Mostrando las entradas con la etiqueta mentalidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta mentalidad. Mostrar todas las entradas

sábado, 17 de abril de 2021

Mentalidades, trebolizaciones. Acerca de diferentes nudos.

Odioamoramiento, pasiones y finales de análisis
La síntesis del sentimiento

We few, we happy few, we band of brothers
For he today that sheds his blood with me
Shall be my brother, be he never so vile
This day shall gentle his condition
William Shakespeare, Henry V. IV, 3

Al final de su obra y de su vida Lacan vuelve a echar mano de términos que antes había criticado: el de mentalidad (llamando así desde su seminario R.S.I.) a la capacidad de mantener juntos los registros, sin des/encadenar). 

El de individuo: si el sujeto logra singularizarse en su sinthome. Sin que ello implique que no siga vigente el sujeto divido por los significantes del Otro, en cuyo intervalo los imanta el objeto a. 

Y el de sentimiento. Propone, en efecto para el neurótico una “síntesis del sentimiento”. ¿De qué se trata en esta última afirmación? Sin que esta síntesis implique que los sentimientos de amor y odio ya no se diferencien.

Lacan profirió “I´y a de l´Un”. Lo que hace al mundo humano numerable. Se puede realizar un conteo en la medida que se decide qué se ha de considerar un uno contable. Y los unos que se cuentan tienen que ver con aquello de lo que se goza.

Pero claro: hay muchas clases de Uno. En esta ocasión nos referimos a un Uno singular, el del sentimiento. Para las psicosis añade como parte del cuadro clínico a la forclusión, no solo del significante de la ley, sino también del Uno del sentimiento. Al forcluirse ese Uno, el odio (en el delirio persecutorio) y el amor (en el erotomaníaco) se separan sin intersección.

Como todo verdadero amor tiene una punta de odio en su horizonte, dada la radical alteridad del otro del amor, no escapa al neurótico la posibilidad de que, sin llegar a constituirse esa forclusión, se separen odio y amor de manera de complicar severamente el vínculo al otro del amor y el del lazo social. Aún la sentí/mentalidad neurótica puede tender a desligar amor y odio.

Estos tienen caras que responden de los diferentes registros. En efecto hay amor en lo imaginario: hacer de dos uno, cara a la que se acentuó inicialmente en el lacanismo, lo que dio a tal sentimiento, por así decirlo “mala prensa”. Y hay odio en lo imaginario: agredir la imagen del otro. 

Se tiende a olvidar que hay también amor simbólico: ese que permite al goce condescender al deseo. Así como odio en lo simbólico donde al otro se lo injuria. 
Y también, por fin, hay amor real, sin cuya concurrencia en la crianza el cachorro humano va a tener serios problemas para tejer correctamente su nudo subjetivo: ese que dona su falta. Finalmente también el peor de los odios, el real: ninguneo, indiferencia, que irrealizan al otro. No le otorgan siquiera entidad como para ser atacado.

Lust y Unlust
Recordemos con de Freud que el Lust Ich purifiziert, yo de placer purificado, considera, en aras de su propio placer, que es fácil amar, y no nos incomoda, todo aquello que podamos incorporar al “metabolismo” de nuestro simbólico, nuestro imaginario y, por sobre todo, nuestra maneras de gozar ya fijadas. Y creemos, de ser vírgenes de análisis, que eso es lo que despierta nuestro amor.

Lacan extiende el concepto de libido al mito de la laminilla que envuelve en los límites del cuerpo erógeno todo aquello que va en dirección del vector de nuestro “amor”. La libido extiende los límites de nuestro cuerpo incorporando todo lo que nos es placentero, lo que nos apetece, con el riesgo temible de engullirlo, destruyéndolo. Freud por su parte añade, desde muy temprano, que lo exterior, lo ajeno y lo odiado, resultan en principio, idénticos. 

Lo que el sujeto tarda en comprender, para lo que en general precisa ayuda analítica, es que una parte de eso extraño, inasimilable, habita en su propio interior. Le llevará mucho tiempo saber-hacer con lo otro habitante de sí mismo sin enviarlo hacia fuera con odio. Esa otredad radical, aun del Otro del amor, resulta potencialmente odiable.

Lacan se ocupó de diferenciar al semejante (como su nombre lo indica, parecido a nosotros) del prójimo, ése al que habría que poder lograr amar. Y lo llamó “inminencia intolerable del goce”. Ubicando en el prójimo lo ajeno, le adosamos, además esa parte desconocida e "impresentable" que habita en el interior de nosotros mismos, nuestra extimia. Para poder, así desplazada, desconocerla mejor. Apasionadamente intentamos ignorar eso que nos corroe, como objeto extraño, éxtimo, desde nuestro propio interior y que, de no reconocer, cargamos en la cuenta del otro odiado. El echte Ich, en cambio, es para el maestro vienés una adquisición tardía que implica el haber aceptado que una parte del Lust Ich purifiziert No entra en las fronteras de nuestro yo, lo incompleta desde sus bordes. Al punto que Lacan, lo llamará de hecho la zona del Unlust.

Das Ding, nudo ético del psicoanálisis
Hay al menos tres lugares donde Lacan aborda esta dificultad para lidiar con la otredad. En principio durante el dictado de su seminario sobre la ética, donde coloca en el centro del Otro auxiliador algo inasimilable a nuestra máquina simbólica, un carozo que queda por fuera, y que muerde desde los bordes a la operatoria significante: das Ding, la Cosa irrepresentable. La extimia ausente y desconocida que pasa a ser carozo de nuestra propia intimidad. En la necesaria inaccesibilidad de La Cosa incestuosa, punto imposible y además (de forma de orientarnos en esa imposibilidad) prohibido, parte en el analista su noción de ética. Esta está orientada por el respeto a lo real de ese núcleo alrededor del cual se colocan los significantes que intentan expresar algo de nuestros goces. Así traza una diferencia neta con la moral, la cual depende de la obediencia a mandatos venidos de los cielos de algún padre legislador.

Dentro del vacío de la cosa pueden colocarse, colonizándola, los diferentes objetos a. Estas consideraciones no son ociosas. Puesto que si se comprende que este núcleo real de nuestro ser, este Kern unsseres Wessen debiera ser inviolable, se estará en condiciones de comprender cómo es que a este ser las pasiones intentan apropiárselo (en el amor pasión), destruirlo (en la pasión del odio) o ignorarlo, pretendiendo vivir en mundo angélico carente de núcleo real. De ahí la importancia capital de este seminario VII, que acerca por vez primera en la formalización de Lacan una definición neta de lo real, que hasta entones estaba enunciado pero no definido formalmente.

El otro subrayado acaece durante su dictado del seminario De un Otro al otro. Con el semejante podemos entonar un coro armonioso. Pero no todos los otros resultan ser nuestros semejantes. Algunos encarnan nuestro prójimo, que lleva puesta la marca de la extimia que no logramos reducir a nuestros ideales y goces.

De ahí que este maestro hablaba de la inminencia intolerable del goce que este alien implica. Pero ¿Cuál goce? ¿El exterminador? Recordemos aquí a nuestro querido maestro Moustapha Safouan. Se ocupó de señalar que, si bien todo goce violenta el principio del placer, hay goces que son “amigos de la vida”. Y otros que son “enemigos de la vida”. Frente al prójimo, ese que nos recuerda lo desigual, podemos hacer virar el fiel de la balanza subjetiva hacia uno u otro lado de los goces. Y para que predomine un uso amigable con el goce las pasiones debieran ceder el lugar fascinante que las convoca del peor de los lados.

Ese es el caso más frecuente frente al prójimo, a lo diferente, si no hemos logrado darnos cuenta que se nos ha presentado la posibilidad de renovar nuestras marcas y entonces gozar de las diferencias. No nos llamemos engaño. Eso cuesta trabajo. Las pasiones nos seducen, nos instan a atravesar el borde, que debe estar letrado en las neurosis, de La Cosa. Es en este seminario, además, que Lacan insiste en que los objetos a colonizan el hueco de das Ding, demostrando que esos señuelos se tornan también motores de la pulsión y, si el fantasma se ha logrado formar, causas de deseo en la ley.

Hay pues otros (seres, objetos, discursos, relatos) que entran con facilidad en nuestro circuito de placer y otros que muerden sobre sus bordes, lo cuestionan. Tardará el sujeto en comprender, si llega a poder, que justamente por eso “lo otro” puede enriquecerlo, arrancarlo de la chatura y el aburrimiento tranquilizador de la mismidad, de la pesadumbre de vivir siempre en el mismo film que ya no nos dice nada. 

No dejemos de lado, finalmente la otra ocasión en que Lacan habla del heteros. Ocurre cuando formaliza la feminidad como otredad radical. Quienes se dicen mujeres pueden ser rechazadas, vituperadas...o devenir causa de un lazo de amor, deseo y goce. Es por ello que, utilizando la afortunada homofonía que le proporciona el francés, afirma que quien no se ha tomado el trabajo de tolerar lo diferente, quien no puede amarla, a una mujer la dit femme. La difama, la mal-dice mujer.

Un “macho verdadero” goza con una mujer rebajada, de la que prefiere no tomar nota de su goce. Pues al todo falicismo este goce, Otro goce, lo vulnera, lo pone en cuestión.

Toda la cuestión es poder cernir cuándo lo otro, lo alien puede lograr causar amor y deseo y así renovar y enriquecer las fijaciones de goce y cuando cruza la frontera del odio para hacerse indigno de interés, escarnecido, odiado, apartado y, finalmente, exterminado.

Pasiones: de cómo hacer aséptico al otro
El genio de Freud encontró una fórmula maestra de “aseptizar” el objeto extranjero y hostil, “pasteurizándolo”, haciéndolo aparentemente inofensivo y armonioso. 

Frente al ascendente fenómeno del nazismo, y, así lo creemos, del totalitarismo soviético en formación, formaliza al fenómeno de masas, resolviendo en el mismo movimiento el enigma de la hipnosis y el enamoramiento extremo, definiendo a estos dos últimos fenómenos como "masas de a dos".

Así lo hizo en el apartado VII de Psicología de las masas y análisis del yo. Libro cuya vigencia aún hoy estremece.

Sumamente advertido de la peligrosidad de las pasiones, en pleno período de avance del nazismo, la observación de las masas enardecidas vivando a un líder tan carismático como furioso odiador de todo lo que no fuera la pureza de la raza aria, o de la observación del dogma leninista, Freud escribe uno de los libros que, así lo creemos, toda persona culta debiera tener en su biblioteca: Psicología de las masas y análisis del yo. Allí describe una forma tan aterradora como eficaz para tratar con esa extimia, para aseptizar el odio pasional que la otredad podría desencadenar, imaginando una Endlösung, una solución final: crear un imperio sin la mácula del no-ario. O bien declarar psiquiátricamente enfermo al que no se suma a la observancia del dogma. Método también útil, por qué no, para amar apasionadamente también a lo que se supone aquello igual a uno mismo, la “raza superior”, el “hombre nuevo”. 

Como fórmula para amar plenamente afirmó que "el" método consiste en la treta de recubrir al objeto inasimilable por un ideal que pretenda velarlo por entero: el del partenaire pasional, el del hipnotizador, el del líder carismático. Con ese expediente, dos personas o grandes masas de personas pueden imaginar desentenderse tanto de recabar la validez de sus propios valores ideales (que deben ser continuamente puestos a prueba por un sujeto responsable de su accionar privado y público), como de vérselas con el objeto extranjero, que siempre macula los sueños (más bien pesadillas) de pureza. Cualquiera sea ésta: del amado o amada, del relato, de la raza, de la ideología. Al examinar y formalizar el temible fenómeno de masa, de manada, Freud finalmente descubre el resorte de la hipnosis y del amor pasional, acompañado de lo que llamó la “servidumbre amorosa”.

En el fenómeno de masas (de a dos o de a millones) entra a jugar su rol necesariamente la pasión de la ignorancia, quizá la más difícil de atravesar. En efecto, se suele vivir más tranquilo ignorando bastantes cosas. Adormecidos, angélicamente infantiles, sumidos en la ignorancia estamos a salvo de despertar a lo real. Esa punta habita en cada uno de los integrantes de la masa. Ese objeto que no se deja masificar, domesticar, ése que chirría en los engranajes de la máquina totalitaria es lo heterogéneo al reino impoluto del todo. Y está en el interior de cada miembro de la masa, cada uno de cuyos integrantes ignora con pasión ciega esta interioridad de lo que cree abyecto. 

Por ello la masa hace que el objeto que mancha sea imputado al otro, al prójimo. Que será vivido como culpable de la impureza que ridiculiza, que pone en jaque el conglomerado de perfección que se ilusionaba. Ese objeto no es más que algo de nosotros mismos, pero desplazado al judío, al negro, al "cabeza", al que no comulga con el relato, al comunista...a veces al yankee.

El objeto heterogéneo es exterminado porque, por el mero hecho de existir, se burla de los afanes de pureza. Ridiculiza, aunque no se lo proponga, por su mera existencia, la homogeneidad de la masa. 

Afirmaba Freud que se puede sumar un número potencialmente infinito de miembros a una masa...a condición de tener por fuera de ella alguien a quien odiar. Y los líderes bien saben que inventar un enemigo cohesiona locamente a la masa, que suele adherir entusiasmada a la quema de brujas que la aglomera. 

Este afán exterminador culmina, como la historia nos lo ha hecho saber (y lamentablemente no sólo la historia pasada, sino también la más reciente y dolorosa) en el asesinato. 

Recordemos una enseñanza de Freud, una de tantas que no debemos olvidar: un asesinato equivale a un incesto. ¿Por qué? Porque pretende tomar por entero el cuerpo del otro. El bellísimo fragmento de Shakespeare que colocáramos como acápite muestra que hasta puede llegar a parecer estimulante y poético hacerse hermanos por la vía de mezclar nuestra sangre en una masacre cometida en común. La banda, los bandidos, la band of brothers suelen llamar padrino a su jefe. Una suerte de neoplasia de la función de Padre, de progenitor cuidadoso se encubre en el líder que pide un pacto de sangre con sus seguidores.

El horror de los regímenes totalitarios, radica justamente en el empuje a la pasión de la ignorancia en que sume a la población que ha ungido a su líder en objeto de amor colectivo e ideal protésico. Quien no pueda entrar en ese circuito, quién aún se sienta convocado a despertar a lo real, se transformará en un enemigo al que se comienza aislando, para concluir en su exterminio. Esos regímenes se arrogan el derecho de abolir La Cosa, la extimia que aloja nuestros objetos de pulsión, nuestra causa de deseo. Porque para la masa solo puede alojarse allí, sin resquicio alguno el líder, el hipnotizador, el partenaire pasional.

Si Freud fecha el inicio de su práctica como analista en el momento mismo en que abandona la hipnosis, es que repugnaba a su ética el dominio ignominioso del paciente que ésta implica.

El objeto a dirigiéndose al sujeto dividido figuran tanto en el matema del fantasma de la estructura perversa (no así en el fantasma perverso de las neurosis) como en el piso superior del cuadrípodo del discurso del analista. Si bien un losange y una flecha que direcciona no hacen idénticas estas combinaciones de letras, se nota bien en qué compromiso ético se halla el analista en cuanto se ha instalado la transferencia. 

En medio del amor pasión, en regímenes totalitarios, nunca ha de prosperar el psicoanálisis.
En medio de la hipnosis no hay análisis sino obediencia.
En la servidumbre amorosa se idealiza al otro y se lo sirve humildemente, desconociendo su real, su otredad radical.

Amor y odio desanudados: una posible trebolización
El problema de las pasiones y de los liderazgos pasionales, las hipnosis colectivas o de a dos (verdaderas folies a deux duales o multitudinarias) radica, así lo creemos, en que, al resignar el rasgo ideal a la vez sintomático que hace exquisitamente singular a cada quien y que se encarna en el líder o el partenaire idealizado y al hacer de esa “condición absoluta” del deseo que es el objeto a un objeto colectivizado en el líder, se produce una trebolización colectiva donde todos deben pensar igual, sentir igual y amar pasionalmente a la misma persona o relato. Esta situación se mantiene, tal como Freud lo dejara sentado en su Psicología de las masas y análisis del yo en tanto y en cuanto se señale a alguien a quien odiar pasionalmente. Ese odio pasional comienza en la injuria, continúa en el mecanismo concentracionario para culminar en el aniquilamiento, sea este real o simbólico.


Un empuje a la paranoia se desata, aun en sujetos que, en otras circunstancias no serían capaces de separar odio y amor hasta la forclusión (por pasión) del uno del sentimiento. Es claro que no todo sujeto es hipnotizable. Debe de constatarse una fragilidad de su propio ideal y una debilidad fantasmática que haga que el objeto sea fácilmente intercambiable por el del líder. Pero debemos tener claro que no es fácil encontrara sujetos no analizados con semejante fortaleza de la separación y establecimiento neto de su ideal y su objeto. 

Estamos tentados de afirmar que en verdad esta fragilidad de ideal y objeto es mucho más frecuente de lo que pensamos. Que los sujetos “hipernormales” tienen en verdad tendencia a preferir no hacerse cargo de recabar los valores de sus propios ideales, ni de verificar cuál es el objeto “exquisitamente singular”, la “condición absoluta” que causa sus deseos. Mucho menos común aún es el haberse tomado el trabajo de diferenciar al máximo objeto e ideal.

De ahí la humana tendencia a elevar algún gurú, algún líder carismático, algún ojeto de amor pasional, algún hipnotizador al lugar del guía que nos alivie de la responsabilidad de pensar por nuestra cuenta. Para ello hubiera sido necesario individualizarse en un sinthome que des-homogenice nuestro nudo mental.

El fracaso de la treta
El problema radica en que no todo el objeto se deja cubrir, deglutir por ese ideal prestado. Una punta de él siempre queda atragantada en las mandíbulas del ideal. Esa punta habita en cada uno de los partenaires del amor. Ese objeto que no se deja domesticar, ése que chirría en los engranajes de la máquina del amor “puro” es objetor al reino impoluto del todo. Y está en el interior de cada miembro de los partenaires amorosos, en cada miembro de la masa, en el síntoma del/ de la hipnotizada que retorna remitido el trance. Los integrantes de estas masas ignoran con pasión ciega esta interioridad de lo que cree abyecto y en cuanto, inexorablemente se produce el despertar a lo real, suele desencadenarse el viraje al odio. Pues el objeto que mancha suele ser imputado al otro, al prójimo. 

Es un mérito inmenso del psicoanálisis el haber comprendido la importancia de la separación máxima posible entre el objeto y el ideal.

El objeto heterogéneo es odiado porque, por el mero hecho de existir, se burla de los afanes de pureza. Ridiculiza, aunque no se lo proponga, por su mera existencia, la homogeneidad de la masa sectaria. Pone una piedra en los zapatos del sueño de inmaculado amor, en los del hipnotizador y en los del líder.

Para enfrentar lo alien haciéndolo, al revés, posible aireador de nuestro hábito por lo mismo, el psicoanálisis se torna una herramienta clave. Es en un análisis personal que se podría adquirir la valentía de hacer de ese mismo objeto el motor de cambios de fijaciones, de renovación de nuestro deseo, de posibilidad de crear algo no consabido. El psicoanálisis apuesta a la lenta y difícil apreciación del valor de lo radicalmente otro. Un análisis personal nos impulsa al esfuerzo paciente de encontrar la forma de vivir mejor el malestar en la cultura. No elimina al odio, lo enlaza al amor.

Nos alivia sin prometernos que será ni fácil, ni gratuito, ni a corto plazo. 

Pero cualquiera que ha pasado por un análisis en que se ha comprometido comprobará que franqueando estos escollos encontrará una refundación subjetiva. Una forma creativa de llevar adelante el viaje de la vida con otros con los que no nos hemos de conglomerar acríticamente. Con otros a los que no estemos forzados a odiar.

Sería de esperar que al final del análisis (que también transita por el sendero del amor –y los odios- de transferencia) quien ha pasado a la tomar el lugar de analista haya logrado esa mentada “síntesis”. La tolerancia a la diferencia, la oportunidad que da el radicalmente otro, de airear nuestra mismidad se espera de quien transite los finales de análisis. El que ha pasado por esos finales dará así uno de los testimonios de haber aceptado ese quite llamado castración. Nunca habrá una perfecta síntesis del sentimiento, pero tendrá muchas chances de detener el desencadenamiento del odio. Así como tampoco creemos posible que adscriba a pasiones amorosas o de masas que pegoteen ideal y objeto.

Desde luego, y sin que imaginemos cegar por completo la humana tendencia a ignorar con pasión aquello que nos incomoda, el análisis personal hará que estemos dispuestos a despertar a lo real.

Por eso mismo y sin que esto implique en nada variar la autorización de sexo de quien llegue a ese final, se abrirá una posibilidad de trato o de ejercicio de la feminidad que el sujeto pueda albergar.

Fuente: Silvia Amigo (2021) - Coloquio de verano de la EFBA

viernes, 8 de enero de 2021

Nube del semblante. Tiempo nodal de la letra

Las últimas formalizaciones de Lacan se apoyan en una forma novedosa de escritura: la escritura nodal. Cuando todo parecía ya dicho en la obra de este maestro francés, aparece en su seminario R.S.I. (homófono en francés a hérésie, herejía) el uso de la palabra “mentalidad”, término que antes había rechazado, dado que en Francia referí a la “psicología social”, a una suerte de inconsciente colectivo supuestamente propio a un género, etnia, comunidad o época histórica.

“Mentalidad” en Lacan refiere para cada sujeto singular a la forma que encontró de mantener las cuerdas (pues Lacan hace de lo real, simbólico e imaginario toros cada uno de los cuales guarda su agujero específico propio, un toro.

El nudo propio de la mentalidad neurótica es el borromeo, donde ninguna cuerda se arroga el derecho de abolir e, interpenetrándolo, el agujero de la otra, Pero hay muchas otras clases de nudos. Que, de mantenerse, otorgan alguna clase de mentalidad.

A diferencia del gran filósofo, lógico y espistemólogo Jean Claude Milner, quien en su excelente libro La obra clara decreta que cuando Lacan recurre al nudo se desliga de la letra y del matema, creemos que los nudos, además de aportar elementos de un valor clínico inapreciable, son, explícitamente, escrituras en el psiquismo.

Lacan no hizo de los recursos de formalización a los que acude frivolidades “culturosas” que nada tienen que ver con la clínica del padecimiento mental. Si bien su estilo es deliberadadmente difícil, esto se debe que se propuso despertar a los postfreudianos de la comodidad pequeño burguesa a la que se habían avenido: transformándose en garantes de ciudadanos adaptados y dóciles.

Freud en cambio utilizó un estilo persuasivo al introducir en un mundo donde primaba el positivismo lógico una disciplina que rompía el hechizo de una totalidad abarcable por el pensamiento de esa rama de la ciencia. Su estilo diáfano (pero profunda y secretamente complejo) le valíó el premio Goethe de literatura.

En texto que posteo trata de articular diversas formas en que Lacan continúa insistiendo en el valor de la letra como litoral entre simbólico y real (del que la letra es borde del agujero) con su necesario cortejo de cobertura imaginaria, que también solemos llamar “barrera de la belleza”.
Las últimas formalizaciones de Lacan se apoyan en una forma novedosa de escritura: la escritura nodal. Cuando todo parecía ya dicho en la obra de este maestro francés, aparece en su seminario R.S.I. (homófono en francés a hérésie, herejía) el uso de la palabra “mentalidad”, témino que antes había rechazado, dado que en Francia referí a la “psicología social”, a una suerte de inconsciente colectivo supuestamente propio a un género, etnia, comunidad o época histórica.

NUBE DEL SEMBLANTE.
Tiempo nodal de la letra

El de la letra y la escritura es un tema que recorre de punta a punta la obra de Lacan. La importancia que daba a ese concepto se puede apreciar en el hecho de que con su comentario sobre La carta robada decidió iniciar sus Ecrits. A pesar de alterar el orden cronológico en que decidió ordenar sus textos. En este cuento de Poe, sin recurso a su contenido, la lettre (carta, letra), demuestra su eficacia. Dado que decide con su trayecto el hilo entero de la trama. En el cuento, su recorrido, a quién va dirigida, quién la sustrae, a qué personaje eminente pone potencialmente en cuestión, quién la recupera, su carácter de estar allí desapercibida pero a la vista sin que el sujeto pueda localizarla quedan bien subrayados.

Soporte material del significante. Así la define en esta misma época, cuando escribe su Instancia de la letra en el inconciente o la razón después de Freud. ¿Qué sucedió con la Razón y las Luces en su ilusión de progreso sin fin, con su certeza de que todo lo real es soluble en lo simbólico después de Freud? He aquí que utilizando la bifidez del término Razón (raciocinio pero también cociente, divisor) Lacan se vale de la letra y su poder de, por ese bies literal de lo simbólico, hacer en ese mismo registro agujero real.

Respetando la importancia central de la letra, la recopilación de textos escritos llamada Autres écrits comienza por su texto Lituraterre. En este texto fundamental el analista cita ya a Joyce y a su retruécano a letter, a litter. Traducido, como se puede, por una letra, un desecho o basura. Pero en inglés litter designa no a cualquier residuo. Sino a ese que se deja caer a tierra. No es lo mismo garbage o rubbish. Lo que explica que también se nombre así (litter) a la camada, al conjunto de cachorros nacidos (caídos) del vientre de una hembra. Del agujero que hace la letra nace algo. Así también la luz, las Luces.

En este texto la define como litoral, y no frontera, ya que bordea dominios bien diferentes que se solicitan el uno al otro, entre lo simbólico (el saber de la razón y de las Luces) y lo real del goce, que aparece cuando a la letra se la colma. Será bien distinto el modo de goce si se la colma con material incestuoso, regrediente, o en cambio se la recubre parcial y temporalmente, progredientemente, con las producciones singulares del sujeto.

Cuando en alguna parroquia se apunta contra el goce y a favor del deseo; o por el contrario, se endiosa al goce despreciando este último, se comete un error que va a tener consecuencias en la dirección de la cura. Debemos ponernos de acuerdo y puntuar de cuál goce hablamos.

Hacia el final, en sus últimos seminarios decide introducir la escritura nodal. Haciendo de las cuerdas que sostienen algún nudo mental para el sujeto, en caso de mantenerse no des-encadenadas, también letras. A esa mentalidad la define como necesariamente débil, puesto que le es imprescindible la grafía del registro imaginario, que también tiene su agujero específico y que hace su re entrada en el tramo final de su enseñanza, haciendo triple al litoral que cierne a la letra. La letra, haciendo borde al agujero (del saber, de la razón después de Freud, de la imagen fascinante), permite trenzar, de forma borromea o no borromea, tal sostén nodal subjetivo. Tampoco se debiera seguir apuntando "impunemente" contra lo imaginario. Si hay superficie psíquica es porque se cuenta con un tramado consistente de letras que a tal superficie la configuran.
Los nudos, de ser borromeos, dan por resultado una mentalidad neurótica. Los no borromeos sostienen, sí, una mentalidad pero bien distinta en su relación al goce, a la posibilidad de cuidar a la progenie, a la relación a la ley en sentido amplio y al otro en el lazo social.

Como en el cuento de Poe, también sucede en la cura analítica. Se trata de encontrar, leer, y reescribir las letras que deciden la vida del sujeto. Para detectar errores en la grafía, disposiciones del texto que complican la vida e impiden alcanzar la cuota del goce "amigo de la vida" y no ya no su "enemigo" (citamos aquí a nuestro maestro Safouan) necesitaremos primero localizar la letra y transformarla en a litter. Algo que al caer, a diferencia del papel que desechamos, por ejemplo, en una calle, ensuciándola; fructifica como litter, la camada de cachorros de un ejemplar que nos gusta y que amamos.

Ahora bien....Lacan subraya que la letra habrá estado allí cuando se la lea y se la haga caer para fructificar. En futuro anterior. A eso se refiere el célebre sintagma de lettre en souffrance, la que aun no ha llegado a destino. Pues mientras no se la lea será portadora de lo que el Otro haya inscripto según oscura voluntad de goce. Y eso sucede en cualquier caso. No se necesita acudir a casos truculentos. Desde ese lugar acéfalo comandará un destino del tipo del "estaba escrito". Cara fatídica de la letra. En cambio, leída y hecha caer desde el "troquelado" en que está garrapateda, por ejemplo, en el síntoma, tomará la eficacia de darle al sujeto el estrecho margen de libertad que abre la chance de ser quien escriba algunos rasgos de su propia historia. Que sea, al menos en parte, quien conduce la nave que lo guía en el curso de la línea de la vida.

Cuando las letras-cuerdas del nudo mental corren sus hilos en el sentido de la inhibición, síntoma o angustia, nos encontraremos con la costosa forma en que el sujeto (neurótico en esta combinatoria borromea) escribió la grafía de alguno de los nombres del padre al altísimo costo de hacer del padre religión y de padecer la molestia que paradojalmente ha sido otrora una solución. Ardua pero necesaria discusión con el feminismo y los cultores del discurso de género, que no llegan a colegir que en psicoanálisis (y con aun más fuerza en la obra de Lacan) padre es un operador estructural y no un masculino que habita la casa. Y que en las familias edípicas "típicas" es transmitido especialmente por las mujeres.

Cuando hay un lapsus nodal que implique una interpenetración que deje alguna cuerda des-encadenada quizá el trabajo de análisis logre escribir algo mejor que la corrección delirante.

La letra del "estaba escrito" determina desde el Ello. En el mejor de los casos trata de elaborarse desde el inconsciente. ¿Acaso el ello se elabora solo? ¿Este inconsciente se autointerpreta? ¿Puede leerse la letra fuera de la trama de la transferencia y sin recurso a la interpretación o a la construcción?

Comentaremos un relato de un analizante: Durante la primera consulta este hombre culto, en crisis, cargando con un grave dolor psíquico, pregunta: ¿es usted lacaniana? Este señor nada sabía de mí, salvo lo que le habían asegurado algunos de sus amigos. No podía trabajar, no dormía, temores hipocondríacos (cuasi certezas de padecer enfermedades incurables) lo atenazaban y el pánico a la ruina económica lo corroía. En efecto: estaba agotando el límite de faltas por enfermedad...y la paciencia de la empresa para la que trabajaba en un alto puesto. Demandaba a sus amigos un consuelo que no encontraba. Los hartaba. Sobrevivieron a la crisis sus verdaderos amigos. Habría de descubrir después cuántos otros disfrutaban de hacer leña del árbol caído.

El analista al que había consultado antes, un lacaniano según le habían dicho, escuchaba impasible su relato, se callaba, gruñía de tanto en tanto y, cuando intervenía lo hacía de un modo muy peculiar: enigmas, retruécanos, calembours. A veces emitía intervenciones indicativas del tipo: "Basta, vuelva a trabajar". Si el analizante comenzaba a asociar algo era despedido del consultorio con una curiosa orden: ¡"Tire de ese hilo"! A la sesión siguiente, avergonzado y aún más angustiado concurría el doliente a sesión...No había podido cumplir con el diktat.

Tirar del hilo. No podría ser más exacta la descripción de lo que se tenía que hacer... ¿pero quién? ¿El analizante o el analista? El propio Lacan comenta que, en el nudo, es asunto de tiraillement, corrimientos de las letras-cuerdas que pongan a disposición empalmes de registros con eficacias nuevas. Solo que habría que recordar que, mientras la transferencia le sea necesaria al sujeto, queda a cargo del analista el acto de "tirar del hilo".

¿Cómo encontrar en la cura la letra con la que, reescribiendo allí donde ella está en souffrance podamos arrimar al analizante a un trato menos improductivo con el goce que arde en su litoral con lo simbólico y lo imaginario?
¿Se puede para el parlêtre acceder en directo a lo real sin mediación de la letra y el auxilio de la transferencia?

Volvamos un instante al relato clínico.
En medio de la situación descripta tuvo ocasión nuestro sujeto de mostrar el sentido del humor que, cual leve cuerda de sostén, lo mantenía a flote. Afirmó: "Las pocas veces que hablaba ese analista, parecía que de los cielos había súbitamente descendido El Logos".

Librado a sí mismo el analizante no logra "tirar del hilo". En verdad sobre los hilos, sobre las cuerdas del nudo mental, que es una escritura, debemos operar, sí, los analistas. Porque esas letras, esos hilos, aprietan su grafía sobre el semblante que ofrece su presencia. Releyendo lo que el inconciente del paciente ya había escrito como síntoma, angustia o inhibición en las neurosis. O lo que desde el ello insiste como demanda pulsional. Y al releer, reescribir. Reacomodar los hilos de su nudo. Leyendo, el analista escribe lo que aun no estaba escrito, actualiza la lettre en souffrance. La hace llegar a destino. Pero no ya en el síntoma, que es como la trae garrapateda el paciente, sino en la adecuada traducción de la letra del Nombre del Padre que trenza su nudo con ese cuarto término, si este es borromeo. O como se pueda si la letra fuera la de una grafía correctora.

Ese acto es del analista. El analizante no puede "tirar del hilo" por sus propios medios. No hasta que llegue el fin del análisis. Es lo que nos enseña, hasta ahora, la experiencia del pase a los que en ella estamos comprometidos. El inconciente no se autointerpreta con esta eficacia. Aunque sea una primera interpretación, pero nebulosa, confusa...y costosa, del propio sujeto.

Letra, hilos, escritura nodal. Sobre ese material noble trabajamos los analistas. Detengámonos en esta bella metáfora meteorológica que nos legara Lacan en su texto Lituraterre. Tomando impulso poético en la travesía en avión que lo llevara a Japón, el analista se deleita mirando el paisaje. Entre las sombras que proyectan las nubes, los cursos de río que surcan la tierra, el musgo que cubre la piedra, advierte que para quien está parasitado por el lenguaje se dibujan los contornos de una letra. Hasta lo que pareciera "pura" naturaleza deviene escritura. De ahí la importancia que le otorga a la caligrafía oriental, donde se lleva a cabo el "matrimonio" de la letra con la pintura.

Pasa entonces a la observación de las nubes. Se le hacen "nubes de semblante". Nubes de significantes, semblante por excelencia. El hecho de hablar nos habilita a interrogar lo real, al tiempo que nos lo viste y oculta. Hablar nos direcciona a un real al que solo nos es dado acercarnos asintóticamente. Esto no puede hacerse sin escalas, sin pasar por el medium de la palabra. Afirmar lo contrario es un encantamiento teórico ... cuando no una infatuación.

Una suerte de tobogán de dos vertientes baja desde el punto significante. Por un lado una ladera se dirige al sentido, pues toda concatenación de semblantes tiende inercialmente a formar sentido. Por la otra vía de caída, de declinación, el significante, el semblante, al romperse, deja caer, rodando, la letra, the litter. Para eso debe desgajarse, de entre los significantes binarios del Otro a los que Lacan llamara "medios de goce", los de sus demandas (a través de ellas el Otro se nos da a conocer), el trazo común, asemántico, que tienen como común denominador. Precondición de el delineado de la letra es pues que se forme el essaim, enjambre de significantes unarios.

La mera formación de esa "nube del semblante" no suele venir ya dada cuando el analizante acude a consulta. Un malestar difuso, una humedad dispersa no tienen la misma eficacia clínica que el hecho de localizar nubes bien conformadas. Pero es el analista quien debe ocuparse de agruparlas, darles forma, ponerlas a punto de emitir su lluvia.

Retomemos pues: el punto de declinación del semblante que va a parar a la letra requiere que se haya formado la nube, o más bien las nubes de semblante. Que se haya unarizado su sentido compacto es precondición de la formación de la letra. Pues el significante unario es a la vez semblante y contorno, deíctico de la letra. Forma, por así decirlo el troquelado desde donde se podrá más tarde recortarla y hacerla caer. Esas gotas constituyen el rouissellement, riachuelos, cascadas de letras que al caer reiniciarán el ciclo. Volverán a humedecer la tierra, a hacer crecer los ríos, prosperar las hierbas o árboles. Para que luego el sol vuelva a hacer ascender su humedad hacia las nubes. Que volverán a eventualmente dejar caer letras. Que ya no serán las mismas y tendrán ya otra eficacia.

Estas operaciones no se realizan sin la presencia y la posición del deseo del analista. Su silencio no equivale a la mudez.

Sileo, del verbo silere, en latín significa "callo", pero también "presto atención". Así también en música los silencios son esenciales para que la música cobre vida. Ese silencio es el sostén de la palabra. La pregunta bien formulada, el intento de ir poniendo al sujeto en camino de la advertencia de lo que en él está aún, vivo, de su neurosis infantil, la detección de cómo sus repeticiones están en relación a las identificaciones que hacen que en él vivan, aún, rasgos de los mismos personajes de los que se queja preceden a la caída de la letra.

El silencio del analista corresponde al silere que permite emerger el semblante de objeto separador. Y si de un tacere, mudez absoluta, se trata es sólo de los intereses de su persona, que no debieran entrar en juego en tanto y en cuanto está dirigiendo la cura.

El tiempo se hace aquí necesario. Este tiempo no es solo el simbólico: el de la anticipación y la retroacción en que con razón tanto se insiste.

Este está también trenzado con el imaginario, el cronológico, el de las agujas del reloj que llevamos comúnmente adosado a nuestro antebrazo. Sin ese tiempo no habrá oportunidad de recorrerse una y otra vez la "nube del semblante" hasta que logre el meteoro del acto analítico hacer caer le rouissellement de lettres, la cascada de letras que despeguen al sujeto de la insistencia en un goce ruinoso y lo arrimen a un goce, al decir del maestro Moustapha Safouan, amigo de la vida y no ya su enemigo.

Recién entonces se habrá arribado al tiempo real, el del acto de escritura de una letra que haga un corte en la línea de la vida. Que marque un antes y un después. porque si el sujeto no se vuelve a fundar en análisis, este no habrá tenido sentido.

La nube del semblante es pues esto: significantes que derivan en suspensión. El meteoro: viento que hace chocar unas nubes con otras, el rayo, las diferencias de frentes cálidos y fríos podrán hacer que, más tarde, se formen gotas que precipiten hacia la tierra.

No todas las nubes (de semblante) logran hacerse cascada de gotas (letras). Pueden disolverse en el aire sin haber logrado caer, llegar a tierra y ejercer su eficacia: que algo mejor se haga con el objeto que cada cual fue para el Otro. Objeto al que el semblante alude, pero que solo la letra cierne. Para ello se requiere un buen uso del tiempo en sus tres dit-mensiones.

Como no creemos que se pueda plantear un Lacan versus otro podemos arrimar estas reflexiones a la escritura nodal. Este analista planteó que, en el nudo, es asunto de tiraillement, es decir de tirar del hilo para que zonas momentáneamente no disponibles de empalme aparezcan. Delineando los espacios donde pueda la letra hacer de línea de corte.

Lacan afirmó que la garantía de la transferencia la constituye la suposición de saber depositada en el analista. A esta posición inicial, a la que el analista, quien por supuesto del consultante nada sabe, la llamó Sujeto supuesto Saber. Esta posición, tromperie inaugural sin la cual no hay inicio posible de análisis y a la que el analista no puede ni rehusarse ni asumir con impostura, debe ser interceptada por el deseo del analista. Solo interceptada por el deseo del analista esta transferencia podrá no devenir "salvaje" y podrá servir para que el analista vire de posición para devenir el sostén del análisis, que radica en hacerse semblante de a.

Pero...¿qué significa hacerse semblante de a? En su seminario XVII L´envers de la psychanalyse el lector de Freud llama agente a la posición dominante de cada uno de los discursos en que establece los tipos de lazo social. Agente proviene del verbo latino agere (cuyo supino es actum). Si nos atenemos a su etimología, agente es quien puede llevar a cabo el acto del que se trate en cada discurso. En el analítico, el acto analítico. Este pasa tanto por la interpretación clásica de desciframiento literal, jeroglífico del inconciente, que de ninguna manera está "superada" como las construcciones, intervenciones constructivas en lo real, reacomodamiento de las relaciones del sujeto con lo real que hacen, todas ellas al acto analítico y que no se excluyen las unas a las otras.

Ahora bien, en el seminario que sigue, el XVIII D'un discours qui ne serait pas du semblant Lacan va a llamar al agente, también y de forma no excluyente, semblante. ¿Contradicción? ¿Cambio de paradigma? No lo creemos así. Por el contrario. Por ejemplo y principalmente, cuando se centre en el discurso del analista el agente (el que lleva a cabo el acto) de ese discurso ha de ser un semblante de objeto separador. Su obra es vasta y resulta una suerte de hojaldre donde capa por capa Lacan retoma una y otra vez conceptos vertidos en los primeros escritos y seminarios. No se trata de una contienda donde el último Lacan vence por know out al primero.

Es en ese seminario que dice que el semblante es el significante. Entonces, si tal es el semblante...¿qué puede significar "hacer semblante" de objeto a separador? Desde luego no la mudez, ni el oráculo, ni la intervención psicodramática. Sino cualquier forma de hacer aparecer un significante (con palabras, con gestos que hablan, con intervenciones que porten un decir) que haga de contorno del objeto de goce que se le hace opaco y enreda en alguna fijación ruinosa al analizante.

No para que ya no goce. De ese modo la vida carecería de todo atractivo. Sino para que el goce se teja mejor entre los hilos del que el analizante habrá aprendido a tejer mejor, en vez de estar apresado en las determinaciones de su pasado.

Corte por el borde de la letra para que, del goce, éste encuentre una mejor forma de hacer uso.

La pregunta bien formulada sobre el punto del discurso que deja oír aquello de la estofa doliente de la neurosis, la contradicción lógica o la afirmación sin fundamento, basada en la creencia infantil en cualquier Otro a quien no se podría cuestionar sin ayuda analítica. Nada más extraño a la ética del analista el dejar que la angustia, en lugar de ser "una hoja de ruta" del análisis, o si se quiere un nombre del padre inunde al sujeto impidiéndole pensar el saber que lo trabaja desde el ello o lo determina desde el inconciente. Ciertamente nada más opuesto a la dirección de la cura que imponer una indicación a la que los recursos del paciente no dan, aún, acceso alguno.

Recordemos que además hay un inconciente que lo es solo en el sentido descriptivo, allí donde se sitúan las huellas mnésicas del ello que aun no se tradujeron en significantes, semblantes sobre los que se pudieran formar hilos (letras) a futuro. En ese caso el analista debe primero traducir (estamos citando a Freud) las huellas en significantes. Como afirmaba Freud: se debe hacer que el analizante piense lo que ya sabía. Otra cosa es inconsciente dinámico, el inconsciente propiamente dicho, comandado por la instancia de la letra...en souffrance, aun no llegada a destino, salvo en el síntoma que aqueja.

Este primer analista obraba de buena fe...pero siguiendo las enseñanzas de moda que se le habían impartido y no dejándose llevar, desde la abstinencia (abstención también de actuar por cualquier ideal propio al analista, fuera éste un ideal teórico) que Freud imponía al analista para hacerse tal hasta encontrar la intervención apropiada, que no se encuentra en manual alguno ni pasa por la imitación de lo que se cuenta que sucedía en 5 rue de Lille.