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lunes, 14 de junio de 2021

Notas sobre la clínica psicoanalítica: La Dignidad.

El concepto de dignidad abarca una dimensión estructural del ser humano y hasta donde sabemos esta dimensión es universal. En todas las culturas que pude conocer hasta ahora, directamente o indirectamente a través de distintas fuentes, esta dimensión está presente.

Yendo ahora al terreno de nuestra práctica, es inevitable tener en cuenta esta cuestión, que se nos presenta a diario en la vida del sujeto por distintas vías discursivas.

Es muy difícil enumerarlas a todas, son tan variadas como la subjetividad.
En otros términos cada versión de la dignidad, es en sus manifestación, singular. Haciendo honor a la médula de nuestra práctica debemos situarnos en el marco de esta singularidad.

Pero hay que aclarar que cuando hablamos de dignidad hay que distinguirlas de las reivindicaciones narcisistas yoicas que justamente se caracterizan por esconder en el sentido habitual de la palabra, otras cuestiones derivadas de las defensas narcisistas, el desconocimiento de la verdad subjetiva.

En este sentido ya no se trata de dignidad sino de esa reivindicación narcisista, que puede portar un deseo de dignidad, pero que por lo general se halla en sus antípodas.

En resumen, de un modo quizás esquemático, cuanto más se trata de una reivindicación narcisista, menos se trata de la dignidad que desde el psicoanálisis intentamos definir y con la cual nos encontramos en nuestra práctica cotidiana.

No cabe la menor duda que el análisis, apunta a la verdad, a la subjetividad, dimensiones que se hallan portadas por lo general por la dimensión sintomática del malestar y el sufrimiento que llevan a alguien a emprender el recorrido de un análisis.

A medida que el análisis avanza, el síntoma se deconstruye tanto en una dimensión sincrónica, es decir en el relato inevitable de la actualidad de la vida del sujeto, así como en su dimensión histórica que es necesario abordar.

La dirección de la cura, a nuestro entender, esencialmente está en el discurso mismo del análisis.

El dicho corriente por parte de nuestros colegas "hay que seguir el camino del padre, de la madre...etc etc" sólo es válido en la medida en que es el resultado mismo de ese devenir mismo del discurso.

No es algo que se pueda comandar desde la conciencia.

No es que no haya propósitos del analizante o del analista, sólo que el discurso mismo se encarga de direccionar esos propósitos concientes, hacia las dimensiones discursivas implicadas, mas allá de los propósitos voluntarios.

Y muchas veces estos propósitos voluntarios mismos están guiados por el discurso mismo. Allí se entrelaza la resistencia, la represión, las defensas en general...las verdades, las emergencias subjetivas y los varios etcéteras que podemos advertir.

El semblante del analista, la dirección de la cura, la asociación libre, la atención flotante...se hallan implícitas y poco dependen de los propósitos concientes que mencionamos.

Dicho todo esto, advertimos durante el proceso analítico, que hay una dimensión muy fuerte que tiene que ver con la mejoría cuando no la curación de los síntomas y el avance del analizante en su análisis, su relacionamiento con sus verdades.

La dignidad como dimensión del análisis tiene que ver con el modo con que en el analizante se siente con respecto a sí mismo. Sentir que está íntimamente vinculado con su valoración de sí.

Esa valoración tiene que ver con la relación del Ideal del yo y el yo.

En que medida el yo se siente amado por su Ideal, en que medida el sujeto puede jugar sus deseos, sus goces, en fin... sus fantasmas, de un modo en que sus verdades y su advertencia respecto de esas verdades, y por lo tanto de los caminos de su subjetividad, van siendo desgajadas de las alienaciones respecto del superyo, el sentimiento de culpa y los parámetros afines de la vida del analizante.

Aunque lleva su tiempo desplegar estas cuestiones en un análisis, no cabe duda de que están en juego, en el síntoma, en el sufrimiento, en el carácter, en la sintomatización del carácter. En fin, en la vida del sujeto y la incidencia del análisis en esa vida, sus condiciones y el advertimiento del sujeto respecto a la verdad que se juega en su estructura singular.

En este punto se juegan en el análisis varios ejes que definen un análisis que cumple con su función y su metodología.

La distinción entre culpa y responsabilidad. 
Una cosa es que en la investigación analítica sea reconstruída la historia del sujeto, el orígen de sus marcas, las incidencias del superyó los, padres, en fin la historia en general.

Otra es colocar en esa historia, de un modo simplista y hasta ingenuo, la responsabilidad de las condiciones actuales de la vida del sujeto.

Aliarse con las quejas del sujeto, su sentimiento de daño histórico, lo que Lacan llamaba la frustración, es descolocar el eje de la cuestión y conduce al sujeto a permanecer en la misma condición subjetiva y hasta en el mismo sufrimiento que cuando comienza su análisis.

Culpabilizar a los padres de lo que ocurrió en la vida del sujeto es ignorar la propia responsabilidad respecto de su condición de portador de ella, en condición pasiva e impotente.

Es portar la culpa de esa historia enmascarada tras la culpabilización y responsabilización de los personajes y circunstancias de esa historia.

Caricaturescamente diríamos que entender el síntoma como algo de lo cual el sujeto no es responsable, es comprender en el peor sentido de la palabra que la culpa es del papá, la mamá, los hermanitos, los tíos... y los personajes...variados del pasado.

No se trata de ignorar la historia. Al contrario, se trata de investigarla, pero ir claramente a lo que el sujeto hizo con ella.

A través del síntoma el sujeto sufre esa historia. 

En esa dimensión sintomática su dignidad queda profundamente dañada, y en ese daño interviene inadvertidamente la culpabilización de los personajes de su historia. Esa culpabilización es una claudicación también inadvertida de la subjetividad.

El superyó rige en detrimento del Ideal en la valoración que el sujeto hace de sí mismo.

De nada valen las reivindicaciones narcisistas al respecto.

Y lo peor que puede ocurrir en un análisis es que el analista confunda investigación de la historia del sujeto con sus marcas, de los goces, de la presencia de la dimensión del Otro en ella. Todo ello está en juego en la alianza con las quejas del sujeto respecto de su historia.

Esa confusión es lisa y llanamente desresponsabilizarlo, es conducirlo a la reacción terapéutica negativa tal como la definía Freud, o mejor dicho es dejar que la dimensión de la frustración sea el eje de ese análisis, y consecuentemente el análisis no sea eficaz ni en cuanto al sufrimiento ni en relación a la verdad y la subjetividad, que finalmente están fuertemente relacionados.

El síntoma se encarga de la responsabilidad si el sujeto no la asume simbólicamente.

Se advierta o no, es enorme el daño que se inflige a la dignidad del sujeto por esta vía.

La dignidad muchas veces queda alienada en la reinvidicación narcisista. En el análisis, a veces hay una reivindicación de lo indigno, por ejemplo goces abyectos varios, obscenos y hasta perversos. Claro...qué analista puede juzgar. Nada más ajeno a nuestra práctica. Cada cual vive como quiere...o como puede (aquí el orden de los factores no altera el producto).

Ahora bien...hay que decirlo...esos goces no son gratuitos y el síntoma se encarga de eso. A veces con enorme malestar del sujeto, angustias, impedimentos, fracasos, malestares corporales múltiples...y sigue la lista...

Volviendo a lo que un analista hace con eso... Si no se distingue reconstrucción de una historia, deconstrucción del síntoma sincrónica y diacrónicamente, con colocar la responsabilidad en el Otro, de la historia o de las circunstancias actuales, lo advierta o no el sujeto conduce a un análisis que no avanza, a un sufrimiento que a la larga se infinitiza de diversos modos...a la repetición perpetua del malestar y sus condiciones, en una profecía autocumplida.

Un caso particularmente relevante es una angustia que se mantiene por años en algunos análisis. Es producido por una inercia causada por el amor transferencial y la contratransferencia correspondiente, su aliada resistencial. Muchas veces la cuestión de la no responsabilización del sujeto está en el centro de la cuestión.

En relación a esta inercia que ocurre frecuentemente, solemos advertir la circunstancia de un análisis detenido muchas veces en forma que exige un corte.

A veces un cambio de analista franquea esa detención. A veces puede ser que tanto el analizante como el analista, al darse cuenta de lo que ocurre, producen un movimiento que interrumpe la inercia y permite que ese análisis continúe.

En realidad cabe decir, que no sólo la angustia permanente y durante mucho tiempo, es la que delata esta inercia. La persistencia sintomática y del sufrimiento tiene distintos rostros. Entonces el eje de la cuestión es que el analista tenga en claro donde se encuentra la responsabilidad del sujeto respecto de esa historia.

Conducir el análisis desde la responsabilidad del analizante y no desde la solidaridad de la queja con lo que le ocurre...en la medida que eso es posible en función de la estructura de cada cual y de los tiempos del análisis implica el avance respecto de la verdad, la subjetivación, el florecimiento del deseo, y la posibilidad de que cada uno pueda posicionarse subjetivamente frente a las aventuras y desventuras de su vida.

El héroe no es un mito, en la historia del sujeto, salvo el carácter mítico con el cuál nos pensamos. Es necesario advertir la dimensión de héroe épico que todos tenemos en nuestra vida. A veces somos héroes trágicos, a veces héroes épicos en el sentido positivo de la palabra. 

Pero siempre somos protagonistas centrales de nuestra historia. 
No se trata sólo de lo que Freud enunció como mito del nacimiento del héroe. Se trata de lo que ese mito del nacimiento del héroe nos enseña en cuanto a la estructura fantasmática de todo sujeto.

Viene desde el nacimiento y sigue hasta la muerte...
Como tantas cosas que Freud descubrió puntualmente y que en realidad son parte de la estructura. Como tantas cosas que aparecen descriptivamente y en circunstancias puntuales que Freud descubre en su clínica y que con el tiempo se demuestran ser estructurales.. Freud con prudencia o inadvertidamente describe estos fenómenos. Con el tiempo nos damos cuenta que son generalizables a la estructura misma.

Los conceptos usados descriptivamente se van transformando en conceptos propiamente dichos o al menos exigen que lo sean. Exigen trascender la descripción fenoménica y debe ser transformados en conceptos del psicoanálisis.

Para citar un ejemplo puntual, el peso que cobró en la teoría psicoanalítica el concepto de "ombligo del sueño". Freud habló de él un par de veces, descriptivamente. Lacan en su conocida lucidez hizo la operación de transformarlo en un concepto fundamental de la teoría.

No es difícil deducir entre otras cosas, que se trata de una ventana sobre lo real, una ventana por la que se puede vislumbrar el más allá de la represión primaria: simplemente lo Real.

Y luego de esta disquisición, retornamos al comienzo de esta nota. Lo que nos a elevar desde lo fenoménico a una dimensión conceptual central en la teoría y en la clínica del psicoanálisis, el concepto de Dignidad.

Nombramos con este concepto una dimensión esencial de la vida del sujeto. Su falta es inmanente al síntoma, se advierta o no. Se la niegue o se reivindique lo contrario, la indignidad. Y hasta se burle...uno o los otros de ella.

En esta cuestión se juega entre otras cosas: la estructura del sujeto, su trato con la pulsión, con el objeto...en resúmen con todo lo que porta su ser.

El carácter es el resultado de la internalización de las elecciones de objeto y su introyección. Goce real, tramitación simbólica, captación imaginaria se unen en él. El síntoma es el punto donde el sujeto, entre otras cosas, se enfrenta con su carácter. En términos familiares a la clínica, podemos decir que los rasgos de carácter pasan de ser ego sintónicos a ego distónicos.

El sujeto pasa del "soy así y punto", a sentir que es algo ajeno al yo. Es relevante advertir que el malestar inherente a un sufrimiento que hasta allí fué ignorado suele tener que ver entre otras cosas con ese carácter. 

Un malestar en el punto donde el rasgo de carácter porta un goce, un trato con el goce, una imaginarización yoica o inadvertida o reivindicada (y aquí, ya aparece la egodistonía, vía reivindicación egosintónica).

No cabe duda que el análisis avanza a través de los síntomas y sus vicisitudes, fantasmas incluídos. También avanza transformando rasgos de carácter en estilo....

Pero... ¿qué es el estilo?
El estilo son los rasgos que definen las marcas que porta el ser del sujeto. El sujeto no es esas marcas. Es el soporte de esas marcas y los goces que acotan circunscribiéndolas.
Es lo que Lacan definió apoyándose en la filosofía como "falta en ser".
El ser del sujeto es una falta, soporte de sus marcas y sus goces. Ellas definen en estilo.
El carácter ¿tiene algo que ver con el estilo? Por supuesto que sí.
El estilo está en los rasgos de ese carácter. Pero ese carácter que lo porta por estructura, por su configuración en tanto heredero de la relación con el Otro y sus versiones en la historia del sujeto, queda alienado de ese sujeto. 
En el carácter, la separación y constitución subjetiva definen el trato con la vida.
Acorde con el deseo y los goces posibles muchas veces. 
Pero en el malestar y el síntoma, el estilo está alienado en goces sin acotamiento suficiente por sus marcas. En elaciones narcisistas imaginarias e ilusorias.
El análisis conduce, en sus eficacias, a pasar del rasgo de carácter a al rasgo del estilo, por decir así "purificado"...es decir filtrado de lo que lo excede.

En el medio, caen goces abyectos, alienados, sin límites y obviamente traumáticos. El narcisismo que excede al necesariamente estructural parece ser un camino eficaz en el trato con la abyección...Parece...sólo parece.

Un análisis debe entonces recorrer el camino de la responsabilidad del sujeto, de su relación a la verdad que emerge en el recorrido discursivo. Implica el pasaje de la impotencia a un trato amigable con lo imposible. 

Tratar a lo imposible como si fuera posible, o lo posible como si fuera imposible son vertientes de la neurosis (se las suele titular de histéricas u obsesivas, respectivamente.
Finalmente por ese camino, es muy difícil no sentirse víctima inocente de una historia. Sólo que el sujeto ni es víctima ni es inocente.
En ambos caso la responsabilidad con respecto al trato con lo imposible es la causa del sin salida de estos caminos.

Un clásico... : "y ésto cómo 'se' resuelve"...un desafío ingenuo al analista, a veces un desafío resignado...a veces, precisamente desafiante en el tono y el contenido.

La respuesta inevitable de un analista como tal debiera ser el decir de un modo u otro, pero claramente: se trata de: "ésto... como 'yo' lo resuelvo". Subrayo el yo que en nuestra lengua castellana aparece portado implíctamente por el verbo: sería "y ésto como 'lo' resuelvo no como 'se' resuelve.

Obviamente apuntamos a la responsabilidad del sujeto que se juega atrás del yo que nos inquiere.

En resumen: 
La dignidad es una dimensión en la que, a través del análisis, el sujeto, rescata una de las cuestiones esenciales a su ser. Sin ella...al decir de algunos pacientes...la vida no vale la pena de ser vivida.

Fuente: Víctor Iunger (2021) "NOTAS SOBRE LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA - LA DIGNIDAD"

miércoles, 6 de mayo de 2020

Recuperar la dignidad perdida.

Por Lucas Vazquez Topssian
La Declaración Universal de Derechos Humanos del 1948 trajo la posibilidad de que la dignidad tuviera reconocimiento jurídico, muy probablemente en respuesta a los eventos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial. El primer artículo ya menciona que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». Desde entonces, diversos ordenamientos jurídicos la han incluído. Desde este punto de vista, la dignidad remite al respeto, a la autonomía, a la libertad y al reconocimiento de la condición humana.

Me preguntaba por la dignidad para el psicoanálisis. En cierta conferencia, escuché que el tema no había sido lo suficientemente tratado y ciertamente podríamos dar cuenta de que no se trata de los temas más populares. En un artículo de Violeta Paolini "La dignidad en psicoanálisis", la autora, cita a Antoni Vicensquien la ubica como aquello respecto de lo que cada ser humano se mantiene a distancia. En el caso de la clínica, ella dice:
Arenas se pregunta “¿No será necesario situar la dignidad del parletre más bien en su sinthome? Si algo caracteriza al sujeto y desde el comienzo mismo de la experiencia analítica, la posición del sujeto en lo tocante al estilo de sus lazos sintomáticos es precisamente su indignidad. Situar la dignidad del parletre en su sinthome podría constituir, un vector principal para la cura y un principio ético para el análisis… una ética que basada en el respeto por el modo singular de gozar, centrada en la responsabilidad absoluta del sujeto, y balizada por la dignidad”.En la cura psicoanalítica se trata  de "saber hacer" con lo incurable que habita en cada uno. Elevar al síntoma incurable a la dignidad de un estilo de vida.
Propone que el final de análisis, en términos de dinidad, tiene que ver con una nueva disposición del goce, de poder hacer algo diferente con esa satisfacción que implica el síntoma: saber hacer con el sinthome.

Sabemos que el neurótico hace un Otro de cualquier cosa, dedicándose a completarlo aún a consta de su propio sufrimiento... y de su dignidad. De esto hay tanto material escrito, que no creo poder aportar nada nuevo. No obstante, me preguntaba por aquellas situaciones en donde la dignidad humana está seriamente comprometida por causas externas al sujeto. Pensaba, volviendo al caso de la Segunda Guerra Mundial, en el caso extremo de los prisioneros de los campos de concentración. En el texto "El valor de la palabra", Ana María Careaga dice:
En los campos de concentración la palabra quedaba perdida. Al respecto dice Primo Levi en Los hundidos y los salvados, “... llovían los golpes y estaba claro que se trataba de una variante del mismo lenguaje: el uso de la palabra para comunicar el pensamiento, ese mecanismo necesario y suficiente para que el hombre sea hombre, había caído en desuso. Era una señal: para aquéllos no éramos ya hombres; con nosotros, como con las mulas o vacas, no existía una diferencia sustancial entre el grito y el puñetazo” (...) “Esto de sentirse seres a quienes no se hablaba tenía efectos rápidos y devastadores”. Uno de ellos, afirma el autor, era no poder dirigir la palabra.En el escenario de los juicios la palabra adquiere entonces una dimensión reparatoria que restituye al sujeto su condición de tal. Se trata de restituir al sujeto en su posición subjetiva. De ser humano reducido a objeto del otro, a puro deshecho, despojado de su dignidad de persona en el campo de concentración, en el ámbito de la justicia se restituye también la posibilidad de la palabra y con ella la dimensión subjetiva que necesariamente ésta conlleva.
Son dos párrafos que nos hablan una dignidad perdida y luego reparada en el sentido jurídico. Pero entonces, ¿Es la dignidad algo que el otro le quita o le restaura al sujeto así sin más, en su totalidad? Evidentemente, no podemos negar la presencia de este otro necesario para despojar -o restaurar- la dignidad de un sujeto. Pensar a un sujeto resignado incapaz de respuesta nos trae un problema clínico. ¿Será que no siempre, entonces, se es capaz de tomar distancia?

Tomemos el caso de Primo Levi, de quien tenemos sus valiosos textos, que tienen valor de testimonio. Primo Levi fue deportado a Auschwitz en 1944 y su libro contiene los detalles atroces de su experiencia en aquel campo de exterminio. En su libro "Si esto es un hombre", hay un fragmento que nos permite pensar, incluso en estos casos, en la dignidad. 
Tengo que confesarlo: después de una única semana en prisión noto que el instinto de la limpieza ha desaparecido en mí. Voy dando vueltas bamboleándome por los lavabos y aquí está Steinlauf, mi amigo de casi cincuenta años, a torso desnudo, restregándose el cuello y la espalda con escaso fruto (no tiene jabón) pero con extrema energía. Steinlauf me ve y me saluda, y sin ambages me pregunta con severidad por qué no me lavo. ¿Por qué voy a lavarme? ¿Voy a estar mejor de lo que estoy? ¿Voy a gustarle más a alguien? ¿Voy a vivir un día, una hora más? Incluso viviré menos, porque lavarse es un trabajo, un desperdicio de energía y calor. ¿No sabe Steinlauf que después de media hora cargando sacos de carbón habrá desaparecido cualquier diferencia entre él y yo? Cuanto más lo pienso más me parece que lavarse la cara en nuestra situación es un acto insulso, y hasta frívolo: una costumbre mecánica, o peor, una lúgubre repetición de un rito extinguido. Vamos a morir todos, estamos a punto de morir: si me sobran diez minutos entre diana y el trabajo quiero dedicarlos a otra cosa, a encerrarme en mí mismo, a echar cuentas o tal vez a mirar el reloj y a pensar que puede que lo esté viendo por última vez; o también a dejarme vivir, a darme el lujo de un ocio minúsculo. 
Pero Steinlauf me hace callar. Ha terminado de lavarse, ahora se está secando con la chaqueta de tela que antes tenía enroscada entre las piernas y que luego va a ponerse, y sin interrumpir la operación me da una lección en toda regla. 
He olvidado hoy, y lo siento, sus palabras directas y claras, […] Pero éste era el sentido, que no he olvidado después ni olvidé entonces: que precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir, para contarlo, para dar testimonio; y que para vivir es importante esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir. 
Esta es la dignidad que a los psicoanalistas nos atañe, además que la planteada jurídicamente. Steinlauf propone que incluso en esa situación se puede hacer algo, aunque finalmente sea "la facultad de negar nuestro consentimiento". Es interesante la intervención de Steinlauf hacia Primo Levi, que de alguna manera conmueve su resignación. 

A propósito de la resignación, Luis Hornstein dijo que se trata de una situación demasiado confortable para que se desee abandonarla y demasiado triste para quedarse ahí. "Andar […] sin arrastrar los zuecos […] para no empezar a morir", es algo que nos enseña el caso y que también hay que poder habilitarse a decir en el consultorio, sobre todo en las situaciones que no parecen tener salida, como el caso de los duelos u otras situaciones de sufrimiento. No se trata de encontrar la calma, ni la felicidad, ni una salida maníaca, sino de recuperar un poco de dignidad.

lunes, 10 de febrero de 2020

La dignidad en psicoanálisis.

Si “la dignidad humana se define por aquello respecto de lo que cada ser humano se mantiene a distancia”, como plantea Antoni Vicens, y continúa: “sobreponerse a la tendencia disgregadora y segregativa de nuestro tiempo puede hacerse desde propósitos colectivizantes de tipo gregario. Pero es más interesante hacerlo desde el encuentro individual con aquello de lo que cada cual huye...es decir, de sí mismo. Lacan lo definió a partir de un objeto. Se trata del deseo, que es aquello que no puede entrar en ninguna de nuestras demandas, y que sin embargo las causa, provocando así el discurso de nuestros amores. Se trata del goce, del que su fórmula se nos escabulle, pues su expresión misma es ya un modo de gozar”.

Freud parte de un objeto que tiene valor de causa para el sujeto, en relación con la castración. Lacan ahonda en esa noción, para encontrar en el objeto la desaparición del sujeto mismo. Miller incorpora al método psicoanalítico ese objeto de una dignidad nueva. Frente a esa dignidad, el mercado, la ley de nuestro tiempo, nos empuja a tomar los objetos como resultados, como cosas muertas, intercambiables, anónimas; y sin embargo, la política de nuestro tiempo va siendo dominada por el respeto hacia esas cosas de cuya naturaleza nadie responde. En cambio la dignidad para nosotros es un funcionamiento que organiza el respeto por las diferencias.

Arenas se pregunta “¿No será necesario situar la dignidad del parletre más bien en su sinthome? Si algo caracteriza al sujeto y desde el comienzo mismo de la experiencia analítica, la posición del sujeto en lo tocante al estilo de sus lazos sintomáticos es precisamente su indignidad. Situar la dignidad del parletre en su sinthome podría constituir, un vector principal para la cura y un principio ético para el análisis… una ética que basada en el respeto por el modo singular de gozar, centrada en la responsabilidad absoluta del sujeto, y balizada por la dignidad”.
En la cura psicoanalítica se trata  de "saber hacer" con lo incurable que habita en cada uno. Elevar al síntoma incurable a la dignidad de un estilo de vida.

 Al final del análisis hay una nueva disposición del sujeto para el goce. Al ser agujereada la vía del goce-sentido el sujeto se encuentra al final con el fuera de sentido del goce, es decir, la letra del síntoma, su artificio. El analizante ha cesado ya en su empeño de rechazar el goce. Se trata, entonces, de savoir y faire con el sinthome, se trata de la identificación con el modo de gozar. Identificación en el sentido de identificar, conocer, reconocer. El sujeto habiendo identificado su goce puede entonces hacer algo distinto con él. Lo que está en juego al final es un nuevo tratamiento del goce que posibilita la invención, que permite salir de la repetición.

En cuanto al amor, se trata de un amor más digno, en términos del seminario XXIV de Lacan.  En el Seminario X, Lacan  señala que el amor ocupa un término medio entre goce y deseo. Es interesante porque lo ubica en el mismo lugar que la angustia. Sería su reverso, lo que no engaña y lo que engaña. Miller señala que cada vez que Lacan  habla de lo que habría que esperar de novedoso del psicoanálisis habla del amor. El psicoanálisis se sostiene en el lugar del amor, es el tema de la transferencia. El amor es la relación de lo real no con la verdad sino con cierto saber  y el amor “tapa el agujero”. Desde esta perspectiva toda novedad debería venir del  amor, un amor más digno.

El amor cambia al final del análisis. Es el pasaje del amor condicionado al amor con condiciones. El amor condicionado fantasmáticamente es tributario del elegir en el marco de la repetición y pone en primer plano un hacer dificultoso con la falta teñido con esos colores. En general se quiere cambiar al otro sin poder ver que eso que se rechaza es lo que ha motivado inconscientemente la elección.

El amor con condiciones hay que modalizarlo porque sabe cuáles son las propias y tiene en cuenta  las del otro. El amor significa que la relación al Otro está mediada por el síntoma, que permite cernir y ubicar el objeto, pero como dice Lacan en el Seminario XXIV, el amor es vacío. Es decir, es un amor que cuenta con las condiciones de goce sinthomatizadas y que puede disfrutar de la libertad de un vacío  liberado.

En la época actual también nos preguntamos si los cambios son estructurales o si se trata de los semblantes.  Para el Psicoanálisis se tratará de un amor más vivible, que está de lado de lo femenino, advertido que no existe el objeto que complete, un amor como significación vacía, S(Abarrado) que posibilita la contingencia del encuentro.

Fuente: Paolini Violeta (2017) “La dignidiad en psicoanálisis” Recuperado de Diario Andino.