En el seminario Aún, Lacan introduce el concepto de serie tomando como referencia un punto preciso de la matemática: su condición de posibilidad estructural, que es la existencia de un límite. Este concepto, clave en el cálculo diferencial, permite formalizar la idea de convergencia: una serie numérica se define como convergente cuando sus términos tienden hacia un valor determinado, que constituye su límite.
Este pasaje al límite, tal como lo describe Lacan, no es solo una metáfora. Está vinculado al modo en que se piensa la infinitud regulada: es decir, lo que puede acercarse indefinidamente a un punto sin alcanzarlo del todo. Esta es también la operación subyacente en el pensamiento cantoriano sobre los conjuntos infinitos, donde la noción de límite adquiere un papel central. Como señalan Kasner y Newman, “el concepto de límite… se presenta, con propiedad, en relación a procesos infinitos”.
Lacan se apropia de esta estructura matemática porque le permite formalizar la relación entre lo serial y el goce. Lo serial es aquello que entra en la cuenta, lo que puede ser articulado como sucesión; mientras que la serie, en tanto construcción, se aproxima asintóticamente a un punto que nunca se alcanza por completo: ese punto es el límite, análogo a la imposibilidad estructural que define al goce.
Aquí es donde Lacan introduce la paradoja de Zenón: Aquiles puede acercarse indefinidamente a la tortuga, pero nunca la alcanza. Este movimiento infinito en torno a un punto inalcanzable es homólogo al modo en que el goce opera para el sujeto. El goce se presenta como exceso inasimilable, inatrapable por la cadena significante, y es precisamente esta imposibilidad lo que señala su dimensión castrada.
Desde esta perspectiva, la referencia a lo infinitamente pequeño no apunta a una sutileza cuantitativa, sino a una hiancia estructural: el goce del Otro no puede ser colmado, ni representado en su totalidad. En palabras de Lacan:
“El goce del Otro, del Otro con mayúsculas, del cuerpo del otro que lo simboliza, no es signo de amor.”
Este goce que no se alcanza pero tampoco cesa de escribirse es el núcleo mismo del no-todo: no porque sea incompleto, sino porque no se cierra. Así, el límite —tomado desde la matemática— permite a Lacan formalizar lo imposible, no como carencia, sino como exceso sin borde, bordeado por la serie, pero nunca capturado en su totalidad.