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jueves, 30 de enero de 2025

Lo imaginario y la consistencia del cuerpo: entre el deseo y la imagen

La dimensión de lo imaginario tiene una importancia indiscutible en el devenir del sujeto. Desde la función de las vestiduras fálicas, que permiten al niño engalanarse y sostenerse como aquello que causa el deseo del Otro, hasta su rol como registro de la imagen, lo imaginario es fundamental para construir la consistencia del cuerpo. Para el ser hablante, el cuerpo no es un dato inicial; requiere una construcción simbólica e imaginaria.

Sin embargo, Lacan señala que la imagen, por sí sola, no basta para sostener esta consistencia. En el grafo del deseo, el matema  muestra que la imagen cumple una función libidinal al estar sostenida por la posición del objeto a, enmarcado por los paréntesis. Aquí, la imagen vela y engalana la posición del sujeto como objeto en el fantasma, respondiendo al enigma del deseo del Otro.

Estas ideas permiten interrogarnos sobre diversas coyunturas clínicas. ¿Qué ocurre cuando las vestiduras imaginarias que recubren la posición del objeto fallan? ¿Qué sucede si el paréntesis está vacío, es decir, si la imagen no se ancla en la posición del objeto? En este caso, ¿de qué se sostendría la imagen?

El registro de la imagen, solidario de una idealización, busca borrar la falta y taponar toda vacilación. Pero hay una diferencia crucial según el lugar desde el cual la imagen se sostiene. Si se fundamenta en la posición del sujeto como causa del deseo del Otro, cumple su función estructurante. Sin embargo, si ese lugar queda vacío, la imagen pierde su sostén y puede devenir en un ideal que, como el mito de Narciso, conduce al sujeto hacia un punto mortífero.

En la contemporaneidad, observamos una promoción exacerbada de una imagen que parece sostenerse a sí misma, prescindiendo del otro/Otro. ¿Qué consecuencias tiene esta idealización para el sujeto? Este fenómeno plantea un desafío para pensar cómo se articula la imagen en una época donde la falta tiende a borrarse, dejando al sujeto atrapado en la ilusión de una consistencia autónoma que, paradójicamente, lo desconecta del deseo y lo expone a un vacío aún más profundo.

miércoles, 7 de agosto de 2024

Lo imaginario en la clínica psicoanalítica

 Lacan parte de una posición que podría leerse como una cierta postura crítica respecto del imaginario, en el sentido de situarlo en su función de tapón o de obturador. Pero también resalta su dimensión de pantalla, en el sentido de lo que oculta y mantiene a distancia de la castración.

Sin embargo, nunca le restó importancia a la función clínica de este registro, razón por la cual lo coloca en una situación de equivalencia con los otros dos.

En los últimos ocho o nueve años de su enseñanza asistimos a una reformulación de lo imaginario que resulta más que interesante. Se trata de un nuevo abordaje que es fundamental en cuanto a las relaciones del sujeto, no solo con el deseo, sino también con el goce.

Ese trabajo que se produce a partir de dos conceptos: la consistencia y el semblante.

La consistencia hay que considerarla en su cariz topológico. Fundamentalmente nodal y borromeo. Allí, en ese contexto aparece como aquella modalidad de lo imaginario que permite circunscribir por dar consistencia, precisamente, al agujero.

El semblante, en cambio, es solidario de un planteo lógico y modal. Respecto de él es muy interesante la nota de la traducción que Diana Rabinovich coloca al inicio del seminario Aún, en la cual hace referencia al diccionario de autoridades (1726-1739) en el cual la aparición del término semblante remite a un amplio espectro semántico, el cual va de lo especular a la posibilidad de representación.

A partir de ello el semblante queda asociado a lo que funciona de velo o pantalla, pero vistiendo más que obturando. No casualmente, y en solidaridad con el concepto de discurso, hay un extenso desarrollo de este término en el seminario 18.

Esta ubicación está justificada por la reformulación de la operación de la castración que allí tiene lugar. Es un abordaje modal que, finalmente, le permite arribar a esa definición exquisita de la castración, la cual es definida como un cierto arreglo entre el goce y el semblante.