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martes, 14 de enero de 2025

El desafío analítico ante las perturbaciones de la demanda

En el seminario La angustia, Jacques Lacan organiza su cuadro de los afectos a partir del tríptico freudiano "inhibición, síntoma y angustia". En este contexto, surge una porción de la práctica analítica que Diana Rabinovich denomina "perturbaciones de la demanda" en su libro Una clínica de la pulsión, las impulsiones.

Estas presentaciones clínicas se distinguen por la ausencia de una posición en la que el sujeto se relacione con el objeto causa de deseo, como ocurre en la histeria. En cambio, se ubican en una posición más próxima al plus de gozar. Aquí, el material clínico no se organiza en torno a un síntoma definido. En su lugar, el discurso del sujeto se caracteriza por la queja y la penuria, predominando una sensación de indeterminación sobre lo que le sucede.

Bajo este enfoque, podemos agrupar estas manifestaciones dentro del campo de las impulsiones y las caracteropatías, según Rabinovich. Estas impulsiones destacan por su componente pulsional, que opera como núcleo del síntoma, es decir, aquello que retiene un carácter gozoso pero no interpela al Otro. Este elemento gozoso no entra en transferencia ni llama a la interpretación; más bien, es el analista quien debe buscarlo. Este núcleo pulsional está revestido por la envoltura significante del síntoma, su metáfora formal.

Dichas presentaciones reflejan más la oposición fantasmática del sujeto que el síntoma en sí mismo, ya que operan como un “tapón” del plus de gozar. Por ello, el trabajo analítico inicial implica inducir en el sujeto un efecto de división que posibilite la formulación de una pregunta, un primer paso hacia lo que Lacan denomina "histerización del discurso", condición fundamental para que el análisis propiamente dicho pueda comenzar.

sábado, 28 de septiembre de 2024

De la queja al síntoma

Al recibir a un paciente que se queja, el analista debe formalizar el síntoma, es decir, que todo eso que el paciente trae se convierta en un enigma para él. Un enigma que le compete, que tiene que ver con algo de sí mismo y su historia.

Ante una queja, el lugar del paciente es de víctima de algo externo que lo daña. No obstante, hay una ajenidad en el sujeto que se queja y sobre eso hay que trabajar para formalizar el síntoma. ¿Pero qué es formalizar un síntoma? El concepto de formalización proviene de la matemática: poner en conceptos operacionales lo que uno escucha: la pulsión, el deseo, la identificación, la idealización, etc... Uno debería tomar la queja y traducirla en estos conceptos.

De esta traducción, se desprenden conclusiones. Cuando el sujeto escucha su queja formalizada, se abre un enigma, en el sentido de qué le pasa con eso que el analista le está diciendo. No se trata de agregar sentido, todo lo contrario: hay que preservar la pureza de la queja, sin agregar nada propio.

Hace tiempo, un paciente varón llegó a consulta con un malestar muy inespecífico referido a su novia. Desde su descripción, se trataba de una buena chica. Parecía un buen encuentro, pero él no se encontraba cómodo con ella. Pero el psicoanálisis no tiene una ética del bien, sino del deseo. El paciente se quejaba y decía que no entendía, porque estaba todo bien.

La idea del analista fue explorar en qué momentos aumentaba la angustia, en qué momentos disminuía, pese a que había una base de angustia permanente en la presencia de ella. Eso reveló que él sufría cuando descubría que ella lo miraba, demasiada pendiente de él. Él quedaba atrapado mirando a ella mirarlo. esta frase le es devuelta, denotando el punto de encierro donde él se sentía atrapado.

Acá tenemos una ligazón a la pulsión, la escópica. Esta traducción de la queja en una modalidad lingüística permitió que él pudiera ver qué le pasaba con la mirada del Otro y la persistencia de la mirada de ella. Este enigma es lo que se necesita para comenzar la cura. Es un punto donde se instala la transferencia, en la medida que el analista capta la cuestión inicial y se gana el lugar transferencial. De estas cuestiones se desprende oro en polvo, en la medida que se ubica cómo ocurrió este encierro.

martes, 11 de junio de 2024

El pasaje del motivo de consulta a la demanda de análisis ¿Cómo lograrlo?

 EL MOTIVO DE CONSULTA ¿Un pedido?

El paciente se presenta a la consulta con una queja por su sufrimiento  psíquico, formulándole un pedido al analista: dejar de sufrir por aquello que relata (sus inhibiciones, sus síntomas o sus angustias).

EL MOTIVO DE CONSULTA ¿Por qué es un gran puente y una oportunidad?

El analista le otorgará un gran valor a la decisión del paciente de consultar porque, para hacerlo, tuvo necesariamente que vencer múltiples resistencias. Así, la consulta es el puente y la “gran oportunidad” de comenzar un tratamiento orientado a “no sufrir de más”, tal como lo expresa J. Lacan.

Intervenciones del analista

El analista escuchará el paciente en su queja y en su sufrimiento con mucho cuidado y respeto. Intentará hacer una lectura que separe dos series  psíquicas:

* La consciente, a la que se refiere la queja.

* La inconsciente y fantasmática del sujeto en aquello que le produce sufrimiento. Posición masoquista, sádica, superyoica o compulsiva.

¿QUE LE DONA EL ANALISTA AL PACIENTE?

Cuándo el analista puede leer la posición subjetiva que el paciente desconoce, por ser inconsciente, y que halla su satisfacción pulsional en el sufrimiento, procederá a donarle su acto de lectura intentando que el sujeto se implique en eso que le pasa y que lo hace padecer.

LA LECTURA DEL ANALISTA ¿Qué gran puerta abre?

Cuándo el sujeto advierte que el mismo está implicado en aquello por lo que sufre  -a través de la lectura donada por el analista- comienza a tener idea de que existe “la otra escena” (inconsciente, fantasmática).


EL PASAJE DEL PEDIDO A LA DEMANDA DE ANÁLISIS ¿Cómo se produce?

Cuando el analista le dona al paciente su lectura acerca de la posición e implicación subjetiva en aquello de lo cual sufre, se produce el pasaje del motivo de consulta a la demanda de análisis. El sujeto se da cuenta que él también, y no sólo el analista, tendrá que hacer su propio trabajo subjetivo en la cura.

LAS PRIMERAS ENTREVISTAS ¿Cómo el analista logra leer el plano inconsciente?

El analista lee principalmente la enunciación del paciente, es decir, su posición inconsciente. Esta lectura se realiza sobre los pequeños detalles: las contradicciones, lo que para el paciente tiene poco valor o importancia, los tropiezos que parecen insignificantes. Y también operará una lectura sobre las clásicas formaciones del inconsciente: lapsus, fallidos, olvidos, ausencias.

sábado, 27 de marzo de 2021

La pasión de la queja

La queja podría definirse como una reacción natural que permite liberar tensiones acumuladas a través de la expresión y la verbalización de un malestar o de una insatisfacción.

El problema comienza cuando la queja se instala en nuestra vida y pasa a convertirse en una actitud, en una manera de pensar y de vivir; en un estado de malestar que se retroalimenta a sí mismo, configurando sistemas de creencias y una manera de autocondicionarnos hacia una versión negativa, es decir, conformando un esquema propio de pensar, de ver y de actuar en el mundo, como si estuviéramos por fuera de él.

¿Qué pasa entrelíneas/ “detrás de escena” cuando nos quejamos?

• Evadimos responsabilidades.
• Nos quedamos en el lugar de “no hacer” o “no poder”.
• Ubicamos la culpa en el exterior: “Todo tiene que ver con los demás, nunca con uno/a mismo/a”.
• El “afuera” comporta el motivo y es responsable de nuestra desdicha, infelicidad o “mala racha”.
• Nos posicionamos en el lugar de la víctima “Todo me pasa a mí”.
• Nos volvemos pasivos/as.
• Desarrollamos dependencia hacia los demás, dado que el bienestar o malestar propio depende de cómo actúen, me traten y hagan “los otros”.

Hay quien afirma que la causa primordial de toda queja es la pereza de vivir, pues la vida da trabajo: a cada momento surgen hechos nuevos, problemas, cosas inesperadas que nos exigen tomar decisiones, reconfigurar rumbos o accionar para resolver. Esto modifica nuestra “inercia” a la que estamos acostumbrados/as y al sentirnos perturbados/as, nace la queja y su redundancia.

La energía que utilizamos para quejarnos constantemente, es la misma que necesitamos para accionar y cambiar lo que no nos gusta, al destinarla a la queja alimentamos un circuito que puede constituir un síntoma psíquico que nos deja padeciendo de forma cíclica.

Reconectar con nosotros/as mismos/as, mirarnos, observar que “el afuera” no nos determina será el camino a las respuestas en nuestro interior, participando sobre nuestra vida y siendo artífices de ella, quebrando el círculo redundante de la queja que muchas veces nos hace permanecer atrapados/as.

jueves, 7 de mayo de 2020

La repetición de lo displacentero: "Nada me sale bien"


¿Por qué se repite lo displacentero? Los sueños traumáticos hay algo que no se puede tramitar, algo se le presenta al sujeto como excitación y excede lo que el aparato psíquico puede soportar y se repite como un intento de procesamiento. 

El primer juego infantil, repetitivo y autocreado, el fort-da, se da en el marco del principio de placer displacer y no de las tendencias mpas allá, que son más arcaicas e independientes que el principio del placer. 

En el tercer apartado de Más allá del principio del placer, Freud empieza a colocar a la repetición en un más allá del principio del placer. Iremos ubicando de qupe se trata la compulsión de repetición, que es fundamental para pensar a la neurosis. En este aparatado, él dará cuenta de los pasos que el hizo en el psicoanálisis como técnica. Dice:

Veinticinco años de trabajo intenso han hecho que las metas inmediatas de la técnica psicoanalítica sean hoy por entero diversas que al empezar. En aquella época, el médico dedicado al análisis no podía tener otra aspiración que la de colegir, reconstruir y comunicar en el momento oportuno lo inconciente oculto para el enfermo. El psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación. Pero como así no se solucionaba la tarea terapéutica, enseguida se planteó otro propósito inmediato:

Esto es importante, porque Freud en el primer tiempo ubicaba todo el valor de la interpretación de hacer consciente lo que ubicaba como pensamiento inconsciente, pero no provocaba cambios a nivel del síntoma, por eso dice que no se solucionaba la tarea terapéutica. Entonces, empiea otro momento de construcción del trabajo: 

instar al enfermo a corroborar la construcción mediante su propio recuerdo.

Es decir, a trabajar con el retorno de lo reprimido. Y esto es lo importante de la construcción, por medio de las formaciones del inconsciente.  

A raíz de este empeño, el centro de gravedad recayó en las resistencias de aquel; el arte consistía ahora en descubrirlas a k brevedad, en mostrárselas y, por medio de la influencia humana (este era el lugar de la sugestión, que actuaba como «trasferencia»), moverlo a que las resignase. Después, empero, se hizo cada vez más claro que la meta propuesta, el devenir-conciente de lo inconciente, tampoco podía alcanzarse plenamente por este camino. El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, «caso justamente lo esencial.

Y miren lo que dice:

 Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia préseme, en vez de recordarlo, como el médico preteriría, en calidad de fragmento del pasado.^

O sea, viene en forma de repetición. Veamos las coordenadas de la repetición.

Esta reproducción, que emerge con tidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se juega {se escenifica} en el terreno de la trasferencia, esto es, de la relación con el médico.

Esto es lo que Freud llama la neurosis de transferencia, cuando en acto con el analista se ponen en juego estos elementos que tienen que ver con la vida sexual infantil, con el tiempo del Edipo. No aparecen dichos en palabras, sino que se escenifican. El sujeto no sabe lo que repite ahí donde repite. Freud continúa:

El médico se ha empeñado por restringir en todo lo posible el campo de esta neurosis de trasferencia, por esforzar el máximo recuerdo y admitir la mínima repetición. La proporción que se establece entre recuerdo y reproducción es diferente en cada caso. Por lo general, el médico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura; tiene que dejarle revivenciar cierto fragmento de su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve cierto grado de reflexión en virtud del cual esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez como reflejo de un pasado olvidado.

Luego veremos de qué se trata lo que se repite. 

Para hallar más inteligible esta «compulsión de repetición» que se exterioriza en el curso del tratamiento psicoanalítico de los neuróticos, es preciso ante todo librarse de un error, a saber, que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la resistencia de lo «inconciente». Lo inconciente, vale decir, lo «reprimido», no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aun no aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia

¿Pero entonces la resistencia de donde viene?

La resistencia en la cura proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento llevaron a cabo la represión. 
(...)
Eliminamos esta oscuridad poniendo en oposición, no lo conciente y lo inconciente, sino el yo ~ coherente y lo reprimido. Es que sin duda también en el interior del yo es mucho lo inconciente: justamente lo que puede llamarse el «núcleo del yo»;'' abarcamos sólo una pequeña parte de eso con el noifibre de preconciente.*

Entonces, Freud ubica la resistencia del analizado en parte de su yo. Ahí hay una nota en el pie de página que nos remite al texto El yo y el Ello.

Pero el hecho nuevo y asombroso aue ahora debemos describir es que la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces..

Ahora vamos a ver qué es lo que se repite:

El florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba destinado a sepultarse {Uníergang} porque sus deseos eran inconciliables con la realidad y por la insuficiencia de la etapa evolutiva en que se encontraba el niño.

Aquí Freud está hablando del complejo de Edipo y su sepultamiento. Esto que dice Freud a continuación tiene que ver con el fundamento, con lo que cae dentro de lo reprimido primordial:

Ese florecimiento se fue a pique {zugrunde gehen] a raíz de las más penosas ocasiones y en medio de sensaciones hondamente dolorosas. La pérdida de amor y el fracaso dejaron como secuela un daño permanente del sentimiento de sí, en calidad de cicatriz narcisista que, tanto según mis experiencias como según las puntualizaciones de Marcinowski (1918), es el más poderoso aporte al frecuente «sentimiento de inferioridad» de los neuróticos.

O sea, que en el tiempo del Edipo y por la amenaz de castración para el varón que tiene que abandonar la satisfacción y para la niña el fracaso del punto del amor, por su propio peso el complejo de Edipo se va a pique y quedan sensaciones hondamente dolorosas de fracaso y de pérdida. Entonces, en el neurótico aparece la queja:

«No puedo lograr nada; nada me sale bien».

Siempre me pasa lo mismo, siempre me encuentro con el desengaño...

El vínculo tierno establecido casi siempre con el progenitor del otro sexo sucumbió al desengaño, a la vana espera de una satisfacción, a los celos que provocó el nacimiento de un hermanito, prueba indubitable de la infidelidad del amado o la amada; su propio intento, emprendido con seriedad trágica, de hacer él mismo un hijo así, fracasó vergonzosamente; el retiro de la ternura que se prodigaba al niñito, la exigencia creciente de la educación, palabras serias y un ocasional castigo habían terminado por revelarle todo el alcance del desaire que le reservaban.

O sea, de ser el centro de atención de los padres, aparece el desaire, la falta de atención. Esto provoca sentimientos de pérdida del amor.

Así llega a su fin el amor típico de la infancia; su ocaso responde a unos pocos tipos, que aparecen con regularidad. Ahora bien, los neuróticos repiten en la trasferencia todas estas ocasiones indeseadas y estas situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran habilidad. Se afanan por interrumpir la cura incompleta, saben procurarse de nuevo la impresión del desaire, fuerzan al médico a dirigirles palabras duras y a conducirse fríamente con ellos, hallan los objetos apropiados para sus celos, sustituyen al hijo tan ansiado del tiempo primordial por el designio o la promesa de un gran regalo, casi siempre tan poco real como aquel. Nada de eso pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría un displacer menor si emergiera como recuerdo o en sueños, en vez de configurarse como vivencia nueva.

¿Vivencia nueva de qué modo? Está puesta en acto con aquel que se tiene en frente. En este caso, en transferencia, es con el analista. Repite con el analista aquello que fue modelo de amor y desengaño, por decirlo de alguna manera. 

Se trata, desde luego, de la acción de pulsiones que estaban destinadas a conducir a la satisfacción; pero ya en aquel momento no la produjeron, sino que conllevaron únicamente displacer. Esa experiencia se hizo en vano.* Se la repite a pesar de todo; una compulsión esfuerza a ello. Eso mismo que el psicoanálisis revela en los fenómenos de trasferencia de los neuróticos puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas. En estas hace la impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar; y desde el comienzo el psicoanálisis juzgó que ese destino fatal era autoinducido y estaba determinado por influjos de la temprana infancia. La compulsión que así se exterioriza no es diferente de la compulsión de repetición de los neuróticos, a pesar de que tales personas nunca han presentado los signos de un conflicto neurótico tramitado mediante la formación de síntoma. Se conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: benefactores cuyos protegidos (por disímiles que sean en lo demás) se muestran ingratos pasado cierto tiempo, y entonces parecen destinados a apurar entera la amargura de la ingratitud; hombres en quienes toda amistad termina con la traición del amigo; otros que en su vida repiten incontables veces el acto de elevar a una persona a la condición de ^mínente autoridad para sí mismos o aun para el público, y tras el lapso señalado la destronan para sustituirla por una nueva; amantes cuya relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en idéntico final, etc. Este «eterno retorno de lo igual» nos asombra poco cuando se trata de una conducta activa de tales personas (...)

 El eterno retorno de lo igual es tomado por Lacan cuando dice que lo real retorna al mismo lugar. 

Nos sorprenden mucho más los casos en que la persona parece vivenciar pasivamente algo sustraído a su poder, a despecho de lo cual vivencia una y otra vez la repetición del mismo destino. Piénsese, por ejemplo, en la historia de aquella mujer que se casó tres vecgs sucesivas, y las tres el marido enfermó y ella debió cuidarlo en su lecho de muerte.' La figuración poética más tocante de un destino fatal como este la ofreció Tasso en su epopeya romántica, la Jerusalén liberada. El héroe, Tancredo, dio muerte sin saberlo a su amada Clorinda cuando ella lo desafió revestida con la armadura de un caballero enemigo. Ya sepultada, Tancredo se interna en un ominoso bosque encantado, que aterroriza al ejército de los cruzados. Ahí hiende un alto árbol con su espada, pero de la herida del árbol mana sangre, y la voz de Clorinda, cuya alma lestaba aprisionada en él, le reprocha que haya vuelto a herir a la amada. En vista de estas observaciones relativas a la conducta durante la trasferencia y al destino fatal de los seres humanos, osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer.

En este punto, Lacan empieza a ubicar el plano del goce. 

Y ahora nos inclinaremos a referir a ella los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al juego en el niño. Debemos admitir, es cierto, que sólo en raros casos podemos aprehender puros, sin la injerencia de otros motivos, los efectos de la compulsión de repetición. Respecto del juego infantil, ya pusimos de relieve las otras interpretaciones que admite su génesis: compulsión de repetición y satisfacción pulsional placentera directa parecen entrelazarse en íntima comunidad.

O sea, que por un lado va el principio del placer y la compulsión a la repetición parecen enlazarse. 

En cuanto a los fenómenos de la transferencia, es evidente que están al servicio de la resistencia del yo, obstinado en la represión; se diría que la compulsión de repetición, que la cura pretendía poner a su servicio, es ganada para el bando del yo, que quiere aferrarse al principio de placer.*" Y con respecto a lo que podría llamarse la compulsión de destino, nos parece en gran parte explicable por la ponderación ajustada a la ratio {rationelle Erwdgung}, de suerte que no se siente la necesidad de postular un nuevo y misterioso motivo. El caso menos dubitable es quizás el de los sueños traumáticos (...)

Lo que resta es bastante para justificar la hipótesis de la compulsión de repetición, y esta nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional * que el principio de placer que ella destrona. Ahora bien, si en lo anímico existe una tal compulsión de repetición, nos gustaría saber algo sobre la función que le corresponde, las condiciones bajo las cuales puede aflorar y la relación que guarda con el principio de placer, al que hasta hoy, en verdad, habíamos atribuido el imperio sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica. 

Este apartado termina así, o sea que hasta hoy coloca a placer-displacer este nuevo elemento que es la compulsión a la repetición, donde aparece el más allá del principio del placer, mucho más originario y que se juega de otro modo.

Finalmente, en el punto de la pérdida del amor y el fracaso, es importante tenerlo en cuenta porque Lacan planteará después que en el fantasma se va a plantear esto que nunca sucedió, que tiene que ver con la pérdida de amor, con el fracaso, con lo que nunca funcion, con el desengaño, con esto de que nada le sale bien. El neurótico arma siempre esta imposibilidad en su fantasma: está metido en esa burbuja.   

La próxima vez seguiremos avanzando en lo que Freud va elaborando en relación a la compulsión a la repetición.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Nota sobre las entrevistas preliminares en psicoanálisis.

El presente ensayo tiene como objetivo introducir de forma panorámica al lector dentro del momento lógico de las Entrevistas preliminares (EP), trazando inicialmente un recorrido por los antecedentes freudianos, pasando por los cambios “técnicos” introducidos por la Ego-psychology. Las EP corresponden a la propuesta de Lacan para situar el diagnóstico estructural, la transferencia y la rectificación subjetiva. Se propone la necesidad de hacer existir lo inconsciente para el paciente, reconociendo el valor de las sus producciones y otorgándole un valor causal.

El tiempo es un factor determinante en este tipo de encuentros, una presión que me fuerza a presentar un trabajo que más que intentar agotar el tema busca generar una apertura, y precisamente de eso es lo que se tratan las entrevistas preliminares, de crear una apertura ¿a qué? a lo inconsciente.

El psicoanálisis es una práctica clínica que se ubica allá de una mera teoría y/o técnica; su praxis se enmarca en el campo de la ética. Esta defensa se encuentra claramente desde Freud, sólo basta revisar su artículo “Sobre la iniciación del tratamiento”, para percibir su interés en no ofrecer directrices ni reglas técnicas a los analistas jóvenes. Invita a que la única regla fundamental del análisis sea la asociación libre, principio rector de la terapia psicoanalítica.

Como se sabe, las entrevistas preliminares son una práctica propia de la enseñanza de Lacan, nacen en el contexto de la separación de Lacan con el órgano rector del psicoanálisis –la IPA–, en la época en la que se posiciona la Ego-psychology como paradigma teórico dominante, lo que trajo paralelamente un afán de estandarización de la técnica psicoanalítica.

Las entrevistas preliminares son entonces una práctica que permite convocar al paciente para la entrada al análisis. A diferencia del encuadre, no se cuenta con un número de sesiones determinadas, más bien se trata de presentar al paciente la indeterminación que propone el enfoque, a decir, la variación –escansión– del tiempo, la asociación libre y en últimas, a la falta control. Esto sirve de soporte para indicar que el psicoanálisis es una práctica que trabaja con la falta –la castración–.

Voy a presentar tres funciones que tienen las entrevistas preliminares, tres elementos que se desarrollan de manera paralela y simultánea; su clímax desemboca en el inicio del análisis.

La primera es una función diagnóstica. Este tiempo le servirá al analista para localizar las particularidades del goce y deseo del sujeto, de tal forma, que se logre situar en una estructura y más específicamente en un tipo clínico. Este diagnóstico pondrá en evidencia la forma de relación del sujeto con el Otro.

Para el ser humano el encuentro con la sexualidad es estructural, el Edipo será el estadio donde este encuentro se consolidará, es el momento inaugural del sujeto. Allí el sujeto tendrá que vérselas con los goces paternos, con la prohibición, la ley, la castración.

El sujeto tendrá diferentes maneras de resolver este encuentro; tres indica Lacan. Es posible que un sujeto pueda reprimir este encuentro, sin ningún tipo de garantía de su éxito, pues esta represión falla y lo reprimido retorna a manera de síntoma; esto para el caso de las neurosis.

Otro camino es la renegación de este encuentro con la diferencia sexual, apareciendo el objeto fetiche como aquello que llena la ausencia fálica denegando la diferencia de los sexos. Siendo este el mecanismo de la perversión.

Para el caso de las psicosis el sujeto rechaza –forcluye– el encuentro, así el psicótico estaría inmerso en un mundo simbólico donde no tendrá los elementos que posee en neurótico para responder, apareciendo el delirio como un intento de curación, un retorno en lo real.

Cada estructura se caracteriza por tener unos tipos clínicos determinados, herederos, en parte, de la nosografía de la psiquiatría clásica. Profundizaré un poco más en la neurosis. Freud consideraba que existían tres neurosis básicas, la histeria, la obsesión y la fobia.

Para Lacan, la fobia no cumple la condición de estructura, más bien, su mecanismo es análogo al del objeto fetiche en la perversión, aparece para tapar algo que falta a nivel de la función paterna. Así cada tipo clínico se caracteriza por tener una relación particular con el goce y el deseo.

Por su parte la transferencia será el motor de la cura analítica, sin embargo, una relación transferencial de alta intensidad podrá generar las más fuertes resistencias por parte del paciente; así que es necesario maniobrar la transferencia en la justa medida que requiera cada caso.

La instauración de la transferencia analítica será decisiva para el inicio del análisis. Es necesario resaltar, que la transferencia se empieza a perfilar incluso desde antes de la primera cita con el paciente, en la medida que lo que está a la base es el saber; el saber que supone el analizante al analista sobre su padecer.

Esta es la propuesta de Lacan, situando el Sujeto supuesto Saber cómo eje pivote de la transferencia. Por consiguiente, la transferencia es producto de esta demanda de saber y lo que se encuentra tras esta demanda es una demanda de amor; el amor que produce el saber, una demanda de amor que se dirige al analista.

Lacan va aún más allá, situando que lo que está en el fondo no es sólo el saber, sino el objeto causa del deseo, es decir el objeto a, del cual el analista es responsable es cuanto es el semblante de este. Este objeto a está en la misma posición, tal como lo indica Lacan, que el agalma que se atribuye a Sócrates en el Banquete de Platón.

En tercer lugar, las entrevistas preliminares deben contribuir construcción de un síntoma que se distinga claramente de la queja inicial que presenta el paciente, así se develará la estructura de su padecer, la cual en el mejor de los casos tendrá que ser dirigida al analista; implicando que el sujeto asuma una posición frente al mismo, que se haga responsable de su sufrimiento. Procedimiento que podemos titular como rectificación subjetiva.

Esta rectificación subjetiva varía del tipo clínico, para el caso de las neurosis se trata de posicionar al sujeto en las coordenadas de su deseo imposible, del lado de la neurosis obsesiva y del deseo insatisfecho del lado de la histeria.

En la teoría todo parece sencillo, pero los practicantes del psicoanálisis, sobre todo los jóvenes, saben que no es así. Por ejemplo, Colombia es un país donde no hay una cultura de la salud mental, quien asiste al consultorio de un analista muy pocas veces lo hace bajo una demanda explícita de un psicoanálisis. Las personas no saben de la existencia de lo inconsciente y precisamente la función del analista será dejarlo ser.

Para nada se trata de someter al paciente a un seminario sobre teoría lacaniana, pero sí de demarcar el sentido que tienen los lapsus, los olvidos, los sueños; demarcar la existencia del Otro, el goce, el deseo. Que allí está lo inconsciente, que habla y es un saber no sabido, que nace de la mano con el equívoco y el malentendido.

Se debe ser muy cauteloso en este punto, pues existe el gran riesgo de pasar de un discurso a otro. En el discurso del psicoanálisis el saber está del lado del sujeto, aun así el analista también posee un saber y deberá encontrar la forma precisa de usarlo para no generar una fascinación al saber.

Me atrevería a poner este último elemento como una cuarta función de las entrevistas preliminares, precisamente, hacer existir lo inconsciente para el sujeto, una posición epistémica contribuiría a una invención óntica, por medio de una apuesta ética.

Nota: Texto tomado de la ponencia titulada “Las entrevistas preliminares: la existencia de lo inconsciente”. Dicho trabajo fue presentado en el “Primer Encuentro Nacional de los Foros del Campo Lacaniano de Colombia”, organizado por el Foro de Psicoanálisis del Campo Lacaniano de Pasto y la Corporación Universitaria Minuto de Dios, en San Juan de Pasto, Colombia, el día 3 de noviembre de 2017.

Bibliografía Sugerida
Bekerman, J. (1986) “Estructuras Clínicas”. En Revista Espacio Analítico. Publicación del Centro de Estudios Psicoanalíticos Sigmund Freud de Tucumán. 3-4 Año III. Pág. 195- 200.
Freud, S. (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento” Obras completas. Tomo XII. Amorrortu editores. Buenos Aires.
Quinet, A (1996) Las Cuatro Condiciones Del Análisis. Editorial Atuel, Buenos Aires.
Silvestre, M. (1986) “Al encuentro de lo Real en la clínica psicoanalítica”. Revista Espacio Analítico. Publicación del Centro de Estudios Psicoanalíticos Sigmund Freud de Tucumán. 3-4 Año III 1986. Págs. 9-17
Sinatra, E (2004) “Las entrevistas preliminares y la entrada en análisis”. Cuadernos del instituto Clínico de Buenos Aires -9. 1° Ed. Buenos Aires.
Soler, C. et al. (1984). “Standars no Standars”. En ¿Cómo se analiza hoy? Buenos Aires: Manantial; Pág. 100-123.

Fuente: Fabián Yesid García Valenzuela (2018) "Nota sobre las entrevistas preliminares en psicoanálisis.".

viernes, 12 de julio de 2019

Entrevistas preliminares: ¿Cuándo se pasa al dispositivo analítico?

Alguien nos deriva un paciente: un colega, un conocido, un familiar, un amigo u otro paciente y pide una entrevista. Acordamos un horario y comienza un tiempo. Tenemos que tener en cuenta que los significantes de la derivación van a tener su peso en la constitución de la demanda, que solo se arma en transferencia, que es algo que se va construyendo.

El tiempo de entrevistas preliminares, como las denominó Lacan, es un tiempo lógico y no cronológico. Es un tiempo de una operatoria donde se da inicio o no a un tratamiento. No todos los pedidos se pueden constituir en demanda de análisis, por eso es un umbral que hay que atravesar. Las entrevistas preliminares tienen por función el establecimiento de la transferencia, del sujeto supuesto saber, de la demanda y la construcción del síntoma analítico

Decimos que es un tiempo de operatoria donde se da inicio o no a un análisis. Justamente, porque depende de la respuesta subjetiva, de la estructura clínica de aquel que consulta. Medir la relación al lenguaje, la trnsferencia, el síntoma, el lugar del saber, nos permite saber si se trata de una neurosis, una psicosis o una perversión. 

Vamos a partir de las entrevistas preliminares para la neurosis. El análisis no es una relación de diálogo. es necesario, en este tiempo, que el que consulta se instale en el trabajo con el lenguaje. Es corte con las relaciones habituales, es un tiempo necesario de instalación de una rutina, que se construye. Las entrevistas preliminares permiten al que viene plantear su padecimiento, su dificultad de relación al otro, su fantasma. 

En los primeros encuentros, mediante la operatoria de trabajo con el lenguaje, el analista hace posible la ubicación del tropiezo de lo dicho: lapsus, un relato que no cierra, unas palabras que se empiezan a marcar como significantes. Esto va haciendo a la emergencia de relatos de que quien consulta no pensaba decir o no tenía idea que eso podía enunciar. El trabajo con el lenguaje va a permitir la distinción entre enunciado y enunciación. Esta distinción entre enunciado y enunciación es un efecto de la represión. 

El analista tiene que operar para hacer surgir allí en quien consulta lo que no dice. Desde el lado de quien consulta, en este tiempo de entrevistas, hay descubrimiento de que en lo que padece está implicado el sujeto del inconsciente. Es llevado por algo que lo sobrepasa y lo domina: los significantes. El analista desplaza la queja personal para hacer captar al sujeto comprometido con su historia en las generaciones, no como algo fatal, sino como algo del orden de una cadena, sujetado en una cadena, sujeto sujetado al orden del lenguaje. 

Voy a leerles un párrafo de Lacan de Subversión del sujeto y dialéctica del deseo:

Pero de lo que se trata en Freud es de otra cosa, que es ciertamente un saber, pero un saber que no comporta el menor conocimiento, en cuanto que está inscrito en un discurso del cual, a la manera del esclavo-mensajero del uso antiguo, el sujeto que lleva bajo su cabellera su codicilo que le condena a muerte no sabe ni su sentido ni su texto, ni en qué lengua está escrito, ni siquiera que lo han tatuado en su cuero cabelludo rasurado mientras dormía.

Las marcas significantes. Ahora un párrafo más, de Función y campo de la palabra:

El inconsciente es ese capitulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo mas a menudo ya está escrita en otra parte. A saber: 
—en los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir el núcleo histérico de la neurosis donde el síntoma histérico muestra la estructura de un lenguaje y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede sin pérdida grave ser destruida; 
—en los documentos de archivos también: y son los recuerdos de mi infancia, impenetrables tanto como ellos, cuando no conozco su proveniencia; 
—en la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter
—en la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroificada vehiculan mi historia; 
—en los rastros, finalmente, que conservan inevitablemente las distorsiones, necesitadas para la conexión del capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido restablecerá mi exégesis. 

Me parecen que son 2 párrafos importantes, en relación a la marca significante y dónde leer el capítulo censurado, que están marcados por un blanco u ocupados por un embuste. ¿Dónde leer la verdad? Eso toca el trabajo en análisis y la ubicación en las entrevistas, que es el comienzo del camino. Freud usaba la metáfora de un viaje. 

Al comienzo de la tarea analítica está la transferencia, nos dice lacan. Luego hay otro termino que se anuda, que es el de sujeto supuesto saber. Tiene 3 términos: sujeto, el saber y la suposición. Al analista se le supone un saber sobre el inconsciente. Es una significación de saber, no un saber del analista o del paciente. El analista es soporte de esa figura de sujeto supuesto saber. No lo tiene que creer. Si cree que es el que sabe, se desvía. Se despliega en transferencia, ya que se sitúa entre paciente y analista. La transferencia es un fenómeno que incluye juntos al paciente y al analista. Es un fenómeno fundamental ligado al deseo, así es como Freud lo descubrió. 

En el caso de Anna O., una paciente histérica que la atendía Breuer y llegó a cierto punto donde Anna había armado un enamoramiento con Breuer. Se pensaba embarazada del médico y él se asustó de este amor, porque seguramente tenía puesto su deseo ahí. Dejó de atenderla y le pidió a Freud que siguiera. A partir de ese momento Freud descubrió que el fenómeno no era con el médico, sino que se pone en acto algo allí que tiene que ver con Anna y no con él. Esto tiene su historia en el psicoanálisis, porque después Breuer emprendió un viaje con su mujer. Parece que él la veía a Ana todos los días y su mujer estaba bastante enojada, entonces se llevó de viaje a la mujer y la embarazó a ella. Andaba dando vuelta ahí la cuestión del embarazo. 

En cuanto hay un sujeto que supone ahí un saber sobre el inconsciente, hay transferencia. La instalación de sujeto supuesto saber permite al paciente el pasaje de la transferencia imaginaria a la transferencia simbólica. Es la posibilidad de que surja ese "Yo no sabía", institución del sujeto supuesto saber. No sabía o nunca lo pensé así, distintas maneras de enunciarlo. No solo en la relación analítica hay efectos de transferencia. 

En la experiencia analítica la presencia del analista es una manifestación del inconsciente. Esto quiere decir la consecuencia de la palabra en el sujeto. El pasaje de la transferencia imaginaria (es con lo que llega a la consulta, tiene que ver con la derivación, con el primer encuentro) con: 
  • la instalación del sujeto supuesto saber posibilita la transferencia a los significantes del psicoanálisis, en esa suposición de saber adjudicada al analista; 
  • la constitución de la demanda, que como dijimos no es pedir. La demanda es inconsciente y es de constitución de construcción. La demanda no tiene continuidad con el pedido ni con la queja. Es un efecto de trabajo, se trata de pasar a contar a contarse. 
  • La dimensión del síntoma y no de la queja. Cuando alguien consulta llega con su limitado bagaje de significantes, con su queja, con su padecimiento a un analista. Llega del modo que le es propio y único. Propio y punico porque toca la constitución de cada sujeto: como es la relación con el otro, con el Otro. Pasar de la queja a un pregunta.

El analista puede pasar a ocupar el lugar de ese sujeto al que se le supone un saber, en la medida en que es objeto de la transferencia. El sujeto que consulta, en un principio no le da este lugar. Es un efecto de la operatoria del analista en las entrevistas. Esto que hace surgir el analista y que marca en el decir del paciente, tiene este efecto del "yo no sabía que esto estaba en mi, que esto era así". Ama la dimensión de la pregunta, del enigma. El analista, nos dice Lacan, no se presenta como un Dios. No es un dios para su paciente.

La formación del analista exige que sepa por dónde conducir a su paciente y esto le es transmitido a él en la propia experiencia del análisis. En la medida en que se supone que el analista sabe, se supone que irá al encuentro del deseo inconsciente. Lacan nos dice en Los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis que el deseo es el eje, el pivote, el mango, el martillo, gracias al cual se aplica el elemento fuerza, la inercia, que es tras lo que formula primero en el discurso del paciente como demanda, o sea, la transferencia. 

La transferencia simbólica es suposición de saber dirigido no al analista, sino a su posición. La posición del analista en relación al psicoanálisis o a los sinificantes del psicoanálisis. El psicoanalista semblantea ese lugar donde es soporte de ese saber supuesto. De lado del analista está en juego el deseo de analista, que tiene una función esencial, porque es una relación del deseo con el deseo. 

Para terminar hoy con este tiempo preliminar de las entrevistas, se arma la demanda. Lacan dice que esta demanda los fuerce a los que consultan a hacer un esfuerzo, esfuerzo que implica el comienzo de un análisis.  Cuando se construyen estos elementos que ubicamos hoy, es el momento de pasaje al dispositivo analítico. 

Les decía que aspi las entrevistas preliminares se dan para la neurosis, porque para la psicosis se presenta algo totalmente distinto. 

  • No está en juego la dimensión de la demanda ni del síntoma. Se trata de la irrupción de fenómenos de lo real que abruman, irrupción de un goce sin acotamiento, ya que el Otro está forcluido. 
  • Su relación al saber se presenta como certeza y no hay posibilidad metafórica en el trabajo con el lenguaje. No hay dimensión dialéctica.
  • El inconsciente está a cielo abierto, así que no está la dimensión del enunciado y la enunciación en juego
En este punto, el tiempo de las entrevistas es el momento en el cual se sitúan estos elementos para situar la dirección a la cura. 

martes, 11 de diciembre de 2018

¿Qué es un síntoma?


Pensemos en un paciente que no esté anoticiado de una fobia, por ejemplo. Pienso en una paciente que tenía sus destinos trazados, siempre fijos e iba a todos lados en taxi. Ella no tenía noticias de que tenía una agorafobia y que no podía salir a la calle. Con su camino ya trazado, no se preguntaba nada de esto. Pero en el análisis se empieza a preguntar sobre esto y se construye ahí este síntoma, que antes no era. Un médico diría que hay un síntoma, pero al síntoma analítico hay que construirlo. El síntoma en análisis surge cuando le dirige la pregunta al analista, porque un sujeto puede venir padeciendo de algo y no hacerse ninguna pregunta.

El síntoma es algo de lo que el sujeto se quiere desembarazar; le pide ayuda al analista diciendo que esto no lo soporta más. El síntoma es extranjero a mi. Es algo extraño pero a la vez lo más propio, aunque se siente insoportable y extraño.

Cuando uno empieza a escuchar por la vía de la comprensión, una queja puede seguir desplazándose metonímicamente hasta el infinito. Uno tiene que escuchar hasta ponerle un punto de basta. De este recorte (que puede ser de una queja, de un impedimento o una inhibición), uno empieza a pedir una historización sobre esto. Siempre vamos a constituir síntoma al cernir algo e historizarlo. Vía la asociación libre, va a articular con otros significantes y lo va a llevar a este Otro que no “lo ha dejado”.

Todo podría ser llegar a ser un síntoma si algo no se puede, si algo se repite o de la relación del sujeto con el Otro, digamos. Esto se escucha permanentemente en el discurso de los neuróticos, que vienen a hablar de esto. El analista puede suponer un síntoma, pero quizá para ese sujeto no lo es, por eso hay que pensar qué se puede cernir para construir un síntoma. El neurótico siempre viene quejándose del Otro. Síntoma va a ser si el sujeto se pregunta por lo que le pasa y el analista debe ayudar a construir esa pregunta.

viernes, 23 de marzo de 2018

Cinco modelos de relaciones de pareja.

Miller (2003) plantea en el texto La pareja y el amor, cinco tipos de modelos de relación de pareja, a manera de hipótesis, como un ejercicio de reflexión sobre los problemas que se presentan en las relaciones de pareja contemporáneas. 

El primer modelo él lo denomina «elección de objeto narcisista». En efecto, se trata de esas parejas que se eligen con base a su narcisismo, con base a su amor propio, es decir, eligen al otro en la medida en que ese otro se parece a ellos mismos, o se elige al otro en la medida en que el otro representa lo que se quiere llegar al ser; en este caso el otro funciona como Yo ideal. De hecho Freud mismo plantea que en esta elección de objeto narcisista, se puede elegir al otro en la medida en que ese otro representa lo que uno fue, lo que uno es, o lo que uno quisiera llegar a ser. De todos modos, el narcisismo siempre está en juego en la elección del objeto amoroso. Esto es lo que hace a esa elección, algo engañosa, ya que al amar al otro, el sujeto se está amando a sí mismo, de tal manera que cuando un sujeto le dice al otro “como eres de lindo”, faltaría agregar a esa frase, “como yo”: “eres tan lindo, como yo”, “eres tan inteligente, como yo”, y así sucesivamente con cada una de las frases halagadoras que la pareja le dirigen al otro. Así pues, en el amor narcisista la verdad es que el sujeto no ama al otro, sino que se ama a sí mismo en el otro.

lunes, 8 de enero de 2018

El feminismo y el hombre que no existe.

Jacques Lacan afirmaba que el "Don Juan" era una fantasía femenina, en la medida en que este personaje sería una suerte de "varón universal", es decir, ¡que no existe! Dicho de otro modo, un hombre que no esté afectado por un deseo que no divida a las mujeres es una contradicción. En definitiva, el hombre ideal (el "príncipe azul") es una fantasía que, quizá, deberíamos pensar más bien como histérica antes que femenina.

Por esta vía, la noción de "envidia del pene" (penisneid) también podría ser matizada como un rasgo propio de la histeria en las mujeres. Esta posición, lo que permite cernirla en un análisis, no radica en que la mujer quiera tener un pene, sino en la actitud de denuncia en que se sitúa para reclamar que ella también debería tenerlo. Dicho de otra forma, esa actitud envidiosa implica una posición de queja, cuyo carácter contradictorio estriba en que se pide algo que, en sentido estricto, es dispensable, porque la demanda se sostiene por sí misma. De manera concreta, alcanza con un simple ejercicio para demostrar el carácter histérico de una reivindicación semejante: dar lo que se pide, y que la respuesta sea "no es eso". Es algo que puede ser reconducido al título de un clásico y hermoso libro de Emilce Dio Bleichmar: El feminismo espontáneo de la histeria, como criterio para eventualmente distinguir entre reclamos realmente concernidos con una cuestión de género y lo que, otras veces, es simple pataleo.

Recuerdo sobre este punto el caso de una militante feminista que, en cierta ocasión, me acusó de "misoginia" a partir de un chiste. Sin duda mi chiste se basaba en un uso irónico de la misoginia, que no es mi posición, pero lo llamativo es que esta mujer se ubicara en una actitud de "denuncia" sin desarrollar un argumento. ¿Desde qué lugar se puede andar enjuiciando a los otros en un claro ejemplo de "terrorismo lingüístico"? Lo más dramático es la paradoja performativa que esto arroja: quien busca una supuesta liberación, termina ejerciendo una actitud totalitaria. Las palabras, como tales, no son misóginas (o lo que sea), sin atender a los argumentos en que se encadenan. Andar prohibiendo o estigmatizando palabras (incluso para denunciar su carácter estigmatizador) es poco menos que una actitud fascista. La otra cara de esta pseudo-posición militante y pseudo-feminista, es el discurso educador en el que termina encallando, que recuerda más bien a Stalin y el uso perverso de la sentencia "Los hechos son los hechos". Porque si éste fuera el caso, todo está permitido.

Sin embargo, a expensas de este rodeo por la posición histérica en las mujeres, me interesa ubicar otra cara de esta fantasía de reclamo, esta suerte de afán justiciero, en los varones: lo que podría llamarse la fantasía de "Robin Hood", y que encontramos en muchos sujetos histéricos que, desde una posición heroica, apuntan contra el poder de turno.., sin acceder nunca a ese poder. La oposición constante, que sólo puede ser oposición, porque su actitud se sostiene en desconocer el lugar desde el cual ataca a ese Otro que, como en toda fantasía histérica, es el seductor que nos robó traumáticamente el paraíso perdido. El estatus neurótico de esta posición se manifiesta en que también se funda en una contradicción: Robin Hood roba a los ricos, es decir, es un ladrón que roba a otro ladrón y que, por lo tanto, justifica su acto en que no es él quien está detrás de semejante realización (el ladrón ¡es el otro!). Asimismo, el carácter incestuoso de su deseo se expresa en que está destinado a irrealizarse (porque la culpa sería insoportable): es el caso de aquellos que son grandes especialistas en "remarla", pero que con una mano bracean y con la otra se hunden. Esta idea no es para nada novedosa; es lo propio del síntoma histérico tal como lo entreviera en el caso de la muchacha que con una mano se sube la pollera y con otra se la baja. Para el contexto que aquí concierne, esta circunstancia clínica podría permitir entender muchas de las actuales presentaciones que en la consulta se nombran como "autoboicot" en muchos varones.

Fuente: Luciano Lutereau, Imago Agenda N°200, Enero - Febrero 2017