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lunes, 16 de junio de 2025

Felicidad con sombras: el desgarro ético del deseo

Aquí evocábamos la crítica de Lacan a la idea de una “felicidad sin sombras”, es decir, a toda promesa de plenitud subjetiva que se apoye en una ilusión de totalidad. Pero esta formulación nos permite dar un paso más:
¿Existe una felicidad con sombras?

El psicoanálisis no se posiciona simplemente en la negatividad, sino que establece un contrapunto estructural: por un lado, la aspiración a una felicidad totalizante; por el otro, el testimonio del Superyó, esa figura paradójica que insiste en una satisfacción que no satisface, que goza allí donde algo “no anda”. Esta antinomia es observable clínicamente y revela un punto de falla fundamental en la promesa de unidad.

Para situar esta falla, Lacan recurre a una disyunción estructural: la discrepancia entre deseo y goce. En esa grieta se produce lo que él llama un “desgarro en el ser moral del hombre”. La ética del psicoanálisis, entonces, no se funda en una norma, sino en el acto, precisamente porque falta ese complemento que permitiría la unidad y el ordenamiento del deseo bajo el signo del Bien.

La crítica de Lacan no se dirige a un ideal abstracto, sino a su contexto: la comunidad analítica. Su interrogación apunta a cómo este desgarro puede ser olvidado, o incluso borrado, mediante la promesa de una normalización imposible, sobre todo en relación con la sexualidad. Este olvido se vuelve particularmente grave cuando se traslada al análisis del analista.

Por eso Lacan vuelve sobre una pregunta central:
¿Qué es el deseo del analista?
Este operador no responde a un saber cerrado ni a un sujeto completado. Muy por el contrario, se opone a toda idea del analista como producto terminado, ajustado, “normalizado”. Porque si esa fuera la expectativa,
¿qué escucha sería posible?
¿Y qué habría que perder para que esa escucha se habilite?

Lacan no oculta su posición: la promesa de una sexualidad normalizada es una estafa. Enmascara una exigencia moralizante, un puritanismo que niega el deseo, un ascetismo incompatible con la lógica del inconsciente. Esta moral oculta entra en contradicción con el deseo mismo, que no solo atormenta al sujeto por su imposibilidad estructural, sino también por el margen de soledad y decisión que abre.

Ese margen —el lugar del acto— es precisamente donde el sujeto se encuentra sin el Otro, con la única brújula de su falta. Y es allí, en esa felicidad con sombras, que la ética del psicoanálisis se pone verdaderamente en juego.

domingo, 1 de junio de 2025

El valor del deseo del psicoanalista

 En esta entrada vimos la cuestión del Sujeto Supuesto al Saber como condición del acto analítico, lo que es lo mismo que señalar una senda que va de lo ficcional del significante a lo real como lo que precipita a partir de su falla. O sea que estamos en una temporalidad de la cura por la cual en un principio se soporta la función ficcional de la transferencia para, posteriormente, producir (resalto este término) el pasaje del analista a la posición de semblante del objeto a.

El vocablo producir viene a indicar la incidencia de lo real, porque esta producción indica tanto una precipitación como una demostración, la de la aporía inherente al saber, que lo vuelve inconsistente dando entonces lugar a ese “resto de la cosa sabida” del cual el analista hace semblante.

Este pasaje/producción sólo se torna viable por la incidencia del deseo del psicoanalista, aquel operador transferencial que separa el “manejo” de la transferencia de cualquier orientación que prescriba u oriente el trabajo hacia la identificación al analista como modalidad del fin de análisis.

¿Cuál es el valor del deseo del psicoanalista? Poner en forma una separación para, entonces, habilitar un lugar vacío.

En principio, del lado de la separación, instala la máxima diferencia posible entre el lugar del Ideal, significante de las identificaciones especulares del moi, significante de la demanda como demanda de amor, y el objeto a, punto donde se juega la causación del deseo, una de las posiciones que asume el niño respecto del deseo del Otro.

Esta discrepancia que se hace jugar entre la demanda y el deseo, de cuyas vueltas precipita el objeto a, pone en juego esa fijeza que implica la posición del a en el fantasma. Entonces ese alojamiento es la condición de una posibilidad, la del corte que lleva a la radicalidad del inconsciente. Es el paso del a como tapón en el fantasma, a la causa del deseo.

martes, 27 de mayo de 2025

El análisis y la división del sujeto: hacia el atravesamiento del fantasma

Un análisis implica ir más allá de los velos del fantasma para situar la división del sujeto como su nudo fundamental. En este recorrido, la escisión subjetiva asume distintos estatutos: desde su dependencia del fading significante hasta lo real de su opacidad.

En Posición del inconsciente, Lacan plantea una serie de tesis sobre la relación entre el sujeto y el Otro. Allí, el inconsciente se define como un corte en acto entre ambos campos, lo que permite pensar su estructura en términos topológicos. Esto lleva a considerar tres aspectos cruciales: la relación entre el inconsciente y el cuerpo, los anudamientos que lo sostienen y su vínculo con la pulsión.

Dentro de este marco, el operador transferencial del deseo del analista resulta central en la cura, ya que permite la entrada en juego del objeto a en la transferencia. En un momento lógico posterior, el analista encarna este objeto, haciendo semblante del mismo. Dicho objeto, en la cura, remite a una posición subjetiva dentro del fantasma y se inscribe como consecuencia de un corte fundante en la constitución del sujeto.

La cuestión central que se plantea en este proceso es: ¿cómo se estructura un agujero? Esta pregunta articula la división del sujeto, la caída del objeto y la constitución de la estructura del fantasma. Así, el análisis transcurre a través de una serie de pasos que hacen posible el acceso al fantasma como respuesta al enigma del deseo del Otro, condición necesaria para su atravesamiento.

En este recorrido, la responsabilidad del analista es decisiva: debe acomodarse a la singularidad del sujeto en cada sesión, aún cuando pueda dar la impresión de tratarse del mismo cada vez. Es esta escucha atenta la que posibilita que el análisis conduzca al sujeto hasta el límite donde el deseo y su estructura pueden ser leídos en su dimensión más radical.

jueves, 3 de abril de 2025

Modos clínicos de la repetición

La repetición no solo es un concepto fundamental del psicoanálisis, sino también una realidad clínica ineludible. Sin embargo, no se trata de un fenómeno homogéneo, sino que presenta dos dimensiones claramente diferenciadas.

Por un lado, encontramos la repetición ligada a la historia, lo que Lacan denomina retorno significante. En este nivel, la repetición opera como un entramado ficcional que estructura la historia del sujeto, sosteniendo sus creencias y organizando su discurso. Aquí, la repetición está vinculada a la verdad, pues reitera los significantes que han marcado la subjetividad.

Por otro lado, existe una repetición que encuentra su límite en lo real. Esta dimensión involucra el cuerpo y la satisfacción, o más precisamente, aquello que se contenta en el sujeto más allá de lo simbólico. Mientras la primera forma de repetición se inscribe en el discurso, esta segunda se asocia al funcionamiento del fantasma, donde la pulsión se fija. Se trata de una repetición que escapa al orden significante, es decir, no solo de lo imposible de pensar, sino también de lo imposible de escribir.

Desde esta perspectiva, la repetición no es solo una estructura simbólica, sino que implica un punto de dystichia (desencuentro, tropiezo), un tropiezo inevitable en la experiencia subjetiva. Es precisamente aquí donde interviene el deseo del analista, al enfrentarse con un analizante que busca una explicación desde los significantes de su historia.

Esta distinción no solo se aplica a la práctica clínica, sino también a la evolución misma del psicoanálisis. Se parte de un momento inicial marcado por cierto optimismo, con el deseo de la histérica como paradigma y su correlato en la impotencia del Padre. Luego, en un segundo momento, se confronta un tope en lo real que emerge en la repetición. Es en este punto donde Lacan sitúa un margen de libertad, paradójicamente vinculado al malogro que conlleva el desencuentro.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La formación del analista

 Hablar de formación del analista implica, de entrada, alejarse de la idea de que el analista es un producto acabado o un objetivo al que se llega. En este sentido, la temporalidad que acompaña la formación analítica está en sintonía con un devenir continuo, tal como lo plantea Lacan, y no sigue una trayectoria lineal orientada hacia un final definitivo.

El concepto de devenir introduce una visión del tiempo que se asemeja a lo asintótico, es decir, a un proceso interminable que siempre se aproxima pero nunca alcanza un punto final absoluto. Por lo tanto, la formación del analista es un proceso abierto, un trabajo continuo que, desde su inicio, no ofrece garantías de éxito. La formación está atravesada por múltiples contingencias, en tanto es imposible predecir con certeza el resultado final.

Sin embargo, la presencia de estas contingencias no elimina los lineamientos fundamentales propuestos por Freud y Lacan sobre cómo llevar adelante esta formación. Estos lineamientos se articulan en torno a tres pilares esenciales: el estudio teórico, la supervisión o control de los casos, y, sobre todo, el análisis personal.

La intersección de estos tres aspectos da lugar a un proceso de transformación: el pasaje del analizante al analista. Este tránsito se posibilita gracias a la puesta en marcha del deseo del analista como operador transferencial. En otras palabras, la función del analista solo se activa cuando el deseo del analista se vuelve operativo.

Esto redefine la concepción del saber en la formación analítica, alineándose con el cambio que Lacan traza entre su seminario Aún y el RSI: el paso del saber como simple elucubración intelectual al saber como habilidad práctica, un "saber hacer". En este sentido, se deja de ver el saber como acumulación de conocimientos eruditos y se lo considera en su capacidad de ser aplicado y manipulado efectivamente en la práctica analítica.

martes, 12 de noviembre de 2024

Fracaso y repetición

 Borges solía decir que lo único que puede enseñarse es el amor. Esto plantea una pregunta central: ¿por qué la transferencia es la condición fundamental de todo análisis, más allá de considerarla simplemente como su motor y obstáculo? Una clave esencial es entender la transferencia en términos de repetición. En el Seminario 11, Lacan señala que la transferencia se identifica con la repetición, lo que constituye una crítica a Freud, quien la concebía como la repetición de algo olvidado.

Sin embargo, repetición y transferencia no son equivalentes. Antes de plantear esta crítica, Lacan se había preguntado en el Seminario 8: "¿Quién pensó que fueran conceptos distintos?". Esto muestra la oscilación de Lacan en su reflexión sobre la transferencia.

En el Seminario 5, Lacan explora cómo se instala la transferencia, vinculándola con la demanda en términos de una filigrana. Utiliza la metáfora del papel visto a contraluz, donde se revela la marca de su fabricación. Así, la demanda muestra de manera velada las huellas del Otro que emergen en el proceso analítico.

La demanda no siempre se presenta de esta forma velada o "en filigrana"; a veces aparece de manera directa. ¿Cuál es la diferencia?

Cuando la demanda se muestra en filigrana, vemos un ejemplo clásico en los grandes casos clínicos de Freud, donde el analista se convierte en una figura más dentro de la serie psíquica del paciente, ocupando el lugar del Otro. En estos casos, el analista soporta y encarna esas marcas del Otro, facilitando así la posibilidad de metaforizar esa posición. Sin embargo, esto no siempre ocurre de manera automática. En cuadros como la melancolía u otras neurosis narcisistas, por ejemplo, la transferencia no se manifiesta bajo estos mismos términos, requiriendo un trabajo adicional para que dicha dinámica se establezca.

En este contexto, se observa una transferencia de objeto que debe estar presente desde el inicio, ya que, de no ser así, resulta complicado pensar en un posible final del análisis.

Existen áreas donde la configuración clínica no se manifiesta en filigrana. Para ilustrarlo, consideremos el siguiente caso:

Daniel es el típico ejemplo de lo que hoy se llama "tóxico", un término en boga. Sus parejas lo etiquetan de esta manera, y con el tiempo él empieza a identificarse con esa descripción. Su comportamiento se caracteriza por unos celos extremos y una demanda constante, hasta que las relaciones se vuelven insostenibles. Daniel comenta que, cuando está solo, siente alivio de sí mismo, porque en presencia de otra persona, se siente tomado por una pasión que no puede controlar. A partir de aquí, empieza a construir una narrativa personal.

La historia de Daniel incluye una madre que celaba intensamente a su padre. Tras la muerte del padre, durante la adolescencia de Daniel, los celos de la madre se dirigieron hacia él. Esta situación, sin embargo, no duró mucho porque la madre falleció, dejando a Daniel bajo el cuidado de otra persona. Ya en la adultez, los celos se transfieren a sus parejas, quienes se convierten en los nuevos objetos de su desconfianza.

Lacan sostiene en los Seminarios 8 y 11 que el análisis se desarrolla en el campo del Otro. Esto significa que el objeto de deseo que alguna vez estuvo destinado al Otro se transfiere, permitiendo que el proceso analítico transcurra con esta creación freudiana llamada transferencia. Aquí, el paciente asume el lugar de objeto, pero ahora transferido al Otro (el analista). No se trata simplemente de una historización o anamnesis lineal, sino de un diálogo entre las pasiones y las razones, algo que ya se había explorado en la filosofía y que Freud lleva al dispositivo analítico.

Este dispositivo, al que Freud considera artificial, permite precisamente este intercambio entre razones y pasiones. El objeto de la pasión se transfiere al Otro, encarnado por el analista, quien simula ser el objeto que alguna vez fue para el Otro. Así, la transferencia se convierte en el espacio donde las dinámicas inconscientes del deseo y la demanda encuentran un lugar de expresión y elaboración.

Un aspecto fundamental a considerar es el de la desposesión. En el amor y el deseo, hay una articulación intrínseca con la angustia. El amante se encuentra en un estado de desposesión, pues percibe que el objeto de su deseo se encuentra en el Otro. Por lo tanto, el amor no está exento de angustia; más bien, en esta dinámica pasional, el sujeto se siente despojado, experimentando su falta al encontrar el objeto deseado en el Otro. Aquí es donde la transferencia interviene, permitiendo responder a este encuentro con el objeto faltante de una forma distinta.

En El Banquete de Platón, el amado porta el objeto deseado —el agalma—, algo que el amante desconoce. En la escena previa al banquete, Alcibíades era amante de Sócrates, quien además desempeñaba el rol de su enseñante. El desarrollo del banquete recuerda a las sesiones iniciales de un análisis: los comensales hablan libremente del amor, permitiendo un flujo similar al de la asociación libre. Sin embargo, este hablar se transforma en actuar cuando Alcibíades introduce una torsión inesperada.

Generalmente, pensamos que la angustia inhibe la acción, pero existe otra vertiente donde la angustia empuja al acto. Ambas dimensiones aparecen en la clínica. Lacan, en el Seminario 10, sostiene que el acto le resta a la angustia su certeza. En el banquete, Alcibíades irrumpe con una declaración amorosa hacia Sócrates, poniéndolo en evidencia frente a todos, como menciona Lacan en el Seminario 8. Sócrates responde desentendiéndose y deriva la demanda a Agatón, sugiriendo que Alcibíades realmente se dirige a él.

Este manejo de la transferencia por parte de Sócrates —desviar la demanda hacia un tercero— tiene como objetivo que el proceso continúe, pero no es la única maniobra posible. Freud cuestiona esta práctica, planteando la paradoja de invocar a los demonios del deseo para luego intentar silenciarlos. En lugar de derivar la demanda, el analista podría asumir la responsabilidad de ser soporte del objeto de deseo.

Aquí es donde entra en juego el deseo del analista. Ante la angustia que surge del lado del paciente, e incluso del propio analista, existe la tentación de actuar para mitigar esa tensión. Sin embargo, el analista, a través de su deseo, debería ser capaz de soportar la posición de ser objeto de la pasión del paciente, en lugar de buscar neutralizarla o desviar la demanda hacia otro lugar. La capacidad de sostenerse en esa posición sin actuar ni desentenderse es crucial para que el análisis pueda avanzar, permitiendo que el paciente elabore su relación con el objeto de deseo en el campo transferencial.

Fuente: Notas de la conferencia de Kligmann Leopoldo "Fracaso y repetición", texto elaborado con IA.

martes, 10 de septiembre de 2024

Los ideales del analista: "Vengo a resolver algo puntual"

 A veces hay que considerar el problema o la incidencia que podrían tener sobre la cura los ideales del analista. No me refiero solamente a los ideales en el sentido de aquello concernido en su subjetividad: sus inclinaciones, ideológicas o de alguna otra naturaleza similar. Si no que a veces funcionan como obstáculos ciertos ideales en cuanto a ciertas ideas preconcebidas respecto de lo que debe ser un psicoanálisis, y agregaría, en todos los casos y en cualquier circunstancia.

El asunto es qué sucede o cómo intervenir respecto de un sujeto que acude a un analista, solamente con la aspiración a resolver una cuestión muy puntual, sin ir mucho más lejos que eso.

Esta es una pregunta fundamental importantísima. Y mi respuesta fue que, en ese caso, el analista lo único que debiera hacer, desde mi lectura, es acompañar en eso al sujeto sin pedir nada más.

Entiendo que es el planteo acorde con la ética, por cuanto al ser una ética del deseo, prescribe que el analista no demande. Además, entiendo que es el planteo de Diana Rabinovich cuando llama la atención acerca de que el analista no debe empujar al sujeto al heroísmo.

A veces no hay más que un acompañar al sujeto respecto de aquello que lo trae a la consulta. Pero eso no significa que el analista deba renunciar al deseo del analista.

Entonces, sin demandar, podrá apostar a inducir allí, en ese pedido, un efecto de división que abra la posibilidad de una pregunta, y quizás esa pregunta abra el margen para un análisis.

jueves, 13 de junio de 2024

¿Hay clínica psicoanalítica sin obstáculos transferenciales?

¿Hay clínica analítica sin obstáculos transferenciales? La respuesta depende esencialmente del modo en que consideremos a la transferencia.

Tanto Freud como Lacan van situando, respecto de la transferencia, distintas posiciones que el analista va asumiendo en función del momento del trabajo. Y hablando de tiempos, el inicio del análisis se soporta del Sujeto Supuesto Saber. Se trata de esa ilusión doble: la de la suposición de un saber y de un sujeto al cual adscribirlo.

Si nosotros redujeramos la práctica del psicoanálisis a la transferencia asociada al sujeto supuesto saber podríamos tener la ilusión, en última instancia, de que la práctica analítica no necesariamente conlleva el encuentro con los obstáculos. Y ello en la medida en que esa suposición inaugural hace consistir la ilusión de Otro que pudiera responder.

Sin embargo, hay una verdad del saber. Ella es el límite de aquello que en el saber no cesa de no escribirse. Dado que Lacan se orienta en función de lo real como impasse, se encuentra con que lo real pone en forma que hay de lo que no entra al saber.

Considerado desde este prisma, el psicoanalista se encuentra con algo que en la praxis no se elabora a partir del significante y su modalidad de retorno entonces no se produce a través de las formaciones del inconsciente. Estamos frente a un retorno que no se corresponde con la represión secundaria cuyos efectos se escuchan en lo serial de la cadena significante. Sino que aquello que escapa al saber, eso que resta, tiene un correlato en el cuerpo del sujeto y aparecerá como obstáculo asociado a la posición del analista en la transferencia.

Lacan es explícito al señalar que es el analista mismo quien va en busca de este obstáculo, cuando señala que es el deseo del analista el que vuelve a llevar a la demanda a la pulsión, allí donde el amor la orienta a lo ideal. Esta torsión habilita el obstáculo transferencial en la medida en que hace posible el alojamiento del “resto de la cosa sabida”, o sea de aquello que responde a la inexistencia del Otro.

jueves, 18 de agosto de 2022

La transferencia: un recorrido por la obra freudiana

El texto de 1912 Dinámica de la transferencia tiene antecedentes, como Psicoterapias de la histeria (1895), donde Freud articuló los primeros conceptos relativos a la transferencia. Freud se encuentra con el escollo de la transferencia en el caso Dora, al desetimar la pregunta de Dora por la mujer. En este punto, la transferencia es vista como un obstáculo a la cura.

La conferencia 27 y 28 se relacionan con este tema, señalando aspectos no dichos. En 1915 aparece el tema del amor de transferencia y esta serie termina en Análisis terminable e interminable, donde Freud ya no es tan optimista. Se puede decir que para 1937, Freud es pesimista sobre la eficacia del psicoanálisis. En 1940, el optimismo se recupera en el texto Esquemas sobre psicoanálisis.

En Dinámica de la transferencia, Freud la describe como algo absolutamente necesario, como algo que sale al paso inherentemente en toda cura psicoanalítica. Esta transferencia se da también por fuera del análisis, previa a él y de manera salvaje. La transferencia no es una forma de amor, sino que es amor. Son lo mismo. De esta manera, el psicoanálisis cura por medio de la palabra y el amor.

La transferencia proviene de las posiciones innatas y de vivencias infantiles, que son las condicionantes del amor que el sujeto repite toda su vida. Cada uno de nosotros aprende lo que es el amor en tiempos primordiales de la vida. La transferencia depende de factores accidentales, las vivencias. Además, la pulsión se satisface en ella, pues tiene metas que han quedado fijadas a determinados puntos.

En todo ser humano hay mociones libidinales inconscientes que forman la fantasía y se vuelven al médico. Cuando estas mociones son parcialmente insatisfechas se vuelven contra el analista. de esta manera, la transferencia puede ser la palanca más poderosa del tratamiento, pero también la más fuerte resistencia y oposición a la cura. ¿Cómo lo vemos? En la falta de asociación, de colaboración, silencios, las faltas, las cuestiones con los honorarios, las llegadas tarde.

La transferencia positiva, imaginaria, son sentimientos tiernos conscientes hacia el analista, al saber en sí mismo. La transferencia también tiene dos facetas resistenciales. Una es la hostilidad y la otra es el amor de transferencia. Ambas formas de resistencia se oponen al recordar. El sujeto actúa, las transfiere y no puede ponerlas en palabras.

En la conferencia 28, Freud dice que la transferencia es la heredera de la hipnosis en su aspecto positivo. Hay dos tiempos del análisis:

1- La libido es forzada a pasar por los síntomas.

2- El combate contra la transferencia.

Puntualizaciones sobre el amor de transferencia es un intento de explicar lo que pasó en el tratamiento de Dora.

Recordar, repetir, reelaborar. Algo se ha "olvidado", porque nunca ha sido consciente. Se trata de algo anterior a los mecanismos de defensa. Freud se da cuenta que no todo es posible de recordar, concepto que se relaciona con lo real en Lacan. Repetir es una manera de recordar lo reprimido, a la manera del polo motor. Se trata de una reconciliación con el ello.

Análisis terminable e interminable y El problema económico del masoquismo, son textos que también permiten pensar el concepto de goce en Lacan, en tanto irreductible y como exceso. Estos textos, jusnto con Construcciones en psicoanálisis, son las bases de las Nuevas Conferencias, en especial la 34. 

Un análisis, ¿Se concluye o se interrumpe? A la luz de la pulsión de muerte, cuando se da la desmezcla pulsional, aparece el goce más mortífero. ¿Qué eficacia tiene el tratamioento en tanto profilaxis? Freud es escéptico del fin de análisis. Para ese entonces, el objeto era levantar los síntomas, las inhibiciones y los rasgos de carácter. Freud, no obstante, habla del análisis imperfecto, que son impedimentos externos a la meta del tratamiento. Son factores traumáticos, que Freud menciona como factores contingentes.

El análisis no terminado corresponde a una alteración del yo, producto de una insurgencia pulsional mucho más severa. Tiene que ver con causas internas, con lo pulsional que ha logrado domeñar al yo, que queda incorregible. 

¿Existe la moralidad absoluta? Todo eso es relativo, el análisis es inconcluible. Poder controlar a la pulsión no es fácil. La abstinencia puede complicar el análisis, porque la frustración del paciente puede traer conflictos en el espacio analítico, debido al ello. Freud dice que nunca vio a un analista lograr la normalidad en su paciente, por lo que dio el consejo de analizarse periódicamente, sobre todo para poder manejar las cuestiones transferenciales en sus pacientes. El yo moral, dice, es una ficción. 

Freud habló que el límite a un análisis es la roca viva de la castración y marca las tres imposibilidades: gobernar, educar y analizar. Aparece el carácter como resistencia del yo, la viscosidad de la libido del ello. Además está lo inanalizable, que es lo que bordea la castración.

Freud menciona 5 formas de resistencia: la represión del yo, la resistencia de la transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad. En cuanto al ello, la compulsión a la repetición. Y el superyó, el sentimiento de culpa que lleva a la reacción terapéutica negativa, que es lo que empeora al paciente.

El problema económico del masoquismo (1924), texto cercano a El Yo y el ello y en consonancia con Más allá del principio del placer (1919), Pegan a un niño, Pulsiones y sus destinos, que son sus precedentes. Allí Freud plantea el masoquismo erógeno, el masoquismo femenino y el moral. El primero es el que se percibe con cierta cuota de dolor.

El deseo del analista es que el Otro siga deseando, lo cual es histérico en la medida que deja ese deseo insatisfecho, al no acceder a la demanda. El analista también es paranoico, por la interpretación. El deseo del analista lo mantiene en un lugar que permite el deseo del otro, sin acceder a ese deseo. El deseo del analista implica mantenerse abstinente, suspender valores, poner el cuerpo, ser tomado como objeto a por la transferencia sin sucumbir a la tentación de poner la subjetividad del analista (lo cual es una tentación). Como se ve, es un deseo difícil de sostener.

domingo, 12 de junio de 2022

Transferencia, repetición, interpretación, deseo de analista

Entender que la transferencia es cierre del inconsciente va de la mano de la distinción entre transferencia y repetición. Si bien la transferencia no es la repetición y su interpretación no consiste en decir al analizante que repite con el analista, no hay manera de salir de las trampas de la transferencia (amorosas, odiosas u otras) sin entender la repetición. Claro que la repetición está en el análisis por todas partes, de ahí que se llegara a pensar la interpretación como una formulación del tipo “aquí y ahora conmigo como si fuera otro”. Pero la interpretación no consiste en enseñarle eso al analizante porque el trabajo no es reflexionar sobre su relación con el analista, que fue un resultado de la encerrona pos-freudiana en la relación de objeto (intersubjetividad, “a --- a’” en el esquema L).
En función del camino que sigue el análisis (que no es cualquiera ni azaroso) el enamoramiento del analista, por ejemplo, se lee como un cierre del inconsciente que hace necesario una interpretación que permita abrirlo nuevamente, esto es: que el analizante continúe “su” análisis. Esta interpretación no lo lleva hacia qué sucede con el analista sino a qué cosas le pasan, digámoslo así, consigo mismo. Se matematiza de este modo: 
$←Ⱥ
donde el vector que va de “A barrado" hacia “$” indica que eso llega de un Otro que, estando barrado, es deseante.

El psicoanálisis es un lazo social discursivo (expresión redundante porque no hay lazo social alguno fuera de discurso). Es fundamental tenerlo en cuenta al leer en Freud que el análisis se hace al calor del amor de transferencia, pero se cae en la confusión de Breuer si no se advierte que este amor no es más primario que el deseo inconsciente. Por esta razón en el psicoanálisis no hay tratamiento de nada imaginario aislado de lo simbólico ni de lo real con que se anuda. El deseo en juego, inconsciente, es deseo del deseo del Otro (genitivo objetivo), involucrando por lo tanto al deseo del analista, que no es menos inconsciente. Es preferible decir “deseo inconsciente del analista” y no “deseo del analista” para enfatizar que no se trata de sus pretensiones ni de sus ideales. Ésta es el ancla indispensable de la dirección de la cura, si se trata de psicoanálisis y no de otra cosa.

Fuente: Raúl Courel "Transferencia, repetición, interpretación, deseo de analista".

domingo, 3 de abril de 2022

La contratransferencia ¿Qué-hacer y cómo-hacer del analista con este fenómeno inevitable?

Notas del Taller Clínico titulado "La contratransferencia ¿Qué-hacer y cómo-hacer del analista con este fenómeno inevitable?" a cargo del Dr. Gustavo Szereszewski.

La contratransferencia no es un concepto aislado, sino que  tiene su correlato con el deseo del analista, la transferencia y la resistencia. La transferencia tiene dos caras: sujeto supuesto saber y la cara objeto de la transferencia. La resistencia tiene dos ejes: el imaginario y el eje inconsciente. La contratransferencia puede ser un obstáculo, un motor y una tercera posición, que desarrollaremos.

La transferencia en Freud aparece al inicio de la obra bajo el concepto de confianza. El paciente confía en diversas personas, como el amigo íntimo al que se le confían las partes más rechazadas de uno mismo, sabiendo que del otro lado no vendrá una crítica ni un juicio. Aunque se parece, un analista es distinto a un amigo, porque el analista no está como sujeto. La relación con el analista no es recíproca, por eso Lacan habla en el seminario 8 de la transferencia como disparidad subjetiva. El sujeto es el paciente, es el que pone a trabajar el inconsciente, el que habla, el que pone sus pasiones y sentimientos en la transferencia. El analista está más en un lugar de objeto. 

El sujeto supuesto al saber es cuando el paciente, en una primera etapa del análisis de la que Freud habla en términos de luna de miel, deposita el saber en el analista para que lo libere de la angustia o le levante un síntoma. Es la cara simbólica de la transferencia.

La otra cara de la transferencia es la real, la cara del objeto de la transferencia. Es cuando Freud habla de neurosis de transferencia. La neurosis del paciente se dirige al analista como objeto y el analista es el depositario de los objetos fantasmático del paciente y de su sufrimiento. La cara de amor pasional también se dirige al analista como objeto. El ejemplo podría ser el caso de Breuer con Anna O., donde se gesta una transferencia en donde ella tenía un embarazo histérico, tras haber fantaseado una relación amorosa con su analista. Había un deseo de Breuer de ser padre y él se ponía en ese lugar, generando este tipo de transferencias. 

La transferencia también tiene una cara de motor y de obstáculo en la cura. Se ama al que se le supone un saber, pero si ese amor se hace demasiado importante se vuelve un obstáculo en la cura. 

En cuanto a la resistencia, hay un eje imaginario y otro inconsciente. El eje imaginario parte fundamentalmente del yo. Desde Lacan, se piensa al yo como algo que se adquiere desde afuera. El yo siempre se pone en pareja con el semejante, con el otro del espejo, el par. El eje inconsciente tiene dos componentes, que son el sujeto y el Otro. 
El Otro es el Otro de lo simbólico, del tesoro de significantes, es el inconsciente que nos habita. Cuando le habla a la persona del analista, el paciente piensa que le habla a él, pero en realidad le habla a ese Otro que está en el paciente. 

Los dos ejes se cruzan y en ese punto aparece la resistencia, porque es el punto en el que el yo se cruza con el inconsciente. El yo intenta desconocer lo que aparece como inconsciente, porque el inconsciente se presenta disruptivamente, desorganizado, oscuro y demoníaco. En una primera etapa del análisis, el paciente se aferra mucho al yo e intentan que su discurso sea coherente, sin fisuras, que no se preste a malentendidos. El analista interviene diciéndole que no prepare la sesión, que no interesa lo que le pasó en la semana a la manera de una confesión. En su lugar quiere saber qué se le pasa por la cabeza, qué le está pasando y que va más allá de lo que pasó en la semana. Si aparece algo impensado, algo que da vergüenza, algo rechazado, que lo cuenten, que lo diga.

Lacan compara al yo con una lámpara eléctrica, de esas con filamento que tiene una resistencia en forma de espiral. La electricidad, al pasar por esa resistencia, ilumina. La luz de la lámpara es gracias a la resistencia. La resistencia puede tomarse como algo iluminador para el inconsciente y no solamente como obstáculo.

También está la resistencia del analista. El analista debería posicionarse como el gran Otro y ese es el lugar desde donde interviene. Los pacientes, naturalmente por estructura, intentan llevarlo al lugar del semejante, sobre todo los pacientes que tienen menos experiencia con el psicoanálisis. De esta manera, el paciente intenta llevar al analista al lugar del amigo, del padre, etc, que sea significativo para su vida. Si el analista se deja tomar en ese lugar, va a resistir, porque va a actuar como amigo, padre ó madre. Si un paciente tiene una deficiencia del amor materno, seguramente su transferencia lo va a llevar al lugar materno. Si el analista lo actúa, va a estar resistiendo, porque no actúa como analista. Sin embargo esto es inevitable, ¿Entonces qué hacemos?

El analista debe escucharse en sus actitudes y trabajar con ese lugar, no actuarlo. El analista debe estar advertido que va a estar naturalmente traccionado a ese lugar, pero no tiene que responder desde allí. La resistencia aparece cuando el analista no entiende lo que le pasa al paciente, porque su oído se obturó por estar en el lugar incorrecto. 

El yo y el fantasma comparten un lugar común, porque el enunciado del paciente tiene que ver con el yo y la enunciación (el lugar inconsciente), con el fantasma. El fantasma implica la relación del sujeto con el Otro, donde está su deseo, su amor y goce a un nivel inconsciente. Es la escena inconsciente, la otra escena en donde transcurre el sueño. La fantasía, en cambio, son sueños que se tienen despierto. El análisis tiene, entre otros objetivos, construir el fantasma. La propia persona del analista es tomada como objeto del fantasma del paciente. El analista toma el relevo de ese objeto, para que el sujeto advierta cuál es el objeto de su fantasma. 

El deseo del analista es el lugar que el analista le deja vacante al paciente. El analista es una especie de pizarra en blanco, un agujero donde el paciente proyecta todos sus objetos y pasiones. El deseo del analista no es el anhelo del analista (que el paciente ande bien, que trabaje, que se enamore), sino que es una x, una incógnita, un enigma para paciente y analista. El deseo de analista tiene que ver con la falta y la castración. Allí se detienen los argumentos, los significantes, no hay explicación. Es la falta en ser y la falta en saber, desde allí opera el analista para que allí aparezcan los decirles y anhelos del paciente. El protagonista es el paciente. 

Cuando hablamos de resistencia, dijimos que nos los lugares donde el analista se ve traccionado. Allí el analista goza. Si el analista puede leer ese goce, deja vacante ese lugar y aparece el deseo del analista. Esto puede descubrirlo mediante la supervisión, al descubrir que ocupa un determinado lugar que provoca resistencia. Si se despeja esa función, aparece el deseo de analista y puede funcionar. 

La contratransferencia
En el analista hay subjetividad, inconsciente y transferencia. Es un ideal pensar que el analista es un deseo de analista andante. Eso no implica que haya que resignarse, sino saber que hay que operar con esto. ¿Pero cómo hacer que la subjetividad del analista y su contratransferencia no se vuelvan resistenciales y que estén a favor del deseo de analista? 

La contratransferencia como obstáculo
Freud se dio cuenta que los análisis empezaban a funcionar bien cuando el paciente admiraba al analista y le suponía un saber. Son los pacientes que traen sueños, asociaciones... También se dio cuenta que el analista podía verse tentado a responder a ese amor y eso era un obstáculo, pues el análisis se interrumpía. Ahí, el amor de transferencia es un obstáculo. También puede pasar que el paciente odie a su analista y experimente con él una transferencia negativa. 

Dijimos que el en el eje imaginario el paciente no es el único que resiste, pues el analista también puede resistir poniéndose en un lugar especular con el paciente. Ahí la contratransferencia es un obstáculo. Por ejemplo, un paciente maltrata a su analista, no le paga, falta a las sesiones, no quiere trabajar. En la supervisión aparece que a esta paciente le pasaba lo mismo con todo el mundo, motivo por el cual fue a la analista. Si la analista responde, en el caso de Eva, "Mierda, ¿Así te trataron?", el analista puede salirse de objeto y ponerlo en relación con ese inconsciente y fantasma, porque el paciente maltrata porque fue maltratado. El analista es un relevo de eso. 

Hay dos remedios infalibles: el análisis personal y el análisis de control, la supervisión. En el análisis personal uno descubre de qué goza, de qué sufre, cuáles fueron los maltratos y los amores que fue objeto para no pasárselo al paciente. Y en el análisis de control uno se hace especialista de su propio fantasma. 

Una de las fuentes de la contratransferencia como obstáculo tiene que ver con no entender al paciente que se tiene adelante. Allí el analista debe cuidarse de no responder con su propio inconsciente, su filosofía ó su cuerpo. Cuando el analista no entiende, debe abstenerse: no debe intervenir. debe escuchar hasta entender o ir a supervisar. 

Lacan propuso dos modos básicos de contratransferencia como obstáculo: como amor, o como odio. Es la tendencia a tomar al paciente en nuestros brazos ó arrojarlo por la ventana. Dos formas de pasiones, que se pueden presentar en el analista respecto a su paciente. Si esto no es leído, termina siendo un obstáculo. 

La contratransferencia como motor
Los analistas prelacanianos y posfreudianos, tomaron a la contratransferencia como la panacea. Ellos pensaban que su inconsciente era sano y estaban analizados, de manera que podían dar la clave de lo que le pasaba al inconsciente del paciente con la contratransferencia y hacer de esto un motor de la cura. Se interpretaba la transferencia, como un vínculo erróneo que el paciente hacía con él y con el mundo y el analista debía corregir ese vínculo erróneo del paciente, interpretándole la verdad de su vínculo en base a la contratransferencia.

Interpretar la contratransferencia no iba muy lejos, sino que les daba mucha información sin cambiar la vida de la persona. Lacan criticó este desvío, diciendo que no se trata de tomar a la contratransferencia como brújula.

La contratransferencia como resistencia que ilumina
Así como la resistencia del analista ilumina, la contratransferencia del analista también ilumina, siempre y cuando se la pueda leer de la buena manera. Pueden pasar diversas situaciones:

1) Cuando la contratransferencia es demasiado amorosa. 
Los analistas pueden tener sentimientos amorosos hacia sus pacientes. Un analista pide supervisión por una paciente que tenía el problema de que no podía enamorarse de ningún hombre. La historia de esta paciente es que tenía un hermano mayor que era el preferido de la madre y el padre, un lugar idealizado incluso para ella. estaba mezclado el amor con el erotismo hacia el hermano. El analista dice "Esta paciente es muy seductora, me dice que tuvo varios analistas pero que yo soy el mejor, el más inteligente, el que la escucha mejor". Y dice "Menos mal que se parece demasiado a mi hermana para que yo pueda enamorarme de ella". Se dio cuenta que él estaba en el lugar del hermano de la paciente y por eso el análisis se empantanó. Cuando él pudo correrse de ese lugar, la paciente pudo conocer a un hombre. El analista era allí un obstáculo, pero esto iluminó porque el analista pudo leer ese lugar y despejar esa cuestión para que la paciente avance en su deseo.

2) Cuando la contratransferencia se manifiesta como rechazo
Maud Mannoni cuenta, en La marca del caso, una paciente que le cuesta mucho hablar. Tiene una especie de autismo y ella se mueve mucho en la sesión. Levanta las piernas de manera indecorosa, lanza la cartera y grita "Mierda, mierda". El analista no entiende nada de lo que está pasando. Él se da cuenta que mientras la atendía, él se quedaba mirando a un rincón del consultorio en el que hay una férula, planta cuyos tallos se dejaban secar para castigar a los niños cuando se portaban mal. A él se le ocurren asociaciones con la religión zen donde los golpes forman parte de la educación del alumno, recuerda una novela de un personaje que tenía vergüenza chaqueaba los dedos y hacía muecas, también una situación vergonzosa de Sartre, donde él hacía muecas frente al espejo... También, luego de atender a sus pacientes, se encuentra repitiendo una frase, que resulta ser de un libro cuya frase anterior le había dado vergüenza. Mannoni se da cuenta que de lo que se trata es de la vergüenza de la paciente. despejada esta cuestión, la paciente empieza a trabajar y a hablar.

A veces hace falta la histerización del analista con sus asociaciones. Mannoni no le dijo nada a la paciente sobre lo que él trabajó ni le comunicó su conclusión, sino que la utilizó para su interpretación.

3) Cuando al analista se le interponen asociaciones molestas.
Puede pasar que al analista se le aparezcan asociaciones ó fantasías molestas. 

Un caso: el paciente sufre de ser "el bueno". A todo decía que sí y a nada decía que no, cosa que le traía muchos problemas, porque lo hacían quedarse en su trabajo horas extras sin pagarle nada, llegaba tarde a la casa y tenía problemas con su pareja. Al analista se le interpuso la imagen de un actor que hace un sketch, de esos actores que hacen de ellos mismos. A este personaje le decían que se había ganado la lotería y siempre tenía la misma cara. El analista se pregunta qué era eso que se le interponía y concluye que es el falso self. Es decir, el paciente es un actor, está actuando un personaje que no es él. En determinado momento, el paciente dice que se siente como un personaje, como el buenudo. Despejado esto, el paciente relata fantasías sádicas, de enojo y bronca, totalmente reprimidas bajo este falso self.

Cuando al analista se le presentan asociaciones raras, dejarlas como notas al margen hasta que uno advierta de qué se trata. Un posfreudiano enseguida la tomaría como la verdad de la cuestión del paciente. Freud enseñó que el analista debía interpretar cuando el paciente estaba a un paso de darse cuenta de la cuestión. 

4) Cuando lo que entra en juego en la contratransferencia es el cuerpo del analista.
A veces el analista queda histerizado en su cuerpo y siente cosas. 
Caso: un paciente adolescente con grandes problemas sociales. En el colegio nadie lo quería, no lo invitaban a los cumpleaños, se la pasaba encerrado, tirado en la cama. Después de un tiempo, el analista se entera que a partir de la separación de los padres, él dormía en la cama con la mamá. El analista interviene diciéndole al paciente que nunca más se acueste con la madre y a la madre, que no lo invite a su cama nunca más. Hasta que no obtuvo un sí claro de cada uno, no los dejó irse del consultorio.

Lo que empezó a pasar fue que él se tiraba en el diván del consultorio y no hablaba. Jugaba con el celular. El analista se preguntaba qué pasaba ahí. No quería sacarle el celular, pero tampoco el paciente accedía a la invitación de hablar. El analista había empezado a sentir ahogo. Varias sesiones así, de manera que el analista un día lo recibió en la puerta del edificio del consultorio y en lugar de subir, le dijo de ir a caminar. El paciente se quedó muy sorprendido, el analista no le dio opción y cerró la puerta. El analista comenzó a caminar y su paciente lo siguió. Ahí empezó a hablar. El cambio de escena sirvió. Empezó a hablar de los compañeros, de que la chica que le gustaba no le daba bola, que no iba a los cumpleaños porque le daba miedo viajar solo... se desplegaron un montón de cosas en este paciente que tenía una agorafobia. En este caso, el diván se había convertido en la cama de la madre. 

A veces el analista puede alojar en su cuerpo un objeto que no le es propio, como el ahogo en este caso. Se trataba del ahogo incestuoso en el que estaba este paciente.

Claude Dumézil cuenta, en La marca del caso, un paciente que cuenta un sueño que él lee como un sueño de castración. El analista empieza a sentir un dolor en la pierna, un dolor que tenía desde la infancia y que había trabajado en su análisis. El paciente le cuenta un recuerdo donde el paciente había sido herido en esa pierna. Esto le sirve al analista para cuestiones de su propio análisis, pero también para producir la interpretación hacia el paciente.

Para que la contratransferencia le sea útil al analista, éste tiene que ser un poco incauto y no estar a la defensiva. Hay un seminario de Lacan que se llama Los no incautos yerran. Es decir, los que evitan ser incautos la pifian. Todos tenemos el ideal del analista como alguien astuto, lúcido, que pesca perfectamente... Un buen analista no es alguien astuto, sino alguien que se deja tomar por la transferencia, es alguien incauto. Se debe dejar habitar por el objeto y los significantes que el paciente le transfiere. La transferencia del paciente está hecha de significantes, de goces y el analista aloja eso. Su astucia es parte de la práctica. Si el analista está en un lugar apático, eso cae como en saco roto, porque el paciente habla y al analista no le pasa nada. Si el analista empieza a ser sensible, cosa que pasa con los analistas analizados, está más expuesto a estas corrientes pero también sabe que no tiene que ponerlas en juego de manera yoica, porque no es con él la cosa, sino con el fantasma del paciente. El analista es solamente un relevo. El analista debe tomar estas cosas que el paciente transfiere y utilizarlas al servicio del análisis. ¿Qué transfiere el analista y por qué me siento molesto, enojado? ¿Por qué este paciente me aburre ó no quiero atenderlo? ¿Por qué este paciente me encanta? Todo esto hay que trabajarlo para no actuarlo. Ahí la contratransferencia es algo que ilumina.

El analista no toma como objeto de goce al paciente (ej., ser amigo del paciente, rechazarlo), sino que el goce del analista es la práctica del psicoanálisis. Cuando es tomado por la contratransferencia, el analista no debe tomar a su paciente como objeto, sino preguntarse por esto en su análisis y la supervisión para evitar los puntos ciegos del analista.

Recordemos que una vertiente de la transferencia es el analista como objeto, de manera que el analizante en cierto momento habla de lo que le pasa con el analista. Esta neurosis de transferencia es un aparte muy importante del análisis y que muchos pacientes evitan, porque es hablar de frente.

El analista es incauto del inconsciente. Si todo lo que le pasa al analista son los ecos de la transferencia del paciente, en donde el analista funciona como resonador de lo que pasa en el inconsciente del paciente, ¿Tendríamos que seguir hablando de contratransferencia ó se trata de los modos que toma la transferencia? La transferencia del paciente incide en el analista y resuena de determinada manera, pero no es contratransferencia, sino la transferencia que trabajaba al analista.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Las intervenciones del analista: operando con el fantasma.

En la entrada anterior trabajamos sobre la lectura del fantasma y las intervenciones del analista para realizar su desmontaje. El fantasma, decíamos, es la respuesta que el sujeto neurótico se da a la pregunta de qué quiere el Otro con él. El neurótico se pregunta por el deseo y el goce del Otro y deduce el fantasma.

También dijimos que el sujeto queda paralizado ante la aparición del objeto a, que puede aparecer en las palabras del Otro, su mirada, etc. En La subversión del sujeto Lacan explica que los objetos son la mirada, la voz, el pecho, las heces, pero también la orina, el fonema y la nada. Ahí donde el sujeto palidece, es que se está frente a un punto fantasmático. Estos lugares deben ser abiertos, porque siempre hay una presunción donde el fantasma se abre para ese sujeto. En el caso que vimos la vez pasada, con A mirado por B, A sabe (presupone) inmediatamente que le produce un daño a B por haber estado mirando el celular.

Entonces, hay que tratar de pescar estos momentos donde el sujeto percibe algo, queda congelado y hay una presunción de que él causó el año del que el Otro se queja. Se trata de una significación absoluta. El momento del palidecer permite entender el acercamiento del sujeto al das-ding, que tine que ver con este punto de acercarse a esto imposible de decir.

El fantasma no es una defensa. La defensa es algo que ayuda frente al montante pulsional del afuera. El exceso de excitación es frenado por la defensa, para que esta no barra con el interior del aparato psíquico. 

El fantasma no es una defensa, como muchas veces se dice, sino una construcción del neurótico. Para ello, ha atravesado el Edipo y se ha hecho preguntas acerca del deseo de sus padres y se ubica allí. Ha sido tomado por su madre como falo y ha sido objeto de ese acto del padre que empuja al niño hacia la exogamia. El fantasma es una marca de la neurosis y no una defensa.

Tomar el fantasma como defensa puede agravar los síntomas. En la neurosis el fantasma es una escena de tres personajes, donde el sujeto recorre las distintas posiciones: mirarse, ser mirado y el tercero que se queda mirando. 

El psicótico no dispone de este movimiento, es un "fantasma" que no califica como tal, porque la escena aparece en lo real: alucinaciones auditivas y visuales que torturan al sujeto, que realmente escucha lo que ese Otro con todos los recursos le dice. En la psicosis no hay tres personajes, porque no ha pasado por la castración.

En la perversión, lo que vemos es que si bien hay tres personajes, el sujeto se fija a una de las posiciones. 

Como vemos el fantasma neurótico es de una enorme riqueza, porque implica una mayor posibilidad de atravesamiento, aunque lo haga sufrir. Pensar que el fantasma es una defensa implicaría tomarla como la represión, la regresión, etc. En el caso del fantasma, lo que se intenta es intervenir sobre el goce. El fantasma es lo que estructura la manera con la que el sujeto lee el mundo y esto es de lo que padece el neurótico.

Frente al fantasma, es importante no poner significación. El lugar del analista es, en el grafo del deseo, el corredor que va desde el Otro hasta la pulsión. 

Este es el deseo del analista. Si el analista se ubica como el tesoro de significantes y no permite pasar hacia arriba, a la pulsión, nos quedamos en el piso imaginario, del lado de la significación. La angustia es lo que nos guía hacia allí, por eso no debe ser acallada por el lado de lo imaginario.

Por ejemplo, ante una paciente que se queja de sentirse invisible ante su jefe, uno puede intervenir "Ay, cómo te habrás sentido"... O subir hacia la pulsión para ver qué está en juego en ese fantasma de invisibilidad. ¿Qué le supone al Otro, en tanto mirada? ¿Qué le supone a ese Otro? Podría ser que ese jefe no viera a nadie y ya ahí estaríamos hablando en relación a la falta.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Enunciación de la regla fundamental


Porque empecé a prestar atención a la forma de continuar la frase que había comenzado,

queriendo evitar incoherencias. 
Y la conclusión es que, limitada como es, mi atención no puede ocuparse de dos cosas distintas. 
Aquí lo prioritario es la letra y no el estilo, de modo que las incoherencias están permitidas.
Afloja la tensión, muchacho, y dedícate a tu laboriosa tarea de dibujo.
No es fácil olvidarse de la necesidad de coherencia. 

Mario Lebrero 

La propuesta no es pretenciosa, se trata de hacer algunas observaciones respecto a la única regla entre todos los consejos promovidos por Freud. Reunidos bajo los llamados escritos técnicos. Textos en los que Freud hace un esfuerzo enorme por delinear la posición ética del analista, siempre un poco a riesgo de naufragar. Razón por la cual, el comienzo de una enseñanza, de una formación, de una transmisión del psicoanálisis no debe olvidar las coordenadas delimitadas a lo largo de los escritos técnicos. Al ser esta única regla a la que ambos, analista como analizante, se supeditan es preciso tener en el horizonte el uso que se haga de la misma.

En su acto de enunciación de la regla fundamental, Freud se sirve de una metáfora visual para enunciarla: “compórtese como lo haría un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino de pasillo cómo cambia el paisaje ante su vista” (Freud, 1913, 135-136). La propuesta freudiana tuerce la cuestión, dado que vira del cara a cara, del ojo a ojo, de una imagen al campo de la palabra efectivamente pronunciada. 

Es Lacan quien va a retomar el enunciado de la regla, reformulandola: “diga cualquier cosa, despojandola así de los elementos que componen el enunciado, para llevarla a una estructura sostenida en el diga. Reformulación que como tal, procura eludir que el enunciado sea usado por el sujeto para sujetarse al principio de placer, principio desde el que supone agradar. Si ella apunta a un más allá del principio de placer, a partir del enunciado de la misma el sujeto puede elevarla al estatuto superyoico. La consecuencia es tal que, cuando al sujeto se le otorga la total libertad de elegir por donde tomar la palabra, decide determinado por la creencia de saber lo que el analista espera escuchar. 

La libertad de elección de sus enunciados, los del analizante, se amoldan así a un discurso determinado por el supuesto de lo que desea aquel sujeto, el analista. Degradando el enigma, el deseo del analista, aquella x que Freud coloca entre paréntesis en el historial de Dora. Que en el primer encuentro entre el hombre de las ratas y Freud, es el consultante quien socava ese enigma, a una secuencia ordenada cronológicamente sobre la evolución de su sexualidad al día de la fecha. 

Si el analista invita a hablar con el mayor grado de libertad, “elija por donde comenzar”, a alguien que se presenta solicitando ser desembarazado de determinado padecimiento, que lo aqueja desde hace cierto tiempo, un tiempo sin origen certero. El sujeto habla, pero no de aquello que desagrada. No es sino con su acto que el analista direcciona hacia donde el sujeto debe transpirar la camiseta, hacer el esfuerzo para empezar a desalojar el síntoma. No es sin ese acto que el síntoma emigra de la adaptación, de la que el sujeto se ha percatado de su anormalidad funcional, a un extrañamiento. Acto que produce que el síntoma vire de lo no analizable a lo analizable. 

Simplifico, lo que se encuentra en el centro del acto de enunciación de la regla fundamental es el síntoma. Acto sostenido por la ética, por el deseo del analista, no por el adoctrinamiento a la palabra de Freud, porque el analista sabe por experiencia propia, que ese deseo direcciona la cura en el sentido ético.

Los invito a tomar otro elemento del enunciado de la regla donde Freud anticipa que, el analizante se encontrará con puntos de insatisfacción, de displacer, en el despliegue de la cadena asociativa. Puntos en los que se verá tentado por interrumpir su discurso, ahorrándose así el displacer concomitante. Freud lo dice con todas las letras, “dígalo a pesar de la crítica que siente a hacerlo, y justamente por haber registrado cierta repugnancia a hacerlo”. Enunciado que en principio no garantiza otra cosa que el sujeto quede advertido de la existencia de cierta repugnancia que puede suscitarse al hablar. La repugnancia por excederse de cierto principio. Es así que el analizante puede hablar de lo desagradable divorciado del afecto. Forma en la que el hombre de las ratas arma su discurso, enunciados aparentemente desagradables, tras los que fantasea estar alimentando la escucha del Dr. Freud. Ese a quien le supone un parentesco cercano con Leopold Freud, conocido criminal vienes. 

En el comentario sobre la regla fundamental, André Albert destaca el desplazamiento de displacer que se produce tras la engañosa obediencia. Es así como Paul puede relatar sin experimentar displacer la manera en la que se metía dentro de las polleras de las niñeras, para tocar sus vaginas, o cuando se infiltraba en los vestuarios para ver desnudas a sus hermanas. Pero cuando el discurso ronda ciertas prácticas tortuosas y hasta un poco sádicas, que escucho decir a un tal capitán que leyó que se hacen en algún lugar de la china, rompe con la regla, se calla, pide que por favor lo perdone pero no puede continuar hablando. Se retiene de hablar de aquello que desagrada profundamente, que toca las fibras de su síntoma expresado en aquella particular expresión. Freud no se ahorra actuar, interviene para decir que continúe hablando, que obedezca a la única regla ya enunciada. Intervención sostenida en el enunciado de la regla ya realizado. 

El sujeto no abandona la política del avestruz, no se somete a la regla fundamental, si no ha operado el analista. El analista vía la operatoria de su acto, insuficiente con el mero enunciado, contaminara al sujeto para despojarlo de la conciencia reflexiva a la que hace alusión Mario Lebrero. Hable de esas imágenes que atraviesan sus pensamientos, trastoque las fantasías en enunciados, en palabras, en significante, para arrancarles a ellas su carácter de representación cosa y alcancen la materia con la que opera el analista. El analista interviene y el sujeto suda la gota gorda, porque no hay posibilidad de salir del síntoma sin ese esfuerzo, así lo advierte Lacan.

Freud anuncia, da sus razones para ello, solo hace falta recoger sus escritos técnicos para encontrarlo, que la asociación libre tiene su correlato en la posición del analista, atención parejamente flotante escribe. Atención con la vertiente engañadora de la palabra, la escucha se orienta hacia la posición del sujeto frente a sus enunciados; y no por la veracidad de los acontecimientos relatados. Qué dirección hubiese tomado el análisis de Dora, de enquistarse en las deshonrosas conductas que Dora denuncia en relación a su padre. Ante aquella pretensión narcisista del analizante de querer agradar, se abren dos vías no excluyentes entre sí. Por un lado el intento de convertirse en el objeto amado del analista, torciendo la dialéctica analítica para producir la metáfora del amor. El analizante puede enunciar las cosas más desagradables, guiado por alguna certidumbre de aquello que el analista desearía oírle decir, en tanto que sujeto de lleno en la transferencia. Procurando, como lo hace el obsesivo, reducir el deseo al campo de la demanda

Hace no mucho tiempo una analizante, bastante impregnada con el discurso psicoanalítico decía que ella era una excelente analizante, o más bien dirigía la pregunta al analista, de quien no esperaba la respuesta. Esta estaba anticipada en su posición, pues se decía divertida, graciosa en la forma de contar las cosas, traía sueños, recuerdos, no faltaba y como si fuera poco, así lo dice, asociaba mucho. 

La pregunta que cualquier analista podría formularse respecto a la regla fundamental, no se responde de manera rápida. Indudablemente el momento de cierre del inconsciente, del eclipsamiento de la palabra, con el advenimiento del pensamiento, de la fantasía, en torno a la figura del analista repugna enunciar al sujeto. Repugnancia redoblada: no sólo el sujeto experimenta displacer y pudor de hablar; sino que de decirlo sería desagradable de escuchar para el analista. El analizante en su silencio se ahorra someterse a la asociación libre. Así sucede en una entrevista entre Freud y Paul. Este habla de las cosas más indiferentes, cosas nimias pero habla. Se detiene en su discurso, alcanza a decir que se encuentra angustiado, absolutamente angustiado. Ha tenido una crisis. Se niega a hablar, Freud insiste, dice haber tenido fantasías de las más espantosas, le resulta imposible enunciarlas, permanece callado. El analista opera, interviene para que el sujeto obedezca a la regla. Él alcanza a esbozar que los pensamientos tienen que ver con la hija del analista. Freud da por terminada la sesión. Para el sujeto no solo desagrada decir, su decir se ve duplicado por el desagrado de ser escuchado. 

El analista no ahorra al sujeto su división, la abstinencia promueve el dilema que conlleva tomar la palabra, elegir por donde comenzar. ¿Cómo proseguirá hoy? pregunta Freud a su analizante. Privarle de la libertad de elegir, al analizante, el punto de apertura de su decir, excluye la posibilidad de que haga uso de un pequeño margen de libertad. Salir, vía una elección, del dilema al que lo lleva el tomar la palabra, pequeña división que marca la estructura misma del análisis. Así es que el analista es invocado a pagar con sus expectativas, el acto de abstinencia ofrece entonces un campo fértil de libertad para la producción de la división del sujeto. Enunciación de la regla, sostenida en cada sesión, en cada inicio, en cada punto en el que la función de la palabra vira hacia la presencia del analista. Instante en el que la palabra se aproxima al hueso duro del síntoma, al núcleo patógeno, interrumpiendo la encadenación significante. 

Es con el estilo propio de cada analista, con la manera particular de actuar, que el enunciado de la regla alcanzara el cuerpo pulsional del analizante. Es así que Freud en cada encuentro y con cada analizante pondrá en juego su estilo, basta acercarse al análisis de Elizabeth Von R. Historial que evidencia su deseo por la causa del síntoma paralizante, solo se ira circunscribiendo a partir de los enunciados de la analizante. Ensaya con la hipnosis, pero ella se resiste a dejarse hipnotizar; prueba presionando en la frente de Elizabeth procurado aplastar la conciencia y la emergencia del inconsciente, lo único que consigue es generar dolor. No son esas técnicas aisladas, son ellas en tanto evidencian el acto puesto en consonancia con la enunciación de la regla. “Indiqué a Elizabeth la siguiente enunciación: diga todo cuanto se le cruce como una imagen o cualquier recuerdo que se le presente”. El efecto es inmediato, luego de un silencio que calla cierta inquietud, Elizabeth confía un secreto en relación a un joven huérfano. Una serie de recuerdo van tejiendo una trama amorosa, ella revela haber fantaseado con esperarlo hasta que logre cierta estabilidad económica para casarse. Sin embargo en el momento más álgido de la relación, cuando él le declara su amor e intenciones, el conflicto se desencadena y ella huye junto a la enfermedad de su padre. 

Las asociaciones que surgen como respuesta a la exhortación freudiana, no se limitan al campo de lo enunciado sino a la posición causante de Freud. La joven se encuentra a punto de entregarle un secreto que solo le ha sido confesado a su más íntima amiga. El uso que hace el analista de la regla fundamental, en tanto apunta a la causa del síntoma, tiene consecuencias evidentes. “Es el síntoma lo que está en el centro de la regla fundamental” dice Lacan comentando la intervención de André Albert. Si esta apunta al corazón de aquello con lo que dialoga el analista, con lo analizable, el síntoma, es el inconsciente quien responde con enunciados particulares, con asociaciones. En lo que si me permiten el término sería un triálogo. El sujeto responde naufragando por asociaciones de enunciados particulares, enunciados del inconsciente, que sólo podrá revelarse a través del arduo camino de la transferencia abierto por la asociación libre. 

El analista con su acto de decir, “con la imposibilidad de no regalar nada sobre lo que no tenga el poder”, conduce a hablar sin pensar, a un hablar sin saber hacia la producción del saber. El discurso analítico introduce la necedad, en cuanto que ella es una dimensión del ejercicio significante. Así es como la puesta en acto de la regla fundamental no se arroja sobre un saber, una coherencia discursiva, sino al enunciado de un significante más, a una asociación que libere las posibilidades del cuerpo. Por supuesto no se trata del yo pensante, reflexivo al que intenta convencer Mario Lebrero, es un sujeto que no piensa. En su seminario RSI Lacan dirá que el sujeto es propiamente aquel a quien comprometemos, no a decirlo todo, que es lo que le decimos para complacernos -no todo se puede decir- sino decir necedades. Ahí esta el asunto. Si la enunciación de la regla es diga cualquier cosa, tras lo que resuena dígalo todo aunque resulte imposible, apuesta a producir un cambio en la posición enunciativa del sujeto, un decir más libre del principio de querer agradar. Un decir que toque el cuerpo pulsional, que desarticule las solidificaciones del fantasma, sosteniendo aquella frase preciosa que Lacan articula: El analista le dice al que se dispone a empezar Vamos, diga cualquier cosa, será maravilloso (Lacan, 1969-1970, 55).

Bibliografía.

-Lacan, J. (1969-1970). El seminario 17. El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2008
-Lacan, J. (1974-1975). El seminario 22. RSI. Inédito.
-Lacan, J. (1975). Comentario del texto de A. Albert sobre el placer y la regla fundamental.
-Lebrero, Mario (1996). El discurso vacío. Bueno Aires: Literatura Random House. 2014.
-Freud, S. (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. En obras completas. Vol XII. Buenos Aires: Amorrortur, 1990.

Fuente: Candia, Santiago: "Enunciación de la regla fundamental"

lunes, 24 de febrero de 2020

La singularidad de la relación de amor en la transferencia

Hoy vamos a hablar sobre la transferencia y el amor. La transferencia es evidencia del inconsciente y para Freud, fue un modo de decir del inconsciente en las vías de la creencia del Otro, ya que el Otro es el representante del inconsciente. Al comienzo de sus investigaciones, Freud ya había tomado en cuenta las diferentes formas de ese lazo discursivo en 2 vías:
  • Una que posibilitaba leer el inconsciente.
  • Otra por el cual se volvía un obstáculo.
En el comienzo de la experiencia analítica estuvo el amor. Es un comienzo que toca la relación entre un hombre y una mujer: Breuer y Anna O. Anna O., paciente de Breuer, tenía 21 años, una formación intelectual importante. Pasando tiempo cuidando a su padre enfermo, desarrolló una tos importante que no tenía explicación. Tenía dificultad para hablar, que terminó en mutismo. Luego decía expresiones en inglés y en su lengua natal era alemán. Cuando el padre enfermó, ella lo empezó a cuidar sin moverse de su cama. Al fallecer, ella empieza a rechazar la comida y se le presenta una serie de síntomas: perdió sensibilidad de pies y manos, tenía parálisis parciales, espasmos involuntarios y alucinaciones visuales. Pasó por cambios de humor e intentos de suicidio. Breuer le diagnosticó histeria.

Piensen que este es un comienzo donde Breuer comenzaba a escuchar pacientes con Freud. Freud era de algunas manera su discípulo. Breuer ayudó mucho a Freud, porque inclusive le dio la posibilidad de un consultorio, de que comenzara a tener pacientes. Fue alguien muy importante para Freud. Entonces, Breuer le diagnosticó histeria a Anna. A pesar de los estados de trance, ella podía hablar de fantasía y recuerdos y ubicó que esto la aliviaba. O sea, el hablar aliviaba.

Breuer llamó a este método como catártico o cura por la palabra. Todo transcurría existosamente en el tratamiento. Iba avanzando, aliviándose los síntomas, hasta que Anna dice estar enamorada del médico. También dijo estar embarazada del médico. Breuer se asusta de este efecto y abandona la cura de esta paciente dejando a Freud a cargo de este tratamiento. 

¿Qué consecuencias tuvo esto para Breuer? Él viaja a Venecia con su mujer y de este viaje nace una niña. Podemos decir, por los efectos inconscientes que estaban allí implicados, que el embarazo anunciado por su paciente se realiza con su mujer. 

Luego de un tiempo, Breuer y Freud escriben un trabajo juntos, donde están los primeros casos de histeria, y despupes de un tiempo Freud se separa de Breuer por diferencias teóricas. Freud va a servirse de este caso de Anna O. y servirse de la transferencia como efecto de la cura. No cree para nada que se trate de un verdadero amor. Ahí nace el psicoanálisis. 

Lacan nos propone, en este punto, colocar la interrogación en el fenómeno de la transferencia. El amor no es la transferencia, sino un efecto de ella. Surge en un segundo tiempo, tras la suposición de saber. La entrada en la transferencia produce el efecto sorpresivo del amor. Lacan va a poner en cuestión el concepto de intersubjetividad y nos dirá que es lo más ajeno al encuentro analítico. En relación a este punto, Lacan nos advierte para evitar toda situación de consuelo, consejo o seducción. Esa intersubjetividad es dejada en reserva por parte del analista para que aparezca la transferencia. El análisis es la única praxis en la que el encanto es un inconveniente, nos dice Lacan. El dispositivo analítico no es un lecho de amor. En el fondo de la relación analítica, se trata de que el analista muestre lo que le falta, lo que le falta en el discurso.

En el terreno del deseo entre un sujeto y otro, se trata de un sujeto y su objeto. Coloca allí el amor y el deseo. El amor está relacionado con la pregunta al Otro, acerca de lo que él puede darnos y lo que tiene que respondernos. No es que el amor sea idéntico a la demanda, pero se sitúa en el más allá de esa demanda, en la medida que el Otro puede respondernos o no, como última presencia. De lo que se trata del deseo es de un objeto, no de un sujeto. Frente a ese objeto, desaparecemos como sujetos. vacilamos, desfallecemos. Con el objeto ocurre todo lo contrario: es sobrevalorado. 

Con estos términos, Lacan pone a rodar la transferencia para ver las consecuencias en lo más íntimo de nuestra práctica. ¿Cómo conjugar las 2 vías de la transferencia -positiva y negativa?

La transferencia es el automatismo de repetición. Introducir la vía del amor es introducirnos en la transferencia por otro lado. En el origen, la transferencia es descubierta por Freud como un proceso espontáneo. Está vinculada con lo más escencial la presencia del pasado en el análisis. Por la repetición, es manejable por la interpretación y permeable a la acción de la palabra. Para tomar el caso de Anna O., la relación terapéutica con Breuer, fue el soporte donde se enlazó la transferencia de amor que tocaba su relación con el padre. Breuer creyó que era él el destinatario de ese amor y perdió su camino. Freud tomó el guante y ubicó que no se trataba de él, sino de otra cosa: de la presencia del pasado en el análisis.

Lacan nos aporta que en las neurosis, si el analista interpreta e interviene en la transferencia, tiene que hacerlo desde el lugar que la propia transferencia le otorga. A la transferencia y a la interpretación les antece un elemento muy importante: el deseo de analista.

Lacan comienza a articular la posición de la transferencia en lo que llama la disparidad subjetiva. La posición de los 2 sujetos no es equivalente y cuestiona la noción de intersubjetividad. En el discurso analítico no hay una relación analista - analizante, no se trata de una relación entre sujetos, ya que en el transforndo de una relación de amor, el deseo apunta a un objeto. Si la apertura de la trasnferencia requiere del amor para que pueda instalarse, es a su vez obstáculo, resistencia, cierre del inconsciente.

Freud, con Anna O., nos enseño a no retroceder frente a este efecto ni ceder ante los sentimientos amorosos de los pacientes ni de los propios. El amor de transferencia es un amor auténtico y como todo amor, es engañoso: desconoce el sostén de su fantasma y la trampa narcisista en la que se asienta. El sujeto hace en el análisis lo mismo que con sus objetos: transfiere en el analista el lazo que ha establecido con otros y la satisfacción que obtiene de su fantasma. La demanda de amor pide satisfacción directa al objeto que se dirige, repitiendo el tipo de satisfacción obtenida con otros. Pone al analista en el lugar al que se dirige la demanda de amor, revelando la disparidad del amor: el analizante como amante; el analista como amado. 

El analizante, por amar al analista, cree en su saber y por suponerle un saber, lo ama. Ante la demanda, el analista se deja tomar por la cobertura que el sujeto hace de sus objetos. Se prestará al fantasma, ¿pero para qué? Su respuesta por la interpretación y al deseo de analista apuesta a operar para poder trasmutar el amor en trabajo. Amor a los significantes del psicoanálisis y trabajo que implica saber. El analista apunta a que se anude ese amor a los significantes, al saber, para hacer surgir el inconsciente. Puede hacerlo por su deseo de analista, por su relación con los significantes del psicoanálisis. 

La singularidad de cada relación de amor que cada análisis revela, tiene consecuencia sobre la tranferencia y su salida como fin del análisis. Por esta singularidad, existen tantos analistas como analizantes. ¿Qué quiere decir esto? Que la singularidad de la relación de transferencia entre analizante y analista es única, entonces ara cada analizante hay un analista. Por ejemplo, alguien que se analiza y deriva a su amigo al analista, ¿van al mismo analista? No, porque las condiciones de la transferencia que se establecen no son las mismas. Lo mismo podemos pensar para el final de análisis: hay finales de análisis con su particularidad. Hay "finales" porque no existe un solo final de análisis. Hay finales de análisis por las condiciones de amor que tocan el comienzo, o sea, el amor de transferencia.