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jueves, 18 de agosto de 2022

La transferencia: un recorrido por la obra freudiana

El texto de 1912 Dinámica de la transferencia tiene antecedentes, como Psicoterapias de la histeria (1895), donde Freud articuló los primeros conceptos relativos a la transferencia. Freud se encuentra con el escollo de la transferencia en el caso Dora, al desetimar la pregunta de Dora por la mujer. En este punto, la transferencia es vista como un obstáculo a la cura.

La conferencia 27 y 28 se relacionan con este tema, señalando aspectos no dichos. En 1915 aparece el tema del amor de transferencia y esta serie termina en Análisis terminable e interminable, donde Freud ya no es tan optimista. Se puede decir que para 1937, Freud es pesimista sobre la eficacia del psicoanálisis. En 1940, el optimismo se recupera en el texto Esquemas sobre psicoanálisis.

En Dinámica de la transferencia, Freud la describe como algo absolutamente necesario, como algo que sale al paso inherentemente en toda cura psicoanalítica. Esta transferencia se da también por fuera del análisis, previa a él y de manera salvaje. La transferencia no es una forma de amor, sino que es amor. Son lo mismo. De esta manera, el psicoanálisis cura por medio de la palabra y el amor.

La transferencia proviene de las posiciones innatas y de vivencias infantiles, que son las condicionantes del amor que el sujeto repite toda su vida. Cada uno de nosotros aprende lo que es el amor en tiempos primordiales de la vida. La transferencia depende de factores accidentales, las vivencias. Además, la pulsión se satisface en ella, pues tiene metas que han quedado fijadas a determinados puntos.

En todo ser humano hay mociones libidinales inconscientes que forman la fantasía y se vuelven al médico. Cuando estas mociones son parcialmente insatisfechas se vuelven contra el analista. de esta manera, la transferencia puede ser la palanca más poderosa del tratamiento, pero también la más fuerte resistencia y oposición a la cura. ¿Cómo lo vemos? En la falta de asociación, de colaboración, silencios, las faltas, las cuestiones con los honorarios, las llegadas tarde.

La transferencia positiva, imaginaria, son sentimientos tiernos conscientes hacia el analista, al saber en sí mismo. La transferencia también tiene dos facetas resistenciales. Una es la hostilidad y la otra es el amor de transferencia. Ambas formas de resistencia se oponen al recordar. El sujeto actúa, las transfiere y no puede ponerlas en palabras.

En la conferencia 28, Freud dice que la transferencia es la heredera de la hipnosis en su aspecto positivo. Hay dos tiempos del análisis:

1- La libido es forzada a pasar por los síntomas.

2- El combate contra la transferencia.

Puntualizaciones sobre el amor de transferencia es un intento de explicar lo que pasó en el tratamiento de Dora.

Recordar, repetir, reelaborar. Algo se ha "olvidado", porque nunca ha sido consciente. Se trata de algo anterior a los mecanismos de defensa. Freud se da cuenta que no todo es posible de recordar, concepto que se relaciona con lo real en Lacan. Repetir es una manera de recordar lo reprimido, a la manera del polo motor. Se trata de una reconciliación con el ello.

Análisis terminable e interminable y El problema económico del masoquismo, son textos que también permiten pensar el concepto de goce en Lacan, en tanto irreductible y como exceso. Estos textos, jusnto con Construcciones en psicoanálisis, son las bases de las Nuevas Conferencias, en especial la 34. 

Un análisis, ¿Se concluye o se interrumpe? A la luz de la pulsión de muerte, cuando se da la desmezcla pulsional, aparece el goce más mortífero. ¿Qué eficacia tiene el tratamioento en tanto profilaxis? Freud es escéptico del fin de análisis. Para ese entonces, el objeto era levantar los síntomas, las inhibiciones y los rasgos de carácter. Freud, no obstante, habla del análisis imperfecto, que son impedimentos externos a la meta del tratamiento. Son factores traumáticos, que Freud menciona como factores contingentes.

El análisis no terminado corresponde a una alteración del yo, producto de una insurgencia pulsional mucho más severa. Tiene que ver con causas internas, con lo pulsional que ha logrado domeñar al yo, que queda incorregible. 

¿Existe la moralidad absoluta? Todo eso es relativo, el análisis es inconcluible. Poder controlar a la pulsión no es fácil. La abstinencia puede complicar el análisis, porque la frustración del paciente puede traer conflictos en el espacio analítico, debido al ello. Freud dice que nunca vio a un analista lograr la normalidad en su paciente, por lo que dio el consejo de analizarse periódicamente, sobre todo para poder manejar las cuestiones transferenciales en sus pacientes. El yo moral, dice, es una ficción. 

Freud habló que el límite a un análisis es la roca viva de la castración y marca las tres imposibilidades: gobernar, educar y analizar. Aparece el carácter como resistencia del yo, la viscosidad de la libido del ello. Además está lo inanalizable, que es lo que bordea la castración.

Freud menciona 5 formas de resistencia: la represión del yo, la resistencia de la transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad. En cuanto al ello, la compulsión a la repetición. Y el superyó, el sentimiento de culpa que lleva a la reacción terapéutica negativa, que es lo que empeora al paciente.

El problema económico del masoquismo (1924), texto cercano a El Yo y el ello y en consonancia con Más allá del principio del placer (1919), Pegan a un niño, Pulsiones y sus destinos, que son sus precedentes. Allí Freud plantea el masoquismo erógeno, el masoquismo femenino y el moral. El primero es el que se percibe con cierta cuota de dolor.

El deseo del analista es que el Otro siga deseando, lo cual es histérico en la medida que deja ese deseo insatisfecho, al no acceder a la demanda. El analista también es paranoico, por la interpretación. El deseo del analista lo mantiene en un lugar que permite el deseo del otro, sin acceder a ese deseo. El deseo del analista implica mantenerse abstinente, suspender valores, poner el cuerpo, ser tomado como objeto a por la transferencia sin sucumbir a la tentación de poner la subjetividad del analista (lo cual es una tentación). Como se ve, es un deseo difícil de sostener.

jueves, 22 de julio de 2021

Los cinco tipos de resistencia en la obra de Freud

Las resistencias existen sólo en los tratamientos psicoanalíticos. En ningún otro tratamiento o fuera de un tratamiento psicoanalítico nos vamos a encontrar con resistencias. ¿Por qué?

Porque las resistencias son resistencias al progreso del proceso psicoanalítico

Freud las menciona más de 1000 veces en su obra, ya sea como resistencias o como obstáculos al avance del tratamiento. Sin una meta a alcanzar, sin un objetivo, lo llamemos llenar las lagunas mnémicas, hacer consciente lo inconsciente, donde era ello devendrá yo, o buscar que el yo sea más independiente del superyó, no nos encontramos con resistencias. Nos damos cuenta enseguida que el analista está implicado en esta percepción de la resistencia. Eso nos ofrece un amplísimo camino para seguir: el análisis del analista, el vencimiento de sus propias resistencias es imprescindible para poder analizar las resistencias del paciente. 

A partir de 1923, da comienzo de lo que se denomina la segunda tópica. Consiste en un esquema teórico espacial (el yo es un yo corpóreo) de la conformación del alma humana. Y desde su formulación, que por supuesto no fue repentina porque se venía anunciando por lo menos desde la llamada metapsicología del 15, Freud se entusiasmó en comprender los distintos fenómenos anímicos en relación con ese esquema. Así trató de entender las neurosis y psicosis en ese esquema, el humor,  y todo el funcionamiento anímico a través de las relaciones del ello, lo inconsciente reprimido del yo y lo inconsciente no reprimido, el retorno desde el ello, el superyó y las relaciones con el mundo exterior. 

Así llega en poco tiempo a ubicar las resistencias como distintos modos de cada uno de los elementos de la estructura del psiquismo que se pueden oponer al progreso del tratamiento psicoanalítico. Y ellas estarán presentes en todo tratamiento psicoanalítico teniendo su peso particular en obstaculizar la tarea. 

Por lo tanto todo analista tiene que estar advertido: nuestro trabajo consiste en vencer resistencias y si una persona, supuesta, verdadero producto de ciencia ficción, no llegara a tener resistencias, no necesitaría tratamiento psicoanalítico. A veces nos desalentamos o vemos colegas contrariados y desalentados por las resistencias de los pacientes, pero tenemos que recordar y recordarles que esa es la razón de nuestra tarea: el análisis es el análisis de las resistencias. Un análisis que transcurre sin resistencias es un análisis que no transcurre. O mejor dicho: no es un análisis. La intensidad de las resistencias es directamente proporcional a la cercanía con el núcleo del conflicto de cada uno de nosotros y al llegar allí el análisis transcurre sobre la cornisa, si no transcurre sobre una estrecha cornisa no estamos conmoviendo nada importante. 

Freud, con su gran honestidad intelectual que lo llevó a publicar fracasos terapéuticos, nos mostró a veces cómo chocó contra la muralla de las resistencias sin poder vencerlas: p.ej. en el hombre de los lobos recurrió a la amenaza de poner término al tratamiento en un plazo limitado si no vencía sus resistencias. También sabemos por relatos de testigos que, impotente para comprender la tendencia de Marie Bonaparte a operarse la vulva, 7 veces, llego a echarla de una sesión diciéndole: Si vuelve a hacerlo no vuelva por acá. Mientras Freud se operaba una y otra vez de su cáncer y Topsy, el chow chow de Bonaparte era operado una y otra vez, ella también lo hacía para acercar el clítoris a la vagina.  Eso ocurría mientras se trataba con Freud quien no llegó a entender esa tendencia de su paciente. 

En forma oficial en el período de la segunda tópica Freud menciona cinco tipos de resistencias: tres del yo, una del ello y una del superyó. 

Las del YO: La resistencia de la represión, la resistencia de la transferencia, y la resistencia del beneficio secundario de la enfermedad.

El beneficio de la enfermedad

En un párrafo del caso Dora, muestra dos resistencias, el sentimiento de culpa inconsciente y el beneficio de la enfermedad. Pero a diferencia de lo que dirá años después, acá el beneficio secundario parece un obstáculo más fuerte que el sentimiento de culpa. Dice ahí: 

A.E. tomo VII,41/2: "Motivos que sostienen la condición de enfermo se hallarán, probablemente, en todos los casos bien desarrollados. Pero hay casos con motivos puramente internos, como el autocastigo, vale decir, el arrepentimiento y la expiación. En ellos la tarea terapéutica resultará más fácil de solucionar que en los casos en que la enfermedad está vinculada al logro de una meta exterior. Para Dora, evidentemente, esta meta era mover a compasión al padre y hacerlo apartarse de la señora K."

Otro beneficio que puede encontrar un paciente, especialmente si el paciente es analista es analizarse con destacados analistas, pioneros, maestros de maestros. El paciente puede sacar un beneficio secundario de ser analizado de ellos lo que puede mantener la neurosis hasta que se prolongue sospechosamente. Lo mismo puede ocurrir con el beneficio secundario que sacan los analistas cuando trasciende a la sociedad que son analistas de personas socialmente destacadas, importantes, políticos, economistas, deportistas. Etc. Otro beneficio secundario de los pacientes analistas es el de formar parte del círculo íntimo o de una institución encabezada por su analista: la derivación de pacientes, de supervisados, de funciones docentes, etc. les ofrecen beneficios, los mantienen económicamente y eso hace que muchas veces se establezca una relación interminable. Incluso el tema fue discutido en el instituto de Berlín a fines de la década del 20 y llevó a que algunos, como Ernest Simmel,  propusieran que un analista didacta no podía estar ocupando un cargo institucional mientras analizaba a un candidato para evitar el efecto de poder sobre el candidato y los beneficios secundarios de parte suya. 

La resistencia de la represión

Que el analista tenga suficientemente superada la resistencia de la represión se comprende porque en el tratamiento se pone en juego su capacidad de captar el inconsciente del paciente. Es lo que se llama comunicación de inconsciente a inconsciente. ¿En qué consiste y cómo se explica?

El aparato protector contra estímulos consta de tres elementos que se engrana: la atención, la cantidad de representaciones  preconscientes disponibles (es decir inconscientes descriptivamente) y la percepción intermitente. 

Con el primero fijamos la percepción en un estímulo y no no puede agarrar de sorpresa, no hay schreck, no hay susto, no hay trauma.

Con el segundo más estimulos puedo ligar y por lo tanto evito que sean traumáticos . Si tengo levantada más represiones, tengo más representaciones  preconscientes disponibles para ligar los estímulos. Esas representaciones son inconscientes descriptivamente pero no son inconscientes dinámicamente y por lo tanto están disponibles para ser conscienes. Son preconscientes. Lo inconsciente del paciente es reprimido, lo inconsciente del analista que está en juego, es preconsciente, a esto se refiere Freud cuando dice “comunicación de inconscinete a inconsciente”. (ver correspondencia con Ludwig Binswanger).

Pero la represión del paciente, y las otras defensas a las que alude Freud, actúan y se hicieron notar desde la época en que se instaba al paciente a recordar. La manifestación clínica típica de la represión es el olvido y a lo largo de la obra de Freud hemos estudiado sus motivaciones y consecuencias. Acá sólo quiero llamar la atención a la represión que se produce especialmente en presencia del analista: muchos pacientes relatan que iban a contar algo en sesión, que al venir caminando, incluso subiendo en el ascensor, estaban pensando en contar algo, un sueño, un recuerdo, una anécdota, pero al abrir la puerta el analista se olvidaron. Ahí se hace evidente el efecto represor de la presencia del analista. Si uno le muestra al paciente que el olvido ocurrió por sometimiento a la presencia del analista, porque el analista se opone a escuchar esas palabras, aunque el paciente lo niegue rotundamente, comprobarán que en pocos segundos el paciente recupera la memoria. Otro fenómeno de esas características es que cuando terminamos los tratamientos solemos acordarnos de algo de nuestra historia que jamás habíamos recordado mientras estábamos en análisis. De ese modo mucha veces ocurre lo que ocurrió con Ferenczi: se termina echando la culpa al analista por no haber analizado ciertas cosas. 

La resistencia de la transferencia

Es la resistencia del acting out, para Freud. El paciente vive como algo actual lo que es un recuerdo. Esa transferencia era entendida como una resistencia mientras perduraba el principio del placer como regla del funcionamiento del psiquismo, pero, a medida que a través de la repetición, de la compulsión a la repetición y más allá del principio del placer Freud le encuentra un nuevo sentido a la transferencia sin quitarle el anterior: es decir, es cierto, la transferencia es una resistencia, pero también es lo resistido: eso que se olvida el paciente está ocurriendo delante de nuestros ojos. Freud menciona varios tipos de transferencia: la positiva erótica y la negativa son formas de resistencia pero coloca la transferencia positiva sublimada como uno de los motores del tratamiento. Casi podríamos decir que la transferencia positiva sublimada es el famoso camino de retorno de lo inconsciente a la conciencia. 

Recordemos también que en la obra de Melanie Klein la transferencia negativa toma casi el monopolio total de la función de resistencia. 

La resistencia del ello

Es la llamada Viscosidad de la libido: esta resistencia es la única que Freud adscribe al ello. Le da cierto carácter instintivo, o traumático, como evidenciando una fijación. Consiste en la permanencia de un lazo objetal o un tipo de lazo objetal el cual el paciente no puede o no logra modificar. 

A veces esa situación se nos muestra en la misma cara del analista, o digamos, en el mismo diván: son tratamientos prolongadísimos en los cuales el paciente parece colaborar y aportar nuevos elementos cada tanto pero que ha trasladado esa fijación, ese atrapamiento en el surco muy profundizado por la repetición, a la misma situación analítica. Tiene un gran componente de pasividad y de espera del paciente que sea otro el que le cambie la vida, y en el análisis, que sea su analista el que tome el timón de su vida. Parece ser una reedición de lo que en la época del Proyecto llamaba facilitación

Esa falta de desplazamiento de la libido, tan ajena al modo del funcionamiento del proceso primario, despierta horror en el ambiente que rodea al paciente y a veces al analista mismo. Eso debió ocurrir con Freud en el Hombre de los lobos pues allí dice: “Tratándose de neuróticos, hacemos el ingrato descubrimiento de que, dadas las condiciones aparentemente iguales, no es posible lograr en unos modificaciones que en otros hemos conseguido fácilmente. De modo tal que al considerar la conversión de energía psíquica debemos hacer uso del concepto de 'entropía”. Freud percibía allí que el paciente se empezaba a aferrar ahí como antes a su neurosis, claro que hubo una contribución del parte del analista: la económica. 

Si entendemos esa adherencia al objeto o al modo de relacionarse ligada a la fijación, suponemos la existencia de un trauma primitivo y por lo tanto vemos en juego la compulsión a la repetición.

Este tipo de resistencia es la que explica tratamientos de 10, 20, 30 años sin que pase nada más en la vida del paciente. 


Y por fin:

La resistencia del superyó

La última, la más importante, la que indica la severidad del cuadro, la que marca el pronóstico, la que empeora cuando se espera una mejoría (la reacción terapéutica negativa) es la resistencia del superyó: el sentimiento de culpa inconsciente, la necesidad de estar enfermo, de castigo.

En la segunda tópica, de todas las resistencias con que se choca en un tratamiento analítico tanto en el paciente como en el analista la del superyó es la que tiene más peso en determinar su pronóstico.

El superyó es la condición de las represiones que nos alejan de la realidad. 

Estamos demasiado acostumbrados a considerarlo normal pero pasamos por alto que la transformación de una compulsión externa en una interna es un fenómeno patológico. 

Sólo un yo que ha retirado la libido de sí mismo considera al superyó como protector. 

En el tratamiento no sólo se hace presente como transferencia al analista de esa figura crítica sino como idealización del analista. Esta idealización a veces es compartida por ambos y lleva al analista a ponerse en el papel de salvador del paciente, consejero, guía de su vida. Freud advirtió contra esto en El yo y el ello

La creencia más difundida es que el superyó nos protege y conviene para la vida en sociedad, autoengaño llamativo porque los analistas de ese modo tenemos que desestimar todo lo que sabemos del funcionamiento anímico y confundimos así represiones (que son inconscientes) y dominio de los impulsos, que es el resultado de un buen análisis. 

Es un verdadero caballo de Troya que se introduce en el tratamiento y lleva a imponer ideales al paciente y al analista, uno de los cuales es tener pareja e hijos. 

El superyó  produce una alteración general de las leyes de funcionamiento del psiquismo: lo que una vez era placentero ahora se vuelve displacentero y lo que una vez fue penoso y frustrante se torna una fuente de autoestima, de orgullo narcisista. Produce una narcotización del guardián de la vida, y es de extremo peligro para el paciente. Un tratamiento psicoanalítico subvierte las bases de una vida sometida al superyó. 

Hay una confusión general entre superyó y sentimientos de culpa conscientes, pero no son coincidentes como Freud mismo lo mostró en la histeria. Sin embargo muchos siguen aseverando que hay individuos que no tienen superyó porque no muestran culpa consciente. Debemos considerar que el superyó adquiere formas distintas de acuerdo al cuadro clínico y en las regresiones intensas del yo no es extraño que el superyó se descomponga y retorne a su origen, el exterior, con sus prohibiciones y reproches. En algunos cuadros como en la paranoia aparece ese retorno como proyección y en otros cuadros clínicos aparece como conductas crónicas que generan el reproche, la crítica, el desprecio habituales del medio que rodea a dichas personas. A tal punto que habitualmente se utilizan los nombres de cuadros psicopatológicos como formas de reproche, p.ej. histérico, psicópata, etc. 

El superyó psicoanalitico lleva a un tipo de resistencia en el ambiente psicoanalítico que conduce a los analistas a formar parte de los acólitos de sus analistas y criticar a los analistas que piensan distinto. 

Otra muestra del superyó como resistencia en el análisis es el intento, por supuesto siempre fallido, de parte del analista de que el paciente sublime parte de sus instintos. Esa influencia defensiva se entiende si entendemos a la sublimación como una desexualización instintiva. 

Una manifestación especialmente destacada en el tratamiento analítico es la aparición de la reacción terapéutica negativa ante una reconstrucción exitosa parcial. Gracias a Freud hemos llegado a comprenderla como una expresión del sentimiento de culpa inconsciente expresado en actos y expresiones: Esto ya es demasiado, el psicoanálisis será bueno para otros pero no para mí, o, yo no soy bueno para el psicoanálisis, o hemos cumplido un ciclo, etc etc. Son frases repetidas y que muchos de ustedes habrán escuchado y volverán a escuchar. Hay un paso más que  dar en el análisis de la RTN y que Freud no pudo mostrar, como es lógico no podemos esperar todo de él. Me refiero a la intervención del analista superyoico inconsciente en la RTN: es el sometimiento del paciente al analista inconsciente superyoico lo que le impide dar un paso más en su análisis. 

No forma parte del tratamiento analítico la eliminación del superyó. El objetivo final, el cambio psíquico, apuntará al posicionamiento del yo: hacerlo consciente de su sometimiento al superyó transferido en el analista, lo que se erige en el factor principal del mantenimiento en la enfermedad. De este modo las satisfacciones logradas no tienen el significado de acercarse al ideal y son consideradas como fruto de las aptitudes y el trabajo y no provocan agradecimiento a “los cielos”. 

Por eso ante un tratamiento exitoso el paciente no está agradecido al analista sino que reconoce que es fruto de un buen trabajo entre ambos. Vencer esa resistencia de las críticas del analista y del sometimiento a sus ideales es el objetivo principal del análisis.


Fuente: Ferrati, Andrea "Resistencias en la 2° Tópica Freudiana" - APA

viernes, 4 de diciembre de 2020

La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura

Como analistas nos preocupamos y nos ocupamos, en los distintos tiempos de una cura, ante el avance arrollador del Superyó que inviste contra el Yo, y que deja al sujeto en una encerrona trágica, apresado y torturado, cediendo en su deseo. En las neurosis graves, cuyo acontecer cotidiano está acompañado, por este padecer superyoico, en cada paso -aún en el más nimio-. Así como en las interrupciones de tratamiento, en la reacción terapéutica negativa, en algunas adicciones transitorias, encontramos los signos de los efectos apabullantes del mandato.

He aquí algunos de los ejemplos de este combate desigual. Arrecian en aquellas estructuras que tienen una debilidad en relación con el amparo del Otro. La falta de amor del Otro es compensada por la interiorización del Superyó, en efecto, da un borde y un anudamiento falso. En los tiempos del desamparo, el Superyó da un acompañamiento.

Partiremos de la paradoja "así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser", que encierra al sujeto en una disyuntiva que lo aprisiona, atormentándolo sin resto para poder detectar la impronta de su deseo.

Nos preguntamos: ¿cómo operar cuando la voz y la mirada del analista pueden sorpresivamente tomar la coloratura superyoica? ¿Cómo intervenir para que el analista no se haga eco de las resistencias cuando las mismas amenazan con hacer detener la cura?

Sabemos que uno de los obstáculos mayores al avance de la cura es la obediencia al mandato. Aún cuando el sujeto puede avanzar en el camino de su creación, el sueño pesadillesco puede seguir aprisionándolo. Se trata de sueños ominosos fabricados para la satisfacción del Superyó.

Dejaremos planteadas las preguntas y daremos algunas pinceladas acerca del concepto de Superyó. El Superyó es lo más paradojal con lo que nos encontramos en la clínica. Pues, por un lado, enuncia un mandato "así como el padre debes ser" y, por otro lado, dice "así como el padre no debes ser, ya que muchas cosas le están reservadas". Goza. El goce es mandato del Otro, arrincona al sujeto cuando espera y desespera su goce en la hora del Otro.

La incidencia del Superyó en el tratamiento analítico, representa el mayor obstáculo al éxito terapéutico. Leemos en Inhibición, síntoma y angustia que la culpa y la necesidad de castigo, dos de las principales consecuencias de la demanda superyoica, “desafían todo movimiento hacia el éxito y por lo tanto toda curación por medio del análisis” (1). Freud advirtió que el analizante, sin saberlo, opone fuertes resistencias para quedar liberado del padecimiento y se esfuerza por permanecer apresado en la celda de la neurosis como si necesitara seguir pagando indefinidamente sus culpas. Freud sostuvo que hay una razón de estructura, un obstáculo interno en la relación del sujeto con el cumplimiento de sus deseos. Freud escribió a su amigo Romain Rolland: “En aquel momento, sobre la Acrópolis, pude preguntar a mi hermano: recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino, desde la calle hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater… y ahora estamos en Atenas de pie sobre la Acrópolis ¡Realmente hemos llegado lejos!...(2) Tiene que haber sido que haber llegado tan lejos se mezclaba con un sentimiento de culpa; hay ahí algo inmerecido prohibido. Está articulado a la crítica infantil al padre, con el menosprecio que se reveló a la sobreestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y como si continuara prohibido querer superar al padre”(3).

Para Freud, el Superyó es el heredero del padre edípico, aquel que tuvo a su cargo erigir una barrera a la satisfacción de las tempranas pulsiones incestuosas del niño. .

La estructura de la neurosis se sostiene en la medida que el sujeto se somete a los deseos del Otro como mandamientos externos, imponiéndose renuncias y sacrificios.

El mito de Tótem y Tabú, donde Freud aborda la génesis del Superyó, propone que los hijos se sometan retrospectivamente a las privaciones que antes imponía el padre –ya muerto- con la ilusión de conservarlo vivo. ¿Con qué objeto o beneficio? Porque el tirano cumplía a su vez la función de preservar a sus hijos del “desamparo”. En su teoría, el desamparo es el paradigma de aquello temido que se encuentra detrás de toda manifestación de la angustia de castración.

La articulación mayor que el mito freudiano pone en relieve con relación a la función del Superyó es que la fórmula universal “Padre, hágase tu voluntad” tiene como contracara: “así nosotros estaremos protegidos de la castración”. En otros términos, el Superyó constituye un poderoso refugio narcisista del Yo. Por hacer peligrar la estructura narcisista, las pulsiones son reprimidas y perduran en el inconsciente despertando angustia cada vez que se aproximan al objeto de satisfacción.

Los dos polos del conflicto quedan repartidos, por un lado, entre las exigencias del ser del sujeto que asignamos con Lacan al campo del goce fálico y, por el otro, en la pulsación de lo reprimido inconsciente por realizar. Éste es un goce necesariamente traumático, ya que se alcanza “más allá” del amparo paterno. El goce prohibido no conviene al narcisismo porque deja al ser sin la garantía del Superyó.

Lacan solo utilizó el término Superyó durante la primera época de su enseñanza, aproximadamente hasta fines de la década del ´60. Luego, casi no volvió a mencionarlo. Fue retomado por Lacan al modo del gran Otro y permitió un avance teórico y clínico cuando planteó la estructura del fantasma primordial que es la respuesta que el sujeto se da, sin ninguna certeza, a la inquietante pregunta acerca del deseo del Otro, pregunta y respuesta necesaria para su acontecer como sujeto.

Posteriormente en el seminario XX Aun nos dice: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo de goce: ¡Goza!” (4).

El Superyó presentado inicialmente como una barrera al goce, ahora es instrumento ordenador del goce. Freud denominó “masoquismo moral”, designando de ese modo al goce que obtiene el Yo por ser tomado como objeto de las crueldades del Superyó.

En el masoquismo perverso, la víctima es quien organiza las reglas del juego armado para lucro de su propio goce. Aquél que juega el rol de amo es creación de la puesta en escena del sujeto masoquista. Lo ubica en ese lugar para creer que es el Otro el que goza. Afirma que el Otro goza en la medida en que el sujeto, hecho objeto para ser gozado, lo completa reintegrándole el goce que le falta. El masoquista teje con hilos maliciosos la creencia que es un resto, un desecho, él labora para darle consistencia al goce del Otro, acatando sus imperativos órdenes alcanza un goce que reniega de la castración. Es la “víctima” quien al hacerse tratar como una herramienta por el imaginado victimario, demanda al Otro que le ordene gozar.

El objeto utilizado para taponar la castración del Otro, es la voz. La voz de la conciencia moral, la voz del Superyó es fundamentalmente una cadena significante degradada al estatuto de una voz imperativa. Ante la caída del discurso del Otro, la voz se instituye como objeto perdido. Una vez restituida al Otro, para restaurar su completud impera el goce. La predominancia del goce fálico implica la renuncia al Otro goce. Esta correlación también funciona al revés: de avanzar en la realización subjetiva del Otro goce, se promueve un estrechamiento del campo del goce fálico. El análisis progresa en esta última vía.

¿Por qué el sujeto teme perder el Superyó? Por eso me atengo a la conjetura de que la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración y que la situación frente a la cual el Yo reacciona (con angustia) es a la de ser abandonado por el Superyó protector –por los poderes del destino- con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros.(5)

De todas las formas típicas de la angustia descriptas por Freud, la que finalmente alcanzó mayor relevancia en su obra es el temor a la pérdida del Superyó. La verdad de la angustia no se pone en evidencia ante el temor al castigo del Superyó, sino, más allá, ante la posibilidad de quedarse sin el déspota. La presentificación de un vacío en el lugar del Otro releva el término último de la angustia de castración. La angustia “ante la pérdida del Superyó”, descripta por Freud, es traducida por Lacan como angustia ante “la castración en el Otro”. Constituye la roca viva de todo análisis. Es hacia esta encrucijada final que conduce el análisis y es también el escollo ante el cual se detienen la mayoría de ellos.

En algunos analizantes el Superyó no arrecia en cualquier tiempo, solo recrudece, acompañando a la angustia, cuando se está en tiempo de pasaje a otra posición, cuando se intenta dejar un enclave de goce, cuando el sujeto brega por suspender un goce mortífero para adquirir otro más ligado a la pulsión de vida. En tanto lo ordenado es el goce del Otro, lo que queda censurado es el Otro goce. Goce ante el cual retrocede el neurótico en sus actos, lo que incrementa la necesidad del sujeto por satisfacerlo vía pulsional y sintomática.

Recordemos que la angustia guía la dirección de la cura en tanto ella señaliza el lugar donde el sujeto se encuentra atrapado en una fijación gozosa pero también ilumina hacia donde se dirige el deseo, con lo cual todo acto verdadero va a implicar el pasaje por la angustia.

La culpa es un sentimiento y aparece como efecto de cierto enunciado vigente, referido a la instancia del Superyó. Es una respuesta del sujeto para taponar la falta del Otro soportada con un plus de satisfacción a pesar del sufrimiento. Esta culpabilidad es una confesión invertida de que un goce legítimo insensatamente prohibido sigue aún vigente.

En El Yo y el Ello Freud explicita los enunciados paradójicos con que el Superyó martiriza al Yo:
El Superyó debe su posición particular dentro del Yo, o respecto de él, a un factor que se ha de apreciar desde dos lados: primero, es la identificación inicial, ocurrida cuando el Yo era todavía endeble, y el segundo: es el heredero del complejo de Edipo y, por tanto, introdujo en el Yo los objetos más grandiosos (...)

El Yo debe servir a tres amos y sufrir la amenaza de tres peligros por parte del mundo exterior, de la libido, del Ello y de la severidad del Superyó, no podríamos precisar qué es lo que el Yo teme del peligro exterior y del peligro libidinal del Ello (6).

El niño recibe de sus progenitories las normas, la guía, las reprimendas y luego incorpora eso como una ley que no puede ser simbolizada enteramente.

Coincidimos con Freud en que la conducta del ideal del Yo de alguna manera determina la gravedad de las neurosis y que el sentimiento de culpa halla su satisfacción en la enfermedad; no quiere renunciar fácilmente al castigo de padecer; en términos lacanianos, no quiere renunciar al goce masoquista. Este doble mandamiento de ser y no ser el padre, revela el origen paterno del Superyó. Así como el Nombre del Padre liga deseo y ley, el Superyó anuda padre y pulsión, en tanto la función paterna normativa sería encauzar el deseo. Aquí el padre manda a gozar hasta morir.

Ante el jefe de la horda primitiva, los hijos se reunieron, no retrocedieron, y llevaron a cabo un acto, asesinándolo. La paradoja reside en que ese padre muerto simbolizado será el sostén del retorno de un orden. A partir de la interiorización del padre muerto un lazo social se establece, los hijos renuncian a un goce, el de la madre, y a cambio, las demás mujeres se tornarán posibles y elegibles. El amor al padre transformado en sentimiento de culpa, hace que su palabra se convierta en ley.

El Superyó como abogado del Ello es un resto vivo de padre, que por no terminar de morir, no cesa de no escribirse. No todo en el Padre es nombre, hay del padre un resto que pesa como sombría identificación al modo melancólico, "la sombra del objeto cae sobre el Yo" -y pulsa insistiendo por un goce encore-. Entonces, no todo el Padre, ése que opera antes del Edipo se deja matar.

Respecto de los dos objetos pulsionales -voz y mirada- Lacan equipara al Superyó con la pulsión invocante, en tanto resto de voz que no puede pasar al significante. Y en cuanto a la mirada, se transforma en resto perseguidor cuando no se puede articular como mancha en el espacio de lo visible.

La clínica nos enseña que no siempre el Otro -el Otro primordial- acepta al niño real, es decir al niño con su mancha, con su –ф, reserva libidinal que escapa al campo del Otro, porque el Otro muchas veces mira en el fondo del espejo al niño ideal y obtiene una imagen virtual para su propia satisfacción. Entonces ¿qué implica mirar al niño real? El Superyó es un imperativo ciego porque no ve, no puede reconocer al Yo cuando no aparece configurado como la imagen de su ideal.

Si la integración del objeto como causa de deseo no está lograda, se hace más posible que el resto se transforme en imperativo superyoico y que el Yo esté bajo su servidumbre, intentando suturar la falta del Otro sin fallas, en una posición de suficiencia absoluta.

Podemos pensar dos tiempos de la eficacia del Superyó: el tiempo de la inhibición y el síntoma y el tiempo del acto, donde se configura en una formación del inconsciente. Es en el segundo tiempo de identificación, donde no se cumple el tiempo de la faz metafórica del padre, feudo que no termina de conquistar el Yo, que no dispone de la libido necesaria para jugar con el objeto y se ofrece el todo entero en tanto desecho.

El Superyó desconoce el punto de inconsistencia de la ley, eso que Lacan llamaba "lo no comprendido". Pero es un desconocimiento que transforma a ese punto de inconsistencia en un mando insensato que no se puede dejar de obedecer, aún cuando no se pueda cumplir, porque renegó de su dimensión de ficción y apareció como algo confirmado.

Es importante ubicar la cara más cruel del Superyó en aquellos enunciados en donde la dimensión de pedido estaba borrada, renegada, al presentarse como simple comprobación. Esto permite que quien está alienado en esos enunciados pueda preguntar quién lo dijo y qué deseo anidaba en ese decir. Novela familiar, desasimiento de la autoridad de los padres como única autoridad.

Si la eficacia de la operatoria analítica pone coto a la invasión superyoica, el sujeto podrá disponer del a como causa, previo paso por la angustia, en tanto hoja de ruta que señaliza el enclave donde el sujeto se encuentra amarrado al goce, aunque también ilumina la economía deseante.

En este sentido, "el Superyó, enraizado él mismo en el objeto invocante y escópico, utilizando la fuerza del trazo unario cuando éste se desliga de su función de señalizar el vacío, brega sin descanso para que ese mismo objeto en el que él se origina no sea pasado a la función de causa del deseo y creación" (7).

En su vano intento de obedecer, el sujeto, preso del Superyó permanece condenado al goce, alejado de su deseo, imposibilitado de sublimar y crear. El analista operará para que el Superyó pueda ser desoído, interviniendo también en la historia de los padres donde la potencia deletérea de sus propios Superyó los arrasó y complicó su función de padres, situación que no pueden sino repetir con sus hijos.

Permitamos que la clínica nos enseñe. Es el momento de una analizante que -intentando encontrar un lugar diferente para el apellido que porta, apellido teñido de ignominia social y denostado por el discurso injuriante de su madre- trata desesperadamente dejar de lado las voces superyoicas, con una mixtura de enunciados maternos asociados a lo no dicho por su padre acerca de los teneres fálicos. Podríamos sintetizarlo en una frase que la comanda: "no se debe tener", sentencia que dominó gran parte de su vida y que la llevó cual destino a abortar hijos, proyectos, bienes económicos.

En medio de una tormenta transferencial, marcada por un franco tono hostil, desafiante frente a lo que ella supone la plenitud de su analista, amenaza con interrumpir su análisis, una vez más abortando y abandonando esto que ella llama como el primer análisis que conmueve la estructura. Su cuerpo sufre y su cabeza es atormentada por la voz. Ante las maniobras del analista para intentar que la cura prosiga, se recorta una escena donde ella junto con algunos colegas se embarca en un proyecto laboral de cierta envergadura que le permitiría disfrutar de una vida económica más holgada. En dicha escena ella es ubicada como la líder del grupo. De pronto aparece la angustia, que señaliza el enclave de goce pero a su vez marca la luz del deseo, y también aparece la voz que la tortura "vos nunca vas a poder tener nada". Ella lo asocia con las dificultades de su madre para poder responsabilizarse por su función y se sorprende diciendo que como ella siempre se siente culpable de todo, no puede calcular cuándo el otro tiene su propia responsabilidad; pero esto también desdibuja su propia responsabilidad y en consecuencia abandona y se abandona. Esta situación la lleva a una queja permanente.

Escuchemos, ahora, otra analizante, digna hija de un padre a quien su propio padre no le había donado el apellido, un doble apellido que le hubiera permitido estar ubicado en otra clase social diferente a la de su madre. Este padre había trasmitido la prescindencia casi absoluta de cualquier tener fálico. No podía tomar nada que tuviera brillo ni permitirse cierto disfrute y cierta dimensión lúdica para su vida. Todo era obligación, había que ser buen alumno, pero que eso no se notara; había que trabajar duro y honestamente, pero no se podía disfrutar de los logros laborales y/o económicos. Asimismo, tampoco se permitía las necesarias vacaciones anuales, dejando vacante su lugar, privándose y privando de su compañía a su familia que veraneaba sin él.

La analizante, después de largos años de análisis ha podido disfrutar de aquello que estaba insensatamente prohibido pero a su vez idealizado en la familia. Continúa soñando pesadillescamente con que pierde sus recursos, le arrebatan, la engañan. Sueños donde la mirada de los otros, la mirada amorosa se transforma rápidamente en un ojo ciego y en una voz acusadora. Estos tormentosos sueños no la dejan descansar tranquila y es ahí donde aún el Superyó insiste demandando obediencia debida.

Pero la diferencia aparece cuando en su vida cotidiana ella puede permitirse, como mencionaba anteriormente, disfrutar de lo aún prohibido e idealizado a la vez. Lo que aparecía como obediencia ciega y pulsional al mandato se transformó en escritura en el sueño ominoso para seguir soñando, hasta que otros sueños más ligados a la función de escritura de su deseo advengan.

Notas
(1) Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia, Vol. XX, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1979.
(2) Freud, Sigmund, Carta a Romain Rolland: Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, en Obras Completas, Vol. XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
(3) Ibid.
(4) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún, Clase 1; Del Goce, España, Editorial Paidós, 1981.
(5) Sigmund, Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras Completas, Vol. XX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.
(6) Freud, Sigmund, Los vasallajes del Yo, en El Yo y el Ello, en Obras Completas, Volumen XIX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
(7) Ibid.

Fuente: Stella Maris Rivadero (mayo 2019) "La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura" Revista Fort-da n° 13

martes, 21 de julio de 2020

La repetición y sus diferentes formas

Ver entrada anterior: ¿Qué es el timing?

Hoy veremos las diferentes repeticiones. La repetición es una característica del aparato psíquico, fundamentalmente del inconsciente, pero lo ponemos en técnica porque es un fenómeno que aparece como problema fundamental en la clínica. El inconciente, con sus fijaciones y con el funcionamiento pulsional, siempre repite. Por lo tanto vamos a diferenciar estas repeticiones.

El principio de placer siempre tiende a lograr el placer inmediatamente, ahora, sin miramiento a ninguna condición u obstrucción. Por lo tanto, su funcionamiento es obtener el objetivo deseado. El modelo extremo de repetición es la alucinación y por eso en los sueños está la realización de deseos, que en última estancia y una vez interpretados es realización de un deseo infantil reprimido. El sueño es una alucinación, justamente porque responde a este funcionamiento primario del principio de placer. Las fijaciones que tienden al placer se van a repetir y va a aparecer esto, como un derivado transaccional en la clínica psicoanalítica.

Otra repetición muy importante es la repetición traumática, absolutamente diferente a la anterior. La repetición traumática es displacentera y corresponde a una vivencia que no ha logrado inscripción. Entonces, se repite justamente como vivencia, en un intento del yo de transformarla en investidura, en posicionamiento psíquico. Esto es lo que ejemplifican las neurosis de guerra, que son tremendas porque el soldado se ve sometido a la repetición de escenas terribles de la guerra que no pueden ser elaboradas porque no son representaciones que puedan ser pensadas, sino que son vivencias que se le repiten y que lo atormentan. Desgraciadamente, en muchos casos que las neurosis de guerra no pueden ser tratadas psicoterapéuticamente, o con fármacos, ha llevado a muchos soldados a la muerte. Por ejemplo, los soldados en Malvinas.

En Más allá del principio del Placer Freud toma a la repetición traumática como uno de los argumentos de la pulsión de muerte y realmente lo es, porque fracasa la representación. La representabilidad sería un triunfo relativo de Eros: poder representar es el primer paso para pensar, elaborar. Por lo tanto, la repetición trumática es el fracaso del pensamiento, de la representación. Freud, al parecer,  no diferenció mucho la repetición de la representación displacentera. 

¿Cuál es la relación entre la repetición traumática y la reacción terapéutica negativa? Este es un hecho clínico de extremada importancia. La RTN es un fenómeno que se da en análisis que están bien llevados -y no en análisis mal llevados o equivocados-. O sea, aparece en los análisis supervisados y donde hay progreso. Por efecto de lo traumático, llega un momento en que el paciente empieza a retroceder y deshacer el camino andado en análisis, hasta su fracaso. Este retroceso se debe al triunfo del principio de Nirvana, que ya vimos. El principio de Nirvana es anterior al principio de placer, entonces no lleva al placer, sino a la desinscripción: está plenamente al servicio de la pulsión de muerte. 

Recordemos brevemente la sucesión de los principios, según los que más tienen la constancia energética:

• Principio de Nirvana
• Principio de placer-displacer
• Principio de realidad (corresponde a las instancias secundarias con mayor mantenimiento de la constancia energética)


La RTN responde al principio de Nirvana. Es un retroceso en la capacidad elaborativa y en el mantenimiento energético del aparato psíquico. Algunos analistas hablan de muchas experiencias con pluralidad de RTN, pero se trata de un fenómeno excepcional

Caso clínico
El señor B. evolucionaba aparentemente favorable, pero tenía una fijación materna muy intensa, que trasladó a su esposa. Aparanetmente se elaboró esto en analisis, pero cuando juntó suficiente dinero para lograr el divorcio con su esposa insatisfactoria, se lo termina entregando a ella. Empieza a repetir sesiones del principio de análisis como si estuviera viendo o descubriendo cosas que ya se habían visto al comienzo. O sea, hizo una regresión como si en el análisis no hubiera visto miles de cosas. La analista se lo señala, pero no hubo casos. Finalmente, de común acuerdo, dejan el análisis. Al darle todo el dinero a la esposa, no podía pagar su tratamiento. Tiempo después, el hombre contrae cáncer y muere.

A Freud le sirvió la neurosis de guerra para postular la reacción terapéutica negativa. Freud le dio un gran papel al superyó sádico y a la culpa en la RTN. El paciente no se pudo liberar de su esposa ni de su fijación a la madre, por lo cual no se puede descartar el papel de un superyó sádico, aunque no siempre actúa: a veces es simplemente el principio de Nirvana que opera contra el análisis. 

En los cuadros border, el principio de placer está descompensado, como en las histerias graves. El factor regrediente aquí es muy importante y lo que se reprite es un funcionamiento nirvánico hacia atrás. El caso descripto es un neurótico pero con caracerísticas border. Hay puntos de fijación que traccionan mucho más allá del principio del placer. 

Hay que darle mucha importancia al principio de Nirvana a las regresiones, sobretodo ahora que se tratan pacientes border, que no es una patología que haya descubierto Freud y que son muy difíciles de abordar. 

Además, también hay fijaciones al displacer, en la esperanza de encontrar un consuelo a ese displacer. Sufren esperando a que venga el papá, por ejemplo.

Otras repeticiones son las transferencias, también muy importantes de ser detectadas en sesión. Son clichés cognitivo conductuales y afectivos que se repiten con diversas personas y no solo en sesión con el analista. Esas tranferencias pueden ser positivas (cariñosas) o negativas (hostiles) y también eróticas. Las tranferencias eróticas y negativa con el analista son hostiles, es decir, son resistencias. El pciente transfiere diversamente.

Finalmente, lo que llamamos transfencia que ayuda al análisis, es la transferencia positiva sublimada. Está bien que el paciente sienta un afecto positivo sublimado hacia su analista, así como nosotros sentimos una contratransferencia afectiva de deseos de ayudarlo, sublimada. Es esa situación de conexión de inconsciente a inconsciente, o conexión empática que es necesaria para que haya un buen análisis. 

Fuente: Encuentro 29 de Freud Desconocido "La repetición y sus diferentes formas" del 2/11/2018

jueves, 20 de febrero de 2020

¿Que condición clínica hace falta para que se produzca una Reacción Terapéutica Negativa?


Hace algo más de un año -¡Cómo pasa el tiempo!- se desató un debate en el grupo de Facebook "Conceptos Fundamentales de Psicoanálisis - Grupo de Intercambio". He aquí lo que dijo José Treszezamsky, junto con las preguntas que le han hecho otros miembros del grupo.

La condición clínica para que ocurra una reacción terapéutica negativa es que se haya trabajado suficientemente bien como para llegar a hacer una reconstrucción parcial de la infancia olvidada. Hay reacciones típicas de los pacientes que incluyen: 
  • Esto ya es demasiado, 
  • Ya pasamos los límites, 
  • El psicoanálisis debe ser bueno para otros pero para mí no, 
  • Siento que ya hemos terminado un ciclo, 
...y otras mas que se repiten con bastante regularidad. El contenido inconsciente es el sentimiento de culpa, y los casos más fáciles de solucionar son aquellos que contienen una fidelidad a un objeto erótico infantil. Los otros, esos que Freud veía como extremadamente difíciles, ocurren cuando el psicoanalista no se involucra en la escena transferencial que se desarrolla en la RTN. Es el analista superyoico inconsciente que transfiere el paciente el que le impide dar un paso más, el que le pone los límites, y Freud llegó sólo a descubrir la sumisión del paciente y no al analista sometedor.

Pregunta: ¿Qué quiere decir esto último?
En la RTN el paciente está en transferencia y habitualmente se interpretó con los elementos que tenía Frued: es su masoquismo el que le impide progresar, pero entonces no se incluye en la escena analitica al objeto transferido en el analista, que es el superyó: el sentimiento de culpa es el modo en que el yo se relaciona con el superyó, y si hay sentimiento de culpa en sesión es con el analistasuperyoico transferido.

Es decir que si se trabaja suficientemente mal, o superficialmente, o no se hacen construcciones, no ocurren las RTN. A mi criterio y con mi poca experiencia, estoy llevado a creer que en todo aquel tratamiento en el cual se ha llegado a construcciones parciales importantes de la vida del paciente se desarrollan RTN.

Pregunta: ¿o sea que todo psicoanálisis que reconstruye una serie de escenas fundamentales de la infancia debe pasar por un período de tormenta (transferencial)? Y si se logra construir lo que ese cataclismo figura y continua el análisis, ¿qué ocurre?

Mi conclusión es que la RTN es una muestra de que se ha trabajado bien. Y la he visto en casi todos los tratamientos (en los que creo que estaba trabajando bien) Con eso no hago más que seguir la clínica freudiana: es la respuesta a una construcción parcial, es decir que se trabajó bien. A mi criterio Freud, fundamentalmente en El yo y el ello, pone el acento sólo en el paciente en la reacción terapéutica negativa. Hemos sufrido en la Argentina un período en el cual cuando un paciente tenía una RTN se le interpretaba: Lo que pasa es que usted no tolera ser bien tratado. Si entendemos eso como aferrarse a la enfermedad, como sentimientos de culpa, es correcto pero es inconmpleto y es incompleto porque en esa interpretación no se incluye la figura tansferencial, no se hace consciente que es el analista interno superyoico el que no tolera que el paciente de ese paso adelante. Posiblemente porque es material más próximo al final del complejo de Edipo.

Si uno presta atención a los elementos a tener en cuenta que muestran que una construcción es correcta, uno de ellos es la RTN.

La transferencia negativa es un modo de recordar que en el tratamiento tratamos de descubrir. He acted it out instead of remember.

Hay pacientes que sienten la reconstrucción de fragmentos de su infancia sexual como una incitación a desprenderse de la realización de deseos infantiles y ante esto desarrollan un empeoramiento del síntoma solucionado. Forma parte de la reacción universal infantil ante las prohibiciones: desafían intensificando lo prohibido como una muestra de que no están sometidos a la voluntad de la autoridad. Es un intento de desmentida de la influencia paterna que hay detrás de todo dar crédito a una construcción y todo efecto terapéutico. Los niños, luego de esa rebelión negativista, reaccionan aceptando la solución paterna pero ahora “porque yo quiero”. La reacción negativa tiene, en estos casos, el valor de poner a prueba quién de los dos es más poderoso, un sentido de desafío al analista, reedición de la lucha contra el padre.

Cito: S. Freud, De la Historia de una Neurosis Infantil, capítulo VI, La neurosis obsesiva, SFOC, AE, XVII, 65. “Cuando el maestro lo disuadió de cometer crueldades contra los animales pequeños, puso término por cierto a esos desaguisados, pero no sin antes volver a entregarse bastante a fondo a la tarea de despedazar orugas. También en el tratamiento analítico se comportaba de igual modo, desarrollando una <<reacción negativa>> pasajera; tras cada solución terminante, intentaba por breve lapso negar su efecto mediante un empeoramiento del síntoma solucionado".

No todo agravamiento en un análisis es una RTN: a veces los agravamientos ocurren cuando hay mucha oportunidad de disfrutar más de la vida. Todos sabemos del famoso artículo de Jones sobre la extraña desaparición de las neurosis en las guerras. Sabemos que en los campos de concentración ocurrió algo semejante. Es decir, la mejoría de la situación ambiental, hace evidente o empeora o desencadena la neurosis, y el empeoramiento de las condicones de vida ahorran la necesidad de crearse fuentes neuróticas de sufrimiento. Un buen mal matrimonio cura una neurosis.

jueves, 7 de marzo de 2019

Masoquismo y repetición: los mayores obstáculos de la cura.


Fuente: conferencia dictada por Miriam Bercovich, el 11/01/2018, en Institución Fernando Ulloa.

Hoy Freud no es sin Lacan. Nadie puede tener una lectura ingenua de Freud, porque él está profundamente atravesado por la lectura que nosotros hacemos: una lectura con las trazas que hizo Lacan. Para pensar el masoquismo, nos vamos a centrar en 2 textos:
  • Pegan a un niño (1919).
  • El problema económico del masoquismo (1924).
Son 2 textos complejos y ustedes se van a dar cuenta que Freud es más difícil que Lacan. En estos textos, se nota que Freud está fundando. Freud vivió en época donde lo suyo era absolutamente revolucionario. En una charla en la sociedad de filosofía vienesa, le dicen que si va a hablar de temas escabrosas, que haga un intervalo para que las damas tengan tiempo de retirarse del salón. Ahí araba Freud.

Lacan nos devuelve a Freud en La Dirección a la Cura. Él habla de los post-freudianos y de sus desviaciones. Nosotros creemos que los postfreudianos son unos ingleses que se apartaron del camino, pero si uno lee La Dirección a la Cura ubica que se dirige a nosotros. Nosotros tenemos las desviaciones de los postfreudianos: deslizamos a la psicología, a la pedagogía. El problema no es deslizar, sino estar atentos a esos deslices, poder leerlos y ubicarlos.

Lacan simplifica la obra de Freud: es una simplificación como la de las divisiones que hacíamos en la escuela. Hay un placer en eso, en extraer la letra de una maraña. Lacan hace algo de esto y un análisis también. Recibimos un paciente, no entendemos nada, le pasan millones de cosas, nos cuesta orientarnos. Si nos trae sueños, tenemos la presión de decir algo de eso y de alguna manera el análisis empieza a hacer la misma operatoria: simplifica. En esa repetición significante, vamos tachando hasta extraer ese elemento central que gobierna la repetición. 

Por otro lado, en psicoanálisis las cosas son dobles. Por ejemplo, está la repetición que hace que tropecemos con la misma piedra, nos enamoremos del mismo tarado o la misma bruja… Pero también hay repeticiones de estructura. Siempre hay una doble cuestión donde los términos son, por un lado psicopatológicos y por otro lado son estructurantes. El masoquismo es masoquismo primario, erógeno y constitutivo y tiene que ver con esa instancia en que el sujeto está ofrecido al Otro porque es así como viene al mundo. Entonces vamos a ver que de alguna manera padecemos de algo que a su vez nos estructura. Nuestro padecimiento aporta también el elemento estructurante del aparato psíquico, por hablar en términos freudianos.

Para hablar de repetición, nos centraremos en:

  • Recuerdo, repetición y elaboración. (1914), un texto sumamente clínico, precioso. Ahí Freud da indicaciones muy valiosas respecto a la clínica.
  • Más allá del principio del placer. Es un tratado sobre la repetición. Acá Freud se encuentra con esta dimensión de la repetición tan tremenda en la clínica, que es el paciente que repite aquello que tiene que ver con su padecimiento. 
La reacción terapéutica negativa, dice Freud, tiene que ver con la repetición. Es un momento en el cual el paciente no tolera y hay algo en él que se resiste a dar ese salto, a realizar ese acto y retrocede de una manera furibunda y empeora. Son los casos en que vamos a la supervisión porque el paciente empeoró mal.

Yo les decía que hay algo estructural en el masoquismo, en el estar ofrecido al Otro, en la pasividad. Entramos a la estructura tomados por el lenguaje, que está vehiculizado libidinalmente. No se trata del lenguaje de una computadora, porque cuando nosotros hablamos de operaciones, identificación, ingreso a la estructura, son operaciones libidinales. Lacan pone un montón de fórmulas y a veces eso nos hace olvidar que siempre se trata de movimientos libidinales. Entonces, ingresamos a la estructura justamente en ese ingreso a la lengua, que es posibilitado porque hay un Otro que libidinalmente no puede dejar de ofrecer de esa manera el lenguaje. 

Estamos hechos de palabras y de alguna manera la palabra nos habita y no constituye. Por eso el psicoanálisis está hecho de palabras: si la palabra nos constituye para desarmar algunas cosas, entonces, la palabra. La particularidad de lo humano es su exilio respecto a la naturaleza. No tenemos nada que ver con la naturaleza, mal que nos pese. Somos algo así como una violencia contra la naturaleza. El planeta es una prueba de eso. Lo humano no se integra a lo natural, tampoco estamos habitados por el instinto, que es un saber inmediato del objeto. El conejo no vacila en dirigirse a la coneja o en elegir su alimento. El sujeto humano, en ese sentido, es errático. Perdió el instinto y en su lugar está habitado por un deseo, un deseo sujetado a la palabra. Perdió el objeto de satisfacción, con lo cual, el objeto va a ser señuelo, errático, sustituible. Uno puede querer comprar una cosa y termina comprando otra. Ese es el objeto de la pulsión, absolutamente errático. Ahora, esta errancia nos deja sin brújula, por eso la ética. 

Ningún animal necesita la ética para orientarse respecto del lazo al otro. Este exilio del saber natural respecto del objeto nos pone en el camino de la ético. Para el psicoanálisis, es la ética del deseo. No se trata de la ética de hacer lo que a uno se le canta, sino que justamente lo contrario. Un deseo sin ley es goce y un goce sin ley es muerte. Por lo menos, implica mortificar bastante la vida. 

Estamos hechos de palabras y repeticiones. Voy a tomar un caso clínico para tomar el tema de la repetición y la palabra. Yo tenía una paciente que la madre le decía “Vos llegás tarde a todos lados”. Ella llegaba tarde a todos lados en cuanto al horario, pero también “Te ponés a estudiar inglés cuando ya deberías saber inglés”, “Te metés en la universidad cuando deberías estar recibida”, “Empezás a ponerte de novia cuando ya es hora de que tengas un hijo”. Una madre que decía eso y la paciente sentía que era tarde para ella y que efectivamente se iba a quedar fuera de todo. Tiene una historia con un señor y queda embarazada. El señor le dice que no quiere tener un hijo. Ella lo sabía, pero como ella estaba en los límites de la posibilidad de la maternidad, decide avanzar con el embarazo y tiene una niña. Todo estaba bien, la función paterna de esa niña estaba ocupada: tíos, abuelos. La función estaba asegurada. Ella se había ido al interior a tener a su hija y 3 años después vuelven. la niña, fruto de una historia de amor para la mamá era heredera de un pequeño latifundio ligado a la soja, una princesa. Un día la madre de la paciente le dice “No puede ser, le tenés que hacer un juicio de paternidad”. Ella obedece y gana el juicio, de manera que esta niña, que era la princesa y primera nieta de ese clan familiar, a los 4 años la nena cambia el apellido y le preguntaba a la mamá por qué el papá no la quería. El papá depositaba la cuota alimentaria que era extraída de su sueldo por el juzgado, pero no quería saber nada de la niña. 

Ahí pueden ver cómo la palabra determina la subjetividad. De princesa absoluta pasa a ser una pequeña histérica que se pregunta por qué el padre no la quiere. La palabra talla de tal manera que depende de cómo nombramos y constituímos al otro. Por eso el psicoanálisis, en ese sentido, tiene eficacia. A su vez, acá podemos ubicar el orden de la repetición. Esta paciente de alguna manera no podía dejar de estar identificada a las palabras que la madre le decía: vos llegás tarde a todo. Probablemente ese embarazo fue un apresuramiento, porque tenía miedo a llegar tarde a todo, y a su vez queda atrapada en esos decires del Otro, que determinan la tercera generación. Freud decía que el sujeto es al menos 3 generaciones. Por eso, es muy importante indagar la vida de los abuelos. No por una razón biográfica, sino porque las marcas edípicas de los padres alcanzan a los hijos. Las marcas edípicas que tocan a esta paciente alcanzan a su hija. Por eso el análisis también protege a los hijos.

¿Qué repetimos? Hay una frase muy enigmática de Lacan, que dice “repetimos la diferencia”. Freud dice que repetimos cuando no podemos recordar. Recuerdo, repetición y elaboración dice que no podemos recordar porque el monto pulsional en juego es muy alto, entonces la represión lo rechaza. Pero algo rechazado en la consciencia tiene una vida muy activa, entonces aquello no recordado es repetido. Freud nos dice que el paciente no sabe y por no recordar, lo repite en la transferencia. Fíjense que valiosa es la transferencia como un ámbito de la repetición. Freud les decía a los pacientes que no hicieran nada, que fueran a verlo y hablen. Él apuesta a la palabra. Por otro lado, inhibe a los sujetos de hacer. Él tiene un modelo hidráulico, como si uno le cortara todas las salidas al agua y le diera solo un canal, la palabra. 

El sujeto, de alguna manera, empieza a reproducir esa neurosis de transferencia, que no es tal sino pura neurosis, porque se ataca con todo el mundo fuera del análisis y se ataca de la misma manera con el analista. En general, tenemos un problema y muchas variaciones sobre ese mismo problema. Es un rollo y variaciones sobre ese mismo rollo, no es que tenemos miles de problemas. Es cierto que al principio parece que son muchos, pero un análisis, simplifica y va extrayendo cuál es la cifra que repite. Y esa cifra que repite siempre tiene que ver con la trama edípica. El sujeto repite en transferencia y con el analista empieza a sucederle cosas que antes le sucedía con todo el mundo afuera del análisis. Cuando el análisis entra en ese punto, deja de ser el relato de lo que le pasa con Fulanito, para ser la experiencia misma con el analista, de la neurosis que atraviesa el paciente. Por eso el análisis no es una experiencia intelectual, sino una experiencia existencial. A uno le pasa con el analista en ese transferir allí, en ese actuar cuando no recuerda. El analista intentará hacer una lectura de esa repetición. Esta es la repetición de la psicopatología, repetir siempre lo mismo.

La repetición de la diferencia. Se trata de la repetición en términos constitutivos. Entre el placer buscado y el placer encontrado hay una diferencia, porque perdimos el objeto de satisfacción. Esto es porque no tenemos instinto, porque el objeto es parcial, porque es sustituible y porque la satisfacción también es parcial. Entonces, con cada satisfacción lo que ubicamos es la diferencia respecto a lo que hubiera sido esa satisfacción total. Pero también es complejo, porque de hallar una satisfacción total, nos moriríamos de angustia. Estaríamos ante la experiencia de “falta la falta”. El deseo es deseo de nada, de renovar esa nada que me permite ir pasando de objeto en objeto. Incluso el hijo es un objeto parcial, para bien de la madre que puede seguir con su vida y para el bien del hijo, que también pueda seguir con su vida. Hay momentos de la vida que el objeto se erige como total y nos amenaza con una suspensión de la deriva deseante. Esa es la angustia de que falte la falta, la angustia clásica. “Quería casarme, pero el día anterior quería irme”, “Quería recibirme, pero me encerré en el baño y lloré sin saber por qué”. Ese logro, que por supuesto caerá, por momentos amenaza. El deseo es deseo de nada y lo que se repite es la diferencia radical entre la satisfacción total (que es una construcción fantasmática porque como tal no existe) y la satisfacción obtenida que tiene una diferencia respecto a esa supuesta. De ahí la famosa “se repite la diferencia”, que en la dimensión estructural es lo mejor que nos puede pasar. En la dimensión del padecimiento, repetimos en ese lugar donde nos equivocamos, porque no hay algo que terminamos de vaciar allí, de recordar, de tramitar.

La repetición también tiene algunas características en la clínica que son interesantes, porque en esa neurosis de transferencia, el paciente le transfiere al analista sus figuras parentales y reedita algo de su neurosis. 

Casos clínico.
Una paciente mayor de 50 años recuerda al padre y dice que él nunca le enseñó a manejar. Toda la sesión evocando cómo no le enseñó a manejar, pero cómo si le enseñó a sus hermanos varones y a algunos primos. Ella ya estaba grande, le daba miedo, hacía algunos intentos y no le había ido bien. Habitualmente yo a los pacientes les doy la llave para no subir y bajar todo el tiempo y si el paciente de abajo ya está, le pasa la llave. Termina la sesión y yo agarro las llaves de mi auto, que estaban al lado de las llaves de la puerta y se las di. Ella bajó y después volvió para decirme que eran las llaves de mi auto. Es interesante, porque esa repetición tiene que ver con depositar el objeto del lado del analista. Uno podría preguntar, ¿Fue un fallido y yo me angustié con ella y quiero consolarla de alguna manera? A mi me sorprende porque no fue calculado y creo que esas intervenciones tienen que ver con algo que depositado del lado del analista, hace que el analista de repente tenga intervenciones que leídas en otro lugar... Recordemos que el analista es al menos 2, el que está con el paciente y no sabe y es necesario que no sepa. Es necesario su atención flotante, que se olvide de la teoría. Un analista no puede escuchar buscando una histérica o a un neurótico obsesivo. También debe suspender su ideología, sus valores. Incluso, Freud decía que había que suspender el saber acumulado sobre el paciente. Uno tiene un prontuario del paciente y acumula saber. Freud dice que hay que olvidarlo, porque el paciente puede venir hablando desde otro lugar, de la madre, del hijo, del amigo. Si nosotros le tiramos nuestro saber, perdemos el momento único de cada sesión. 

Yo tenía una manta sobre del diván, que era de terciopelo y absolutamente bella que había traído mi abuela de Polonia. Era muy parecida a la que se ve en las postales de Freud, seguramente era de la misma época. Tenía un paciente de unos 25-27 años que venía y apoyaba su zapatilla de pleno sobre el terciopelo. ¡Yo no podía escuchar nada y no sabía cómo decirle que sacara esa pata de ahí como si fuera mi hijo! Por eso y por otros motivos más, fui a supervisarlo y me acuerdo que la analista de ese momento me dice que tenía que incluirlo. Lo que hace un paciente en un análisis es material significante, desde el momento que entra, cómo da la mano, cómo saluda, etc. ¿Qué otra cosa valiosa este paciente podía pisotear sin darse cuenta? En su historia estaba esto de ser pisoteado, ignorado… Un día me las ingenié para incluir esto. Es interesante esta lectura sutil que a veces se nos escapa, porque las palabras tienen tantos sentidos y los pacientes a veces vienen con cosas que parecen tan importantes y Lacan decía “Lo nuestro son las boludeces”. O sea, a veces nos quedamos atrapados en lo que nos cuenta y no es por ahí. A veces es que tiene miedo de arrugarse y por eso no va al diván, o se cuesta en diagonal y nos mira de reojo… Lacan decía que nos ocupamos de las boludeces y me parece muy importante recuperar eso porque el discurso es muy potente y nos sumerge en lo actual y nos tapa las orejas. Rápidamente nos sentimos terapeutas y nos alejamos del psicoanálisis.

Vamos a hablar de “Un niño es pegado”. Esa es la verdadera traducción, que no es lo mismo que decir que pegan a un niño. Es importante la pasividad. Un niño es pegado es un texto que trabaja mucho la cuestión del masoquismo como un elemento estructural. Lo escribe en 1919, está ahí de escribir Más allá del principio del placer, el texto que revoluciona toda la teoría freudiana y pone sobre el tapete la pulsión de muerte como elemento crucial y paradójico. 

En este texto, Freud toma 6 o 7 casos y con esos pocos casos afirma como de estructura esta especie de fantasma inconsciente de un niño es pegado. El fantasma es “soy pegado por mi padre”. El relato tiene un tono confesional. Cuando un paciente dice “Tengo que confesar algo”, ahí hay algo del fantasma en juego, hay algo exquisito, el elemento en que queda entrampado en tanto goce masoquista sometido al Otro, que no existe. El neurótico hace un Otro de cualquier cosa. Si alguien dice que no puede salir por su bebé, ahí tienen un Otro que efectivamente no deja. De cualquier elemento un neurótico construye un Otro que lo priva o que lo somete. Por supuesto que esto es una fantasía, nadie es pegado. Estamos hablando de fantasías inconcientes que toman al padre y que dan satisfacción sexual. ¿Qué es esto? Freud plantea que se trata de deseos incestuosos, aspiración edípica, culpa y castigo. Con lo cual, una regresión a lo anal -me pega-, conservando el tema del amor. “Me pega porque me ama”, la gran trampa masoquista es ese sufrimiento que hace que uno tenga un lugar en el Otro, ese sometimiento que hace que uno tenga un lugar en el Otro.

La primera comunicación es “un niño es pegado”. Esta es una experiencia que para mi es brillante, por cómo Freud pesca esto, que se ve mucho. Cuando hay un accidente y vamos despacito para mirar, un niño es pegado. El destino se la agarró con él, me prefiere a mi. Cuando Lady di choca en el túnel de Paris, o cualquier caída de una estrella, ese derrumbe de ese otro que uno lo supone total, sin barrar y aparece esto. El periodismo sabe de esto, de esta fascinación que tiene este horror con que si le pegan al otro, a mi me prefieren. En el inconsciente hay una regresión de esto y aparece como soy pegado. Hay una regresión con aspiración incestuosa, muy de la trama del inconsciente. 

En los relatos míticos, que a veces lo asociamos a la mentira pero en realidad es una unidad de significación, tenemos un mito en la Biblia (mito occidental judeocristiano), del episodio en donde Dios iba a destruir Sodoma y Gomorra. A Dios le parece que hay un hombre, Lot, que es justo y decide salvarlo y le dice que se vaya con su clan, porque va a destruir a la ciudad y nada va a quedar en pie. Dios le impone una condición: que no mire atrás. La mujer de Lot miró y se convirtió en una columna de sal. El horror fascina y de alguna manera en ese mito aparece la advertencia de que el horror fascina. Y el horror fascina por esta cuestión. Ver la destrucción del otro me hace creer que el destino, Dios -en definitiva, figuras del padre- me prefiere. Freud decía que el destino era la última figura del padre. Cuando alguien reta a su hijo menor, el más grande suspende lo que esté haciendo para pararse en la primera fila para disfrutar. Vivimos mucho bajo Un niño es pegado.

Lacan dice que ese sometimiento al padre tiene que ver con el mínimo de sometimiento a la ley, ese mínimo de masoquismo requerido para ser libres. La ley no es el código civil o penal, sino una experiencia libidinal. Y de alguna manera, algo del golpe del padre es lo que opera del padre en tanto eficaz y en tanto sometimiento a esa ley que prohibe el incesto, prohíbe el goce todo y veda al sujeto de ser objeto de la satisfacción de la madre, al habilitarlo a su camino exogámico. Libera a la madre de reintegrar su producto, tal como dice Freud. Lacan hace una lectura muy estilizada y rescata ese golpe como ese mínimo de masoquismo necesario. Una paciente se le complicaba mucho terminar sus estudios, porque embola en las clases. Se aburre y deja las carreras. Tiene 2 amigos, que viven en diferentes partes del mundo y trabajan desde allí. Una es intérprete y el otro trabaja en sistemas. Ella dice que admira a esa gente tan libre, que puede trabajar y hacer lo que quiere en cualquier lugar. Y ella misma agrega “Claro, tuvieron que someterse a la gramática del francés y a los 5 años de la carrera de sistemas”. O sea, ese sometimiento estructural que opera y que permite a un sujeto el no-todo del goce, esa postergación, esa descarga mediada, esa tolerancia a la frustración, son herederos directos de ese pequeño sometimiento que nos permite después no ser esos rebeldes sin causa que terminan disolviendo su propia existencia por no poder atenerse a ninguna ley. 

Pregunta: Yo pensaba en el tema del aburrimiento, en el no poder libidinizar un objeto, si se podía pensarse por ese lado.

M.D.: Estos casos son recortes al servicio del tema que uno quiere transmitir. A mi me pareció ubicar la imposibilidad de esta paciente de someterse a la ley, que la priva de un goce inmediato, para tener esa libertad. También está la dificultad de libidinizar suficientemente un objeto, como para que comande su deseo. El aburrimiento es un capítulo enorme en la clínica, especialmente en los niños y en los adolescentes. Es la antesala de la angustia, es la antesala de la depresión. Heidegger le dedica un texto al tema del aburrimiento, como una posición existencial. Cuando un paciente dice “me aburro”, es muy importante, porque está recortando algo que de resolverse, le cambia la vida. Tiene que ver con poder ser causado. Está articulado, porque alguien que no tolera esa frustración de goce parcial por hacer una carrera, de alguna manera hay algo de esa relación al Otro, de esa castración, de esa interdicción que complica la salida exogámica y lo deja varado. 

Respecto de la repetición, dijimos que Más allá del principio del placer es un tratado sobre la repetición. De todas las cosas que habla Freud ahí, tomaremos lo que dice de su nieto, con el famoso fort-da. El fort-da no es una experiencia infantil, sino estructural. Es algo que hacemos todo el tiempo. Elaborar la pérdida del otro, perderse del otro, es lo que inaugura ese par significante fort-da. A lo largo de la vida, esto se vuelve a jugar. Se trata del nieto de Freud, Ernst. En una carta a Ferenzci de marzo de 1914, dice: “A noche, alrededor de las 3 de la mañana, nació un pequeño que es mi primer nieto. Admirable, un sentimiento tardío ante las maravillas de la sexualidad”. Freud hasta último momento sostuvo el tema de la sexualidad. Nunca quiso abandonar la idea que el motor era la sexualidad, que la libido es sexual. En el lecho de muerte le dijo a Jones algo de esto. Rechazó y se peleó con su admirado discípulo Jung, quien quería disolver lo sexual. La cuestión era que Ernst era un chiquito muy dócil. La mamá entraba y salía de la casa. La madre era Sophie, hija directa de Freud. Ana le tenía unos celos infernales. Sophie se muere de influenza, de la gripe española que arrasó Europa inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. 

Ernst al año y medio empieza a jugar con un carretel: cuando lo arroja dice “Ohh” y cuando lo recupera dice “Aah”. Freud dice que está diciendo “Fort-da” que en alemán quiere decir “allí, acá”. En algún momento alguien le ata un hilito y Ernst lo tira y lo recoge. Freud dice que disfruta mucho más recogerlo que de arrojarlo y que está tramitando la ausencia de la mamá. Interesante, porque la madre de Ernst murió y su padre se casó con una mujer y se fue a vivir a Sudáfrica. Ernst se quedó en la casa de Freud. Cambió de nombre y pasó a llamarse Ernst Freud y se dedica a vínculo temprano entre mamás y bebés. Trabajó en Londres en servicios de neonatología. Hay una entrevista muy linda de él en el 99. 

En ese juego hay una repetición, en el juego se tramita cuestiones del orden pulsional. Los niños piden que se les cuente el cuento de la misma manera, con las mismas palabras. Hay una suerte de goce en la repetición. Ahora, Freud lee que el niño goza de recuperar el carretel. O sea, que juega con una experiencia displacentera que es la ausencia de la mamá, convirtiendo ese trauma en un juego, y a su vez goza de recuperarlo. Lacan, en el S. XI dice, un poco irónico, se pregunta con qué lógica de jibarización (indios de Perú que tenían el arte de reducir cabezas) el carretel sería la madre. Dice que el carretel es el niño, identificado a ese objeto, que goza de estar fuera del campo del Otro. Hay una existencia fuera de la mirada del Otro, ya sea la madre, los maestros o el público. Esta es una lectura novedosa. Esto es muy clínico, es sujeto liberado del reconocimiento, liberado de la dimensión especular, liberado de ese Otro que levanta o le baja el pulgar. Esa servidumbre imaginaria da un ser potente pero muy frágil, porque el Otro no es potente, no es seguro. Hay algo de la dimensión de la existencia en relación al Otro que puede ser dramática y que en esta lectura que hace Lacan nos ubica que hay una tramitación y hay una identificación a ese objeto, que produce una existencia por fuera del campo del Otro. “Puedes perderme” es igual a “Tengo una vida”. En la adolescencia es fundamental, para irse de viaje, para salir a la noche. Las madres dicen “Le puede pasar algo” y si, le va a pasar algo: toda la sexualidad y la fiesta está ahí afuera, no esta al lado de mama. 

Entonces, Freud lee que el niño goza de recuperar a madre en el juego, porque el carretel es la madre. Deja ir a la madre y arma un juego, lo que es un enorme acto psíquico. Yo tenia un paciente que cuando la madre se iba, dejaba la puerta entreabierta y le decia que ponga el pasador, con la cadenita. El se sentaba en un umbral una hora, dos horas, tres horas… No sabia cuanto se sentaba porque el tiempo no existía y en esos niveles de captura, el tiempo no existe. Recién se paraba cuando la madre regresaba. O sea, no hizo un juego con esa ausencia, ni hizo todo lo que la madre prohibe hacer cuando no está, como comerse todas las galletitas o saltar en la cama. 

Esa es la lectura que hace Freud: el niño hace un juego con el elemento traumático. Lacan hace la lectura de que el niño es el carretel y no la madre. Es el niño identificado al objeto que juega a salirse del campo del Otro, entonces disfruta de arrojarlo y no de recuperarlo. Lacan hace otra lectura, que no es incompatible ni niega la lectura de Freud. Esta es para mí una lectura fundamental, porque tendemos a pensar que uno es mejor que el otro. El primer Freud, el segundo; el primer Lacan, el segundo Lacan, el últimísimo Lacan… No hay un gradiente, sino un recorrido complejo donde no se cancela una instancia con otra.

Hay un disfrute en salirse del espejo, es el momento en que los niños juega “Acá está”, que es un juego que no falla jamás. En ese juego se pierde de vista al otro, que es rebote especular de la propia mismidad y esa alternancia de “acá está” es estoy, no estoy, puedes perderme. Este juego está en la misma lógica que al anterior. 

El problema económico del masoquismo. Es un texto complejo que recomiendo que lean. Tiene algunos elementos muy importantes para la clínica. Freud dice que hay un masoquismo originario, erógeno, propio de la constitución subjetiva. Hay un masoquismo femenino, que está ligado a la condición de castrado, de soportar el coito y de parir. Freud pertenecía a la época victoriana y suponía que todo eso era así. Por supuesto que nada de lo femenino coincide con el género. Lo femenino son posiciones en relación a la estructura y los varones y las mujeres rotamos por las posiciones masculinas y femeninas.

Freud plantea que el más complicado es el masoquismo moral. El masoquismo moral es el famoso superyó, que martiriza al sujeto y que le exige a ser Uno con el ideal, donde de alguna manera, esa maravillosa diferencia entre el ideal -que puede ser inspirador, un búsqueda- y la existencia queda borrada. Cuando el ideal es un mandato la diferencia se vive como insuficiencia acusatoria. Entonces, uno no vale nada, no sirve para nada, uno nunca va a poder y los otros si (porque esto se acompaña con que los otros sí pueden). El masoquismo moral es el imperativo del superyó. Lacan dice que el superyó ordena gozar. Ese gozar es en el sentido de ser uno con el ideal, un goce sin falta, un goce que cancele esa deriva, que hace que la diferencia entre el placer buscado y el encontrado habilite para que al otro día uno tenga ganas de levantarse y encarar la vida y no aplastado porque no existe tal completud o aplastado por creer que la encontró. Son momentos de detención importantes en la cura, que son difíciles de transmitir como tales. Freud dice que es el sentimiento inconsciente de culpa, que es una especie de oxímoron, porque los sentimientos no son inconscientes, sino que se sienten, porque está en el campo de los sentidos. Él dice que es necesidad de castigo. En un punto, hay algo de la subjetividad muy paradojal y complejo que detiene al sujeto. 

Caso clínico.
En una ciudad del sur, un paciente vive con su familia. El padre es muy silencioso, del cual casi no tiene recuerdos. Silencio y cansancio. Avanza el análisis y puede recordar vagamente un tren que insólitamente le compraron en una juguetería, ante la que se detenía sabiendo que su pedido no iba a tener ningún resultado. Es hijo único, la madre lo aloja -diría- como un objeto consuelo, más del lado del goce que el de la significación fálica. Lo retiene y no soporta el más mínimo movimiento. Aparece un recuerdo muy angustiante: a la salida de la escuela, él era un niño grandote y torpe. Se producían escenas de juego, a veces un poco violento, donde él temía ensuciar el delantal escolar. Él no podía participar, y lo que era peor, no podía agarrarse a piñas con nadie. La madre, con la exigencia de que el delantal debía sobrevivir a toda una semana impecable, lo dejaba inmóvil, retenido, sin poder jugar, nada de los títulos en el bolsillo, no contando con ellos porque le pertenencían a la madre. El padre muere cuando él tenía 10 años. A los 13 años, la madre decide que su hijo debe debutar y consigue que una empleada que trabajaba en la casa se ocupara de ello. La experiencia, que es recordada con dolor y angustia, se prolongó durante meses, ya que durante meses la muchacha se metía en su cama. Él sabía que era por orden de la madre. Lo más exogámico se volvía incestuoso. Cuando empiezo a atenderlo, él estaba casado y tenía 2 hijos, de 10 y 12 años. El motivo de consulta era la dificultad de jugar con sus hijos porque en el juego pudiera deslizarse algo indebido, que pudiera tocarlos. Temor a que irrumpiera un goce incestuoso. Y además, una contractura que lo deja muy rígido. Él se separa de su mujer y cuando consulta había hecho un infarto. estaba separado, estaba bien, trabajaba, vivía en su departamento, recibía a sus hijos, estaba muy atado a un socio del que no se podía liberar porque tenía miedo de no poder trabajar solo, aunque sabía que el socio se aprovechaba. Un día, llega a la sesión muy conmocionado. Él tenía una fantasía masturbatoria de la que habla con mucho esfuerzo y que tenía que ver con ser atado a la cama. Interesante que la fantasía masturbatoria de ser atado porta el significante “atado”, esa palabrita que insiste: atado a la madre, atado a la imposibilidad de ensuciarse el guardapolvo, atado en el juego con los chicos, atado al socio, atado al principio a su mujer por la separación (porque tenía miedo a que su mujer se deprimiera). Un día a la noche, luego de divorciado, él había salido y se levantó a una chica, “una loquita” -él dice- quien le siguió el juego y lo ató a la cama. Por supuesto, las fantasías funcionan mientras sean fantasías. La fantasía perversa provee de satisfacción al neurótico, pero cuando esto deja de ser fantasía el neurótico se angustia, con lo cual este paciente no pudo hacer nada con este paciente tan exitoso y pide una sesión extra, recontra angustiado respecto de esto. Este episodio fue muy interesante porque en ese “atado”, fuimos trabajando todos esos atados que él fue repitiendo a lo largo de esos años y de alguna manera. 

Es interesante ver la complejidad del aparato psíquico, porque en el mismo punto donde goza también hay algo que tiene que ver con el goce masoquista. Por eso, todo análisis permite hacer que el sujeto haga ese recorrido, que el atado quede como fantasía o como juego en la cama, para poder desamarrarse y sacarse de encima ese atado tan edípico, tan endogámico, que existía en las distintas escenas de la vida. 

“Atado”, en este caso, termina siendo esa cifra que yo les decía que es ir simplificando hasta extraer esa cuestión medular. Es muy simple lo que gobierna a un sujeto, Lacan decía que recibíamos algo incomprensible y que había que hacer un jardín a la francesa. Cuando viene un paciente viene con una cantidad de cosas y esa decantación hace extraer el elemento que comanda y que nosotros intentamos destituir y devolverlo a la sana insatisfacción, al deseo.

Voy a cerrar con un breve poema de Borges, porque me parece que habla de nosotros, de la subjetividad y del imposible:

Nostalgia del presente:
En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de la fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.