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lunes, 31 de marzo de 2025

La función fantasmática de la repetición

Allí donde la complementariedad del goce sexual es imposible, el fantasma surge como una satisfacción supletoria. Lacan, en su esfuerzo por formalizar esta imposibilidad, retoma el concepto freudiano de Lustgewinn (ganancia de goce) para explicar cómo el fantasma opera como un plus que compensa dicha carencia.

Esta ganancia de goce está íntimamente ligada al recorte significante y a la repetición, lo que lleva a una cuestión fundamental: ¿cuál es la función del fantasma en la repetición?

Por un lado, esta repetición puede transformarse en un exceso, una carga que sobrepasa al sujeto y que, en algunos casos, lo lleva a consultar a un psicoanalista. Es en este punto donde el psicoanálisis interviene: mediante el equívoco y el malentendido propios del significante, se puede desmontar la fijeza del fantasma y su rol en sostener lo imposible de la relación sexual.

Sin embargo, hay otra dimensión de la repetición que escapa a lo que puede conmoverse por la interpretación. Se trata de la repetición estructural, aquella que responde a lo que el significante “no cesa de no escribir”, es decir, a lo que persiste más allá del principio de contradicción.

Lacan se sumerge en esta problemática entre los Seminarios 14 y 15, trabajando con las tablas lógicas de verdad para encontrar una lógica que pueda abordar lo real. Desde esta perspectiva, el fantasma no es una simple formación del inconsciente, sino una escritura en sentido lógico, una articulación que sostiene dos dimensiones simultáneas:

  • Un valor de verdad, al inscribirse en la estructura del sujeto.

  • Un valor de goce, al operar como soporte de una economía política del goce, distribuyendo y fijando el exceso de satisfacción.

En este sentido, el fantasma no solo organiza el deseo, sino que también captura y obtura el goce, delimitando los modos en que el sujeto se engancha a su repetición.

viernes, 7 de marzo de 2025

El deseo y su vínculo con la interpretación

El deseo y su interpretación no solo dan título al Seminario 6 de Lacan, sino que también expresan una posición teórica clave: la decisión de no interpelar al deseo a partir de una referencia objetal. Con esta postura, Lacan se distancia nuevamente del marco conceptual en el que desarrolla su enseñanza.

En lugar de ello, plantea una interrogación sobre la naturaleza del deseo inconsciente en relación con la función del significante, ya que el deseo surge precisamente como efecto de la incidencia del significante en el sujeto.

Existe, entonces, un “lazo interno” entre deseo e interpretación. Este vínculo es subjetivo en la medida en que el sujeto no puede separarse del deseo que lo habita. En el Seminario 6, Lacan señala: “[…] cuán subjetiva es por sí sola la interpretación del deseo. Bien parece que hay en eso algo ligado de una manera igualmente interna a la manifestación misma del deseo”.

Este planteo se sostiene en el retorno a Freud y en la puesta en acto de la razón freudiana, donde Lacan reafirma la primacía de lo simbólico frente a una visión teleológica del deseo. En este sentido, el deseo se constituye a partir de la imposibilidad de hallar un objeto que lo colme o satisfaga por completo.

Desde esta perspectiva, el deseo es siempre deseo de otra cosa, manteniéndose en consonancia con la insatisfacción estructural del sujeto, quien, al estar atravesado por el lenguaje, se ve inevitablemente afectado por esta falta.

Por ello, el deseo inconsciente no puede ubicarse en el plano de lo imaginario, definido desde el esquema L y ampliado con la dimensión de la significación como producto de la operatoria significante. Aunque no pueda ser plenamente articulado, está estructurado en lo simbólico. En este punto, Lacan separa el deseo de cualquier modalidad de afectividad, ya que esta pertenece a lo imaginario y podría operar como un tapón que obstruya su verdadera dinámica.

martes, 21 de enero de 2025

La pasión melancólica y las patologías de borde.

 Jackes Hassoun planteó que fenómenos clínicos como la anorexia, la bulimia y la toxicomanía son equivalentes sintomáticos de la melancolía (delirios alucinatorios melancólicos descritos por Freud). Haydée Heinrich agrega al acting out en esta serie. De esta manera, la melancolía tiene diversas maneras de manifestarse, en lo que también se conoce como patologías de borde.

En estas presentaciones, el objeto perdido no ha sido situado como tal y en lugar de hacer un duelo normal por el objeto perdido, al sujeto se le impone el mandato de reencontrarlo. El desencadenamiento puede ocurrir a partir de una pérdida que no se pudo tramitar, o también puede estar presente desde siempre.

En estos casos, no aparece la depresión resignada que encontramos en "Duelo y melancolía", sino el ansia de producir encuentros fuertes, pasionales, sin intervalo. En su desesperación, aparecen todo tipo de conductas locas: actings, situaciones de riesgo, cortes, consumos problemáticos, anorexia, bulimia... En fin, todo lo que conocemos en la patología de borde.

El sujeto, en la melancolía, se aferra a la ilusión de encontrar un objeto que lo salve vía el amor pasional: aquel amor ilimitado, fusional, absoluto, que lo sacaría de la tristeza, la injusticia y la soledad. Se trata de un intento de curación de la melancolía.

En el Manuscrito E, Freud habla de una "gran añoranza por el amor en su forma psíquica-una tensión psíquica de amor; cuando esta se acumula y permanece insatisfecha, se genera melancolía".

Para Hassoun, la pasión en la melancolía es insaciable, con una estructura binaria, devoradora, donde el objeto es llamado a sostener el narcisismo desfalleciente del apasionado. Por otro lado, es un objeto insatisfactorio, aunque siempre esté presente. De estas forma, veremos sujetos adictos a personas o adictos a sustancias": anorexia, bulimia, toxicomanía.

En el amor, en cambio, está en juego la falta y la alternancia de la presencia-ausencia (fort-da).

Puede suceder que el encuentro pasional halle estabilización ó un enganche enloquecedor en lo que Freud llamó una "elección narcisista de objeto", es decir, que encuentre a alguien tan apasionado como él. Si esto fracasa, puede haber un desencadenamiento.

¿Qué denuncia esta posición? Según Hassoun, en la melancolía la madre no pudo ceder el seno. Se trata del tiempo lógico donde el objeto oral no fue dado por perdido por la madre, de manera que el destete no logró inscribir una primera pérdida por la cual realizar el duelo.

El niño solo puede ceder lo que está perdido para el Otro y en esta operación se constituye el objeto. En el caso de la melancolía, el sujeto no recibió el significante "pérdida", que es un primer duelo necesario para afrontar las futuras pérdidas.

Por otro lado, si el objeto no está perdido, no se produce la posterior matriz del objeto causa del deseo. Por ende, el sujeto no puede identificarse con el objeto en tanto perdido (y con valor fálico), sino que queda retenido en una identificación de objeto en tanto resto, que es mortífera. 

En estas coordenadas, el melancólico se empeña en encontrar una prueba de amor que revierta su certeza de no poder ser amado por nadie. Se trata de una ilusión vivida como "su última chance", que fácilmente vira hacia la decepción cuando el otro no está tan disponible como el sujeto necesita.

miércoles, 15 de enero de 2025

Insignias, deseo y el Otro en la contemporaneidad

El concepto de insignia en Lacan abarca los términos a través de los cuales el sujeto puede inscribirse en el campo del Otro: S1 y a. Sin embargo, las consecuencias para el sujeto varían significativamente según se sitúe en una posición o en otra.


En nuestra época, observamos una proliferación de objetos, resultado del excedente de producción posibilitado por la ciencia. A esto se suma una configuración particular del Otro, caracterizada por su impotencia debido al abandono de su función nominativa. La falta de realización del deseo puede conducir a una posición histérica, derivada de la insatisfacción inherente al deseo insatisfecho. No obstante, esta posición se ve desplazada por un Otro que ofrece objetos con la promesa de una satisfacción garantizada, transformando el deseo en demanda.

Este contexto parece estar en la base de la creciente presencia de sujetos que acuden a consulta desde una posición de objeto, un lugar que produce efectos melancolizantes propios de dicha inscripción subjetiva.

martes, 9 de julio de 2024

Insatisfacción, imposibilidad y prevención: los modos de defenderse del deseo en las neurosis

No es azaroso que el psicoanálisis haya comenzado a partir de la escucha de la neurosis histérica. Puntualmente porque, y era notorio en la época de Freud, es el sujeto histérico quien puso en juego, sobre el tapete la división del sujeto, el no saber que le era correlativo y cierta dimensión del síntoma que se asocia a lo corporal, pero que no responde a una etiología orgánica, o sea médica.

O sea que vía ese síntoma el sujeto histérico puso en juego un cuerpo de otra índole, uno erogeneizado, de deseo, marcado por la dialéctica de la demanda.

A partir de allí Freud pudo situar cierta palabra que está amordazada en el síntoma neurótico, definición que vale no solo para el síntoma histérico, sino también para la obsesión e incluso para la fobia. En esta entrada nos proponemos interrogar ciertos modos defensivos del deseo, o sea, ciertas modalidades fantasmáticas del deseo en las neurosis, en la medida en que el síntoma aludido está sobredeterminado por el fantasma.

La insatisfacción histérica
En el caso de la neurosis histérica, se trata de un deseo asociado a la dimensión de una insatisfacción: es una deseo insatisfecho. Hablamos de una insatisfacción de la cual el sujeto se queja y sobre la cual elabora toda una serie de acciones y argumentos. Esta insatisfacción puede dominar gran parte de la vida del sujeto histérico, y comandarla.

Pero el carácter defensivo, fantasmático, de esta insatisfacción implica que en realidad se trata de una respuesta neurótica a la imposibilidad que es inherente al deseo mismo. Sería como afirmar que el sujeto asume, promueve esa insatisfacción como modo de mantenerse a resguardo de la castración del Otro.

La insatisfacción histérica entonces es solidaria de la distancia que hay entre la histeria y la femineidad, es una trampa que esconde la discrepancia entre ser deseado y ser deseante.

La imposibilidad obsesiva.

Continuando con la interrogación respecto de los modos de defensivos del deseo en las neurosis, consisten en modalidades. Hay que considerar, siempre, que el deseo conlleva la posición del sujeto en una escena, y ello en la medida en la cual el deseo no se dirige a un objeto predeterminado, o uno que fuese una cosa del mundo.

Entonces, el objeto es en realidad una posición de objeto, del propio sujeto. Decimos que el deseo implica una posición del sujeto en una escena en la cual toma lugar como deseante del deseo del Otro. Y si hablamos de escena, hablamos del fantasma.

En el caso de la neurosis obsesiva, ese modo defensivo, fantasmático del deseo cobra la forma de un deseo imposible.

Tomado allí, el sujeto obsesivo está dominado por una serie de imposibilidades que le dificultan la existencia, que le impiden avanzar en determinada dirección, sea esto en el campo del trabajo, de sus estudios, en su vida amorosa. Lo enmarañan o enredan no permitiéndole llevar incluso a cabo una serie de acciones en las cuales quien lo sufre dice estar comprometido, y decidido a llevarlas adelante.

Sin embargo, así como el deseo insatisfecho en la histeria defiende contra la insatisfacción estructural del deseo; el deseo imposible del obsesivo, en el sentido fantasmático del término, no es otra cosa más que el velo de una impotencia.

Allí, donde el obsesivo denuncia una imposibilidad, lo que la escucha analítica puede situar es una posición de impotencia que es la consecuencia de una evitación. No es poco habitual que el correlato de esta imposibilidad protestada sea el impedimento, que es la situación por la cual el obsesivo cae en la trampa narcisista como modo de cortocircuitar el vínculo del deseo con la castración.

Otra coyuntura clínica donde esto se plasma es la postergación del acto en favor de la duda. Allí la vacilación propia de la duda instala una alternancia que resguarda de lo real. Por ello el obsesivo “prefiere” la duda, porque ella arranca a la angustia su certeza.

La prevención fóbica
Se plantearon ciertas discusiones en la historia del psicoanálisis respecto de si considerar a la fobia como una neurosis más; o situarla, como lo hace Lacan hacia el final de su enseñanza, como una especie de placa giratoria que constituye un momento determinado en la configuración de la neurosis en el sujeto.

Si la tomáramos por este último sentido, como placa giratoria deriva entonces eventualmente hacia una neurosis histérica o una neurosis obsesiva.

Pareciera ser, en el caso de Freud, que se sitúa entre las otras neurosis, llegando incluso a llamarla, por momentos, histeria de angustia para diferenciarla de la histeria de conversión o histeria propiamente dicha, podríamos decir. Esta oposición, de algún modo inicial de Freud, conlleva distintos modos de pensar el destino del montante de afecto que se desconecta de la representación, vía represión.

No es importante que tomemos posición respecto de esta discrepancia, acerca de si entra en la serie de las otras neurosis o no. Más allá de eso podemos situar que, al igual que en la neurosis histérica y en la neurosis obsesiva, encontramos en la fobia una modalidad preventiva, fantasmática del deseo, que defiende al sujeto del peligro que ese componente económico del deseo del Otro conlleva.

La modalidad particular que toma este deseo defensivo en la fobia es la de la prevención. El deseo prevenido funciona de resguardo o parapeto que le evita al sujeto ese encuentro complejo con el deseo del Otro. Por ello las fobias no son un síntoma poco común en la infancia, momento de la configuración de ese plafond a través del cual el sujeto se aloja como deseante del deseo del Otro.

Pero en este caso, el modo defensivo tiene un costo significativo. Dado que se trata de evitar, el sujeto elabora toda una serie de estrategias en orden a mantenerse a distancia, lo que conlleva una progresiva restricción que, en muchas oportunidades, puede concluir en el aislamiento.

lunes, 24 de enero de 2022

La insatisfacción en la histeria

Lacan afirma que el lenguaje nos separa del reino de la necesidad, propio de los animales , y nos introduce en el universo del deseo y la demanda. Nos dice:
"El deseo se define por una separación esencial con respecto todo lo que responde pura y simplemente a la dirección imaginaria de la necesidad" (Jacques Lacan El seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente, Editorial Paidós)

La política del histérico nos dice Lacan es la de tener un deseo de deseo insatisfecho.Es especialista en poner peros y trabas en la consecución a su deseo.

Esta necesidad se puede ver muy bien en el caso de la bella carnicera de Freud, donde la paciente quiere caviar y su marido estaría dispuesto a conseguirselo en seguida, pero prefiere no comerlo y le prohíbe al marido comprárselo.

También está el sueño que le trae a consulta dónde tiene un deseo de dar una comida pero que no logra realizar. Hay sujetos que gozan de estar insatisfechos y nada les espanta más que lograr aquello que desean...

Esa insatisfacción también está en el otro del histérico. Conocemos sus grandes dotes para la seducción...y como decía Lacan, para hacerse con un amo (médico, analista o amante) sobre el que después gobernar. Poco rasgo más histérico que el de tener por hábito seducir a los otros para luego frustrarlos.

viernes, 7 de agosto de 2020

La mujer y la degradación de la vida erótica.

La degradación de la vida erótica no es privativa del varón. Hoy vamos a hablar de la forma en que se juega en la mujer. Rodearemos el problema a partir del complejo de castración.

En nuestro recorrido por los textos freudianos sobre sexualidad, vimos el artículo —“La degradación de la vida erótica en el varón”— para ver cómo se da la degradación de la vida erótica desde el lugar del varón a partir de la pregunta por la impotencia psíquica.

Freud responsabiliza por la impotencia psíquica a dos factores: la intensa fijación incestuosa en la infancia y la frustración real en la adolescencia.

Surgieron preguntas de parte de ustedes sobre el camino de la mujer en este recorrido. ¿Cómo se da esto en la mujer?

Para las mujeres podemos ubicar dos motivos para la aparición de la frigidez: que el varón no cuente con toda la potencia o que luego de la sobreestimación por el enamoramiento, a partir la relación íntima, surja el menosprecio.

Vamos a hacer un breve recorrido que nos va a situar en un marco. Para rendir cuentas del devenir hombre o mujer, Freud convoca al Edipo. El mito funda la pareja sexual por la vía de las prohibiciones y los ideales de cada sexo.

¿Qué es una mujer para Freud?
El proceso de sexuación está determinado por el hecho de que para la niña la castración tuvo lugar (la madre no le dio, la hizo incompleta), y por eso surge la envidia del pene o penissneid. Así, se dirige al padre para que le dé, ya que él lo posee. La niña espera el falo, o sea, el pene simbolizado, del que lo tiene.

Se trata de cómo se ha subjetivado el “no tener” y los efectos de esta posición en la vida: cómo se las arregla la mujer con ese “menos”, dando lugar a inhibiciones, por ejemplo en el estudio o en lo laboral, a un sentimiento de inferioridad y menoscabo, a cierta posición de pobreza, de falta de recursos.

La feminidad de la mujer deriva, entonces, de su “ser castrado”.

La posición femenina la detenta la mujer cuya falta fálica la lleva a dirigirse hacia el amor de un hombre. En principio es el padre, después la pareja. El padre es el heredero del amor que primeramente dirigió a la madre.

Posición sexual y castración
En el ensayo “La significación del falo”, Lacan nos plantea la prevalencia del complejo de castración en el inconsciente y su consecuencia para la asunción de la posición sexual.

Dice así: “el complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo, primero en la estructuración […] de los síntomas […], segundo en una regulación del desarrollo […], a saber la instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual, e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas”.

La relación a la castración condiciona el lazo de una mujer con el hombre.

Dentro de lo que escuchamos en la actualidad las mujeres pueden evitar a los hombres, y cada vez más, hasta llegar a una maternidad sin hombres, donde la ciencia se pone a su servicio. En cualquier caso, esto no implica una liberación de la problemática fálica, o sea, no quedan fuera de la problemática de la castración.

Degradación de la vida erótica
Vamos a tomar el texto “El tabú de la virginidad” de Freud de 1927 para ver la degradación de la vida erótica desde el lado de la mujer.

Freud nos dice allí que el tabú se encuentra enlazado a las fobias que sufren los neuróticos.

Trae investigaciones sobre los primitivos: ahí donde hay un tabú, es donde se teme un peligro, un peligro psíquico. Freud ubica la importancia de la virginidad en el inconsciente, más allá de los cambios culturales, unido a la presencia de este tabú.

¿Por qué es importante la virginidad? El primer coito es un acto especial, ya que por la desfloración puede aparecer sangre. Por el horror a la sangre, podemos pensar una articulación entre virginidad y menstruación.

Freud nos muestra que no sólo el primer coito con la mujer es tabú, sino que la mujer en un todo es tabú. El varón tiene miedo de ser debilitado por una mujer, a quedar contagiado por su feminidad y no comportarse de manera viril. Esto se conserva hasta nuestros tiempos en los fantasmas neuróticos bajo enunciados como “me dejaste agotado”, “me hacés perder la cabeza”, etc.

Desde el lado de la mujer, el primer acto sexual tiene consecuencias que no son esperadas por ella. Muchas veces, permanece fría e insatisfecha, y necesita un largo tiempo para obtener satisfacción del acto.

Hay una razón de desengaño con respecto al primer coito, donde la expectativa —muy cargada por la prohibición— no coincide con lo que efectivamente ocurre. Cuando hablo de prohibición, me refiero mucho más allá del comienzo muy temprano de la mujer en el encuentro sexual, en los ecos inconscientes de la prohibición a la pérdida de la virginidad.

Se escucha también en algunas novias, que quieren mantienen oculta la relación y así sostienen el valor de una relación secreta.

La prohibición, lo secreto, como formas de expresión del tabú.

Con la primera relación sexual, se actualizan antiguos impulsos reprimidos y surgen elementos contrarios a la satisfacción sexual que espera la mujer.

La envidia fálica, que apunta al anhelo de un significante de la completud imaginaria.
El deseo inconsciente de castrar a un hombre, dejarlo impotente.

La hostilidad contra el varón.
Todos estos factores tienen como fundamento la historia del desarrollo libidinal. Los deseos sexuales infantiles persisten, fijados al padre o a un hermano que lo sustituye. El partenaire nunca es más que un varón sustituto. Nunca es el genuino.

Para que se desautorice a la pareja por insatisfactoria, importa la intensidad de la fijación a la figura paterna.

Desde el punto de vista del desarrollo, dice Freud, la fase masculina o de envidia fálica de la mujer, de envidia al varón, debe ser la que permite la hostilidad de la mujer hacía el varón, siempre presente en las relaciones entre los sexos.

El tabú de la virginidad no se ha sepultado a través de las épocas, permanece en el inconsciente. Está anudado a la historia del desarrollo libidinal de la mujer, a su posición frente a la castración: cómo fue tramitada la envidia fálica, qué montante de hostilidad y hostigamiento hacia el varón. 

La clínica también nos muestra mujeres a las cuales no les resulta problemática la impotencia de su partenaire; es más, les viene bien. Puede existir una reacción de hostilidad, por ejemplo, en la que la mujer permanece en pareja, muy distanciada del hombre, donde no se juega para nada el deseo por él, pero sí la ternura.

Hostilidad, venganza, goce… problemáticas del complejo de castración para la mujer.

martes, 26 de noviembre de 2019

El humor de Tute

lunes, 8 de abril de 2019

La insatisfacción, la libidinización y la tristeza en la histeria.

UN YO INSATISFECHO.

Para el psicoanálisis, la histeria no es una enfermedad que afecte a un individuo, como se piensa, sino el estado enfermo de una relación humana en la que una persona es, en su fantasma, sometida a otra. La histeria es ante todo el nombre que damos al lazo y a los nudos que el neurótico teje en su relación con otro, sobre la base de sus fantasmas. Formulémoslo con claridad: el histérico, como cualquier sujeto neurótico, es aquel que, sin saberlo, impone al lazo afectivo con el otro la lógica enferma de su fantasma inconsciente. Un fantasma en el que él encarna el papel de víctima desdichada y constantemente insatisfecha. Precisamente este estado fantasmático de insatisfacción marca y domina toda la vida del neurótico.

Pero, ¿por qué concebir fantasmas y vivir en la insatisfacción, cuando en principio lo que buscamos alcanzar es la felicidad y el placer? La razón es clara: el histérico es, fundamentalmente, un ser de miedo que, para atenuar su angustia, no ha encontrado más recurso que sostener sin descanso, en sus fantasmas y en su vida, el penoso estado de la insatisfacción. Mientras esté insatisfecho, diría el histérico, me hallaré a resguardo del peligro que me acecha. Pero, ¿de qué peligro se trata? ¿De qué tiene miedo el histérico? ¿Qué teme? Un peligro esencial amenaza al histérico, un riesgo absoluto, puro, carente de imagen y de forma, más presentido que definido: el peligro de vivir la satisfacción de un goce máximo. Un goce de tal índole que, si lo viviera, lo volvería loco, lo disolvería o lo haría desaparecer. Poco importa que imagine este goce máximo como goce del incesto, sufrimiento de la muerte o dolor de agonía; y poco importa que imagine los riesgos de este peligro bajo la forma de la locura, de la disolución o del anonadamiento de su ser; el problema es evitar a toda costa cualquier experiencia capaz de evocar, de cerca o de lejos, un estado de plena y absoluta satisfacción. Por más que se trate de un estado imposible, el histérico lo presiente como una amenaza realizable, como el peligro supremo de ser arrebatado un día por el éxtasis y de gozar hasta la muerte última. En suma, el problema del histérico es ante todo su miedo, un miedo profundo y decisivo que en verdad él no siente jamás, pero que se ejerce en todos los niveles de su ser; un miedo concentrado en un único peligro: gozar. El miedo y la tenaz negativa a gozar ocupan el centro de la vida psíquica del neurótico histérico.

Ahora bien, para alejar esta amenaza de un goce maldito y temido, el histérico inventa inconscientemente un libreto fantasmático destinado a probarse a sí mismo y a probar al mundo que no hay más goce que el goce insatisfecho. Así pues, ¿cómo alimentar el descontento si no creando el fantasma de un monstruo, monstruo que nosotros llamamos el Otro, unas veces fuerte y supremo, otras débil y enfermo, siempre desmesurado para nuestras expectativas y siempre decepcionante? Cualquier intercambio con el Otro conduce inexorablemente a la insatisfacción. La realidad cotidiana del neurótico se modela, en consecuencia, según el molde del fantasma, y los seres cercanos a los que ama u odia desempeñan para él el papel de un Otro insatisfactorio.

El histérico trata a su semejante amado u odiado, y en particular a su partenaire psicoanalista, de la misma forma en que trata al Otro de su fantasma. ¿Que cómo se las arregla? Busca —¡y siempre encuentra!— aquellos puntos en que su semejante es fuerte y abusa de esta fuerza para humillarlo; y los puntos en que su semejante es débil y, por esta debilidad, despierta compasión. Con agudísima percepción, el histérico descubre en el otro la señal de una potencia humillante que lo hará desdichado, o de una impotencia conmovedora que le suscita piedad, pero a la que no podrá poner remedio. En síntesis, se trate del poder del otro o de la falla en el otro, con el Otro de su fantasma o con el otro de su realidad, lo que el yo histérico se empeñará en reencontrar como su mejor guardián, será siempre la insatisfacción. El mundo de la neurosis, poblado de pesadillas, obstáculos y conflictos, se convierte en la única muralla protectora contra el peligro absoluto del goce.

UN YO HISTERIZADOR

El histérico nunca percibe sus propios objetos internos o los objetos externos del mundo tal como se los percibe comúnmente, sino que él transforma la realidad material de estos objetos en realidad fantasmatizada: en una palabra: histeriza el mundo. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué significa histerizar?

Acabamos de ver que, para asegurarse un estado de insatisfacción, el histérico busca en el otro la potencia que lo somete o la impotencia que lo atrae y lo decepciona. Dotado de una aguda sensibilidad perceptiva, detecta en el otro la mínima falla, el mínimo signo de debilidad, el más pequeño indicio revelador de su deseo. Pero, a semejanza de un ojo penetrante que no se conforma con horadar y traspasar la apariencia del otro para encontrar en él un punto de fuerza o una fisura, el histérico inventa y crea lo que percibe. El instala en el cuerpo del otro un cuerpo nuevo, tan libidinalmente intenso y fantasmático como lo es su propio cuerpo histérico. Pues el cuerpo del histérico no es su cuerpo real, sino un cuerpo sensación pura, abierto hacia afuera como un animal vivo, como una suerte de ameba extremadamente voraz que se estira hacia el otro, lo toca, despierta en él una sensación intensa y de ella se alimenta. Histerizar es hacer que nazca en el cuerpo del otro un foco ardiente de libido.

Modifiquemos ahora nuestro lenguaje y definamos de un modo más preciso el concepto de histerización. ¿Qué es histerizar? Histerizar es erotizar una expresión humana, la que fuere, aun cuando por sí misma, en lo íntimo, no sea de naturaleza sexual. Esto es exactamente lo que hace el histérico: con la máxima inocencia, sin saber, él sexualiza lo que no es sexual; por el filtro de sus fantasmas de contenido sexual —y de los que no tiene necesariamente conciencia—. el histérico se apropia de todos los gestos, todas las palabras o todos los silencios que percibe en el otro o que el mismo dirige al otro.

A esta altura debemos hacer una precisión que se tendrá en cuenta cada vez que utilicemos en este libro la palabra "sexual". ¿De qué sexualidad se trata cuando pensamos en la histeria9 ¿Cuál es el contenido de esos fantasmas? ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que el histérico sexualiza? Empecemos por aclarar que el contenido sexual de los fantasmas histéricos no es nunca vulgar ni pornográfico, sino una evocación, muy lejana y transfigurada, de movimientos sexuales. Se trata, estrictamente hablando, de fantasmas sensuales y no sexuales, en los que un mínimo elemento anodino puede obrar, como disparador de un orgasmo autoerótico.

Debemos comprender, en efecto, que la sexualidad histérica no es en absoluto una sexualidad genital sino un simulacro de sexualidad, una seudogenitalidad más cercana a los tocamientos masturbatorios y los juegos sexuales infantiles que a un intento real de concretar una verdadera relación sexual. Para el histérico, sexualizar lo que no es sexual significa transformar el objeto más anodino en signo evocador y prometedor de una eventual relación sexual. El histérico es un creador notable de signos sexuales que rara vez van seguidos del acto sexual que anuncian. Su único goce, goce masturbatorio, consiste en producir estos signos que le hacen creer y hacen creer al otro que su verdadero deseo es internarse en el camino de un acto sexual consumado. Y sin embargo, si existe un deseo en el que el histérico se empeñe, es el de que tal acto fracase; para ser más exactos, el histérico se empeña en el deseo inconsciente de la no realización del acto y, por consiguiente, en el deseo de permanecer como un ser insatisfecho.

El marco habitual del análisis, el diván, el ritual de las sesiones o el tono particular de la voz del psicoanalista, así como el vínculo transferencial. constituyen condiciones de las más favorables para que se instale este estado activo de histerización. La palabra del analizando, hombre o mujer —se lo diagnostique o no como "histérico"—, en determinado momento de la sesión puede cargarse de un sentido sexual, suscitar una imagen fantasmática y provocar efectos erógenos en el cuerpo, sea el cuerpo del psicoanalista o el del propio analizando.

El relato de una analizanda nos permitirá ilustrar la forma en que un elemento anodino de la realidad puede ser transformado en signo erótico.

Ejemplo de histerizacion: "Cuando al llegar oigo el toque de la puerta principal del edificio, cuando usted me abre pulsando el botón del portero automático, siento que su dedo pulsa mi piel a la altura de los brazos. Y en ese momento me río de mí misma. A decir verdad, sólo me reí la primera vez que me pasó; ahora no me río más, mis sensaciones me absorben. Cada vez que estoy atenta al más ligero movimiento de otro, lo recibo en la piel, lo siento, siento un calor en el cuello o en el corazón. Siento incluso como una excitación cuando oigo el simple ruido de la respiración de un hombre junto a mí. En ese momento algo llega directamente al cuerpo, sin ninguna barrera. Ante los menores ruidos que usted hace, siento inmediatamente una sensación de placer en la piel. Soy muy sensible a sus movimientos, que resuenan en mi piel. Imagino lo que sucede en usted como si yo fuera su propia piel, envolviéndolo. Siento sus movimientos en mi piel porque yo soy su piel." Después de un silencio, añade: "Pensar esto y decírselo me tranquiliza, y me da un límite. El razonamiento mismo es el límite."

Vayamos ahora al tercer estado del yo histérico, el yo tristeza.

UN YO TRISTEZA

Es de imaginar hasta qué punto el yo histérico, para histerizar la realidad, debe ser maleable y capaz de estirarse sin discontinuidad desde el punto más intimo de su ser hasta el borde más exterior del mundo, y cuán incierta se torna entonces la frontera que separa los objetos internos de los objetos externos. Pero esta singular plasticidad del yo ínstala al histérico en una realidad confusa, medio real, medio fantaseada, donde se emprende el juego cruel y doloroso de las identificaciones múltiples y contradictorias con diversos personajes, y ello al precio de permanecer ajeno a su propia identidad de ser y, en particular, a su identidad de ser sexuado. Así pues, el histérico puede identificarse con el hombre, con la mujer, o incluso con el punto de fractura de una pareja, es decir que puede encarnar hasta la insatisfacción que aflige a ésta. Es muy frecuente comprobar la asombrosa soltura con que el sujeto adopta tanto el papel del hombre como el de la mujer, pero sobre todo el papel del tercer personaje que da lugar al conflicto o, por el contrario, gracias al cual el conflicto se resuelve. El histérico. desatando el conflicto o despejándolo, sea hombre o mujer, ocupará invariablemente el papel de excluido. Precisamente, lo que explica la tristeza que suele agobiar a los histéricos es el hecho de verse relegados a este lugar de excluidos. Los histéricos crean una situación conflictiva, escenifican dramas, se entrometen en conflictos y luego, una vez que ha caído el telón, se dan cuenta, en el dolor de su soledad, de que todo no era más que un juego en el que ellos fueron la parte excluida. En estos momentos de tristeza y depresión tan característicos descubrimos la identificación del histérico con el sufrimiento de la insatisfacción: el sujeto histérico ya no es un hombre, ya no es una mujer, ahora es dolor de insatisfacción. Y, en medio de este dolor, queda en la imposibilidad de decirse hombre o de decirse mujer, de decir, simplemente, la identidad de su sexo. La tristeza del yo histérico responde al vacío y a la incertidumbre de su identidad sexuada.

En suma, el rostro de la histeria es una cura de análisis y. fuera de ésta, en cualquier relación con el otro, se presenta como un lazo insatisfactorio, erotizador y triste, enteramente polarizado alrededor de la tenaz negativa a gozar.

Es oportuno precisar ahora que esta tenaz negativa a gozar aparece igualmente en los fundamentos de esas otras neurosis que son la obsesión y la fobia, pero adoptando entonces modalidades bien específicas.

Fuente: J. D. Nasio "EL DOLOR DE LA HISTERIA"