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lunes, 4 de agosto de 2025

Del decir al agujero: lógica, semblante y real en L’étourdit

En el inicio de L’étourdit, Lacan afirma el valor fundante del decir, un acto que conjuga las dimensiones existencial y modal. Este decir —lo sabemos— no se confunde con el dicho, es decir, con lo efectivamente pronunciado. El decir no se reduce a lo enunciado: tiene un soporte lógico, sostiene una operación que toca lo real.

En este marco, el discurso analítico se piensa como decir —no como sistema cerrado de enunciados, sino como una torsión—, capaz de instalar lo imposible como pivote estructural. Allí se funda la posición del hablante, no desde el saber que dice, sino desde lo que el decir agujerea.

La lógica, en este contexto, no es una garantía de sentido, sino el recurso que permite morder un real, ese punto donde la palabra se muestra insuficiente y, sin embargo, la clínica insiste.

Así, el célebre “No hay relación sexual” se impone como axioma: no como una constatación empírica, sino como un decir que habilita una escritura. Ese trazo —al mismo tiempo límite y punto de partida— funda la entrada de la verdad en el dispositivo analítico. Pero esta verdad, al estar estructurada como ficción, no se cierra sobre sí misma: algo le ex-siste, y es justamente esa ex-sistencia la que permite a Lacan delinear uno de sus modos de tratar el real.

Ahora bien, ¿qué relación mantiene este decir fundante con el semblante?
Su carácter tético, lo que lo vuelve posible como inicio, es inseparable del semblante. Porque es desde el semblante —como lugar estructural que comanda el discurso— que se funda algo, incluso un axioma. El semblante, en tanto artificio estructurante, no oculta el real: lo recorta, lo rodea, lo delimita.

Este planteo reafirma una premisa fundamental: la palabra es primera, sin la cual no habría escritura. Pero lo interesante es que, mediante el decir, se toca un real, un ausentido, un punto que testimonia la imposibilidad de una significación sexual plena. Allí, donde la relación sexual no se inscribe, la significación fálica ensaya —no sin parodia— una respuesta.

Este movimiento marca un claro paso más allá de Freud. Lacan no desecha el Edipo ni la castración, pero interroga su alcance: ya no como coordenadas universales del deseo, sino como respuestas posibles ante una estructura agujereada, donde el sentido falla por estructura.

La pregunta entonces no es si hay o no Edipo, sino:
¿qué sería la castración más allá del Edipo?
Y, sobre todo:
¿cómo se escribe lo real cuando no hay relación sexual?

viernes, 11 de julio de 2025

Sexuación, goce y la discordancia entre campos: implicancias para el sujeto

Abordar la sexuación desde la distancia entre dos campos exige pensar la relación del sujeto con el goce como estructuralmente problemática, determinada por una discrepancia constitutiva. Uno de los interrogantes más fecundos que se abre en este marco es: ¿cómo incide esta discordancia en la existencia del sujeto? Solo formular esta pregunta ya implica suponer que la división subjetiva no se agota en el fading significante.

En La lógica del fantasma, Lacan señala: “…[hay] cierto impasse, el que manifiesta las faltas del sujeto –y no son equívocas–…”. El plural de “faltas” resulta especialmente sugerente. Más allá de la posible ambigüedad en la traducción, este plural permite pensar una dualidad de la falta, correlativa de la oposición entre los campos que estructura la sexuación.

Por un lado, encontramos la falta en ser, una noción ya presente en los primeros desarrollos de Lacan, y asociada a la incidencia del significante sobre el sujeto. Desde esta perspectiva, en el terreno de la sexuación, Lacan afirma que una mujer busca al hombre en tanto significante, subrayando así el papel estructural del semblante.

Por otro lado, se esboza una falta de otro orden: un ser en falta, cuya modalidad se vincula con lo real a través de la posición femenina. Esta posición no se define por una carencia, sino por una inexistencia: la de un ser que no puede universalizarse. Esto conlleva consecuencias fundamentales para la teoría del semblante y para la lógica del goce.

Desde aquí, se abre también una vía para repensar el estatuto de la repetición. ¿Qué señala la repetición sino lo irreductible del “no hay relación sexual”? Es decir, aquello que funda tanto el dispositivo analítico como la escena transferencial. Y es precisamente el analista, en su posición —o en sus posiciones—, quien encarna esta falla estructural. Su cuerpo, sostenido en la abstinencia, pone en acto el corte radical que inscribe la discordancia entre los campos de goce. Este corte no es solo estructurante, sino condición de posibilidad del acto analítico mismo.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Nominación, semblante y letra: envoltura del imposible en la estructura

En Aún, Recanati afirma:

El sistema de la nominación es la envoltura de lo imposible de partida, envoltura que, en su relación a lo imposible, no se sostiene más que del otra vez, que es el índice de la trascendencia de lo imposible por relación a toda envoltura.

Esta cita condensa varios ejes fundamentales del pensamiento lacaniano. En primer lugar, sitúa un imposible originario, un punto de partida que no afirma sino que dice que no. Este “no” no es una negación lógica en sentido clásico, sino una negación estructural, la huella de aquello que no puede escribirse, que no se deja simbolizar plenamente. Es este imposible el que comanda la repetición, la estructura misma del retorno, y constituye el núcleo estructural del psicoanálisis.

La noción de envoltura introducida aquí remite a una dimensión imaginaria, pero no puede ser reducida simplemente a lo especular o a lo ilusorio. En Lacan, lo imaginario no es un simple velo, sino que adquiere —sobre todo en su última enseñanza— el estatuto de consistencia, es decir, de aquello que permite que lo simbólico y lo real se sostengan, sin suturarse.

En este sentido, el semblante no es una máscara vacía, sino una elaboración del imaginario que bordea lo imposible. La compacidad de lo que falla, esa estructura densa que no se escribe pero que insiste, requiere del semblante para hacer borde. No hay borde del imposible sin lo imaginario, sin un mínimo de envoltura que haga consistente ese punto de hiancia.

Desde esta perspectiva, todo sistema de nominación aparece como una suplencia del imposible estructural. Ya sea que se lo aborde desde la lógica —con la fórmula “no cesa de no escribirse”— o desde la topología —como lapsus del nudo—, el nombre funciona como un anclaje simbólico frente a aquello que no se puede decir plenamente.

Este punto es trabajado por Lacan especialmente a través de la noción de nombre propio. El nombre no es simplemente una designación; está ligado a los límites del lenguaje, a lo que puede o no inscribirse. Desde la perspectiva de la letra, el nombre propio se lee y se escucha, pero no coincide con lo que significa. La letra, en tanto resto de un corte, es el elemento diferencial último del significante, y por ello se conecta directamente con lo real.

Así, la nominación no nombra una esencia, sino que envuelve el vacío de lo imposible. Es el borde de lo indecible, sostenido por el semblante, anclado por la letra, y repetido cada vez como intento de inscribir lo que no cesa de no escribirse.

sábado, 17 de mayo de 2025

Castración y escritura modal: del mito edípico al no-todo

El tratamiento modal de la castración en Lacan señala una operación precisa: el deslinde entre el Edipo como mito y la estructura como lógica del significante. Esto implica dejar atrás la lectura mítica de la castración como escena y situarla como efecto de la inscripción del Uno que hace excepción, aquel que introduce un borde en el campo del goce.

Para sostener esta diferencia, Lacan apela a una distinción entre dos tradiciones lógicas: la aristotélica, centrada en el juicio proposicional, y la fregeana, que inaugura el campo de la cuantificación moderna. Incluso prefiere en ocasiones el término locución cuantor antes que cuantificador, para subrayar que no se trata de contar elementos, sino de pensar la función como operador de inscripción, que marca una diferencia.

Este cambio de régimen lógico se traduce en un giro dentro de la transmisión del psicoanálisis: del modelo de oposición entre dos universales (como “todo hombre” / “toda mujer”) hacia la delimitación de un campo no-todo, que no se cierra en una reciprocidad entre conjuntos. Es este “no-todo” el que desestructura la ilusión de simetría en la sexuación y deja en evidencia la imposibilidad de una complementariedad sexual plena.

La referencia explícita de Lacan a Frege —y en particular a su obra Begriffsschrift (1879), usualmente traducida como Conceptografía— no es menor. Allí se establecen las bases de la lógica formal moderna, y con ello se abre la posibilidad de pensar el significante no como representación de algo, sino como función que opera en el nivel de la inscripción. En esa línea, Begriffsschrift puede leerse literalmente como una escritura del concepto, en continuidad con el movimiento de Lacan hacia una escritura del goce.

En este punto, la función fálica se vuelve escritura: no se trata de un contenido, sino de una operación que delimita un borde, una hiancia en el goce. Y es precisamente esa hiancia la que define la sexualidad humana. Porque no hay relación sexual que pueda ser escrita, no hay fórmula que enuncie una complementariedad estructural entre los sexos. Esta imposibilidad es constitutiva.

Por eso, el goce —para todo hablante, más allá de su posición sexuada— solo puede alcanzarse a través del semblante. No hay acceso directo al goce del Otro, sino que éste se bordea mediante ficciones, identificaciones y enunciaciones. Es en este marco donde el decir modal se vuelve soporte del semblante, articulando goce y límite sin cerrar nunca el conjunto.

miércoles, 16 de abril de 2025

Máscara, discurso y la función del fantasma

El concepto de máscara, precursor del semblante, se configura a partir del funcionamiento del significante dentro del campo del Otro. Sin embargo, el lenguaje, aunque preexiste, no garantiza por sí mismo la máscara, pues esta requiere una operación específica dentro de la estructura discursiva.

Cuando el significante se inscribe en el Otro, no solo instaura el discurso como una estructura relacional, sino que introduce la lógica de la concatenación: el lenguaje establece un marco, mientras que el discurso articula un encadenamiento que permite la sustitución. Este proceso es crucial, ya que afecta la relación del sujeto con el objeto y con la permutabilidad de los significantes en ausencia de un referente fijo.

Lacan señala que “el significante se sustituye a sí mismo” allí donde no puede conocerse plenamente. Esta imposibilidad genera una inconsistencia estructural, que se sitúa entre lo topológico y lo literal, convirtiendo al Otro en la sede del rasgo diferencial.

Dentro de esta dinámica, el fantasma opera como una pantalla que oculta y organiza el acceso al deseo. En estrecha relación con la identificación, se sitúa en el punto de tensión entre enunciado y enunciación dentro del grafo. Así, el fantasma se inscribe en una serie conceptual que involucra excentricidad, literalidad, borde y antinomia. En este contexto, su función es doble: actuar como pantalla que vela lo real y, al mismo tiempo, operar como guion o menú a través del cual el sujeto estructura su experiencia.

martes, 15 de abril de 2025

La eficacia analítica y la dificultad como efecto irreductible

La práctica analítica se revela eficaz precisamente en la medida en que expone las dificultades, contradicciones y callejones sin salida propios de la estructura subjetiva. Al desenmascarar las coartadas del sujeto, pone al descubierto lo que se resiste a ser dicho, mostrando que la dificultad no es un obstáculo contingente, sino un efecto inherente al proceso mismo.

Si bien estas dificultades suelen vincularse al goce, también atraviesan el campo del deseo, dado que este último apunta más allá del principio de placer. El deseo surge de la demanda significada, lo que lo sitúa en el registro del resto, marcando no solo la producción de sentido, sino también la incidencia del significante y la intervención del Otro en la constitución subjetiva.

En este entramado, la necesidad, la demanda y el deseo se encuentran disyuntos. La operación significante introduce una latencia que separa la necesidad de la demanda, y el deseo emerge como un resto de esta operación. Sin embargo, para sostenerse en el sujeto, el deseo requiere de una máscara, pues no puede alojarse directamente en la falta del Otro sin alguna mediación simbólica que le otorgue estructura.

Este proceso se inscribe en el campo del semblante, donde lo imaginario y lo simbólico operan velando lo real. Lacan señala que este semblante se encuentra sujeto a “modas”, en tanto su manifestación depende de los rostros del Otro propios de cada época. Sin embargo, más allá de sus formas cambiantes, permanece un axioma inmutable que da cuenta de lo real en juego. Es en este punto donde la dificultad, lejos de ser un mero obstáculo, sostiene la eficacia misma del análisis.

sábado, 12 de abril de 2025

Verdad y real en la práctica analítica

Si lo real se manifiesta como un obstáculo para la palabra en la práctica analítica, resulta necesario establecer la diferencia entre verdad y real.

La verdad, aunque definida de múltiples maneras, siempre se vincula con el Otro y con la materialidad del significante. Se inscribe en el campo de la articulación simbólica, es decir, en el inconsciente como discurso del Otro, donde opera el menos phi (-φ) o la significación fálica.

Esta operación supone la intervención del Nombre del Padre en la metáfora paterna, ya que esta introduce una reserva libidinal que permite medir el campo de la significación. Por ello, la verdad se relaciona con la connotación y en el ámbito clínico, se expresa en la incidencia de la duda en el sujeto neurótico.

Por otro lado, lo real se vincula con la certeza, en contraposición a la duda. Retomando la influencia cartesiana en la constitución del sujeto moderno, Lacan entiende la certeza como correlativa de lo real en tanto impasse. Aquí, ya no se trata de connotación, sino de denotación, es decir, de las consecuencias de la falta de referente, lo que topológicamente se traduce en un agujero.

No obstante, verdad y real no siempre están desanudados, aunque puedan producirse efectos en esa dirección. Frente a la certeza que impone lo real, la duda puede aparecer como una forma de resistencia, un signo de que algo resiste.

En este punto, emerge la función del semblante, que opera como un disfraz que recubre una opacidad fundamental: aquello sobre lo que no se puede dudar. Esta opacidad se aísla, siguiendo un procedimiento análogo al cartesianismo, a través del vaciamiento de lo intuitivo, lo perceptivo y lo representacional.

lunes, 7 de abril de 2025

La función de la escritura en la estructura del discurso

Si la verdad está ligada a la palabra, la escritura lo está a la letra. En este sentido, Lacan realiza un desplazamiento progresivo en su concepción de la letra, que inicialmente aparece en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud estrechamente vinculada al significante. Sin embargo, esta noción se transforma al cobrar forma en los matemas de los discursos —S1, S2, $, a— y alcanza su máxima expresión en la formulación de las ecuaciones de la sexuación.

La función de la letra en la escritura es la de establecer un límite, es decir, trazar un borde que demarca y delimita. En su esfuerzo por alejarse del efecto de significación, Lacan encuentra en los ideogramas chinos un recurso valioso, no solo por su relación con el trazo unario que ya había trabajado, sino también por la conexión entre pintura, poesía y caligrafía en la cultura china. Más aún, lo que le interesa es la capacidad del ideograma para producir un efecto de vacío —especialmente en la poesía china— en contraste con el efecto de significación propio del encadenamiento significante. Este enfoque permite situar un borde que separa lo real del campo del semblante y es desde esta perspectiva que Lacan construye la estructura del discurso.

La escritura, en este contexto, cumple una función lógica que establece relaciones y marca un punto de viraje en la teoría de la sexuación. A través de ella, Lacan logra trascender la concepción imaginaria del atributo, permitiendo abordar la sexualidad desde una lógica en la que la relación sexual "no cesa de no escribirse", es decir, es imposible. Desde esta lógica, se clarifica la definición del discurso como lazo social: es la estructura del discurso la que permite al sujeto enlazarse con el Otro y sus metonimias.

domingo, 6 de abril de 2025

El semblante y su función en la configuración del deseo

El concepto de semblante, en tanto solidario de una escritura modal, constituye una reformulación del registro imaginario. Esta relectura no debe subestimarse, ya que su función es crucial en la posición deseante del sujeto. La introducción del semblante y su posterior articulación con la consistencia están orientadas a resaltar la importancia estructural de lo imaginario.

Siguiendo la nota de traducción de Diana Rabinovich en el Seminario 20, el Diccionario de Autoridades (1726-1739) define el semblante comola representación exterior en el rostro de algún afecto interior del ánimo” y como “la apariencia y representación del estado de las cosas, sobre el cual formamos el concepto de ellas”. Esta definición muestra un recorrido que va desde lo especular hasta la posibilidad de representación, y desde allí hacia aquello que funciona como velo o pantalla.

En este sentido, el semblante no solo pone en juego la relación entre lo imaginario, lo simbólico y lo real, sino que también establece una superficie de inscripción que delimita el campoo de lo representable (que no debe confundirse con la representación en sí misma). Este campo es esencial para la constitución de la pantalla que vela lo real, al mismo tiempo que permite su tramitación.

Bajo esta perspectiva, se comprende el papel fundamental de las vestiduras fálicas en la estructuración del deseo. Estas funcionan como mediaciones que permiten al sujeto ocupar el lugar de aquello que causa el deseo del Otro, consolidando así su posición en la economía del deseo.

miércoles, 26 de marzo de 2025

El Objeto "a" y su dimensión real

Situar el objeto a más allá de la concepción euclidiana del espacio permite precisar su función en la causalidad psicoanalítica. Esta línea de trabajo lleva a Lacan, en su Seminario 13, a plantearlo en su dimensión real, en correlación con la subversión del sujeto. En dicho seminario, Lacan desarrolla una extensa indagación sobre el lugar del objeto en la ciencia, subrayando que la aparición de esta última implica una transformación del pensamiento: un desplazamiento de la esencia de las cosas hacia su existencia como significantes.

Desde su formulación inicial, el objeto a adquiere un valor clave en el psicoanálisis. Lacan lo denomina “la letra a”, lo que no es casual, pues la misma letra ya figuraba en el esquema L, vinculada al eje imaginario y a la imagen del cuerpo en relación con el Otro, que sostiene la función del espejo.

Sin embargo, en La angustia, esta concepción experimenta un cambio fundamental. La imagen especular se desplaza al i(a), que encubre su valor agalmático, mientras que la letra a pasa a señalar un resto inasimilable, oculto tras lo que se inviste libidinalmente. Aquí, la angustia se configura como un corte que interrumpe el velo que disimula dicho resto.

Como afecto, la angustia es correlativa a lo que resta, y en tanto signo, indica la posición del objeto a dentro de una estructura. Precisamente, su presencia requiere un marco, lo que justifica la afirmación de que la angustia no solo tiene estructura, sino que su existencia misma está condicionada por ella.

El marco también nos permite comprender cómo opera el semblante en relación con el objeto, especialmente cuando este es considerado desde su borde. En este sentido, la afirmación lacaniana: (a la letra a) la designamos con una letra, no es un simple juego de notación, sino una manera de destacar su relación esencial con el corte y el borde, elementos constitutivos de su estatuto en el discurso analítico.

jueves, 13 de marzo de 2025

Del semblante al sentido: entre lo modal y lo nodal

¿Cuál es la relación entre el semblante y el sentido, especialmente en el tránsito que se da entre lo modal y lo nodal?

Este cuestionamiento se enlaza con otro que Lacan plantea: la diferencia entre el falo como letra y el S1. Se trata de dos modalidades distintas de la letra. A partir de la estructura de los discursos, Lacan comienza a definir el S1 como un significante-letra, lo que constituye un paso lógico previo a lo modal.

El Falo como Letra y el S1: Dos Inscripciones del Límite
  • El falo como letra sostiene el campo del semblante y se asocia a la posibilidad de predicación, aunque trasciende la mera atribución. En términos de la lógica de Bourbaki, designa un conjunto, parodiando la imposibilidad de escribir la relación sexual.
  • El S1, en cambio, introduce un elemento más real, simbolizando el fracaso del sentido. Como significante de la inexistencia, escribe lo que la función fálica vela a través de la metáfora.

Lacan, en Aún, examina diversas letras, cada una marcando bordes distintos. La discordancia entre el falo-letra y el S1 señala un cambio en la manera de abordar el sentido:

  1. Inicialmente, se lo considera un efecto de significación.
  2. Luego, se reconoce la imposibilidad de un sentido sexual.
  3. Finalmente, el sentido se orienta hacia una función que lo vuelve dependiente del Nombre del Padre.
¿Lo Modal como Velo del Sentido Nodal?

Esta evolución permite plantear una pregunta: ¿el sentido, en su inscripción nodal, marca una diferencia que lo modal oculta o vela?

Si aceptamos esta premisa, el paso de lo modal a lo nodal no es meramente un cambio teórico, sino una necesidad estructural. Lo modal no supliría el sentido, sino que lo ocluye mediante la parodia, evitando enfrentarse con la imposibilidad real que el sentido nodal revela.

miércoles, 26 de febrero de 2025

La castración como estructura y su incidencia en la sexualidad

En La significación del falo, Lacan plantea la castración como un proceso instituyente que opera en tres niveles distintos, más allá de sus posibles conexiones o superposiciones. Su función es estructural y constituyente, ya que su valor radica en la capacidad de anudar elementos esenciales de la subjetividad.

Un punto central en esta operación es su vínculo con el falo, tanto en su dimensión imaginaria como en su función simbólica como significante. Desde aquí, se derivan dos efectos fundamentales de la castración: por un lado, la castración como deuda simbólica y, por otro, la privación como falta en el Otro. A su vez, la castración está íntimamente relacionada con el síntoma, dado que este opera como un intento de obturación de la falta en el Otro.

La instalación de una posición inconsciente en el sujeto es posible solo a partir de la castración, y esta posición no está garantizada de antemano. Se trata de una posición a-sexuada, ya que la diferencia sexual "no cesa de no escribirse" en el inconsciente. Es precisamente esta estructura la que posibilita la identificación tipificante que "sexúa" al sujeto a través del semblante.

El segundo nivel se vincula con la relación con el partenaire. No se trata aquí de una respuesta de carácter biológico, sino de la capacidad del sujeto para responder al partenaire como un ser deseante.

El tercer nivel implica la posibilidad de asumir la función de madre o padre, es decir, la respuesta al niño como producto de la relación. Esta no se da en términos de una necesidad orgánica, sino a partir de la incidencia del deseo y la demanda, tanto del niño como hacia él.

Distinguir estos tres niveles por separado permite cuestionar cualquier concepción madurativa de la sexualidad. Así, la castración introduce una aporía lógica en la sexualidad: un desarreglo que no es contingente, sino esencial.

jueves, 20 de febrero de 2025

El padre real y el surgimiento del significante amo: La economía del goce.

En la Biblia, el trueno como voz de Dios introduce una dimensión del signo que sostiene el Nombre del Padre. Lacan, en "De un discurso que no fuera del semblante", inicia un desarrollo novedoso sobre lo que denomina el Padre Real, una noción extraída del mito freudiano de la horda primitiva, aunque desvinculada de su dimensión mítica.

En la función del padre como semblante, Lacan aborda el surgimiento del S1, el significante amo. Este interrogante se conecta con los desarrollos de Freud sobre el origen del monoteísmo, especialmente en "Moisés y la religión monoteísta". Según Lacan, el surgimiento del S1 requiere una operación previa: un rechazo, que él define en el Seminario 16 como función de la renuncia al goce.

La noción de función implica situar este rechazo dentro de una estructura discursiva. Es este rechazo, que implica una pérdida fundante de goce, lo que posibilita el surgimiento de un lenguaje. Lacan lo precisa desde la primera clase del seminario: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. El S1, como significante amo, marca el cuerpo del sujeto, articulando una economía política del goce.

En este marco, la función del semblante resulta indispensable, ya que no hay economía sin semblante, es decir, sin discurso. La economía del goce depende de esta operación simbólica que introduce el semblante, regulando el exceso y ordenando la relación entre el sujeto y su deseo.

Así, el Padre Real y el significante amo se inscriben como ejes fundamentales en la economía discursiva del sujeto, mostrando cómo el rechazo y la pérdida estructuran el campo del inconsciente y sus relaciones con el goce.

sábado, 14 de diciembre de 2024

El discurso como fundamento del lazo social

 El símbolo no solo organiza, sino que “crea un nuevo orden de existencia en las relaciones humanas”. Esto significa que, para el psicoanálisis, los vínculos sociales están mediados por la función del Otro primordial, fundante de la posición del sujeto, al que Lacan denomina el Otro con mayúscula. Este concepto resuena con la lógica del esquema L, en el cual lo simbólico dirige y estructura lo imaginario.

Desde esta base, se introduce el concepto de discurso como herramienta para explorar y definir la particularidad del inconsciente. En términos estructurales, lo que el psicoanálisis encuentra en el inconsciente es su esencia ligada al lenguaje. Sin embargo, para comprender la singularidad del inconsciente de cada sujeto, es necesario un entramado discursivo o significante que conecte con su historia personal. Es en este nivel donde el inconsciente se revela como "el discurso del Otro".

Lacan avanza aún más en su teoría, interrogando la posibilidad de un discurso sin palabras. ¿Qué implicaría esta idea? En psicoanálisis, un discurso se define como una estructura que posiciona ciertos elementos de manera tal que produce efectos específicos. Basándose en esta elaboración, Lacan delimita cuatro discursos principales: el discurso del amo (o discurso inconsciente), el discurso universitario, el discurso histérico y el discurso analítico.

En un momento posterior, Lacan destaca la particularidad del discurso analítico, diferenciándolo de los demás. Este discurso permite la transición entre diferentes modos discursivos, refiriéndose a las distintas etapas del proceso terapéutico y a la posición del analista dentro de ellas.

Estructuralmente, cada discurso es una modalidad de lazo social. Esto implica que el sujeto se integra al lazo social adoptando un semblante, una posición sexuada que lo conecta con los otros a través de un rasgo identificatorio. Este rasgo actúa como sostén y proviene del Otro que ha sido determinante en su origen.

miércoles, 7 de agosto de 2024

Lo imaginario en la clínica psicoanalítica

 Lacan parte de una posición que podría leerse como una cierta postura crítica respecto del imaginario, en el sentido de situarlo en su función de tapón o de obturador. Pero también resalta su dimensión de pantalla, en el sentido de lo que oculta y mantiene a distancia de la castración.

Sin embargo, nunca le restó importancia a la función clínica de este registro, razón por la cual lo coloca en una situación de equivalencia con los otros dos.

En los últimos ocho o nueve años de su enseñanza asistimos a una reformulación de lo imaginario que resulta más que interesante. Se trata de un nuevo abordaje que es fundamental en cuanto a las relaciones del sujeto, no solo con el deseo, sino también con el goce.

Ese trabajo que se produce a partir de dos conceptos: la consistencia y el semblante.

La consistencia hay que considerarla en su cariz topológico. Fundamentalmente nodal y borromeo. Allí, en ese contexto aparece como aquella modalidad de lo imaginario que permite circunscribir por dar consistencia, precisamente, al agujero.

El semblante, en cambio, es solidario de un planteo lógico y modal. Respecto de él es muy interesante la nota de la traducción que Diana Rabinovich coloca al inicio del seminario Aún, en la cual hace referencia al diccionario de autoridades (1726-1739) en el cual la aparición del término semblante remite a un amplio espectro semántico, el cual va de lo especular a la posibilidad de representación.

A partir de ello el semblante queda asociado a lo que funciona de velo o pantalla, pero vistiendo más que obturando. No casualmente, y en solidaridad con el concepto de discurso, hay un extenso desarrollo de este término en el seminario 18.

Esta ubicación está justificada por la reformulación de la operación de la castración que allí tiene lugar. Es un abordaje modal que, finalmente, le permite arribar a esa definición exquisita de la castración, la cual es definida como un cierto arreglo entre el goce y el semblante.

miércoles, 19 de junio de 2024

¿Cómo determinar la gravedad de un cuadro clínico? Las urgencias en la clínica

 El síntoma en psicoanálisis no es el correlato de un proceso mórbido. Con lo cual no es el signo de una enfermedad que pudiera eventualmente eliminarse, perspectiva (esta última) que conlleva la idea de alguna especie de equilibrio o salud posible.

El criterio de gravedad en el psicoanálisis reviste entonces una serie de particularidades e incluso de dificultades. En principio podríamos afirmar que no es solidario de la dificultad clínica.

No pocas veces el analista recibe casos clínicos, ciertas demandas, pedidos de consulta o tratamiento que implican una serie de dificultades en cuanto a que la posición del sujeto hace de obstáculo a la puesta en forma del dispositivo analítico, y al despliegue y funcionamiento de la palabra como función de sujeto.

Ahora, esto no necesariamente va acompañado de una gravedad en el cuadro clínico.

¿Entonces, con qué criterio podríamos pensar la gravedad en el cuadro?

En la medida en que el sujeto es lo que un significante representa para otro significante, a partir de lo cual carece de un ser, requiere de una serie de anclajes o puntos de apoyo para poder constituirse en el lugar del Otro. Estos puntos de apoyo son la consecuencia de una serie de operaciones que le proveen al sujeto un cierto plafond, las coordenadas de una escena donde tomar lugar, allí donde es definido como falta en ser.

La puesta en funcionamiento de este plafón fantasmático, con su correlato sintomático y las coordenadas propias de la dimensión del ideal dan el marco del campo del semblante.

A partir de este semblante el sujeto podrá asumir una posición en una escena, dirigirse a un partenaire e, incluso, hacer consistir un cuerpo. Podemos entonces considerar la gravedad en el cuadro clínico a partir de las vacilaciones o fallas de la estructuración de dicho campo, el del semblante, por cuanto una falla allí lleva al sujeto al riesgo del pasaje al acto.

Psicoanálisis y urgencia

 María Moliner, respecto de la urgencia, sitúa al verbo urgir como refiriendo a aquello que apremia al sujeto, que no solo lo condiciona, sino que esencialmente implica una exigencia, algo apremiante que conlleva fenoménicamente una cierta precipitación temporal.

Tomado desde el psicoanálisis la urgencia nos interroga acerca del funcionamiento de aquello que en el sujeto defiende frente a la irrupción pulsional. Quizás entonces podemos situar que la urgencia indica que estas defensas (para usar un término freudiano) cesan o interrumpen su funcionamiento o también sufren algún tipo de alteración.

En este sentido, en el psicoanálisis, una urgencia podría dar cuenta de un cuadro o de un contexto en un momento determinado en la vida de alguien, en el cual el entramado significante que le hace de sostén vacila, dejando al sujeto inerme frente a la irrupción pulsional.

Pero también es posible asociar cierta dimensión de urgencia, de un estar urgido el sujeto, como propio de ciertos tiempos decisivos en la constitución o la asunción por parte del sujeto de una posición sexuada.

Abordada por este último sesgo la urgencia sería un indicador de como la pulsión apremia al sujeto. Se trataría de la urgencia no como algo que se contrapone al equilibrio o la homeostasis sino como la puesta en forma clínica de aquello que ya Freud situó como imposible de dominar.

Urgencias transferenciales

Es indudable que la práctica analítica, como toda práctica clínica, puede tener momentos en los cuales se juega algo del orden de una cierta urgencia.

Las “urgencias transferenciales” para plantean, en el psicoanálisis en particular, esta dimensión de la urgencia implica, conlleva, el vínculo transferencial del sujeto, del analizante o del paciente con el analista.

Entonces podríamos afirmar que a veces las urgencias se juegan en la transferencia, en la medida en que por alguna contingencia de la vida o alguna otra circunstancia un sujeto, cuando llega a la consulta o en un momento determinado del análisis, queda tomado por algo que lo urge en el sentido de algo que lo desborda.

Acorde al planteo de Freud, que Lacan en este punto continúa, esta urgencia, este desborde asociado al quedar urgido se vincula a los distintos modos en que la pulsión puede irrumpir en el sujeto. Y tomo el término irrumpir para marcar cómo en ciertos momentos aquello que le hace de plafond ficcional (fantasma) puede vacilar en su función, y de allí el desborde.

Pero podríamos también señalar otro tipo de urgencia transferencial. Es aquella que se produce a veces del lado del analista, no pocas veces en los primeros pasos de la práctica. Esas urgencias transferenciales algunas veces pueden estar asociadas más que a una dificultad misma del material, a cierta precipitación, en el sentido de un intento de apurar el tiempo de comprender o una prisa del lado del analista por comprender lo que está en juego.

Esta aspiración por comprender es algo que Lacan ubicó como no propio de la función del analista. El analista no está para comprender, sino para escuchar, acto que puede comenzar por un estar atento, porque estar atento es prestar atención a los detalles y eso es hilar más fino.

sábado, 25 de septiembre de 2021

El semblante del analista: ¿Qué es y cómo utilizarlo en la clínica?

En una entrada anterior hablamos sobre el amor del analista y la abstinencia del analista. Vimos el amor de transferencia en términos de resistencia. En la clínica, no obstante, el analista es más cálido con algunos pacientes, mientras que con otros pone más distancia, lo cual nos trae al tema de hoy, que es el semblante. 

Existen prejuicios respecto al semblante analista, en el sentido que suele afirmarse que si por ejemplo un analista es cálido, compromete su lugar y su función. La función que el analista cumple en la lógica del caso en términos del semblante aparece trabajada en el Seminario 19 de Lacan. El semblante es la operación mediante la cual el analista hace presente (con su cuerpo y existencia), en la transferencia, el objeto a. La representación que el analista realiza no es otra que la que el paciente necesita para poder hablar. Ya en La Tercera Lacan llamaba a que los analistas se relajaran y que no esté con el cuello duro. Esto, especialmente, le sirve a los analistas más jóvenes, que muchas veces se preocupan por cómo los verán sus pacientes mayores. 

En la lógica del caso, hay que ubicar cuáles son las coordenadas que permiten que un sujeto pueda deslizarse por la cadena significante sin hacer las resistencias que ocurren en la asociación libre. Cuando el analista formula la regla fundamental "Déjese llevar por todo aquello que viene a su mente sin prejuicios...", la idea es que el paciente no se preocupe por lo que el analista opine o piense. El analista intenta borrarse como persona y solamente es tomado como función, para lo cual el analista debe encarnar un semblante, que no es el mismo para todos los casos.

La atribución del saber que se hace sobre el analista, el sujeto supuesto saber, ocurre en el registro simbólico. No obstante éste se engarza, en términos de lo imaginario y lo real, en el semblante. El analista presta su cuerpo y su existencia a esa representación, pero también está lo irrepresentable del objeto a. 

Supongamos un paciente cuya madre es insistente, existente y agobiante. El analista, en este caso, debe tener un semblante cuya forma no se parezca a esta madre, pues esto despertaría, en términos pulsionales, la resistencia. 

Otro caso: supongamos padres abandónicos, que no ponen en juego ningún deseo frente a ese paciente. Allí el analista debe ser sumamente vital, interesada en la historia. Acá las intervenciones pueden ser mucho más activas y puntillosas que en el caso anterior. Si uno ve que el paciente está casi caído de la escena, es esencial una intervención más del orden de la vida.

No debemos olvidar que el pasado del paciente tiene actualidad, que no terminó de pasar. Una demanda del Otro de antaño puede ser tan incohersible e intolerable para el paciente, que todo el tiempo tiene que defenderse de ella. 

El analista tiene una lealtad hacia el paciente y a su función, por lo que tampoco debe ser preso de su propio semblante. Incluso una "analista amorosa", debe en su momento atravesar puntos que al pacientes le va a dolar. No se trata de que el paciente quiera a su paciente, el deseo del analista tiene que ver con el análisis.

martes, 15 de septiembre de 2020

La presencia del analista a través de la virtualidad: ¿Cómo sostenerla?

En principio, sostener la presencia del analista en la virtualidad se sostiene en parte encontrándonos para compartir la experiencia del psicoanálisis. 

Nos hemos enfrentado a la pérdida de nuestros consultorios y la pérdida del contacto directo con nuestros pacientes y verlos cara a cara. Como en todo duelo, hay aspectos que son sustituíbles o reparables y otras que no. Lo insustituíble en un duelo nos interpela a arreglárnosla con eso. 

Para todos, la pandemia es una experiencia de castración. Nos enfrentamos ante la ausencia de respuestas satisfactorias por lo que está pasando. Ni las grandes potencias económicas ni la ciencia aún han dado una respuesta por lo que está pasando. Esto implica la castración del Otro y por lo tanto, la castración de todos nosotros. En los tiempos donde abundan las pantallas, notamos que las pantallas que velaban la muerte han caído. Frente a la castración y lo real, lo paradójico es que también podemos comunicarnos en pantallas como las de los celulares, que son hiperabundantes. Estas pantallas se utilizan para acceder a la realidad y para acomodarnos detrás de ellas. ¿Cuál es el lugar de la pantalla en la estructura del sujeto? Esto implica a los analistas reiventar el psicoanálisis, repensando el lugar de las pantallas en la estructura del sujeto.

Cambió la escena.  Ahora, ¿Cambió el semblante del analista? Mi lectura es que no. El analista está y su emblante sigue funcionando, aunque no sin el esfuerzo por parte de analistas y pacientes. Para los pacientes, la pérdida del consultorio es también una pérdida del espacio de su intimidad y muchos están haciendo un esfuerzo para sostener la transferencia.

Ferenczi le escribió a Freud en 1930:
Querido amigo, 
¡Fíjese, empiezo de nuevo por un acto fallido! Recién terminaba de releer su carta, me instalé para escribirle, y he aquí que en lugar del “Profesor” veo de repente al amigo, ahí en el papel, negro sobre blanco. Eso inmediatamente transformó de punta a punta el humor bien deprimido en el cual me encontraba después que recibí su carta; y decidí dejar simplemente al acto fallido su valor de signo de mis verdaderos sentimientos. (...)

Una carta, una superficie sobre la que se escribe, un analista que no está ahí... Y sin embargo, el inconsciente funciona y el analista está, aunque no esté en carne y hueso. ¿Pero dónde está? En el analizante. Para eso, hizo falta antes un tiempo en donde el analista estuvo presente, entonces la tranferencia, cuando está instalada, sigue funcionando. Esa superficie de es carta ¿Es tan diferente de la realidad que tenemos nosotros actualmente con los celulares o las computadoras? Estructuralmente no lo es, porque es una superficie sobre la que se dice y la que se escucha, todos requisitos fundamentales para la práctica analítica. Freud mismo se analizó con Fliess y muchos afirman que Fliess fue de alguna manera un analista que el mismo Freud instituyó allí al contrale sus cosas.

La superficie del sujeto es el yo. Esa pantalla está presente en el sujeto y la presencia del analista no deja de que ella esté. A veces, puede funcionar más como pantalla presente que con el celular. Todos hemos tenido la experiencia de que a partir de la terapia on-line les gusta porque pueden hacer desaparecer la pantalla, paradójicamente habiendo una pantalla. Este no es el caso de todos.

Al hablar del yo, también tenemos que mencionar los registros lacanianos. Lo imaginario, lo simbólico y lo real, en ese orden, es como está planteada este taller. La escena es del registro imaginario. El semblante está en el registro simbólico y la presencia, en el registro real., que también está cuando se habla desde las pantallas. Escena, semblante y presencia tiene un correlato del lado del paciente, que yo llamo la apariencia. Como pareja de la presencia del analista, vamos a tener la mostración, de lo que el paciente muestra sin palabras.

La apariencia es lo que se da a ver, lo que se muestra y es lo que recibimos en los primero tiempos de un análisis. Sabemos que hay un trabajo para que ese paciente se torne en analizante y es un punto en el que fracasan la mayoría de los análisis: un fracaso en el primer tiempo tan importante. Se trata del tiempo de las entrevistas preliminares y donde se juega la cuestión de la apariencia. El paciente también espera recibir del analista. Es un tiempo de testeo, donde el paciente pone a prueba a su analista y es un tiempo donde es importante la manera en la que entra el analista a al análisis.

A veces pensamos que el paciente entra y va a asociar, va a traer sueños e implicarse subjetivamente... No, a todos nos nosotros, desde analizantes, también nos costó llamar al analista y hubo un tiempo de preparación y de aprender qué es un análisis. El tiempo de la apariencia es también un tiempo donde predomina el sentido imaginario, cerrado, ideas prejuiciosas, ideas superyoicas.

Una cosa son los pacientes que ya venían y pasan a la virtualidad, pero otra cosa son los pacientes nuevos que llegan directamente por la puerta virtual. Tal vez esta se quizá se transforme en una modalidad frecuente: no podemos asegurarlos, pero lo cierto es que en otros países ya hay miles de oficinas vacías porque la gente no quiere volver a la presencialidad, ya sea por comodidad, costos, eficiencia, etc. Este es un debate que se está dando en el mundo y es lo que se debate actualmente. Ahora, esto puede tener desventajas, pues al capitalismo solo le interesa abaratar costos. Los pacientes que entran por lo virtual, ¿cómo hacer para entender la escena y ese sentido cerrado que trae el paciente?

En la presencialidad o en la virtualidad, tenemos que estar dispuestos a inventar, a improvisar, a dejarnos tomar por la situación y sus elementos. 

En la apariencia, lo que se juega es el yo. El psicoanálisis lacaniano ha criticado a esta instancia, pero es algo fundamental. Está muy bien que se diga que el yo no es dueño de su propia casa, como dice Freud, pero el yo tiene que estar y es imprescindible para poder vivir y sostenernos en la realidad. Esa pantalla o superficie del yo, cuando falta o es frágil como en el caso de la esquizofrenia, el sujeto queda sin defensas frente a lo externo o a lo interno y vive un sueño estando despierto. El inconsciente lo bombardea permanentemente, pues no hay represión ni algo que le haga tabique. Son sujetos invadidos por miradas, por voces o por la realidad. Por eso hay que darle al yo la importancia que merece en la estructura y no es un objetivo del análisis deshacerlo, sino hacerlo poroso, flexible, que deje pasar el inconsciente y la realidad. 

El yo a veces impide la presencia del inconsciente y llegar al inconsciente del paciente cuesta. Del lado del paciente, él puede sentir que no pasa nada, que habla y que no hay ningún cambio, que su consulta no tiene respuesta. Del lado del analista, puede no saber cómo intervenir o sentir que se aburre (angustia). La magia del analista ahí es vieja: la asociación libre. La asociación libre es explicada por Freud cuando dice que el paciente debe imaginarse sentado en un tren y mirando por la ventanilla y decir en voz alta todo lo que pasa ante sus ojos. El paciente no tiene ninguna obligación de seleccionar lo que pasa ante sus ojos, no filtrar ni elegir. La ocurrencia que aparezca en la cabeza, tiene que decirla. 

Al hablar el paciente, de repente aparece una palabra que resulta extraña, un tono raro, diferente... Una intervención puede ser preguntarle qué se le ocurre con lo que dijo. ¿Qué es lo primero que se le pasa por la cabeza? Esto activa el pensamiento y el aparato cognitivo, que no qeremos que aparezca, porque eso filtra y selecciona. Tiene que ser algo simple, sencillo y espontáneo. La asociación libre cuesta, porque implica liberarse, pero es un entrenamiento que el analista le enseña al paciente y a no trabajar con el pensamiento, sino con lo que se le ocurre. El analista tiene que ver que mientras menos tenga que ver con el tema que está hablando, más disparatada sea la ocurrencia, más valiosa es. El paciente puede sentir vergüenza y ahí hay que escuchar, alentando a que el paciente lo diga como pueda y le salga. Esa es la puerta de entrada a la segunda fase del análisis, que es la del semblante. Antes, el analista no podía escuchar nada porque el paciente no permitía que se viera nada. 

En cuanto el paciente se empieza  aabrir y ve que son importante los sueños, que los actos fallidos no son azarosos y que son valiosos, empieza a funcionar la maquinaria del inconsciente, se puede desplegar el arte interpretativo. Cuando el paciente asocia, el analista no debe hacer ningún esfuerzo porque está ahí servido. Las asociaciones dan la pista por dónde intervenir: a veces es hacer una conexión entre una cosa y la otra y eso ya es una interpretación. 

La etapa del semblante es este momento donde el analista está en el lugar de sujeto supuesto al saber. El analista se constituye como alguien que va a saber, que no va a juzgar y el inconsciente empieza a liberarse y a producir. 

La tercera etapa del análisis, sin pensar en tiempos cronológicos sino lógicos, es la mostración. Es la mostración del objeto al cual el sujeto está ligado, aferrado, fijado. El objeto pulsional al que está atado y eso no se dice con palabras, sino que se muestra. La tarea del análisis es ir construyendo aquello que se llama fantasma. Los pacientes dicen "Le muestro...", "Mire esto...", "Ojo, eh...". Ese es el objeto mirada. En cambio, "¿Se escucha...?", "No le oigo" es el objeto voz. Ambos están en la virtualidad. También puede aparecer el objeto mierda cuando el paciente habla mucho de sus pertenencias, del dinero, del sostén, etc.  O el objeto oral,  que también aparece cuando el paciente busca ser aliemntado, cobijado... En este caso el analista debe cuidarse de no tentarse y no intervenir de una forma que sea fuera de tiempo.

En mis primeros tiempos de analista, un paciente vino insistiendo que tenía un trabajo muy bueno, que tenía mucha plata, que tenía varios autos, una linda casa. Ostentaba permanentemente del dinero que tenía. Yo mordí el anzuelo y le cobré una cifra alta. El paciente no volvió nunca más. Al tiempo, un colega me contó que tomó en análisis a este paciente y él, más advertido que yo, le cobró un honorario normal. Resulta que el paciente tenía una madre sumamente avara, nada de seno ni generosa. A lo largo de ese análisis ese paciente pudo hacer una trasmutación de esa pulsión anal y pasar de ser alguien avaro a ser alguien generoso. Hizo falta que el analista no mordiera el anzuelo de lo que él presentaba como un objeto brillante. Cuando algo se presenta demasiado brillante delante nuestro, hay que desconfiar un poco.

Nosotros debemos construir la relación a ese objeto mostrado y recién al final se va a poder intervenir con esto. Este paciente necesitaban que lo alojaran y ese fracaso significó para mí una gran lección. El éxito de un analista está en aprender de sus fracasos. Está bueno supervisar un paciente que se va para saber por qué se fue, qué pasó ahí. 

Caso clínico: "La cenicienta"
Una paciente consulta luego de haber recorrido unos cuantos análisis. Consulta por una gran angustia desbordante, que se manifiesta como una gra dificultad para los lazos sociales, tener pareja, amigos. Está sumamente encerrada. Cuenta una historia de mucho sufrimiento. Ella era la hija menor de un matrimonio que tenía otras dos hijas y donde ella es la menor, con mucha diferencia de edad. Ella viene a ocupar un mal lugar en esta famlia, porque no era esperada y tiene un lugar de Cenicienta: un lugar de sumisión, encargarse de las tareas más pesadas de la casa, de usar la topa rota de las hermanas. 

Sin embargo, ella es muy lúcida y culta y gracias a su yo fortalecido pudo sobrevivir. El yo ayuda muchas veces a sobrevivir a situaciones muy extremas, armándose ella una pantalla para defenderse de esa realidad. Ella logró avanzar, pero sabemos que lo rechazado retorna y en algún momento tuvo que encontrarse con la tarea de revisar todo lo doloroso que había reprimido sobre su infancia. Acá la angustia tiene un gran valor como señal en el yo. El yo es el almácigo de la angustia y el yo la registra como señal de que algo no va bien. Es por eso que para los analistas la angustia es un faro.

En este caso, la angustia era desbordante. La el modo en que la paciente relata su historia es muy caótica y la va presentando como piezas aisladas de un rompezabezas, sin conexión entre sí. En estos casos, hay que tener paciencia y no apresurarse en comprender que una parte iba con la otra. Ningún paciente viene con la historia clínica armada para que nosotros los entendamos. 

Simultáneamente, en la transferencia comenzó a suceder que su malestar iba en aumento a medida que ella iba armando su historia. Esto es contrario a lo que uno espera. Aquí el dolor y la angustia iban en aumento y empezó a centrarse en la transferencia. Aquí está la segunda parte del análisis, el semblante del analista. Yo empecé a sentir que era una especie de torturador que la obligaba a contar cosas horribles de su vida. Me sentía culpable, un abusador, un maltratador. Abuso y maltrato eran los significante de su historia, por eso me ubicaba en ese lugar. Esto fue en aumento hasta que la situación se volvió muy preocupante. Ella se quejaba del análisis, de la transferencia, de que ella se iba mal. Le dije "Esta va a ser tu última sesión. De esta manera no te voy a seguir atendiendo, porque yo trabajo para ayudar a las personas y vos me estás diciendo que esto te está haciendo peor, que cada vez estás peor". Ella se quedó sumamente sorprendida. Se trata de un semblante de enojo y de corte, No fue actuada ni calculada, en parte respondía a algo real que pegaba en mi cuerpo. Cuando un analista se siente desbordado por una situación, tiene que intervenir y no dejarse desbordar, sino empieza a actuar de otra manera. Esta intervención fue un riesgo, pero ella escuchó que no había una situación de odio o rechazo hacia ella, sino que había algo en ella que era excesivo. Esto hizo un cambio radical en la transferencia.  

Vino un tiempo de trabajo analizante de ella muy importante, de traer sueños e ir armando la historia pero apuntando al saber, ya pudiendo escuchar lo del sufrimiento. Por un tiempo, la cosa funcionó bien. La pandemia hizo que tuviéramos que pasar a la virtualidad. Toda la apariencia que ella mostraba era de alguien sufrido, como si fuera poca cosa y sin recursos, cuando los tenía, aunque no podía acceder a ellos.

En una de estas sesiones virtuales, en la casa de ella sonó insistentemente el timbre, al cual al principio no le prestó atención. Fue a atender y estando fuera de pantalla, logré escuhar una escena con quien luego me enteré que era el electricista, que había llegado en un momento fuera de lo previsto. Lo que se escuchaba era que ella despachó al electricista con mucha firmeza, diciéndole que vuelva mpas tarde. Vuelve a la sesión con cara de cenicienta y le marco cómo despachó al electricista. Esto nos tentó de risa a ambos y esto cambió la situación, pues pudo empezar a mostrar como esto de mostrarse como la pobrecita era una apariencia que a ella le servía mucho también. 

Luego de esto conoció a una persona por internet y contrariamente a lo que habían sido sus relaciones previas, donde ella quedaba en un lugar de sometimiento y sumisión frente al hombre, paso algo diferente con esta nueva relación. Pudo empezar a jugar con la sumisión en lo sexual, haciéndose amar por este hombre. Además, mi semblante de maltratador pasó a ser semblante de ideal. Todo esto de la sexualidad ella no podía decirlo ante mí porque le daba vergüenza. Una vez ella me marca que tenía una alianza. Le dije que siempre la tuve y ella me pregunta si estoy casado, si tenía hijos, cuántos tenía... Yo le iba a responder, pero ella pidió que no le dijera nada, que era importante para ella no ocultarse como hacen todos los analistas. Los analistas de niños están muy acostumbrados a estas preguntas y en este caso yo entendí que era importante responderle. Es a partir de eso que ella pudo empezar a contar todas esas escenas eróticas que se jugaban en su fantasía y que pudo poner a jugar con esta pareja. En algún momento ella pudo confesar, con mucha vergüenza, que sentía cierto goce por ser humillada por el otro.

Pregunta: ¿En qué casos las intervenciones tienen que apuntar a fortalecer el yo?
G.S.: El yo se fortalece cuando nosotros podemos ubicar al sujeto y su lugar deseante. Cuando escuchamos en un sueño, podemos ubicar una serie de cosas, como el aspecto deseante en el sueño. El tema es que el yo le dé más lugar al sujeto y eso fortalece al yo, en términos del psicoanálisis: que el sujeto confíe en el inconsciente, reconociendo lo subjetivo deseante. Cada vez que marcamos un paso, una salida de la inhibición, una superación de síntoma remarcado, el yo va tomando esas cosas.

Pregunta: ¿Es más débil la transferencia por medios virtuales?
G.S.: No se pueden hacer generalizaciones, pero diríamos que no. Muchos pacientes dicen que no quieren saber nada con la tecnología. O que extrañan el consultorio, que no es lo mismo... A veces hay que inventar y buscar maneras de que el paciente asocie. Hay que tener una actitud muy activa los primeros tiempos.

Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre la atención virtual con imagen o solo llamada?
G.S.: Hay que utilizar todas las herramientas de la tecnología que se tengan. El teléfono de línea también está ahí. La voz es importantísima y hay muchos que prefieren la llamada telefónica. 

Fuente: Taller Clínico Virtual en la Institución Fernando Ulloa  "Presencia del analista ¿Cómo sostenerla a través de la virtualidad?" a cargo del Dr. Gustavo Szereszewski del sábado 5 de septiembre de 2020.

viernes, 30 de agosto de 2019

Los tiempos del narcisismo en la infancia y las intervenciones del analista.


Apuntes de la conferencia dictada por Alba Flesler, el 8/08/2018.

El tema de los tiempos es a lo que dedico mi investigación, en cada uno de los conceptos del psicoanálisis. Y como se trata de clínica, también propuse las intervenciones del analista. ¿Qué plural es ese de las intervenciones del analista? ¿Hay tantas intervenciones como analistas? Solemos escuchar que cada uno tiene su estilo. Esta problemática se planteó durante la historia del psicoanálisis previamente y se resolvió por la vía de una técnica, por la cual se pautaron reglas técnicas, por ejemplo, el uso del diván, los 50 minutos, tantas entrevistas en el análisis con niños, la caja de juegos para algunos analistas, etc. Reglas.

Lacan le dedicó su enseñanza mucho tiempo y esfuerzo a tratar de darle a las respuestas que se daba a las preguntas que nos hacíamos, una connotación lógica. Él quiso que las respuestas que damos a lo real sean respuestas de cientificidad. Que no respondamos desde la opinión, desde la intuición o desde la ideología. Es decir, que podamos responder y debatir en el estatuto científico y no nos amedrentemos cuando leemos en los artículos de divulgación que se habla, por ejemplo, de las voces renombradas de científicos de Harvard y Yale como voces de la ciencia. Lacan intentó, a través de la lógica, buscar respuestas que le permitieran al psicoanálisis debatir los problemas de la época desde una perspectiva que lo autorice a responder científicamente. 

La pregunta de qué plural es válida para pensar, en nuestra práctica, si estamos dentro o fuera del psicoanálisis. Si contamos con la lógica de las intervenciones, vamos a estar en libertad y autorización para nuestras intervenciones. Pero para eso tenemos que respondernos qué plural es y pensar si responde, por ejemplo, a una lógica de lo infinitesimal, si es una serie que comienza y no termina, si tiene un doble, si es una serie, responde a la secuencia de intervenciones, si tiene un límite, etc. Son todos conceptos de la lógica. Para responder desde el psicoanálisis, vamos a tratar de situar algunos de los conceptos escenciales que tenemos que manejar para poder respondernos. Y uno de los conceptos fundamentales para colocar al psicoanálisis como una disciplina científica es tener claramente delimitado el objeto al cual el psicoanálisis se dirige: el sujeto. No es la persona, la personalidad, la conducta ni el organismo.

El objeto del psicoanálisis es el sujeto. El planteo del sujeto es subversivo y hacia él dirigimos las intervenciones. Si no sabemos cómo está constituido el sujeto, nuestras intervenciones quedan desorientadas. El sujeto está constituído por un organismo, aunque eso no es el sujeto. Lo real del cuerpo forma parte de la constitución de un sujeto, pero no se reduce de ninguna manera a un cerebro. No podemos escuchar que en en el cerebro hay atracciones varias o que en el cerebro ya viene tal cosa. El cerebro corresponde a lo real del sujeto, como así también su cuerpo orgánico. El sujeto está constituído por él, pero es un real no puro. El sujeto es un real que está anudado a lo simbólico y a lo imaginario: a lo simbólico del lenguaje que trastoca lo real del organismo, a lo imaginario de la representación de ese organismo en la que se asume como cuerpo ese organismo. Diríamos que con Lacan, el sujeto no va a ser reducido a ninguno de los 3 registros: es uno hecho de los 3, real, simbólico e imaginario.

Ese sujeto, al que se van a dirigir las intervenciones del analista, se constituye en tiempos. Esta es otra cuestión importante a tener en cuenta, porque podemos debatir con el vitalismo, la creencia que hay una naturalidad en la constitución. Para nosotros el sujeto se constituye en tiempos dependientes de operaciones. nada será natural en la constitución y si dijimos que lo real del organismo, anudado a lo simbólico y a lo imaginario se trastoca, entonces es difícil reducir las orientaciones del sujeto a los directivos de la nosología cerebral. Los tiempos del sujeto no corresponden a la edad ni se constituyen con los años. Son tiempos de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario. Cada uno de estos 3, que constituyen a nuestro sujeto del psicoanálisis, que no es el sujeto de la filosofía, ni el sujeto gramatical, es el sujeto de la estructura R-S-I. Depende de operaciones que nos van a permitir ubicar cada uno de estos tiempos. Insisto en lo siguiente: no son tiempo que promocionen naturalmente. No son tiempos evolutivos, sino tiempos que se van a efectuar si las operaciones que lo promueven ocurren. Es decir, que si dependen contingentemente de operaciones, también pueden fallar y podemos encontrarnos entonces con que el tiempo del calendario pasa y los tiempos del sujeto no. Es importante ubicarlo para las intervenciones. Son tiempos necesarios de operaciones, pero contingentes en su realización, es decir, fallan y dan como consecuencias destiempos, contratiempos, detenimientos en los tiempos. Para formalizar las intervenciones del analista, es importante que el analista delimite qué tiempo tiene ese sujeto. Incluso un adulto, puede estar en un tiempo y no en otro.

¿Qué tiempo de simbólico? No es lo mismo el tiempo del lenguaje, que el tiempo de la palabra: alguien puede cursar la operación relativo al lenguaje y no estar en el tiempo de la palabra. O bien puede alcanzar la operación que permite la efectuación del sujero de la palabra, pero no articularse en discurso. Son tiempos del dicho a muy grosso modo, porque los tiempos son mucho más finos. 

Tiempos de lo real. Hay goces que corresponden a determinado tiempo del sujeto y que no se redistribuyen. Bien puede ocurrir que pasen los años y se siga, como decimos, de pasar a besar unos labios a seguir chupándose el dedo. Hay adultos con tiempos de fixierung, de fijación, porque falló la progresión de los tiempos.

Tiempos del narcisismo y de la constitución del cuerpo. El cuerpo no se reduce al organismo, es el cuerpo del sujeto. Cuando nosotros nos ocupamos del cuerpo, nos interesa el cuerpo R-S-I. Tomamos en cuenta, por supuesto, lo real de ese cuerpo, pero anudado a lo que el lenguaje y lo imaginario imprimió y enlazó de ese real. 

Lo que nosotros vamos a ver son los tiempos del narcisismo de la infancia y quisiera pasar al lugar que ocupa el tiempo del narcisismo en los tiempos del sujeto, para poder pensar en las intervenciones del analista, respecto de los tiempos de constitución del narcisismo, de recreación del narcisismo y de falla en la constitución del narcisismo y recreación de los tiempos y cómo intervenimos.

Situemos los tiempos del narcisismo en la infancia para diferenciarlos. Ustedes conocen el mito de Narciso, que tiene distintas versiones. La versión de Ovidio plantea que era un joven muy hermoso, hijo de un dios y una ninfa, que al consultar a Tiresias por el destino de ese niño, dice que va a llegar a viejo si no se contempla a sí mismo. Narciso estaba en el bosque y una de las ninfas que habían tratado de ganar su favor, Eco, trató de seducirlo y al no lograr hacerlo se consumió hasta quedar solamente su voz. Eco pidió venganza a némesis y le llegó la venganza cuando él se inclinó a beber agua en el bosque y quedó fascinado con esa imagen y muere. Hay otras versiones, como la de Pausanias, que plantea que en realidad Narciso era un joven que había tenido una hermana gemela que había perdido y entonces creyó verla en las aguas. Todas las versiones van a lo mismo, que es lo tanático de la fascinación que él encuentra respecto a esa imagen que él encuentra respecto a esa imagen que lo lleva a la muerte, al tratar de unirse a esa imagen mediante el beso.

Damos por supuesto y natural que alguien se fascine y se contemple, pero no es natural. Alguien puede no percibirse en esa imagen, no ver esa imagen, ¿de qué depende? No solamente del cerebro. Lacan cuando intentó formalizar apelando a las leyes reflectivas de la óptica con el Estadío del Espejo la conformación de una imagen y de la imagen corporal, partió justamente del córtex, es decir, él en ningún momento niega que haya una fundamentación ligada a lo orgánico, pero lo que el sujeto va a percibir no corresponde a lo real, como muestra lacan con las leyes de la óptica. Esto es muy interesante hoy en los debates con los legisladores, que plantean la importancia del DNI que tiene que estar dado por la autopercepción. ¿Qué hace que alguien se perciba?

El 1° tiempo de constitución del narcisismo es de anticipación. No se trata de ninguna connotación natural la que nos lleva a percibirnos nena, nene, grande, chico, alto, bajo, gordo, flaco. Lo que vamos a percibir comienza en un tiempo de anticipación con una distorsión perceptiva, porque Lacan llamó a eso deseo de la madre. En el primer tiempo, el Otro anticipa al sujeto. Una embarazada, en el momento que se está produciendo en su propio cuerpo una división celular, ella no dice “Tengo un blastómero en la panza”. O “me encuentro sintiendo la mórula”. Ella dice “Estoy embarazada, voy a tener un bebé” y si no se pone a tejer, le compra ropita y lo imagina cubriendo lo real de su cuerpo con una imagen. Esa imagen es cobertura imaginaria de un real. No solo cubre lo real anticipando a ese sujeto: le pone un nombre. Es decir, anuda lo real e imaginario a lo simbólico, anticipando un cuerpo separado del cuerpo propio. esta operación de cobertura imaginaria de lo real la lleva a que anticipe R-S-I del sujeto. Pero como todos lo hemos escuchado, muchas embarazadas no anticipan un bebé cuando se está produciendo el real de la división celular. De esta operación depende que funcione el deseo de la madre. 

Entonces, cuando nosotros decimos y coincidimos que no se es madre naturalmente, que no se trata solo de dar vida, sino de anticipar un sujeto, no hacemos ideología. Estamos planteando desde la lógica del psicoanálisis, que un hijo para ser hijo depende de que funcione esta operación deseo de la madre. Y de ella, entonces, se extrae como consecuencia nada más ni nada menos que la constitución del sostén narcisista, porque es ella la que va a imaginar unificado lo que es una división. Ella cubre la vida de subjetividad. Los que trabajan en reproducción asistida, la ciencia, va a poder crear vida, pero lo que no van a poder constituir es un sujeto. Podemos tener vida sin sujeto. Para que haya sujeto, es preciso que funcione esta operación. Una mujer puede enjendrar vida, pero solo el deseo de la madre puede enjendrar sujeto. El organismo depende de la unión del óvulo y el espermatozoide, pero el cuerpo del sujeto depende de que el deseo de la madre funcione como operación. Es una operación inconsciente y esto hay que ubicarlo para el discurso de la época: no es lo mismo el deseo que querer algo. Querer tener un hijo no es el deseo de la madre se sostiene de lo que llamamos fantasma materno y tiene que ver con cubrir una falta. Solo se desea un hijo si un hijo hace falta. Entonces, es necesario pensar que esta operación se tiene que dar para entender por qué un viviente que nace prematuro, que su cuerpo está en estado de prematuración, que no coordina aún los movimientos, que no tiene la presión suficiente para sostenerse, que la mielinización de su sistema nervioso central está inacabada, sin embargo, se identifica a una imagen unificada de su cuerpo, se ve integrado, se ve como uno y además siente júblilo por esa imagen que cree que es él. La percepción se sostiene de la mirada del Otro. Es imposible pensar que podemos ser abstinentes que no le vamos a transmitir nada a los niños para que sean libres. Transmitirles eso es también transmitirle marcas, porque el Otro recubre y realiza esta operación porque su deseo es deseo de falo. El falo es el objeto que imaginariamente le cubre la falta y el narcisismo se sostiene de esta operación necesaria pero profundamente contingente, que hace que se cubra imaginariamente una falta en el Otro.

La madre va a desear ese falo si en ella funciona una operación. Si se va a cubrir una falta imaginariamente, es porque algo falta. Y eso que falta es la función fálica. Lacan llamó función fálica a cuando en la madre funciona una lógica de incompletud. Cada vez que opere esa incompletud en la madre, la falta está operando. Ella la va a recubrir proponiéndole a ese viviente que sea el falo. Gracias a que el viviente lo toma, va a tener una ganancia: ese cuerpo incoordinado se le va a presentar como uno. además, si se da esa operación va a tener sensibilidad. No alcanza con que funcione la fisiología de la piel, para tener sensibilidad, es necesario que se haya constituído ese cuerpo imaginario del sujeto. He tenido muchas oportunidades de diagnosticar la falla de esta operación y con gran pena ver sujetos graves que se quemaban con cigarrillos para poder sentir. 

De la constitución imaginaria del cuerpo depende: 

- La sensibilidad. 
- La percepción de esa imagen tomada como propia, ya que nos vemos como el Otro nos propuso que nos veamos. 
- La percepción del espacio. La dimensión del espacio no depende de la geografía, depende de la percepción que se establece en ese tiempo de constitución de la imagen especular. 
- La posibilidad de estar erguidos y de ponerse de pie depende de que el Otro nos haya propuesto que seamos ese falo imaginario. Gracias a la constitución del narcisismo, el cuerpo se va a parar. 

El cuerpo como superficie. Si esa operación se realiza, el cuerpo se constituye y se constituye desconociendo lo real del organismo. Solo reconoce la superficie y esto es muy importante, porque a la hora de la relación con los demás, tener la unificación de la imagen hace que por ejemplo tengamos la tranquilidad de que tenemos intimidad, de que el Otro no conoce nuestros pensamientos, que nos atraviesa con la mirada. La relación con el Otro también depende de la constitución de esta imagen en tiempos muy tempranos. 

Así como planteé que hay fallas en la constitución de la imagen, el tiempo que le sigue es qué pasa si esta imagen no se mueve. La imagen puede no moverse. El tiempo de constitución de la imagen es un tiempo de coagulación: es cuasi fotográfico, nos reconocemos ahí y pasamos a decir “soy yo”. Es notable que quien queda coagulado en estos tiempos, muchas veces pasan los años y uno puede decir que tiene una imagen aniñada. Durezas corporales, gente que queda en la identidad a esa imagen y no pueden moverse de allí. Es también notorio que sigan vistiéndose como hace mucho, o en casos más graves, no pudiendo quitarse la ropa que le da consistencia al cuerpo. Ser el falo es un tiempo que puede quedar detenido. ¿De qué depende entonces que se pueda pasar a otro tiempo del narcisismo, donde la imagen se mueve, donde es posible aceptar soy y no soy? Donde es posible reconocerse aunque uno parezca diferente, como cuando nos vemos en la foto de un documento que nos sacaron hace muchos años. Uno puede decir “soy yo”, pero ya no soy esta. 

¿Qué es lo que permite que no se desarme la imagen y que tenga movilidad? Lo que lo permite es que en el Otro, ese que sostuvo con la mirada la imagen del sujeto, vuelva a funcionar la función fálica, es decir, que busque el falo más allá del niño. O dicho en términos de Lacan, que el falo sea matáfora de amor por lo que buscará en otro cuerpo, como en el del padre. Es decir, que la madre pueda tomar al niño como metáfora. Metáfora es un concepto fuerte de Lacan, que quiere decir sustitución. Es decir, que lo pueda sustituir, que en la madre funcione la incompletud y que la madre no sienta que ese niño es parte de ella y no lo deje para nada. La madre de Juanito no lo dejaba ni ir al baño, se desvestía delante de él, lo llevaba a todas partes, entonces el niño ahí funciona como metonimia de su deseo de falo, es decir, lo toma como parte de su cuerpo. En ese caso es muy difícil que la imagen del sujeto pueda hacer juego. es decir, que tolere ser y a veces no ser el abanderado de la escuela, ser el centro de la escena y a veces no ser. Que el mundo sea acorde a su percepción pero que también pueda estar la percepción de otro. 

Para poder enlazar el narcisismo a la castración, es necesario que además de funcionar el intervalo en el Otro (lógica de incompletud) también entre la función nominante del padre. Es decir que cuando se mueve el espejito, tenga letra para sostenerme fuera de ese lugar y no pensar que si no estoy en la focalización de la mirada en el centro de la escena, me voy a caer al abismo. La dureza corporal se pierde cuando el Otro pestanea y mira más allá del niño, cuando da lugar a que aparezca en esa imagen un menos, que le falte algo a esa imagen, un resto. Lacan dijo que si el falo lo escribimos con la letra griega φ (falo imaginario), se trata que aparezca un -φ, un resto en esa imagen, que el niño no sea la suma de las notas ideales del narcisismo de los padres. Hoy veíamos un material clínico donde la madre decía “Es igual a mi”. A la nena le costaba encontrar salida, porque estaba muy ausente, entonces cada vez que aparecía el menos en alguna escena, alguien que no la llamaba, se derrumbaba. Para pasar del ser al tener, es preciso que haya letra legitimante que sostenga el narcisismo con la mancha. Es decir, con lo que falta en la imagen, con lo que no entra en el brillo del falo imaginario que el Otro deseó para ese niño que lo complete. La ganancia de este nuevo tiempo del narcisismo es una imagen que se mueve. Se puede empezar a jugar a personajes, porque se trata de un niño que no es idéntico a si mismo. “Dale que era…” no es soy. La dureza del primer tiempo, la falta de letra para hacer el pasaje rigidiza el juego en niños y adultos, que se vuelven captados por la severidad del superyó, como dice Freud. Se vuelven serios, no juegan más. Jugar distintos roles se trata de que la imagen haga juego. Y la imagen del espejo se mueve si se dan estas 2 operaciones. Y nuevamente, no es natural. 

Gracias a esta letra, podemos decir que sin letra el narcisismo se rigidiza. El yo puede llegar a hacerse egoísta. Es decir, el ego es la falla del narcisismo. Es la dureza que viene para reparar la falla en la constitución, la intolerancia con la diferencia, lo insoportable de la relación al Otro. Todos están hablando de la falla en la movilidad del tiempo del narcisismo. Sin letra, entonces, queda una pobreza en la constitución, porque el que no juega se aburre. Y con letra, se va delimitando el objeto que le hace falta. Es decir, en lugar de estar de objeto para el narcisismo, de objeto para la mirada del Otro, se va extractando un objeto que le hace falta. Por eso, gracias a la recreación de los tiempos, en lugar de fascinarse con la propia imagen, se va a buscar el objeto en el cuerpo del partenaire. La posibilidad de búsqueda del objeto, de la elección de objeto se hace en tiempos, porque dependen de la pérdida sucesiva del lugar de objeto en la que el sujeto se constituye. Pasaje, entonces, de los tiempos del narcisismo en la infancia del ser al tener y a la búsqueda del objeto en el cuerpo del partenaire. Si el narcisismo perdura, puede ser una elección narcisista, buscándose un igual. 

Si los tiempos se recrean, se va a poder constituir lo que Lacan llama el semblant, que no es la apariencia. Lo que Lacan llama el semblant, es la cobertura imaginaria de un pedazo de real, anudado simbólicamente. Para hacer semblant, es preciso tener letra. Si uno se cree que es psicoanalista todo el tiempo, hacen como hacían en la técnica antigua, que se vestían con el mismo traje todos los días para no introducir variables en la escena analítica y no saludar al paciente si se los encuentra en el cine. Para hacer semblant, dice Lacan en el seminario XX, ustedes no son el semblant. Si se colocan en ese lugar, pueden hacer que se presente la presencia del objeto. Solo se puede hacer presencia del objeto si se constituye el semblant.

¿Y las intervenciones? Vamos a decir que delimitamos las fallas, nos encontramos con las fallas de las primeras operaciones, o nos encontramos con las fallas en la movilidad del narcisismo. Ahora, entonces, ¿qué plural es ese? No es un plural infinito ni es un plural de una serie que hace a cada quien. Es una plural que hace a una lógica. Si el sujeto es R-S-I, y los tiempos son tiempos son tiempos de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario, cuando el analista delimita qué tiempo está comprometido, interviene en lo real, en lo simbólico o en lo imaginario. Puede intervenir en los 3 registros. No interviene solo en lo real, solo en lo simbólico o solo en lo imaginario, porque sería desconocer la estructura del sujeto. Y se autoriza a realizar las intervenciones -con este plural- porque todas ellas aportan al acto analítico. Y el acto analítico, dijo Lacan, es el que efectúa sujeto. Es decir que nosotros apuntamos con el acto analítico a la efectuación del sujeto, por eso intervenimos en los 3 registros sin decir que estamos fuera del psicoanálisis, sin decir que estamos fuera del campo de la palabra, o solo en el corte de lo real y que vade retro intervenir en lo imaginario. Veamos 2 casos para ver las fallas en los tiempos de constitución.

Caso clínico 1. Un niño cuya falla se dio en el primer tiempo del deseo de la madre. La madre de este niño estaba de duelo cuando quedó embarazada y rechazó profundamente el embarazo. Se veía gorda, se arrancaba la ropa y tuvo un rechazo por el hijo. El padre, que nunca había querido tener hijos y que aceptó tenerlo para satisfacer a la mujer, consideraba que los hijos destruyen la pareja, porque uno no tiene tiempo al tener que ocuparse de ellos. 

Traen al niño a la consulta porque no quería ir a la escuela. Él salía corriendo cada vez que se iba a encontrar con algún chico. Es decir, no toleraba la presencia de otro chico y salía corriendo. Fue difícil que entrara al consultorio, pero avanzando un poquito y habiendo tolerado lo que yo llamo el tiempo de expulsión del objeto (literalmente destrozó los objetos que tiraba en el consultorio). No podía jugar y el cuerpo no se sostenía por carecer de consistencia imaginaria. En un determinado momento yo le decía que los chicos juegan a determinadas cosas en el consultorio y él me preguntaba ¿Vos cómo sabés como juegan los chicos? Yo le contaba que atendía chicos y que los chicos esto, lo otro… Ahí se empezó a mostrar interesado en lo que los chicos le gustaba hacer, como pintar. Él me dijo que quería pintar. Agarra la pintura, pero en lugar de pintar, me dice pintame. 
- ¿Qué te pinte?
- Pintame así tengo manos.

Ese fue el inicio de la reparación. Yo lo pinté y cuando las tuvo pintadas, ahí empezaba con el cuerpo a dejar marcas en el consultorio y poco a poco fue empezando, con el cuerpo pintado, con el cuerpo cubierto, con el cuerpo vestido, a jugar y pasó con bloques a repetir un juego, que era “mirame”. Él se subía a los bloques, hacía equilibrio y se sostenía en mi mirada. Intervención que apunta en lo real a reparar la consistencia imaginaria de un cuerpo que no se podía constituir. Gracias a esa unificación sostenida en transferencia en lo real de la ella, pudo ir a la escuela. Jugaba al tenis, no jugaba a juegos grupales porque muchos juegos le eran intrusivos a la falla en la constitución imaginaria y tuvo un amigo. La intervención fue sostener ese cuerpo, que podía tener sostén en la mirada del Otro. 

Caso clínico 2. Una nena cuya madre sí la había sostenido con su deseo de falo en los tiempos primeros, y efectivamente cuando llegó era una nena que tampoco podía jugar. Era preciosa, una muñequita, uno llegaba a la sala de espera y la encontraba durita, sentadita. Pero no se movía la imagen. Eso era algo realmente imposible. Un día viene con una muñeca a pilas que tenía un control remoto y me lo muestra: 1, 2, 3. Otra vez, 1, 2 y 3. Entonces, miro a la muñequita esa que hacía 1, 2 y 3 y le hablo. 

- Hola, ¿a qué querés jugar?
- Es una muñeca.
Y yo le sigo hablando a la muñeca. 
- ¿A qué sabés jugar? 
Ella movía el control, 1, 2, 3; 1, 2, 3. Yo le seguía hablando a la muñeca. 
- ¡Pobrecita! ¡Solamente te movés cuando te mueven! ¿No podés jugar a algo que te guste? 
1,2,3…. 1,2,3… 
- Porque acá los chicos vienen, juegan a muchas cosas… 
- ¿A qué juegan? (pregunta la dueña del control) 

Le cuento que juegan a diferentes cosas y que también eligen pintar. Por supuesto, a la sesión siguiente vino vestida con un delantal hermosísimo hasta el cuello. Empieza a pintar inmaculadamente y de repente se le cae el pincel y entonces yo juego con la mancha. Son intervenciones tendientes a mover la imagen coagulada del cuerpo. No son intervenciones en lo real, aunque esté jugando. Son entre lo simbólico y lo imaginario. Todas apuntan a destrabar los tiempos del sujeto, no solo con los niños, sino con los adultos también. Son intervenciones en lo real, en lo simbólico y en lo imaginario. En ese sentido acuerdo con Winnicott, que decía que el analista tiene que ser juguetón; pero no jugar para divertirse, sino para poner en juego la modalidad del objeto, para que el sujeto no quede coagulado y se pueda mover.

Pregunta: En las 2 intervenciones se produce algo a partir de comentarle a los niños que van otros niños a jugar.
A.F.: En el primer caso, es para incluirlo en la serie de los niños. En el caso de la otra nena, aunque le hablo de los otros niños, es para descoagular el lugar de muñeca que ella tenía. Acá hay otro, porque en el contexto, ella estaba muy habituada a ser el centro de la mirada de su madre, de sus abuelos, etc., entonces decirle que habían otros niños, es un recurso para decirle que no sos el único falo acá. 

Pregunta: ¿Por qué el primer niño no quería ir a la escuela?
A.F.: Hay una falla en la inclusión en la demanda del Otro. Su cuerpo, al no estar constituído por esta consistencia imaginaria, lo real siempre le es muy amenazante. La constitución que tenemos desde lo imaginario es lo que nos permite estar vestidos ante los goces que el Otro presenta. Y encontrarse con otros niños o con otras personas, implica encontrarse siempre con los goces que las otras personas portan, por eso en muchas situaciones, cuando hay fragilidad en la constitución imaginaria, hay dificultades en la relación con los otros. Hoy estábamos viendo con una paciente que es adulta que ella siempre percibió de su abuela y su madre de que no había un lugar más seguro que la propia casa. La calle está llena de peligros, que si te miran, que si te hablan… Ella encontró un trabajo para hacerlo en su casa, todo lo hacía ahí y un día le entran a robar estando ella en la casa. En ese momento, les dije que gracias a ellos vas a poder cuestionar lo que tu abuela decía. 

En el caso de este chiquito, encontrarse con estos otros cuerpos, al no tener una buena consistencia, era muy peligroso. Es la penetración del goce más allá de lo imaginario, que puede destrozar la poca o frágil consistencia imaginaria. Él ni siquiera agarraba el lápiz, era un cuerpo muy frágil. 

Pregunta: ¿Qué eficacia tiene tiene lo restitutivo de los tiempos? ¿Es temporal o permanente? 
A.F.: Los tiempos que fallaron, fallaron. El análisis no devuelve al tiempo anterior, lo que hace es reparar la falla. No es lo mismo hacer una reparación que pretender devolverle la operación que la madre no hizo. No somos mejor madre que la madre. Si trabajamos con n ios, nunca debemos creernos súper-padres. Se trata de una reparación que trata de abrir vías colaterales para los goces. Se arman reparaciones, pero los tiempos que fallaron, fallaron. Y la estructura que precipitó, a mi entender, precipita tempranamente como dice Freud. No hay cambio de estructura. El niño del caso terminó muy bien su análisis con una buena reparación cobertora, siempre y cuando no se violente su límite. Los padres tenían muy en claro qué cosas no tenían que hacer para no violentar el límite de la estructura y el niño también, como cualquiera, que encontrándose con los límites de su estructura, sabe qué la repara y qué la daña. Eso es un análisis.

Respecto de lo ganado en un análisis, no se pierde. El encuentro con un analista es un antes y un después, si hubo análisis. Esto no quiere decir que no haya reales de la vida que conmuevan. porque los análisis no previenen los reales de la vida, sino que da herramientas para responder a eso. Por eso digo, nada indica que ante un nuevo real, alguien pueda requerir una nueva vuelta de análisis. 

Los niños, cuando son graves, como un chico que cada tanto me viene a ver. Él ya siendo un hombre sigue guardando la llave de su casa, y yo creo que el análisis es eso, una llave guardada que el sujeto se lleva. En el caso de él, la llave es real por su gravedad. 

Pregunta: (pregunta por los miedos de los niños).
A.F.: Freud dice que los miedos de los niños son algo que pasan al crecer. Vos me recordás que a veces no pasan. No hay que decirle a las madres que pasan, porque pasan si pasan, ¿y si no pasan? Pasan a síntomas peores. Entonces, hay fobias que son propias de los tiempos de constitución y tienen que ver con que lo simbólico se va constituyendo en tiempos. Entonces, hasta que se pueda encontrar un buen delimitador del espacio para los goces, los niños recurren a los objetos fóbicos delimitadores del espacio. Esto es típico de ciertos tiempos del sujeto. Si no pasan, es que hay algo de lo pulsional incestuoso que no está delimitado. Esto puede ser por falta de letra del lado de la función paterna, o porque la madre no dona el intervalo, reteniendo al niño como falo. Entonces, el espacio no termina de delimitarse y la oscuridad son como los monstruos, es algo de lo pulsional puesto ahí. Muchas veces vemos esto en los adolescentes que les encantan las películas de terror, dicen que no tienen miedo, se trata de conjurar esos goces que no encuentran una delimitación o un marco. Pero la oscuridad también es la oscuridad de significantes, como el caso del niño que iba con la tía por el bosque y pide que le hable. Los nombres se delimitan con el espacio prohibido y el espacio permitido y la fobia es una de las manifestaciones que aniñan a alguien. Los fóbicos adultos se empobrecen mucho en su vida y en el lazo social.

Pregunta: ¿Asociás la letra a la función del padre?
A.F.: Si. Lacan dice que la operación paterna son las nominaciones. Las nominaciones, para Lacan, no son lo significantes. La nominación es el borde real de la letra, porque establece bordes entre lo real y lo simbólico. Lacan va a plantear que el nombre es lo que enlaza lo real. El significante tiene otra lógica, en cambio la letra permite legitimar un determinado goce. No es lo mismo decir “mi hijo” que “este chico” al viviente que nació. Con hijo, se inscribe una delimitación de goces. Si es el hijo, con la madre no. Si es el hijo, hay ciertas obligaciones, etc. Entonces, el nombre tiene eficacia sobre lo real, es más del orden de la letra.