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martes, 15 de julio de 2025

Del sin sentido al fantasma: estrategias del sujeto ante la caída del Otro

Cuando se hace foco en la contingencia, el efecto del significante se revela inseparable del sin sentido, noción clave en la concepción lacaniana del orden simbólico. La idea de significancia fue introducida por Lacan para señalar que el significante, por su mera articulación, produce significación. Sin embargo, también advierte que ese mismo significante, por su ambigüedad constitutiva, puede significar más de una cosa e incluso engañar. Es decir, el sentido no es garantía sino efecto, y su proliferación se sostiene sobre un fondo de opacidad.

Este sin sentido no es un accidente, sino algo inherente al funcionamiento mismo del significante. El sujeto queda así atrapado en esta lógica, especialmente cuando el Otro —en tanto garante de verdad y consistencia— vacila o se desmorona. Es precisamente en este punto donde Lacan ubica la función del fantasma y del objeto a que lo sostiene.

Allí donde el sin sentido abre un abismo, el fantasma aporta una ficción que estabiliza. El objeto, en tanto soporte imaginario del fantasma, ofrece un anclaje que rescata al sujeto del fading. Como dice Lacan en el Seminario 6:

...en el fantasma, el objeto es el soporte imaginario de esa relación de corte en que el sujeto ha de sostenerse dentro de ese nivel, lo cual nos induce a una fenomenología del corte”.

El objeto funciona entonces como soporte ficcional, anudando al sujeto en una posición desde la cual puede situarse a orillas del inconsciente. Es en este borde —que no es interior ni exterior— donde opera la nominación como acto que delimita un lugar posible para el sujeto, aún cuando este no pueda ser plenamente nombrado. La nominación, así entendida, no clausura la falta, sino que la inscribe como corte, marcando un punto de inscripción que hace posible el alojamiento subjetivo.

En este marco, el fantasma se constituye como una especie de campamento simbólico desde el cual el sujeto se resguarda ante la caída del Otro y la irrupción pulsional que dicha caída trae consigo. Funciona como una matriz de sentido que permite elaborar estrategias defensivas frente a la angustia estructural y a la inconsistencia del Otro.

sábado, 24 de mayo de 2025

Del significante a la lógica: la nominación como límite

 Lacan realiza un giro fundamental al pasar de una apoyatura en la lingüística a un fundamento en la lógica, resultado de los impasses encontrados en el discurso del analizante. Es en este punto donde comienza a delinear lo que llamará imposible lógico.

En este contexto, surge su desarrollo sobre la problemática del nombre propio, articulado a una pregunta clave: ¿qué es un nombre? Y a un interrogante más profundo: ¿cómo puede el sujeto hacerse representar en el Otro?

Inicialmente, esta cuestión se aborda desde la simbolización, donde la verdad se configura como una trama ficcional tejida por la inscripción del significante en el Otro. Sin embargo, aquí se manifiesta un impasse: no todo efecto de lenguaje es un efecto de significado. Esto se evidencia en la problemática del goce en el sujeto, en los efectos del significante sobre el cuerpo.

De la Simbolización a la Nominación

Dado que la simbolización se muestra insuficiente, emerge la nominación como una operación que abre un agujero en la estructura. Se trata de un encadenamiento que no es meramente simbólico, sino que opera como un límite en el campo del saber.

Este pasaje implica un cambio de perspectiva:

  • De la simbolización asociada a la verdad,
  • A la nominación como litoral del saber.

Este desplazamiento no es solo teórico, sino que responde a una necesidad de la praxis analítica. Además, sitúa al psicoanálisis dentro de las consecuencias simbólicas de las lógicas postfregeanas.

Incidencias en el Nombre del Padre

Este giro tiene consecuencias directas en la elaboración de la función del Nombre del Padre, lo que da lugar a tres movimientos clave:

  1. La pluralización del Nombre del Padre, dejando atrás su unicidad.
  2. El cambio de su lugar de S₂ a S₁, reconfigurando su función en la estructura.
  3. El desplazamiento de sus versiones hacia la suplencia, transformando su estatuto en la lógica del sujeto.

Este tránsito redefine el lugar del Padre, alejándolo de una instancia meramente significante y situándolo dentro de la lógica de lo imposible, donde la nominación adquiere un papel estructurante.

miércoles, 26 de marzo de 2025

La topología subjetiva en el seminario 3

El Seminario 3, dedicado a las psicosis, introduce un concepto que resulta anticipatorio dentro del desarrollo del pensamiento lacaniano: la topología subjetiva. Este planteo evidencia que, en Lacan, la topología no es un punto de llegada, sino un punto de partida para comprender los vínculos entre el sujeto y el significante.

El significante se presenta como algo exterior al sujeto, aunque esta exterioridad es problemática. Se podría decir que el significante espera al sujeto, lo que introduce una tensión entre las coordenadas de tiempo y espacio dentro de esta topología subjetiva.

Este seminario marca una transición en la concepción de la estructura. Inicialmente, Lacan parece acercarse a una noción de estructura que sugiere cierta completud, pero avanza luego hacia una idea de estructura fundada en su imposibilidad. Así, introduce el concepto de covariancia entre los elementos, que señala la presencia de un vacío estructural consustancial a la estructura misma.

Si la estructura es la del significante, su redefinición impacta la forma en que este es concebido. Lacan afirmará que "el significante, en cuanto tal, no significa nada". Se trata de una materialidad vacía de sentido y sustancia, lo que lo acerca a la formulación que más tarde desarrollará en La instancia de la letra..., donde el significante se asemeja a un anillo, un agujero enmarcado.

Este cambio en la consideración del significante también modifica la manera en que se entiende el mensaje. Un mensaje no es simplemente una significación, aunque la posea. Se convierte en una inscripción que da cuenta de un acuse de recibo (Seminario 3), aún cuando no sea posible determinar quién, en definitiva, toma constancia de ese mensaje.

martes, 25 de febrero de 2025

La función del significante en la praxis psicoanalítica

Real, Simbólico e Imaginario pueden considerarse los nombres propios de Jacques Lacan, pues constituyen las coordenadas fundamentales de su retorno a Freud. Estos registros no solo estructuran su marco conceptual, sino que también sirven como base para su crítica al psicoanálisis de su época, en la cual denuncia lo que denomina un “desvío”: el abandono de la función primaria y constituyente de la palabra en el sujeto.

Este desvío conduce la práctica analítica hacia un atolladero dominado por lo imaginario, donde prevalecen términos como significaciones, sentidos, afectividad, resistencias y lo especular. Frente a esta orientación, Lacan opone la “función del símbolo”, la cual inicialmente concibe a través de la función de la palabra y, posteriormente, desarrolla mediante el concepto de significante tomado de la lingüística.

La entrada en juego del significante introduce una materialidad propia al aparato psíquico freudiano, una materialidad vaciada de significación y sustancia. Este cambio conceptual impulsa un crecimiento exponencial en la formalización del pensamiento lacaniano, lo que se traduce en el desarrollo de sus matemas y en la elaboración de un concepto estructural del lenguaje, distinto del que propone la lingüística.

A partir de esta diferencia entre materialidad y significación, Lacan logra abordar el lenguaje prescindiendo de su función semántica. De este modo, introduce el concepto de significancia, que en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud se aborda como el efecto de significado que el significante imprime en el sujeto, precisamente por su encadenamiento con otros significantes.

Así, se hace evidente que el significante no posee un significado intrínseco, sino que su efecto emerge del encadenamiento en la serie discursiva. Es esta estructura la que sostiene la praxis psicoanalítica lacaniana, diferenciándola de una práctica centrada en la interpretación de sentidos preestablecidos.

miércoles, 16 de octubre de 2019

El síntoma como metáfora.

En "La instancia de la letra" Lacan define, de una vez y para siempre, al síntoma como metáfora. La vertiente de goce enlazada al síntoma no deshace su funcionamiento metafórico, sino que acentúa lo que hay de metonimia en el síntoma. Si bien en esta época afirma que el deseo es metonimia, existen relaciones particulares entre ambas figuras retóricas.

El punto de partida es el binario significante-significado retomado de de Saussure[1]. Pero su posición es diferente: por un lado, invierte el esquema saussuriano y le da preeminencia al significante; por otro, le critica su concepción de la relación arbitraria puesto que el significante participa en la producción del significado, e indica que una afirmación tal de arbitrariedad pertenece al discurso amo[2]. Incluso plantea en "Radiofonía" que es un "lapsus" que Saussure cometió[3]. En "Aun" dice que hablar de arbitrario "...es escurrirse, escurrirse hacia otro discurso, el del amo, para llamarlo por su nombre. Arbitrario no es lo que cuadra"[4]. Y luego: "Decir que el significante es arbitrario no tiene el mismo alcance que decir simplemente que no tiene relación con su efecto de significado, pues es escurrirse hacia otra referencia"[5].
El binario significante-significado es modificado al final de su enseñanza -tal como lo señala J.-A. Miller[6]-: el binario signo-sentido toma su lugar. El primero, da como efecto la significación; el segundo, queda vinculado al goce. Estudiaremos en esta clase exclusivamente el primer binomio.
1.- La teoría de los signos
La semiótica es la ciencia de los signos. Muchas veces se considera que es un sinónimo de la semiología. Existen dos escuelas fundamentales y opuestas dentro del campo de los estudios semióticos. En líneas generales puede decirse que se oponen una corriente anglo-americana que sigue los fundamentos semióticos establecidos por el filósofo pragmatista del período de entre-siglos Charles Peirce, y la escuela francesa que ha continuado los principios semiológicos formulados por Saussure. Por esto, suele designarse como semiótica a la escuela americana, y como semiología al estructuralismo francés.
Charles Morris, seguidor de Peirce, en su libro Fundamentos de la teoría de los signos[7], indica que algo es un signo sólo si un intérprete lo considera signo de algo. Aquí puede verse ya la diferencia fundamental entre la semiótica y la semiología: en la primera, todo se funda sobre relaciones triádicas, mientras que para el estructuralismo las relaciones fundamentales serán siempre binarias.
El signo y el intérprete se implican mutuamente. Un signo debe tener un designatum, pero no todo signo se refiere a un objeto existente real. Esto incluye el caso del señalar: alguien puede señalar con un propósito determinado, sin que señale nada concreto. Cuando aquello a que se alude existe realmente como algo referido al objeto de referencia, hablamos de denotatum.
La definición de signo de Peirce es: "El signo es lo que representa algo para alguien". J.-A. Miller[8] indica que Lacan retoma esta definición para contraponerla a la del significante: "El significante es lo que representa algo para otro significante". Si bien guarda la estructura de la representación, el alguien no es el destinatario de la representación, sino que es el sujeto vehiculizado por la cadena de significantes, que no es una consciencia de representación sino un conjunto significante.
Esta oposición entre signo y significante pone en primer plano la articulación significante. Miller indica: "Los significantes hablan a los significantes y hablan del sujeto. Mientras que los signos hablan a las consciencias"[9].