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martes, 9 de noviembre de 2021

Intervenciones en la clínica con niños y adolescentes (2)

Ver Intervenciones en la clínica con niños y adolescentes (1)

Interpretación:

En la "Interpretación de los sueños" Freud (1900a), sostiene que la posición del sujeto que sueña es similar a la del sujeto que pinta (y dibuja), podemos agregar, también a la del sujeto que juega.

En la interpretación la verdad que se procura, no necesariamente tiene que ver con el orden de la vivencia, es decir, con lo contingente o casual.

La interpretación debe tener un cierto carácter enigmático, de manera que el sujeto al mejor estilo de Edipo elabore una respuesta frente al enigma que propone la Esfinge del ciclo tebano y que precede la tragedia}

Interpretación de los sueños: Recordemos que un sujeto, puede tener un sueño psicótico y viceversa, un paciente psicótico, un sueño más o menos normal. En este último caso, el sujeto tiene una particular manera de asociar y de jugar, es decir, de "dejarse hablar". En las psicosis se pueden tomar los diferentes sueños, compararlos, y descomponerlos en sus elementos: objetos, escenas, acciones, nombres y frases; luego se los puede interpretar a partir de una construcción.

Interpretación del juego: Suele ser el instrumento más adecuado cuando se trata del juego de un niño neurótico.

Interpretación de la transformación pasivo-activa: El sujeto se ubica en la posición de un yo narcisista, y pretende repetir con el analista identificado con su yo real definitivo, la injuria recibida. En las psicosis, se aniquila el yo real definitivo por parte del paciente, para que el yo narcisista proyectado al exterior goce a costa del paciente. Esta intervención sobre la venganza, puede abarcar la relación con el terapeuta, con alguien del mundo exterior y el pasado del sujeto.

Interpretación a partir de una construcción: Una vez efectuada la construcción se pueden interpretar segmentos de la operación defensiva, de tal manera que se integren en la conjetura.

Concluyo retomando a Lacan: una intervención sólo si corta se constituye en interpretación.

Anticipación: 
El esfuerzo defensivo del sujeto impone necesariamente el reencuentro con lo inasimilable (el trauma). Esta intervención le permite al analista rescatarse como un sujeto lúcido, cuando se desencadenen los hechos preanunciados.

Señalamiento:
Descripción de la defensa: Se pone en evidencia el mecanismo estructurante y las actividades defensivas en sus dos movimientos de fuga y sustitución.

Descripción del destino dado a los juicios: Se pone de manifiesto como el paciente se esfuerza por adecuar sus vivencias (pasadas y presentes) en su sistema defensivo.

Descripción de lo escuchado del analista y su posterior destino: Se pone en evidencia como el paciente se defiende de los ataques supuestos en el analista, vía desafío o desestructuración de su palabra.

Detención de una producción verbal: Cuando se interrumpe un juicio lúcido y se lo sustituye por frases propias de otra posición anímica. En tal situación se puede frenar la producción y preguntar al paciente por los fundamentos de la interferencia previa y desde luego por el sustituto.

Evaluación del destino de los elementos "actuales", psicóticos o narcisistas cuando domina un posicionamiento neurótico.

Construcción o conjetura:
Es un instrumento que implica las diversas modalidades trabajadas por Freud [1914g], a saber: 

a] la correspondiente al orden de las vivencias, que se puede diferenciar en aquellas conjeturas ligadas a un vivenciar que cobró eficacia a posteriori, y otras, en las que el vivenciar se desplegó cuando aconteció. 

b] la vinculada con los procesos internos, que incluye: por una parte, elaboraciones que enlazan la actividad pulsional con disposiciones como son las defensas o diversas aptitudes, y por otra, construcciones que ligan la excitación con el fantema, es decir, con las fantasías primordiales. 

Preguntas: ¿Una clínica de la pregunta? 

El niño o el adolescente introduce con su neurosis una diversidad de preguntas, que se expresan en diferentes maneras del dejarse hablar: el juego, las asociaciones, el modelado y el dibujo. Estas producciones son textos cuya lectura implica reabrir dichas preguntas. Aquí el interrogante del analista debe procurar sostener las preguntas del sujeto.

Al respecto, Lacan nos dice que: "El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada.

Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla".

Escansiones:
Se trata de un corte temporal que posibilita la inserción de aquello que puede tener un sentido para el sujeto. Supone una interrogación implícita. Lacan (Posición del inconsciente) considera que "la transferencia es una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo". En el Seminario del 1 de julio de 1959, afirma que la sesión escandida implica «el modo más eficaz de la intervención y de la interpretación analítica». 

También sostiene que el deseo del analista debe acotarse al corte, al vacío, a un lugar que se le otorga al deseo para que allí se sitúe. En este contexto la escansión de sesión opera como un acto fallido que libera significantes.

Silencio:
Es indiscernible de la función misma de la verbalización. En el Seminario XII, Lacan afirma: "El silencio forma un ... nudo formado entre algo que es un instante y algo que es hablante o no, el otro. Es ese nudo cerrado que puede resonar cuando lo atraviesa y hasta lo agujerea el grito.

En alguna parte en Freud, está la percepción del carácter primordial de ese agujero del grito".

Humor:
Apelar al beneficio que el intenso placer que genera el humor puede proveer al sujeto, y desde luego, como freno y redistribución de la pulsión de muerte (del campo del gozo).

Lacan (1953/54) en el Seminario 1, comenta como Freud se interroga por los motivos por los que el hombre se sustrae del narcisismo: ¿Por qué el hombre está insatisfecho? En ese momento verdaderamente crucial de su demostración científica, Freud nos ofrece los versos de Heine. Es Dios quien habla, y dice: "la enfermedad es el fundamento último del conjunto del empuje creador. Creando me he curado".

Nos es consabido que para Freud lo decisivo de un acto del habla, de un relato, de una palabra, no es lo que se dice, sino como se dice. Así, el humor es ubicado por el autor del psicoanálisis como una de las especies de lo cómico. En el Chiste y su relación con lo inconsciente, Freud 

(1905c) trata el humor desde el registro de lo económico. Y en El Humor de 1927, considera que "la ganancia de placer humorístico proviene del ahorro de un gasto de sentimiento". 

De manera, que "el humor sería la contribución a lo cómico por la mediación del superyó." 

La ilustración típica es el relato del delincuente citado por Freud (1927) que es llevado al cadalso un día lunes: «¡Vaya, empieza bien la semana!». El proceso de humor se despliega en el sujeto y le genera placer. A nosotros, que escuchamos nos llega cierto efecto a distancia, cierta ganancia de placer en el humor.

Es notorio que el otro no presenta desprendimiento de afecto, por el contrario, hace una broma. De ese gasto ahorrado en la desinvestidura deriva el placer humorístico del que escucha. 

Freud desde 1905, propone el humor como la más elaborada operación defensiva ante el sufrimiento

El humor freudiano presenta tres rasgos fundamentales: es liberador, grandioso y patético. Liberador porque posibilita cierta desinvestidura al igual que la agudeza y lo cómico. Grandioso, por una sobreinvestidura del narcisismo, de un yo invencible, al menos por un momento, ante la afrenta de la realidad. Es un breve y pasajero instante maníaco. Y esta brevedad garantiza la salud anímica, y una sustracción de la manía. Se trata de un triunfo del principio del placer. Lo patético implica lo grotesco, un reírse gozosamente del sufrimiento que atormenta. 

Para Aristóteles, en Poética, el género humorístico pretende imitar aquello que es defectuoso.
Para Oscar Wilde, "-El humor es la gentileza de la  desesperación." 

Nominación:
Se trata de una operación propuesta por Lacan (1974), que enlaza el nudo de tres fallido mediante un cuarto denominado sínthome. El deseo sólo es reintegrado en forma verbal, mediante la nominación simbólica que lo liga a la ley. La nominación, el poder de nombrar, de otorgar cierta consistencia a los objetos.

Hacia 1953, Lacan al referirse a el caso del Hombre de las Ratas -Ernst Lanzer-, recurre al sintagma Nombre del Padre, presente en Freud. Recurrió a Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss (1949), y sostuvo que el Edipo freudiano implica un pasaje de la naturaleza a la cultura. Así, el padre cumple una función simbólica, en la medida que nombra, da su nombre, y de esta manera encarna la ley. Aquí, cobra primacía el lenguaje. La función paterna incluye la nominación lo que posibilita al pequeño la identificación.

Presentificación: 
La muerte se encuentra en el fundamento de los símbolos (sepultura). El símbolo ocupa el lugar de la cosa, un equivalente de su muerte. Lacan propone que la función del analisis, es presentificar la muerte para. el analizante. La posibilidad de muerte sostiene el deseo y otorga el sentido de la existencia.

Posibilidades: 
a) Los componentes neuróticos pueden ser fachadas protectoras ante lo "actual", la psicosis o la estructura narcisista, en cuyo caso el paciente escenifica una cierta "normalidad" ante el terapeuta constituido como sujeto lúcido y, sobre todo como superyó crítico. 

b) Si el fundamento neurótico cobra hegemonía, la posición psíquica de la desestima o de la desmentida puede pasar a acechar desde el exterior, desde el inconsciente, o bien desde otras personas.

Estrategia: La dirección de la cura

En la Dirección de la cura y los principios de su poder” Lacan (1966), en la sección II, al preguntarse por ¿Cuál es el lugar de la interpretación?, establece que esta dirección se ordena de acuerdo a una secuencia lógica:

a) La rectificación de las relaciones del sujeto con lo real (como realidad-fantasma).

Entrevistas Preliminares, para considerar la Entrada en Análisis.

b) El despliegue de la trasferencia.
c) La interpretación.

La Dirección de la Cura apunta a cambios en la posición del sujeto, con relación al gozo. Implica aplicar la regla de asociación libre y enlazar el trabajo de la cura, de manera de llevar al Sujeto, por su elaboración, a experimentarse dividido por causa de su deseo. 

En este texto constituye a la contratrasferencia en la implicación necesaria del analista en la experiencia, por lo cual se plantea la cuestión de su deseo.

Para Lacan en "Notas del Seminario I" sobre el Hombre de los Lobos, la trasferencia en el caso "Dora", está relacionada con "anticipaciones subjetivas" en el analista, y la contratrasferencia vinculada a la suma de los prejuicios que él mismo puede tener. Aquí, las anticipaciones se conforman, en el contexto de la dialéctica del tratamiento, como un tiempo lógico que posibilita una dirección de la cura, mientras que la intervención del yo del analista introduce la trasferencia como resistencia.

La trasferencia es uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, propuestos por Lacan en el Seminario 11, junto con el de repetición, inconsciente y pulsión. 

Este fenómeno tiene un doble aspecto: es condición para que haya análisis, y a la vez opera como obstáculo. Este último, el obstáculo, tiene una vertiente singular, el amor que no es otra cosa que una ilusión.

Al respecto, Lacan [1960/61] en el "Seminario VIII," La transferencia en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas", traducción de Ricardo Rodríguez  Ponte. El maestro francés accede al estudio de la transferencia a partir de una obra filosófica: “El Banquete” de Platón. 

Se ocupa fundamentalmente de cuatro personajes: Sócrates, Alcibíades, Diótima y Agatón. En el texto se asiste al despliegue del amor de Alcibíades, de treinta y seis años, por su maestro Sócrates, de cincuenta y tres. En verdad, Alcibíades, el amante, el Erasto, ama algo que supone que Sócrates, el amado, el Erómenos, posee. Así, cuando se reúnen en casa de Agatón, un joven de treinta años, Alcibíades le habla de su amor, y le pide el saber. Sócrates le contesta que él nada sabe, ubicándose en la posición de sujeto y remitiendo el amor a su origen (a su causa). No es a él a quien ama Alcibíades, sino a Agatón.

Ahora bien, ¿a qué se enlaza el amor? a algo que se supone que el otro tiene, ya sea, belleza, dinero, saber, inteligencia, u otra cuestión. Lacan conjeturó este objeto singular y lo llamó “agalma”. En el amor de Alcibíades se trata del saber que supone en Sócrates. 

Es llamativo que Lacan analice el amor entre hombres, aunque nos aclara que lo hace por razones técnicas de simplificación para evitar “lo que hay de demasiado complicado en el amor con las mujeres”. En "El Banquete" Sócrates, que en su nombre dice muy poco, “hace hablar en su lugar a una mujer, Diótima. Así, el discurso, la palabra de una mujer, que en todo momento deja hiancias, cobra valor, constituyéndose en el testimonio del homenaje que en la boca de Sócrates retorna a ella. 

El agalma, que se puede enlazar a la condición fetiche de Freud (Tres Ensayos), es el objeto al cual el sujeto supone que su deseo apunta. Precisamente, la búsqueda del "agalma" en el campo del otro, constituye al análisis en "una aventura única". (Lacan, Seminario X bis [Los nombres del padre], Seminario X, La Angustia])

Aquí el analista debe como en el teatro representar su papel, sin pasar a la actuación. Hace de semblante de ese objeto que, al mejor estilo de Sócrates, supuestamente tiene. Si bien, el amor no se satisface, la configuración del análisis permite que se despliegue en palabras. La condición necesaria para este despliegue es el deseo del analista, y no su persona, de tal manera que el deseo del analizante se constituye en protagonista. 

En el Seminario XV, el acto psicoanalítico, Lacan afirma que cuando el analista se interroga sobre un caso que busque "en la historia del sujeto, de la misma forma que Velásquez está en el cuadro de las Meninas, donde estaba él, el analista, en tal momento y tal punto de la historia del sujeto; en ese drama lamentable, él sabrá lo que pasa con la transferencia. A saber, que como todos saben el pivote de la transferencia no pasa forzosamente por su persona. Hay alguien que ya está allí". 

Finalmente, al ocuparse de Dora, en "Intervención sobre la transferencia", Lacan hace referencia a que la intervención del analista es precisamente sobre la transferencia y no sobre el paciente o analizante.

Bibliografía 

Aberastury, A., (1984) Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Ed. Paidós. 
Bion, W. R. (1991) Seminarios de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. (Orig 1974)
Etchegoyen, R. H. (2010). Los Fundamentos de la Técnica Psicoanalítica (3ª edición). Buenos Aires & Madrid: Amorrortu Editores. 
Fenichel, O, Problemas de técnica psicoanalítica, Ediciones Control, Buenos Aires, 1973.
Freud, S. Trabajos sobre técnica psicoanalítica (1911-1915), Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980.
Freud, S. (1990) Sobre la iniciación del tratamiento. Buenos Aires: Amorrortu Edit. 
Freud, S. (1919e). Pegan a un niño. Obras Completas. Vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1923b). El Yo y el Ello. Obras Completas. Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1950a [1892-1899]). Fragmentos de la correspondencia con Fliess. En Obras completas (Vol. I). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Greenson, R. (1976). Técnica y práctica del psicanálisis. México: Siglo XX
Lacan, J. (1953/54). Seminario I. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (1958) "La dirección de la cura y los principios de su poder". Escritos 2, Siglo XXI, ed., 2009, p. 560.
Lacan, J. (1960/61) La transferencia, Seminario VIII, Buenos Aires, Paidós, 2003.
Lacan, J. (1962-63) "La angustia", Seminario X, Buenos Aires, Paidós.
Lacan, J. (1964) Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, Paidós. 
Lacan, J. (1966) Intervención sobre la transferencia. Escritos 1.
Moreira, D. (2015) Ética y quehacer del psicoanálisis con niños y adolescentes. Ed. Letra Viva.
Nasio, J. D. (1996). Cómo trabaja un psicoanalista. Buenos Aires: Paidós. 
Racker, H. (1960) Estudios sobre técnica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires.
Rey, P. (2005) Una temporada con Lacan. Ed. Letra Viva.
Vegh, I. (1992). ¿Praxis vs. Técnica? Entrevista. (D. López , & F. TORRICEI.II, Entrevistadores)
Winnicott D. (1992). Sostén e interpretación. Buenos Aires: Ed. Paidos (Orig. 1989).

Fuente: Diego Moreira (2018) "Intervenciones en la clínica con niños y adolescentes"

miércoles, 25 de noviembre de 2020

A propósito del día del humorista, el humor.

El 26 de noviembre se festeja el día del humorista en Argentina. Es un día que se eligió por ser el cumpleaños del Negro Fontanarrosa. Un humorista es capaz de presentar o comentar la realidad, sacándole el lado sarcástico y cómico. En esta ocasión, veremos qué es lo que el humor le aporta a la clínica psicoanalítica.



Freud, quien tenía un humor extraordinario y además de las citas bibliográficas sobre El chiste y su relación con lo inconsciente, leyó mucho no sólo acerca del humor, sino también mucho humor. Tenía colecciones de revistas humorísticas, leia a Wilhelm Busch, a Fucks, a Lichtenberg, a Twain, disfrutó del humor de Ariosto, Auerbach, fue visitado por Norman Douglas (autor de un libro de obscenidades humorísticas); leyó las piezas humorísticas del fisico Gustav Fechner; admiraba el humor del cientifico Haldane, quién escribió un poema cómico durante su enfermedad terminal. Una de las colecciones de las revistas humoristas era la Fliegende Blätter, de dónde sacó: "No haber nacido nunca sería lo mejor para los mortales. Pero entre 100.000 personas difícilmente pueda sucederle a una”.

Freud nos dice: “no todos los hombres son capaces de la actitud humorística, es un don precioso y raro, muchos son hasta incapaces de gozar el plan humorístico que se les ofrece”. Si el humor es un don precioso y raro, si sólo es para algunos, ligado a las pulsiones de vida y de muerte, se tratará de una sublimación.

El humor en la clínica

La teoría de los humores de Hipócrates, sostenía que el cuerpo estaba dominado por cuatro humores: la sangre, la bilis, la flema y la bilis negra. La predominancia de un humor u otro imponía un tipo de personalidad, y las enfermedades se explicaban por su presencia desbalanceada. Humor y enfermedad, entonces, están unidos, y el mal o buen humor es lo que transmite disposición o estado de ánimo, cuál es el talante en la ocasión.

En el texto “El humor”(1927), Freud lo describe como una “defensa frente a la posibilidad de sufrir, ocupa un lugar dentro de la gran serie de aquellos métodos que la vida anímica de los seres humanos ha desplegado a fin de sustraerse de la compulsión del padecimiento, una serie que se inicia en la neurosis y culmina en el delirio, y en la que se incluyen la embriaguez, el abandono de sí, el éxtasis”.

El humor mitiga a la angustia. "El humor es el instinto de tomarse el dolor a broma.", dijo Max Eastman.

En su esencia, el humor consiste en ahorrarse sentimientos dolorosos, colocándole un freno al padecimiento, a la pulsión de muerte, al goce. El humor, como recurso, se opone al sufrimiento: es un triunfo del principio del placer en medio de los momentos penosos. El humor conlleva q una ganancia de placer que proviene del ahorro de un gasto de sentimiento.

Poder reír de las miserias de la vida y de la muerte, es la frontera donde puede transitar el superyó en la subjetividad, frontera entre la angustia y la risa. El superyó, que es conjunción entre Edipo y pulsión, ríe libre de culpa y censura mediante la actitud subjetiva del humor, posibilitando éste un ahorro “del gasto de la compulsión de solemnidad”. El superyó es una instancia de censura y castigo, heredera del complejo de Edipo, que en el humor tiene una versión insólita: le habla de una manera benévola y cariñosa al yo. El humor no hace feliz a nadie, pero sí permite una cuota menor de infelicidad.

Lograr una cuota de humor a lo largo de la cura es un modo de atenuar la crueldad del superyó, de acotar el goce para ganancia del placer. El sentido de humor facilita la conexión con lo inconsciente, y la conexión con lo inconsciente facilita el sentido de humor. 

Diferencias entre los conceptos de humor y chiste
El humor se diferencia del chiste. En el texto “El chiste y su relación con el inconsciente”, aprendemos que el chiste tiene la estructura de las formaciones del inconsciente, siendo producto de un equívoco, de un tropiezo que ocurre al nivel del lenguaje. El desplazamiento del doble sentido del significado de las palabras y su valor metafórico; o la condensación, son las fuentes del chiste. Mientras que el chiste se hace, lo cómico se descubre y éste último es un efecto no buscado. En lo cómico, se privilegia la escena.

El humor es más bien una posición, una actitud frente al sufrimiento. Freud describió el carácter del humor como una actitud subjetiva, como una “operación elevada” que no depende de propósitos conscientes, sino de una necesidad inconsciente, tanto en quién lo genera como en quién lo recibe.

El humor no sólo es liberador, como el chiste y lo cómico, sino que además tiene algo de grandioso y patético. Lo grandioso está en relación al narcisismo: el yo rehúsa sentir los embates de la realidad, rehúsa dejarse tomar por el sufrimiento y muestra que pueden ser ocasiones de ganancia de placer. El humor tiene una dignidad que no tiene el chiste y es un recurso que no entra en el terreno de la patología.

jueves, 11 de junio de 2020

¿Qué es la psicosis maníaco-depresiva?


La psicosis maníaco-depresiva (hoy trastorno bipolar) es una psicosis que se manifiesta por accesos de manía o por accesos de melancolía, o por unos y otros, con o sin intervalos de aparente normalidad.

Bajo la apariencia de un trastorno biológico de la regulación del humor, modelo de la enfermedad endógena e incluso hereditaria, esta psicosis corresponde a una disociación de la economía del deseo de la del goce. Totalmente confundido con su ideal en la manía, puro deseo, el sujeto se reduce totalmente al objeto en la melancolía, puro goce.

LA MELANCOLÍA
Recordemos solamente aquí un rasgo clínico que distingue la culpa del melancólico (véase melancolía) de la de otros estados depresivos, cualquiera sea su gravedad: la acusación dirigida contra sí mismo toma aquí el carácter de una comprobación, antes que de una queja, comprobación que no lo divide (no hay duda ni dialéctica posible); que no recae nunca sobre la imagen de sí mismo (Lacan, Seminario VIII, 1960-61, <Q.a trasferencia>>). Se trata de un odio que se dirige al ser mismo del sujeto, desprovisto de toda posesión, hasta la de su propio cuerpo (síndrome de Cotard) y denunciado como la causa misma de esta ruina, sin la modestia que implicaría tal indignidad.


LA MANÍA: CLÍNICA
El síntoma patognomónico de la crisis maníaca es la fuga de ideas. La expresión verbal o escrita está acelerada, es incluso brillante, pero parece haber perdido toda resistencia y toda orientación, como si el pensamiento sólo estuviese organizado por puras asociaciones o conexiones literales (juegos de palabras, dislates). Otro síntoma notable es la extrema capacidad del maníaco para distraerse, su respuesta inmediata a toda solicitación, como si su funcionamiento mental hubiera perdido todo carácter privado. En contraste con la riqueza de los pensamientos, las acciones son inadecuadas y estériles: gastos ruinosos, empresas excesivamente audaces que ponen de manifiesto la pérdida del sentimiento de lo imposible. Existe una tendencia a hacer participar a los semejantes en esta fiesta apremiante con abolición del sentimiento de la alteridad así como de la diferencia de los sexos. La fisiología se ve modificada: ausencia de fatiga a pesar de la falta de sueño, agitación, etc. El humor, incontestablemente exaltado, no es por fuerza bueno y se muestra precario, siendo todo estado maníaco potencialmente un estado mixto (maníaco y melancólico).

LA MANÍA: ESTUDIO PSICOANALÍTICO 
La manía sólo fue abordada al comienzo por el psicoanálisis (K. Abraham, 1911; Freud, 1915) secundariamente y en su relación con la melancolía: ambas dependerían de "un mismo complejo, al que el yo ha sucumbido en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o apartado" (Freud, Duelo y melancolía, 1915). En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud afirma: "No es dudoso que en el maníaco yo e ideal del yo hayan confluido". Por último, en El yo y el ello (1923), Freud incidentalmente pudo considerar la manía como una defensa contra la melancolía. Esta noción de defensa maníaca fue retomada y extendida a otros campos por M. Klein (Contribuciones al estudio de la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos, 1934) y Winnicott (La defensa maníaca, 1935), especialmente. Sin embargo es objetable, en la manía, por el dominio que supone en el sujeto de los mecanismos de su psicosis.

Para comprender el humor maníaco, conviene recordar las condiciones del humor normal (muy influido, por lo demás, por las convenciones sociales). En ausencia de inscripción en el inconciente de una relación entre los sexos, no existe, para suplirla y guiar el deseo sexual, más que una relación con los objetos de la pulsión que la castración va a hacer funcionar como causas del deseo. Estos objetos funcionan desde entonces como faltantes a la imagen del cuerpo. El hecho de deber así el deseo a la castración da a cada uno un humor más bien depresivo. Además, que el sujeto sólo asuma esta castración en nombre del padre muerto, alimenta su culpabilidad tanto por faltar al ideal que este encarnaba como por pretender realizarlo. A través de la fiesta, con todo, se ofrece la ocasión de celebrar colectivamente cierta realización imaginaria del ideal en un ambiente de consumación, e incluso de trasgresión, que recuerda a la manía pero que permanece cargado de sentido (se trata de conmemorar) y reconoce un límite (la fiesta tiene un término). A la inversa, el maníaco triunfaría totalmente sobre la castración: él ignora las coerciones de lo imaginario (el sentido) y de lo real (lo imposible). Alcanzaría así dentro del orden simbólico una relación al fin lograda con el Otro, a través de una consumación desenfrenada hecha posible por la riqueza inagotable de su nueva realidad. En la psicosis maníaco-depresiva esta "gran comilona" ["bouffe": también bufonada], aparece sin embargo más «devorado» por el orden simbólico desencadenado en él que entregado a las satisfacciones de un festín. Por otra parte, esta «devoración» no significa fijación o regresión al estadio oral. Se trata aquí de un levantamiento general del mecanismo de inercia que lastra el funcionamiento normal de las pulsiones (la castración).

Los orificios del cuerpo pierden entonces su especificidad (M. Czermak, Oralité et manie, 1989) para venir a presentificar indiferenciadamente la "gran boca" del Otro, la deficiencia estructural de lo simbólico, desenmascarada por el desanudamiento de lo real y de lo imaginario.

ESPECIFICIDAD DE LA PSICOSIS MANÍACO-DEPRESIVA
¿Cómo situar la psicosis maníaco-depresiva? Freud propone para ella, en 1924 (Neurosis y psicosis), un marco particular, el de las neurosis narcisistas, donde el conflicto patógeno surge entre el yo y el superyó, mientras que en la neurosis se sitúa entre el yo y el ello, y en la psicosis, entre el yo y el mundo exterior. El mismo año, en su Esquema de una historia del desarrollo de la libido, K. Abraham se dedica a distinguirla de la neurosis obsesiva. Mientras que el obsesivo lucharía constantemente contra el asesinato edípico no cumplido, «en la melancolía y la manía, el crimen es perpetrado a intervalos en el plano psíquico, del mismo modo como es realizado ritualmente en el curso de las fiestas totémicas de los primitivos». En esta perspectiva, propia de la evolución del sujeto, M. Klein insiste en el acceso del melancólico a una relación con un objeto completo (que correspondería al yo [moi] lacaniano), cuya pérdida podría ser sentida como una pérdida total.

Para Ch. Melman (Seminario, 1986-87), la existencia posible de dos cuadros clínicos así contrastados traduce "una disociación específica de la economía del deseo de la del goce". Cita el ejemplo de aquellos que, a consecuencia de la inmigración y del cambio de lengua de sus padres, tienen un inconciente «formado» en una lengua que, para los padres, era extranjera. En esta lengua de adopción, el deseo no está ligado a una interdicción simbólica, inscrita en el inconciente, sino solamente a una distancia imaginaria del sujeto, tanto de su ideal como de su objeto, susceptible por lo tanto de ser abolida para cometer el «crimen». Este caso ejemplar muestra cómo podría aparecer una psicosis maníaco-depresiva aun cuando los padres tuviesen entre ellos una relación correcta con la ley simbólica. Lo que daría cuenta de la conservación en esta psicosis de cierta relación con el Nombre-del-Padre, como lo manlfiesta la ausencia generalmente comprobada en ella de alucinaciones de construcciones delirantes o de trastornos específicamente psicóticos del lenguaje.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis", p. 356-359 - Amorrortu Editores

viernes, 31 de enero de 2020

¿La ironía como límite?

Es el intento de cernir el uso de la ironía en sujetos psicóticos lo que nos convoca a realizar el presente trabajo. Son ellos los que nos revelan, en ocasiones, que el pasaje por el Otro no va de suyo.

Podemos definir a la ironía como una figura que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. En Psicoanálisis, Freud la ubica como una de las subvariedades de la comicidad: «su esencia consiste en enunciar lo contrario de lo que uno se propone comunicar al otro, pero ahorrándole la contradicción mediante el artificio de darle a entender, por el tono de voz, los gestos acompañantes o pequeños indicios estilísticos (…) que en verdad uno piensa lo contrario de lo que ha enunciado.»1 Freud la articulará a la técnica de la “figuración por lo contrario”, dirá que puede entrar al servicio de tendencias hostiles y que por medio del humor se puede hacer a una persona despreciable para «restarle títulos de dignidad y autoridad.»2 Este autor es muy tajante en la diferenciación entre la ironía y el chiste. Plantea que en este último será necesaria la tercera persona que escuche al mismo y lo sancione como tal.

Miller, en “Clinique ironique”, sostiene respecto de la ironía y el humor, que «los dos hacen reír, pero se distinguen por estructura, (…) el humor es la vertiente cómica del Superyó, (…) se inscribe en la perspectiva del Otro»3, el dicho humorístico se profiere por excelencia en el lugar del Otro, mientras que «la ironía, al contrario, no es del Otro, es del sujeto y va contra el Otro. ¿Qué dice la ironía? Que el Otro no existe, que el lazo social es en el fondo una estafa, que no hay discurso que no sea del semblante.»4 Considerando que el discurso no es más que la ficción del Otro, y como tal, un tratamiento del goce, la ironía denunciaría con una notable lucidez la vacuidad de todo semblante. Miller refiere: «es la forma cómica que toma el saber que el Otro no sabe, es decir, como Otro del saber, no es nada5

Según D. Millas, la ironía del esquizofrénico se trataría de «una ironía involuntaria, fundada en las condiciones mismas de la forclusión, que da lugar (…) a la descreencia psicótica bien señalada por Freud. Es el rechazo estructural de las condiciones mismas de la creencia y del rechazo entonces del inconciente como saber.»6

A partir de dicha cita pensamos en la posibilidad de un análisis sin la condición de la creencia, ¿en qué se sostiene la clínica con la psicosis si la creencia estaría impedida por estructura? […]


1 Freud, Sigmund (1905): “El chiste y su relación con lo inconsciente”, en Obras Completas, Tomo VIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, página 166.
2 Op. cit.
3 Miller, Jacques-Alain (1993): “Clinique ironique”, en La Cause Freudienne n°23, “L’enigme et la psychose”, Paris, Navarin, 1993, página 7.
4 Op. cit., página 7.
5 Op. cit., página 8.
6 Millas, Daniel: La ironía analítica.



Fuente: Lic. Guadalupe Chopita; Lic. María Constanza Collante "¿La ironía como límite?"

jueves, 12 de septiembre de 2019

Superyó: una formación patológica.

Por José Treszezamsky.

Desde los orígenes del psicoanálisis sabemos que el superyó está presente en la génesis de los síntomas neuróticos. Ya se insinuaba como voluntad contraria en el “Caso de Sugestión Hipnótica” (1892-3) .

El superyó, se fue convirtiendo en un concepto básico: 
• interviene en el hipótesis del conflicto psíquico, 
• es condición de las defensas y de lo inconsciente reprimido, 
• es el destino final del narcisismo, 
• es producto del trauma al final del complejo de Edipo y por lo tanto representante de la sexualidad infantil, 
• tiene su forma particular de acuerdo a los puntos de regresión, 
• es lo que hay que hacer fundamentalmente consciente en la escena transferencial, 
• es la principal resistencia al progreso del proceso psicoanalítico. 

Se suele caer en el error de considerar al superyó como protector recurriendo fundamentalmente a dos referencias de Freud: una en El yo y el Ello y otra en el artículo sobre el humor. 

En El yo y el ello está claro que la condición para que el yo atribuya su supervivencia al superyó es haber retirado la libido de sí mismo. Es decir, sólo el yo en posición melancólica puede, debido a la regresión a la época de la extrema indefensión e inermidad, atribuirle al superyó la función protectora y salvadora que al comienzo recayó sobre los padres. Si no entendemos así lo que ocurre entre ambas estructuras psíquicas, caería totalmente la construcción particular que se ha hecho para entender el yo normal a partir de la melancolía. Aclaro, no es el superyó el bondadoso sino que el yo le atribuye dicha bondad porque considera su supervivencia una misericordia de la instancia crítica. 

Dentro de la nueva teoría instintiva, ubica con preferencia al instinto de muerte en el superyó, como su caldo de cultivo, el sector donde impera irrestricto. Se suele decir que eso ocurre sólo en la melancolía, pero no hay ningún lugar donde se señale que algo de libido es colocada en el superyó, y, repetimos, es justamente esa patología el modelo de la relación del superyó con el yo aún en la normalidad. La relación del yo con el superyó es por medio de los sentimientos de culpa, los sentimientos de inferioridad (en última instancia, moral) y por medio de la angustia (la angustia como un castigo del superyó). Todo el accionar del superyó apunta a la separación, a la destrucción, a la desvitalización, expresados clínicamente como compulsión a la renuncia (por prohibiciones) y a sufrimientos (como castigos). 


En El Humor, (1927) nos encontramos con varias dificultades en los intentos de poder entender distintas situaciones a la luz de la llamada segunda tópica. Menciona la situación en que yo y superyó confluyen tanto que son indistinguibles: está claro, estamos en el campo de la manía. Continúa recordando la diferencia entre amor y enamoramiento, en el cual el yo se empobrece a costas del ideal del yo. Recuerda la alternancia entre melancolía y manía; considera a esta una emancipación del yo de la gran presión del superyó. Y estas elucidaciones son el preámbulo para relacionar al superyó con el humor, cuyo modelo patológico toma de la manía. Así el superyó del humor sigue rechazando la realidad y manteniendo una ilusión, un engaño. Sin embargo el yo en estado humorístico desprecia la severidad del superyó. Salvando las distancias, se observa en situaciones sociales de gobiernos autoritarios, el humor es un arma principal contra la opresión: sirve para bajarla del pedestal. Freud sigue en esa época tratando de ubicar sus objetos de estudio en la nueva teoría de la estructura del psiquismo y por eso confiesa llanamente que “todavía tenemos que aprender muchísimo acerca de la esencia del superyó”. Es que acaba de entender que el superyó habla de manera cariñosa y consoladora al yo amedrentado, pero pienso que no es eso lo que observa cuando saca sus enseñanzas de la patología, porque, recordemos: ""Sólo nos aventuramos a formular un juicio sobre lo normal cuando lo colegimos en los aislamientos y deformaciones de lo patológico" y teniendo en cuenta esto formuló la idea de que en la manía el yo ha sido devorado por el superyó, se borraron los límites, en todo caso el yo comparte con el superyó la idealización, y la supuesta grandeza del yo consistió en haberse sometido totalmente a sus mandatos. En el humor el yo que le quita peso al superyó, se burla de él y de sus castigos y sus prohibiciones. 

El artículo termina diciendo que si en el humor el superyó consuela al yo y lo pone a salvo del sufrimiento es porque coincide con su origen en la instancia parental. Esto debió dar lugar a malentendidos ya que Freud se vio precisado a aclarar que el superyó sólo ha tomado de los padres los aspectos prohibitivos y castigadores, no los protectores. Por otro lado, en dicho artículo se reconoce que no todos los hombres son capaces de humor, ¿y quienes son incapaces? La respuesta se nos hace evidente: aquellos que tienen un superyó especialmente severo. ¿Debemos llegar, por lo tanto, a la conclusión de que existen superyós severos así como bondadosos? ¿No sería eso desprendernos de la melancolía como prototipo del alma humana, de la relación del yo con el superyó en las personas normales? ¿Deberíamos finalmente concluir que un superyó menos severo es un superyó bondadoso? 

Antes y luego de estos trabajos no aparece ninguna mención de Freud al tema, y más aún, en toda su obra publicada limita sus funciones sólo a prohibir y castigar. En un trabajo anterior señalé que en Moisés y la religión monoteísta y El Presidente Wilson Freud siguió la línea que Garma había marcado en 1931 acerca del superyó en las psicosis, quién por otro lado, no hace más que seguir una línea a su vez freudiana desde la temprana época en que introdujo el “avasallamiento del yo” en las psicosis. 

El superyó es el fruto del mayor trauma de la vida sexual infantil, y como tal compelerá a repetir la situación traumática. En Inhibición, síntoma y angustia Freud aclara que se le da demasiada importancia al papel del superyó en la génesis de la represión, y no se tiene en cuenta lo suficientemente al factor económico, el factor cuantitativo: el trauma. Al final de la guerra ya había dicho que la represión es una neurosis traumática elemental, y de ese modo podemos ver cómo confluyen la explicación estructural (superyó, condición de la represión) y económica (trauma) en la génesis de la represión. Es por su origen traumático que el superyó compele a repetir el fracaso de la vida sexual infantil. Y como toda compulsión es sentida como un mandato interno, una orden o una prohibición. 

El superyó no sólo se origina en un trauma sino que también es el principal factor de inducción al trauma. Si las representaciones preconscientes de expectativa forman parte del aparato protector contra estímulos, es decir, una defensa normal contra los traumas; el superyó, al demandar el desalojo del preconsciente de ciertas representaciones deja al aparato protector más inerme, quitándole representaciones que podrían ser ligadas a los estímulos que arriban al psiquismo y evitar así el trauma.

El superyó como heredero del narcisismo infantil, él mismo es un valor narcisista y en este tipo de pacientes se nota la entrega del yo al ideal. El valor de ideal que se atribuye a los hijos se basa en que se supone que son carentes de sexualidad, eso es His Majesty the Baby, unos angelitos. Ese es el logro de la perfección. O dicho de otro modo, la sexualidad, la diferencia sexual, es lo imperfecto. El superyó, en tanto es un imperativo de lograr la perfección, compele a la renuncia sexual, a la renuncia de la diferencia sexual. 

Superyó y psicosomática: Un chiste habla de un judío a quién un amigo le pregunta ¿Cómo estás? y obtiene la siguiente respuesta: Y, ya lo ves, el juanete inflamado, la cintura sin poder moverla, el hígado me patea, el estómago está que arde y yo mismo no me siento del todo bien. Nos encontramos en la disociación cuerpo/mente. El superyó, originado según la construcción psicoanalítica en la prehistoria como consecuencia de la muerte del padre por asesinato, al cual contribuyen todos los hermanos, compele a que nadie quede afuera de esa comunidad de culpas. Ahí, frente a ellos, está, por un lado, el cadáver inanimado y por el otro, el recuerdo vivo de su padre en su propio psiquismo, ahora culpógeno, castigador- instigando al castigo. Este es el origen de la disociación cuerpo / mente: el origen de la mirada psicosomática. Esta disociación va disminuyendo en un tratamiento psicoanalítico aunque siempre permanece ya que el que tiene superyó tiene dicha disociación. Psíquico quiere decir que tiene sentido e historia (prehistoria, digamos), sentido e historia que están presentes en la disociación psicosomática. 

Superyó necesario y estructurador del psiquismo. El superyó tiene un efecto más bien desestructurante del psiquismo como consecuencia de la inducción a la represión y la sublimación. El hecho de que sea inevitable su aparición en el ser humano no debe inclinarnos a considerarlo necesario o útil. El trauma del nacimiento también es inevitable y no por eso deja de ser un trauma. Hay un peligro de terminar enalteciendo al superyó con esa equiparación entre inevitable y necesario o adecuado a fines. Sabemos del alejamiento que provoca con respecto a la realidad, una verdadera desrealización y despersonalización, lo que lo coloca sin dudas en el rol de alejarnos de la realidad y de la posibilidad de defendernos de peligros y de encontrar objetos de la satisfacción. 

¿Es el Superyó como protector social?: Ni en “La moral sexual civilizada y la nerviosidad moderna”, ni en “Totem y Tabú”, ni en “Malestar en la cultura”, se puede ver el aporte del superyó a la vida en común. Esta se debe a lazos eróticos, y justamente el superyó los prohíbe, siendo un factor importante en el fanatismo y en el rechazo de las diferencias, empezando con las sexuales. Formular que la civilización se erige gracias a la represión permite la infiltración de una ideología superyoica, y soslaya el hecho básico de que lo que construye la civilización es Eros que retorna a pesar de la represión inducida por el superyó. Sin embargo es llamativamente atractiva aún en los pensadores psicoanalíticos, en una lectura superyoica, rescatar la contribución del superyó y la represión a la vida social y a la civilización. 

Superyó y sublimación: Es lógico que el superyó induzca a la sublimación con más interés que a la represión, pues en esta última la sexualidad sigue deseando su satisfacción por medio de los síntomas (de ahí la vergüenza que tienen los analistas de tener síntomas neuróticos) mientras que en la sublimación se intenta alcanzar una desexualización de la libido. Si en un momento creimos encontrar en ese camino una solución al conflicto entre yo y superyó, descubrimos luego que la sublimación empeoraba la situación, pues al desexualizar la libido, ésta tenía menos capacidad de neutralizar el instinto de muerte, llevando a la civilización a la búsqueda de ideales más elevados, con su consecuencia de nacionalismos y fanatismos y rechazos a las diferencias, y por lo tanto a un incremento de la actividad del superyó: vamos así, a la barbarie por el camino de la civilización. 

No hay patología carente de superyó. Éste se puede manifestar consciente o inconscientemente, o, regresivamente aparecer en el medio ambiente crítico ante la conducta de un individuo narcisista, pero está en todo cuadro clínico, quedando a nuestros esfuerzos de investigadores poder hallarlo y describir su funcionamiento en cada cuadro clínico. Si hubiese alguna persona sin superyó podría recordar su infancia y hacer desaparecer el manto de olvido sobre el pasado infantil. 

Por distintos caminos los analistas se han ingeniado para buscar rescatar, salvar, reivindicar, la figura del superyó. Se le ha atribuido el contacto con la realidad, la posibilidad de la vida en sociedad, la representación de los valores “más elevados” del ser humano, la salud psíquica, etc. Así se cae en un desvío teórico peligroso por las consecuencias prácticas. Una interpretación "SUPUESTAMENTE FREUDIANA" que esconde una falacia de la que debemos percatarnos. Este desvío es funcional al superyó, deja sin analizar el núcleo de lo patológico, ahí donde el superyó hunde sus raíces, perpetuando la culpa inconsciente. Dejando sometido al yo al imperativo categórico del superyó. 

Ligada con este modo de comprender al superyó se encuentra la hipótesis de que en ciertos cuadros clínicos hace falta un refuerzo de la represión. Eso significaría directamente ir en dirección justamente contraria al objetivo del psicoanálisis. Se entiende que si se refuerza la represión desaparezcan la angustia y los síntomas, entendemos que estas manifestaciones son un fracaso de la represión, pero considerar entonces que la meta nuestra es reforzar las defensas es volver al estado de “salud aparente”, esa desaparición de la angustia que se consigue con los psicofármacos ansiolíticos. En una mesa de discusión en un grupo de psicoanálisis por vía de correo electrónico sobre patologías donde supuestamente había fracasado de la represión se proponía enfocar el tratamiento en la dirección de reforzarla. Mi pregunta se dirigió a la técnica psicoanalítica: Hay dos modos de reforzar la represión: 
a) aumentando el sometimiento masoquista del paciente al analista y 
b) provocando un trauma en la sesión; entonces, ¿cómo se lleva a cabo esto? Se imaginarán que no se pudo resolver la cuestión.

Se suele malinterpretar este camino de comprensión psicoanalítico como una cruzada antisuperyó. Es un error surgido de una toma de partido a favor del superyó y del sentimiento de culpa. Huelga aclarar que no hay manera de eliminar al superyó, ha quedado como marca de la prehistoria filogenética e individual, y todo nuestro trabajo apuntará a las extraordinarias consecuencias que brotan de un hecho aparentemente tan restringido: el levantamiento de las represiones. 

El haber utilizado la expresión “instancia parental” llevó a Freud a la necesidad de diferenciar al padre y el superyó. Al padre, el niño lo toma como un modelo, como un protector, como un ideal, como un auxiliar, como un objeto de amor y como un rival. 

Con el superyó, el yo se relaciona de tres modos: por medio de sentimientos de culpa o su equivalente la necesidad de castigo por ejemplo en los síntomas; por sentimientos de inferioridad que son el modo en que el yo percibe cuán distante está de ser un ideal y finalmente por medio de la angustia vivida directamente como castigo.

Para terminar una última consideración acerca del cambio psíquico luego de un tratamiento psicoanalítico exitoso en la medida de lo posible teniendo en cuenta tantas variables de ambos lados: a diferencia de muchos autores que se han referido a la mayor tolerancia y benevolencia del superyó luego de un análisis, observamos en todos los casos que eso no ocurre, y que el resultado conseguido luego de un análisis es hacer al yo menos sometido a su propio superyó. No se consigue un superyó más benigno, sólo se consigue un yo más consciente, con más fortaleza como resultado de una ampliación (“engrosamiento”) de su territorio y sus recursos, con más representaciones para ligar los estímulos y por lo tanto con su aparato protector contra los traumas reforzado, más advertido de las prohibiciones que pesaron sobre él y a las cuales se ha sometido masoquísticamente desde su infancia lo cual fue descubierto y elaborado en el análisis en la relación con el analista. En fin, de acuerdo a la última formulación de la clásica meta del tratamiento psicoanalítico, la de hacer consciente lo inconsciente, el trabajo apuntará a hacer al yo más independiente del superyó lo que deja más libido disponible para gozar y más energía para hacer. 

En la experiencia clínica de cada uno de nosotros se corroboran los descubrimientos freudianos sobre el origen y la función de esta instancia psíquica particular y la importancia excluyente que tiene en todo conflicto psíquico y por lo tanto se entiende la idea de Freud de que si no se hace intervenir el factor moral en la explicación de la neurosis estamos en un terreno anterior a la aparición del psicoanálisis. 

Para concluir: seguimos manteniendo la afirmación freudiana de que estamos demasiado inclinados a considerar normal la transformación de una compulsión externa en una compulsión interna, es decir, el superyó es una patología inevitable y universal..

martes, 5 de junio de 2018

Errores frecuentes en el abordaje del superyó.

El superyó es heredero no sólo del complejo de Edipo, sino también del narcisismo infantil: en su función de Ideal del Yo, así como yo debes ser, se ofrece como una fantasía de perfección, es decir, de ausencia total de sexualidad objetal. El ideal es siempre un ideal inalcanzable, si se alcanza deja de ser un ideal. En Psicología de las masas está dicho claramente: la satisfacción elimina la idealización. Es decir, la frustración es condición de la idealización.

El superyo genera formaciones reactivas o conductas suicidas en pos de un ideal que demanda el sacrificio de la propia vida. En efecto: El mismo superyó es una formación reactiva, y la conducta suicida ocurre en la posición melancólica del yo que retira la libido de si mismo y se entrega al superyó. Si el precio es la vida propia, el crimen del que se le acusa es haber matado a alguien.


El superyó que ayuda a la convivencia social. 
No es así. El superyó es un imperativo categórico que impulsa a borrar las deferencias (empezando por las sexuales, y luego todo lo que sigue), sostén del fanatismo narcisista, ni siquiera evita el incesto y el parricidio pues al reprimirlos impide al yo controlar esos impulsos que afloraran en ciertas circunstancias ya fuera del control de la posibilidad de desestimación por el juicio de parte del yo. La convivencia social no es fruto del imperativo superyoico sino del convenio fraterno. La ley, tan mentada, se crea como un convenio entre hermanos, que por supuesto albergarán el deseo de pasar por encima de ella y ser seres excepcionales y retornar al narcisismo de His Majesty, y tener preferencias.

El superyó (ideal del yo) lleva a cabo el juicio de realidad.
Otro error común. En Psicología de las Masas lo enuncia así y lo corrige en El yo y el ello, debido al reconocimiento de que es el Yo, por su particular ubicación, el que lógicamente lleva a cabo dicha función. Además, siendo el superyó condición de la represión, si actúa de este modo, aleja de la realidad, pues al imponer al yo la eliminación de representaciones preconscientes, como dichas representaciones están indisolublemente unidas a un fragmento de la realidad, al ser reprimidas simultáneamente se deja de percibir una parte de la realidad.

El superyó como una instancia protectora, bondadosa.
Apoyándose en una única oportunidad en que Freud alude a esa función, en el artículo El Humor, el cual es una manifestación del período de reubicación de la nueva teoría estructural, que incluye la idea de que en la psicosis triunfa el Ello, muchos analistas (la misma Melanie Klein y muchos posteriormente hasta hoy mismo) han intentado seguir esa línea. Pero ni antes ni después aparece ni por asomo una "actitud" de ese tipo de parte de la instancia psíquica nacida de lo traumático del final del complejo de Edipo y que está destinada a reaccionar contra la actividad de agredir y amar. Veamos, por ejemplo, la posición terminante en las Nuevas Lecciones de Introducción: el superyó sólo prohíbe y castiga.
El humor no se debe a un costado benigno del superyó sino que es una actitud del yo de no amilanarse ante el superyó, aunque no negando el efecto de sus prohibiciones e idealizaciones, es decir, no entrando en una manía.

lunes, 17 de abril de 2017

Los 10 mandamientos de la neurosis obsesiva.

1) No demandes nada. Que tu demanda muera para realizar así tu demanda, que es ser un sujeto muerto, desvanecido, borrado. Eso es lo que debes exponer.

2) Tu deseo es, en verdad, desvalorizar, anular, destruir el deseo del Otro. En efecto, es el tuyo o el suyo. Por eso hablas así: "Si me resulta difícil sostenerme y progresar en lo que pienso, no es tanto porque lo que pienso sea culpable, sino porque me resulta absolutamente necesario que piense en mi y nunca en el vecino, en otro".

3) Espera a que te demanden. Espera a que el Otro comprenda tu silencio. En efecto, para remediar la angustia del deseo del Otro, debes recubrirla con su demanda: una demanda anal de dar. A cambio, sé oblativo; nunca harás lo suficiente para que el Otro persista en la existencia.
Lacan decía:
"No hay mejores oblativos que los verdaderos, los grandes obsesivos. Él o ella ofrecen con tanto más gusto todo cuanto que todo lo que ofrecen es, como ustedes saben, mierda" (Lacan, 16/7/1975)
4) No tires nada, acumula hasta el atascamiento. Nunca se sabe, ¡eso siempre puede llegar a servir! Amar es tener siempre algo para dar. ¡Y para tener algo para dar, conserva lo que tienes, aprieta las nalgas! ¡Dientes apretados!

5) Tu propio deseo lo pondrás en juego mañana, pasado mañana, más adelante. Tienes tiempo: hazte el muerto. Así sabrás hacer esperar al Otro mucho tiempo, puesto que solo hay deseo en lo imposible.

6) En la espera, da pruebas de tu aptitud. Supera la inhibición mediante la proeza, la prestancia, el alarde, el engreimiento, a imagen de la rana que pretendía ser tan gorda como el buey. ¡Si, pero tu nunca reventarás!

7) No hagas nada definitivo o excluyente: ¡Siempre un pie dentro y otro afuera! ¡Nada de avances sin la seguridad de una retirada! "A la vez" y "al mismo tiempo" son expresiones que deben atravesar tu lenguaje.

8) Ante un imperativo del superyó que te ordena: "¡Goza!" haz de tu impotencia para realizarlo una demanda a dirigir a un maestro que supuestamente sabe si la relación entre goce y dominio es del orden de lo imposible o no.

9) Sométete a una orden de hierro, hacer esto o aquello. debes sobrecargarte con un programa sin fallas, sin vacío, sin respio, para evitar la interrogación sobre el deseo del Otro.

10) Interrumpe tu análisis el día que puedas aliviar tu culpa culpabilizando a otro. A tu turno, que tu propia voz transmita esta orden de hierro a tu entorno, sin explicaciones ni murmullos: ¡Es así porque es así! ¡Fin del análisis!

Fuente: Philippe Julien "Psicosis, perversión, neurosis. La lectura de Jacques Lacan" Cap. III. La Neurosis obsesiva, Punto 2. La verdad de Freud.