La pulsión va a poder hacer un
tour vía fantasma si fue bien alojado y si pudo recortar qué le hacía falta en las demandas de la madre. Cuando ese recorte no fue posible, vamos a tener los casos de los pacientes más ligados a las impulsiones o los casos de
neurosis narcisistas.
En este tiempo, donde lo que emerge en la consulta está más ligado al pasaje al acto, a las sustancias que se consumen, a los cuerpos que se ofrecen ser tratados como meros objetos, podríamos pensar que hay dificultades a ese alojamiento. Por otro lado se habla que hay una decadencia de la función del nombre del padre. El padre, como agente operador de lo simbólico, es aquel que corta el goce de la madre con los hijos diciéndole “no reintegrarás tu producto” y también es aquel que hace de su mujer objeto causa de deseo. Si antes las consultas venían más ligadas a las dificultades del encuentro sexual y ahora vienen ligadas a otros temas, no solo notamos la declinación de esa función simbólica de separar al niño del goce de la madre, sino también a una falta de deseo sexual. El imperativo actual es la performance de los cuerpos: el éxito laboral, la acumulación del dinero o del prestigio, relacionadas con las exigencias del mercado.
El mercado, el discurso capitalista y sus significantes, exige al sujeto que se olvide de su propia singularidad, que haga masa y que se olvide de su cifra deseante. El deseo es singular a cada uno y en la medida que los analistas tomamos el uno por uno, no hacemos masa. Con lo cual, va a haber siempre algo que irrumpa disruptivamente con eso que el mercado propone.
Nosotros apostamos a que la palabra sea el agente de corte entre el goce incestuoso del sujeto, que lo deja del lado de la cifra familiar, para que cada uno haga una diferencia con la historia que le tocó en suerte y que encuentre un goce más ligado a vivir la vida, a la creación y al lazo con los otros.
En estos tiempos, también asistimos a la posibilidad de que que la tecnología sea utilizada para que el sujeto quede en un estado de extrema soledad o de narcisismo, sin poder vincularse con los otros. La relación con los otros no es una tarea sencilla y la máxima cristiana “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” no se puede poner en práctica. En este punto, el partenaire puede ser un compañero de ruta o un surmoitié, que es un neologismo de Lacan condensando superyó y mitad. Cuando en una pareja hay una fijación, por ejemplo a los lugares de sometedor y sometido, podemos pensar en que uno de los dos está ubicado como el superyó. Recuerden que el superyó ordena gozar y dice “Así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser”. esta paradoja es absolutamente incumplible, pero es parte de aquello con lo cual el sujeto fue constituido: el yo, el superyó y el ideal del yo.
Cuando prima el ideal del yo, el sujeto puede aspirar al acto creativo. En tanto prima el superyó, sin embargo, el sujeto queda abatido en una fijación gozosa sin tener mucho margen de maniobra para poder encauzar su propio deseo.
¿Qué hace un analista con la pareja? En principio, el analista es convocado a un lugar de tercero. La terceridad es de estructura, porque el falo es la terceridad que circula en cualquiera. Este lugar de tercero implica que no sea de cómplice ni entre en la dinámica entre los miembros de la pareja. La pareja pone al analista no solamente como un sujeto supuesto saber, sino como una suerte de juez para ver quien tiene la razón. Si pensamos en la clínica, no pensamos en quién tiene la razón, sino que lo que vamos a leer es como esa pareja se estructuró y cuál es el pacto fantasmático que los anudó y cuál es el pacto que se rompió cuando vienen a la consulta.
Toda pareja, a lo largo de su vida, va armando un pacto con cláusulas conscientes e inconscientes, que va a develar cómo le fue transmitido el goce, el amor y el deseo a cada uno, por parte de sus progenitores y a la saga familiar. Freud hablaba de las series complementarias: la historia de la familia, los significantes que se jugaban en el medio ambiente y la biología. Lo transgeneracional es algo que vamos a tener en cuenta en cada pareja en las preguntas que vamos a ir formulando en las entrevistas de cómo se conocieron, qué les gustó a cada uno del otro, qué les disgustó, qué los fue enamorando.
Hacemos la entrada de lo que los fue enamorando porque allí podemos leer los significantes que se fueron enhebrando y abrochando en la historia de cada uno y qué representa para cada quien. Los significantes que enamoran son propios de cada historia y tienen algún punto de encuentro. El analista va a develar ese pacto para poder relanzar la vida deseante de esa pareja y para que no caigan en la anomia, la depresión o la melancolización.
Todos sabemos que es más fácil echarle la culpa al otro que asumir la propia responsabilidad. Lo que vamos a hacer es desculpabilizar a la pareja para poder responsabilizarla. Responsabilidad tiene que ver con la posibilidad de que cada uno se haga cargo de lo que le corresponde en el sostén del amor y del deseo. La culpa generalmente es incestuosa y encierra al sujeto bajo el goce superyoico. La culpa no nos sirve a los analistas, porque deja al sujeto sin recursos de poder reconocer qué le acontece, de qué está aquejado.
Por otro lado, la angustia es la bisagra entre el deseo y el goce y lo que nosotros vamos a intentar es que emerjan los puntos de angustia en cada pareja. Los puntos que angustian a uno o a otro, o los puntos de angustia en común.
El goce es lo que liga al sujeto a una relación de fijación con una demanda del Otro. Podemos hablar de que hay distintos tipos de goce, según la fijación pulsional. La fijación pulsional puede ser inconsciente, pero también hay fijaciones pulsionales del ello que no se tramitan por el inconsciente, es aquello que pasa directamente al cuerpo. Un goce parasitario, que deja al sujeto fijado a la demanda del Otro, puede transformarse en un goce que permita una salida deseante. De esta manera, hay goces parasitarios y saludables. Estos últimos tienen que ver con el deseo y el intercambio con el Otro. En la pareja hay, en principio, un pacto de intercambio de goces. Puede quedar fijado o coagulado, pero la función del analista es descoagular para que cada uno pueda pensar en el goce que lo habita y poder hacer algo con eso.
Las entrevistas de pareja no son como la de las psicoterapias de otro estilo, largas en el tiempo. No duran mucho tiempo, sino que generalmente son la apertura a la posibilidad de la entrada a un análisis. Hay un punto de dificultad en hacerse cargo del propio deseo; de manera que es más fácil venir acompañado por el otro que armar un síntoma ligado a las formaciones del inconsciente. Hay menos pacientes que vienen representados por el inconsciente y hay más gente que está ligada a aquello que está por fuera del inconsciente, o que descreen de él. Hay un rechazo al inconsciente y el sujeto se cree dueño de si mismo, como que está más allá de lo que lo determina. Es una creencia epocal que el sujeto se hace ex-nihilo, se hace a sí mismo. También hay una creencia del “tu puedes”, donde todo es posible, no hay que renunciar a nada y que está prohibido prohibir. Al cambiar la época, la clínica también cambia.
En los tiempos de la familia romana, el pater romano era el dueño de la vida y el comercio de la familia. En la edad media, ese concepto fue cambiando y en la actualidad esa función cambió.
La sociedad del cansacio, de Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio hace que el otro, como semejante, se desdibuje. El otro, cuando aparece en la diferencia, aparece como la mancha del sujeto. La mancha es lo que el sujeto dispone para poder hacer diferencia con el sentido del Otro. Es lo que le permite al sujeto decir “soy tu hijo, pero soy diferente”, escapándose del aplastamiento del Otro. Es poder tomar a su cargo el rasgo unario y darle a la vida un sentido único e irrepetible.
El analista intenta que cada uno pueda hacer algo distinto, porque sino es como si estuviéramos marcados inexorablemente por la historia personal. El objetivo es que el sujeto reescriture algo de ese lugar en que fue alojado para poder tener un acto decidido. Un acto decidido implica los tres tiempos: mirar, comprender y concluir. Estamos en un tiempo vertiginoso donde muchas veces se saltea el tiempo de comprender. El tiempo de comprender también implica el tiempo de mirar, mirarse y hacerse mirar. Actualmente se mira y se hace mirar, pero falla el tiempo de mirarse, que es pensarse preguntándose qué se produce en el otro, qué le ocasiono, que me aporta el otro, qué me gusta o que no. Si falta el tiempo de mirarse, que es un tiempo pulsional, hay algo donde la imagen no muestra el agujero.