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lunes, 18 de agosto de 2025

El cuarto anudante: del decir fundante al decir que anuda

En esta entrada vimos el cambio que produce en la estructura de la cadena borromea la inclusión de un cuarto elemento. Este cuarto introduce la posibilidad de un sentido como orientación: algo que dirige, ordena y regula allí donde el sujeto se enfrenta con el “desarreglo”. Incluso, salvando las diferencias, podríamos asociar esta función orientadora a aquella “carretera principal” del Seminario 3, que traza un camino en el terreno donde no hay relación.

Este sentido no es una significación; se trata de un sentido real, un “ausentido” como lo nombra Lacan en L’Etourdit, condensando en un neologismo la imposibilidad de significación plena.

El síntoma, en tanto uno de los Nombres del Padre, funciona como cuarto anudante y adopta la modalidad de un decir: un decir que anuda. Aquí se vislumbra un desplazamiento que a la vez es una conexión: un decir fundante en lo modal y un decir anudante en lo nodal. Ambos se conjugan, pues fundar es también anudar. Esta articulación confirma que el inconsciente oscila entre lo modal y lo nodal.

¿Por qué fundar por anudar? Porque al mantener unidas las tres consistencias, se cimenta la posibilidad del nudo como soporte del sujeto. No hay sujeto sin orientación y sin límite. Si ese cuarto no entra en juego, las consistencias permanecen “disjuntas” y la pregunta se impone: ¿qué tipo de sujeto podría suponerse en esas condiciones?

En suma, lo que opera como cuarto a nivel de RSI es la nominación: una función de suplencia que, al dar un nombre, permite al sujeto suturar su relación a una cadena en la que ocupa el lugar de término faltante.

Queda entonces la pregunta: ¿cuál es la consistencia de la nominación?, y si acaso esta consistencia sólo puede sostenerse en una nominación particular. Es un interrogante que evidencia la pérdida de la primacía de lo simbólico y que justifica que Lacan hable de “los” Nombres del Padre, en plural.

jueves, 7 de agosto de 2025

De la metáfora a la escritura: la topología como acceso a lo real

Planteábamos que la orientación topológica del final de la enseñanza de Lacan responde a una pregunta fundamental: ¿cómo trascender el campo de la metáfora, en tanto esta no alcanza a lo real? Frente a este límite, la topología no se presenta como metáfora ni como analogía: es la estructura misma. Por eso, las distintas configuraciones topológicas que Lacan introduce a lo largo de casi tres décadas —desde la cinta de Moebius hasta el nudo borromeo— deben entenderse como modos diversos de leer y escribir la estructura.

En esta clave, la topología es una lectura del lenguaje, pero no del lenguaje como sentido, sino como cadena. Por eso Lacan puede afirmar que la topología es una retroacción del orden de la cadena en que consiste el lenguaje. Esa retroacción implica que, a nivel estructural, lo que importa no es el orden secuencial, sino la orientación, es decir, la relación entre los elementos, su co-presencia y su anudamiento. Este desplazamiento permite concebir el pasaje lógico del "al menos dos" al "al menos tres", que marca el advenimiento mismo de la estructura.

Si el “al menos tres” instaura el nudo —o sea, estructura propiamente dicha— entonces el orden, el relato, lo seriado, pertenecen a una lógica suplementaria, que intenta responder al lapsus estructural, es decir, a aquello que falta, o más precisamente, a aquello que no hay.

Este momento de la enseñanza, que se sitúa en torno al seminario Aún, está atravesado por una tensión: Lacan ya ha accedido a la noción de nudo, pero todavía se sirve de la topología de superficies (como lo demuestra su insistencia en las bandas de Moebius, toroides y botellas de Klein). Por eso puede afirmar que la estructura es solidaria de lo aesférico. Esa noción de lo aesférico marca una orientación: la estructura no remite a una forma cerrada, homogénea y centrada (como la esfera), sino a una forma agujereada, inestable, que introduce la ex-sistencia del sujeto.

Sin embargo, con el pasaje al anudamiento borromeo, se abre una nueva lectura —una lectura no métrica del espacio, sino consistencial. En este registro, el sujeto solo puede sostenerse si hay nudo; y si hay un cuarto anillo, síntoma, es porque el nudo a tres no basta para sostener la consistencia. Así se articula un punto decisivo: sin estructura entendida como anudamiento, no hay forma de conectar el corte fundante del decir con las vueltas del dicho que permiten transformar la estructura. Esta articulación no es especulativa: tiene consecuencias clínicas.

Por eso, Lacan puede afirmar en L’étourdit que la estructura es el único acceso a lo real, y lo concebible de lo real en tanto lo demuestra. El uso del verbo “demostrar” es crucial, porque remite a la escritura. Ya no se trata de descifrar un sentido, ni de traducir un significante. La práctica analítica pasa entonces por escribir lo que no se puede decir, por localizar lo imposible no ya del decir, sino del escribir.

Así, el análisis deja de ser un viaje de retorno al sentido y se convierte en un acto de corte, de localización, de maniobra sobre la estructura misma. Y allí donde no hay relación, el nudo, en su forma fallida o consistente, hace escritura.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Del lapsus al nudo: escritura, falla y saber en el Seminario 21

En el Seminario 21, Les non-dupes errent, Lacan introduce, a nivel de la estructura borromea, la idea de un lapsus como localización de una falla en el anudamiento. Este gesto —que puede leerse como un homenaje a Freud, quien colocó al lapsus en el corazón del inconsciente— implica también una distancia decisiva respecto de la concepción freudiana. El lapsus no solo revela lo reprimido: en Lacan, escribe la inexistencia de un lazo, el punto exacto donde no hay relación.

Para arribar a esta concepción, Lacan primero introduce una distinción crucial entre que algo falte y que algo no haya. Esa diferencia abre el paso para localizar el "no hay" —por ejemplo, el "no hay relación sexual"— a partir del lapsus. Se trata, entonces, de un acontecimiento que señala la ruptura, que marca un agujero en la trama del nudo, allí donde lo simbólico, lo imaginario y lo real no logran anudarse adecuadamente.

En este marco, el decir se presenta como un corte fundante, un acto que ex-siste al dicho, el cual, en cambio, ciñe, organiza, produce al sujeto como efecto. Si el decir abre, el dicho cierra: es un “corte cerrado” que configura el lazo. Desde esta perspectiva, no hay sujeto sin nudo, y es por eso que Lacan propondrá que el nudo de cuatro (cuando se incluye el síntoma como cuarto anillo) es el soporte mismo del sujeto.

Pero de la diferencia entre decir y dicho se desprende algo más: no toda nominación implica a un sujeto de derecho, en el sentido trabajado en La lógica del fantasma. Una nominación puede operar sin sujeción subjetiva, sin anudamiento efectivo. Es decir: puede haber nombre sin sujeto, palabra sin cuerpo.

Esta compleja elaboración topológica es el resultado de un largo recorrido en la enseñanza de Lacan, que desde hace tiempo se interroga: ¿cómo salir de la metáfora? Frente al límite de la metáfora —que pertenece al campo del sentido y, por tanto, no alcanza a lo real—, se hace necesaria una topología, no como teoría abstracta, sino como escritura misma de la estructura. Una escritura que no explica, sino que permite maniobrar.

Aquí aparece una distinción clave para la práctica: entre la elucubración y la manipulación. La primera pertenece al registro del saber supuesto; la segunda, a la operación clínica. Así, la topología no solo piensa la estructura: la interviene. Y lo hace allí donde el lapsus, lejos de ser un desliz, se vuelve brújula para el analista, índice de una falla que, por no cerrarse, hace hablar.

viernes, 13 de junio de 2025

Estructuración simbólica y anudamiento preliminar en Lacan

Uno de los conceptos clave en los primeros desarrollos de Lacan sobre el orden simbólico es el de estructuración, tal como aparece en el Seminario 1. A partir de él, Lacan comienza a desplegar cómo la incidencia de la palabra determina la manera en que los tres registros —Real, Simbólico e Imaginario— se organizan de forma singular en cada sujeto.

Aunque aún estamos lejos de la formalización de la cadena borromea, ya es posible advertir en estos primeros momentos de su enseñanza que el lenguaje no solo introduce una disyunción respecto a lo natural, sino que anuda y estructura los registros en su relación mutua. El simbólico se presenta como soporte del imaginario, al tiempo que lo diferencia del real; el imaginario, por su parte, opera como mediador entre el simbólico y el real. Si bien esta función aún no puede llamarse “borromea”, ya se perfila una lógica de anudamiento que encuentra en la palabra su principio operativo. En esta “situación simbólica” podemos ubicar, entonces, una operación estructurante que delimita y enlaza.

A esta altura, el registro de lo real permanece todavía en gran medida confundido con lo imaginario, lo que refuerza la importancia del orden simbólico como aquel que introduce una organización diferenciadora. Lo simbólico impone así un borde y una distancia que permiten que algo de lo imaginario se ordene. En este punto, Lacan subraya la dificultad particular que el ser humano presenta en la acomodación de lo imaginario, especialmente en relación con la sexualidad. Esta se presenta como un campo desajustado, dislocado del funcionamiento orgánico, sin guía instintiva.

Por eso, es justamente el significante —la palabra— el que viene a efectuar un ordenamiento, posibilitando la significación y ofreciendo una orientación. Aquí se anticipa lo que más adelante tomará la forma de la función paterna, particularmente en el Seminario 3, donde el padre es concebido como aquel significante capaz de introducir una dirección al deseo, especialmente en su relación con el partenaire.

La sexualidad, entonces, no puede pensarse como una mera función biológica. Implica un cuerpo libidinizado, un cuerpo marcado por la palabra, que se construye como tal a través de una pérdida y una falta de instinto. Allí donde el organismo no alcanza, lo simbólico ordena, pero también produce síntoma. Es decir, introduce una vía de sentido, aunque esa vía esté siempre atravesada por lo imposible.

jueves, 5 de junio de 2025

¿Cómo opera la inhibición-sinthome? ¡Con ejemplos clínicos!

Vamos a desarrollar cómo opera el Inhibición-Sinthome, especialmente a partir del último Lacan, con un ejemplo para anclarlo.

Lacan, en su seminario Le Sinthome (1975-1976), plantea que el sujeto no se sostiene únicamente con los tres registros clásicos (RSI), sino que requiere un cuarto nudo que los mantenga unidos de forma consistente: eso es el sinthome.

Este sinthome no es síntoma en sentido clásico (como formación del inconsciente que se interpreta), sino una invención singular del sujeto que le permite sostenerse, aunque sin necesariamente acceder a la verdad del inconsciente. Es más, el sinthome no se interpreta: se soporta.

La relación de la inhibición con el sinthome

En "La Tercera" (1974), Lacan propone una fórmula que da una clave para entenderlo:

"La inhibición es el sinthome como mal pegado."

Es decir: cuando el sinthome no logra anudar bien los registros RSI, la falla se expresa como inhibición. No hay una ruptura total (como en la psicosis), sino una fragilidad del anudamiento, que se traduce en la clínica por una inhibición, un mal funcionamiento, una detención de la acción o del deseo.

Un caso

Imaginemos a un hombre que quiere escribir una novela. Tiene ideas, tiene tiempo, pero cuando se sienta a escribir, se bloquea. Siente que lo que produce no sirve, se autocensura, y termina dejando el proyecto una y otra vez. A esto lo podríamos llamar una inhibición en la escritura.

En su análisis, se revela que en la infancia su padre despreciaba sus producciones creativas y se burlaba de sus dibujos. La escritura ahora, como actividad simbólica e imaginaria (implica palabras y una imagen del yo como escritor), no puede sostenerse por sí sola, y cada intento revive un malestar real (angustia, vergüenza, vacío).

Si esta persona, a través del análisis o de una elaboración singular, logra hacer de la escritura misma su sinthome —una forma de goce no mediada por la validación del Otro—, entonces ya no necesitará escribir bien para sostenerse, sino simplemente escribir. El acto en sí lo anuda. Ya no importa si es valorado, publicado o incluso terminado.

Así, el sinthome puede reemplazar una inhibición, no eliminándola, sino reconfigurándola como modo de goce estabilizador.

En resumen, la inhibición aparece cuando el sinthome falla en su función de anudar RSI. Si el sujeto logra hacer del inhibido un sinthome, entonces esa función puede reenlazarse, ya no como obstáculo, sino como soporte de su modo de goce singular. El sinthome no busca curar, sino estabilizar. El análisis no busca interpretar el sinthome, sino sostener al sujeto en la invención de su modo propio de anudarse.

lunes, 2 de junio de 2025

De la topología al nudo: implicancias clínicas del anudamiento borromeo

En múltiples ocasiones hemos señalado que la topología constituye un punto de arribo necesario en el recorrido teórico de Lacan. Sin embargo, esta afirmación puede ser engañosa si no se matiza: más que un destino final, la topología se revela como un punto de partida. Es el resultado de una lógica interna en la obra de Lacan que lo conduce progresivamente hacia ella, no como conclusión cerrada, sino como apertura conceptual. En este sentido, se vuelve un recurso central cuando se aborda lo real como impasse estructural en la práctica analítica.

Particularmente en el marco de la lógica nodal, lo real se ve implicado a partir de la falla del anudamiento —falla que define a la estructura misma— y por la función que cumple un cuarto elemento, cuya intervención no se limita a obturar dicha falla, sino que introduce una suplencia de otra índole. Suplir, aquí, no es lo mismo que tapar.

Esto nos conduce a una pregunta fundamental: ¿qué especificidad tiene lo nodal frente a lo modal, si ambos operan con términos semejantes?

A partir de esta interrogación se abren diversas líneas de reflexión. En primer lugar, lo nodal permite una demostración estructural en lo real, lo cual implica una manipulación de las consistencias. En segundo lugar, posibilita por primera vez un anudamiento de lo real con los otros dos registros (imaginario y simbólico), conservando no obstante su carácter ex-sistente. Por último, introduce una superación del abordaje dual del campo del goce, al abrir la dimensión de una terceridad: con la cadena borromea se distinguen tres campos de goce, y no simplemente dos como hasta entonces.

Si este pasaje torna posible una cierta salida de la necedad —tal como Lacan lo sugiere—, ¿qué efecto podría leerse en el sujeto? No se trata, ciertamente, de un sujeto desengañado, ya que eso implicaría una forma sutil de idealización de la demanda. Más bien, Lacan introduce una formulación enigmática: se trata de “fallar de la buena manera”. ¿Pero cuál es esa “buena” manera de fallar?

Aunque la expresión parece contener una evaluación, Lacan disipa esa ilusión al hablar del “buen incauto”. Este no es quien se cree portador o destinatario de alguna verdad, sino precisamente aquel que ha sido despojado de esa creencia. El buen incauto, entonces, no es el ingenuo, sino quien ha perdido la ilusión de ocupar un lugar privilegiado respecto a la verdad.

Del amor necesario al amor como invención: entre nudos, suplencias y contingencias

Abordar el campo del amor desde la tensión entre lo necesario y lo contingente permite visibilizar dos formas de su inscripción subjetiva: un amor sostenido en la ilusión de un todo armonioso, garantizado; y otro, más cercano a la ética del psicoanálisis, que toma como punto de partida la falta de garantías, el desencuentro estructural, e incluso, lo imposible mismo. ¿Por qué? Porque aun cuando el encuentro se produce, lo que se halla nunca coincide plenamente con lo esperado —se lo sepa o no—. Allí se inscribe la contingencia del amor.

Este trabajo se ubica primero en una perspectiva modal. Lacan dará un paso más allá al articularlo en clave nodal, donde el amor se piensa como aquello que “media” entre las tres consistencias: Real, Simbólico e Imaginario.

Pero ¿qué implica esa función de medio? ¿Significa acaso una mediación conciliadora? No exactamente. En la lógica borromea, Lacan introduce la idea de que el nudo está siempre amenazado por una falla en el anudamiento —una especie de “lapsus estructural”—. Es allí donde el amor interviene como suplencia, un intento de anudar lo que no logra cerrarse por sí solo. Este recurso, sin embargo, está determinado por la posición que el sujeto ocupa respecto del Otro.

Si el nudo es soporte del sujeto, el encadenamiento que se produce cuando ese Otro ya no opera como garante se convierte en terreno fértil para una invención. Y esto no sólo en el trabajo clínico, sino también en la lectura de la última enseñanza de Lacan.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando el sujeto —en su ambigüedad— consiente, aunque sea precariamente, al desasimiento de ese Otro? Tal vez, sin garantías, se abra la posibilidad de un “nuevo amor”. Uno que no repita el menú fantasmático, sino que lo abandone en favor de un lazo que inventa.

Este amor no se define por el objeto hacia el que se orienta, sino por la forma misma del lazo que se establece. Su diferencia radica en un cambio de dirección: ya no se trata de un circuito autorreferencial o autoerótico, sino de una orientación hacia el Otro sexo —aunque, como sabemos, ello no garantiza su alcance.

En definitiva, se trata de un amor que ya no busca completud ni se sostiene en la garantía del Uno, sino que hace lugar al agujero, al no-todo, y desde allí se inventa. Un amor que, más que colmar, anuda.

viernes, 30 de mayo de 2025

Letra y escritura: marcas del Otro en la historia y en el discurso

El complejo vínculo entre escritura y letra en la enseñanza de Lacan tiene, en principio, una fuente evidente: la historia de las civilizaciones humanas. Es a partir del recorrido por los desarrollos culturales que Lacan comienza a construir esa articulación, que más adelante se sostendrá también en términos lógicos y estructurales.

La evolución de la cultura, que es también la historia de los alfabetos, muestra que la letra se encuentra ligada a dos dimensiones fundamentales, profundamente entrelazadas:

  • Por un lado, a la producción cultural concreta, tal como puede observarse en la alfarería. Allí, las vasijas operan no sólo como objetos de uso cotidiano, sino como superficies donde se inscriben marcas vinculadas a prácticas sociales, costumbres y acciones.

  • Por otro, esas mismas inscripciones funcionan como marcas de procedencia, huellas que indican una pertenencia, al inscribir coordenadas que remiten al lugar del Otro propio de cada momento histórico.

Desde una mirada antropológica, estas marcas pueden leerse como portadoras de significados contextuales: una función connotativa. Pero cuando Lacan se apoya en estos materiales para pensar la relación entre lenguaje y marca, parece introducir otro registro: uno denotativo, que se abre a la cuestión del referente. Esto no sucede al margen del Otro, pero sí más allá de su función como simple "tesoro del significante".

En este giro, Lacan afirma que la letra es un efecto de discurso, lo que lo lleva a declarar que “lo bueno de cualquier efecto de discurso está hecho de letra”. Sin embargo, esta definición no elimina al Otro, sino que lo reinscribe: la letra requiere de un lector, de un agente que produzca el pasaje entre la marca y su borramiento. Es decir, no hay escritura sin Otro.

Esta articulación complejiza el concepto de castración, porque si el discurso es, según Lacan, una forma de lazo social, entonces cabe preguntarse:
¿Qué función cumple la escritura en ese lazo?
La respuesta apunta a una operación de anudamiento. La escritura hace lazo allí donde se evidencia un fallo entre los registros, un punto de inconsistencia donde el Otro responde con una falta. En ese lugar, la escritura actúa como un modo de suplencia, no de cierre, sino de borde: marca un lazo posible donde el nudo amenaza con desanudarse.

viernes, 23 de mayo de 2025

El Nombre del Padre y la escritura en la cadena borromea

El paso del Nombre del Padre desde su función en la serie del discurso hasta su inscripción en la estructura del lenguaje conlleva un replanteo del estatuto de la escritura. En el caso particular de la cadena borromea, el aplanamiento se asocia con una de las formas en que lo imaginario se juega en ella, siendo esencial para definir su condición de escritura.

A partir de esto, surge la pregunta sobre el punto donde las consistencias se articulan, es decir, aquello que sostiene el lazo entre ellas. Lacan aborda este problema analizando la cantidad mínima de consistencias necesarias para mantener la estructura.

El número de términos en la cadena introduce diferencias fundamentales. Con tres redondeles, las posiciones relativas de los registros pueden intercambiarse libremente, y la cadena no es orientable, lo que plantea un problema en términos de sentido, entendido aquí como dirección y no como significación. En cambio, con cuatro términos, las permutaciones posibles se restringen, lo que hace que la cadena sea orientable.

De esto se desprenden dos puntos clave: no hay orientación sin restricción, y la orientación implica un nuevo enfoque sobre el Nombre del Padre como principio de dirección. Así, la limitación impuesta por el cuarto término debe interpretarse como una escritura de la prohibición.

Si se compara con otras formas previas de escritura, la borromea representa una “excepción”. Esta afirmación resulta notable porque la lógica modal se estructura a partir de una excepción lógica inicial de carácter existencial. Sin embargo, en este caso, la excepción se presenta en dos direcciones:

  • Por un lado, incorpora lo real anudado a los otros registros, aunque lo real, por definición, les ex-siste.
  • Por otro, es una excepción en cuanto introduce una forma de escritura que rompe con lo plano, sin que ello se vea afectado por la necesidad del aplanamiento mencionada al inicio.

Este enfoque redefine la función de la escritura en la teoría lacaniana y su relación con la estructura simbólica.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Del Nombre al nudo: el síntoma como función de la letra

El interrogante que Lacan plantea en torno a las condiciones del anudamiento borromeo —es decir, el mínimo necesario para que la estructura del sujeto se sostenga— marca un viraje en relación con lo serial. Se trata de pasar de un “al menos dos” (que aún resuena con la lógica del significante) hacia un “al menos tres o cuatro”, movimiento que involucra una reelaboración profunda del estatuto del Nombre del Padre. No es casual, entonces, que en el seminario RSI Lacan despliegue un trabajo minucioso sobre la nominación, ya no como operación simbólica pura, sino como punto de consistencia entre los registros.

El recorrido de Lacan —desde la delimitación de lo “lenguajero” del inconsciente hasta su lectura desde los discursos— encuentra en RSI un retorno al origen, aunque con herramientas nuevas. El eje se desplaza: ya no se trata solo de preguntarse por el inconsciente estructurado como un lenguaje, sino por aquello que del inconsciente hace ex-sistencia. ¿Qué hay de real en el inconsciente? ¿Y cómo se sostiene eso que insiste como fuera de sentido?

Estas preguntas suponen redefinir el estatuto del síntoma. En este nuevo marco, el síntoma se concibe como funciónƒ(x), un operador que actúa sobre una letra en el inconsciente, y cuya lógica no es la del significante articulado, sino la de la escritura. Lacan retoma aquí nociones de la teoría de conjuntos y la matemática formal: no para matematizar la clínica, sino para pensar el síntoma como soporte real, efecto de una función que no se negativiza.

Esta función, lejos de remitir a un significante que represente a un sujeto para otro significante, da cuenta de una “identidad de sí a sí”, formulación enigmática que Lacan utiliza para nombrar una inscripción sin referencia a un Otro que la interprete. Es una escritura sin sentido, lo cual no implica ausencia, sino persistencia en lo real.

En este punto, el uso de la letra se aleja radicalmente de su concepción anterior en “La instancia de la letra…”. Ya no se trata de operar entre metáfora y metonimia, ni de producir efectos de sentido, sino de lo que la escritura recorta como irreductible: eso que el síntoma no cesa de no escribir. En otras palabras, un real que se bordea, pero que no se simboliza.

Así, la lógica del nudo borromeo, el trabajo sobre la nominación y la función del síntoma se integran en una misma orientación: pensar lo incurable, lo que no pasa por el desciframiento, sino por el anudamiento. Y es ahí donde el síntoma deja de ser algo a interpretar y se vuelve un modo singular de sostener el cuerpo, el goce y el nombre.

martes, 22 de abril de 2025

Una excepción y no un modelo

Existe una coincidencia significativa que surge del trabajo sobre los textos del psicoanálisis. Por un lado, la práctica analítica no puede sostenerse únicamente en el estudio de libros; Freud ya advertía sobre la necesidad del análisis del analista, no como una práctica meramente acumulativa, sino como un desasimiento que hace posible la escucha.

De manera análoga, la topología no puede aprenderse exclusivamente a través de los textos. Es imprescindible la manipulación para comprender lo que está en juego, pues la estructura del encadenamiento topológico contiene elementos radicalmente antiintuitivos.

El real que allí se presenta puede ser delimitado y demostrado en la medida en que el encadenamiento se inscribe en la escritura. Lo escrito soporta un real porque no hay otro acceso a lo imposible sino a través de la escritura.

Lacan se pregunta si esta escritura corresponde a un modelo matemático. En términos generales, un modelo matemático es una formalización que expresa relaciones entre distintos términos. Sin embargo, Lacan concluye que la cadena borromea no es un modelo matemático, no por su estructura formal, sino porque su lógica se basa en una excepción.

Esta excepción implica un desplazamiento fuera del plano. Mientras toda escritura supone una superficie (papel, pared, piso), la consistencia de la cuerda permite que la cadena borromea emerja en el espacio tridimensional. Aquí, la función de lo imaginario se vuelve esencial: garantiza la consistencia del nudo.

Posteriormente, en un momento lógico distinto, es necesaria la puesta en plano de la cadena (sobre una mesa, el suelo…), para poder leer las consecuencias del lazo. Sin embargo, este achatamiento no equivale al plano original, sino que es el resultado de la apuesta que estructura el trabajo.

Por lo tanto, la cadena borromea requiere dos operaciones fundamentales:

  1. Inmersión, que la extrae del plano inicial y la proyecta en el espacio.
  2. Aplanamiento, que permite su lectura en una nueva superficie.

lunes, 21 de abril de 2025

La función de lo escrito y la estructura del síntoma

Lacan es claro al afirmar que su única invención es el objeto a. Sin embargo, cabe preguntarse si esta afirmación podría extenderse a sus tres registros—Real, Simbólico e Imaginario—especialmente si se los considera bajo la perspectiva del nombre. En RSI, Lacan señala que estos registros implican una apuesta, y su enseñanza se convierte en la demostración de esa apuesta. Esta cuestión se ilustra en el epílogo de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, donde se interroga sobre qué testimonio ofrece su enseñanza.

Esta apuesta no puede sostenerse sin la función de lo escrito. Más que un simple recurso, lo escrito establece un marco epistémico que permite abordar los problemas de la praxis. Gracias a lo escrito, se posibilita el tránsito de lo indecible a lo imposible de escribir. En este punto, surge una pregunta fundamental: ¿cómo operar sobre aquello que la palabra no alcanza?

De este modo, se configura una serie conceptual: apuesta, testimonio/demostración, praxis y lo que queda fuera de la palabra. Este último elemento corresponde a un real, que afecta al sujeto como un desarreglo o anomalía. La enseñanza psicoanalítica, en este sentido, es una teoría de la práctica que testimonia sobre ello.

A partir de esta perspectiva, la función de lo escrito permite reformular la estructura del síntoma, trascendiendo su dimensión clínica. En este marco ampliado, el síntoma se convierte en uno de los Nombres del Padre, el cual se desplaza desde su ubicación como S2 en la metáfora paterna hasta su función como S1, ya sea en forma de excepción o suplencia.

Cuando se analizan R, S e I desde el enfoque de las categorías—es decir, a partir de los diferentes modos del decir—se abre la posibilidad de interrogar el origen de la diferencia sexual, que no es un dato dado, sino algo que debe estructurarse.

En la lógica de la cadena borromea, se articulan dos movimientos clave:

  1. Establecer una medida común entre los registros, eliminando cualquier primacía entre ellos.
  2. Diferenciarlos como condición de la orientación, permitiendo una lectura estructural del sujeto.

jueves, 17 de abril de 2025

No hay mas que modos de ser

En el seminario 21, Lacan define con precisión el rasgo distintivo del anudamiento borromeo: no solo la estructura se desarma si se corta una de sus consistencias, sino que también estas se sostienen juntas sin interpenetrarse.

Real, Simbólico e Imaginario (R, S e I) son presentados como “modos de acceso” a una existencia, dado que el ser solo puede darse a través de modos, en un campo donde la inmanencia está vedada por el lenguaje. Es en estos modos donde algo ex-siste, es decir, donde puede surgir la posibilidad de entrada en el registro del ser.

El sostén de esta posibilidad es la escritura, ya que el mero dicho resulta insuficiente. Aunque Lacan reconoce que es el dicho lo que ciñe, destaca que este requiere de un decir que lo sostenga, otorgándole una dimensión de escritura.

El anudamiento borromeo, en tanto escritura, implica el uso de la cuerda y un paso esencial: el achatamiento. Si la cuerda permite salir del plano bidimensional, el achatamiento posibilita la lectura de las consecuencias de la estructura particular del lazo entre R, S e I. Este procedimiento no solo delimita un espacio, sino que también introduce un tiempo, una temporalidad “tironeada” que emerge de la espacialidad en juego.

Este tiempo “tironeado” alude a una transición: del campo del Otro como un lugar a la temporalidad que implica a un sujeto. Dicho sujeto, a su vez, queda estirado entre los cuatro puntos del esquema L simplificado, en función de lo que ocurre en el Otro.

Además, la temporalidad borromea está atravesada por la repetición. Dos elementos se articulan aquí: el espacio y el tiempo. La repetición inaugura el tiempo en su dimensión discreta, ligada al corte y a lo contable; mientras que la identificación introduce la posibilidad de un punto fijo, sin el cual el sujeto no podría sostenerse en su relación con el Otro.

lunes, 7 de abril de 2025

El valor operatorio de lo imaginario: de la imagen a la consistencia

Una consistencia del cuerpo

Es cierto que Lacan emprende el inicio de su enseñanza apoyado en cierta crítica del registro imaginario. Pero no porque esté no resulte indispensable en el advenimiento del sujeto, sino porque está embarcado en una crítica en cuanto a cierta imaginarización de la práctica analítica a partir de una desvalorización de la función de la palabra. Paulatinamente el valor, diría operatorio, de lo imaginario se vuelve cada vez más evidente, y se hace posible situar una serie en su conceptualización: imagen, significación, engalanadura, semblante y consistencia.

Por esta serie pareciera que el valor operatorio de lo imaginario alcanza un grado significativo a nivel de lo nodal borromeo. Allí, se trata de tres consistencias que se anudan, y el término consistencia viene a indicar una vuelta de tuerca sobre lo imaginario. Hablar de la consistencia de la cuerda es señalar que no hay delimitación posible del agujero, sin lo imaginario.

Una cuestión resalta especialmente, que para construir esta formalización debe salir de lo plano del papel. Y entonces recurre a la cuerda… como consistencia. En la cadena se trata de R, S e I como redondeles de cuerda enlazados. O sea que, consistencia mediante, se enlazan tres agujeros.

Nos encontramos aquí frente a una elaboración sobre el cuerpo, acerca del modo en que se construye cierta arquitectura de agujeros a partir del modo en que se enlazan, si puede decirse, los agujeros corporales.

Es una manera novedosa de formalizar el montaje pulsional. Más generalmente, y economía política mediante, se trata del problema de como se distribuye corporalmente el goce. El cual queda delimitado a partir de los tres campos que se establecen por las lúnulas que se reparten en los cruces de una consistencia con otra.

Una consistencia que da cuerpo

La lógica de la cadena borromea acarrea la incidencia de lo imaginario desde dos perspectivas. En primer lugar, tomado por la dimensión de la cuerda, consistencia que le da cuerpo (si puede plantearse así) a cada uno de sus registros; en segundo término, el aplanamiento requerido como condición de lectura del calce que los mantiene juntos.

Con lo cual, lo imaginario es esencial a la posibilidad de considerar a la cadena borromea como una escritura. Entonces no hay escritura sin imaginario, cuestión que pudiera resultar llamativa, por cuanto rápidamente nos sentiríamos tentados de suponer que la escritura tiene una mayor apoyatura en lo simbólico. Sin embargo, el carácter decisivo de lo imaginario en el estatuto de la escritura se desprende de la afirmación lacaniana por la cual la cadena borromea aspira a ser una excepción, por romper las coordenadas del plano.

Establecidas estas consideraciones de principio se deslinda la necesariedad del cuarto para hacer posible la ruptura de la homogeneidad entre los registros anudados. Entonces este cuarto pone en juego una heterogeneidad que podemos, en principio, asociar a la incidencia de algo simbólico (cuestión que será discutida por Lacan).

Además, si la consistencia es lo imaginario del encadenamiento; que cada una de ellas ex-sista a los otros dos pone en forma lo real del encadenamiento.

Esta ex-sistencia de cada uno de ellos implica su no interpenetración, con lo cual, si corto cualquiera, el lazo se desarma. Esto indica por un lado que no hay primacía de ninguno por encima de los otros; además, vuelve patente la ruptura de lo serial del encadenamiento, que fue un baluarte de la primacía de lo simbólico en los comienzos de su enseñanza.

lunes, 31 de marzo de 2025

Escritura y topología: la configuración de las tres dimensiones en la cadena borromea

Toda escritura requiere de una superficie donde pueda materializarse, lo que la vincula de manera inseparable con las dimensiones del espacio. En este sentido, las tres dimensiones—lo imaginario, lo simbólico y lo real—se entrelazan de manera particular, determinando la naturaleza de su conexión.

Lacan introduce un esbozo de topología cuaternaria en Aún, donde describe la progresión de las dimensiones: un punto, al cortar una línea, define la línea como unidimensional; una línea, al cortar una superficie, otorga dos dimensiones a esta última; y una superficie, al cortar el espacio, lo configura como tridimensional. A partir de aquí, Lacan señala que al llegar a tres dimensiones, inevitablemente se presenta una cuarta, aquella que no se cuenta explícitamente pero que es constitutiva del sistema.

Si bien esta lógica aún requería mayor elaboración para su plena articulación con la cadena borromea, el objetivo inicial de Lacan era precisar la estructura de dicha cadena como el anudamiento de las tres dimensiones mencionadas. Estas, en su conjunto, conforman una escritura que no sigue las reglas del espacio euclidiano.

Sin embargo, desde …ou pire, Lacan advierte la necesidad de “aplanar” esta estructura, permitiendo su inmersión en el espacio y su manipulación. Este proceso de puesta en plano resalta la relevancia que lo imaginario adquiere en este esquema.

Las tres dimensiones se estructuran a partir de la consistencia de la cuerda: cada una es un redondel de cuerda o nudo trivial que, al anudarse, forma una cadena particular. En lugar de cortarse entre sí como en el espacio euclidiano, se enlazan mediante un juego de pasajes por encima o por debajo unas de otras. En este contexto, el toro se vuelve fundamental, ya que su estructura permite el anudamiento: sin el agujero que porta, la conexión entre los elementos no sería posible.

lunes, 17 de marzo de 2025

El nudo borromeo y la ex-sistencia de lo real

En RSI, Lacan se pregunta: ¿qué sería una demostración en lo real? No se trata de una demostración de lo real, algo que ya ha sido abordado, por ejemplo, desde la lógica modal. En El sinthome, la propuesta de hacer del nudo una cadena implica poner en acto, de manera formal, una "seriedad", es decir, una demostración de lo que ex-siste. En este contexto, Lacan menciona el "sentimiento de un riesgo absoluto". ¿A qué tipo de riesgo se refiere?

En primer lugar, está en juego una sensación de "inquietante extrañeza", que remite a lo imaginario y encuentra su referencia en lo siniestro descrito por Freud.

Desde la perspectiva topológica, se abre una posibilidad: "exorcizar" lo real. Este exorcismo no implica suprimirlo, sino romper con cualquier primacía mediante una equivalencia que permite su domeñamiento, aunque sin erradicar su carácter extraño.

El uso de términos con resonancias religiosas es coherente con el trabajo de Lacan sobre la obra de Joyce y sus reflexiones sobre la figura del Padre. En este sentido, el exorcizar se asocia a un lazo, un domeñamiento, que vuelve posible la consistencia de lo real fuera del cuerpo del goce.

Sin embargo, ¿puede entenderse este domeñamiento como un dominio? En absoluto. Más bien, es un lazo que vincula el cuerpo con el goce que le ex-siste, sin por ello alterar ni eliminar la anomalía que le es inherente.

La cadena misma escribe la imposibilidad de suprimir el atolladero. No es lo mismo el goce en su ex-sistencia, con su temporalidad irruptiva e incluso estragante, que lo real ex-sistiendo únicamente en relación con los otros dos registros y encadenado a ellos. En este último caso, lo real del goce sigue estando presente, pero inserto en un lazo ya establecido.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son las consecuencias para el sujeto si esta ex-sistencia queda o no tamizada por la función de un síntoma?

jueves, 27 de febrero de 2025

El síntoma como cuarto elemento en la cadena borromea

La nominación del síntoma como la cuarta consistencia en la cadena borromea —particularmente en la articulación entre lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario (RSI)— es lo que permite un enlace estable entre estos registros. Este cuarto elemento opera sobre la falla estructural que se origina en lo que el significante “no cesa de no escribir”, suplencia que aborda la imposibilidad de la complementariedad sexual mediante una orientación hacia un goce suplementario.

En este sentido, el síntoma se convierte en la manera particular en que cada sujeto goza de su inconsciente, dado que este último lo determina a partir de la instancia de la letra. La letra, entendida como una materialidad concreta, habilita la posibilidad de pensar al síntoma como una forma de escritura, una escritura que refleja el funcionamiento del inconsciente.

Cuando se menciona que cualquier elemento podría cumplir la función de cuarto, no debe interpretarse como que todos tengan el mismo valor o efecto. Los resultados varían significativamente dependiendo de qué opere como síntoma. En algunos casos, el anudamiento de los registros puede volverse más flexible, permitiendo cierta elasticidad en el lazo. En otros, el efecto será opuesto, generando rigidez en la articulación. Estos distintos modos de enlace producen efectos clínicos que, a su vez, condicionan la singularidad del sujeto.

En este punto, Lacan explora cada consistencia desde la perspectiva de la letra, alineándose con los planteos iniciales del seminario RSI, donde caracterizó los registros como categorías fundamentales. Esta concepción subraya la importancia de la nominación en la estabilización del nudo, al mismo tiempo que ilumina la complejidad del síntoma como una función estructurante dentro del sujeto.

miércoles, 15 de enero de 2025

La Función de Nudo en la Teoría Lacaniana: Castración, Significante y Posición Subjetiva

En la enseñanza de Lacan, el concepto de nudo no depende exclusivamente de lo borromeo. Más bien, se puede identificar una función de nudo que está intrínsecamente ligada a la serialidad de la cadena significante. Es decir, el nudo opera en el nivel del discurso y está articulado con la metáfora paterna como operación estructurante.

Esto se manifiesta claramente en el texto “La significación del falo”, donde se aborda el “complejo de castración inconsciente”. En este contexto, la castración se presenta como una función estructurante que trasciende las representaciones imaginarias, revelándose como un núcleo constitutivo de la posición subjetiva. Para Lacan, el falo, como significante, funciona como un punto de encrucijada dentro de este nudo.

El falo, en tanto significante, se activa a través de la operación de la castración, dejando de limitarse a la significación fálica como patrón de medida de los objetos. En cambio, establece una relación específica con el significante de una falta en el Otro. De este modo, la castración, como función de nudo, instala una posición subjetiva inconsciente que permite la identificación con el ideal del sexo.

En el inconsciente, el sujeto carece de una posición sexuada fija, ya que no se define ni como hombre ni como mujer. Por ello, hablar de “el sujeto” o “la sujeto” resulta impreciso desde esta perspectiva. Sobre este trasfondo, la castración opera como un mecanismo de tipificación mediante el cual el sujeto adopta semblantes que sostienen su posición sexuada. Esta posición, sin embargo, no es más que una respuesta y un arreglo frente a la anomalía velada por la castración.

domingo, 5 de enero de 2025

El síntoma como función y soporte del sujeto

El síntoma, según Lacan, puede entenderse como una función en el sentido matemático: una relación f(x) que establece una correspondencia específica. En este caso, el síntoma es función de la instancia de la letra en el inconsciente, es decir, de la inscripción de aquello que no se negativiza, una identidad consigo mismo. Esta idea subraya la singularidad del síntoma en el discurso lacaniano, diferenciándolo del registro metafórico o de la sustitución significante.

El síntoma no opera en el plano de la metáfora, sino que encuentra su referencia en la escritura. Por esta razón, su carácter necesario se manifiesta en su insistencia: el síntoma no cesa de escribirse. Esta dimensión de necesidad destaca su función anudante, que sostiene la relación entre los tres registros: lo real, lo simbólico y lo imaginario. En este marco, el síntoma se convierte en el cuarto elemento indispensable para estabilizar el nudo borromeo.

El padre como síntoma y la función de la excepción

Lacan plantea que el padre puede ser entendido como un síntoma, o más precisamente, que el síntoma es una de las versiones del Nombre del Padre. Esto se debe a que la operación que este realiza permite que la relación entre los registros RSI se mantenga. Al anudar los registros, el síntoma provee un soporte al sujeto, afirmando que, en última instancia, el nudo mismo es el que soporta al sujeto.

Como cuarto elemento, el síntoma-padre realiza una operación de excepción. Esta función ha sido desarrollada ampliamente por Lacan, especialmente en los Seminarios 18 y 19, donde se explora cómo esta particularidad anudante permite la singularidad del sujeto. Sin embargo, esta función de excepción no implica un modelo fijo o preexistente de anudamiento. Por el contrario, el modelo surge a posteriori, sostenido en una contingencia inicial que determina su especificidad.

Conclusión

El síntoma, concebido como función y como anudamiento, es esencial para la constitución del sujeto en el marco lacaniano. Su papel como cuarto elemento en el nudo borromeo asegura la estabilidad de los registros, mientras que su dimensión necesaria y singular permite pensar al síntoma como aquello que soporta la existencia misma del sujeto.

sábado, 4 de enero de 2025

El síntoma y la nominación: fundamentos en la praxis analítica

El síntoma y la nominación constituyen dos pilares centrales en la praxis analítica, que permiten abordar su especificidad desde una perspectiva estructural. Para Lacan, ambos conceptos requieren ser comprendidos a través de la topología, principalmente por su vínculo con el cuerpo. Sin embargo, no se trata del cuerpo como imagen, sino como una superficie de inscripción imposible de reducir a la lógica fálica: un cuerpo real.

En su seminario RSI, Lacan define el síntoma como un efecto de lo simbólico en lo real, un índice de aquello que no funciona o tropieza. Este fracaso no es asimilable por la palabra en su dimensión simbólica, lo que exige la introducción de la letra, entendida como lo escrito más allá del lenguaje discursivo.

El síntoma, entonces, opera como una función de la letra en el inconsciente. Esta letra, que el inconsciente "escupe", declara la imposibilidad estructural de la relación sexual, aquello que no cesa de no escribirse. La función del síntoma está íntimamente relacionada con la nominación, una operación que abre un agujero, estableciendo las condiciones de existencia del sujeto.

Este "agujero", en su dimensión lógica y topológica, se vincula con el "verdadero agujero" introducido por el Gran Otro en el esquema L. Esta instancia habilita la verdad del sujeto, que se revela como un "medio decir", cubriendo el síntoma con el velo de lo escrito. De este modo, Lacan transfiere la función del Nombre del Padre al síntoma, un paso clave para resolver los atolladeros propios de la práctica analítica.

El síntoma, lejos de limitarse al ámbito clínico, adquiere el estatuto de escritura. No pertenece al campo de lo que puede ser dicho, sino al orden de lo que se repite, anudando y supliendo la falla estructural en la relación entre lo simbólico, lo real y lo imaginario.

El síntoma como suplencia y soporte del sujeto

El síntoma cumple una función de suplencia en la estructura del nudo borromeo, actuando como la cuarta consistencia que estabiliza los tres registros. En su dimensión modal, es la excepción que inaugura la estructura; en su dimensión nodal, es el elemento que sostiene el equilibrio entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Por ello, no hay sujeto sin síntoma: el nudo es el soporte que garantiza su existencia.

Al ser una función de la letra en el inconsciente, el síntoma establece una coherencia con aquello real que determina al sujeto. Desde esta perspectiva, el síntoma constituye un modo particular de gozar, determinado por su propia estructura.

Repetición y verdad en el síntoma

La repetición en el síntoma no implica el retorno de un significante idéntico, sino de un punto o pliegue estructural donde emerge la falla. Este tropiezo evidencia la imposibilidad de una relación armónica entre lo simbólico y lo real, subrayando la inexistencia que caracteriza al conjunto del no-todo.

En su papel de suplencia, el síntoma se convierte también en el soporte de una verdad, aunque esta permanezca en el dominio de lo indecidible. Así, el síntoma no solo estabiliza la estructura del sujeto, sino que lo conecta con su verdad más íntima: aquello que tropieza, falla y, a la vez, lo sostiene en su existencia.