuestión que remite a toda su enseñanza previa: ¿desde dónde, con qué conceptos, y hacia qué dirección abordar la relación entre sujeto y lenguaje?

Lacan retoma aquí una preocupación que atraviesa su enseñanza: el estatuto del lenguaje como estructura. Pero con un giro preciso: estamos frente a una interrogación topológica, en la cual se introduce una torsión fundamental en el modo de pensar lo simbólico. El pasaje que propone es el que va de la falta hacia la falla.

🔹 Falta: función significante de lo que no está

Del lado de la falta, el problema no se reduce a una carencia empírica dentro de un conjunto de significantes. No se trata de un significante que “falta” como tal, sino de una función: la función de la falta como tal, aquello que introduce negatividad en el campo del Otro y posibilita la aparición del sujeto. De allí la conocida paradoja: el conjunto está completo en la misma medida en que le falta un elemento. Ese elemento no es otro que el que vendría a nombrar al sujeto: su exclusión lo funda.

🔹 Falla: imperfección estructural

Pero Lacan ahora complejiza este esquema. Propone pensar no ya una falta que constituye el campo del Otro como sistema simbólico cerrado, sino una falla inherente al propio sistema. No es un elemento externo al conjunto el que se sustrae, sino una imperfección constitutiva del conjunto mismo. Es decir, el significante no sólo organiza el campo simbólico a partir de una falta, sino que está él mismo afectado por una falla. Y esta falla no es contingente: es consustancial al lugar del sujeto.

🔹 Entre sincronicidad y diacronía

Aunque el lenguaje preexiste al sujeto en tanto estructura sincrónica, Lacan subraya aquí que su eficacia subjetivante exige la introducción de la diacronía. Esto supone la entrada del valor y la historia: el sujeto adviene en la medida en que la falla es tramitada como falta, es decir, se simboliza. Esta operación hace posible que el sujeto pueda recibir un valor dentro del campo del Otro, valor que lo torna visible —y deseable—.

🔹 El deseo del Otro: ¿puedes perderme?

Si el sujeto es un ser estructuralmente en falta, sólo puede instalarse en el lazo con el Otro en la medida en que esa falta es investida, alojada en el deseo del Otro. De allí el interrogante que Lacan recoge en el grafo del deseo: “¿Puedes perderme?”. No es una pregunta banal, sino el modo en que el sujeto interroga su posición como objeto en la economía deseante del Otro.

Esta pregunta se traduce en el célebre che vuoi?: ¿qué quiere el Otro de mí?, ¿qué soy yo para ese deseo? El valor de verdad del sujeto depende, entonces, de la posición desde la cual causó el deseo del Otro. No es sin esa causa que el sujeto puede constituirse.

sábado, 19 de julio de 2025

Una a-topia que lleva a lo a-cósmico

En esta entrada, se aludió a la doble incidencia de la lógica y la topología en el modo en que Lacan aborda la sutura. Este cruce no sólo representa un giro metodológico, sino que introduce una forma novedosa de concebir el anclaje del sujeto, una que implica la puesta en juego del cuerpo como superficie de inscripción. La topología, en este marco, no es un simple recurso ilustrativo, sino aquello que permite pensar cómo, dónde y por qué vías el goce se enlaza corporalmente. Es decir, hace posible una localización no representacional, sino estructural, del goce. Estas consideraciones, más adelante, habilitarán lo que Lacan formulará como la economía política del goce.

Este movimiento hacia lo topológico comienza a perfilarse a partir de una comparación entre Lacan y Sócrates. Por un lado, ambos se sitúan en una cierta exterioridad respecto del saber instituido: Sócrates, en relación al discurso filosófico tradicional; Lacan, en relación a la institución analítica que lo excluye (la IPA), al intentar desconectarlo de todo trabajo sobre la formación del analista. Esa “excomunión”, que opera como rechazo del sujeto, refuerza la analogía: ambos quedan en una posición a-topológica, que no se inscribe en el espacio cerrado del saber establecido.

Esta a-topía, sin embargo, no es un mero desplazamiento periférico, sino el lugar desde el cual Lacan introduce una exterioridad estructural, que impide cualquier cierre cosmológico del campo. Lo que pone en juego no es simplemente una crítica institucional, sino la irrupción de lo a-cósmico como condición del sujeto. Se trata de un saber que no se inscribe en un universo cerrado, sino que bordea su falla estructural.

Este no es un juego de palabras, sino una operación sobre el lenguaje mismo, una tentativa de abordarlo en tanto estructura correlativa a la marca y al trazo, lo que lo vincula directamente con la dimensión topológica del borde. ¿No podría pensarse el cuerpo del sujeto, en este sentido, como una arquitectura de agujeros, un espacio punteado por la falta?

Lo a-cósmico, entonces, es lo que impide la totalidad, rompe con la consistencia de la esfera, y con ello afecta la estructura misma del saber. El saber ya no puede organizarse como un sistema cerrado, sino que debe ser pensado desde su falla constitutiva. Es en este punto donde la topología del no-todo deviene correlativa al sujeto dividido, carente de ser, evanescente. Y así, lo a-cósmico se transforma en una clave para pensar el ser, el goce y el saber, en su imposible articulación plena.

miércoles, 9 de julio de 2025

¿Cuál es el soporte de una escritura?

 Luego de un primer abordaje por el cual el rasgo unario es considerado desde el sesgo de lo idealizante de la demanda, lo que justifica sus articulaciones al significante del Ideal, I(A), encontramos un giro que lo asocia a la función de la letra. Tomado desde esta perspectiva el rasgo se conecta con la operación de ese +1 al que vengo haciendo referencia desde hace unos días. Entonces el rasgo se asocia a la falta.

Ese +1 formaliza lo que no se escribe y que “no se sostiene más que de la escritura”, con lo cual el soporte de la escritura es la falta, aunque a esta altura quizás sea mucho más indicado hablar allí de una falla.

¿Para que se le hace necesario poner en juego esta dimensión de la escritura? Para poder abordar al inconsciente desde su estructura lenguajera, pero fundamentalmente por ser la consecuencia de un corte: la escritura se soporta de un corte que bien podría ser considerado desde la perspectiva del vaciamiento… y los términos vuelven a enlazarse. Esto, que parecería ser una redundancia es, en realidad, el índice de una lógica ínsita al planteo.

Se parte de una marca primera que es también llamada nominación real, a la altura del seminario 21. El efecto de esta primera incidencia es el vaciamiento antes aludido. Y la marca deviene aquello concernido en la repetición, a la par que instala la incompletitud e inconsistencia a nivel del universo de discurso. Freudianamente casi coincide con la imposibilidad del reencuentro.

Ahora, algo de eso se articula al significante, y ello por cuanto la marca queda borrada, punto de coincidencia con la inscripción del representante de la representación.

Dos campos se entraman: el de la marca y el de las consecuencias del borramiento. Y la repetición evidencia, cada vez, la distancia insalvable entre uno y otro.

martes, 8 de julio de 2025

La castración más allá de la falta fálica

Una de las preguntas centrales que Lacan se plantea en el Seminario La angustia es la de la naturaleza de la castración. En ese contexto, propone una reformulación profunda, que consiste en desvincular la castración de sus metaforizaciones tradicionales, especialmente de su asociación exclusiva con la falta fálica (−φ). Al hacer esto, Lacan no niega la dimensión simbólica de la castración, sino que la relee desde el corte como operación estructural.

Un primer paso en esta reelaboración se da al diferenciar el −φ del objeto a. Mientras que el primero remite a una pérdida representable en el campo simbólico, el objeto a es concebido como producto de un corte real, no simbolizable, pero determinante en la constitución subjetiva. Castración, entonces, no se reduce a la falta fálica, sino que se vincula a una pérdida más radical, anterior a toda dialéctica de la posesión o el intercambio.

Esta distinción permite separar al objeto a del campo de los objetos libidinales compartibles, tales como:

  • Los objetos del estadio del espejo,

  • Los objetos del tránsito infantil,

  • Los objetos de amor u objetos del deseo del otro.

Estos últimos se sitúan en el registro imaginario, son contables, intercambiables y dialécticos: pueden ser amados, competidos, poseídos o perdidos. En cambio, el objeto a es de otro orden: no representa algo que se tiene o se pierde, sino una huella estructural de la pérdida misma, un resto irreductible que condensa la separación estructural entre el sujeto y el goce.

Lacan formaliza al objeto a en sus distintas modalidades —el pecho, el excremento (escíbalo), la mirada, la voz, el falo— como formas específicas de pérdida, es decir, recortes. El término alemán que usa es Verlust: pérdida, merma, daño. Este recorte no es imaginario, sino real, y anticipa la lectura que hará en Aún, donde la castración se liga a la anomalía del campo del goce y a la imposibilidad de formalizar la relación sexual.

Ahora bien, el objeto a no sólo se presenta como resto del corte, sino también como soporte del engalanamiento: ese punto que, aunque oculto, sostiene el brillo con el que el sujeto se presenta al deseo del Otro. Es aquello que el yo inviste como consistencia real, y que permite al sujeto sostener su lugar en el fantasma. Así, recorte y engalanamiento se convierten en coordenadas fundamentales, que delimitan un campo donde se entrelazan lo imaginario y lo real, y donde se juega el pasaje de la inhibición a la angustia.

En este marco, el −φ funciona como señal que captura la relación con el objeto de amor, pero también puede ser señal de angustia, marcando una reversibilidad estructural entre deseo y pérdida. Aquí se engarzan dos dimensiones cruciales: las perturbaciones de la vida amorosa y el campo de la transferencia.

En transferencia, el analista es investido como Sujeto Supuesto Saber, pero el trabajo analítico requiere una torsión de esa investidura para hacer posible que surja el objeto a como posición del sujeto en el fantasma. Esta orientación implica llevar al sujeto al límite, más allá del complejo de castración freudiano, que sigue anclado a la metáfora paterna.

En este punto, Lacan establece una diferencia crucial: pensar la castración como falta o como falla. La falta puede representarse; la falla es lo imposible de simbolizar, aquello que resiste toda traducción significante. Frente a eso, la pregunta que se abre es: ¿cómo hacer analizable ese imposible?

La respuesta no apunta a un saber cerrado o a una técnica, sino a una orientación, una lógica del borde. Y es esta orientación la que lleva a Lacan hacia el abordaje topológico, indispensable para tratar lo real como impasse, como punto de imposibilidad para el significante.

miércoles, 4 de junio de 2025

El inconsciente y la letra: más allá de lo psíquico

Quisiera comenzar con una pregunta que, lejos de ser retórica, organiza todo este planteo: ¿es posible subsumir el inconsciente dentro del campo de lo psíquico? La respuesta, desde la lectura que propongo, es rotundamente no. Uno de los desarrollos que más claramente pone en evidencia esta imposibilidad se encuentra en los seminarios 20 al 22 de Lacan.

En esos seminarios, Lacan aborda el inconsciente desde el sesgo de la escritura, y desde allí puede afirmar que el inconsciente "converge entre lo modal y lo nodal". Según la RAE, "converger" implica coincidir en una misma posición frente a algo debatido, o también acercarse a un punto límite. En este marco, lo modal (las modalidades del decir) y lo nodal (los puntos de anudamiento estructural) funcionan como coordenadas donde se hace posible delimitar un fallo, una falla estructurante. De ahí que Lacan recurra a la escritura.

Lo escrito es definido por él como algo “peliagudo”, es decir, complejo, difícil de resolver. Incluso, siguiendo a María Moliner, algo apresurado o precipitado. Parte de esta dificultad radica en que un escrito no está hecho para ser leído, una idea que Lacan ya venía trabajando desde la publicación de sus Écrits. Si no es para leer, entonces ¿para qué es?

Para situar un lazo. Lo escrito sirve para ubicar al inconsciente como texto, como estructura de letra, dado a leer. Este lazo entre la letra y la escritura, que no está exento de complicaciones, funda el campo del decir en psicoanálisis. Apostar a llevar lo escrito al decir no es un mero juego formal: se trata de una apuesta clínica, una pregunta vigente en ese momento de la obra de Lacan: ¿es posible un decir que saque al sujeto de la necedad?

La necedad, en este contexto, no es una contingencia que sobreviene: el inconsciente la implica, porque arrastra consigo lo imposible de escribir. Por eso, la necedad no es simplemente ignorancia, sino una negativa a saber, un no querer saber de lo imposible, o incluso un no querer saber ese imposible.

Y frente a ese imposible, lo psíquico no puede más que aparecer como un entramado ficcional, solidario de lo que Lacan llamó, con una expresión bellísima, las ficciones de la mundanidad.

miércoles, 21 de mayo de 2025

La compacidad de la falla y el ser sexuado: entre el impasse lógico y el goce

Desde el seminario La identificación, Lacan se propone demostrar que la falla estructural que atraviesa al sujeto no es dispersa ni caótica, sino compacta, organizada por una lógica precisa. Esta línea encuentra su consolidación en Aún, donde las fórmulas de la sexuación, junto con su correlato modal, permiten formalizar esa falla como imposibilidad de escribir la relación sexual.

La compacidad de la falla no proviene de una carencia empírica, sino de la demostración lógica de su imposibilidad. En Aún, esta imposibilidad se articula con lo innombrable, con lo que excede el campo del lenguaje y remite a una infinitud no representable. Este planteo se inscribe en una vía que ya no es la de la predicación clásica del ser, sino la que Lacan denomina más allá del atributo.

Siguiendo su razonamiento, Lacan señala:

Todo lo que se ha articulado del ser supone que se pueda rehusar el predicado y decir ‘el hombre es’, por ejemplo, sin decir qué. Lo tocante al ser está estrechamente ligado a esta sección del predicado.”

Es decir, cuando se intenta decir algo del ser en su forma absoluta, se cae en rodeos que culminan en impasses, en demostraciones de imposibilidad lógica, porque ningún predicado es suficiente. El ser que se pretende absoluto aparece entonces como interrupción, como fractura en la fórmula “ser sexuado”. Y es precisamente desde esta grieta que el ser sexuado queda afectado por el goce.

Lacan cuestiona así el modo tradicional de concebir la predicación: no se trata de describir al sujeto por sus atributos, sino de situar los puntos de real que lo constituyen, aquellos que surgen a partir de las aporías estructurales que el significante no puede resolver.

En este sentido, decir que el sujeto es “un ser sexuado” no es una predicación en el sentido clásico. Es, más bien, una manera de nombrar el real que lo afecta, el punto de fractura estructural donde el goce se entrelaza con el lenguaje y lo menoscaba. Estar “interesado en el goce” significa estar marcado por esa hiancia, por ese corte que impide cerrar la totalidad del campo del goce en una fórmula universal.

miércoles, 30 de abril de 2025

La brújula del sin-sentido: clínica, dirección y paradoja en la práctica analítica

Existe una orientación clínica que justifica esa afirmación, tantas veces repetida, por la cual el psicoanálisis “no es una terapéutica como las demás”. Esa diferencia no radica únicamente en los medios que utiliza, sino —y sobre todo— en los fines que persigue.

Esta orientación implica, entonces, un sentido como dirección: el analista dirige la cura, sí, pero no dirige al analizante. Surge así una pregunta fundamental:
¿Con qué brújula se orienta esta dirección?

O, formulado de otro modo:
¿Qué orienta la escucha analítica en una praxis que parte del reconocimiento de que no hay cura tipo?

Esta imposibilidad de una cura estandarizada da cuenta de algo estructural: en el sujeto hay un punto de imposibilidad, un límite que vuelve inviable cualquier técnica universal. No hay, por tanto, una “técnica analítica” en sentido clásico; hay, como dice Lacan, una técnica significante.

Esto significa que el analista se deja llevar por el discurso, por sus derivas, equívocos y tropiezos, para escuchar allí lo que determina el padecer subjetivo. Lo que guía la praxis no es un saber previo, sino una atención al detalle de las fallas, a lo que se interrumpe, vacila o se contradice.

En lugar de protocolos, lo que toma protagonismo son las dificultades, las contradicciones, los callejones sin salida... y, podríamos agregar, las vacilaciones del sentido. Esta serie de tropiezos no obstaculiza la cura, sino que la constituye: son ellos los que guían la escucha.

Allí donde el discurso yerra, aparece una fisura que se llena con ilusiones de sentido. Lacan lo nombrará, casi al final de su enseñanza, como “las ficciones de la mundanidad”. Es el intervalo donde se alojan los fantasmas, aquello que parece cerrar el vacío pero que lo conserva como tal, marcando un margen.

Si aceptamos que el sujeto solo adviene al ser como objeto en el deseo del Otro, cabría preguntarse:
¿Qué puede liberarlo de esa captura?

Tal vez, una paradoja. Una torsión del discurso que no lo redima, pero sí lo desplace; que interrogue el edificio de la verdad en el que se sostiene, lo saque de su lógica habitual, y lo confronte con el vacío que lo habita.

La dirección de la cura, entonces, no se orienta por una técnica ni por un ideal de salud, sino por la apertura de ese margen: allí donde el sentido falla, el sujeto puede emerger —no como identidad, sino como efecto.

lunes, 28 de abril de 2025

Lógica y lo real: el saber en el psicoanálisis

Lacan define la lógica como la ciencia de lo real, pero esto no implica que la lógica pueda escribir lo real. Más bien, permite delimitarlo como impasse, situarlo como aporía. En última instancia, la lógica demuestra lo real sin eliminarlo.

Este punto es clave para el progreso del saber, ya que el pensamiento lógico avanza a través de la paradoja, no desde la consistencia sino desde el tropiezo. Justamente, en el psicoanálisis esto es fundamental, pues Freud inicia su investigación a partir de las fallas, los restos y los excesos: los sueños, los lapsus, los síntomas.

Freud se aleja del modelo aristotélico de equilibrio y temperancia para centrarse en lo que escapa, en lo que desborda los sistemas establecidos. Así funda una práctica que se ordena —o, mejor dicho, se desordena— en torno a lo que queda en los márgenes.

Desde esta perspectiva, el inconsciente cobra forma como un saber que, paradójicamente, nunca llega a ser completamente sabido. Esta dimensión introduce una división en el sujeto, cuestionando cualquier ilusión de dominio. A partir de ello, Lacan conceptualiza al sujeto dividido, evanescente y siempre supuesto.

miércoles, 23 de abril de 2025

Del no-todo a la existencia: la falla, la nominación y el síntoma

En su Seminario 18, Lacan afirma: "Si la existencia es afirmada, el no-todo se produce", señalando un punto clave en la transición de una lógica atributiva a una lógica modal y cuantificacional. Este cambio tiene profundas implicaciones: se pasa de lo indecible a lo imposible de escribir.

Este tránsito es posible gracias a la función de la falla, incluso en su dimensión ontológica: la falla del lenguaje es constitutiva del devenir del sujeto. Es crucial entender que esta falla no es aún un agujero en sí mismo; la apertura de un agujero solo ocurre a través de la nominación, que es la única función capaz de producirlo. Así, la falla tiene un valor primario, pero solo a través de la nominación se convierte en agujero, condición fundamental del lazo social y del discurso.

Este proceso puede relacionarse con la referencia fregeana, donde la falla inicial implica la ausencia de un referente o complemento. Nos situamos así en el nivel de la escritura, que no pertenece al campo del sentido. Si marcamos un corte, podríamos decir que estamos en el ámbito de la denotación, mientras que el sentido y la connotación emergen en un momento lógico posterior.

La escritura, en este contexto, produce una existencia paradójica que opera como una necesidad lógica dentro del discurso. Es decir, no hay discurso sin una existencia que introduzca una excepción.

Si seguimos la referencia a Frege, podemos afirmar que esta excepción constituye un síntoma en el sujeto, pero no en el sentido clínico, sino como una función que establece el borde del campo donde el sujeto advendrá. Esto solo puede entenderse a partir del paso del 0 al 1: la inexistencia se inscribe como síntoma, ya que el síntoma es precisamente aquello que responde a la inexistencia (de la relación sexual).

En otras palabras, la inexistencia es la inscripción de la falla de partida, y solo se vuelve existente en la medida en que el síntoma le responde.

viernes, 18 de abril de 2025

El saber en el discurso analítico

La teoría de los cuatro discursos desarrollada por Lacan entre los seminarios 16 y 18 marca un punto clave en su enseñanza. Este esquema permite avanzar desde una noción estructuralista del lazo social hasta una lógica que va más allá del principio de contradicción freudiano, es decir, más allá de la pantalla fantasmática que vela lo real.

El discurso analítico, en particular, introduce algunas cuestiones fundamentales. En primer lugar, al definir el psicoanálisis como un discurso, se evita reducirlo a una simple terapéutica, situándolo en el orden del lazo social. Además, su función se destaca por permitir el tránsito entre los otros tres discursos, posibilitando así un movimiento dentro de la estructura.

En este contexto, el lugar del saber (S₂) cobra especial interés. Lacan parte de la afirmación de que hay un saber en lo real, lo que sugiere la existencia de un automatismo estructural en el lenguaje. Sin embargo, esta noción se problematiza cuando se reconoce que “la relación sexual no cesa de no inscribirse”, lo que implica que en lo real falta el saber que permitiría la complementariedad.

El saber inconsciente no es epistémico: no se trata de un conocimiento cognoscitivo ni atributivo, sino de un saber inconsistente e incompleto. Lacan lo define como “un saber que se soportaría en que no se sepa que se sabe”. Esta formulación no es un simple juego de palabras, sino que señala una falla estructural, un punto de impasse donde el síntoma encuentra su lugar.

Desde esta perspectiva, el saber en psicoanálisis se define como “un decir lógicamente inscribible” en el punto donde el saber no está. Por esta razón, es necesario pasar del saber como elucubración al saber como manipulación: una operación sobre el nudo que se realiza con las manos, allí donde el pensamiento muestra su límite.

martes, 15 de abril de 2025

El objeto a como falla compacta: entre la topología del borde y la lógica del no-todo

Existen diversas maneras de abordar la función litoralizante de un borde, y es innegable que la obra de Jacques Lacan ha sido particularmente fértil y creativa en la forma de interrogar y formalizar dicha función. Siguiendo una lógica coherente con las coordenadas que definen el desarrollo de su enseñanza, Lacan comienza considerando la letra desde una perspectiva serial del significante, lo que abre paso a nuevas interrogaciones desde distintos registros lógicos: desde la lógica predicativa, cuantificacional y hasta aquella propia de la teoría de conjuntos.

En este recorrido, el Seminario Aún marca un punto de inflexión. En él, Lacan introduce un tratamiento topológico del borde a partir del concepto de compacidad. Este término, tomado de la matemática, se bifurca en dos sentidos: desde la lógica, habilita preguntas sobre la completitud o incompletitud de un conjunto; desde la topología, interroga cuán compacto es un espacio.

Este concepto permite a Lacan pensar la falla estructural que impide escribir un universal femenino, y con ello formalizar la novedad lógica del no-todo. La pregunta que se desprende es sugerente: ¿cómo demostrar la compacidad de la falla?

Aunque esta línea de pensamiento pueda parecer abstracta y alejada de la práctica analítica, en realidad ofrece una clave para pensar los múltiples modos en que la relación sexual se malogra, más allá de los artificios simbólicos que intentan suplirla.

Desde aquí se impone un desplazamiento hacia el objeto a, cuya ubicación del lado del no-todo no es casual. Lacan afirma que “el objeto es el fallar”, esto es, una falla en sí mismo. Primero, por ser el resto que subsiste de aquello que ha sido integrado al saber como conjunto significante; luego, por su carácter fundamentalmente irracional, al igual que los números irracionales que no pueden ser reducidos a una expresión finita ni exacta.

El objeto a se presenta así como lo inaprehensible, solidario del desencuentro (dystichia) y del carácter fallido de la relación. En este sentido, se inscribe como lo real, y en La Tercera, Lacan lo ubica en la lúnula central de la cadena borromea, punto de cruce entre las tres consistencias (Imaginario, Simbólico y Real), estableciéndolo como condición de cualquier forma de goce.

Luego de determinar su lugar, toca precisar su función: doble, por cierto. Por un lado, el objeto a es la causa del deseo; por otro, se constituye como condición del goce. Esta doble función invita a pensar los lazos entre deseo y goce, tanto en el fantasma como más allá de él.

Así, se vuelve una pregunta fecunda interrogar si se trata, en el objeto a, de una letra o de un objeto. Aunque no se trata de una cosa del mundo, puede decirse que se trata de una letra, sin por ello negar su función como objeto pulsional, causante del deseo. En Aún, Lacan lo pone en serie con otras dos letras, y si quisiéramos forzar su inscripción en la lógica, podríamos decir que oscila entre el condicional y la implicación material.

martes, 25 de marzo de 2025

El sujeto de la certeza y el final del análisis

El Seminario 11 introduce una idea que, a primera vista, parece contradictoria dentro del desarrollo de Lacan: la noción del sujeto de la certeza. Esta formulación se enmarca dentro de coordenadas cartesianas y no anula lo previamente elaborado sobre el sujeto dividido y evanescente.

Diferenciar al sujeto de la certeza del sujeto del fading es crucial. Mientras que el segundo se diluye en la significación y es solidario del esquema Rho, el primero plantea un punto de afirmación. No se trata de la desaparición del fading ni de la negación de la evanescencia, sino de la introducción de una nueva problemática: la del sujeto en el final del análisis.

El inicio del análisis está marcado por la vacilación del sujeto ante el saber: no sabe, y por ello supone un saber en el Otro, estableciendo la transferencia. En cambio, la certeza en el final del análisis señala un recorte que no queda negativizado ni sometido al equívoco significante. Este punto inamovible es correlativo de la destitución del sujeto y de su rectificación, lo que implica una pérdida más que una modulación.

Así, el sujeto de la certeza lleva a Lacan a reformular la subversión del sujeto y a plantear no solo la realidad de su división, sino también su estatuto no ontológico. Esta perspectiva resuena con una nueva manera de pensar el inconsciente, donde el énfasis ya no está en la falta sino en la falla.

El pasaje de la falta a la falla es un tránsito clave dentro del pensamiento lacaniano. Este desplazamiento otorga un nuevo valor a la función del deseo, entendido como una función lógica que habilita el desasimiento y su posibilidad misma.

viernes, 21 de marzo de 2025

El sujeto en psicoanálisis: efecto del significante y correlato de la falta

El concepto de sujeto en psicoanálisis es el resultado de una operación de lectura que Lacan realiza sobre la obra de Freud. Aunque no se encuentra explícitamente formulado en Freud, Lacan lo extrae de su letra, inscribiéndolo en un marco conceptual propio.

Esta lectura debe comprenderse dentro de un proceso de desontologización en el que el psicoanálisis participa. La ciencia, al surgir, se construye apartándose de la verdad y, en consecuencia, expulsando al sujeto de su campo. Es en este punto donde el psicoanálisis, posterior a la ciencia, se erige como el discurso capaz de alojar al sujeto.

Pero, entonces, ¿qué es el sujeto? Se trata de un efecto del significante, en tanto que el significante toma su lugar en el Otro. Desde esta perspectiva, el sujeto no es el yo, no se inscribe en el narcisismo, no es la persona ni el paciente.

El sujeto del inconsciente es correlativo a la falta significante que afecta al Otro. El Otro, entendido como sede del significante, está marcado por una carencia inherente al lenguaje: la ausencia de un significante que le otorgue identidad o un ser.

En este sentido, el sujeto es la propia falta significante en el nivel del Otro. Esto da lugar a una serie de articulaciones entre el sujeto, el significante de la falta en el Otro y el significante fálico, sin que esto implique su homologación.

Desde esta perspectiva, el sujeto se configura inicialmente en relación con la falta, para luego inscribirse en la dimensión de la falla. Finalmente, esta lógica lo lleva a devenir en algo no enumerable, reafirmando su estatuto de efecto del significante y de la incompletitud estructural del Otro.

miércoles, 19 de marzo de 2025

La subversión del sujeto y la incidencia del cuerpo

¿Es suficiente definir la subversión del sujeto como aquello que un significante representa para otro significante? Esta pregunta plantea la necesidad de considerar el papel del cuerpo en esa subversión. No se trata solo de una estructura significante, sino también de un cuerpo que la sostiene y que incide en la división del sujeto. Pero, ¿de qué cuerpo hablamos?

El sujeto se inscribe como falta en el Otro porque en ese lugar—el conjunto de los significantes—no encuentra una identidad plena. Esto genera una paradoja fundamental: el sujeto y la falta son consustanciales, ya que es precisamente en el punto donde el Otro vacila en su sentido donde el sujeto emerge.

Existen dos paradojas clave en este proceso. Primero, el significante nace de una operación de borramiento (la marca), pero este mismo borramiento es ya una operación significante. Esto rompe con la temporalidad lineal y marca una alteración en la estructura del sujeto. Segundo, el Otro como batería de significantes está marcado por la incompletitud: los significantes están ahí, pero nunca en su totalidad. No es que falte un significante específico, sino que lo que se encuentra en juego es la función significante de la falta misma.

A partir de esta consideración, la castración se extiende más allá de la mera falta y se vincula con lo que no hay. Así, se pasa de una falta inicial a la noción de falla en lo simbólico. Como consecuencia, el sujeto mismo se constituye como falta dentro del Otro, homologándose con el conjunto vacío en la teoría de conjuntos.

Dado este pasaje de la falta a la falla, la subversión del sujeto no puede reducirse a su división por el significante. Lacan se ve llevado a buscar en lo real la estructura de esta división, lo que implica repensar el papel del cuerpo en la constitución subjetiva. Es en este punto donde se abre la pregunta: ¿qué estatuto tiene ese cuerpo en la experiencia del sujeto?

sábado, 15 de febrero de 2025

La relación lógica y el despertar: reflexiones sobre la falta y la falla

En el seminario 18, Lacan afirma que “sólo hay relación lógica”, marcando el inicio de una construcción lógica de la castración que la despoje de su carácter anecdótico. Decir que sólo existe relación lógica implica que el síntoma ocupa el lugar de suplencia donde la relación sexual no deja de no inscribirse. Desde otra perspectiva, esto puede formularse sosteniendo que allí donde el goce se escabulle, sólo es posible captar un recorte a través de los “aparatos”. En este sentido, la función del discurso como artefacto consiste precisamente en suplir lo que no está.

Ante esto, surge la pregunta: ¿es posible salir de la necedad? Y, en complemento, ¿cómo construir un soporte que oriente al despertar?

Aquí señalaba que esta necedad no es un hecho contingente, sino una necesidad estructural. Concebirla como un efecto de estructura la vincula con la docta ignorancia, que prefigura un vacío inherente al saber.

Salir de la necedad, entendido como una pregunta sobre la eficacia del análisis, debe entramar aquello imposible de saber. ¿Basta con la falta? Claramente no. También es necesario que opere la pérdida, es decir, la de aquello que ilusoriamente se presenta donde no hay nada. En este punto, entra en juego la noción de fantasma y sus sustituciones. Así, el desprendimiento a este nivel se convierte en condición para el pasaje de la falta a la falla.

Una de las formas en que esta falla fue conceptualizada, aunque no la primera, es el “no-todo”. Este concepto surge como una necesidad lógica y permite elaborar una falla propia del lenguaje. No es casual que en el seminario 19, Lacan lo sitúe como el eje de su desarrollo en “...tras el Aún”.

Ese “aún” señala lo innombrable del cuerpo y justifica la identificación del campo femenino con el no-todo. De ahí que emerja la pregunta sobre la relación entre lo femenino y el despertar, pues no es posible abordar lo femenino sin desplazar la castración del terreno de la anécdota.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Lo femenino en el hablante

 Si bien no puede dar respuesta al problema, Freud se encuentra de diferentes maneras y en sus términos, con que lo femenino conlleva una dificultad, un obstáculo en el hablante. Y dejamos claro que planteamos esto en términos de lo femenino, no hablamos de las mujeres.

Lo femenino y las mujeres son dos dimensiones distintas. El primero es un campo, es un campo de goce en el hablante. Es aquel que a Lacan le lleva aproximadamente 20 años poder delimitar, y para que eso fuese posible tiene que, habiendo partido de una lógica atributiva que es la lógica atributiva fálica, llevar a cabo toda una serie de interrogaciones y puestas en valor de diferentes lógicas hasta poder construir una que le haga posible esa delimitación.

Ese campo de goce, que se define precisamente por no quedar alcanzado del todo por la única Bedeutung (significado) que el lenguaje provee, o sea el falo, determina que lo femenino conlleva una producción.

El campo femenino del goce que Lacan denomina también no-todo, es una producción a la par que una demostración. Producción y demostración vienen a indicar que es por un lado consecuencia de una preexistencia y que un real está involucrado.

El no-todo se produce a partir de la inscripción de la excepción, del lado del campo fálico. Es el lugar del síntoma como necesario. Esta inscripción determina, por el cerramiento del conjunto, que hay algo que le ex-siste.

Pero ello implica además una demostración por cuánto del lado del no todo se inscribe la inexistencia, la cual ya conlleva un entramado lógico, o sea una tramitación que viene a dar cuenta de una falla que afecta a la estructura misma del lenguaje.

Es la falla que impide en el sujeto una identidad sexual que tuviese como correlato la complementariedad. El campo de lo femenino entonces, así entendido, vuelve patente una falla que es para todo ser hablante, y que implica una nueva manera de considerar a la castración.

viernes, 30 de agosto de 2024

El lapsus

 El inicio de la enseñanza pública de Lacan está dominado por tres grandes textos freudianos, en los cuales Freud puede situar la estructura de lenguaje del inconsciente. Son los textos sobre el sueño, el chiste y la psicopatología de la vida cotidiana. Allí Freud delinea la particularidad de las formaciones del inconsciente y los vínculos del inconsciente con la palabra.

Entre las formaciones del inconsciente toma lugar una: el lapsus. En términos del planteo inicial de Freud, se trata de esos errores, de esos fallos en la palabra, en el discurso, incluso en la escritura. Entendido en ese sentido, el lapsus es una formación del inconsciente y como tal está sometido a la lógica que compone la cadena discursiva: la condensación y el desplazamiento; o la metáfora y la metonimia.

Llamativamente encontramos que Lacan utiliza el mismo concepto, “lapsus”, para hablar de algo que no participa de la esfera de las formaciones del inconsciente. Sino que se trata de algo que opera a nivel de la estructura misma: el fallo o el error en el anudamiento de los tres registros en la estructura de la cadena borromea.

Es interesante la utilización del mismo término, lo que no significa que se trate del mismo concepto.

El lapsus tomado desde las formaciones del inconsciente es algo del orden de lo fallido; en cambio, el lapsus situado a nivel de la estructura de la cadena borromea pertenece al orden de lo fallado.

Lo fallado a nivel de la estructura ya es un nombre de la no relación, con lo cual implica una tramitación simbólica solidaria de lo que no cesa de no escribirse. Y delimita el espacio donde el síntoma toma lugar, precisamente por suplir ese fallo del lazo.

lunes, 5 de agosto de 2024

Diferencias entre falta y falla

 Como punto de partida, incluso como una dimensión inherente al concepto de sujeto que Lacan apunta a definir como subvertido, buena parte de su retorno a Freud se ordena sobre el concepto de falta.

Éste tiene no solo un valor causal, sino que es un elemento constitutivo, determinante del orden simbólico, lo cual separa a Lacan del estructuralismo, y de allí su definición de estructura del seminario 3: la estructura es un conjunto de elementos que forman un conjunto covariante. O sea que la falta, condición de la covariancia, le es consustancial.

El problema a nivel de la falta es que es posible de imaginarizar en la medida en la cual podría suponerse allí una permutación. Quiero decir que un sujeto podría eventualmente poner, a nivel de esa falta, algún significante que, al menos ilusoriamente, pudiera nombrar lo que falta, más allá de que ella, efectivamente, no desaparecería por eso.

A partir de este asunto o problema, Lacan se interroga respecto de la naturaleza de la falta, en la medida en la cual la estructura significante está afectada por una paradoja. Está en falta en la misma medida en la cual los significantes son los que están. Con lo cual entonces hay que empezar a pensar que no se trata de que la falta implica que falte un significante cualquiera, sino que es la función significante de la falta, lo que escribe el significante de una falta en el Otro, del grafo.

De allí entonces que Lacan lleva a cabo un pasaje que lo desplaza desde el concepto de falta al concepto de falla, a nivel del seminario 11 por ejemplo.

La falla viene a indicar, ¿designar?, no que algo en particular falta, sino un límite en cuanto a aquello que el significante es capaz de escribir. O sea, si la falta señala que hay algo de lo que se carece; la falla viene a señalar que hay un límite en la simbolización y esto afecta a la estructura del conjunto, y no a la relación entre sus elementos.