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domingo, 2 de febrero de 2025

Duelos congelados: qué hacer en la clínica

 En 1915, Sigmund Freud definió el duelo como una “reacción” subjetiva frente a una pérdida. Este concepto abarca una variedad de situaciones que incluyen la pérdida de la vida de un ser querido, aspectos de uno mismo como capacidades físicas o mentales, pérdidas emocionales o materiales (un hogar, un trabajo), e incluso aquellas vinculadas a etapas de estructuración subjetiva, como el paso de la adolescencia a la adultez.

Freud utilizó el término "reacción" para destacar dos dimensiones del duelo. Por un lado, como un cambio subjetivo inevitable ante una pérdida significativa que sacude nuestra existencia. Por otro, como una resistencia del sujeto a aceptar lo perdido, una lucha interna entre la realidad que indica la ausencia del objeto y la libido que persiste en mantener el vínculo con él. En sus palabras: “El ser humano no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aún cuando les haya encontrado ya una posible sustitución” (Duelo y Melancolía).

Duelos Congelados: Cuando el Proceso se Detiene

La práctica clínica revela que, en muchos casos, el duelo no avanza de manera natural. En lugar de desarmar pieza por pieza los lazos con el objeto perdido, el proceso queda detenido. Este fenómeno, conocido como duelo congelado, puede manifestarse en el paciente como intensa angustia, síntomas psíquicos variados o una apatía constante.

Cuando el duelo se detiene, se convierte en patológico. En estos casos, el sujeto retiene inconscientemente el objeto perdido, sin posibilidad de desplazarse hacia un nuevo vínculo. La consecuencia es una pérdida de la capacidad deseante, dejando al sujeto desorientado, sin rumbo, e incluso atrapado en un estado de confusión que dificulta su capacidad de hallarse en el mundo.

Intervenciones Clínicas: Descongelar el Duelo

El trabajo del analista frente a un duelo congelado se centra en convertirse en un lector de esa detención. A través de preguntas activas y específicas, busca descongelar la situación y promover un movimiento que permita al sujeto historizar su pérdida. Esto implica introducir la dimensión temporal, explorando cuestiones como:

  • ¿En qué momento objetivo ocurrió la pérdida?
  • ¿Cómo se sentía el sujeto a nivel subjetivo en ese momento?
  • ¿Cómo ha transitado otras pérdidas a lo largo de su vida?
  • ¿Qué tipo de lazos libidinales estableció con los Otros primordiales y con sus vínculos actuales?
Del Duelo Congelado al Duelo Normal

La clave clínica radica en ayudar al sujeto a localizar aquello que su psiquis retiene y descifrar los motivos inconscientes que lo llevan a resistirse a perder lo perdido. Este proceso, que se desarrolla dentro del tratamiento, busca que el sujeto desarme los vínculos libidinales con el objeto perdido para poder investir libidinalmente un nuevo objeto. En otras palabras, iniciar el proceso de duelo, pieza por pieza, y así retomar el camino hacia una vida emocionalmente más libre y plena.

¿Por qué es traumática la pérdida de un ser querido?

Sigmund Freud y Jacques Lacan explican que la pérdida de un ser querido es traumática porque nos confronta de manera disruptiva con nuestro desamparo originario, esa indefensión con la que nacemos. Esta condición subjetiva, profundamente inscrita en nuestra existencia, se revive ante la muerte de alguien significativo.

Lo más íntimo del duelo: lo más difícil de subjetivar

Ante una pérdida, suele ser más accesible –aunque profundamente doloroso y angustiante– saber a quién hemos perdido que identificar qué hemos perdido de nosotros mismos a raíz de esa ausencia. Esta última dimensión resulta especialmente difícil de subjetivar.

Sigmund Freud, refiriéndose a los duelos detenidos, afirma: “El enfermo sabe a quién ha perdido, pero no sabe qué ha perdido en él con esta pérdida.”

Lo real de la muerte: un vacío incomprensible

La muerte irrumpe traumáticamente en la trama significante que sostiene nuestra subjetividad. Ante la pérdida de un ser querido, experimentamos un vacío y una desubicación profunda. Esta experiencia inicial, marcada por la incomprensión, nos deja indefensos, perdidos y desorientados en nuestra propia subjetividad.

Bordear el vacío: el desafío de reconfigurar lo perdido

En la misma línea que Freud en Duelo y Melancolía, Lacan sostiene que bordear el vacío generado por la pérdida de alguien significativo es una de las mayores dificultades que enfrentamos como sujetos. Requiere un arduo proceso de reconfiguración, ya que implica reconstruir el lugar que el otro daba a nuestra subjetividad.

Lacan expresa en su Seminario X, La Angustia: “Sólo podemos estar de duelo por alguien del que podemos decirnos: ‘Yo era su falta’.”

Manifestaciones clínicas de los duelos paralizados

En la práctica clínica, es común encontrar pacientes que padecen los efectos de un duelo detenido, con manifestaciones variadas como:

  • Fuertes inhibiciones y apatía.
  • Trastornos alimenticios como anorexia y bulimia.
  • Melancolía, somatizaciones y fobias.
  • Autoacusaciones y violencia contra sí mismos (por ejemplo, cutting).
  • Acting outs y pasajes al acto.
El trabajo de duelo: una labor imprescindible

Frente a lo real de la pérdida, el aparato psíquico enfrenta la tarea de desarmar, pieza por pieza, los lazos que unían al sujeto con lo perdido. Solo así puede reubicar la libido en el mundo que lo rodea.

Pero, ¿cuál es la condición preliminar para que pueda iniciarse este trabajo de duelo?

La intervención del analista: una etapa previa al trabajo de duelo

El analista tiene un rol crucial en esta etapa inicial, ayudando al sujeto en duelo a construir y poner en palabras dos dimensiones esenciales:

  1. Qué lugar ocupaba el otro perdido en su subjetividad.
  2. Qué lugar ocupaba él mismo en la subjetividad de ese otro.

Solo cuando estos dos lugares logran ser significados y traducidos subjetivamente, es posible iniciar el trabajo de duelo. Este proceso permitirá el pasaje de la conmoción traumática hacia la reconstrucción subjetiva que reactivará el deseo previamente paralizado.

sábado, 14 de septiembre de 2024

El trabajo del Duelo ¿Cómo poder perder aquello que amamos?

1- El Duelo es un estado afectivo -normal y esperable- de dolor ante una pérdida de alguien o algo significativo para nuestra subjetividad.

Hay que destacar, tal como afirma J. Lacan, que en el Duelo algo de uno mismo se pierde en aquello de lo que hemos quedado privados, a causa de la pérdida.

Al respecto, S. Freud afirma: “Sepultamos con aquello que perdemos nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces, no nos dejamos consolar y nos negamos a sustituir al que perdimos”.

2- Nuestro Narcisismo.

El estado de Duelo afecta profundamente nuestro Narcisismo en dos niveles psíquicos:

A- Sufrimos el impacto de perder a alguien o algo que “nos hacía falta”.

B- Sufrimos por el lugar que ocupabamos en el otro.

Al comienzo del Duelo sufrimos un colapso traumático en la subjetividad, a consecuencia de la herida producida en nuestro narcisismo. Enorme es el trabajo del Duelo, porque implica una recomposición de nuestro carozo identitario.

3- ¿Cómo “perder” lo perdido?

Frente a la pérdida se hace necesario un Trabajo de elaboración -proceso de duelar- que permite hacer el pasaje del campo real (aquello que indudablemente hemos perdido) al campo simbólico (recolocar la pérdida a nivel psíquico).

¡Importante!

Por este motivo, es importante destacar que duelar lo perdido, de ninguna manera implica el olvido. Por el contrario, para abordar el vacío, primero es necesario reconocerlo y nombrarlo.

4- Tres tiempos que sitúa Freud en la elaboración del Duelo.

Primer tiempo: Como sujetos, renegamos de la pérdida, no queremos saber nada de ella. Existe la creencia de que podemos recuperar lo perdido, aunque la realidad objetiva nos indique lo contrario.

Segundo tiempo: Implica un desprendimiento, pieza por pieza, de los lazos libidinales que nos unen a aquello que hemos perdido. Esto se hace con un gran dolor porque hay un desgarro de nuestro propio narcisismo.

Tercer tiempo: Es el que surge a posteriori del retraimiento libidinal sobre nuestro yo. En este tiempo se comenzará, poco a poco, a sacar nuestra libido del yo que ha quedado dolorido, para investir y reconectarnos nuevamente con el mundo exterior.

Este momento representa el resurgimiento del deseo y la posibilidad de enlazarnos a otro objeto, sobre el que tenemos que construir un lazo diferente, con otras particularidades.

5- Que el sujeto sea capaz de trabajar y atravesar los tiempos de elaboración del Duelo, da cuenta de una importante manifestación de la Pulsión de Vida.

Si en cambio, al sujeto no le fuera posible desplegar el trabajo de Duelo en los tres tiempos mencionados y/o se detiene en uno de ellos, nos encontraremos con manifestaciones clínicas patológicas que llaman a la tarea insoslayable del analista.

La labor del analista será motorizar el trabajo de Duelo, que permitirá sostener el campo deseante del sujeto, vivificador de su existencia.

jueves, 27 de junio de 2024

¿Qué puede detener a un duelo?

 Es posible pensar al trabajo analítico mismo como un trabajo de duelo, y ello en la medida en que, paulatina y sostenidamente, la dimensión inicial de la falta deja lugar a la pérdida, en cuanto a su incidencia respecto de la causación en el sujeto.

Un análisis podría entonces asemejarse a un trabajo de duelo en la medida en que el sujeto se dirige a un analista en búsqueda de lo que no tiene y se encuentra, en la transferencia, con lo que no hay. Es el tránsito entre la demanda y la identificación la que pone a jugar esa posibilidad de la pérdida: de aquello con lo que el sujeto obtura precisamente esa inexistencia.

Ahora, podemos preguntarnos ¿qué podría eclipsar un trabajo de duelo?

Quisiera resaltar fundamentalmente dos dimensiones en juego, en cuanto a un trabajo de duelo. Por un lado, está esa elaboración o tramitación simbólica de esa pérdida antes aludida. Pero, además, el trabajo de duelo también requiere una dimensión temporal. O sea, un duelo conlleva un tiempo en el sujeto, un tiempo de elaboración que no solo no es precipitable, sino que es imposible de calcular con anticipación.

Entonces podríamos decir que ambas dimensiones, de distinto modo, podrían eventualmente eclipsar ese trabajo de duelo. De un lado en cuanto a la disponibilidad simbólica en el sujeto, o sea lo que podría llamarse, con Lacan, “la tela”. Esto no hace a un problema cognitivo, sino a la riqueza y eficacia del orden simbólico que se entramó en la relación fundante entre el sujeto y su Otro.

Como segunda opción, y esta es una característica fundamental de nuestra contemporaneidad, cierta precipitación, cierto empuje en el sentido de no tomarse ese tiempo requerido, y este último punto es patente en cuanto a la eficacia de un análisis, cuyo tiempo es imposible de acelerar.

martes, 25 de junio de 2024

Duelo y melancolía: ¿Cuáles son sus diferencias?

 

¿Cuáles son las características del Duelo y la Melancolía?

EL DUELO:

  • Se produce como reacción frente a la pérdida de un ser amado o una abstracción equivalente.

  • Implica un estado de ánimo profundamente doloroso.

  • Hay una cesación del interés por el mundo exterior.

  • Hay una pérdida de la capacidad de amar.

  • Hay una inhibición de todas las funciones.

  • Es considerado un proceso normal.

  • El sujeto sabe que ha perdido, pero se niega a que su libido se desplace hacia otro objeto. Sin embargo, de modo paulatino, resigna a través de un proceso que le resulta muy doloroso.

  • El objeto amado o su equivalente se ha perdido en el mundo exterior

  • La elaboración del duelo consiste en el abandono del objeto amado que se ha perdido y en el paulatino desplazamiento de la libido amorosa sobre otro objeto exterior.

EN LA MELANCOLIA / LAS MELANCOLIZACIONES

  • Se produce como reacción frente a la pérdida de un ser amado o una abstracción equivalente.

  • Implica un estado de ánimo profundamente doloroso.

  • Hay una cesación del interés por el mundo exterior.

  • Hay una pérdida de la capacidad de amar.

  • Hay una inhibición de todas las funciones.

  • DIFERENCIA CLÍNICA FUNDAMENTAL RESPECTO DEL DUELO: Presencia de un estado emocional exclusivo de la melancolía: perturbación del amor propio, traducida en reproches y acusaciones. 

  • Es considerado un proceso patológico.

  • El objeto amado o su equivalente se ha perdido en el mundo exterior

  • El sujeto no consigue distinguir aquello que ha perdido.

  • El sujeto presente insomnio, rechazo a alimentarse y fundamentalmente carece de fuerza para mantenerse en la vida.

  • Aquí el objeto pertenece al mundo interior,  el Otro primordial. Este Otro no puede perderse y su sombra cae sobre el Yo del sujeto.

  • En la melancolía no hay elaboración del duelo. Esta de suplanta por un mecanismo  Yoico: el Yo del melancólico se divide. Una parte se sitúa enfrente de la otra y lo tortura críticamente, como si fuera la peor basura.

  • Los reproches con los que el sujeto se abruma corresponden, en realidad, a otra persona  (Otro primordial) qué han sido vueltos contra su propio Yo.

  • La elaboración del duelo queda detenida  (duelo patológico), no hay desplazamiento ni sustitución hacia otro objeto amado.

  • El melancólico vive, entonces, en un eterno presente, aferrado a  su Otro primordial. Al sujeto se le genera una corriente de odio a causa de no poder separarse. Este odio hacia su Otro primordial se transforma inconscientemente críticas hacia sí mismo, que las comunica sin pudor alguno.

EL ORIGEN DE LA MELANCOLÍA:

Los accidentes funda antes en el inicio de la Constitución subjetiva

En el duelo normal, se ha producido una pérdida de un objeto amado exterior al sujeto. Proceso consciente - En el tiempo contemporáneo.

En la melancolía no se produce una pérdida. El objeto interior que el sujeto no puede perder es el Otro primordial. Proceso inconsciente - En el tiempo prehistórico, donde no había palabras aún

UNA DEUDA DE AMOR

El Otro de los primeros cuidado no se deja perder, porque produjo un vínculo asfixiante o un abandono libídine al. Esta es la deuda de amor que padece el sujeto melancólico

El Yo del sujeto melancólico está taponado por su Otro primordial, en tanto no lo puede perder. Este taponamiento del Yo impide la emergencia de la falta del otro y la del propio sujeto. Con su falta obstruida, y melancólico se halla con severas dificultades para desear. Por este motivo la melancolía también es denominada “la enfermedad del deseo”.
 

domingo, 5 de mayo de 2024

El duelo en psicoanálisis

 El problema respecto del duelo en el sujeto, sus distintos estatutos, sus diferentes modalidades a lo largo de la historia, es una temática que ocupó no solo a diferentes abordajes clínicos del padecimiento del sujeto, sino también a toda una serie de estudios que tienen que ver con la estructura misma de la sociedad humana, estudios culturales, etnográficos, antropológicos o filosóficos.

Lo que se pone en juego en el duelo, esencialmente, es la posibilidad de tramitar una pérdida. Pero para no reducir este planteo a una contingencia de la vida podemos afirmar que el duelo pone en juego esa perspectiva por la cual, a partir de una serie de operaciones, al sujeto le es posible tramitar simbólicamente una falla que afecta a la estructura misma del lenguaje y que le concierne en su posición de sujeto.

En este sentido el psicoanálisis va a empalmar el trabajo de duelo con el trabajo analítico en sí mismo. Entonces un psicoanálisis deviene un trabajo de duelo en la medida de que se trata de que allí el sujeto asuma la pérdida por lo que creyó ser… para Otro.

Podríamos decir que un sujeto se dirige a un analista para ir en busca de lo que le falta y, torsión transferencial mediante, se encuentra con lo que no hay.

Ese encuentro con esa falla que se escribe como un “No hay”, va delineando clínicamente los distintos modos vía los cuales el sujeto responde, obturando allí.

Entonces es ese punto, esa posición del sujeto la que se juega en el duelo, en un análisis, razón por la cual se trata entonces de un trabajo que conlleva un cierto grado de dolor y de angustia por cuanto la pérdida de la que se trata atañe a aquello que releva la falta en ser del sujeto.

¿Qué puede eclipsar el trabajo de duelo?

Es posible pensar al trabajo analítico mismo como un trabajo de duelo, y ello en la medida en que, paulatina y sostenidamente, la dimensión inicial de la falta deja lugar a la pérdida, en cuanto a su incidencia respecto de la causación en el sujeto.

Un análisis podría entonces asemejarse a un trabajo de duelo en la medida en que el sujeto se dirige a un analista en búsqueda de lo que no tiene y se encuentra, en la transferencia, con lo que no hay. Es el tránsito entre la demanda y la identificación la que pone a jugar esa posibilidad de la pérdida: de aquello con lo que el sujeto obtura precisamente esa inexistencia.

Ahora, podemos preguntarnos ¿qué podría eclipsar un trabajo de duelo?

Quisiera resaltar fundamentalmente dos dimensiones en juego, en cuanto a un trabajo de duelo. Por un lado, está esa elaboración o tramitación simbólica de esa pérdida antes aludida. Pero, además, el trabajo de duelo también requiere una dimensión temporal. O sea, un duelo conlleva un tiempo en el sujeto, un tiempo de elaboración que no solo no es precipitable, sino que es imposible de calcular con anticipación.

Entonces podríamos decir que ambas dimensiones, de distinto modo, podrían eventualmente eclipsar ese trabajo de duelo. De un lado en cuanto a la disponibilidad simbólica en el sujeto, o sea lo que podría llamarse, con Lacan, “la tela”. Esto no hace a un problema cognitivo, sino a la riqueza y eficacia del orden simbólico que se entramó en la relación fundante entre el sujeto y su Otro.

Como segunda opción, y esta es una característica fundamental de nuestra contemporaneidad, cierta precipitación, cierto empuje en el sentido de no tomarse ese tiempo requerido, y este último punto es patente en cuanto a la eficacia de un análisis, cuyo tiempo es imposible de acelerar.

lunes, 11 de diciembre de 2023

La depresión y sus manifestaciones clínicas


¿Sabías que la Depresión es el “cuadro clínico imperante de nuestra época”? Comenzamos diciendo: “ninguna persona queda libre, exenta, de padecer un cuadro depresivo”.

Según la Organización Mundial de la Salud, la Depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo. Suele ser silenciada por diversos motivos, entre ellos la vergüenza a la sanción social.

En una época donde imperan constantemente los mandatos de “felicidad absoluta” y “productividad”, la falta de deseo del sujeto en depresión genera -con mucha frecuencia- respuestas de rechazo y hasta acusaciones de los otros semejantes (familiares, amigos, entorno social), con afirmaciones tales como “no le pones suficiente voluntad”, “¿por qué estas deprimido, si tenes todo para ser feliz?”.

¿Cómo se reconoce clínicamente la Depresión?: “la Depresión no es tristeza”

La Depresión es un cuadro clínico caracterizado, fundamentalmente, por un aplastamiento del estado de ánimo (falto de deseo, con una desmedida merma de la Pulsión de Vida).

El sujeto que sufre Depresión siente un abatimiento corporal (el cuerpo le duele y le pesa), se repliega sobre sí mismo, su deseo se halla anestesiado y una tristeza insidiosa penetra en su ser e inhibe toda acción.

El poeta lo expresa con suma precisión: en el sujeto depresivo “la voluntad está muerta” (Antonio Machado).

Clave Clínica: ¿cómo distinguimos la Depresión Reactiva de la Depresión Grave?

La Depresión Reactiva se caracteriza -al igual que la Depresión Grave- por una caída abrupta de la subjetividad deseante.

Sólo que -a diferencia de la Depresión Grave- surge a modo de reacción ante una pérdida repentina y puntual, originada en el mundo exterior (por ejemplo: la muerte de un ser querido, una ruptura amorosa, un fracaso laboral).

Una vez realizado el duelo por la pérdida, el sujeto recupera su deseo, culminando así su estado depresivo.

La Depresión Grave surge como consecuencia de pérdidas intrapsíquicas muy arcaicas, incluso vividas por generaciones anteriores, que precedieron al sujeto y que no pudieron ser dueladas, mucho menos elaboradas psíquicamente. Decimos entonces que dichas pérdidas no se ubican en el mundo exterior del paciente, como ocurre en la Depresión Reactiva.

Aquello que se ha perdido queda como una herida abierta en la subjetividad. En algún momento “vital” (que el analista tendrá que descifrar) dichos duelos congelados -que guardan intacto el dolor-, surgen como un manantial que invade la vida del sujeto, barriendo su deseo y dejándolo literalmente inerte en cuerpo y alma (carente de Pulsión de Vida).

¿Cuáles son las confusiones diagnósticas entre Depresión y Melancolía?

Las manifestaciones clínicas del sujeto que sufre Depresión son: el abatimiento, el desasosiego, la apatía y, fundamentalmente, una subjetividad apagada (no deseante).

Es común que se genere una confusión diagnóstica con el cuadro clínico de la Melancolía. Sin embargo, la depresión no es Melancolía. S. Freud nos enseña que en la Melancolía aparece algo diferente y distintivo: el sujeto se identifica a un objeto desecho, enteramente despreciable y lo manifiesta a través de autorreproches y autoacusaciones hacia su propia persona. Se considera -así nos lo expresa- como el culpable (en tiempo presente y pasado) “de todos sus males”. Estas particularidades clínicas, están ausentes en el cuadro clínico de la Depresión.

¿Cómo orientar la cura de un paciente que sufre Depresión?

La labor clínica con los pacientes depresivos es altamente compleja, porque el sujeto tiene su deseo apagado y, por lo tanto, no nos explicita una demanda. Es frecuente que sean los familiares aquellos que lo lleven a la consulta.

Nuestras intervenciones apuntarán a recuperar ciertos saberes que se hallan escindidos: significantes, marcas, huellas de la vida del paciente, que nos permitan ubicar aquella pérdida que provocó el repliegue sobre sí mismo y el apagón de su deseo.

Las Intervenciones del analista en el cuadro depresivo

La intervención clínica privilegiada en el cuadro depresivo es la “Construcción en Psicoanálisis”. El terapeuta descifrará la pérdida, tan significativa para el sujeto, que en su tiempo no pudo ser duelada.

El analista se hará vocero de esas historias que han quedado congeladas y desconectadas del tiempo presente.

Nuestra apuesta clínica será hacer un pasaje de la mortificación -de aquello que no pudo ser duelado- al ruido propio del deseo -que encenderá nuevamente la vida del sujeto-.

viernes, 25 de agosto de 2023

Seminario 6: El duelo y Hamlet (2)

 Ver entrada anterior: Seminario 6: El duelo y Hamlet (1)

En Hamlet, el lugar que rompe con incesto incestuoso de su madre Gertrudis es Ofelia.

Ofelia es un amor imposible de Hamlet, una historia paralela que se va dando. Ofelia había sido alguien que para Hamlet tenía una importancia fundamental. Él se había enamorado de ella en algún momento. Sin embargo, él la desprecia. Ella está como una condición erótica que Hamlet no está dispuesto a acceder. Lacan dice que Ofelia representa el falo, algo que mueve el deseo en Hamlet, pero que no lo reconoce.

En ese movimiento del duelo, Hamlet necesita poder reencontrar la vía de su deseo. Y eso solo se va a poder realizar cuando Ofelia ocupe un lugar en su deseo. Esto ocurre cuando Ofelia se suicida y retroactivamente Hamlet se da cuenta de qué lugar ocupaba ella para él. Dice Lacan:
Ofelia se mata cuando Hamlet estaba de viaje. Al volver, él se entera de lo sucedido. Él ve al hermano de Ofelia llorando en un cortejo fúnebre y ahí se da cuenta de que la fallecida era ella. Ahí Hamlet entra en una lucha especular con el hermano, en el punto que ni mil hermanos podían llorar más que él. Ofelia ocupa un lugar en su deseo a partir de haberla perdido. Ya el deseo no es según el semblante, sino en función del deseo que soporta esos semblantes que porta.

A partir de identificar a Ofelia como objeto de deseo, es que l deseo de Hamlet se rectifica. De esta manera, la primera escena tiene que ver con la aparición del padre; la segunda, con la play scene de la muerte del padre (deseo de matarlo); la tercera, con el padrastro (el objeto de deseo para la madre); la cuarta, con esta escena del cementerio, donde Hamlet articula su deseo en su propia historia de vida.

La última escena es la lucha en un duelo personal con Claudio. Claudio había envenenado la espada y una copa. Quien queda tocado por la espada es Hamlet, pero Gertrudis bebe de la copa. El lapso entre la muerte de la madre y su propia muerte por advenir le da Hamlet la chance de matar a Claudio. Además, siendo él el rey, puede nombrar a su sucesor.

miércoles, 28 de junio de 2023

Duelos detenidos ¿Qué son y cómo detectarlos en la clínica?

Sigmund Freud define al duelo -en el año 1915- como una “Reacción” subjetiva frente a una pérdida.

¿A qué tipo de pérdida refieren los duelos?

Pérdida de la vida de un ser querido, pérdida de aspectos de uno mismo (capacidades físicas, mentales), pérdidas emocionales y/o materiales (el lugar de residencia, un trabajo), pérdidas ligadas a los tiempos de estructuración subjetiva (pasaje de la adolescencia a la adultez).

¿Por qué S. Freud utiliza la palabra “Reacción”, cuando define lo que le ocurre al sujeto frente a una pérdida?

Porque la palabra “Reacción” contiene dos sentidos:

Primer sentido El duelo como “reacción” ante una pérdida: Alude a un cambio subjetivo que se produce frente a una pérdida que sacude nuestra vida.

Segundo sentido El duelo como “reacción” ante una pérdida: También alude a la resistencia que opone el sujeto a aceptar aquello que ha perdido.

Frente a una pérdida significativa, sentir dolor, decaimiento y falta de interés respecto al mundo exterior resulta altamente comprensible. Sin embargo, cabe preguntarnos por qué el sujeto humano se resiste y/o se opone a admitir lo perdido.

¿Por qué nos resistimos a perder lo perdido?

Nos resistimos y nos oponemos a aceptar una pérdida significativa porque –tal como afirma S. Freud- como sujetos, nos vinculamos con los otros y con las cosas fundamentalmente a través de nuestra libido y, de manera secundaria, lo hacemos desde nuestro intelecto –aquel que claramente nos muestra que el objeto se ha perdido-.

“El ser humano no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aún cuando les haya encontrado ya una posible sustitución”. - Sigmund Freud “Duelo y Melancolía”

¿Qué nos demuestra frecuentemente la clínica?: Los duelos detenidos

La práctica clínica nos demuestra que, en muchas oportunidades, el proceso de duelo normal y esperable (es decir, “desarmar -con dolor- pieza por pieza los vínculos que ha establecido con el objeto”), queda detenido.

El sujeto se presenta a la consulta -en el mejor de los casos- advertido de esa detención y con afectos verdaderamente perturbadores (con intensa angustia, con síntomas psíquicos de distinto tenor y con una apatía constante).

¿Qué le ocurre al sujeto cuando el duelo se detiene?

El duelo se convierte en patológico toda vez que a nivel psíquico se produzca una retención del objeto perdido, sin posibilidad de desplazamiento a un nuevo objeto. Se detiene, así, el proceso de duelo, perdiendo el sujeto la capacidad deseante. Y ahora, será él mismo como sujeto el que se sienta perdido -sin rumbo, sin orientación, llegando incluso a poder tener un estado de tal confusión que no le permita hallarse en ningún lugar-.

¿Cuáles son las intervenciones clínicas frente a un duelo detenido?

El analista se hará lector del duelo congelado. Basará su lectura analítica en los relatos del propio paciente, propiciados por preguntas que el analista –de manera activa- le formulará con la finalidad de descongelar la situación presente y promover un movimiento, es decir una historización del duelo que se ha detenido.

El analista introduce la dimensión temporal:

¿En qué tiempo objetivo se ha producido la pérdida?, ¿Cómo se sentía, a nivel subjetivo, cuándo ocurrió dicha pérdida?, ¿Cómo transitó, a lo largo de su vida, otras pérdidas?, ¿Qué lazo libidinal tuvo con sus Otros primordiales?, ¿Qué lazo tiene con sus otros significativos en el tiempo presente?

¡¡Clave Clínica!!: ¿Cómo hacer el pasaje del duelo detenido al duelo normal?

Cuando el sujeto pueda localizar aquello que su psiquis retiene, como así también cuáles son los motivos y las causas -a ser descifrados de su propia historia-, que lo hacen oponerse (inconscientemente) a perder lo perdido, podrá empezar, en el Tratamiento mismo, el proceso de duelo:

“Desarmar pieza por pieza los vínculos libidinales con el objeto perdido para apuntar, así, a libidinizar un objeto nuevo”.

lunes, 20 de marzo de 2023

La inhibición y sus dos caras

La inhibición es definida por S. Freud desde dos perspectivas:

Es una operación fundante del aparato psíquico: el Yo inhibe montos de energía (pulsional) cuya irrupción causaría un impacto con consecuencias muy perturbadoras y sufrientes para el sujeto.

¿Qué cuadros clínicos se presentan cuando el Yo no puede inhibir el des-borde de las pulsiones?
  • Impulsividad, Agresividad.
  • Acting out y Pasaje al acto.
  • Ataque de pánico.
  • Cutting.
  • Problemáticas alimentarias (Anorexia, Bulimia).
B) La inhibición desde su costado perjudicial para el sujeto: el “Yo inhibido”

Esto ocurre cuando el Yo del sujeto se inmoviliza y se paraliza, como acción de defensa muda contra la angustia.

¿Qué cuadros clínicos se presentan cuando el Yo se paraliza -para defenderse de la angustia- y se inhibe de ejercer sus funciones?

La duda neurótica (sin salida) que, en oportunidades, arrastra al sujeto -como intento de “solución”- a cometer acciones compulsivas para salir de la tortura de la duda.

La fobia, que le ocasiona al sujeto, en el cotidiano vivir, todo tipo de limitaciones en los diferentes espacios de su vida.

Neurosis de carácter, donde el sujeto está inhibido en sus funciones deseantes pero no es consciente de ello y expresa: “Yo soy así”.

Duelos patológicos, que ocurre cuando la libido inhibida por el proceso del duelo no vuelve a resurgir -en un tiempo esperable de elaboración- para investir nuevamente los objetos del mundo.

“Inhibiciones morales”, así denomina S. Freud a los sujetos que renuncian a sus deseos por mandatos del Superyó.

¡¡Importante conclusión clínica!!:

Las inhibiciones producidas por un yo que no puede inhibir los impulsos necesitan un tratamiento psicoterapéutico, porque el sujeto tiene que contar con la castración, operando con eficacia en el cotidiano vivir.

Las inhibiciones producidas por parálisis del yo necesitan de un tratamiento psicoterapéutico, porque sujeto sólo se realiza en el movimiento deseante.

lunes, 20 de febrero de 2023

El Dolor Psíquico. Angustia neurótica- Dolor masoquista- Masoquismo perverso.

El abordaje del tema del dolor psíquico, implica la confrontación con un campo heterogéneo que exige una delimitación para poder definir sus contornos. 

Encontramos en la obra, tanto freudiana como lacaniana, múltiples referencias a éste término sin embargo presenta una dificultad establecer una definición precisa del mismo. En el texto Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud nos indica que debemos diferenciar el afecto de la angustia, el dolor y el duelo. Incluso titula el punto C. de la “Addenda: Angustia, dolor y duelo”, preguntando: ¿Cuándo la separación del objeto provoca angustia, cuándo duelo y cuándo quizá sólo dolor? 

Vemos en este párrafo que, según Freud existe la posibilidad de que para el aparato anímico se presente quizás, sólo dolor, apuntando a que sea diferenciado del afecto de angustia y del duelo. Si bien en el campo del psicoanálisis se han realizado frecuentes observaciones sobre las diferencias, podemos afirmar que acerca de la angustia, tanto Freud como Lacan, han teorizado, lo mismo respecto del duelo, sin embargo, en lo que atañe al dolor, encontramos diversidades que no facilitan determinar su especificidad. El objetivo entonces, de este libro apunta a retomar la indicación freudiana de establecer esa diferencia. 

En primera instancia debemos tener en cuenta que mientras la angustia y el dolor implican afectos, el duelo alude a un proceso de trabajo psíquico, tal como lo plantea el trabajo del sueño. Si bien, suele asociarse al dolor como el afecto que está en juego en el duelo, nos interesa situar su especificidad dado que nos encontramos, además, con otros modos clínicos que lo ponen de manifiesto. Si el dolor sólo se relaciona con el duelo, debemos determinar alguna especificidad para la dimensión del duelo imposible, como se verifica respecto de la melancolía. 

La pertinencia de interrogar el término “dolor psíquico” es tanto conceptual como clínica, dado que en el ámbito de la práctica, la cuestión de los afectos, teniendo en cuenta su presencia y pregnancia, llevó en muchos casos a diagnosticar por la vía del trastorno del humor. Diagnosticar por esa vía no es solo pre-freudiano, sino que es pre-cristiano, pre-aristotélico y también pre-socrático. Es hipocrático, dado que está basado en la teoría humoral. En cambio nuestro punto de partida es la condición lenguajera de los afectos, y de que éstos son efectos de lo imposible en la estructura, desde esta premisa hemos recortado modos clínicos en un contrapunto entre la angustia neurótica, el dolor melancólico y la perversión masoquista. 

El primer modo clínico, la angustia, en su carácter más radical, que podemos llamar dolor/terror, recordando que Freud llama “vivencia de terror” en La interpretación de los sueños a lo que llama “vivencia de dolor” en el Proyecto… implica un instante de avasallamiento subjetivo, ya que frente a ese “algo” en su carácter de hostil, que produce tal afecto, la escena del mundo se hunde, imponiéndose la emergencia de aquello incompatible con el yo, que no es apto para la yoización. Ese afecto es recortado muy tempranamente en Freud, incluso cuando propone la histeria de terror. 

Un caso de trauma psíquico, que implica una laguna en lo psíquico, la amnesia, y un resto, el terror. En lo que atañe a la angustia en la neurosis, elegimos la vertiente de la angustia traumática, teniendo en cuenta que esa modalidad es una de las posibles manifestaciones de este afecto, pero dista de ser la única. Si bien Freud ya había dejado establecido que neurosis y normalidad no se diferencian tajantemente, vale la pena señalar esta cita del texto Inhibición, síntoma y angustia (1926): “El neurótico se diferencia del hombre normal por sus desmedidas reacciones frente a estos peligros. Y, en definitiva, la condición de adulto no ofrece una protección suficiente contra el retorno de la situación de angustia traumática y originaria”. Es esta modalidad de la angustia la que se aborda en el texto. 

El segundo modo clínico, que podríamos llamar dolor psíquico in strictu sensi, una dimensión libidinal del dolor se ajusta por un lado al duelo, en el que a diferencia de la angustia, lejos de evitar el encuentro con el objeto, su pérdida impone el deseo del reencuentro, aunque sea en el más allá celestial, implica una reunión imposible, y nuevamente a diferencia de la angustia, es un desgarro para el yo, es una parte de sí que se ha perdido, aunque lo que sostiene ese trabajo de duelo, y el dolor en juego se vincula con qué lugar ocupamos en relación a aquel que se ha perdido, qué objeto fuimos para el deseo del Otro, en donde el yo no es más que vestiduras. El tiempo en que la castración vuelve a nosotros. 

En sus diferencias, el dolor melancólico, se encuentra emparentado con el duelo, pero en su carácter de imposible y eternizado. La pérdida de objeto, más bien es la imposibilidad de perderlo, incluso podríamos decir que en el reverso de la angustia, el objeto en su carácter de hostil, en lugar de quedar segregado y ser incompatible con el yo, es parte del sí mismo propio. Una no-separación entre el yo y el objeto que devenido hostil, hacen Uno en el delirio de insignificancia o en el pasaje al acto; nuevamente, una reunión imposible. 

El hecho de que Freud adscriba a la melancolía en el campo de las neurosis narcisistas, nos habilita a situar que el dolor, correlato de la ley moral kantiana, implica el efecto del imperativo superyoico, no atemperado por el Ideal del Yo, ni erotizado por el masoquismo moral, que resexualiza la moral. En cuanto al tercer modo, el masoquismo en la práctica perversa, retoma la tesis freudiana de que existe una coexcitación libidinal del dolor, que da cuenta de dicho masoquismo. Sin embargo, lo que se verifica en esta práctica es una paradoja del dolor, ya que no es el dolor lo esencial, sino el ser tratado como “perro bajo la mesa”, objeto común en tanto mercancía, con otra paradoja, es el masoquista el dueño de la situación, el que maneja los hilos, él “pide ser tratado” incluso bajo reglamento, es la irrisión del superyó, se rebaja la ley al reglamento consensuado. Se establecen reglas ya que el asunto es que en el juego del dolor, éste no llegue muy lejos. Se acuerda la “palabra de seguridad” que indica cuándo concluye la práctica. Aunque el juego es que el partenaire no sea sádico, es decir se angustie al no saber hasta dónde su amo puede llegar en las órdenes que imparte. 

Resumiendo, hay diferentes modos en los que el dolor puede manifestarse, bajo la forma del terror, como angustia traumática, como dolor propiamente dicho, en el punto en que algo del narcisismo de diversas maneras se pone en juego y el masoquista, que paradójicamente revela que no es el dolor allí lo esencial.

Fuente: Eisenberg E., (2015) "El Dolor Psíquico. Angustia neurótica- Dolor masoquista Masoquismo perverso." Revista Universitaria de Psicoanálisis, 2015

viernes, 27 de enero de 2023

Clínica del duelo: impedido- patológico-imposible

RESUMEN: Tomando los desarrollos que Lacan realiza a partir del Seminario 6, El deseo y su interpretación (Lacan, 1958-1959) y el aporte fundamental del Seminario 10, La angustia (Lacan 1962-1963 podemos ubicar respecto del duelo: un primer tiempo, la renegación fálica, segundo el tiempo de la elaboración, los ritos, el Logos, y tercero el tiempo de la sustitución, el suplemento. Pero esos tiempos no siempre son llevados a buen término, dado que o bien puede resultar detenido, impedido de realización, o puede tener un carácter de detención que podríamos llamar crónico o patológico, presente en algunas neurosis graves, sin que por ello resulte en un duelo imposible, como podríamos adscribir a la melancolía. Situamos entonces tres modos en los que el duelo puede presentarse: Impedido, Patológico o Imposible.

En trabajos anteriores hemos situado la función subjetivante e instituyente del duelo ya que el objeto de duelo es efecto de un duelo anterior, estructural que constituye y configura el imperfecto aparato psíquico.

Nos avisa Freud que se necesita tiempo para ejecutar detalle por detalle la orden que procede del examen de realidad que exhorta acusar recibo de la ausencia del objeto amoroso; y cumplido ese trabajo, el yo ha liberado su libido del objeto perdido. Liberación que se da mediante la puesta en marcha del desasimiento y la desatadura.

Los tiempos entonces en que se cumple, el desasimiento libidinal, la desatadura del objeto y su sustitución podemos distinguirlos en tres, organizados de acuerdo a la posición del sujeto frente a la falta en ocasión de esa pérdida:

Tomando los desarrollos que Lacan realiza a partir del Seminario 6, El deseo y su interpretación (Lacan, 1958-1959) y el aporte fundamental del Seminario 10, La angustia (Lacan 1962-1963) respecto de la cuestión del objeto, podemos ubicar: un primer tiempo, la renegación fálica, segundo el tiempo de la elaboración, los ritos, el Logos, y tercero el tiempo de la sustitución, el suplemento.

Pero esos tiempos no siempre son llevados a buen término, dado que o bien puede resultar detenido, impedido de realización, o puede tener un carácter de detención que podríamos llamar crónico o patológico, presente en algunas neurosis graves, sin que por ello resulte en un duelo imposible como podríamos adscribir a la melancolía.

Entonces situamos tres modos en los que el duelo puede presentarse: Impedido, Patológico o Imposible.

El duelo impedido podemos formalizarlo si tenemos en cuenta justamente los tiempos en que el trabajo se lleva a cabo.

El primer tiempo, el de la renegación, podemos resumirlo en el enunciado “No puedo creer que esté muerto”.

En el texto del fetichismo Freud homologa el caso del varón que reniega de la falta de pene en la mujer, con dos niños que no reconocían la muerte del padre. De manera tal que tenemos dos aristas del duelo que están en relación, el duelo por el falo y también ese lugar central en Freud que es el duelo por el padre, dejemos mencionado que al abordar los textos que se refieren al duelo, Freud ya cuenta con Tótem y Tabú (Freud, 1913).

En el caso del duelo por el falo, podemos ubicar el duelo del niño en posición de ser el falo, en donde aparece la pregunta ¿puedes perderme? O sea su propia pérdida. Un punto de pérdida que instituye al sujeto como falta.

O lo que señala Freud del niño desapareciendo de su imagen en el espejo, en el fraseo infantil “bebe ooo”.

Podemos mencionar también el duelo por tener el falo en la declinación del complejo de Edipo. Ahí donde el niño tiene la tarea de habérselas con la castración, en el sentido del complejo de castración.

En el Seminario 6 (Lacan, 1958-1959) retoma esta tesis freudiana, y desarrolla el duelo por el falo, el registro en el que éste se juega y los efectos que se pondrán en marcha en general en todo duelo, bajo el modelo del duelo por el falo.

La teoría de la culminación del duelo como desasimiento libidinal y la posibilidad de encontrar un sustituto incluso mejor que el objeto perdido, se equipara a las consideraciones freudianas acerca de la sexualidad femenina, ya que al parecer nunca se acusa recibo de la falta de pene en la mujer porque ésta es sustituida gracias a las ecuaciones fálicas, de un modo renegatorio.

Así el duelo y la femineidad guardan la misma lógica de sustitución fálica.

El sujeto del duelo tiene que cumplir una tarea que en cierto modo sería la de consumar por segunda vez la perdida provocada por el accidente del destino del objeto amado. La función del duelo es subjetivar esa pérdida, es una reinscripción, un volver a pasar por ese tiempo de institución subjetiva, es un tiempo en que la castración vuelve a nosotros.

Freud ha hecho de la castración la vía de acceso al objeto del deseo y Lacan agrega que el objeto de deseo no se constituye en el fantasma sino sobre la base de un sacrificio, de un duelo, una privación del falo.

Retomando, es en este primer tiempo entonces que veremos aparecer los fenómenos del duelo que conectan con la dimensión del falo:

Lacan, emparenta a la renegación de los fenómenos del duelo con los fenómenos elementales de la psicosis sin serlo, dado que puede llegar a tener carácter alucinatorio.

Si bien es necesario distinguir el duelo de la angustia, en el tiempo en que aparecen los espectros en el trabajo del duelo podemos reconocer la emergencia de ese afecto, al modo de lo unheimlich freudiano, que conectan con el falo, el espectro fálico, el ghost de Hamlet, Lacan lo llama falofanías, neologismo entre fenómeno, falo y epifanía, lo que subsiste en la iluminación de un instante. En este tiempo la posición del sujeto es renegatoria de la falta en el campo de lo imaginario, bajo el mismo modo de la locura colectiva, como la creencia en los fantasmas. El falo que, si aparece no es sin velo. Tanto en lo que respecta a la dialéctica del “ser” como a la de “tener”.

En este tiempo entonces que la posición del sujeto es renegatoria de la falta, dimensión que se juega en el campo de lo imaginario, Lacan recorta de Freud que el duelo por el falo es una exigencia narcisista del sujeto.

Veamos en algunos fragmentos de la práctica los modos en que el duelo se detiene, se cronifica o tiene una imposibilidad en la estructura.

Aclaremos que obviamente no hace falta una pérdida de objeto fáctica para que se evidencie la posibilidad de que el trabajo del duelo se ponga en marcha o se vea dificultado o imposibilitado.

Una paciente relata que en su casa tiene la sensación de presencia de su padre, muerto hace varios años, como si estuviera como siempre, sentado en su sillón. En el transcurso del análisis se puso de manifiesto que dicha presencia era solidaria de una pregunta materna formulada de manera frecuente frente a la demora del retorno de su padre del trabajo, ¿cuándo llegará tu padre?, ¿dónde andará tu padre?

Preguntas retóricas imposibles de responder. Muerto el padre ya nadie hablaba de él ni una palabra, ni siquiera una foto. La falofanía expresión de un duelo detenido se puede pensar como una respuesta a una demanda materna gozosa, imposible de responder.

El segundo tiempo es el del Logos, la elaboración, que es el trabajo efectivo, trabajo de rememoración, el desasimiento de la libido pieza por pieza del objeto perdido, Ideal por Ideal coincide en esto Lacan con Freud, aunque para Freud implican desasimientos, Lacan se pregunta si no son formas de mantener un lazo con el que ya no está. Aparecen los efectos de devaluación del duelo, es el tiempo en que se evidencia el recogimiento, el empobrecimiento libidinal y podemos leer en Freud qué es lo que sucede con el deseo, ya que retoma la metáfora del deseo como capitalista, como lo hizo en La Interpretación de los sueños (Freud, 1900), pero en el duelo lo compara con un especulador que tiene el dinero inmovilizado. Dado que si el yo es requerido por una tarea psíquica particularmente gravosa, como un duelo, se empobrece tanto en su energía disponible que se ve obligado a limitar su gasto, como un especulador que tuviera inmovilizado su dinero en sus empresas.

El vínculo entonces que se trata de restaurar y mantener es con el objeto fundamental, el objeto oculto, el objeto a. Parafraseando a Lacan, llevamos luto y sentimos los efectos de devaluación del duelo, en la medida en que el objeto por el cual llevamos luto era, sin que lo supiéramos, lo que se había constituido, aquello que nosotros habíamos constituido como el soporte de nuestra castración.

Otra modalidad también renegatoria es hacer de “yo era su falta” falta moral. “Por mi culpa/falta”. Tiene la apariencia de no ser renegatoria por el carácter acusatorio, pero el neurótico tiende a cargar con la culpa/falta más fácilmente que con la falta/pérdida, lo cual lo lleva a la situación de desamparo, otra interpretación acerca de la inexistencia del Otro garante.

Una paciente presenta un estado de tristeza permanente. En su relato asegura que ella vino a ocupar el lugar de su hermano muerto, dicho de su madre que estaba de duelo permanente. Un duelo capturado por este tiempo del rito, el duelo por el hermano muerto era un estado permanente de situación. La paciente por un lado se identifica a ese duelo y por otro lado, no pudiendo estar a la altura y ocupar un lugar de yo ideal para la madre, el modo que encuentra de hacerse un lugar en el Otro, no es el de ser amada sino el de ser necesaria y eficiente, incluso bajo el modo que entiende masculino, de ser la que mantiene a su partenaire o sale adelante sola. Apenas comienza a trabajar y por más de 50 años entrega el sobre con su salario, primero a la madre, luego a los maridos, a sus hijos y así sucesivamente hasta que entra en crisis al no tener a quién entregarle su sobre, ya no es necesaria para nadie.

Su duelo por no haber sido amada por el Otro, se expresa en el “mejor no haber nacido” que Lacan recorta en Edipo en Colona. Un duelo que podemos calificar como patológico en el punto en que está suturado con el inestable aunque fijo fantasma de hacerse necesitar, que confirma y mantiene “la no haber sido nunca amada”.

Ahora bien, una cosa es decir que en el duelo hay un punto imposible, dado que todo el sistema significante no puede colmar ese agujero en lo real y otra cosa es decir que hay un duelo imposible, que es el caso de la melancolía.

El agujero en lo real provocado por la pérdida se encuentra en oposición a la Verwerfung, con su clásica definición: lo que es rechazado en lo simbólico reaparece en lo real.

Cuando Lacan conceptualiza la oposición entre la Verwerfung como agujero en lo simbólico versus el duelo como un agujero en lo real, no alude a un observable, la ausencia del objeto, sino topológicamente, el lugar donde se proyecta el significante faltante, el significante cuya ausencia vuelve al Otro impotente para dar una respuesta.

El objeto del duelo comparte con el objeto de deseo la condición estructural de encuentro imposible, lo que nos remite nuevamente a la cuestión del agujero en lo real.

En las lecciones del Seminario 6, El deseo y su interpretación (Lacan, 1958-1959) reflexiona acerca del duelo de Hamlet por Ofelia y pone en relación el duelo y el deseo y nos advierte no tomar rápidamente la categoría de lo imposible como patrimonio de la neurosis obsesiva.

Entonces no alcanza con el dato de estructura de la imposibilidad, es necesario que el sujeto acceda a ella, que construya el objeto ajustándose a esa falta de adecuación, esa falta de correspondencia, lo que equivale a la subjetivación de la misma. Un doble rizo que permita pasar cada vez por la marca de la imposibilidad.

Una paciente relata haber trabajado de prostituta, de “sereno” en un edificio, y otras actividades, indistintamente. Al decir de Hassoun, vivía pasiones devastadoras en un cuerpo que ya no deseaba, la deserotización imperaba en ella. Está de novia, pero se la pasa durmiendo, cuando hay una reunión, nunca está para la foto, no es una sustracción histérica de la escena, no hay luego de estos episodios ningún reclamo al otro, la alteridad no le concierne, como sí de diversa manera a la histérica o al paranoico, o la belle indifference, o la intriga histérica o la inocencia y persecución paranoica. No se trata de ello.

El otro no existe para ella como ella no existe para el otro, cercano al síndrome de Cotard en la que se llega a negar el propio cuerpo, un no existo radical, ni siquiera una demanda. La falta de fe en que algo pueda ser de otro modo, esa modalidad de fijeza no libidinal sino eternización, bajo la modalidad de mortificación del significante, da cuenta de la imposibilidad del duelo, no constituye un lugar de falta en el Otro, ella se retira de la fiesta a la siesta, y nadie la reclama para la foto, tampoco ella.

Tenemos recortados a partir de estos fragmentos tres modalidades del duelo, en el primer caso detenido en la falofanía, organizada a partir de una demanda de goce materno, en el segundo caso un duelo crónico o patológico, cuya modalidad aparece bajo la forma de no ser amada identificada a un duelo materno y al hijo muerto, y el tercero, una forma que refleja la imposibilidad del duelo ya que el sujeto parece no hacerle falta a otro a quién duelar, ni ser ella objeto del duelo del Otro, alguien que pueda perderla.

A partir de estos fragmentos podemos situar que para que el trabajo del duelo sea posible y ponga en marcha sus tiempos de resolución se requiere la condición de poder pasar nuevamente por la lógica de la castración, dado que es el tiempo en que la castración vuelve a nosotros y nos vemos como lo que somos, objeto a en relación al deseo del Otro.

BIBLIOGRAFÍA

Eisenberg.E (2015) El dolor psíquico. Angustia neurótica-Dolor melancólico-Masoquismo perverso. Ed.Eudeba

Eisenberg, E. (2003) Melancolía: una tendencia a la desazón. En el Libro Primera clínica freudiana (p. 107-113). Buenos Aires. Ed. Imago Mundi,

Eisenberg, E. (2008) Preguntas acerca del duelo. En Publicación de las Memorias y expuesto en las XV Jornadas de Investigación y Cuarto Encuentro de Investigaciones en Psicología del MERCOSUR.

Freud, S. (1916-1917) Conferencia 25, La angustia. En Conferencias de introducción al psicoanálisis. En Obras completas. Vol. XVI. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1989.

Freud, S. (1916-1917) Conferencia 26, La teoría de la libido y el narcisismo.

En Conferencias de introducción al psicoanálisis. En Obras completas. Vol.XVI. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1989.

Freud, S. (1917) Duelo y melancolía. En Obras Completas, Vol. XIV. Buenos Aires. Amorrortu Editores, 1989.

Hassoun, J. (1996) La crueldad melancólica. En Colección La clínica de los bordes. Buenos Aires. Ed. Homo Sapiens.

Lacan, J. (1958-1959) El Seminario, Libro 6. El deseo y su interpretación. Ed.Paidós

Lacan, J. (1958-1960) Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad. En Escritos II (p. 627- 664) Buenos Aires, Ed. Siglo XXI, 2008.

Lacan, J. (1962-1963) El Seminario. Libro 10. La angustia. Buenos Aires. Ed. Paidós, 2006.

Cita: Eisenberg, Estela Sonia (2015). Clínica del duelo: impedido-patológico- imposible. VII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XXII Jornadas de Investigación XI Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Duelos congelados

Al presentar una experiencia de trabajo con víctimas del terrorismo de Estado, el autor construye el concepto de “duelo congelado” y retoma la noción de “tragedia subjetiva” que Lacan desarrolló a partir de la Antígona de Sófocles.
Un colectivo de profesionales, en su mayoría psicoanalistas (médicos o psicólogos) que trabajan en diferentes servicios de salud mental articulados con el Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos Dr. Fernando Ulloa, dependiente del Ministerio de Justicia y DD.HH. de la Nación, llevó adelante una tarea conjunta que consistió en la aplicación de una serie de dispositivos destinados a la asistencia de las víctimas del terrorismo de Estado. En ese marco, se profundizó la extensión de la noción freudiana de carencia de amparo llevándola a la posibilidad del desamparo ante el terror, que constituye un orden de vulnerabilidad subjetiva diferente al desamparo estructural del ser hablante. Fue así como advertimos que el empleo conceptual del término “vulnerabilidad” en este campo resulta en una generalización inconducente, si se desoyen las particularidades subjetivas de la encrucijada traumática.

Definir sólo como un hecho político-económico el período de terrorismo de Estado implementado por la dictadura cívico-militar de los años de 1970 es desoír su carácter de situación anómala y brutalmente trágica en sus consecuencias sociales y subjetivas. Anomalía que sitúa estos hechos como lo trágico puro, aquello que el psicoanálisis aporta como tragedia subjetiva. Dimensión esta que enfrenta, cada vez, al sujeto con su pequeño margen de decisión ante el destino, la repetición y su asentimiento de responsabilidad.

Si retomamos la idea de tragedia subjetiva es para situar un hecho ineludible: el valor del testimonio de cada una de las víctimas directas e indirectas. El relato no es una mera percepción individual de lo vivido sino que, al modo de la experiencia de las tragedias clásicas, esa voz y ese cuerpo le permiten al sujeto hacer oír, dar fe en el asentimiento de su experiencia, y a la trama social afectada recuperar trazas, indicios y restos de la verdad de aquellos otros que ya no están.

En Grecia, la tragedia ponía en escena la voz de los hombres y el infortunio de los dioses como experiencia ligada a la ética de la felicidad y el destino. Si algo definía la felicidad en la polis antigua eran la serenidad y la esperanza: serenidad ante los acontecimientos naturales y los hechos e infortunios de la vida; esperanza siempre abierta a lo por venir. La tragedia permitía, a través de su representación escénica, la puesta en acto en forma invertida del anhelo de felicidad, al promover la catarsis de las pasiones del alma (el temor, el dolor y la piedad) que agitaban a la ciudad y a sus habitantes. Entendemos la cualidad de lo trágico puro como el espíritu de lo trágico, a diferencia de la tragedia como género estético.

A partir de la experiencia de asistir estas situaciones en la tragedia de los afectados por el terrorismo de Estado, confrontamos un conflicto, que deja un saldo siempre abierto, acerca de las preguntas por la acción moral, el punto de tensión entre la culpa, la verdad y el dolor, la imposibilidad, en más de una ocasión, de “cerrar” una versión de los hechos acontecidos, atacando la posibilidad de llevar adelante un duelo ante las pérdidas, diferenciándose radicalmente de otras situaciones trágicas de las neurosis de la modernidad en general, tal como aprendimos a leerlas en las encrucijadas trágicas clásicas de Edipo y Hamlet.

Hablar linealmente de culpa trágica y retorno deja abierta una errancia peligrosa en las víctimas de las atrocidades cometidas por el Estado terrorista: por sus consecuencias equivocadamente culpabilizantes, se desvirtúa el verdadero aporte del psicoanálisis frente a este sino trágico que deja siempre un saldo estragante. La dimensión trágica en juego, a diferencia de aquellas neurosis de la modernidad, nos remite a la Antígona releída por Lacan en su seminario La ética del psicoanálisis, donde deja establecida una nueva axiomática para comprender el goce y el horror. Antígona, a diferencia de otros héroes trágicos, marcha indefectible y forzadamente hacia su destino para reclamar, por parte del tirano, un orden justo y bello de reconocimiento de la dignidad de la existencia, más allá de la muerte física de su hermano; tal es su acto, aun frente al horror de ofrendar su vida, al atravesar el límite imaginario de lo bello en su propio cuerpo encerrado y consumido bajo un enclaustramiento autoimpuesto.

La culpa trágica de la puesta en acto de Antígona, extensible a las situaciones aquí aludidas, bajo ningún aspecto se corresponde con la culpabilidad o autorreprochabilidad del sujeto en términos jurídicos, sociales o penales –menos aún con la valoración de la relación entre la culpa y la verdad del sujeto que la filosofía piensa como culpa moral consciente–, sino que ilustra acerca del lazo entre culpa y conciencia moral y de ésta con el superyó, instaurando lo que Freud dilucidó como otro orden de culpabilidad solidario al sentimiento inconsciente de culpa y sus consecuencias.

Un hecho singular en la experiencia clínica con los afectados es la presencia, en múltiples casos, de duelos no tramitados, “congelados” en su elaboración y con efectos subjetivos devastadores. La condición de “congelamiento” de lo perdido interroga el binario entre duelo normal y patológico, ya que determina un estado y posición del sujeto que recusa lo que ya sabe sin que por ello pueda evitar lo que esa pérdida horada y “goza” en su existencia. No por tal cualidad y naturaleza paradojal cesa de escribir y afectar el cuerpo de la misma víctima, aunque conscientemente sepa de lo irracional de sentirse culpable ante tal situación.

No se trata de un hecho de desconocimiento, la víctima está advertida de aquellas cuestiones, pero no puede torcer ni la voluntad axiomática del goce culpabilizante del superyó, ni el excedente pulsional en juego. Solo el psicoanálisis se detiene en tal diferencia y aporta la posibilidad de reestablecer otra posición del sujeto frente al duelo.

En esa encrucijada trágica de un duelo, en ocasiones asintóticamente detenido, el sujeto se abisma, al haber descendido por la vía del terror a aquella dimensión de lo trágico puro, es decir a su caída en una pendiente de sufrimiento muchas veces sin borde, con la consecuente pérdida o vejación de su dignidad de sujeto. No ha sido en ese caso una visión de los peores fantasmas sadeanos, sino la encrucijada de haberse hallado inerme frente al sadismo gozante de otro, el torturador, encaramado en instrumento y amo de la escena. Saldo de goce de esta forma de duelo que recae sobre los cuerpos y el nombre, atacando el linaje de las familias al modo de la tragedia clásica. Verificamos clínicamente que el impacto subjetivo de lo trágico retorna en la genealogía de las representaciones simbólicas de las generaciones.

Este abismo implica la precipitación dramática de un derrumbe de la subjetividad, lo cual solo nos deja margen para sostener un dispositivo ético que desde el discurso analítico promueva y provoque un dejar venir el asentimiento del decir en sus palabras, su relato y testimonio. Resulta ético en tanto esa asunción lo humaniza y le devuelve ante sí –cuando no ante los otros– un lugar de reflexión que desabisma. El psicoanálisis no pretende ni anhela encontrar, por esta vía del asentimiento de decir, ningún orden de solución, ni sutura del desgarro en la existencia dado que sabemos que “donde hay solución no hay tragedia” (Sastre, A., Drama y sociedad, Taurus, Madrid, 1956).

Lo trágico siempre se verá precedido por un punto de suspensión de la ley, que se presenta como exceso bajo la forma del arbitrio desmedido o bien de un vacío que la vuelve impracticable, en su ausencia de hecho y de derecho. Esta ausencia de ley, conocida como anomia, que se encuentra en el linaje de lo trágico, violenta sus garantías, derechos y todo lazo en la ciudad que establezca disenso. Esa tensión entre un estado de anomia y de excepción, que no reconoce culpa ni pudor, retornará bajo los modos de goce del odio, el exterminio y la segregación, toda vez que se produzca de hecho el vaciamiento de la operatividad de la ley y de toda forma de terceridad de apelación.

Cuando, como en estos casos, una encrucijada trágica en la existencia confronta al sujeto con aquel que encarna esa voluntad o disposición de goce direccionada e inapelable como “agente del Estado”, esto ahonda en un retorno implacable de lo peor. No podemos menos que mencionar las coordenadas de la encerrona trágica que Ulloa elucidara como paradigma de la mortificación y la crueldad, en víctimas del terror, particularmente sujetos que han soportado tortura, familiares o sobrevivientes, cuando el tercero de apelación ha desistido, rechazado, recusado la existencia misma del sujeto afectado y la angustia muta en su peor vertiente: la del dolor psíquico (Ulloa, F., “La crueldad”, Clase del 11/12/99 dictada en las jornadas preparatorias para la creación de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. I Seminario de Análisis Crítico de la Realidad Argentina).

* Texto extractado de un trabajo incluido en Consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado, que distribuye en estos días ed. Grama.

Fuente: Dobón, Juan (2015) "Duelos congelados" - Página 12