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viernes, 20 de septiembre de 2024

¿Es para todos el análisis?

La pregunta que enmarca estas líneas es una pregunta compleja. Puede resultar incluso antipática y más en una época donde parece que todo es para todos.

Las coordenadas simbólicas del Otro actual sostienen la ilusión en cuanto al alcance del “Todos”. Por ello en el Otro de nuestra contemporaneidad se sostiene un discurso que es solidario de ciertos semblantes, por los cuales el “todos” cobró una forma desmesurada.

El problema, político si se quiere (y me refiero a la política del psicoanálisis, o sea al régimen del síntoma) es que esta predominancia de un “todos” ilusorio conlleva una recusación de la diferencia. Y digo la diferencia y no las diferencias.

No recuerdo exactamente dónde, me parece que en un texto relativamente tardío de su enseñanza, Lacan plantea, tal vez como aspiración o como anhelo: que el análisis no sea para pocos.

Ahora que no sea para pocos, no significa que sea para todos.

¿Se trata aquí de una interrogación que apunte a la segregación? No, es un interrogante respecto de cuáles son las condiciones para que un sujeto pueda efectivamente entrar en el dispositivo analítico, o también: ¿de qué depende la posición analizante?

En primer lugar, podríamos afirmar que no alcanza con padecer. El padecimiento no solo es inherente a lo humano, sino que incluso no asegura ni garantiza la división del lado del sujeto.

Un sujeto podría efectivamente ser objeto de un padecimiento desmedido que le complejiza la vida en más de un sentido y, sin embargo, esto no significar alguna forma de barradura. Porque allende ese penar podría no solo encontrar argumentos, sino también culpables para su malestar.

Va de suyo sostener o resaltar que no hay entrada en análisis sin una pregunta, pero además una que no sólo concierna al sujeto, sino que implique a la causa, y no sólo a la del deseo. Lo complejo, problemático… y antipático, es que no sólo nada la garantiza, sino que no hay posibilidad de garantizarla. O sea que se trata del Otro.

lunes, 14 de febrero de 2022

¿Análisis ó terapia con escucha analítica?

Es una realidad, que no todos eligen un análisis a la hora de resolver sus cuestiones. Es verdad, que hay condiciones/circunstancias que alguien debe poder atravesar y estar dispuesto. Sin ello, por mejor analista que halla, no hay análisis. Dice Gabriel Rolón:
"El paciente del psicoanálisis es diferente al de otras terapias. Tiene que cumplir algunos requisitos para beneficiarse de nuestra práctica. Es alguien que está angustiado, que tiene una pregunta, un enigma que lo interpela. Debe tener, además, una hipótesis de por qué le pasa lo que le pasa, aunque sea equivocada. Es decir, debe tener la capacidad de pensarse. Tiene que asumir que algo tiene que ver con lo que le ocurre. Y además debe estar dispuesto a cuestionar todo lo que creía verdadero en su vida. Si no es así, creo que debería optar por otra alternativa terapéutica".

Si bien el analista deberá propiciar surja ese sujeto con el cual luego es posible el trabajo análitico, no todos los sujetos son analizables. Que haya un analista, que alguien se posicione como tal en la escucha y las intervenciones, no garantiza que el otro entre en análisis.

Sin embargo, no es un problema que no todos entren en análisis. La escucha de un analista tiene buenos efectos, incluso cuando el otro no entra en análisis estrictamente. Hoy, además de los obstáculos que hallaba Freud, hay otros, que pueden determinar, muchas veces, que no haya análisis, pero sí una terapia con escucha analítica.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

In-analizables

1. Los primeros límites: En 1910 concluye aquella gloriosa primera década del psicoanálisis en que las curas se producían sin solución de continuidad, en la que los pacientes freudianos arañaban el fantasma luego de haber recorrido los significantes que los sobredeterminaban en un breve paseo en tren. El olvido de la palabra latina “aliquis” y la irrupción en la conciencia de los nombres de “Signorelli-Boltrafio” son testimonios. Freud escribe en esos años aquellos textos que cincuenta años después convocarían a la consigna de “la vuelta a Freud”. Nos referimos a La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con el inconsciente. Una década que se ilumina bajo la pregunta ¿cómo cura el psicoanálisis?

Los problemas de la instauración de la transferencia llevaron a un corrimiento de la pregunta del cómo al hasta dónde. La interrogación ya se anticipaba en la carta 691, con el descreimiento en “su neurótica”, la deserción de algunos pacientes y la demora del éxito pleno. Se hace evidente cuando Freud encuentra que algunas histéricas prefieren la cura por amor –menos trabajosa y más práctica– que la cura analítica. Cura aconsejable si no fuera por las temibles consecuencias de dependencia para con su objeto. “Yo no quiero depender de mi analista” y para no depender del tratamiento dependerán del amor, del amor del otro hacia ellas y si es el amor de su analista mejor. Transferencia erótica, diremos, y el tratamiento se ha arruinado. Nos encontramos con las primeras in-analizables, las que no aceptan esa renuncia que la transferencia demanda. Sin embargo, aquí también se juega un momento decisivo del tratamiento pues el análisis ha podido producir “in situ” aquello de lo que padece el sujeto, sus “obsesivos e histéricos modos de amar”, su creencia en la relación sexual que no existe. Si la transferencia es el motor del análisis, devenida transferencia erótica, supone una llave posible de sus finales pues se abren al análisis cuestiones referidas a los modos de fijación de la libido y, por esa vía, al fantasma. Momento en el que el sujeto tendrá que optar entre la ética de la felicidad, de estar bien incauta e inmediatamente, y la ética del deseo que supone una elección en la que las promesas se subordinan al trabajo y a las necesarias pérdidas.

Paradoja de la paradoja. Este momento podría ser inatravesable porque además toca lo inanalizable y el sujeto podría no querer ceder “eso” que más le interesa y porque nunca es seguro el resultado de confrontar con “lo peor”. El problema se bifurca como monstruo de dos cabezas porque al grupo supuesto de inanalizados, habrá que sumarle la singularidad de lo inanalizable de cada quien al llegar a las entrañas del ombligo del sueño o al enmarañamiento de los filamentos del hongo en la metáfora freudiana. Aquí irrumpen algunos analistas que no escuchan que cada sujeto decide hasta dónde llega con su análisis. No se convencen, las resistencias vuelven a ser del analista y hasta tratarían de convencer bajo la fórmula de que ese amor, el de la transferencia erótica, no sería un amor “verdadero”.

Si quienes erotizan la transferencia se excluyen de la praxis, quienes no comienzan el proceso amoroso también se quedan afuera. Narcisísticas, “personalidades” narcisistas. Si la transferencia erótica impide escuchar razones, la falta de transferencia, impide escuchar significantes. Se ha presentado el Presidente Schreber. Freud entiende que la transferencia no es hacer regalos, ni llevarse bien con Fleschig, ni tener un buen vínculo con el terapeuta. Se trata de la instalación del sujeto supuesto al saber, de la posibilidad de recibir su propio mensaje en forma invertida y de producir, por la vía significante, una brecha que abra el camino de alguna verdad del sujeto y su posición deseante. Pero no sucede. Otros inanalizables. Estos por no acceder, ya desde el comienzo, a la única regla del procedimiento. Una sola y no pueden cumplirla. ¿No será demasiado forzado tratar de meter por la ventana del vínculo lo que Freud ha dicho que se ha ido por la puerta de la falta de transferencia? Sin embargo, nuevamente sin embargo, nuevamente la paradoja. Lacan insiste con la frase “latiguillo” de no ceder frente a la psicosis. Es cierto que el sintagma no promete avanzar, pero sigue siendo un terreno en el cual, incluso aquellos que no están dispuestos a escuchar lo que ellos mismos dicen, tampoco están dispuestos a dejar de decir. Cabe aquí entonces la consigna: “aun in-analizables, no ceder frente aquellos que tienen para decir”.

2.- En el bestiario Y nuestra lista sigue. Tiempo de los pobres. Freud dice que las duras condiciones de la vida son una visa para habitar el mundo por fuera de la neurosis. Una carta de ciudadanía en ese territorio donde la neurosis golpea la puerta tímidamente. Sin embargo, no es menos es cierto que cuando allí se instala, no hay quien la saque pues el sujeto encuentra terreno fértil para los resentimientos y los beneficios secundarios. Avanzan y se hacen presentes por una gran puerta en la clínica hospitalaria. Freud se opone a lo hospitalario en sentido amplio, no hay entenados, y nada de atender gratuitamente a los hijos de los amigos, porque el tratamiento hay que pagarlo. La gratuidad abre la puerta a los peores avatares de la transferencia cuando se trata de las mujeres y a la renuencia a ser agradecidos a los hombres (de bien), posición subjetiva que Freud considera ineludible. Los tratamientos gratuitos, Freud dixit, serían ineficientes en términos del psicoanálisis. Los analistas no desfallecemos y creamos el artificio de suponerles un pago. Pago que por lo general se refiere a pagos ya hechos (léase los impuestos, la obra social, etc). Para Freud, inanalizables porque el pago debe ser hecho en forma oportuna y preferentemente en efectivo. Sin embargo, corremos el riesgo. Es cierto que la posición acreedora no es un obstáculo menor pero, también lo es que no es imposible encontrar alguna dialectización, algún punto de implicación, alguna construcción a través de la cual se puedan conmover las fijas posiciones de los resentimientos que permitan al paciente constituirse en sujeto de una pregunta más allá de la culpabilidad del otro, de la injusticia o del infortunio. Porque allí la pobreza y el resentimiento llevan las marcas de entrada y salida que Freud atribuía a la melancolía. Por narcisismo se entra, pero también por narcisismo se sale si resultara que la melancolía (o en este caso el resentimiento) deja de ser la última defensa para transformarse en un río que arrastra al sujeto. Entonces por qué no apostar ante esta eventualidad a la que la estructura empuja, allí donde hasta el Yo jugaría a favor de la cura. Como en las construcciones2, la ineficiencia no hace especialmente daño pues se trata simplemente de no haber podido modificar posiciones que de todas maneras ya estaban fijadas previamente. No minimizaremos los riesgos a los que ya he hecho referencia en el trabajo “El dinero, condiciones3; sin embargo, conocer los riesgos obliga a caminar entre la prudencia y la omnipotencia, pero supone caminar mientras sea posible.

En el bestiario, se acercan los psicosomáticos, con asma o con soriasis, los que tiene problemas cardíacos, y todos aquellos que no tienen pregunta alguna. Pero algún médico los manda para ver si encuentran causa de aquello que se ha dañado y que, como toda picazón, irrumpe y arruina la vida cotidiana. Guiados por Chiozza y los libros de las enfermedades psicosomáticas, buscan que los analistas encuentren problemas del corazón a los problemas cardíacos. No faltan psicólogos que supongan que quienes tienen leucemia seguramente se han hecho en vida mucha malasangre. A la enfermedad que padecen, le suman ser sus propios victimarios4Los analistas no soportamos que esta población que crece como hongos después de cada lluvia sea necesariamente inanalizable. Queda el recurso de atribuir a los pacientes alguna resistencia y olvidar la consigna freudiana de determinar si el procedimiento del análisis es adecuado para el sujeto –es ese el sentido del diagnóstico en las entrevistas preliminares–. Aquí los riesgos son mayores, para todos. Para los analistas porque queda a su cargo un terreno que no sabemos siquiera si nos pertenece. Un terreno que los médicos han cedido por dificultad, pero no con convicción. Si la psicosomática existe, si efectivamente existen enfermedades somáticas por razones “psi” –que lejos están de las conversiones histéricas pues no se originan ni remiten con la aparición de un significante que las recorta–, ¿a qué economía responde esta clínica? ¿son síntomas que, como las conversivas, valen por la vida sexual del neurótico? Y si no, ¿por qué valen? ¿Y si sustituyeran psicosomáticas más graves? No sea cosa que terminemos cambiando a las alopecias por crisis asmáticas, o a las soriasis por enfermedades cardíacas. Un médico dermatólogo del Hospital Fernández en 1983, refiriéndose a un paciente de once años con una alopecia, se acercó con el tono paternal de quien asume la responsabilidad de transmitir su experiencia a un profesional con ímpetus juveniles que podría no medir riesgos –otra vez la ética de la felicidad– y me dijo: “tené en cuenta que la alopecia se cura con un sombrero”. Si hacemos una nueva referencia a la ética de la felicidad es porque a veces acompaña nuestra praxis bajo la forma del furor curandi, que justamente no mide riesgos, ni calcula los precios, al desalojar al síntoma sin los recursos o los equivalentes posibles de parte del sujeto.

Psicopatías, perversión y borderline. Nombres de sujetos que nos complican, en una clínica en la que no se implican y una ley que, sin ser privativa de cada uno de ellos, responde a una lógica particular. No habrá aquí, entonces, lugar a la regla fundamental porque el significante pareciera atravesar el campo de la incertidumbre al quedar supuesto y propuesto por fuera del campo metafórico –lo que Freud llamaba “el cambio de vía”– para pretender, según estos sujetos, significarse a sí mismo. El recurso al dispositivo fracasa y los artificios están a efectos de no caer en las celadas con la que estos sujetos suelen intentar embaucarnos. Fuera de las costumbres que nos sirven de custodia y aun sintiéndonos amenazados... los analistas decidimos correr el riesgo. De eso se trata con aquellos que suponen una ley hecha a su medida. Las intervenciones no apuntarán a una discusión sobre una ley mejor o más justa que la de ellos, sino al encuentro con una Ley distinta dentro de la que ellos mismos habitan. Aquí la ética del deseo confronta con la ética de Lady Macbeth, con la ética del fuera de ley. La apuesta a la palabra se sostiene en que no hay Ley que no se derrumbe sin la legalidad que la precede, la del lenguaje en que se enuncia. In-Analizables, entonces, pero el sayo les cae durante las entrevistas de análisis. Quizás sea cierto que no haya, en estos casos, fines de análisis; no es menos cierto que vale el intento de llegar a los confines de los inicios.

En este recorrido no podrían faltar los que se han ganado la prestigiosa nominación de “paciente caño”. Lo han logrado a fuerza de no asociar, de decir “yo hablo así” después de cada fallido, de traer los sueños escritos en un cuaderno y dejárnoslo con la consigna “sé que son importantes, léalos y después me dice qué le parece”, o de decirnos “hoy hablá vos y decime cómo me ves, yo ya hablé un montón”. En los hospitales, los analistas les escapan, en los consultorios privados inquietan a los analistas y a las supervisiones llegan bajo la forma de “no sé qué hago con este paciente”. Pacientes que vienen, que generan un encuentro pegajoso, viscoso, pero que permanecen interesados en algún decir del analista, aunque no tanto en el decir propio y que en medio de nuestras dudas sobre si atenderlos o no, agregan “a mí, venir me hace bien, me siento bien viniendo aquí”.

Los niños ahora, nuestros locos bajitos. “Niño” es un tiempo lógico y cronológico en la constitución subjetiva y es un concepto en psicoanálisis que refiere a la transición de la castración al Edipo. Los niños son esos pacientes que “se caen”, que “se golpean”, que “se mean”, que irrumpen con padecimientos que no son síntomas, que no están sometidos a la estructura del chiste y por los que nos consultan. Allí la falta de texto hablado es sustituida con juegos, dibujos, tratamiento a los padres o tratamientos familiares. Este es el bestiario de los modos de tratamiento pero lo dejamos para otra ocasión. La regla, la regla fundamental, la única regla que funciona como garantía de un tratamiento psicoanalítico, no es habitable. Sin embargo, desde tiempos de Melaine Klein son nuestros pacientes aun cuando discutamos la conceptualización, la especificidad y la posibilidad de interpretar en este campo de la clínica. Y los atendemos porque podemos armar una lógica que da cuenta de su padecer y de su angustia que no es sin consecuencias para con su posición como sujeto: “es muy cierto que nuestra justificación, así como nuestro deber, es mejorar la posición del sujeto”5. Si a la luz de la regla son inanalizables, situados con relación a la demanda o al fantasma de sus padres, su posición subjetiva es pensable con nuestras categorías y nuestros conceptos.

El psicoanálisis, en estos casos y también en otros, muestra, que –además de ser un método de investigación y un tratamiento– es una praxis que supone un modo de pensar los problemas6. No es una cosmovisión, decía Freud, pero sí es un arte de leer, le agregamos. Desde esa perspectiva debemos abordar una gran paradoja de nuestra praxis: muchos inanalizables pueden analizarse, aun cuando digamos que vienen y no se analizan.
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1. Freud, S. Carta 69, en A. E., tomo I, p. 301.
2. Freud, S. Construcciones, en A. E., tomo XXIII, p. 263.
3. Dvoskin, H con Biesa, A. El medio juego, Letra viva, Buenos Aires, p.105.
4. “Una enfermedad es así un hecho básicamente psicológico, y a la gente se le hace creer que se enferma porque (subconcientemente) eso es lo que quiere”. Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas, Taurus, Madrid, p. 60.
5. Lacan, J. El seminario X, La angustia, en Paidós, Buenos Aires, p. 68.
6. Es en esa línea que he preferido reemplazar el término “supervisión” por el de “pensar la clínica con algún otro”.

Fuente: Dvoskin, Hugo (noviembre 2006) "In-analizables" - Imago Agenda

viernes, 28 de febrero de 2020

El análisis de cualquiera: los inanalizables.

No se trata de tener ciertos problemas, tampoco de responder algunas preguntas. Mucho menos de conocerse, con la especularidad que implica el reflexivo. Y, pase lo que pase, se trata del deseo de análisis. La pregunta es dónde comienza, como se mantiene y en qué momento se convierte en un goce que no pide otra cosa que su existencia. 

Sin deseo de análisis, aunque alguien visite con regularidad a quien lo recibe según las reglas del dispositivo analítico, el asunto se convierte en inanalizable. Quiero decir, no basta el sufrimiento y/o el alivio que circula, cuando falta ese deseo de otra cosa que no es demanda de “resolver problemas” –aunque se presente de esa manera– sino esa inquietud de sí que dice algo de la pregunta encarnada en cada singularidad. 

Gianni Tognoni, especializado en políticas sanitarias dice algunas cosas de interés: 
1. La medicina es como una rama de la economía. Y los médicos sólo quieren ganar más. 
2. Los laboratorios lanzan cada vez nuevas versiones de los mismos remedios. 
3. El plan oficial argentino Remediar es una trampa para el sistema de Salud Pública. 
4. La sobremedicación no está controlada: “El tratamiento de la demencia senil en ancianos. Los medicamentos que hay no ayudan en nada y no terminan con la enfermedad, sólo de vez en cuando los despiertan un poco. La contrapartida es un aumento enorme de ventas.

Los trastornos sexuales son otro gran mercado. Por ejemplo, muchos jóvenes toman Viagra en la primera cita: es una locura y, sobre todo, porque no les hace nada. Muchos médicos recetan también una droga similar a las mujeres cuando se quejan de no haber tenido sexo al menos dos veces en los últimos tres meses. Eso no es serio. Hace poco escuché algo sobre una nueva enfermedad: ‘el síndrome de las piernas inquietas’. Si uno de vez en cuando mueve las piernas por nervios, puede tomar un nuevo remedio que actúa como placebo. Es como si fuera un chiste, pero es increíble la cantidad de enfermedades que se inventan para ganar más dinero” (Diario Perfil 29/10/06). 

Gianni Tognoni, doctor en filosofía y medicina, es también un referente internacional en farmacología y epidemiología y dirige el Instituto Mario Neri Sud en Roma. Bastan estos datos para confiar en que sabe lo que dice. El mercado de la salud inventa enfermedades, los mismos medicamentos cambian de nombre y de presentación y vuelven a circular, los laboratorios premian a los médicos que más recetan con invitaciones a congresos, etcétera. 
¿Qué tiene que ver esto con el psicoanálisis? Se genera una posición donde cada uno es asistido para resolver un problema del que sería el receptor pasivo. 

Cualquiera que haya practicado el psicoanálisis sabe que debe sacar a quién lo consulta de esta posición: es lo que Jacques Lacan llamó en su momento “rectificación subjetiva”. Lejos de encontrar una solución para el problema planteado en estos términos, primero habrá que confrontar al sujeto con el problema que dice tener. 

Esa medicina descripta por Gianni Tognoni también alimenta la cortina de humo de la crítica al psicoanálisis. Cada semana alguna publicación explica al consumidor cómo debe ser un psicoanalista: como por arte de magia, siempre se trata de algo que de seguirlo en la práctica volvería imposible el análisis. No tiene que haber malentendido alguno, el consumidor debe saber de antemano los pasos a seguir, no aceptar lo que no entienda que es para su bien, etcétera. Es que la economía de la medicina no quiere que le distraigan la clientela. 

El análisis de cualquiera tiene como condición que exista un deseo de analizarse, algo que difiere del pedido de solución de un problema. Ese deseo puede leerse entre las palabras de un pedido, pero no se trata del pedido mismo. “Quiero entenderme con mi pareja”, dice el que busca ayuda para separarse. “Yo me castigo”, interpreta quién se dedica a castigar al partenaire con sus quejas. 

Dicho lo anterior, es analizable cualquiera que lo desee y tenga la suerte de encontrarse con otro que sepa que el inconsciente responde cuando el que pregunta ya está adentro. No todos los que sufren quieren analizarse, pero cualquiera que se analiza sufre de alguna cosa.

Fuente: Germán García (2006) "El análisis de cualquiera", publicado en Imago Agenda

viernes, 3 de febrero de 2017

Situaciones que favorecen (o no) un análisis:

¿De qué depende la analizabilidad de una persona?


Situaciones que favorecen un análisis
En términos generales se ha considerado a la neurosis como el terreno preferencial de aplicación del tratamiento psicoanalítico. No es una aplicación exclusiva pues también se lo aplica a trastornos de carácter, y sabemos que el mismo psicoanálisis, o terapias apoyadas en él, se aplican a psicosis y otros casos graves. Especialmente en la Argentina las patologías psicosomáticas han sido tratadas psicoanalíticamente con la técnica clásica porque los pioneros de la APA, casi en su totalidad, las consideraban derivados del inconsciente como cualquier otro. En otros países se han hecho variaciones técnicas para aplicar a estas patologías. 

Pero en general se ha hecho depender del diagnóstico el pronóstico del tratamiento analítico, hecho no coincidente con la observación freudiana que consideraba que quedaba más ligado al sentimiento de culpa inconsciente. 

Sin embargo, todos sabemos que más allá de las patologías, hay factores esenciales en el tratamiento que hace que ellas sean en cierto modo secundarias en la apreciación de la indicación de análisis

Me refiero a lo que en otra época se consideraba capacidad de insight, es decir, la posibilidad de apreciar su funcionamiento anímico, en forma libre de valoración, y de ese modo escapando al obstáculo principal.

La consideración de los motores del tratamiento en el paciente puede llevar a discriminar qué paciente está en condiciones de empezar un análisis y a cuál de ellos, independientemente del diagnóstico, le conviene buscar otro momento, u otro analista, que permita el despliegue de eso que llamamos motores.

Según la visión clínica freudiana estos son algunos de ellos:

a-Transferencia positiva sublimada: la palabra del analista está autorizada por algo que se emparienta con la sugestión, y general la confianza en el analista. ¿Cuándo es más libre la asociación libre? Cuando más positiva es la transferencia, cuando no hay un rasgo de carácter demasiado rígido, etc. 
Esta confianza en el analista puede ir creciendo o decreciendo, pero siempre debe permanecer un resto de ella porque si no no hay efecto de la interpretación. El análisis lleva al paciente a la revivencia de las escenas traumáticas infantiles y se desarrollan momentos de máxima resistencia, justamente cuando más debemos contar con la colaboración del paciente.

b-Malestar consciente: el dolor o la molestia por los síntomas y la enfermedad. Si el guardián de la vida anímica, el principio del placer-displacer está suficientemente despierto, mostrará la señal de alerta que es la molestia, el dolor, la angustia, y el rechazo a ese padecimiento. Por eso las personas suelen postergar su análisis hasta que sus síntomas interfieran suficientemente en su vida cotidiana. Es que el displacer es una reacción vital ante todo aquello que nos ataca.

c-Sospecha de alguna intervención personal en lo que le pasa, es lo que antes denominamos capacidad de insight, es decir cierta capacidad de apreciar su funcionamiento psíquico sin valorarlo.

d-Curiosidad: el afán investigador del paciente: la curiosidad del paciente es un factor fundamental, es un derivado sublimado de la sexualidad infantil, si ha caído totalmente bajo la represión no hay interés en entender qué es lo que le está pasando. 

e- A.E. VII, 241: el analista  no debe estar bajo la enorme presión de la necesidad de la inmediata eliminación de síntomas, como en el caso de anorexias graves. En estos casos el análisis sólo se puede llevar a cabo en situación de continencia del paciente de parte del clínico. Lo mismo  decimos de las adicciones, entre las cuales figuran muchos casos de obesidad y tabaquismo. Las urgencias quitan fuerza al motor del análisis. Tampoco están para colaborar en el análisis los casos de histeria o fobias aguda, y durante los ataques de pánico.  Lo que dice Freud es que la persona que se someterá a un análisis debe ser capaz de un estado psíquico normal: en épocas de confusión o de depresión melancólicas no se consigue nada ni aún en los histéricos. 

f- el analizando debe tener un cierto monto de inteligencia natural  y de desarrollo ético en el sentido de ser capaz de jugar limpio. En las personas sin valor intelectual o ético el paciente no comprende que es incapaz de entender y es incapaz, por su patología, de colaborar absolutamente con el analista y a éste no se le despierta interés que le permite profundizar en la patología porque especialmente se siente totalmente solo en el trabajo.

g- Indicaciones: el campo de las neurosis es el primero en la aplicación del psicoanálisis y sigue siendo el principal. Sabemos que las malformaciones acusadas de carácter, las caracteropatías, son una fuente de resistencia difícil de vencer. Por eso Freud pensaba que la constitución ofrecía un límite a toda psicoterapia. En estos casos sólo los aspectos neuróticos de la personalidad pueden ser, excepcionalmente, tratados y a veces el análisis de esos aspectos va corroyendo las bases del carácter y hacen posible la emergencia de más neurosis a costa de la caracteropatía. Depende del criterio clínico, pero en algunas perversiones y psicosis algunos analistas ven indicación de análisis. Por supuesto que si un paciente de los llamados psicosomáticos tienen condiciones para analizarse, está muy indicado hacerlo. 

h- La edad del paciente apunta en contra del análisis.

i - No hay motor de análisis en las personas que concurren por presión de familiares o por condiciones impuestas por otros: jueces, educadores, etc.