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viernes, 21 de marzo de 2025

La demanda y la falta en el Otro: transformaciones del deseo en el Grafo

Ya habíamos hablado de la importancia clínica de la frustración

El deseo, en la teoría lacaniana, introduce una falta en el Otro, generando una torsión en la estructura de la demanda. En el grafo del deseo, este pasaje se representa como el tránsito de la ilusión de completud del Otro en el nivel inferior al reconocimiento de su falta en el nivel superior. Esta torsión modifica la demanda, que deja de estar anclada en el amor para inscribirse en la lógica de la pulsión.

Desde esta perspectiva, el deseo es entendido como efecto del significante, sin una referencia directa al objeto. La demanda, en tanto articulación significante, opera como vehículo del deseo, aunque este último nunca pueda ser plenamente expresado en palabras. Así, la demanda solo adquiere sentido en la medida en que el Otro la sanciona, es decir, cuando su deseo entra en juego en la respuesta que ofrece.

Sin embargo, la demanda nunca es suficiente para colmar la falta del deseo, lo que introduce una dimensión de frustración. Lacan conceptualiza esta frustración como la forma imaginaria de la falta: el niño experimenta la ausencia de lo que demanda, pero lo que realmente se pone en juego no es solo la respuesta del Otro, sino la pregunta que queda abierta. ¿El Otro no da lo esperado porque no quiere o porque no puede? Esta incertidumbre sostiene la estructura del deseo, cuya potencia radica en lo que queda sin responder, más allá de cualquier ilusión de satisfacción.

miércoles, 5 de marzo de 2025

La Cosa Freudiana y el deseo como eje del retorno a Freud

Lacan vincula tempranamente el concepto de “La Cosa freudiana” con su propuesta de un “retorno a Freud”, es decir, con la relectura de los fundamentos de la praxis analítica. En el seminario 6, al abordar el fantasma fundamental, Lacan sitúa esta “Cosa” como el deseo mismo, destacando así el núcleo subversivo del pensamiento freudiano.

Desde esta perspectiva, el retorno a Freud implica recuperar la función del deseo, que había sido desplazada en favor de la demanda, y evitar la confusión entre castración y frustración. Pero, ¿por qué esta “Cosa” sería el deseo mismo? Porque en Freud el deseo desestabiliza al sujeto al confrontarlo con lo real. Aunque Freud no utiliza estos términos, en su obra se pueden rastrear conexiones entre el más allá del principio de placer y la existencia de un borde, cuyo articulador es la pulsión.

El deseo angustia al sujeto porque lo confronta con su propia falta, lo que obliga a replantear el estatuto del objeto. Así, el deseo se convierte en una búsqueda incesante de algo imposible de alcanzar. Si se interpretara desde una lógica hedonista, quedaría ligado a la noción de un Bien, y su efecto perturbador sería un accidente. Sin embargo, Freud lo concibe fuera de ese esquema: el deseo no es un accidente sino una consecuencia estructural de la falta de un complemento.

De ahí su relación con cierta intemperancia: el término alemán “Lust” abarca no solo deseo e inclinación, sino también goce, voluptuosidad e incluso codicia. Esta polisemia ilustra cómo el deseo, en su raíz, está entrelazado con la dimensión insensata del inconsciente.

lunes, 4 de noviembre de 2024

La frustración de la demanda

 Es indiscutible el valor que algunos planteos de Melanie Klein tuvieron para Lacan al principio de su enseñanza. Sin embargo, no es menos cierto que esta apoyatura da lugar a una crítica, en cuanto a los atolladeros en los que el planteo kleiniano cae, en los impasses que implica en lo imaginario, y esto por no poder situar la función estructurante de algunas instancias a partir del concepto de significante.

Lacan podrá entonces trascender las imaginarizaciones de lo edípico llevando esa operatoria a un ternario simbólico, más allá de sus encarnaduras.

Un caso singular en la escuela kleiniana fue Wilfred Bion, quien elabora un concepto que denomina la “capacidad de Reverie de la madre”, se trata de la capacidad simbólica de la madre, del Otro diríamos con Lacan, que le hace posible operar modulando a la vez que modelando la relación problemática del niño con el objeto. Esencialmente con el objeto de deseo, aunque este campo es imposible de separar del todo de la relación al objeto esperado, anhelado, con lo cual involucra también a la relación con el objeto de la demanda.

Estas cuestiones serán elaboradas por Lacan en el seminario La relación de objeto a partir del concepto de frustración como forma imaginaria de la falta, consideración en la cual no cesará de destacar el valor simbolizante que esta acción tiene sobre el sujeto, y esto para destacar que no se trata allí del objeto en la raigambre imaginaria.

La frustración es de la demanda, aun cuando un deseo quede velado tras ella y el reclamo que comporta del lado del sujeto.

Frustración, castración y privación constituyen el tríptico con el cual podrá abordar la incidencia que la falta de objeto conlleva en el sujeto. Allí hay cierto privilegio de la castración por sobre las otras dos, y que orienta hacia una consideración que implica que la división del sujeto acarrea una agujero a nivel de la relación con el objeto, allí donde se lo espera complementario.

sábado, 27 de julio de 2024

La frustración y su importancia clínica

 La frustración, junto con la castración y la privación constituyen las tres formas de la falta de objeto, tripartición que rompe con la homogeneidad a nivel del objeto en su relación con el sujeto.

La frustración se juega en el registro imaginario. Es un modo imaginario de la falta, y quizá precisamente por esto es muchas veces desatendida o desvalorizada.

Va a ser dividida por Lacan, separada en dos dimensiones: una frustración de amor y una frustración de goce.

La frustración de goce, que es lógicamente primera, instituye en el sujeto a un Otro que se subjetiviza en la medida de su presencia-ausencia. El correlato de este Otro subjetivizado es un objeto cercano (a la altura del seminario cuatro) a un objeto de satisfacción, lo que no lo implica que sea natural.

La cuestión central es aquí la respuesta del Otro, o su ausencia, frente a la demanda. Esta cuestión opera el pasaje de la frustración de goce a la frustración de amor.

Conlleva el paso del objeto de goce (aún supuesto) a un objeto simbolizado que es esencialmente del registro del don, y que en tanto tal devendrá el signo del amor del Otro.

Aquí este Otro se instituye omnipotente, aquel que puede o no dar el objeto que el sujeto demanda.

Tomando ambos puntos: el cambio en el estatuto del objeto y la entrada del Otro en su omnipotencia, la importancia clínica de la frustración es determinante por cuanto habilita el funcionamiento del objeto en su entramado simbólico-imaginario, abriendo entonces el campo de la demanda de amor, vehículo del deseo.

No es extraño entonces que una falla en el pasaje entre la frustración de goce y la frustración de amor (y en cierta medida la hay siempre) coincide la más de las veces con una dificultad en la relación del sujeto con el objeto de intercambio y a partir de allí una dificultad muy costosa en cuanto a su posibilidad de circular en el campo del amor. Y el costo aquí debe ponderarse en cuanto a las consecuencias en la relación del sujeto al deseo como deseo del Otro.

martes, 7 de junio de 2022

Teoría de las psicosis: una introducción a la obra lacaniana.

 Para introducir la posición lacaniana sobre las psicosis debemos introducir algunos conceptos. La escuela lacaniana vuelve a Freud y hace una crítica al postfreudismo, en especial a la escuela inglesa y a los aportes estadounidenses. 

Del continuo que la escuela inglesa armó sobre la psicosis y la neurosis, uno podría pensar, según los aportes de Bion, que cualquiera tiene una parte neurótica y otra psicótica, de manera que existe la predominancia de uno sobre el otro. La idea de Lacan, desde el estructuralismo, es romper con esta idea continuista y suponer una oposición franca entre dos estructuras diferenciales: la neurosis y la psicosis. Cercana a la neurosis se encuentra la perversión. Para los años '70, con los nudos, algo de esto se disuelve un poco y no hay una separaciòn tan tajante entre estas figuras originariamente tomadas desde la psiquiatría.

En el seminario 3 ('55-56) Lacan plantea que en la psicosis hay un impedimento -no una regresión- y una detenciòn al ingreso franco al ingreso simbólico del lenguaje. No es que el psicótico no esté en el lenguaje, sino que está de una manera particular. Falta, en ese orden, un significante primordial: el Nombre-del-padre, que causa la ausencia de la significación fálica. Se trata de una significación que el neurótico sí está concernido. Veinte años después dirá que hay un "lapsus" en la continuidad de los registros real, simbólico e imaginario. En este punto, no se constituye un sujeto neurótico al punto de lo que está reprimido. En el seminario 3 plantea el inconsciente a cielo abierto, no un inconsciente reprimido u oculto.

Lacan se vale de determinados textos freudianos para hacer esta separación radical, dejando la represión para la neurosis; la forclusión para la psicosis. De manera que en la psicosis, de lo que se trata es de la forclusión de un significante primordial, asociado a la castración. Más tarde, cuando transforma esta cuestión a la lingüística llevando los fenómenos de condensación y desplazamiento hacia la metáfora y la metonimia, formaliza la matáfora y en particular, la metáfora paterna:


Todo lo que está por debajo de la barra está velado, inconsciente. El deseo de la madre no es conocido por el niño; si la metáfora funciona paterna en la madre, que es la portadora, hace que su deseo esté regulado por este elemento doctrinal.

En la cancelación de los términos "Deseo de la madre", surge la idea que si el nombre del padre está operando en la madre, prima el significante del Nombre-del-Padre y esto permite una regulación de los tiempos que posteriormente veremos, que tienen que ver con esta célula primera que se establece inicialmente entre la madre y el hijo, donde aparece un tercer elemento (la x), que supone que ese sujeto se acomoda a lo que cree que es el deseo de la madre. Eso es ser el falo imaginario de la madre.

Si el sujeto está regulado por el Nombre-del-padre, como vemos en la fórmula, tenemos una neurosis. Si esto falla, estamos en el campo de la psicosis.

En el seminario 4, Lacan propone un cuadro, donde aparecen permutados agentes, objetos y las formas en que esos objetos pueden faltar. Se trata del cuadro de las formas de falta del objeto.

Hay un padre real, que produce la castración sobre un objeto imaginario. Una madre simbòlica que produce una frustración sobre un objeto real; un padre imaginario que produce la privación de un objeto simbólico.

El primer Padre real es el padre existente, Lacan hace coincidir a este padre con el padre de la realidad, aunque más adelante le da otra vuelta. Este padre supone una castración simbólica sobre el niño, que implica un objeto imaginario, que es el falo imaginario. Es decir, le impide ser al niño el falo imaginario de su madre. Es lo que Lacan llama la verdadera castración, que es sobre el sujeto.

Abajo de todo dice que un Padre imaginario (para el niño es la imagen imaginarizada, fantasmatizada, del padre) es el que produce una privación (una especie de castración) en la madre, que es privada de ese niño. De ese modo instala algo de la ley sobre la madre. Por supuesto que esto fue instalado previamente en ella por su propio padre, ley que ahora ella porta. Es decir, no es el padre del niño el que actúa totalmente, sino que está mediatizado por la madre, que lleva en su palabra la ley y la presenta a ese niño. Si la madre se opone al uso de esa ley, estamos en el campo de la psicosis, porque es una madre que hace uso de su deseo sin ninguna orientación. El objeto es simbólico, porque a diferencia del objeto imaginario, se trata del falo simbólico ó la instalación de la metáfora paterna.

En la formulación intermedia, la de la frustración, corresponde al campo de la madre y no del padre. La madre simbólica (que no es la imaginaria ni la que está presente con el niño), en su posibilidad de no brindarse toda a ese bebé, siendo "suficientemente buena" -como diría Winnicott - y no satisfacer totalmente al niño, es capaz de abrir ese campo que diferencia a la demanda del deseo y frustra al bebé de un objeto real, que es el pecho. 

Para pensar la cuestión del Edipo en Lacan, en base a este cuadro, podemos establecer que en la primera líneas se instituye una forma de falta que tiene que ver con el tener. Ubicado en esta línea de ser o tener el falo, se abre la dimensión para pensar el tema de la distribución de los goces como Lacan las plantea en el seminario 20 y que tienen que ver cómo el goce es distribuido en el humano, que tiene que ver con una pérdida radical que ocurre con la entrada en el Edipo:


El cuadro tiene dos lugares, el del hombre y el de la mujer. En el primero, todo está regulado por la función fálica (en la neurosis) y en el otro no todo está dentro de la función fálica, pero a su vez, en base a un juicio tomado en la idea de Aristóteles del juicio contrario y juicio contradictorio, Lacan modifica las fórmulas de verdad de Aristóteles y produce esta nueva fórmula con un juicio contradictorio, donde las dos premisas se contradicen, pero pueden ser ambas verdaderas, a diferencia de Aristóteles. De esta manera, alguien puede no estar fuera dentro de la función fálica, pero sin embargo no lo está del todo. Esto queda homologado como el lugar de La Mujer. 

Lacan dice claramente que ningún hombre ni mujer están del todo en un lado de estas fórmulas. Nada impide que un hombre cruce hacia el otro lado por momentos o permanentemente y nada indica que una mujer esté solo del lado derecho, pese a que gran parte del saber de la mujer esté del lado izquierdo y acceder a ese "goce otro", que Lacan llama goce femenino. Goce que si pensamos en las formas de falta del cuadro, tiene que ver con la renuncia a las formas de gozar, que es lo que aqueja al neurótico y que implica una renuncia pulsional y que produce lo que Freud expone en El Malestar en la cultura.

Si la primera línea de la castración es lo que tiene que ver con la instalación del tener o ser. La posición femenina implica ser el falo (semblante) con todo sui cuerpo, mientras la posición masculina es tenerlo. El falo va más allá del pene, aunque el neurótico tiene siempre esta vertiente imaginaria y no termina de salir de eso. 

Para Lacan, la segunda línea abre al campo del poder, de lo posible y lo imposible. Aquí entramos en el campo del desdoblamiento entre la demanda y el deseo. 

El tercer elemento abre al campo del deber, del código, la ley, donde se instalan las dos posiciones solidarias con el primer campo.

En el seminario 5 (1957-58), en la clase 10, Lacan plantea que el Edipo está constituido en tres etapas o fases lógicas, no necesariamente temporales. El primer tiempo es pre edípico, pues en rigor el Edipo sería el segundo y tercer tiempo. En ese primer tiempo el niño se identifica con el deseo de la madre y constituye el falo imaginario de la madre. Es decir, se arma esa suerte de triángulo amoroso entre el niño, la madre y ese tercer elemento imaginario que mediatiza esa transferencia entre los dos. 

En un segundo tiempo, en lo que se llama la fase edípica real, se produce la castración de la madre, es decir, la privación de ese niño como falo. El padre imaginario priva a la madre de hacer del niño su falo. 

En un tercer tiempo, que podemos llamar post edípico, recae la castración sobre el niño. Es el padre real el que produce la castración, vehiculizada por la palabra y algunas fantasías de que el niño podría perder algo valioso. Se trata del momento de las protofantasías infantiles que Freud describe con la premisa fálica de que todos tienen y si no lo tiene es que lo perdió. 

En el campo del Edipo estamos en el campo de las neurosis, pero si algo fallara entre el segundo y el tercer tiempo, estamos en el campo de las psicosis. Habíamos dicho que el padre imaginario produce una privación en la madre de un objeto simbólico, que básicamente es el falo simbólico y que produce la castración en la madre y en el hijo. Si la castración no se efectiviza en el niño, entramos en el campo de la psicosis: hay un significante que no entró en el campo simbólico de ese niño. Se trata del significante del Nombre-del-padre, de la falta en el Otro, significante impar, fálico, que posibilita dar algún tipo de registro de la posibilidad de la falta en el Otro. ¡Pero qué implica la falta en el Otro? Que el sujeto no sea quien complete esa falta y que así pueda entrar en el campo del deseo. Como vimos acá, la posibilidad de estar falto de algo, según Sócrates, es lo que nos produce esa ansia de buscar lo que no se tiene.

El falo y el padre en los tres registros

El Nombre del padre es impar porque no tiene otro par significante y no entra en par con su significante complementario, por lo que queda por fuera de la batería significante, que es del Otro. Como el 0 en los números naturales, se trata de un elemento que debe ser creado para que los otros existan, de alguna manera este significante es el que permite armar ese universo simbólico como un equivalente a un cero. El cero es un número, pero a la vez es el representante de la nada, de la inexistencia. El significante del N del P representa la inexistencia, la falta. Es lo que motoriza lo simbólico y el deseo humano.

Dijimos que el padre imaginario es la imagen que alguien se hace de su padre, su imaginarización. Es el padre bueno, malo, jodedor, es el agente de la privación en la madre. Es el que termina moviendo la fantasmática del niño. El padre simbólico es equivalente a la función paterna, a la posición simbólica, es solamente un significante. Es la metáfora paterna, el nombre del Padre e incluso el padre muerto en Freud. Se trata de algo que ha instalado algún tipo de orden o legalidad.

Todo esto se basa en la idea de los tres registros: real, imaginario y simbólico. En la obra de Lacan hay tres momentos que se pueden pensar 

1) 1953 - 1963: Primacía de lo simbólico, por sobre lo imaginario y lo real. En el seminario 4 y 5, sobre todo en este último, lo simbólico está en la base de los otros dos registros. Toda la teorización del síntoma freudiano se basa en la ubicación de lo simbólico. Es la etapa del síntoma como metáfora.

(1959 - 63 período de transición) Lo real aparece como un límite al análisis, vinculado al objeto de la angustia.

2) 1964 - 1973: Primacía de lo real. Del seminario 11 "Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis" y el seminario 20 "Aún".

3) 1973: Equivalencia RSI. Lo real ya no tiene un lugar primordial como antes, sino que se establece con el anudamiento un lugar equivalente de los tres registros, donde ninguno tiene mayor jerarquía que el otro. Corresponde a los seminarios 22 y 23.

Freud buscó en la obra de Freud los conceptos necesarios para formalizar su teoría.

BEJAHUNG, como lo que posibilita el ingreso de los significantes y el ingreso de los primeros elementos de la lengua. Se trata de una afirmación primordial y la inscripción de los primeros significantes y representaciones en lo simbólico. La Behajung es la inscripción de los significantes que permiten el armado de lo simbólico. Aquí encontramos la VERDRÄNGUNG (represión primaria y la represión secundaria, que da origen a la neurosis. También encontramos a la VERLEUNGUNG, mecanismo que para lacan será para la perversión, pero que Freud lo describe en La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis. 

El AUSSTOSSUNG es una forma de repudio o rechazo primordial de significantes, que engendra a la psicosis. La AUSSTOSSUNG no debe ser confundida con la VERWERFUNG, aunque lacan a veces parece sugerir que estos dos conceptos son lo mismo. Esto fue estudiado por Soler Rabinovich. El AUSSTOSSUNG es un rechazo primordial que genera lo real por antonomasia, lo real totalmente por fuera de lo simbólico y lo imaginario, totalmente irrepresentable. Algunos autores lo llaman R1, ó real primario, real puro, lo perdido para siempre, la cosa en sí, el das ding, lo que jamás vio la luz de lo simbólico. 

A diferencia de la AUSSTOSSUNG, en la VERWERFUNG un significante asociado a la castración puede ser rechazado de lo simbólico hacia lo real, formando un real secundario, de manera que puede volver a tocar nuevamente lo simbólico y lo imaginario. Es decir, primero estuvo admitido en lo simbólico y luego fue rechazado. Tiene un estatuto diferente que el R1, por eso algunos autores lo llaman real secundario, R2, lo que fue inscripto originariamente pero luego perdido. es un real que tiene cierto anudamiento con lo simbólico. Por eso, lo que fue rechazado de lo simbólico puede volver desde lo real. 

Esta es la idea lacaniana de la diferencia entre lo que sería la neurosis y la psicosis. 
- En la neurosis encontramos un retorno de algo también expulsado, pero dentro del campo simbólico. Se trata de algo rechazado pero que habita en el inconsciente, mantenido dentro del mismo registro simbólico. Lo rechazado regresa sin cambiar de registro.

- En la psicosis, producto de la verwerfung, lo rechazado de lo simbólico retorna desde lo real. Acá encontramos el delirio y la alucinación, que proviene de un campo distinto y para el sujeto tiene una presencia totalmente distinta.

¿Pero por qué Lacan toma a la VERWERFUNG y no a la VERLEUNGUNG? Este último término fue el que Freud propuso para la psicosis y la perversión. En Neurosis y Psicosis, y La pérdida de la realidad en la neurosis y psicosis, esa es la posición de Freud.

Lacan tomó el texto de 1894 en Las Neuropsicosis de defensa, Freud había mencionado la psicosis alucinatoria o delirio de Meynert, Freud habla por primera vez de algo que puede ser rechazado o desestimado de la conciencia, algo que resulta insoportable (y no intolerable). Freud allí menciona un mecanismo radical. Además tomó el texto de 1895 El manuscrito H, donde Freud le escribe a Fliess. Donde habla sobre la paranoia, utiliza la idea del abuso del mecanismo de proyección, concepto que utiliza en el caso Schreber para justificar parte de lo que sucede en el caso.

En 1911, en el caso Schreber, mismo año que Breuler publica su trabajo sobre las esquizofrenias, Freud publica este caso de demencia precoz (hoy esquizofrenia), aunque se ocupa de los aspectos paranoides. Allí propone las 4 fórmulas de la negación para ver cómo aparecen los delirios persecutorios, erotómanos, celotípicos y de grandeza. De allí, Lacan tomó del punto 3 ("Del mecanismo paranoico") un punto en donde Freud vuelve otra vez un término que se tradujo como "cancelar" ó "abolir". El sintagma de que lo que se cancela desde adentro retorna desde afuera es uno de los puntos fundamentales que Lacan toma para pensar a la forclusión: un afuera que no tiene nada que ver con lo simbólico.

Si pensamos en la idea de cancelación, por ejemplo tachando una palabra, uno la tacha hasta que la palabra desaparece. Se trata de tapar aquello para intentar que deje de existir, ocultarlo de una manera mucho más eficaz que la negación o la represión. Para Freud es un mecanismo mucho más enérgico y eficaz que la represión que implica otro punto de retorno.

Del texto de 1918, en el caso del Hombre de los Lobos, Lacan toma la propuesta de Freud para pensar el dedo cortado: el rechazo ó supresión de una percepción. 

Esta distinción del campo simbólico del real nos permite hacer una distinción entre la verwerfung freudiana de la forclusión lacaniana. La verwerfung implica una supresión, repudio, anulación o rechazo de algo, pero la forclusión es un mecanismo más enérgico que la verwerfung freudiana. Solal Rabinovich, cuando trabaja este concepto de Lacan, supone que es una espcie de exilio de un significante. Es como omitir, quitar, "encerrar afuera": hacer que algo deje de existir borrando incluso las huellas de aquel procedimiento mismo que lo expulsó. ya no es solamente sacar algo haciendo un agujero en la hoja, sino hacer desaparecer la hoja para que no se note que en esa hoja hubo algo que se eliminó, no quedando constancia de que eso existió. Rabinovich dice ("Encerrados afuera. La preclusión, un concepto lacaniano"): 

"Funda con posterioridad el agujero que ella misma se encarga de sellar. Funda una nueva realidad, fuera del tiempo y el espacio, con un real fuera de lo simbólico. Arroja a un significante a las tinieblas exteriores y sella las mismas huellas de ese rechazo, haciendo después que las pistas se vuelvan inhallables".

De esta manera, se hace un paralelismo entre lo que Freud dijo que lo que fue rechazado vuelve desde afuera con la afirmación de Lacan en el seminario 3, de que lo rechazado en lo simbólico retorna desde lo real. 

lunes, 27 de julio de 2020

Diccionario de psicoanálisis: ¿Qué es la frustración?

La frustración, en psicoanálisis, es el estado de un sujeto que se encuentra en la incapacidad de obtener el objeto de satisfacción que codicia.

El término frustración es entendido a menudo, en un sentido muy amplio, como toda imposibilidad, para un sujeto, de apropiarse de lo que desea. Así, las vulgarizaciones de la psicología o del psicoanálisis dejan pensar fácilmente que las dificultades de cada uno remiten a alguna frustración. Porque habría sido frustrado en su infancia, un sujeto sería neurótico.

Hay que reconocer sin embargo que en los mismos textos psicoanalíticos encontramos a veces formulaciones de este tipo. Este es, por ejemplo, el caso cuando la práctica analítica es concebida como una práctica de la frustración. El analista rehúsa responder a la demanda del paciente, y así haría retornar demandas más antiguas, induciría a la revelación de deseos más verdaderos.

Tal concepción tiene el inconveniente de confundir varias modalidades de la falta. J. Lacan, por su parte, distingue tres: la privación, la frustración y la castración. Estos tres términos son especificados partiendo de una distinción del agente de la falta, del objeto de la falta y de la falta misma como «Operación». Lacan destaca así que para el niño, aun en una etapa anterior al Edipo, no podemos conformarnos, para situar la frustración, con pensar en los objetos reales que podrían faltarle . La falta misma, en la frustración, es imaginaria: la frustración es el campo de las exigencias sin límite, sin duda porque acompaña la tentativa siempre vana de restaurar una completud del yo, según el modelo de la completud de la imagen del cuerpo. Pero no podemos quedarnos ahí: en el mundo humano, en el que el niño constituye su deseo, la respuesta es escandida por un Otro, Otro paterno o materno que da o rehúsa, y ante todo da o rehúsa su presencia. Es esta alternancia de la presencia y de la ausencia, formalizable como alternancia de un más y de un menos, de un 1 y de un O, la que da al agente de la frustración su dimensión simbólica.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis". Amorrortu editores. p.188-189

lunes, 20 de enero de 2020

La anorexia en la enseñanza de Lacan.

Por Michel Sauval

1 - Las referencias a la anorexia en la obra de Lacan
Las referencias directas a la anorexia, en la enseñanza de Lacan, son las siguientes.
  • En los Escritos, en el artículo "La dirección de la cura y los principios de su poder", en los puntos 2 ("¿Cuál es el lugar de la interpretación?") y 5 ("Hay que tomar el deseo a la letra").
  • En los seminarios, en las siguientes sesiones del mismo:
  • Seminario IV (La relación de objeto y las estructuras freudianas), Clases 11 y 20 del 27 de febrero y 22 de mayo del 57
  • Seminario V (Las formaciones del inconsciente), Clase 29 del 2 de julio del 58
  • Seminario VIII (La transferencia), Clases 14 y 27 del 15 de marzo y 21 de junio del 61
  • Seminario IX (La identificación), Clase 11 del 28 de febrero del 62
  • Seminario X (La angustia), clase 25 del 3 de julio del 63
  • Seminario XI (Los fundamentos del psicoanálisis), clases 8 y 16 del 4 de marzo y 27 de mayo del 64
  • Seminario XV (El acto analítico) Clase 14 del 20 de marzo del 68
  • Seminario XXI (Los nombres del padre), Clase 11 del 9 de abril del 74

2 - Algunas consideraciones generales.
Hay tres características que llaman la atención cuando uno recorre estas referencias.

Son siempre referencias cortas (a lo sumo un par de párrafos), y en todas ellas encontraremos, siempre y repetidamente, la misma definición para la anorexia: "comer nada".

En muy pocos casos estas referencias están insertadas en desarrollos relativos a la oralidad. En la mayoría de los casos se encuentra asociada a temáticas aparentemente muy disímiles (acting out, fobia, neurosis obsesiva, acto analítico, deseo de saber, etc.) pero con un común denominador: son temas abordados en el análisis de casos clínicos.

En muchas ocasiones encontramos afirmaciones muy taxativas, del tipo "el que no entiende esto no entiende nada de psicoanálisis", etc.

En consecuencia, lo que buscaremos, en primer término, en este trabajo de lectura, es precisar el estatuto de esta "nada" que la anorexia "come", en función de sus relaciones tanto con la oralidad como con los otros temas con que Lacan la asocia.

En un segundo momento reflexionaremos sobre el carácter taxativo de algunas de estas afirmaciones de Lacan, para lo cual, no dejaremos de recorrer las principales bibliografías sobre la anorexia, ya no de Lacan, sino de los lacanianos.

martes, 31 de diciembre de 2019

Diferentes formas de violencia.


La distinción entre diferentes tipos de violencia se basa en la distinción entre sus respectivas motivaciones inconscientes; pues sólo el conocimiento de la dinámica inconsciente de la conducta nos permite conocer la conducta misma, sus raíces, su desarrollo y la energía de que está cargada. (2) La forma de violencia más normal y no patológica es la violencia juguetona o lúdica.

La encontramos en las formas en que la violencia se ejercita para ostentar destreza, no para destruir, y no es motivada por odio ni impulso destructor. Pueden encontrarse en muchos casos ejemplos de esta violencia lúdica: desde los juegos guerreros de tribus primitivas hasta el arte de la esgrima del budista zen. En todos esos juegos de combate la finalidad no es matar; aun cuando el resultado sea la muerte del adversario, la culpa es, por así decirlo, del adversario, por haberse "puesto en el lugar indebido". Naturalmente, si hablamos de la ausencia de deseo de destruir en la violencia lúdica, esto se refiere únicamente al tipo ideal de dichos juegos. En realidad se encontraría con frecuencia agresión e impulso destructor inconscientes ocultos detrás de la lógica explícita del juego. Pero aun así, la motivación principal en este tipo de violencia es el despliegue de destreza, no la destructividad.

De importancia práctica mucho mayor que la violencia lúdica es la violencia reactiva. Entiendo por violencia reactiva la que se emplea en la defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad, de la propiedad, ya sean las de uno o las de otros. Tiene sus raíces en el miedo, y por esta razón probablemente es la forma más frecuente de violencia; el miedo puede ser real o imaginario, consciente o inconsciente. Este tipo de violencia está al servicio de la vida, no de la muerte; su finalidad es la conservación, no la destrucción. No es por completo resultado de pasiones irracionales, sino hasta cierto punto de cálculo racional; de ahí que implique también cierta proporcionalidad entre fin y medios. Se ha dicho que desde un plano espiritual superior el matar —aun para defenderse— nunca es moralmente bueno. Pero la mayor parte de los que sustentan esa convicción admiten que la violencia en defensa de la vida es de diferente naturaleza que la violencia que tiende a destruir por el gusto de la destrucción.

Con mucha frecuencia, la sensación de estar amenazado y la violencia reactiva resultante no se basan en la realidad, sino en la manipulación de la mente humana; los jefes políticos y religiosos persuaden a sus partidarios de que están amenazados por un enemigo, y así provocan la respuesta subjetiva de hostilidad reactiva. De ahí que la distinción entre guerras justas y guerras injustas, sustentada por gobiernos capitalistas y comunistas lo mismo que por la Iglesia católica romana, sea distinción muy discutible, ya que habitualmente cada parte consigue éxito al presentar su posición como defensa contra un ataque. (3) Difícilmente habrá un caso de guerra agresiva que no pueda disfrazarse de defensa. El problema relativo a quién alegó justamente la defensa suelen resolverlo los vencedores, y, en ocasiones, sólo mucho más tarde historiadores más objetivos.

La tendencia a fingir que una guerra es defensiva, revela dos cosas. En primer lugar, que la mayoría de la gente, por lo menos en los países más civilizados, no puede ser inducida a matar y morir si primero no se la convence de que lo hacen para defender sus vidas y su libertad; en segundo lugar, revela que no es difícil persuadir a millones de individuos de que están en peligro de ser atacados y que, en consecuencia, se acude a ellos para que se defiendan. Esa persuasión depende sobre todo de la falta de pensamiento y sentimiento independientes, y de la dependencia emocional de la inmensa mayorÍa de la gente respecto de sus líderes políticos. Siempre que exista esa dependencia, se aceptará como real cualquier cosa que se exponga con fuerza y persuasión. Los resultados psicolÓgicos de la aceptaciÓn de la creencia en una amenaza supuesta, son, desde luego, los mismos que los de una amenaza real. La gente se siente amenazada, y para defenderse está dispuesta a matar y destruir. En el caso de ilusiones paranoides de persecución, encontramos el mismo mecanismo, pero no en grupos, sino en individuos. En los dos casos, la persona se siente subjetivamente en peligro y reacciona agresivamente.

Otro aspecto de la violencia reactiva es el tipo de violencia que se produce por frustración. Encontramos conducta agresiva en animales, en niños y en adultos cuando se frustra un deseo o una necesidad. (4)

Esta conducta agresiva constituye un intento, con frecuencia inútil, para conseguir el fin fallido mediante el uso de la violencia. Es, evidentemente, una agresión al servicio de la vida, y no por el gusto de la destrucción. Como la frustración de necesidades y deseos ha sido cosa casi universal en la mayor parte de las sociedades hasta hoy, no hay razón para sorprenderse de que se produzcan y exhiban constantemente violencia y agresión.

Con la agresión resultante de la frustración se relaciona la hostilidad producida por la envidia y los celos. Los celos y la envidia constituyen una clase especial de frustración. Los produce el hecho de que B tiene un objeto que A desea, o es amado por una persona cuyo amor desea A. En A se producen odio y hostilidad contra B porque recibe lo que A desea y no puede tener. La envidia y los celos son frustraciones, acentuadas por el hecho de que no sólo no consigue A lo que desea, sino que en vez de él es favorecida otra persona. La historia de Caín, desamado sin culpa por su parte, que mata al hermano favorecido, y la historia de José y sus hermanos, son versiones clásicas de celos y envidia. La literatura psicoanalítica ofrece gran riqueza de datos clínicos sobre esos mismos fenómenos.

Otro tipo de violencia relacionado con la violencia reactiva, pero que es ya un paso más hacia la patología, es la violencia vengativa. En la violencia reactiva la finalidad es evitar el daño que amenaza, y por esta razón dicha violencia sirve a la función biológica de la supervivencia. En la violencia vengativa, por otra parte, el daño ya ha sido hecho, y por lo tanto la violencia no tiene función defensiva. Tiene la función irracional de anular mágicamente lo que realmente se hizo. Hallamos violencia vengativa en individuos y en grupos primitivos y civilizados. Podemos dar un paso más en el análisis del carácter irracional de este tipo de violencia. El motivo de la venganza está en razón inversa con la fuerza y la capacidad productora de un grupo o de un individuo. El impotente y el inválido no tiene más que un recurso para restablecer la estimación de sí mismo si fue quebrantada por haber sido dañada: tomar venganza de acuerdo con la lex talionis: "ojo por ojo". Por otra parte, el individuo que vive productivamente no siente, o la siente poco, esa necesidad.

Aun cuando haya sido dañado, insultado y lastimado, el proceso mismo de vivir productivamente le hace olvidar el daño del pasado. La capacidad de producir resulta más fuerte que el deseo de venganza. Puede demostrarse la verdad de este análisis con datos empíricos sobre el individuo y a escala social. El material psicoanalítico demuestra que la persona madura y productiva es menos impulsada por el deseo de venganza que la persona neurótica que encuentra dificultades para vivir independientemente y con plenitud, y que propende con frecuencia a jugarse toda su existencia por el deseo de venganza. En psicopatología grave, la venganza se convierte en el fin predominante de la vida, ya que sin venganza amenazan hundirse no sólo la estimación de sí mismo, sino el sentido del yo y de identidad. Análogamente, hallamos que en los grupos más atrasados (en los aspectos económico o cultural y emocional) parece ser más fuerte el sentimiento de venganza (por ejemplo, por una derrota nacional). Así, las clases medias bajas, que son las más desposeídas en las naciones industrializadas, en muchos países son el foco de sentimientos de venganza, así como lo son de sentimientos raciales y nacionalistas. Sería fácil, por medio de un "cuestionario proyectivo" (5) establecer la correlación entre la intensidad de los sentimientos vindicativos y la pobreza económica y cultural. Probablemente es más complicada la comprensión de la venganza en sociedades primitivas. Muchas sociedades primitivas tienen sentimientos y normas intensos, y hasta institucionalizados, de venganza, y todo el grupo se siente obligado a vengar el daño hecho a uno de sus individuos. Es probable que desempeñen aquí un papel decisivo dos factores. El primero se parece mucho a otro mencionado arriba: el ambiente de escasez psíquica que impregna al grupo primitivo y que convierte la venganza en un medio necesario para la reparación de una pérdida. El segundo es el narcisismo, fenómeno que se estudia detenidamente en el capítulo IV. Baste decir aquí que, en vista del intenso narcisismo de que está dotado el grupo primitivo, toda afrenta a la imagen que tiene de sí mismo es tan devastadora, que suscitará de un modo totalmente natural una hostilidad intensa.

Estrechamente relacionada con la violencia vengativa está una fuente de destructividad debida al quebrantamiento de la fe, que tiene lugar con frecuencia en la vida del niño. ¿Qué significa aquí "quebrantamiento de la fe"?

El niño empieza la vida con fe en la bondad, en el amor, en la justicia. El nene tiene fe en el seno materno, en la solicitud de la madre para abrigarlo cuando tiene frío, para aliviarlo cuando está enfermo. Esta fe puede ser en el padre, en la madre, en un abuelo o en alguna otra persona cercana al niño; puede expresarse como fe en Dios. En muchos individuos esta fe se quebranta en edad temprana. El niño oye mentir a su padre sobre un asunto importante; ve su cobarde temor a la madre, dispuesto a traicionarlo (al niño) para apaciguarla; presencia las relaciones sexuales de los padres, y el padre puede parecerle una bestia brutal; se siente desgraciado y temeroso, y ninguno de los padres, que están tan interesados, supuestamente, en él, lo advierte, o hasta si él les habla, no prestan atención.

Son numerosas las ocasiones en que se quebranta la fe originaria en el amor, en la veracidad, en la justicia de los padres. A veces, en niños criados religiosamente, la pérdida de la fe se refiere directamente a Dios. El niño siente la muerte de un pajarito al que quiere, o de un amigo, o de una hermana, y se quebranta su fe en que Dios es bueno y justo. Pero da lo mismo que la fe que se quebranta sea fe en una persona o fe en Dios. Es siempre la fe en la vida, en la posibilidad de confiar en ella, de tener confianza en ella, la que se quebranta. Es cierto, desde luego, que todo niño sufre muchas desilusiones; pero lo importante es la agudeza y gravedad de un desengaño particular. Muchas veces esta primera y decisiva experiencia del quebranto de la fe tiene lugar en edad temprana: a los cuatro, cinco o seis años, o aun mucho antes, en un periodo de la vida del cual hay pocos recuerdos. Frecuentemente, el definitivo quebrantamiento de la fe tiene lugar en una edad mucho más avanzada, al ser traicionado por un amigo, por una amante, por un maestro, por un líder religioso o político en quien se confiaba. Rara vez es un solo hecho, sino numerosas experiencias, lo que quebranta acumulativamente la fe de un individuo. Las reacciones a esas experiencias varían. Un individuo puede reaccionar dejando de depender sentimentalmente de la persona particular que le produjo el desengaño, haciéndose más independiente y siendo capaz de encontrar nuevos amigos, maestros o amantes en quienes confía y siente fe. Ésta es la reacción más deseable a los desengaños. En otros muchos casos el resultado es que el individuo se hace escéptico, espera un milagro que le restaure la fe, prueba a las personas, y cuando se siente desengañado de ellas somete a prueba otras, o se arroja en brazos de una autoridad poderosa (la Iglesia, o un partido político, o un líder) para recobrar la fe. Muchas veces el individuo vence la desesperación por haber perdido la fe en la vida con la frenética persecución de objetivos mundanos: dinero, poder o prestigio. Hay aún otra reacción que es importante en el ambiente de violencia. El individuo profundamente desengañado y desilusionado puede también empezar a odiar la vida. Si no hay nada ni nadie en quien creer, si la fe en la bondad y la justicia no fue más que una ilusión disparatada, si la vida la gobierna el diablo y no Dios, entonces, realmente, la vida se hace odiosa; ya no puede uno sentir el dolor del desengaño. Lo que se desea demostrar es que la vida es mala, que los hombres son malos, que uno mismo es malo. El creyente y amante de la vida desengañado se convertirá en un cínico y un destructor. Esta destructividad es la destructividad de la desesperación. El desengaño de la vida condujo al odio a la vida.

En mi experiencia clínica son frecuentes las experiencias profundas de pérdida de la fe, y con frecuencia constituyen el leitmotiv más importante de la vida de un individuo. Puede decirse lo mismo de la vida social, en la que líderes en quienes uno tenía confianza resultan ser malos o incompetentes. Si la reacción no es de una independencia mayor, con frecuencia lo es de cinismo y destructividad.

Mientras todas esas formas de violencia están aún al servicio de la vida realista o mágicamente, o por lo menos como consecuencia del daño a la vida o el desengaño de ella, la forma que vamos a estudiar a continuación, la violencia compensadora, es una forma más patológica, aun cuando no tanto como la necrofilia, que estudiamos en el capítulo III.

Entiendo por violencia compensadora la que es sustituía de la actividad productora en una persona impotente. Para que se entienda el término "impotencia" tal como se usa aquí, tenemos que pasar revista a algunas consideraciones preliminares. Aunque el hombre es el objeto de fuerzas naturales y sociales que lo gobiernan, al mismo tiempo no es sólo objeto de las circunstancias. Tiene voluntad, capacidad y libertad para transformar y cambiar el mundo, dentro de ciertos límites. Lo que aquí importa no es el ámbito o alcance de la voluntad y la libertad, (6) sino el hecho de que el hombre no puede tolerar la pasividad absoluta. Se siente impulsado a dejar su huella en el mundo, a transformar y cambiar, y no sólo a ser transformado y cambiado. Esta necesidad humana está expresada en las primitivas pinturas de las cavernas, en todas las artes, en el trabajo y en la sexualidad. Todas estas actividades son resultado de la capacidad del hombre para dirigir su voluntad hacia una meta y prolongar su esfuerzo hasta haberla alcanzado. La capacidad para usar así sus facultades es potencia. (La potencia sexual es sólo una de las formas de la potencia.) Si, por motivos de debilidad, de angustia, de incompetencia, etc., el individuo no puede actuar, si es impotente, sufre; ese sufrimiento debido a la impotencia tiene sus raíces en el hecho de que ha sido perturbado el equilibrio humano, de que el hombre no puede aceptar el estado de impotencia total sin intentar restablecer su capacidad para actuar. Pero ¿puede hacerlo, y cómo? Un modo es someterse a una persona o grupo que tiene poder, e identificarse con ellos. Por esta participación simbólica en la vida de otra persona, el hombre se hace la ilusión de actuar, cuando en realidad no hace más que someterse a los que actúan y convertirse en una parte de ellos. Otro modo, y éste es el que más nos interesa en esta ocasión, es la capacidad del hombre para destruir.

Crear vida es trascender la situación de uno como criatura que es lanzada a la vida, como se lanzan los dados de un cubilete. Pero destruir la vida también es trascenderla y escapar al insoportable sentimiento de la pasividad total. Crear vida requiere ciertas cualidades de que carece el individuo impotente. Destruir vida requiere sólo una cualidad: el uso de la fuerza. El individuo impotente, si tiene una pistola, un cuchillo o un brazo vigoroso, puede trascender la vida destruyéndola en otros o en sí mismo. Así, se venga de la vida porque ésta se le niega. La violencia compensadora es precisamente la violencia que tiene sus raíces en la impotencia, y que la compensa. El individuo que no puede crear quiere destruir. Creando y destruyendo, trasciende su papel como mera criatura. Camus expresó sucintamente esta idea cuando hace decir a Calígula: "Vivo, mato, ejercito la arrobadora capacidad de destruir, comparado con la cual el poder de un creador es el más simple juego de niños." Ésta es la violencia del inválido, de los individuos a quienes la vida negó la capacidad de expresar positivamente sus potencias específicamente humanas. Necesitan destruir precisamente porque son humanos, ya que ser humano es trascender el mero estado de cosa.

Estrechamente relacionado con la violencia compensadora está el impulso hacia el control completo y absoluto sobre un ser vivo, animal u hombre. Este impulso es la esencia del sadismo. En el sadismo, como dije en El miedo a la libertad, el deseo de causar dolor a otros no es lo esencial. Todas las diferentes formas de sadismo que podemos observar se remontan a un impulso esencial, a saber, el de tener un dominio completo sobre otra persona, convertirla en un objeto desvalido de nuestra voluntad, ser su dios, hacer con ella lo que se quiera. Humillarla, esclavizarla, son medios para ese fin, y el propósito más radical es hacerla sufrir, ya que no hay dominio mayor sobre otra persona que obligarla a aguantar el sufrimiento sin que pueda defenderse. El placer del dominio completo sobre otra persona (o sobre otra criatura animada) es la esencia misma del impulso sádico. Otra manera de formular la misma idea es decir que el fin del sadismo es convertir un hombre en cosa, algo animado en algo inanimado, ya que mediante el control completo y absoluto el vivir pierde una cualidad esencial de la vida: la libertad.

Sólo si se ha experimentado plenamente la intensidad y la frecuencia de la violencia destructora y sádica en los individuos y en las masas, puede comprenderse que la violencia compensadora no es algo superficial, resultado de malas influencias, de malas costumbres, etc. Es en el hombre una fuerza tan intensa y tan fuerte como el deseo de vivir. Es tan fuerte precisamente porque constituye la rebelión de la vida contra su invalidez; el hombre tiene un potencial de violencia destructora y sádica porque es humano, porque no es una cosa, y porque tiene que tratar de destruir la vida si no puede crearla. El Coliseo de Roma, donde miles de individuos impotentes gozaban su placer mayor viendo a hombres devorados por fieras o matándose entre sí, es el gran monumento al sadismo.

De estas consideraciones se sigue algo más. La violencia compensadora es el resultado de una vida no vivida y mutilada. Puede suprimirla el miedo al castigo, hasta puede ser desviada por espectáculos y diversiones de todo género. Pero sigue existiendo como un potencial en la plenitud de su fuerza, y se manifiesta siempre que se debilitan las fuerzas represivas. El único remedio para la destructividad compensadora es desarrollar en el hombre un potencial creador, desarrollar su capacidad para hacer uso productivo de sus facultades humanas. Únicamente si deja de ser inválido dejará el hombre de ser destructor y sádico, y sólo circunstancias en que el hombre pueda interesarse en la vida acabarán con los impulsos que hacen tan vergonzosa la historia pasada y presente del hombre. La violencia compensadora no está, como la violencia reactiva, al servicio de la vida; es el sustituto patológico de la vida; indica la invalidez y vaciedad de la vida. Pero en su misma negación de la vida aún demuestra la necesidad que siente el hombre de vivir y de no ser un inválido.

Hay un último tipo de violencia que necesita ser descrito: la "sed de sangre" arcaica. No es la violencia del impotente; es la sed de sangre del hombre que aún está completamente envuelto en su vínculo con la naturaleza. La suya es la pasión de matar como un modo de trascender la vida, por cuanto tiene miedo de moverse hacia adelante y de ser plenamente humano (preferencia que estudiaré más abajo). En el hombre que busca una respuesta a la vida regresando al estado pre-individual de existencia, haciéndose como un animal y librándose así de la carga de la razón, la sangre se convierte en la esencia de la vida; verter sangre es sentirse vivir, ser fuerte, ser único, estar por encima de todos los demás. El matar se convierte en la gran embriaguez, en la gran autoafirmación en el nivel más arcaico. Por el contrario, ser muerto no es más que la alternativa lógica de matar. Éste es el equilibrio de la vida en el sentido arcaico: matar a todos los que se pueda, y cuando la propia vida está saciada de sangre, uno está dispuesto a ser muerto. El matar en este sentido no es esencialmente amor a la muerte. Es afirmación y trascendencia de la vida en el nivel de la regresiÓn mÄs profunda. Podemos observar en individuos esta sed de sangre, a veces en sus fantasías y sus sueños, a veces en enfermedades mentales graves o en el asesinato. Podemos observarla en una minoría en tiempo de guerra —internacional o civil— en que se han suprimido las inhibiciones sociales normales. La observamos en una sociedad primitiva, en que el matar (o ser muerto) es la polaridad que gobierna a la vida. Podemos observar esto en fenómenos como los sacrificios humanos de los aztecas, en la venganza de sangre practicada en lugares como Montenegro (8) o Córcega, en el papel de la sangre como un sacrificio a Dios en el Antiguo Testamento. Una de las descripciones más lúcidas de esta alegría de matar se encuentra en el cuento de Flaubert titulado La leyenda de San Julián el Hospitalario. (9) Flaubert describe un individuo de quien se profetizó al nacer que sería un gran conquistador y un gran santo; se crió como un niño normal hasta que un día descubrió la emoción de matar. Había observado algunas veces en los servicios eclesiásticos un ratoncito que salía de un agujero de la pared; lo irritaba y estaba decidido a librarse de él. "Así, después de cerrar la puerta y de esparcir unas migajas de pastel por las gradas del altar, se apostó delante del agujero con un palo en la mano. Después de un rato muy largo, asomó una pequeña nariz roja y en seguida todo el ratón. Descargó un golpe ligero, y se quedó estupefacto sobre aquel cuerpecillo que ya no se movía. Manchaba la losa un poco de sangre. La limpió rápidamente con la manga, tiró afuera el ratón y no dijo nada a nadie." Más adelante, al estrangular a un pájaro, "las contorsiones del pájaro le hicieron latir violentamente el corazón, llenándolo de un placer salvaje, tumultuoso".

Habiendo experimentado la exaltación del derramamiento de sangre, tuvo la obsesión de matar animales. Ningún animal era demasiado fuerte ni demasiado veloz para escapar a ser muerto por él. El derramamiento de sangre llegó a ser la suprema afirmación de sí mismo como un modo de trascender la vida. Durante años su única pasión y su único entusiasmo fueron matar animales. Regresaba de noche, "cubierto de sangre y lodo, y apestando a olor de bestias salvajes. Se hizo como ellas". Casi llegó a lograr convertirse en un animal, pero no pudo conseguirlo porque era humano. Una voz le dijo que acabaría matando a su padre y su madre. Asustado, huyó del castillo, dejó de matar animales y se convirtió en un temido y famoso jefe de tropas. Como premio por una de sus mayores victorias le dieron la mano de una mujer extraordinariamente hermosa y amable. Dejó de ser guerrero, se dedicÓ con ella a una vida que podrÍa llamarse de arrobamiento; pero se sintiÓ hastiado y deprimido. Un dÍa empezó a cazar de nuevo, pero una fuerza extraña quitaba energía a sus proyectiles. "Entonces todos los animales que había cazado reaparecieron y formaron un círculo cerrado alrededor de él. Unos se sentaron sobre las ancas, otros permanecieron de pie. JuliAn, en medio de ellos, quedÉ helado de terror, incapaz del más ligero movimiento. Decidió regresar a su mujer y su castillo; entre tanto, habían llegado allí sus ancianos padres, y su mujer les dejó su propia cama. Tomándolos por su esposa y un amante, los mató. Cuando había llegado a la cima de la regresiÓn, tuvo lugar el gran viraje. Llegó a ser un santo, verdaderamente; consagró su vida a los pobres y los enfermos, y finalmente abrazó a un leproso para darle calor. Julián ascendió a los espacios azules, cara a cara con nuestro Señor Jesús, que lo llevó al cielo."

Flaubert describe en este cuento la esencia de la sed de sangre. Es la embriaguez de la vida en su forma más arcaica; de ahí que una persona, después de haber llegado a este nivel más arcaico de conexión con la vida, pueda volver al más alto nivel de desarrollo, al de la afirmación de la vida, por su humanidad. Es importante advertir que esta sed de matar, como observé arriba, no es lo mismo que el amor a la muerte, que se describe en el capítulo III. Se siente la sangre como la esencia de la vida; verter la sangre de otro es fertilizar a la tierra madre con lo que necesita para ser fértil. (Compárese la creencia azteca en la necesidad de verter sangre como condición para que siga funcionando el cosmos, o la historia de Caín y Abel.) Aun cuando uno vierte su propia sangre, fertiliza la tierra y se fusiona con ella.

Parece que en este nivel de regresión la sangre es el equivalente del semen; la tierra es la equivalente de la mujer-madre. Semen-óvulo son las expresiones de la polaridad macho-hembra, polaridad que se hace fundamental sólo cuando el hombre ha empezado a salir plenamente de la tierra, hasta el punto en que la mujer se convierte en el objeto de su deseo y su amor. (10) El derramamiento de sangre termina en la muerte; el derramamiento de semen, en el nacimiento. Pero la meta de la primera, como la del segundo, es la afirmación de la vida, aun cuando apenas por encima del nivel de la existencia animal. El matador puede convertirse en el amante si llega a nacer plenamente, si desecha su vínculo con la tierra y si vence su narcisismo. Pero no puede negarse que si es incapaz de hacerlo, su narcisismo y su fijación arcaica lo atraparán en un modo de vida que es tan cercano al modo de muerte, que difícilmente puede percibirse la diferencia entre el hombre sediento de sangre y el enamorado de la muerte.

2 Para las diferentes formas de agresión véase el rico material en estudios psicoanalíticos, en especial diversos artículos en los volúmenes de The Psychoanalytic Study of the Child (Nueva York, International Universities Press); véase especialmente sobre el problema de la agresión humana y animal, Aggression, por J. P. Scott (Chicago, University of Chicago Press, 1958). También The Psychology of Aggression, por Arnold H. Buss (Nueva York, John Wiley and Son, 1961); además, Aggression, por Leonard Berkowitz (Nueva York, McGraw-Hill Co., 1962).
3 En 1939 Hitler hubo de organizar un falso ataque a una estaciÓn silesiana de radio por supuestos soldados polacos (que en realidad eran individuos de las SS) para dar a su poblaciÓn la sensaciÓn de ser atacada y, en consecuencia, justificar su injustificable ataque a Polonia como una "guerra justa".
4 Cf. el rico material en J. Dollard, L. W. Doob, N. E. Miller, O. H. Mowrer y R. R. Sears, Frustration and Aggression (New Haven, Yale University Press, 1939).
5 Cuestionario de final abierto, las respuestas al cual se interpretan respecto de su sentido inconsciente e inesperado, a fin de dar datos no sobre "opiniones", sino sobre las fuerzas que operan inconscientemente en el individuo.
6 Del problema de la libertad se trata en el capítulo VI.
7 Paidós, Buenos Aires.
8 Cf. el cuadro que ofrece Djilas del modo de vida montenegrino, en que presenta el matar como el orgullo y la embriaguez mayores que puede sentir un hombre.
9 En Tres cuentos, Espasa-Calpe, Buenos Aires, Col. Austral 1259. [E.]

Fuente: Erich Fromm (1964) "El Corazón Del Hombre" Título original: The Heart of Man. Capítulo "Diferentes formas de violencia."

martes, 5 de junio de 2018

Errores frecuentes en el abordaje del superyó.

El superyó es heredero no sólo del complejo de Edipo, sino también del narcisismo infantil: en su función de Ideal del Yo, así como yo debes ser, se ofrece como una fantasía de perfección, es decir, de ausencia total de sexualidad objetal. El ideal es siempre un ideal inalcanzable, si se alcanza deja de ser un ideal. En Psicología de las masas está dicho claramente: la satisfacción elimina la idealización. Es decir, la frustración es condición de la idealización.

El superyo genera formaciones reactivas o conductas suicidas en pos de un ideal que demanda el sacrificio de la propia vida. En efecto: El mismo superyó es una formación reactiva, y la conducta suicida ocurre en la posición melancólica del yo que retira la libido de si mismo y se entrega al superyó. Si el precio es la vida propia, el crimen del que se le acusa es haber matado a alguien.


El superyó que ayuda a la convivencia social. 
No es así. El superyó es un imperativo categórico que impulsa a borrar las deferencias (empezando por las sexuales, y luego todo lo que sigue), sostén del fanatismo narcisista, ni siquiera evita el incesto y el parricidio pues al reprimirlos impide al yo controlar esos impulsos que afloraran en ciertas circunstancias ya fuera del control de la posibilidad de desestimación por el juicio de parte del yo. La convivencia social no es fruto del imperativo superyoico sino del convenio fraterno. La ley, tan mentada, se crea como un convenio entre hermanos, que por supuesto albergarán el deseo de pasar por encima de ella y ser seres excepcionales y retornar al narcisismo de His Majesty, y tener preferencias.

El superyó (ideal del yo) lleva a cabo el juicio de realidad.
Otro error común. En Psicología de las Masas lo enuncia así y lo corrige en El yo y el ello, debido al reconocimiento de que es el Yo, por su particular ubicación, el que lógicamente lleva a cabo dicha función. Además, siendo el superyó condición de la represión, si actúa de este modo, aleja de la realidad, pues al imponer al yo la eliminación de representaciones preconscientes, como dichas representaciones están indisolublemente unidas a un fragmento de la realidad, al ser reprimidas simultáneamente se deja de percibir una parte de la realidad.

El superyó como una instancia protectora, bondadosa.
Apoyándose en una única oportunidad en que Freud alude a esa función, en el artículo El Humor, el cual es una manifestación del período de reubicación de la nueva teoría estructural, que incluye la idea de que en la psicosis triunfa el Ello, muchos analistas (la misma Melanie Klein y muchos posteriormente hasta hoy mismo) han intentado seguir esa línea. Pero ni antes ni después aparece ni por asomo una "actitud" de ese tipo de parte de la instancia psíquica nacida de lo traumático del final del complejo de Edipo y que está destinada a reaccionar contra la actividad de agredir y amar. Veamos, por ejemplo, la posición terminante en las Nuevas Lecciones de Introducción: el superyó sólo prohíbe y castiga.
El humor no se debe a un costado benigno del superyó sino que es una actitud del yo de no amilanarse ante el superyó, aunque no negando el efecto de sus prohibiciones e idealizaciones, es decir, no entrando en una manía.