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viernes, 20 de noviembre de 2020

¿Efecto psicomático?

En junio de 1964[1], en su primer seminario luego de su expulsión de la IPA, haciendo un primer cambio en todo su vocabulario y en la definición de sus conceptos, Lacan, todos lo saben, engloba la psicosis, los síntomas psicosomáticos y, de un modo ambiguo, la debilidad mental usando la expresión “holofrase”, o solidificación del primer par significante S1S2.

También hace un comentario sobre el efecto psicosomático en la famosísima conferencia sobre el síntoma de Ginebra en 1975[2]. Trabajaremos en orden estas dos apariciones de este sintagma y cuál es la situación del psicoanálisis en ese momento.

En el Instituto de la Sociedad de Paris existía una corriente, o un grupo de analistas que trataban de encontrar una explicación psicoanalítica de ciertas enfermedades orgánicas. Algunos de ellos grandes analistas, freudianos o kleinianos. Al igual que en la Argentina, donde se hablaba de neurosis de órgano y de psicosis de órgano. Como ejemplo de la primera una úlcera, de la segunda una úlcera perforada.

Hoy en día se sabe que numerosos enfermedades, como el lupus eritematoso, la artritis reumatoidea, la colitis hemorrágica, la enfermedad de Crohn y muchas otras son enfermedades autoinmunes ‒esto es, con un disparador psíquico cualquiera, o sin él‒ que desencadena una respuesta en el cuerpo donde es el sistema autoinmune que ataca un órgano o un tipo de tejido, el conectivo, por ejemplo.

No hay hasta ahora una explicación satisfactoria del origen de estas afecciones, graves por cierto pero se trata por todos los medios de parar el ataque inmune aunque no se sepa todavía la manera de hacerlo que no implique la inmunosupresión o el tratamiento por corticoides de por vida. No hay explicación psicoanalítica alguna que pueda detener la enfermedad.

Aunque algunos hayan creído que el sistema inmune hacía un error entre el yo y el no-yo. En cuanto a las úlceras pépticas, el descubrimiento del “helicobacter” dio por terminadas las hipótesis de psicosis de órgano.

Algunos o muchos analistas descubrieron desde hace muchos años que en estos pacientes la cura analítica volvía más largos los períodos intercurrentes, entre una crisis y otra. Es cierto. No sabemos por qué a ciencia cierta pero tampoco hay cura de la enfermedad, aunque algunos analistas puedan afirmarlo al lograr solo que esos períodos se alarguen. No da derecho, por probidad científica, a pretender haberlos curado.

En 1964, año de la hipótesis de Lacan, la medicina sabía de la existencia del ADN y del DRN en el núcleo de las células, descubiertos por Crick y Watson en 1953, y que ácidos nucleicos eran los portadores, en la cromatina, de esa hélice donde se encontraba nuestra herencia. Pero el mecanismo de producción, transcripción, retranscripción del ADN por los ARN ‒mensajero, transcriptasa, y el movimiento de apertura y cierre de la doble hélice, que permite que los aminoácidos pasen a la célula y de allí a todo el cuerpo, recién se comenzaría a conocer gracias a los trabajos de Monod, Jacob y Lwoff coronados con el Nobel de Fisiología en 1965.

Recién en los años ’90 comienza a obtenerse la certeza del carácter genético no mendeliano de ciertas enfermedades y conocerse los distintos genes en causa en esas enfermedades. Al comienzo de los 2000, con el descubrimiento de los homeogenes o genes constructores del cuerpo comenzará a poder discriminarse el origen genético de las debilidades mentales.

Mucho antes se sabrá que un porcentaje de úlceras son de origen bacteriano, aunque no todas. Eso hace que las gastritis puedan ser consideradas como parcialmente atribuidas a una causa psíquica, la angustia.

En cuanto a la alta presión llamada esencial, aunque haya también la presencia incontestable de la angustia en la activación del sistema simpático, con sus consecuencias en la concentración de sodio y la permeabilidad a él en el endotelio arterial, por la regulación de la renina-angiotensina y la vasopresina, hay también factores genéticos en la regulación de esas hormonas como así también dislipidemias concomitantes que agravan el cuadro en su conjunto, dislipidemias que son de origen genético y no sólo debidas a la mala alimentación.

Las enfermedades autoinmunes, cuando graves y desencadenadas en la infancia o en la pubertad, no pueden no alterar el carácter de los sujetos que las contraen, y alteran necesariamente la demanda y la satisfacción pulsional esperable gracias al cuerpo simbólico y al imaginario en un organismo sano. Al alterar el cuerpo imaginario, la lesión orgánica no puede no tener consecuencias diversas, complicadas y de pronóstico incierto no en cuanto al diagnóstico sino a la gravedad de la neurosis.

Es cierto que en Ginebra, respondiendo a la pregunta de un asistente ginebrino, Lacan dice que tal paciente de una enfermedad psicosomática, no aclara cuál, consideraba “su cuerpo como un cartucho escrito en jeroglíficos” y evoca la “signatura rerum” de los primeros estoicos. La firma de las cosas. No el signo, una escritura que no sabemos leer. Estas indicaciones de Lacan son preciosas, tanto más que, cuando habla fuera de Paris y responde preguntas, dice teórica o clínicamente de otro modo que en su seminario.

Pero de todos modos no aclara de qué enfermedad se trata. Haciendo un breve paréntesis sobre mi experiencia, en los años 80-90 una paciente que había sufrido de un cáncer óseo (osteosarcoma), y tratada exitosamente con resección de la zona involucrada, rayos y quimioterapia, me habló un día en los mismos términos. Diciéndome que la pieza de titanio que unía los dos trozos del hueso operado estaba escrita en caracteres de una lengua que ella no leía, que seguramente yo sí.

El cáncer no es una enfermedad psicosomática, ciertamente no un cáncer óseo. Cuando esa pieza le fue extraída es cierto que estaba escrita… con un número en cifras arábigas y letras latinas… Pero me había atribuido el saber leerlas. Suposición errónea pero eficaz, no en cuanto a la cura de su cáncer, sino a la naturaleza del mal que la aquejaba y que era el motivo de su consulta. Aunque el cáncer estuviera involucrado imaginariamente en su dolencia. ¿Y cómo no?

Freud enseñó a todos los analistas a respetar el conocimiento científico y atenerse a él hasta que se muestre, como fue su caso de fundador, que es insuficiente, y Lacan continuó su gesto previniendo las consecuencias obturantes que una respuesta médica puede tener justamente en los casos donde es difícil concluir ante la naturaleza del síntoma a tratar. Por ejemplo las grandes psicosis y el autismo donde por más que la psiquiatría biológica insista en su origen genético, no hay nada que lo demuestre.

El conocimiento del origen parcialmente genético de muchas enfermedades orgánicas, y la dificultad en decidir si en su origen puede o no haber un aporte epigenético, y qué querría decir ese concepto en el caso de un efecto “psíquico” en la transcripción de tal o cual grupo de genes es algo que no puede responderse.

Pero no hay nada que se conozca aún de cómo la angustia podría, vía sistema nervioso central, no sólo alterar un mecanismo tisular sino llegar al núcleo de sus células y provocar fallas no autorreparables ‒los mecanismos de autoreparación existen y son conocidos‒ en la transcripción del ADN de modo a hacer cancerígenas esas células.

Las células cancerígenas no sólo crecen por división celular, por mitosis, sino que desarrollan en su superficie mecanismos de ocultación a los linfocitos que vienen a atacarlas. Son algo así como lo contrario de las células que son atacadas en las enfermedades autoinmunes.

Sabemos que el efecto “placebo” es cierto. Hay resultados registrados desde hace muchos años en imágenes por resonancia magnética, que el cerebro de pacientes que sufren de Parkinson reaccionan ante el placebo en la llamada sustancia negra del mesencéfalo, donde sus células producen dopamina y que en el caso de esta enfermedad dejan de producirla, como los pacientes que han recibido realmente su dosis de L-dopa, su sustituto de reemplazo. Pero esta reacción positiva dura solo segundos. Prueba una vez más de la eficacia aún “subcortical” de la palabra, pero prueba también de su límite en la organicidad.

Analíticamente sabemos, al menos los lacanianos, que una estructura netamente neurótica puede ser acompañada de una tendencia depresiva fuerte o “melancoloide” sin creer que es una psicosis maniacodepresiva o venir acompañada de una neurosis actual, es decir con un monto excesivo de angustia para el yo del analizante sin creer que estamos ante una descompensación psicótica.

Pero hoy no podemos ignorar que la angustia no sólo es señal de alarma, y señal del goce del Otro, pero que también, si perdura fuertemente, puede tener consecuencias orgánicas importantes en el que arrastra desde la infancia el haber sido soporte de los padres, destinado a cumplir tareas insólitas y desmedidas para la capacidad del yo, ya que éstas pueden dañar la identificación al semejante. Y es la fuerza del amor dado porque sí y no por afrontar situaciones de riesgo psíquico que permiten a un sujeto afrontar luego como adulto problemas que se le plantean a un adulto.

Es por eso que no podemos hablar de una estructura psicosomática, como si ese síntoma tuviera una naturaleza y una causalidad totalmente psíquica trasladada al organismo.

Lo que es sí del resorte de lo psíquico ‒la angustia y el daño narcisista‒ es la incidencia de la angustia a través de sus efectos orgánicos, ya que incide en el endurecimiento de los endotelios arteriales sin que medie sólo la existencia de ateromas (placas de colesterol calcificadas), en el aumento de ácido clorhídrico en la actividad de la pared gástrica, es decir en la reproducción de un estado de desamparo sin que pueda haber, esta vez, Otro que socorra.

Sólo el analista que esté dispuesto a soportar esa transferencia y a no considerar que el síntoma del paciente, en especial cuando se trata de una enfermedad autoinmune, tiene un efecto de resistencia, porque que es algo de lo que no habla. ¿Y si se tratara inconscientemente del pensamiento de que una maldición tal, sin Otro que la profiera o pueda atribuírsela a sí mismo, es como un pago definitivo de deuda?

La dificultad o la imposibilidad de un paciente a considerar la enfermedad como una producción propia es natural, ya que es un proceso orgánico. Sería un error grave del analista pretenderlo si se trata de una enfermedad autoinmune o un cáncer. Eso significaría simplemente culpabilizarlo.

Considerar esa dificultad en la palabra en lo que a la afección orgánica se refiere, que sigue siendo un “eso” ‒un ça, un Es‒ no nos autoriza a considerar que esa consolidación de S1 y S2 sean la causa de la afección. Ese síntoma no es un nombre del padre, no es un ideal del yo y no hay un saber inconsciente sobre él.

Por otro lado considerar estos síntomas orgánicos como producciones de tal o tal goce es volver de Lacan a Jung. Desde Freud para el psicoanálisis los síntomas son símbolos no de la libido sino de la angustia. En el caso de ciertas afecciones orgánicas y no todas no son símbolos sino efecto parcial.

En cuanto al tratamiento de cuadros donde interviene tanto el narcisismo del paciente como una condición orgánica heredada o congénita, es un cierto manejo de la transferencia el que puede permitirnos que lo clivado del narcisismo ‒y no del sujeto‒ comience a ser reconocido.

Lo que se trata de lograr es que ese peculiar desconocimiento gozante, que no se resuelve sólo por retorno de lo reprimido, ya que es desmentido por el sujeto, no lo haga actuar buscando refugio en lo que agrava la enfermedad orgánica.

Por último, pretender “curar” es un pasaje desconcertante en lo que a la doctrina psicoanalítica se refiere. Existe la cura y su dirección, que puede ser en cada caso diferente. Pero el analista no es el demiurgo de ella. Si lo cree y se jacta de ello pasa inmediatamente a ser un curandero con diploma.

[1] Jacques Lacan, Le Séminaire, Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, Seuil, 1973. Les fondements de la psychanalyse, Staferla, ELP.

[2] « Le Bloc-notes de la psychanalyse Nº5 », Genève, Suisse, 1985.

Fuente: Imago Agenda n° 205, otoño de 2019 - Yankelevich Héctor "¿Efecto psicosomático?"

viernes, 22 de diciembre de 2017

La Función Materna.

O. ¿De dónde viene la necesidad del concepto 'función materna'? Seguramente del hecho de que todo concepto, al menos en psicoanálisis, deja escapar, como de una red, algo de real, en el mismo acto de aprehenderlo.

1. ¿Por qué nombrar una nueva función? ¿Acaso no basta con una para sostener el edificio analítico y la estructura subjetiva? Osaremos adelantar pues: aún cuando la mujer esté referida al Nombre-del-Padre, puede ocurrirle no ser su pasadora para uno de sus hijos, aunque lo haya sido para otros.

1.1. Plantear la existencia de una función materna implica forzosamente, por el hecho mismo de hacerlo, reconocer que la afirmación del Nombre-del-Padre no asegura por sí sola el modo por el cual la estructura se reproduce. La definición de esta función prescribe que una mujer, al desear a un niño fálicamente marcado, lo reconoce como un producto que es en su carne, nombre. La reproducción sexuada es pues, no sólo de monto metafórico, sino materialmente, producción de nombres.

1.2. Podemos afirmar por lo tanto, que una madre, por más estructurada que esté en el discurso, no puede asegurar por sí sola, en tanto sujeto, que su simple función pueda cumplirse más o menos felizmente.

2. En el origen de las psicosis que vienen del lado materno —porque también pueden venir del lado del padre o de ambos— existe un desconocimiento radical de que el falo es un Nombre-del Padre.

2.1. Cada uno, falo y Nombre-del-Padre, son uno y binarios a la vez. El tercero, el objeto, es un producto, pero excede, a la vez, toda identidad con los otros dos y consigo mismo.

2.2. En el hecho de que el falo pueda no ser un Nombre-del-Padre, yace un goce que merece un estudio profundo. La no identidad entre uno y otro, que no es simplemente lo contrario a su identidad —pudiendo sostenerse la negación de manera distinta— es, aquí, el resultado de un rehusamiento específico —sentido exacto de la Versagung [frustración] freudiana.

3. Por otra parte, esta Versagung, este rehusamiento, reside en tanto tal en la estructura y se declina de manera distinta en hombres y mujeres. Cuando resulta ser eficaz en una madre, le permite pensarse única creadora y decirle a su hijo: "eres carne de mi carne".

4. Curiosamente, cuando esta diferencia ocurre en la 'vida sexual' de una mujer, no existe motivo alguno para que se encuentre nuevamente en el goce específicamente materno. Y viceversa.

5. Que el falo pueda permanecer en lo real, parcialmente innominado, es un efecto de la estructura en el Otro. Sin embargo, no da igual que haya o no una incidencia subjetiva producida por la madre en tanto tal, que ensanche o inclusive, cristalice, esta brecha.

5.1. Brecha que se dice de distintas maneras:
- goce femenino de un falo sin nombre —lo cual puede ser un borde demasiado subrayado en la histeria y que Lacan llamaba su "sin fe" (sans foi);
- goce materno de un falo que goza solo, y de sí mismo, como la idea hegeliana —en la Pequeña Lógica—, siendo entonces su único destino el ser rechazado. Ambas operaciones —que producen presentaciones distintas de este significante— son diferentes y asimétricas y encuentran su apoyo gramatical en la ruptura de los sentidos objetivo y subjetivo del genitivo.

6. Igualmente, en general, la entrada de una mujer en el discurso se realiza deseando el falo como nombre. Sin esta condición que hace a la estructura de la feminidad —y a su forclusión inherente—, la función nominante del Nombre-del-Padre se vería comprometida.

6.1. Pensamos que esto es válido como regla en la historia que conocemos; las excepciones —Mesalina, Catalina de Rusia, etc.— no hacen serie.

6.2. Resulta esto válido hasta aquí, porque actualmente el discurso de la ciencia ejerce su eficacia clivando profundamente el binario fálico e introduciendo con esta operación condiciones históricamente nuevas de producción de locura. Asimismo, psicoanálisis y discurso de la ciencia —en particular aquel que se desprende del estado actual de la genética— se han vuelto profundamente antinómicos, cuando no lo eran en la época de Freud, y el primero es quien debe tomar, sin garantía alguna y profundamente solitario, la posición de guardián de la cultura, ya que ésta siempre existió en una relación sustancial con la función nominante.

7. En las "psicosis infantiles" el niño es recibido como puro objeto: la marca fálica es ciertamente inscriptible, pero difícilmente'. Mientras que en el autismo llamado primario, al aparecer como falo radiante, no puede radicalmente, y con razón, ser marcado por ésta. Fracasa el Nombre-del-Padre en su carácter doble o bifaz: aquí es puro goce.'

8. La madre del niño autista no logra pensar, inclusive inconscientemente, que el niño que lleva —en su vientre o en sus brazos— es un ser hablante desde siempre, que es hablante en su ser, aunque no lo haga efectivamente al nacer o unos meses después. El hecho de hablarle es para ella totalmente incongruente.

8.1 Esto me ha sido dicho, tanto por madres que consultaban por un niño llamado autista, como por ciertas pacientes en análisis que se encontraron ante un niño, nacido durante la cura, del cual no hablaban, al cual no le dirigían la palabra en la casa, y que aún no hablaban a la edad en que otro niños ya lo hacían.

9. Este carácter incongruente de la palabra con un ser que no habla podría decirse en tres tiempos simultáneos:

1°) El goce de este niño es inconmensurable, ya que
2°) No hay unidad de medida, y además
3°) No hay ningún goce.

9.1. No obstante, las consecuencias de esta no-congruencia —vivida como tal— de la relación entre el Uno (el 1) —instrumento de medida por excelencia— y el objeto, entre la palabra y el niño no tardarán demasiado en hacerse notar, porque para poder incorporar la voz es necesario que ésta sea la alteridad de aquello que se dice (Lacan). No es sólo sustancia, sino pura diferencia. La voz como objeto presenta, única entre los demás, un isomorfismo con el gran Otro.

10. Así es como se le habla al niño con el mismo tono que se habla en la calle, en la oficina, al padre, o a la familia en general. La persona que me comunicaba esto —que pasaba su vida en silencio, tanto en la oficina frente a la pantalla de la computadora, como en su casa ante su caballete de pintora, o bien leyendo un libro— me decía, luego de demorar mucho, mucho tiempo para encontrar las palabras, que emplear un tono de voz diferente para dirigirse al bebe le hubiese parecido.. .una payasada. Y —podríamos agregar—, una actitud contraria a su ética, ya que para ella el pan no era más que pan, y el vino sólo vino. Por otra parte, nunca comenzaba a hablar primero con nadie—excepto con Usted..., pero aquí es distinto...— y pensar en dirigirse a su hijo la sometía a una extraña sensación de sin-sentido.

Rápidamente derivado por mí a un análisis, el niño habló, probablemente, no sólo porque la analista elegida fuera excelente, ni tampoco por haber podido la madre considerar nuevamente su ética con relación al pan y al vino, sino, principalmente y en nuestra opinión porque, siendo portadora de un nombre de origen eslavo, esta mujer había elegido para su hijo un nombre poco y nada usado en Francia, igualmente eslavo, aunque el padre tuviera un nombre perfectamente francés y su hijo, reconocido, llevara su nombre patronímico.

11. La madre de Fabian tampoco hablaba. O raras veces. Fue su marido quien me contaba, semana tras semana qué hacía o deshacía su hijo en la casa, los pequeños gestos de la vida cotidiana. Nacida en una familia pobre y numerosa, ella había sido enviada a una escuela de monjas y había vuelto al hogar años después, sólo para encargarse de los hermanitos. El padre, alcohólico, le pegaba a su mujer, y una noche, antes de que comenzaran los golpes, un hermano mayor, cansado de esta escena que no acababa nunca, clavó un cuchillo en la espalda del padre. Ella fue, de toda la casa, quien se inclinó para retirárselo de la herida.

El filo se había deslizado hacia el omóplato, cuando oyó al médico que acudía decir en voz alta que con su gesto hubiera podido acabarlo, comprendió que su culpa no tenía remisión. Muchos años después, habiéndose separado los padres, lo volvió a ver en una de esas ceremonias que permiten, en una suerte de solemne confirmación, celebrar el reencuentro de toda la familia. Pero éste no la reconoció y pasó a su lado sin siquiera reparar en ella. En ese momento pensó: "No tengo padre; nunca lo tuve".

Fabian nació un fin de semana en que no lo esperaban, ya que el embarazo sólo llegaba a término dos semanas después. Contando con ese —largo— tiempo, el padre había viajado por dos días para ser testigo de la boda de su hermano en otra cuidad.

Cuando la madre lo tomó en sus brazos, tuvo —me dirá años más tarde— dos pensamientos: "Cuanto más rápido muera, mejor para él"; "Sabe todo, todo de mí". Al percatarse de lo que había pensado, la certeza de su profunda indignidad le volvió abruptamente, más clara que nunca. Años más tarde, cuando el mundo médico comenzaba a preocuparse por la mudez de su hijo, otro pensamiento se apoderó de ella y, al darme aquel día esos pensamientos se desprendía repentinamente, como justificándose, de un peso enorme. De tal forma que nunca más volvió a hablar de eso. "Se calla porque no quiere que sepan cómo está hecho por dentro. Como yo".

La noche del nacimiento de Fabián, estando su marido ausente, coincidía con el aniversario de la muerte (por un ataque de epilepsia) del hermano mayor que había clavado el cuchillo en la espalda del padre.

Durante este largo relato en que la madre unía trozo a trozo los fragmentos esenciales de su vida, Fabian estaba en la sala de espera junto a su padre y no había oído nada. A la semana, este niño que a los cinco años jamás había emitido ningún sonido articulado. comenzaba a pronunciar palabras, luego oraciones, sin dudar siquiera sobre la articulación de algún fonema.

12. Si lo propio de la función materna es crear la alteridad de lo que se dice, es porque una madre no ocupa el lugar del Otro por el sólo hecho de ser madre. A contrario imperio, la creación de la alteridad es la que permite, estando en el lugar del Otro, separarse del objeto. Tanto del niño para dárselo al padre, corno del pecho para dárselo al niño, o de su voz para estar en condiciones de escuchar los movimientos corporales del bebe como mensaje propiamente lingüístico.

Cuando no ocurre esta creación del Otro, no le queda sino el lugar de objeto, sometida a la angustia que ello supone: sentirse succionada por cualquier demanda, así como amenazada constantemente por la pérdida, no del objeto, sino de su propio cuerpo.

13. Por su parte, el niño autista pareciera haberlo "comprendido", porque realiza, con relación a su madre, una tarea que llevará a ésta a serle eternamente deudora: él no le pide nada, verbalmente. Aunque, gracias al análisis, logre unir palabras con palabras y oraciones con oraciones.

14. Por otra parte, la función materna, tanto como el falo y el Nombre del-Padre, es bifaz. Y existe, por excelencia, en una apuesta: que el objeto portado por la madre será sujeto. Porque recién al apostarlo el sujeto existe, es producido, al mismo tiempo yen la misma jugada que el lugar del Otro. Esta doble creación es la propiedad específica y definitoria de la función. Creando el lugar del Otro en su propio cuerpo, la madre permite y otorga al niño las condiciones para que, al mismo tiempo, el cuerpo del niño se vuelva también lugar del Otro.

15. Feminidad y función materna echan raíces en un solo y mismo lugar, pero sus relaciones no necesariamente son pacíficas, porque cada cual destina el falo a un lugar diferente.

15.1 Este lugar, que hace que la función sea posible y deseada, pero, a su vez, falible y hasta evanescente, es escrita por Lacan
Lugar de escritura por él llamado, al menos una vez, de la Virgen', que hace que cada hombre de su vida y cada uno de sus hijos, sean para una mujer, únicos. Sin embargo, si ella permanece allí como tal, este lugar se vuelve, además, la sede de una angustia difícilmente bordeable. Por otra parte, es en este lugar y negativizándolo, que una mujer produce, por su decir y en un decir, la función del Urvater de la cual está separada
y puede, entonces, articular 𝚽 con a, que es el efecto por excelencia de la función. Al ser pasadora se vuelve pasante, y en este mismo acto ocurre el pasaje.

16. Esta correlación entre a y 𝚽 es lo que permite, en el cuerpo real del niño, la aparición y el anudamiento de las pulsiones, como 'su' respuesta al decir del Otro.

16.1. Tal vez esto fuera lo que Winnicott llamaba, según las circunstancias, solicitud materna primaria y locura funcional de la madre.

16.2. La escritura lógica permite articular que la función materna, pasante del Nombre-del-Padre, posibilita no sólo crear el lugar del Otro —que es la condición apenas necesaria para dar cuenta del nacimiento de la pulsión— sino también creer que se es el Otro. Por lo menos un tiempo suficiente.

Fuente: Yankelevich Héctor, "Lógica del goce", capítulo III

martes, 28 de noviembre de 2017

¿Qué es una intrincación pulsional?

[...]antes de postular el carácter mortal de la pulsión sexual o dicho de otra manera, la existencia de Otra pulsión que se contrapusiera a la pulsión sexual, Freud había descubierto un lugar tal para la propia muerte que todo el inconsciente tópico se encontraba en correspondencia con éste. No obstante, ántes de interrogar la pulsión de muerte acerca de su relación con el lugar de la muerte, tanto la propia como la del Padre llamado Muerto, es preciso poner nuevamente a trabajar las relaciones que mantienen entre sí las pulsiones sexuales. Porque la idea más consistente al respecto, la más seguramente transmitida en la historia del psicoanálisis, es aquélla que postula que la muerte, en la pulsión, no se descubre sino en su desintrincación.

Para ello, sin embargo, deberemos aclarar nuestro camino con otra hipótesis relativa a la dualidad pulsional. Ya que cuando Freud intitula el anteúltimo de sus capítulos de El Yo y el Ello como Los dos tipos de pulsiones "Die beiden triebarten", nosotros elegimos leer —respetando el dual del cual carece el castellano, la marca del singular del sustantivo y dándole otro sesgo a la polisemia del alemán Art—: "Ambos modos de la pulsión". Proponer que "de vida" y "de muerte" no sean especies sino modos nos lleva a precisar el dónde y el porqué de su báscula. Cuestión que nos obliga a que el "Sésamo" de la palabra desintrincación no pueda ya, para la determinación de su sentido, depender sólo del recurso al acontecimiento que la produce'', sino de un estatuto tópico que ha de ser articulado.

Cuando el grito obtiene la presencia del Otro que acude, su naturaleza de llamado, no sólo encuentra en ese entre-dos, con la ausencia, el silencio que le permitirá descubrirse voz. Sino que, desde ese instante, el prae de la pre-sencia, eso ante lo cual se ubica el Otro, dará respuesta al llamado de la voz, y allí es donde será esperada: del lado de lo visible. Esta ligazón con lo visible la convierte en portadora de la mirada cuando es proferida fuera de la vista. En el momento en que nos hablan, se inviste nuestra imagen corporal, y asegura sus bordes o se nos la quita instantáneamente a la menor inflexión. Esta respuesta de presencia —prueba a veces falaz, pero única prueba en definitiva, del deseo del Otro— tácita sin ser silenciosa, a la exigencia de la Hilflósigkeit, da nacimiento a la demanda antes que cualquier enunciación sea fonéticamente articulada''.


Nota: Así, el deseo del Otro se anuda a la demanda del sujeto que él mismo ha creado con su ofrecimiento; su demanda da lugar y se anuda al deseo del sujeto, que no pasa por por la satisfacción de las necesidades, ni se detiene en el significante. Si el Grafo tomaba sobre todo su punto de apoyo en la necesidad y la articulación de la demanda, respetando ese estrato, el nudo permite encarar la aparición y la articulación de la pulsión al saber, girando en torno al goce.


Esto es exactamente lo que nos enseña el cachorro humano, cuando sigue con la mirada la voz de su madre, que se mueve cuando le habla fuera del estricto campo visual que su edad y su posición horizontal le permiten. Que los ojos busquen al Otro y su mirada, más allá y más acá del campo de lo visible, muestra que el marco en que esta aparición es posible, nos es dado no sólo por lo escópico a secas, sino por la voz que le enseña que el campo de la mirada sobrepasa ampliamente el recorte de lo visto que nos impone nuestra percepción visual. Así es como la voz del Otro también es objeto de su mirada, en la medida en que la enmarca. Esa es la voz que la mira, fuera del campo de lo visual.

En cuanto a ella, ¿qué es la voz, sino investidura del vacío, del vacío como diferencia, que es la voz sino moldeo del aliento? Es por la voz y en la voz que un sujeto es nombrado: es nombrado y su nombre existe en la voz, sin que su pronunciación sea necesaria. Pero también puede que un nombre sea proferido, sin que la voz dé cuenta de todo aquello que no es dicho aunque sea pronunciado. En ese caso, ni ella ni nada recogerán ni transmitirán el don del nombre. Y dado que la voz nos nombra —sin dar pruebas de su acto— cabe afirmar que, apenas dice, puede ser incorporada, que la voz del Otro nos erige en cuerpo y nos da así nuestra estatura, cuando es la alteridad misma de lo que se dice.

Por ello podemos ser llamados con la mirada, y la seña que se nos hace, aunque vestida de silencio, no es, sin embargo, necesariamente un llamado sin voz. ¿Acaso hay algo más tentador para seguir, allí donde el amor roza la sinrazón, o más atemorizante y en el límite de la muerte, que un decir sin palabras? Al igual que el niño que muestra, antes de reconocerse en el espejo, que la voz lo mira, ¿cómo podríamos decir "eso me concierne", hablando de seres que jamás hemos visto, o de cuestiones cuya abstracción les quita todo parentesco directo con la mirada, sin que la palabra o la escritura nos las hayan presentificado como formando parte de, no tan estrechamente del campo de lo escópico —que es un recorte—, sino del territorio donde la estima de mí-mismo (mi selfregard has!) hace que me sienta interpelado? Creemos, pues, que los objetos pulsionales difieren no sólo por su "naturaleza" —la mirada y la voz, el pecho y el excremento— sino también y sobre todo, por su estructura formal, y mantienen entre sí una relación al menos doble.

Una pulsión enmarca a la otra.
Las Pulsiones se significan unas a otras.

Ahora bien, un lector de Lacan que nos hubiera seguido hasta aquí no dudaría en detenernos en este punto para preguntarnos si la determinación de estructura —la significación fálica en tanto representante del discurso como tal— no sería suficiente para dar cuenta de la intrincación pulsional. Si ese fuera el caso, le contestaríamos que es necesaria, pero que hay que otorgarle, sin embargo, sus articulaciones.

Necesaria, porque sólo bajo el régimen general del falo un objeto es investible. Pero si lo fuera por una sola pulsión, el despedazamiento del cuerpo que vendría luego pondría rápidamente fin al placer que el sujeto podría sacar de dicha investidura. En francés, se pueden "beber” las palabras de alguien o bien éste puede "salir por los ojos", en castellano, "estar sin voz" suena exactamente igual que "estar sin vos", y podríamos seguir con los ejemplos en cualquier lengua hablada. Estas expresiones muestran que las intrincaciones pulsionales se hacen en el campo de la metáfora.

Esa es su fuerza y su debilidad. Ocurre, en la experiencia analítica más corriente, que en determinado momento se descubre que una palabra, amada al punto de ser un soporte de la vida, era intencionalmente engañosa y mentirosa. Que sea además la del padre, puede no dañar irremediablemente su metáfora como tal, pero carga con tanto peso el intercambio con el otro que ya no habrá palabras confiables, esmerándose el sujeto para que suceda lo mismo con la propia.

Aquello que, en la lengua, es efecto de metáfora y nada explica, es tomado de ahora en más, como real no sólo por el Inconsciente, sino también por el yo. Este hundimiento de la metáfora produce, al deshacer la trama discursiva, la desligazón pulsional y pone en peligro al sujeto cuyo principio de placer resulta sin recurso alguno ante, por ejemplo, tal imagen de la belleza frente a la cual se encuentra repentinamente extático e inerme, siendo abandonado súbitamente' por todo goce posible.

El hecho de que las pulsiones se signifiquen una a otra produce el tejido sin el cual el principio de placer carece de todo punto de apoyo para impedir que el goce propio del objeto se apodere o haga tabula rasa de aquél que el sujeto puede tener en sí. Cuando ello ocurre efectivamente, el campo de la metáfora ha sido deshecho, la pulsión se enuncia, a partir de ahí, solamente en voz pasiva.

Entonces, cuando Lacan formulaba la pregunta: "¿Acaso goza eso de lo cual gozamos?' apuntaba —a nuestro entender—, a ese punto, a ese instante de báscula, oculto, donde el sujeto, carente del sostén de la intrincación pulsional, se ve amenazado por el espectáculo de un objeto cuyos contornos se marcan de pronto de manera tal, que desborda los límites de la escena y amenaza entonces tanto al mundo como al sujeto con desaparecer. Desde este ángulo, toda desintrincación, contingente e incalculable, es el reencuentro de una desintrincación que ya estaba esperándolo. Ésta, de la cual sería exorbitante decir 'preexistente', resulta ser el efecto de una frustración de amor", o bien es sometida a la modalidad de lo imposible de escribir.

Por otra parte, una de las condiciones de la indicación para proponerle a un paciente que se recueste o no en el diván, surge de su capacidad de no sentir que una voz procedente de un detrás invisible podría no venir del cuerpo de un semejante. Es decir, el marco de la pulsión escópica permite, gracias a su intrincación con la pulsión invocante, más allá del simple recorte de su ventana, que aquello que no es visto siga visible'. La cura analítica es pues, desde esta perspectiva, la experiencia de ver a través de la voz.

Paul Claudel lo había percibido muy bien, y da cuenta de ello la importancia otorgada a esta intrincación en sus ensayos "Acerca de la Música" o "Los Salmos y la fotografía", publicados junto a estudios sobre la pintura española y holandesa en una magnífica compilación cuyo título es sugestivo: El ojo escucha. Para este gran trágico, el pintor, con su toque singular busca infinitamente, replegado en lo más profundo de la naturaleza, el núcleo de una palabra revelada. En este punto esclarece que no habría mirada que posar en el cuadro, si no hubiera un discurso previo. ¿Pero se trata de un discurso que yace ahí o de su resto? Por ello, al oír grabaciones de Wilhelm Furtwangler y compararlas con otros directores de orquesta que han sido tan destacables para el siglo, lo notable de la escucha de su manera de marcar el tiempo con la batuta, de la concepción del tiempo que impone a su orquesta y hace escuchar a los oyentes, además del sentimiento de una extraordinaria claridad de análisis, sino la percepción, a través de todo lo que posee el cuerpo de sensibilidad al volumen, es una masa sonora modelada, estirada, moldeada por sus manos, como si se tratara no solamente de leer e interpretar las notas en el tiempo, sino de imponer su presencia de masa en el espacio, tal una escultura, con una pasta cada vez más densa o aireada, hecha ante nuestros ojos".


La desintrincación pulsional hace que el cuerpo se resuma súbitamente a una sola pulsión, que la piel y los órganos, los otros bordes, se aplasten sobre uno de sus recorridos. Esto puede conocer una duración ilimitada en el tiempo, o tener un alcance más o menos permanente. Ahora bien, es el fenómeno mismo de la desintrincación que se abre a dos experiencias del objeto diferentes en cuanto al goce:


La del falo como tal, cuyo impacto, más que su aprehensión, se hará como lo real del significante.
La de un cuerpo o de un pensamiento del cual uno aspira apoderarse, más acá de la presencia, por cierto incómoda, de la pulsión"

Fuente: Yankelevich, "La lógica del goce"

miércoles, 23 de agosto de 2017

¿Qué sabe un analista?

Esta es una pregunta que se hace cada paciente a lo largo de un análisis, incluso siendo él mismo analista e iniciando por enésima vez una cura. Y, si en general, todos acordamos en decir que sobre el paciente no sabe nada, también sería útil señalar que tiene un saber formalizado, sea cual fuere su pertenencia teórica. Sólo daremos de ello un breve resumen, dado que su desarrollo in extenso no es el objeto de este trabajo.

a) Sabe que el lenguaje es trabajo: que aquello que organiza a la vez la vida y el sufrimiento del paciente no debe ser recobrado como un viejo juguete roto en el fondo de un desván sino que su eventual hallazgo es una creación de la palabra.

b) Que el hecho de enunciar la regla fundamental: "diga todo lo que se le cruza por la cabeza", desencadena la repetición.

c) Que no puede ubicar la represión sino a partir de su retorno. Y que ésta nunca pasa por las mismas vías que a "la ida."

d) Que ello supondrá que su atención sea atraída por las nadas reales (reale Nichtigkeiten - ver nota 1) que le permitan aprehender las identidades en las diferencias. A esto llamaba Freud "atención flotante".

e) Es decir que es en su lectura de lo que es dicho que se produce el Inconsciente.

f) Y ello, por un motivo fundamental: por el hecho de hablar lo simbólico se escinde. Se divide irremediablemente.

Freud lo escribía con perfecta claridad en Recordar, Repetir y Reelaborar, en 1914, al poner en boca del paciente la siguiente declaración: "siempre lo supe pero nunca lo había pensado". Y explica que lo que impide el acceso a la rememoración es una barra (Sperrung).

Hay entonces una barra entre el pensamiento y el saber. ¿Qué significa esto? Que el pensamiento inconsciente, gobernado por el principio de placer, es impotente para tomar sobre sí la exigencia que le impone el saber: aumentar su capacidad de operar bajo alta tensión. Para ello, para pensar este saber que está inmerso en el goce y satisfaciéndose en él, el pensamiento debería invertir el vector que lo dirige hacia la menor tensión y querer producir nuevas diferencias. Cosa que casi nunca puede hacer por sí solo. Lacan escribe S2 al saber inconsciente. Nosotros escribiremos S1, al conjunto de los signifacantes que organizan el pensamiento inconsciente.

Estos significantes, que siempre tienen carácter de mandamiento, son desplazados en el preciso momento en que el paciente empieza a hablar al analista y a extraer cierto saber sobre lo sexual.

Desaparecen, de alguna manera de allí, de donde el paciente habla y deshaciéndose de ellos, los guarda en el lugar del analista.

Estos significantes, que constituían para Freud la parte "más reprimida" de cada complejo, son girados a la cuenta del analista. Son los significantes de la transferencia Gracias a este giro, podrá el paciente con intervención del analista, constituir su saber; justamente por haber puesto en reserva una parte del tesoro simbólico.

Pero, en definitiva, estos significantes de la transferencia permanecen inconscientes tanto para el uno como para el otro.

No obstante, si el analista funciona realmente como tal, no lo hace sin tener un saber opaco sobre estos significantes que lo constituyen en tanto tal. Él es estos significantes, está a su espera, y cada vez que el paciente entra en una zona de donde fueron extraídos y desaparecieron, el analista se encuentra físicamente estorbado por ellos e impedido de pensar.

Una de las actividades del analista, cuando no es propulsado al acto por uno de estos significantes es pensar los pensamientos no pensados del paciente. Para ello, el embarazo y el impedimento son en éste, la manifestación de su resistencia, la presencia efectiva, en él, de la barra.

La experiencia de la supervisión muestra que el hacer del analizante se ve modificado sin que el analista haya dicho o significado nada, desde el mismo momento en que ha trabajado sobre su resistencia, es decir, sobre su propia vertiente de la transferencia con otro.

O bien, cuando el analista ya no está supervisando, cambia la situación transferencia! Si éste se deja, en el medio de cierta invasión afectiva, constituir como superficie donde la letra del analizante, una vez leída, se vuelve desecho.

Al principio de la cura, el saber del analista es formal —cualquiera fuese su obediencia teórica. A medida que avanza la cura, este saber se vuelve un saber de la misma. Pero nunca un saber acerca del analizante. Por lo tanto, el analista sabe que el saber que se produce en la cura y que sigue produciéndose luego, como su efecto, una vez terminada la misma, no es el gran Otro. El desplazamiento de la barra operado por el paciente le permite comenzar a decir un saber que estaba en él. Ahora bien, que diga lo que sabe no significa que sepa lo que dice.

Así se desprenderá un primer objeto alrededor del cual gira este saber. Esto era lo que Freud llamaba prima de placer, o plus de goce —Lustgewinn—, presente tanto en el chiste como en el fantasma que escribiremos an.

Las letras que hemos comentado hasta aquí y su posición respectiva tendrían la escritura siguiente:



Nota 1: Freud, "Ein Kindheitserinnerung des Leonard de Vinci", Studien Ausgabe, X, p. 110, nota. Un recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci, T.XI, Amorrortu editores.


Fuente: Héctor Yankelevich, “Lógica del goce”, Capítulo I: El marco del análisis y el cuerpo del analista