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martes, 22 de julio de 2025

El estadio del espejo: gramática del yo y acto de fundación del sujeto

El texto sobre el estadio del espejo no es solamente una intervención en un congreso internacional, ni un aporte circunstancial a las discusiones de la IPA. Se trata, más bien, de un escrito fundante: en él se establece una posición que atraviesa toda la enseñanza de Lacan, más allá de las inflexiones y desarrollos posteriores. Allí se presenta una lectura de la subjetividad que condensa una operación inaugural: la del reconocimiento de la imagen especular como matriz del yo (moi) y punto de torsión entre cuerpo, imagen y palabra.

El valor de este estadio no se limita a la organización narcisista: es configurante, estructurante, en tanto establece un modo de relación del sujeto consigo mismo y con el mundo. Lo que se juega allí es la inscripción del “yo” como función gramatical, como posibilidad de enunciación. El surgimiento de la primera persona del singular —el “yo” que habla— se sostiene en una operación simbólica, que Lacan ubica en continuidad con el campo del Otro. Sin embargo, esta aparición del “yo” no debe confundirse con un agente soberano o con un principio de dominio. Por el contrario, Lacan elige hablar del moi y no del ego, precisamente para subrayar que se trata de una función alienada, dependiente de una imagen externa, y no de un cogito fundador.

Allí donde aparece esta primera persona, el sujeto es ya acéfalo: efecto del significante, escindido, inaprehensible. Esta es una de las rupturas radicales que el psicoanálisis introduce con respecto a la tradición filosófica y psicológica: el sujeto no es idéntico a sí mismo, no se posee, no se funda por la conciencia, sino que se constituye como efecto de una mediación imaginaria y simbólica.

¿En qué consiste, entonces, el estadio del espejo? En el hecho estructural de que el infans humano, antes de alcanzar la coordinación motriz o la autonomía corporal, puede reconocerse en la imagen especular. Esta experiencia —aparentemente trivial— inaugura una lógica de identificación anticipada: el niño se asume en una forma que aún no domina, se aliena en una totalidad que lo representa y lo desborda. A diferencia de otras especies animales, el cachorro humano reacciona con júbilo frente a su imagen, en un gesto que delata la presencia de un campo estructural más allá del simple reflejo.

Este reconocimiento no ocurre en soledad: la escena del espejo está mediatizada por la presencia del Otro, generalmente encarnado en la figura parental. El niño gira su cabeza, busca la mirada, confirma el registro de la imagen en el deseo del Otro. Por eso Lacan puede articular este proceso con la constitución del cuerpo como unidad, y más adelante, con el campo del fantasma y la relación a los objetos.

Así, la imagen especular no es un dato, sino una función de ligadura entre el cuerpo, el lenguaje y el deseo. El yo no es una sustancia, sino un efecto de reconocimiento; una imagen prestada, sostenida en la mirada del Otro, desde donde el sujeto empezará a hablar.

viernes, 20 de junio de 2025

Del fading al anudamiento: la discordancia en el corazón del sujeto

La discordancia entre enunciado y enunciación, tal como se representa en el grafo del deseo, pone en evidencia un rasgo esencial de la constitución subjetiva. Lacan ilustra esta discordancia en la oscilación entre dos modos de la negación: aquella que afecta al acto de decir y aquella que incide sobre el sentido producido por la articulación significante.

Es precisamente en el plano del acto del decir donde interviene la función del ne discordancial. Su valor no está en lo que significa, sino en lo que indica: señala el lugar del sujeto en el nivel de la enunciación, aunque no lo nombre. Aquí se retoma la distinción ya trabajada en el esquema L del Seminario 2 entre el moi, localizable en el plano del enunciado, y el sujeto del inconsciente, emergente de la enunciación. Esta diferencia resulta central para la definición lacaniana del sujeto en psicoanálisis.

Se trata, entonces, de un sujeto que no puede ser nombrado de manera directa, ni fijado en un significante único. Por eso, el borramiento —o fading— deviene una operación constitutiva de ese sujeto. Y en ese punto, la distancia y la tensión entre las dos cadenas del discurso (la del sentido y la del deseo) adquieren una relevancia estructural.

El uso que Lacan hace del francés —su lengua materna— le permite problematizar qué es lo que ocupa el lugar del nombre imposible del sujeto, ese vacío constitutivo que estructura la enunciación. En este marco, Lacan afirma que el sujeto se “articula” en el campo del deseo, lo que remite necesariamente a la lógica de la falta.

La elección del verbo articular no es casual: conlleva la exigencia de una relación, de un otro término, que permita sostener el lugar del sujeto. Si este se desvanece como efecto del significante —fading—, algo debe intervenir para resguardarlo de la desaparición total. Es así como comienza a esbozarse la cuestión del anudamiento, concebido como operación necesaria para que el sujeto pueda mantenerse, aun allí donde el significante borra su huella.

domingo, 15 de junio de 2025

Del significante al nombre propio: lógica, sin sentido y el ser del sujeto

Si seguimos la orientación propuesta por Lacan —aquella que separa al significante de su dimensión puramente lingüística para situarlo en el terreno de la lógica— se abre un campo fecundo para pensar su incidencia en el psicoanálisis. Un campo que incluye la gramática, la sintaxis y la significación, pero que encuentra su punto esencial en una noción más radical: el sin sentido.

Es precisamente esta apertura hacia lo ilógico, lo no articulable, lo que permite introducir una distancia entre denotación y connotación, entre significación y referencia. Esa discrepancia no es un detalle menor: se convierte en un baluarte clínico y teórico decisivo para abordar uno de los elementos más complejos del campo analítico: el nombre propio.

En efecto, el nombre propio no puede reducirse a una palabra en sentido clásico. No es un signo entre otros, porque conlleva en sí una vacilación del sentido, un punto en el que éste se desfallece. En términos psicoanalíticos, el nombre propio denota sin connotar plenamente, y en esa separación —entre lo que nombra y lo que significa— se juega su eficacia.

Este punto de quiebre entre el sentido y el referente hace del nombre propio un lugar privilegiado para pensar lo innombrable del sujeto, allí donde el significante roza lo real. El nombre no representa al sujeto, pero lo marca, lo inscribe, delimitando un lugar donde el sentido se interrumpe, pero la existencia se afirma.

Lacan llega a esta problemática tras su trabajo con la estructura del significante a partir del grafo del deseo y de su distinción entre enunciado y enunciación. Desde allí, desplaza su atención hacia una pregunta crucial: ¿qué es el sujeto en relación con el acto que afirma su ser?, y más concretamente, ¿qué es el sujeto respecto del cogito cartesiano?

Si, como él sostiene, el sujeto sólo accede al ser en la medida en que se desvanece, ¿podemos concebir otro modo de pensar al sujeto que no lo reduzca al agente del pensamiento?

Esta interrogación deja entrever un giro profundo: el sujeto del psicoanálisis no se define por pensar, sino por ser efecto de un acto, de una inscripción significante, incluso allí donde el sentido falla. Es este vacío —esta cesura en el saber y en el lenguaje— el que funda su ser.

Así, el nombre propio, lejos de garantizar una identidad, señala la imposibilidad de cerrar al sujeto bajo una representación estable, y al mismo tiempo, marca su lugar en el campo del Otro. En ese borde entre sentido y sin sentido, es donde el psicoanálisis sitúa la existencia misma del sujeto.

lunes, 28 de abril de 2025

Del amor al deseo: la encerrona necesaria en la demanda

La cadena inferior del grafo formaliza la estructura de la demanda como demanda de amor. En ella, lo que se solicita no es simplemente un objeto, sino la presencia incondicional del Otro. Esta dinámica justifica el lugar que ocupa el matema A (el campo del Otro como sitio del significante), íntimamente vinculado con el punto extremo de ese circuito: el I(A), el Ideal del yo o del Otro, significante de la demanda de amor.

Aquí se dibuja el lazo fundamental del niño con la madre como Otro primordial. Un vínculo atravesado por una paradoja estructural: la demanda de amor sostiene la acogida del niño —que es a la vez un niño demandado y significado—, pero también lo deja expuesto al capricho del Otro, sometido a su designio. Lacan señala esta estructura como infernal, aunque también habla de reciprocidad y circularidad: índices de una encerrona... pero una encerrona necesaria.

La necesidad de este enredo responde a un dato clínico central: el niño, en su desamparo, depende enteramente de la respuesta del Otro. El Otro que, interpelado por el llanto, responde con una demanda, y no simplemente con satisfacción. Sin embargo, esta respuesta nunca puede colmar completamente la incondicionalidad que la demanda implica: siempre arrastra una imposibilidad. Así, la demanda se convierte en el vehículo de algo que la desborda: un deseo que la excede.

Más allá de cualquier demanda explícita, el niño encuentra en el Otro la presencia de un deseo. Y es este descubrimiento el que abre una brecha. El niño puede preguntarse:

  • “¿Qué desea realmente el Otro?”

  • “¿Qué desea más allá de mí?”

Esta pregunta es fundamental. Marca el pasaje del enunciado (el contenido manifiesto de la demanda) a la enunciación (el acto mismo de deseo que la sostiene). En esa torsión, el niño puede comenzar a reconocer que el Otro no es completo ni autosuficiente, sino que también le falta algo.

Así se inaugura el movimiento que lleva:

  • De la ilusión del Otro completo al significante de su falta.

  • De la demanda de amor a la demanda pulsional, en su estructura reversible.

En esa apertura se dibuja el primer atisbo de un sujeto que ya no está totalmente sitiado por el Otro, sino que empieza a bordear el campo del deseo.

lunes, 7 de abril de 2025

Del dicho al decir: la escritura como anudamiento del cuerpo y el goce

Partiendo de la conocida distinción entre enunciado y enunciación —punto de anclaje en la estructura del discurso—, Lacan avanza hacia una discrepancia de mayor alcance: la que se produce entre el dicho y el decir.

El decir, noción clave para situar el anudamiento del síntoma, no se agota en el dicho. Su dimensión no es puramente significante: pertenece a la escritura. La escritura, en este punto, se vuelve indispensable, en tanto permite formalizar una incidencia sobre lo real allí donde la palabra no alcanza.

Mientras el dicho queda ligado a la función primera del significante —aquello que cierra, que ajusta, que delimita—, el decir se presenta como su precipitado, pero también como su excedente. Su operación implica una localización en el cuerpo, no en el cuerpo biológico, sino en aquel del que “se goza” sin saber quién lo hace.

¿Por qué Lacan arriba a esta diferencia entre decir y dicho? ¿Y por qué es más radical que la ya clásica entre enunciado y enunciación?

Porque esta segunda distinción ya no se detiene en la formalización de la estructura del discurso, sino que implica una orientación clínica que enfrenta el eje nodal de la praxis analítica: el contrapunto entre verdad y real. La pareja decir/dicho introduce así la dimensión del cuerpo como superficie de goce, rompiendo con cualquier ilusión de transparencia verbal.

En este contexto, la pregunta que se impone es: ¿qué sería, de qué naturaleza, un decir lo femenino? Lacan no esquiva este impasse, sino que lo bordea. Y lo hace en diálogo con Freud, quien al postular que la verdad no es toda, indica que lo real le ex-siste. De ahí que no haya decir sobre lo femenino sin pasar por la histérica —no por su verdad, sino por su pregunta—.

domingo, 22 de diciembre de 2024

La Identificación: Un lazo entre el sujeto y el significante

En diversas oportunidades hemos resaltado la importancia clínica y conceptual de la identificación. Hoy queremos reflexionar sobre una pregunta clave: ¿en qué nivel opera la identificación?

Más allá de lo Imaginario

A partir de su seminario 9, La identificación, Lacan revisa profundamente este concepto, vinculado también al tema de la repetición. Este planteo lleva a considerar la identificación no solo como un fenómeno del campo imaginario o de la egomimia (la imitación del yo), sino como una operación que se inscribe en el nivel del significante. Así, Lacan desplaza su estatuto hacia una función que permite al sujeto establecer un lazo en el campo del Otro.

Identificación y el Grafo del Deseo

La identificación debe situarse en la estructura de la cadena de la enunciación, tal como Lacan lo escribe en el grafo del deseo. En este nivel estructural, se manifiestan sus efectos tanto metafóricos como metonímicos, lo que permite escuchar su funcionamiento en el discurso.

La Sutura como Operación de Lazo

Un ejemplo fundamental de esta operación es el concepto de sutura. La sutura representa el lazo que el sujeto establece con la cadena significante, pero en tanto que sujeto marcado por la falta. Este lazo no elimina la falta, ya que ningún significante puede nombrar completamente al sujeto. Sin embargo, la sutura permite que el sujeto sea incluido en esa cadena, actuando como el elemento que, paradójicamente, falta.

El Nombre Propio y la Evanescencia del Sujeto

En este contexto, el nombre propio emerge como un operador central. A través de la letra, el nombre propio habilita un anclaje para un sujeto definido por su carácter evanescente, es decir, por su tendencia a desvanecerse en el proceso significante. Mediante los retornos metafóricos y metonímicos, la identificación ofrece al sujeto una vía para aspirar a nombrarse, produciendo una ilusión de completud en el campo del Otro.

Conclusión

La identificación no es solo una operación imaginaria, sino un proceso estructural que articula al sujeto con la cadena significante. A través de la sutura y el nombre propio, la identificación inscribe al sujeto en el campo del Otro, manteniendo la tensión entre su falta constitutiva y el deseo de completud. Así, opera como un mecanismo esencial en la constitución del sujeto y en su relación con el lenguaje.

martes, 17 de diciembre de 2024

La ética del deseo en el psicoanálisis: entre lo dicho y lo inaprehensible

El deseo ocupa un lugar central en la práctica analítica, configurando una ética radicalmente distinta a la ética del discurso del amo. Mientras esta última busca la conformidad y el dominio, la ética del psicoanálisis es una ética del deseo, tal como lo conceptualiza Jacques Lacan al releer a Freud.

Sin embargo, el deseo plantea no solo una importancia crucial, sino también una dificultad inevitable: su carácter inaprehensible. Lacan logra esclarecer esta dimensión esencial del deseo a través de múltiples referencias filosóficas. Un punto clave en esta elaboración se encuentra en el Seminario 6, donde el deseo es examinado desde el efecto del significante, más allá de cualquier objeto concreto como meta. Aquí cobra valor la perspectiva socrática: el deseo no busca un objeto, sino que se dirige hacia otro deseo. Del mismo modo, la influencia de Hegel permite a Lacan formular su aforismo fundamental: "el deseo es el deseo del Otro".

Esta complejidad, vinculada a la ausencia de objeto, permite diferenciar claramente el deseo de un anhelo. Mientras que el anhelo tiene un carácter imaginario y puede articularse en palabras —perteneciendo así al campo de lo dicho—, el deseo, por su propia naturaleza, se presenta como indestructible e imposible de ser plenamente dicho. El deseo no se articula en el plano del discurso, sino que se sitúa en el nivel de la enunciación, lo que lo hace articulado sin ser articulable.

Como "deseo del Otro", el deseo apunta a una falta, porque carece de un objeto que pueda completarlo. Por el contrario, el anhelo puede orientarse hacia un objeto concreto que el sujeto incluso podría demandar. Así, el deseo no se vincula a un objeto específico, sino a una posición subjetiva, una que siempre se despliega en una escena relacional: el deseo del Otro.

En definitiva, el deseo, en su dimensión inaprehensible, funda la ética del psicoanálisis, distinguiéndose radicalmente del anhelo, que pertenece al orden de lo imaginable y decible. Mientras el anhelo responde a la lógica del objeto, el deseo remite a una posición que, en última instancia, revela la falta estructural que lo sustenta.

viernes, 13 de septiembre de 2024

¿Qué habilita un margen de libertad?

 En la clase 17 del seminario 11 encontramos una afirmación convocante en más de un sentido, Lacan habla de una lectura que conlleva un encuentro. Algo que es toda una definición de la escucha analítica. Una lectura que recorta y hace posible que el sujeto se encuentre con algo que está oculto detrás de los velos, tanto especulares como del efecto de sentido.

El contexto donde esta afirmación toma lugar es el de la interrogación del valor de la separación, tanto en la causación del sujeto como en el efecto del análisis, o sea que se trata de una interrogación respecto de la eficacia clínica del psicoanálisis.

Dado que el sujeto se inscribe en el Otro a costa de una petrificación, la pregunta de Lacan es, ¿cómo retorna? Lo cual constituye una pregunta sumamente equívoca.

Podemos no tomarla por el lado de la repetición, sino interrogar el camino de retorno, o sea, de qué manera puede liberarse el sujeto del efecto afanisíaco que se pone en juego en tanto se instituye en el Otro vía la petrificación a un significante.

Sería un encontrar el camino de retorno para no extraviarse, que no es lo mismo que perderse. Ya, en “Subversión del sujeto…” le daba forma a esta pregunta cuando interroga el margen y el modo en que al niño se le hace posible conmover la posición de objeto para la madre.

La separación va a ser el recurso con el cual puede interrogar este punto, pero en la medida en que ella implica lo que llama un punto débil.

Ese punto débil es eso que podemos asociar a una carencia, algo que no es lo mismo que una falta. Esa carencia que se vincula con ese vacío del deseo, solidario del intervalo y que le habilita el sujeto un lugar para advenir.

La falta que encuentra en el Otro se superpone a la falta de partida, que es esa falta de sujeto. Y por la superposición (topológica) de ambas faltas se abre un margen, uno que es consonante con algo de libertad, a condición de una pérdida que delinea la causación en el sujeto.

¿De qué depende el margen de libertad de un sujeto?

El corte que nomina funda lo propio del inconsciente en la medida de su inaccesibilidad para el sujeto, y lo situamos en la cadena que Lacan denominó enunciación. En la estructura del grafo del deseo, ésta implica la relación entre la pulsión y ese matema subversivo que el psicoanálisis introduce: Significante de una falta en el Otro:

Respecto de la pulsión, encontramos en Lacan una articulación ineludible: la pulsión es inseparable del efecto del significante. También se trata de significancia, pero no de significación. La pulsión es un efecto del significante en el cuerpo, pero desprendido de cualquier efecto de sentido. Será entonces definida como tesoro del significante, porque el Otro del piso inferior (A) no alcanza la completud esperada por el sujeto. Allí donde el significante vacila en el Otro, la pulsión deviene el tesoro significante.

El efecto de esto se lee en el matema con el que la fórmula de la pulsión comparte el piso de la enunciación. Éste viene a hacer patente el hecho de que la completud del Otro es imposible, en la medida en que el sujeto se constituye allí descontándose de la cadena, por faltar el significante que podría darle identidad.

La falta significante que lo afecta en su estructura, la falta de garantía que pone en entredicho a la verdad. Al quedar cuestionada la verdad, de ahí su rasgo de no fe, el sujeto se sitúa de una manera mucho más comprometida frente a la contingencia. La barradura del Otro pone en interrogación su buena fe, efectivamente puede engañar, con lo cual esto pone en cuestión el concepto de determinismo.

Hay de lo que escapa a la determinación significante y pareciera que éste es uno de los planteos más novedosos y fecundos por cuanto habilita en el sujeto un margen para salir de la determinación por el deseo del Otro.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Enunciación de la regla fundamental


Porque empecé a prestar atención a la forma de continuar la frase que había comenzado,

queriendo evitar incoherencias. 
Y la conclusión es que, limitada como es, mi atención no puede ocuparse de dos cosas distintas. 
Aquí lo prioritario es la letra y no el estilo, de modo que las incoherencias están permitidas.
Afloja la tensión, muchacho, y dedícate a tu laboriosa tarea de dibujo.
No es fácil olvidarse de la necesidad de coherencia. 

Mario Lebrero 

La propuesta no es pretenciosa, se trata de hacer algunas observaciones respecto a la única regla entre todos los consejos promovidos por Freud. Reunidos bajo los llamados escritos técnicos. Textos en los que Freud hace un esfuerzo enorme por delinear la posición ética del analista, siempre un poco a riesgo de naufragar. Razón por la cual, el comienzo de una enseñanza, de una formación, de una transmisión del psicoanálisis no debe olvidar las coordenadas delimitadas a lo largo de los escritos técnicos. Al ser esta única regla a la que ambos, analista como analizante, se supeditan es preciso tener en el horizonte el uso que se haga de la misma.

En su acto de enunciación de la regla fundamental, Freud se sirve de una metáfora visual para enunciarla: “compórtese como lo haría un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino de pasillo cómo cambia el paisaje ante su vista” (Freud, 1913, 135-136). La propuesta freudiana tuerce la cuestión, dado que vira del cara a cara, del ojo a ojo, de una imagen al campo de la palabra efectivamente pronunciada. 

Es Lacan quien va a retomar el enunciado de la regla, reformulandola: “diga cualquier cosa, despojandola así de los elementos que componen el enunciado, para llevarla a una estructura sostenida en el diga. Reformulación que como tal, procura eludir que el enunciado sea usado por el sujeto para sujetarse al principio de placer, principio desde el que supone agradar. Si ella apunta a un más allá del principio de placer, a partir del enunciado de la misma el sujeto puede elevarla al estatuto superyoico. La consecuencia es tal que, cuando al sujeto se le otorga la total libertad de elegir por donde tomar la palabra, decide determinado por la creencia de saber lo que el analista espera escuchar. 

La libertad de elección de sus enunciados, los del analizante, se amoldan así a un discurso determinado por el supuesto de lo que desea aquel sujeto, el analista. Degradando el enigma, el deseo del analista, aquella x que Freud coloca entre paréntesis en el historial de Dora. Que en el primer encuentro entre el hombre de las ratas y Freud, es el consultante quien socava ese enigma, a una secuencia ordenada cronológicamente sobre la evolución de su sexualidad al día de la fecha. 

Si el analista invita a hablar con el mayor grado de libertad, “elija por donde comenzar”, a alguien que se presenta solicitando ser desembarazado de determinado padecimiento, que lo aqueja desde hace cierto tiempo, un tiempo sin origen certero. El sujeto habla, pero no de aquello que desagrada. No es sino con su acto que el analista direcciona hacia donde el sujeto debe transpirar la camiseta, hacer el esfuerzo para empezar a desalojar el síntoma. No es sin ese acto que el síntoma emigra de la adaptación, de la que el sujeto se ha percatado de su anormalidad funcional, a un extrañamiento. Acto que produce que el síntoma vire de lo no analizable a lo analizable. 

Simplifico, lo que se encuentra en el centro del acto de enunciación de la regla fundamental es el síntoma. Acto sostenido por la ética, por el deseo del analista, no por el adoctrinamiento a la palabra de Freud, porque el analista sabe por experiencia propia, que ese deseo direcciona la cura en el sentido ético.

Los invito a tomar otro elemento del enunciado de la regla donde Freud anticipa que, el analizante se encontrará con puntos de insatisfacción, de displacer, en el despliegue de la cadena asociativa. Puntos en los que se verá tentado por interrumpir su discurso, ahorrándose así el displacer concomitante. Freud lo dice con todas las letras, “dígalo a pesar de la crítica que siente a hacerlo, y justamente por haber registrado cierta repugnancia a hacerlo”. Enunciado que en principio no garantiza otra cosa que el sujeto quede advertido de la existencia de cierta repugnancia que puede suscitarse al hablar. La repugnancia por excederse de cierto principio. Es así que el analizante puede hablar de lo desagradable divorciado del afecto. Forma en la que el hombre de las ratas arma su discurso, enunciados aparentemente desagradables, tras los que fantasea estar alimentando la escucha del Dr. Freud. Ese a quien le supone un parentesco cercano con Leopold Freud, conocido criminal vienes. 

En el comentario sobre la regla fundamental, André Albert destaca el desplazamiento de displacer que se produce tras la engañosa obediencia. Es así como Paul puede relatar sin experimentar displacer la manera en la que se metía dentro de las polleras de las niñeras, para tocar sus vaginas, o cuando se infiltraba en los vestuarios para ver desnudas a sus hermanas. Pero cuando el discurso ronda ciertas prácticas tortuosas y hasta un poco sádicas, que escucho decir a un tal capitán que leyó que se hacen en algún lugar de la china, rompe con la regla, se calla, pide que por favor lo perdone pero no puede continuar hablando. Se retiene de hablar de aquello que desagrada profundamente, que toca las fibras de su síntoma expresado en aquella particular expresión. Freud no se ahorra actuar, interviene para decir que continúe hablando, que obedezca a la única regla ya enunciada. Intervención sostenida en el enunciado de la regla ya realizado. 

El sujeto no abandona la política del avestruz, no se somete a la regla fundamental, si no ha operado el analista. El analista vía la operatoria de su acto, insuficiente con el mero enunciado, contaminara al sujeto para despojarlo de la conciencia reflexiva a la que hace alusión Mario Lebrero. Hable de esas imágenes que atraviesan sus pensamientos, trastoque las fantasías en enunciados, en palabras, en significante, para arrancarles a ellas su carácter de representación cosa y alcancen la materia con la que opera el analista. El analista interviene y el sujeto suda la gota gorda, porque no hay posibilidad de salir del síntoma sin ese esfuerzo, así lo advierte Lacan.

Freud anuncia, da sus razones para ello, solo hace falta recoger sus escritos técnicos para encontrarlo, que la asociación libre tiene su correlato en la posición del analista, atención parejamente flotante escribe. Atención con la vertiente engañadora de la palabra, la escucha se orienta hacia la posición del sujeto frente a sus enunciados; y no por la veracidad de los acontecimientos relatados. Qué dirección hubiese tomado el análisis de Dora, de enquistarse en las deshonrosas conductas que Dora denuncia en relación a su padre. Ante aquella pretensión narcisista del analizante de querer agradar, se abren dos vías no excluyentes entre sí. Por un lado el intento de convertirse en el objeto amado del analista, torciendo la dialéctica analítica para producir la metáfora del amor. El analizante puede enunciar las cosas más desagradables, guiado por alguna certidumbre de aquello que el analista desearía oírle decir, en tanto que sujeto de lleno en la transferencia. Procurando, como lo hace el obsesivo, reducir el deseo al campo de la demanda

Hace no mucho tiempo una analizante, bastante impregnada con el discurso psicoanalítico decía que ella era una excelente analizante, o más bien dirigía la pregunta al analista, de quien no esperaba la respuesta. Esta estaba anticipada en su posición, pues se decía divertida, graciosa en la forma de contar las cosas, traía sueños, recuerdos, no faltaba y como si fuera poco, así lo dice, asociaba mucho. 

La pregunta que cualquier analista podría formularse respecto a la regla fundamental, no se responde de manera rápida. Indudablemente el momento de cierre del inconsciente, del eclipsamiento de la palabra, con el advenimiento del pensamiento, de la fantasía, en torno a la figura del analista repugna enunciar al sujeto. Repugnancia redoblada: no sólo el sujeto experimenta displacer y pudor de hablar; sino que de decirlo sería desagradable de escuchar para el analista. El analizante en su silencio se ahorra someterse a la asociación libre. Así sucede en una entrevista entre Freud y Paul. Este habla de las cosas más indiferentes, cosas nimias pero habla. Se detiene en su discurso, alcanza a decir que se encuentra angustiado, absolutamente angustiado. Ha tenido una crisis. Se niega a hablar, Freud insiste, dice haber tenido fantasías de las más espantosas, le resulta imposible enunciarlas, permanece callado. El analista opera, interviene para que el sujeto obedezca a la regla. Él alcanza a esbozar que los pensamientos tienen que ver con la hija del analista. Freud da por terminada la sesión. Para el sujeto no solo desagrada decir, su decir se ve duplicado por el desagrado de ser escuchado. 

El analista no ahorra al sujeto su división, la abstinencia promueve el dilema que conlleva tomar la palabra, elegir por donde comenzar. ¿Cómo proseguirá hoy? pregunta Freud a su analizante. Privarle de la libertad de elegir, al analizante, el punto de apertura de su decir, excluye la posibilidad de que haga uso de un pequeño margen de libertad. Salir, vía una elección, del dilema al que lo lleva el tomar la palabra, pequeña división que marca la estructura misma del análisis. Así es que el analista es invocado a pagar con sus expectativas, el acto de abstinencia ofrece entonces un campo fértil de libertad para la producción de la división del sujeto. Enunciación de la regla, sostenida en cada sesión, en cada inicio, en cada punto en el que la función de la palabra vira hacia la presencia del analista. Instante en el que la palabra se aproxima al hueso duro del síntoma, al núcleo patógeno, interrumpiendo la encadenación significante. 

Es con el estilo propio de cada analista, con la manera particular de actuar, que el enunciado de la regla alcanzara el cuerpo pulsional del analizante. Es así que Freud en cada encuentro y con cada analizante pondrá en juego su estilo, basta acercarse al análisis de Elizabeth Von R. Historial que evidencia su deseo por la causa del síntoma paralizante, solo se ira circunscribiendo a partir de los enunciados de la analizante. Ensaya con la hipnosis, pero ella se resiste a dejarse hipnotizar; prueba presionando en la frente de Elizabeth procurado aplastar la conciencia y la emergencia del inconsciente, lo único que consigue es generar dolor. No son esas técnicas aisladas, son ellas en tanto evidencian el acto puesto en consonancia con la enunciación de la regla. “Indiqué a Elizabeth la siguiente enunciación: diga todo cuanto se le cruce como una imagen o cualquier recuerdo que se le presente”. El efecto es inmediato, luego de un silencio que calla cierta inquietud, Elizabeth confía un secreto en relación a un joven huérfano. Una serie de recuerdo van tejiendo una trama amorosa, ella revela haber fantaseado con esperarlo hasta que logre cierta estabilidad económica para casarse. Sin embargo en el momento más álgido de la relación, cuando él le declara su amor e intenciones, el conflicto se desencadena y ella huye junto a la enfermedad de su padre. 

Las asociaciones que surgen como respuesta a la exhortación freudiana, no se limitan al campo de lo enunciado sino a la posición causante de Freud. La joven se encuentra a punto de entregarle un secreto que solo le ha sido confesado a su más íntima amiga. El uso que hace el analista de la regla fundamental, en tanto apunta a la causa del síntoma, tiene consecuencias evidentes. “Es el síntoma lo que está en el centro de la regla fundamental” dice Lacan comentando la intervención de André Albert. Si esta apunta al corazón de aquello con lo que dialoga el analista, con lo analizable, el síntoma, es el inconsciente quien responde con enunciados particulares, con asociaciones. En lo que si me permiten el término sería un triálogo. El sujeto responde naufragando por asociaciones de enunciados particulares, enunciados del inconsciente, que sólo podrá revelarse a través del arduo camino de la transferencia abierto por la asociación libre. 

El analista con su acto de decir, “con la imposibilidad de no regalar nada sobre lo que no tenga el poder”, conduce a hablar sin pensar, a un hablar sin saber hacia la producción del saber. El discurso analítico introduce la necedad, en cuanto que ella es una dimensión del ejercicio significante. Así es como la puesta en acto de la regla fundamental no se arroja sobre un saber, una coherencia discursiva, sino al enunciado de un significante más, a una asociación que libere las posibilidades del cuerpo. Por supuesto no se trata del yo pensante, reflexivo al que intenta convencer Mario Lebrero, es un sujeto que no piensa. En su seminario RSI Lacan dirá que el sujeto es propiamente aquel a quien comprometemos, no a decirlo todo, que es lo que le decimos para complacernos -no todo se puede decir- sino decir necedades. Ahí esta el asunto. Si la enunciación de la regla es diga cualquier cosa, tras lo que resuena dígalo todo aunque resulte imposible, apuesta a producir un cambio en la posición enunciativa del sujeto, un decir más libre del principio de querer agradar. Un decir que toque el cuerpo pulsional, que desarticule las solidificaciones del fantasma, sosteniendo aquella frase preciosa que Lacan articula: El analista le dice al que se dispone a empezar Vamos, diga cualquier cosa, será maravilloso (Lacan, 1969-1970, 55).

Bibliografía.

-Lacan, J. (1969-1970). El seminario 17. El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2008
-Lacan, J. (1974-1975). El seminario 22. RSI. Inédito.
-Lacan, J. (1975). Comentario del texto de A. Albert sobre el placer y la regla fundamental.
-Lebrero, Mario (1996). El discurso vacío. Bueno Aires: Literatura Random House. 2014.
-Freud, S. (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. En obras completas. Vol XII. Buenos Aires: Amorrortur, 1990.

Fuente: Candia, Santiago: "Enunciación de la regla fundamental"

viernes, 12 de julio de 2019

Entrevistas preliminares: ¿Cuándo se pasa al dispositivo analítico?

Alguien nos deriva un paciente: un colega, un conocido, un familiar, un amigo u otro paciente y pide una entrevista. Acordamos un horario y comienza un tiempo. Tenemos que tener en cuenta que los significantes de la derivación van a tener su peso en la constitución de la demanda, que solo se arma en transferencia, que es algo que se va construyendo.

El tiempo de entrevistas preliminares, como las denominó Lacan, es un tiempo lógico y no cronológico. Es un tiempo de una operatoria donde se da inicio o no a un tratamiento. No todos los pedidos se pueden constituir en demanda de análisis, por eso es un umbral que hay que atravesar. Las entrevistas preliminares tienen por función el establecimiento de la transferencia, del sujeto supuesto saber, de la demanda y la construcción del síntoma analítico

Decimos que es un tiempo de operatoria donde se da inicio o no a un análisis. Justamente, porque depende de la respuesta subjetiva, de la estructura clínica de aquel que consulta. Medir la relación al lenguaje, la trnsferencia, el síntoma, el lugar del saber, nos permite saber si se trata de una neurosis, una psicosis o una perversión. 

Vamos a partir de las entrevistas preliminares para la neurosis. El análisis no es una relación de diálogo. es necesario, en este tiempo, que el que consulta se instale en el trabajo con el lenguaje. Es corte con las relaciones habituales, es un tiempo necesario de instalación de una rutina, que se construye. Las entrevistas preliminares permiten al que viene plantear su padecimiento, su dificultad de relación al otro, su fantasma. 

En los primeros encuentros, mediante la operatoria de trabajo con el lenguaje, el analista hace posible la ubicación del tropiezo de lo dicho: lapsus, un relato que no cierra, unas palabras que se empiezan a marcar como significantes. Esto va haciendo a la emergencia de relatos de que quien consulta no pensaba decir o no tenía idea que eso podía enunciar. El trabajo con el lenguaje va a permitir la distinción entre enunciado y enunciación. Esta distinción entre enunciado y enunciación es un efecto de la represión. 

El analista tiene que operar para hacer surgir allí en quien consulta lo que no dice. Desde el lado de quien consulta, en este tiempo de entrevistas, hay descubrimiento de que en lo que padece está implicado el sujeto del inconsciente. Es llevado por algo que lo sobrepasa y lo domina: los significantes. El analista desplaza la queja personal para hacer captar al sujeto comprometido con su historia en las generaciones, no como algo fatal, sino como algo del orden de una cadena, sujetado en una cadena, sujeto sujetado al orden del lenguaje. 

Voy a leerles un párrafo de Lacan de Subversión del sujeto y dialéctica del deseo:

Pero de lo que se trata en Freud es de otra cosa, que es ciertamente un saber, pero un saber que no comporta el menor conocimiento, en cuanto que está inscrito en un discurso del cual, a la manera del esclavo-mensajero del uso antiguo, el sujeto que lleva bajo su cabellera su codicilo que le condena a muerte no sabe ni su sentido ni su texto, ni en qué lengua está escrito, ni siquiera que lo han tatuado en su cuero cabelludo rasurado mientras dormía.

Las marcas significantes. Ahora un párrafo más, de Función y campo de la palabra:

El inconsciente es ese capitulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo mas a menudo ya está escrita en otra parte. A saber: 
—en los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir el núcleo histérico de la neurosis donde el síntoma histérico muestra la estructura de un lenguaje y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede sin pérdida grave ser destruida; 
—en los documentos de archivos también: y son los recuerdos de mi infancia, impenetrables tanto como ellos, cuando no conozco su proveniencia; 
—en la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter
—en la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroificada vehiculan mi historia; 
—en los rastros, finalmente, que conservan inevitablemente las distorsiones, necesitadas para la conexión del capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido restablecerá mi exégesis. 

Me parecen que son 2 párrafos importantes, en relación a la marca significante y dónde leer el capítulo censurado, que están marcados por un blanco u ocupados por un embuste. ¿Dónde leer la verdad? Eso toca el trabajo en análisis y la ubicación en las entrevistas, que es el comienzo del camino. Freud usaba la metáfora de un viaje. 

Al comienzo de la tarea analítica está la transferencia, nos dice lacan. Luego hay otro termino que se anuda, que es el de sujeto supuesto saber. Tiene 3 términos: sujeto, el saber y la suposición. Al analista se le supone un saber sobre el inconsciente. Es una significación de saber, no un saber del analista o del paciente. El analista es soporte de esa figura de sujeto supuesto saber. No lo tiene que creer. Si cree que es el que sabe, se desvía. Se despliega en transferencia, ya que se sitúa entre paciente y analista. La transferencia es un fenómeno que incluye juntos al paciente y al analista. Es un fenómeno fundamental ligado al deseo, así es como Freud lo descubrió. 

En el caso de Anna O., una paciente histérica que la atendía Breuer y llegó a cierto punto donde Anna había armado un enamoramiento con Breuer. Se pensaba embarazada del médico y él se asustó de este amor, porque seguramente tenía puesto su deseo ahí. Dejó de atenderla y le pidió a Freud que siguiera. A partir de ese momento Freud descubrió que el fenómeno no era con el médico, sino que se pone en acto algo allí que tiene que ver con Anna y no con él. Esto tiene su historia en el psicoanálisis, porque después Breuer emprendió un viaje con su mujer. Parece que él la veía a Ana todos los días y su mujer estaba bastante enojada, entonces se llevó de viaje a la mujer y la embarazó a ella. Andaba dando vuelta ahí la cuestión del embarazo. 

En cuanto hay un sujeto que supone ahí un saber sobre el inconsciente, hay transferencia. La instalación de sujeto supuesto saber permite al paciente el pasaje de la transferencia imaginaria a la transferencia simbólica. Es la posibilidad de que surja ese "Yo no sabía", institución del sujeto supuesto saber. No sabía o nunca lo pensé así, distintas maneras de enunciarlo. No solo en la relación analítica hay efectos de transferencia. 

En la experiencia analítica la presencia del analista es una manifestación del inconsciente. Esto quiere decir la consecuencia de la palabra en el sujeto. El pasaje de la transferencia imaginaria (es con lo que llega a la consulta, tiene que ver con la derivación, con el primer encuentro) con: 
  • la instalación del sujeto supuesto saber posibilita la transferencia a los significantes del psicoanálisis, en esa suposición de saber adjudicada al analista; 
  • la constitución de la demanda, que como dijimos no es pedir. La demanda es inconsciente y es de constitución de construcción. La demanda no tiene continuidad con el pedido ni con la queja. Es un efecto de trabajo, se trata de pasar a contar a contarse. 
  • La dimensión del síntoma y no de la queja. Cuando alguien consulta llega con su limitado bagaje de significantes, con su queja, con su padecimiento a un analista. Llega del modo que le es propio y único. Propio y punico porque toca la constitución de cada sujeto: como es la relación con el otro, con el Otro. Pasar de la queja a un pregunta.

El analista puede pasar a ocupar el lugar de ese sujeto al que se le supone un saber, en la medida en que es objeto de la transferencia. El sujeto que consulta, en un principio no le da este lugar. Es un efecto de la operatoria del analista en las entrevistas. Esto que hace surgir el analista y que marca en el decir del paciente, tiene este efecto del "yo no sabía que esto estaba en mi, que esto era así". Ama la dimensión de la pregunta, del enigma. El analista, nos dice Lacan, no se presenta como un Dios. No es un dios para su paciente.

La formación del analista exige que sepa por dónde conducir a su paciente y esto le es transmitido a él en la propia experiencia del análisis. En la medida en que se supone que el analista sabe, se supone que irá al encuentro del deseo inconsciente. Lacan nos dice en Los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis que el deseo es el eje, el pivote, el mango, el martillo, gracias al cual se aplica el elemento fuerza, la inercia, que es tras lo que formula primero en el discurso del paciente como demanda, o sea, la transferencia. 

La transferencia simbólica es suposición de saber dirigido no al analista, sino a su posición. La posición del analista en relación al psicoanálisis o a los sinificantes del psicoanálisis. El psicoanalista semblantea ese lugar donde es soporte de ese saber supuesto. De lado del analista está en juego el deseo de analista, que tiene una función esencial, porque es una relación del deseo con el deseo. 

Para terminar hoy con este tiempo preliminar de las entrevistas, se arma la demanda. Lacan dice que esta demanda los fuerce a los que consultan a hacer un esfuerzo, esfuerzo que implica el comienzo de un análisis.  Cuando se construyen estos elementos que ubicamos hoy, es el momento de pasaje al dispositivo analítico. 

Les decía que aspi las entrevistas preliminares se dan para la neurosis, porque para la psicosis se presenta algo totalmente distinto. 

  • No está en juego la dimensión de la demanda ni del síntoma. Se trata de la irrupción de fenómenos de lo real que abruman, irrupción de un goce sin acotamiento, ya que el Otro está forcluido. 
  • Su relación al saber se presenta como certeza y no hay posibilidad metafórica en el trabajo con el lenguaje. No hay dimensión dialéctica.
  • El inconsciente está a cielo abierto, así que no está la dimensión del enunciado y la enunciación en juego
En este punto, el tiempo de las entrevistas es el momento en el cual se sitúan estos elementos para situar la dirección a la cura. 

martes, 25 de junio de 2019

La identificación y sus peligros

La constitución del sujeto en la neurosis está vinculada con la entrada del Nombre del Padre, que es ese significante primordial que ordena la cadena. Hoy tomaremos algunos puntos del seminario de la identificación de Lacan (1961-62) para centrar que la identificación se trata de la relación del sujeto al significante y no reducirla a la versión imaginaria.
Cuando se habla de identificación, se piensa en el otro con minúscula, al que uno se identifica. Por eso hay que diferenciar entre otro y Otro y cómo la identificación se entrama en la constitución del sujeto. El Otro es el lugar al que cada uno se esfuerza por transferir el saber del sujeto. Es, como dice Lacan, el basurero de los representantes representativos de esa suposición de saber y a esto llamamos inconsciente, en la medida que el sujeto se perdió él mismo esta suposición de saber.

Para nosotros los psicoanalistas, un pensamiento comienza en el inconsciente. Toda experiencia del inconsciente es algo que se ubica en el nivel del pensamiento, del que la relación más presente es la pregunta de quién soy. Este sujeto, que es el que Lacan interroga, se articula al sueño “Estaba muerto, pero no lo sabía”, trabajado en entradas anteriores. Lacan allí trabaja el sujeto del enunciado, que es el que habla, y el sujeto de la enunciación, eso que hay que hacer surgir. Entonces, dice que el sujeto de la enunciación no podemos aproximarlo en primera persona, sino que se sustrae, se resta. Para nosotros los analistas, lo que entendemos por identificación es una identificación significante.

Lacan nos propone pensar este concepto en relación a la estructura simbólica. Ahí hace una diferencia importante con los post freudianos. Él va a diferenciar el principio de identidad a la identificación, o sea que la identificación no es la identidad. El significante es fecundo por no ser idéntico a si mismo y se define por su oposición y diferencia con otros significantes. Es ahí donde podemos ubicar el verdadero soporte de la identidad. En la lógica significante, se necesitan al menos 2; el significante nunca se puede leer solo. Siempre está en relación a otro significante. La diferencia no está en lo real, sino en lo simbólico, ya que el significante es el que decide, el que introduce la diferencia como tal en lo real y justamente, en la medida de que no se trata de diferencias cualitativas. El significante, al revés del signo, no es lo que representa algo para alguien, sino que es lo que representa al sujeto para otro significante.

Para hablar de la identificación, Lacan nos va a introducir en el concepto de rasgo unario. Él se basó, para este concepto, en el texto freudiano  “La identificación”, que está en Psicología de las masas. No es el mismo término, pero se basó en que Freud ubicaba que allí había identificación a un rasgo. El rasgo unario es un trazo particular que funda lo Uno y es el soporte del significante. El Uno, como tal, es el Otro. Es soporte de significante. Este trazo podría sustituir a todos los que constituyen la cadena significante. Cuando entra el significante del Nombre del Padre, orada lo real y se instituye el rasgo unario, que marca al sujeto a partir de allí. El rasgo unario es aquel trazo que borra lo figural del objeto, se trata de una marca que implica un borramiento y que esta constituye su función de soporte. Tiene que ver con la muerte de la cosa. este es un concepto estructural que permite abordar a la identificación en el mismo nivel de la constitución del sujeto. La muerte de la cosa es la escisión cuerpo-goce. Entre el significante hay una escisión cuerpo - goce, funda el rasgo unario y es la marca del ideal simbólico de sujeto, de lo que tiene que ver con el deseo del Otro.

El sujeto en el análisis no puede responder a la pregunta de quién habla ahí, ya que el enunciado se diferencia de la enunciación. Quién habla se refiere al sujeto en el análisis, porque el que viene a plantear algo a la sesión no es el sujeto. El sujeto emerge en el análisis, con un trabajo entre enunciado y enunciación. El sujeto del inconsciente no sabe lo que dice ahí donde habla. Entonces, no podemos confundir el sujeto del inconsciente con aquel que emite los enunciados.

El sujeto surge por los efectos del significante. El sujeto no es el significante, sino el efecto del encadenamiento significante. Este concepto es importante, porque el análisis es por el corte en la cadena, por los traspiés, por las interrupciones. Aquel que habla no entiende porqué le salió esto, por qué se equivocó. Es por ahí que se produce el corte en la cadena y es lo único que verifica la estructura del sujeto como discontinuidad en lo real. Por eso se trata de un sujeto dividido, indeterminado, que no se lo puede atrapar con los sinificantes y que se asocia a la función de corte, porque no es por el significante, es por el corte que emerge el sujeto. Se va a producir un corte en la cadena, un traspié y es ahí donde va a aparecer ahí en lo real algo de este sujeto dividido. Entonces, el trabajo con las formaciones del inconsciente es fundamental para la emergencia del sujeto del inconsciente.

El sujeto aparece para escabullirse otra vez. Lacan nos va a decir que lo que constituye la marca del sujeto es justamente su desaparición, en estos movimientos de apertura y cierre, de escabullirse otra vez. Todo lo que nos interesa como analistas en relación al saber, se originan en el rasgo unario. Entonces, el rasgo unario es la marca singular de la entrada del significante en lo real y esto funda la repetición. Esto es porque la entrada del significante en lo real va a producir la represión primaria y esto va a fundar el movimiento de repetición. Es a partir de la repetición que Freud en Más allá del principio del placer, la define como volver a lo inanimado. Esa tendencia, ese camino a volver a la muerte. A eso, a partir de Lacan, lo llamamos goce.

El rasgo unario, ese primer significante, Lacan lo va a llamar S1. Este va a representar al sujeto frente a otro significante, el S2, que constituye la batería significante que forma el campo previamente estructurado del saber. Después tenemos para ubicar qué relación al saber tiene cada estructura. En la neurosis, el saber trabaja y produce pérdida de goce. O sea, más para el deseo. El concepto de objeto a surge en lugar de esa pérdida. esto hace al trabajo del análisis y a la intervención del analista.

lunes, 3 de junio de 2019

Sobre falta de sentido y psicosis.

Conviene precisar la relación entre falta de sentido y psicosis. En ésta el sentido del mundo y de la vida se descompone o pierde estabilidad, el resultado es, por ejemplo, una vivencia de fin del mundo que se debe precisamente a eso, de modo que la existencia misma del sujeto se ve amenazada. 

La consistencia del conjunto de significaciones que habitan el pensamiento se ve en la psicosis reducida a una sucesión de significantes cuyo interjuego no cristaliza en sentido compartible. Esto se mantiene a menos que se produzcan condensaciones que sirvan como base para reconstruir significaciones capaces de suplir el sentido perdido.

El proceso restitutivo del sentido puede o no suceder y es en él que tal vez sea posible la intervención de un analista, para lo que es crucial no caer en el error de no distinguir entre la función del significante y la del significado en la estructuración lenguajera del mundo. Ésta es la enseñanza insoslayable de Lacan que resumimos en el próximo párrafo.

La función de un orden significativo que provea de un sentido al mundo y a la vida, que posibilite su presentación imaginaria sin la cual todo es pura disgregación, no puede ser el resultado del empeño en hablar el mismo lenguaje que el paciente ni en lograr que éste entienda y hable el nuestro. El sujeto ya habla nuestro lenguaje (cf. Lacan, S3, Paidós, p.53), pero lo que está en la base de lo que dice no concierne a significaciones con valores de referencia o de verdad sino a los significantes con los que se estructura su pensamiento. Por eso en la psicosis los significantes, distintos de los significados que se puedan ver en ellos, se hacen oír como fórmulas, estribillos, neologismos, etc. Por eso también las palabras que cuentan, las claves, son escuchadas en su sólo valor de enunciación, provenientes de otro que se vuelve mayúsculo por absoluto, un Dios al modo del de Schreber, sostén suyo y del mundo. Este Otro hablará sin freno a menos que los significantes produzcan significaciones que se condensen en una metáfora, llamada delirante cuando se constituye en una paranoia o melancolía, quizás en una hipocondría, más o menos vivibles, más o menos socializadas.

Fuente: Raúl Courel (“Notas breves”, 2015/07/20).

miércoles, 4 de abril de 2018

Necesidad, deseo y demanda en el grafo del deseo (4)

Ver la primera clase Necesidad, deseo y demanda en el grafo del deseo.
Ver la segunda clase Necesidad, deseo y demanda en el grafo del deseo.
Ver la tercera clase de Necesidad, deseo y demanda en el grafo del deseo.

En el grafo, Lacan propone localizar al sujeto en su relación con el significante. Para que se comprenda, Lacan divide al grafo del deseo en 4 grafos distintos. El texto de la subversión del sujeto, que es muy confuso y difícil, lo que Lacan trata de subvertir es al sujeto de la teoría del conocimiento. En la relación entre el sujeto y el objeto, había una complementariedad. estaban dados, no había una confusión. Se planteaba una relación de acomodamiento o acomodación entre sujeto y objeto y esto es lo que va a subvertir Lacan, al sujeto de la teoría clásica, que era un sujeto cerrado, que podía acoplarse al objeto.


Lacan también subvierte el signo lingüístico de Saussure. El signo de Saussure era una unidad psíquica compuesta de 2 caras, donde el significado (s) estaba arriba de la barra y el significante (S) abajo. La barra vincula al significante con el significado.
Tienen una relación de biunicidad recíproca entre uno y otro. Saussure dice que la lengua es algo convencional, arbitrario. Dice que el signo es arbitrario, pero lo que implica que a un significante le corresponde un significado. El significado sería el concepto y el significante es la huella de la imagen acústica. Hay ideas, sonidos y correspondencia entre ellos: a un significante le corresponde un significado. Hay una unidad en ellos, por eso Saussure los encierra con una elipse. Hay una relación de correspondencia y junto a otros signos componen la lengua. Estos signos, se relacionan por oposición y diferencia. Por ejemplo, el día es día porque hay un significante noche.


Lacan va a destruir el signo lingüístico de Saussure, junto al sujeto de la psicología clásica y de la teoría del conocimiento:
La barra en Lacan implica resistencia. Esto es muy importante, porque esto es lo que tiene que ver con la barra que encontramos en $ (sujeto barrado) o en Ⱥ (Otro barrado). Es la barra que sería el falo, ɸ, que es el símbolo que marca la falta del significante en el Otro.


Lacan invierte el lugar del significado y el significante para marcar que el significante tiene primacía sobre el significado y que en realidad son 2 estamentos distintos que no tienen correspondencia, sino que el significante y el significado se da en la articulación significante y así se producen los efectos de significado. Por eso va a decir que un sujeto es lo que representa un significante para otro significante. Esto sería, en la cadena significante, la cadena mínima.

S1                                S2


$


Lacan va a hablar en el grafo I, de un sujeto mítico de la necesidad (Δ). Está la línea del significante (S - S’), que es la diacronía. Es donde se produce la metáfora, la metonimia. Es lo que nosotros escuchamos y leemos cuando el paciente viene y nos habla. La línea diacrónica del significante se cruza con otra línea, que tiene que ver con la intencionalidad del sujeto cuando se quiere ir hacia la búsqueda del objeto.
El sujeto mítico de la necesidad (Δ) tiene la intencionalidad de encontrar el objeto con el objeto y en su lugar se encuentra con el código ©. En este primer grafo, Lacan se está remitiendo a términos de la lingüística. El código va a puntuar y va a hacer de obstáculo a este encuentro del sujeto con el objeto. El código es el lugar de todos los signos de una lengua, en este momento. Luego vamos a ver que no, pero en este momento pensemos que están todos y esta es la manera como nos entendemos. Si dicen un chiste y no pertenecemos a la misma comunidad, no lo entendemos. Es necesario que compartamos el mismo código. Cuando el sujeto se encuentra con el código, la necesidad se transforma en demanda. La demanda es un pedido. ¿Pero quién va a significar lo que el sujeto quiere? Pensemos en un bebé que grita. Hay un otro que va a tener que decodificar lo que el bebé necesita, lo que quiere y va a tener que darle un significado a ese grito. Ese grito, entonces, se transforma en un llamado y va a definir qué es lo que quiere ese chico: tiene hambre, tiene frío, etc. Entonces, así se produce el mensaje (M). Pero como el bebé no está metido en el sistema de signos, en realidad, vuelve otra vez al código para que sea sancionado. Es retroactivo. Sacamos código y ponemos Otro (A), porque el Otro no está compuesto por todos los significantes de la lengua, sino que le faltan significantes. En lugar de mensaje, ponemos significado del Otro [ s(A) ].


Entonces, el sujeto se encuentra con el Otro, que va a estar encarnado como un sujeto como el lugar y el tesoro de los significantes y el sujeto va a constituir su mensaje en s(A). Pero como los significantes están en el Otro, su significación también viene del Otro. Para que el mensaje se produzca, el sujeto necesita de esta función del Otro. Si no hay sanción del Otro, no se produce el mensaje. Entonces, Lacan va a apelar a lo que es el punto de capitón o de almohadillado, para decir que ocurre lo mismo cuando se produce la puntuación en un sistema de comunicación, que en realidad es fallido, pero va a decir que se produce algo así como el modelo del punto de capitón, porque hay un entrecruzamiento de los hilos que cuando se produce una tensión de los hilos, la superficie se acomoda a esa tensión. Eso sería la puntuación en el mensaje que el Otro da. Esto lo veíamos la vez pasada con la frase “Ay, así yo no puedo seguir viviendo”. Si puntuamos en “Ay, así yo no puedo”, la parte “seguir viviendo” cae por fuera. Esto es lo que ocurre cuando nosotros puntuamos en análisis. Puntuamos lo que el sujeto dice para darle un significado diferente. El significado, entonces, se lo da el Otro en su sanción y en su puntuación. La puntuación tiene que ver con la metonimia de lo que va diciendo, pero que quizá puede llegar a producir una metáfora, porque con esto vamos a introducir al segundo piso del grafo.


El sujeto se va a preguntar qué queremos decir con lo que estamos diciendo. El resultado de la operación es el sujeto dividido ($), porque el Otro al sancionar un sentido, no lo puede decir todo. Entonces esto produce que surja la falta en el Otro. Al surgir la falta en el Otro, surge la pregunta del sujeto por esa falta y por ende, el sujeto dividido entre un significante y otro significante que lo representa.  Porque en realidad antes de ir a pedirle algo al Otro, el Otro no puede satisfacer a la demanda. Acuérdense que del objeto perdido de la necesidad, lo que surge es la demanda, que se articula en significantes. Pero hay un resto que la demanda no puede articular, que es el objeto a que cae. Es el objeto perdido aún antes de haberlo hallado, porque está perdido por el lenguaje. No existe la posibilidad de que el lenguaje abarque una significación completa. Ese objeto a que cae, va a ser causa del deseo. Ese objeto a cae de la posibilidad de estar completo, por eso es la causa del deseo y de esta mentira al Otro, que es al Otro tesoro de los significantes, porque no existe ese Otro completo, ese código. Ahí tenemos la diferencia entre lo que es el objeto causa de deseo y el objeto del deseo del fantasma que después vamos a ver.


Tiene que haber una falta en el Otro para que el deseo aparezca. Por eso, si en el Otro no aparece la falta, tenemos el autismo, por ejemplo. Puede ser que el Otro sea un neurótico, pero que para ese chico a ese Otro no le falta. Ahí no se va a encontrar con la falta en el Otro, entonces no aparece el deseo y ahí no se va a poder constituir el deseo dividido. Todo le va a hacer signo, porque no cae el objeto a. Ese objeto viene del Otro, tesoro de los significantes.


Luego Lacan cambia el lugar del sujeto en el grafo:
Dice que el sujeto ya está dividido. Pone ciertas líneas quebradas, que significa que se trata del significante, que son elementos discretos. Un significante remite a otro y son discretos hay S1, S2, etc. Entonces, el sujeto ya está dividido desde que nace. En realidad no porque no hay inconsciente, pero el objeto de la necesidad ya lo perdió por el hecho de haber nacido. Por eso en el significante ya pone esta línea del sujeto en el encuentro con el otro como cortada, un trazo quebrado. En cambio, el trazo pleno marca una unidad de sentido. Se produce un mensaje y hay una unidad de sentido. Hay una cierta estatización de la significación y tiene que ver con el yo, ya lo vamos a ver. De S a s(A) también hay una línea quebrada porque son significantes.


Al final del recorrido del grafo nos vamos a encontrar con los ideales. Lacan va a poner al ideal del yo I(A). Los ideales van a estabilizar la significación del sujeto. I(A) es una marca del sujeto, porque el lenguaje y por la omnipotencia del Otro. Es un emblema, un rasgo de esa omnipotencia. Esa marca estabiliza al sujeto en la significación: “Soy...”. Cuando viene un sujeto a consulta, puede venir desde I(A). Dice “Soy…”, desde una identificación estabilizada y no desde el $, como se presenta más la histérica. En cambio lo del “Soy…” es más una presentación del obsesivo. El resultado del recorrido hacia I(A) es la estabilización. Cuando hablamos con una persona, generalmente nos encontramos con que están estables en sus significaciones. Esto viene como una marca que le da una cierta identificación simbólica a un rasgo del Otro que tomó. Al tomar un rasgo del Otro e identificarse con ese rasgo, el sujeto no se identifica con la falta, sino con un rasgo que es más del ser. El Otro aparece sin barrar, porque el neurótico no quiere saber nada con la castración del Otro, incluso sufriendo a costa de su propia castración. El sujeto prefiere ser él mismo el que no puede, el que le cuesta y no al Otro. Así aparecen los Otros malísimos, o super bondadosos. Cuando el neurótico se queja, habla de un Otro sin agujeros, que lo castiga y es omnipotente. Este Otro tiene distintos nombres en la enseñanza de Lacan:
  • el Otro primordial, generalmente la madre o quien haga esa función,
  • el Otro de la interdicción,
  • el Otro del otro sexo, tanto para el hombre como la mujer. El Otro como hétero, que es el Otro. Por eso tenemos el enigma de la femineidad, que es el Otro del otro sexo, tanto para el hombre como para la mujer. La sexualidad es una posición.


En el grafo II, va a mantener la estructura, pero se va a referir a las formaciones del inconsciente para luego referirse al grafo III, que es el segundo piso.
Acá estamos en el primer piso. β’ va a ser el moi y β (objeto metonímico) posteriormente va a ser i(a). El circuito del discurso corriente. De A parten los significantes de un sujeto que se ubica en el lugar del que habla (yo) que hablo de un objeto y armo un mensaje sobre un objeto. Ese mensaje luego es sancionado por el Otro. Esta es la comunicación y el discurso corriente. Yo hablo de tal cosa con otra persona. Es un mensaje para el Otro y el Otro sanciona. Se trata de la palabra vacía, porque en este punto lacan habla de palabra plena y palabra vacía. La palabra plena tiene que ver con algo de la verdad que pudiera asomar, si bien no se alcanza. Es un yo que habla de un objeto (que después va a ser i(a), que es la imagen del objeto velado, del objeto que satisface al yo, al moi). El yo (je, que indica el sujeto que habla en el discurso), habla de un objeto al Otro.


Lacan se refiere al ejemplo del chiste que habla en el seminario V de formaciones del inconsciente. De hecho, este grafo está en el seminario V y el anterior está en El deseo y su interpretación del seminario VI. En el seminario V y VI y en los escritos es donde despliega el grafo. El V es formaciones del inconsciente y el VI es el deseo y su interpretación.


Pregunta: Todos los pisos y las modificaciones que Lacan fue haciendo, ¿siempre es con la intención de ubicar al sujeto en relación con el significante?
Al sujeto en relación con el significante y además a ubicar al inconsciente como estructurado como un lenguaje. Porque en el segundo piso vamos a hablar del inconsciente y el deseo. Porque en realidad el sujeto con relación al significante es que ese significante lo representa para otro. O sea que está dividido. Lacan dice que no hay correspondencia entre significado y significante, que en realidad hay articulación entre significantes y que nunca se abarca el sentido de forma completa. No hay un significante que le diga al sujeto quién es, qué es para el Otro, que tiene que hacer...  Hay una estrategia por la cual el sujeto se sirve para poder responder a estas preguntas: el fantasma. Del lado derecho del grafo tenemos las preguntas. Y del lado izquierdo están las respuestas.


Lacan se sirve del chiste de famillonario. Famillonario no es una palabra que está en el código, entonces Lacan intenta explicar mediante este grafo es la interferencia de un lapsus. Va a decir que el yo va a hablar de un objeto. El objeto podría ser “me trató familiarmente”, pero en realidad el objeto, que siempre es metonímico, se encuentra que en lugar de familiar, lo trató famillonariamente. Esto es sancionado por el Otro. Por homofonía se produce el chiste. Se trata de una condensación de familiar y millonario. Esto es la metáfora, que es la sustitución de un significante (familiar) por otro significante (famillonariamente). Pero es necesario de la metonimia para que se produzca la metáfora. Lacan dice que la metonimia es condición de la metáfora, como Freud decía que el desplazamiento es en la condensación en el resultado. No existe la metáfora si no es a partir de la cadena de significantes que es metonímica. Entonces esto nos introduce a la dimensión del inconsciente, porque “famillonario”, es una metáfora fallida. Para que no lo fuera, tendría que haber dicho “Me trató millonariamente”. Es fallida porque está la palabra familiar, que es lo que está reprimido. En realidad, lo que no muestra es que lo que realmente está reprimido, el significante reprimido, que es lo que está atrayendo en la represión secundaria, es el significante reprimido que es “familiar”. Seguramente ese significante está en conexión con algo del Otro en este hombre que dice el chiste, con su inconsciente. ¿Y por qué con el Otro? Porque el inconsciente es el discurso del Otro. Se constituye desde el Otro a partir de la falta del Otro y en el Otro. Este “familiar” está en conexión con el inconsciente de Heine. Está reprimido.


Pregunta: No entendí por qué la metáfora es fallida, si es que agrega un plus de sentido.
La metáfora nunca es totalmente lograda, porque tendría que haber una represión completa del significante. Según Jacobson, el lenguaje tiene la función de la metáfora y la metonimia. La metáfora es un plus de significación porque la fórmula de la metáfora es esta:
La sustitución de un significante por otro es congruente con el traspasamiento de la barra, que da un plus de significación que es positivo.
Para la metonimia:
La función de un significante en combinación con otro significante es congruente con el no traspasamiento de la barra, con que la barra siga ahí. No produce nunca un nuevo sentido.


El caso de famillonario no está completamente reprimido y entendemos el chiste porque es famillonario. El significante no puede decirlo todo, pero en la metáfora se puede decir algo más de lo que se puede decir actualmente. Por eso es tan importante el síntoma en su dimensión metafórica. Lo que está diciendo es que ese significante reprimido es el significante de la falta en el Otro.
Ahora tenemos:
D es el piso del enunciado y D’ es el piso de la enunciación. Es decir, lo que se dice y lo que está más allá de lo dicho, el decir.


Cuando el sujeto mítico de la necesidad, que ya Lacan le pone $ porque preexiste al orden significante, se dirige a buscar un objeto, se encuentra con un Otro (A), con el tesoro de los significantes. Ahí el sujeto encuentra la falta en el Otro. Entonces, el sujeto se encuentra con el deseo del Otro (A⬨d). Lo que le falta al Otro es el deseo y el sujeto se va a preguntar por eso. Por eso está la pregunta “Chi vuoi?” o ¿Qué me quiere?.


El sujeto se encuentra con el deseo del Otro, de la cual Lacan va a decir que la implicación recíproca del deseo en el campo del Otro. El sujeto de la necesidad se encuentra con el significante, entonces se transforma la necesidad en demanda y siempre es un pedido de incondicionalidad al Otro. Se trata de una demanda de incondicionalidad que el sujeto le hace al Otro, que implica que el Otro no esté atravesado por ninguna ley. El sujeto pide incondicionalidad, como pasa en las relaciones humanas, pero en su lugar se encuentra con la condición absoluta del deseo. La incondicionalidad que el sujeto pide es la incondicionalidad del amor, porque siempre la demanda es demanda de amor, y se va a encontrar con que es imposible, más allá de los esmeros narcisísticos. El Otro, bajo la condición absoluta del deseo, se va a negar algo, digamos, alguna de las suyas va a hacer.


La demanda del primer piso (D) es una demanda consciente. Es pedirle algo al Otro: que lo mire, que lo lleve al cine… Esto se estabiliza en un significado, que puede estar en el ideal del yo [ I(A) ] o en yo ideal [ i(a) ], que se corresponde con el moi. El yo sería apropiarse, de alguna manera imaginaria, del deseo. Es como si el que deseara fuera el yo, pero en realidad el deseo es el deseo del Otro. El yo se apropia imaginariamente de la enunciación, como si el yo creyera que es autor de lo que dice, cuando en realidad es el discurso del Otro. ¿Pero quién habla en un lapsus? El Otro. El yo es una estructura imaginaria, es la proyección de la superficie corporal. Para este yo hay un objeto señuelo que lo satisface, que es la imagen del semejante. El yo se satisface con la imagen del semejante, que puede ser como semejante, otro yo, que también tiene las mismas características y se hacen de señuelo el uno al otro. Acá estamos al nivel de la imagen nada más, que en realidad viene del Otro, donde están los significantes. El mensaje que se produce en el discurso corriente tiene los significantes del Otro. En el grafo anterior vimos cómo el discurso corriente sufría la interferencia de un lapsus. Esto es lo que muestra que en realidad cuando uno habla, habla el Otro. Se muestra en el lapsus.


En el segundo piso, la demanda insiste. Es el piso del inconsciente, sin que la demanda pueda ser sancionada por un Otro. La intencionalidad de la demanda, sin que el sujeto pueda reconocer ninguna intencionalidad ahí. La insistencia de la demanda para la cual el sujeto no reconoce su interdicción es la repetición, el más allá del principio de placer. Está ahí en el grafo y es la pulsión ($⬨D). Se escribe como el significante del Otro tachado. Se encuentra en una implicación recíproca con la demanda. Es la demanda la que va a dividir al sujeto, pero esta demanda tiene la característica de herir los agujeros del cuerpo. Es una demanda que se produce en el cuerpo. Acuérdense que Freud hablaba de que era el Otro el que introducía al sujeto en la pulsión vía la erogenización del cuerpo. Ese cuerpo, esa superficie, no es solamente imaginaria, sino que se produce satisfacción y goce. Pero no ocurre en cualquier lado, sino en los agujeros del cuerpo. Pensemos en cómo introduce el Otro la pulsión escópica: por los agujeros. Le hace borde -los párpados- a la mirada. Porque en realidad el objeto es la mirada, pero el objeto tiene que estar perdido. Porque si el objeto mirada no está perdido, no podríamos ver. Veríamos que nos ven por todos lados, como en el terreno de las psicosis, donde los ojos nos miran por todos lados. Tiene que sustraerse el objeto a siempre del Otro para que se constituya la posibilidad de ver, para que vaya ahí un objeto mirada perdido, es decir, desde el deseo y no objeto causa, para que haya mirada. Que sea pacificadora. Hay miradas y miradas, por eso el sujeto puede gozar con que lo miren, o con hacerse mirar.


Lo mismo pasa con la pulsión invocante, que es la voz. Con la pulsión oral, con la anal. El Otro, porque el sujeto es prematuro, va a erogenizar al cuerpo. Van a haber pulsiones que van a primar sobre otras en relación a esa relación que tiene el sujeto con la demanda del Otro. Hay demandas de miradas y constituyen al objeto mirada con lo que goza el sujeto. Para que se constituya pacíficamente el sujeto, se tiene que producir lo que es la intrincación pulsional. La mirada se tiene que intrincar con la voz. La madre puede no solo mirar al chico, sino hablarle, acariciarlo, mientras que da el pecho. En cambio, si tenemos una madre que le da la teta y mira hacia otro lado y el pibe cuelga, o una madre que lo mira todo el tiempo y no hay ninguna voz pacificadora, eso termina siendo muy siniestro para el chico.


Decíamos que el sujeto mítico de la necesidad se dirigía hacia el objeto, se encuentra con el tesoro de los significantes (el Otro). Como no está completo, en el pedido de incondicionalidad al Otro, el sujeto se encuentra con la condición absoluta del deseo. El sujeto se hace una pregunta sobre lo que el Otro desea pasando, por supuesto, por la pulsión. Fíjense que hay una duplicación de los pisos inferior y superior y complementariedad. Por ejemplo:
  • El circuito con trazo pleno del discurso corriente, en la parte de arriba está con trazo quebrado.
  • Del lado izquierdo tenemos las respuestas del sujeto: tenemos al Otro, al moi, al deseo, la pulsión.
  • Del lado derecho: el significante de la falta en el Otro, el fantasma, el significado del Otro y el yo ideal y el ideal del yo.
  • El fantasma ($⬨a) está en relación directa con el deseo (A⬨d). Es lo que le hace marco al deseo.


Cuando el sujeto se encuentra con el deseo, le va a preguntar al Otro en relación a la falta y el Otro le contesta con una pregunta: ¿Qué quieres? (Chi voui?). Es el Otro que pregunta primero. El sujeto va y pide, y el Otro de la demanda le pregunta qué quiere. Eso lo vemos con los chicos, que quieren que el otro les diga lo que quieren. El Otro no sabe lo que el sujeto quiere, entonces ahí es cuando se encuentra con el significante de la falta en el Otro S(Ⱥ). En realidad, es una respuesta, porque la respuesta es una pregunta que va a permitir que el sujeto se pregunte por qué me quiere ese Otro. ¿Qué me quiere a mi ese Otro que me pregunta a mí lo que quiero, si tiene que tener todas las respuestas?


La respuesta ante el deseo del Otro, que es lo que angustia, es el fantasma. Esta es una de las respuestas: tenemos al fantasma, el significado del Otro, el yo ideal y tenemos el ideal del yo. Esas son respuestas que van a dar una respuesta a lo que el Otro desea de uno. O es por la vía de una identificación a un ideal con un rasgo a un significante del Otro, o vía el fantasma. El fantasma está en el piso de lo no dicho, en la enunciación. Cuando el sujeto habla, habla de lo que quiere pero lo que quiere decir está en el vínculo fantasmático con el Otro. La pulsión tiene relación con el fantasma, en el sentido de que Freud habló de las voces gramaticales de la pulsión en su circuito. La pulsión tiene un recorrido y una meta. El trayecto, es el trayecto que va a hacer la pulsión alrededor del objeto, siempre en relación a los bordes del cuerpo. El objeto está perdido, por lo cual no va a ir al objeto, sino a los bordes del cuerpo y retorna siempre a la fuente. Por eso hablaba de los labios que se besaban a sí mismos, el retorno a la fuente. Freud decía que la pulsión siempre es activa, cuando en “Pegan a un niño” teníamos las voces gramaticales de la pulsión:


Voz activa
Pegar.
Oir
Voz refleja
Pegarse
Oírse
Vos pasiva
Ser pegado
ser oído


Lacan va a decir, acerca de la voz pasiva, “hacerse oír”, o “hacerse ver”, porque dice que siempre la pulsión siempre es activa. Las dos primeras formas son activas, pero lo que sería pasivo -ser oído-, en realidad es hacerse oír. Cuando la pulsión hace el cierre en el circuito pulsional, hay en el hacerse, según Lacan, hay un nuevo sujeto. En la primera y segunda voz (oir y oírse) no hay sujeto, es autoerótico. En la tercera voz hay un Otro, que aparece en el “ser oído”. Ahí está la cuestión del fantasma, donde Lacan va a decir “hacerse oir”, porque ahí aparece la relación del sujeto con el Otro. deja de ser autoerótica y pasa a intervenir la relación del sujeto con el Otro. Para que se produzca el fantasma, es necesario que la pulsión haga todo el recorrido alrededor del objeto. Luego lo veremos en un caso.


Hay sujetos que se presentan en el consultorio “haciéndose”. Esto sería el síntoma para lacan, porque lo que se trata es que está duplicado el moi, que sería la duplicación imaginaria del deseo (porque no es el sujeto el que desea, sino que desea el Otro). En el piso inferior está el moi y en el piso superior está el deseo. En el piso inferior está la imagen del objeto, señuelo del yo y en el piso superior está realmente la implicación del sujeto con el verdadero objeto del deseo, que es el verdadero objeto causa del deseo, que está perdido. En el primer piso estamos a nivel de lo imaginario (determinado por el plano simbólico) y en el segundo piso estamos en los 3 planos anudados: sujeto simbólico, imaginario y real.


Cuando nosotros recibimos a un consultante, vamos a recibir a veces a un sujeto que viene identificado a un determinado rasgo del Otro. A uno le dicen que es un rasgo igual al padre, igual a la madre… Uno escucha esto en relación a las identificaciones. También hay sujetos muy armados en el yo ideal, en la identificación a algo del orden de lo imaginario: mujeres arregladitas, cuestiones de la moda, que le da cierta prestancia imaginaria que les da una estabilidad en relación a su identidad de esa palabra con relación a su yo. Es como cuando se va a una entrevista de trabajo, eso tiene que ver más con el yo ideal.


Del lado izquierdo, tenemos el significado del Otro (1° piso) y el significante de la falta en el Otro (2° piso). El significado del Otro va a metaforizar ese significante reprimido, que es el síntoma. El síntoma lo que hace es sustituir un significante por otro significante, sería el síntoma como metáfora, pero no nos olvidemos que en el síntoma el sujeto se satisface. En la conferencia 17 Freud habla del síntoma como metáfora y en la 23, del síntoma como satisfacción pulsional. Fíjense en el grafo cómo se duplica, pero las líneas aparecen cortadas en el piso de arriba y unida en el piso de abajo.


Caso clínico:
Claudia (22 años) es psicóloga y como se interesaba por la clínica, le resultaba según ella necesario hacer un análisis y pasar por la experiencia del inconsciente. No hay un cuestionamiento del deseo, ella dice que no le pasaba nada. Desde su ciudad natal se vino a Buenos Aires a estudiar. Vive sola en un departamento que alquila y paga su padre, quien corre con todos sus gastos. Inclusive, él paga el tratamiento. Refiere no tener mucho de qué hablar, dado que “no tenía ningún problema con su familia”. La presentaba como una familia ejemplar. Del padre dice que es muy recto, trabajador y se ocupaba mucho de sus hijos. Tenía una empresa de seguridad y maestranza en la que también trabajaba su madre. De la relación de ellos comentaba que se llevaban muy bien. Su hermano estudia en otro lugar y otro hermano menor vivía con sus padres. Concluye esa primera entrevista diciendo que eso de no tener problemas, terminaba siendo un problema para ella, porque no tiene nada que hablar con sus amigas. Ella solo escucha lo que sus amigas dicen de sus problemas.


Ella viene y está en el piso de abajo. Por preguntas que yo le hago, la llevo a que ella termine diciendo que esto de no tener problemas termina siendo un problema para ella. Ahí surge el sujeto dividido, porque ella está entre 2 significantes. Eso que ella enuncia que no es un problema, termina siendo un problema. Ya en la primera entrevista sale dividida, que es a donde uno tiene que apuntar. No siempre sale en la primera entrevista. A veces, también vienen muy divididos y hay que des-dividir un poco.


Ella dice también “solo escucho lo que ellas cuentan”. Ahí está la posición subjetiva. Ahí leemos, aunque ella no lo sabe, que ante el Otro, ella escucha. Podemos pensar “yo escucho”. Estaríamos en un trayecto de la pulsión, la voz activa.


Refiere estar de novia desde hace 5 años y de este chico, va articulando una queja. Ella dice que él es muy bueno, pero que no la tiene en cuenta para el sexo. O sea, si es una queja, estamos hablando de una demanda que le hace al Otro. Es una demanda consciente, del primer piso. Dice que cuando discuten, la asusta su propia violencia. Ella le pega y termina echándolo, después de lo cual ella termina comiendo sola un paquete de galletitas sin poder parar. Es una secuencia que se repite. Encontramos la demanda consciente articulada en significantes, pero con algo del orden de la repetición que insiste en otro lugar de la cadena, que es en la enunciación (piso superior), porque estamos hablando de lo pulsional. Esto parece dar cuenta de la insistencia pulsional incoercible, iniciando el tour alrededor del objeto oral que satisface en su recorrido en el acto de comer. Esto lo vemos en un recorte chiquitito, porque además ella habla del yo, de lo que era el novio para ella, etc. También habla del fantasma, de la relación del sujeto con el objeto que está en el Otro…


En relación al ideal del yo, ella ocupaba un rasgo de ser tomada como la chica estudiosa, la que hacía todo bien, la que no llevaba ningún problema a la familia. Tenía este rasgo del Otro que había tomado que la nombraba de una determinada manera a la cual se identificaba y la estabilizaba en su significado siendo que con 22 años ya se había recibido de psicóloga.

En el desarrollo del análisis, comienza saliendo con un chico en forma paralela, de quien dice que le gustaba mucho. Relata una escena en la que termina haciéndole una felatio de parada. Se lo come, dice ella. Este hecho la consterna y se pregunta por qué.


Ella habla de 2 objetos: el objeto oral y la pulsión invocante, pero esto tendría que trabajarlo mejor. Claudia escucha: escucha en un empuje constante la voz de su madre que le cuenta acerca de su padre, que no la tiene en cuenta para el sexo y de que ella quiere saber cosas del padre, pero no le pregunta porque ella piensa que no le va a creer al padre. La madre dice que el padre es un mentiroso. A esta madre no le falta nada para esta chica. Y siendo mentiroso, al padre tampoco le falta nada porque el que miente tiene a la verdad de su lado. En ella, el Otro está sin barrar. Le pregunto por qué sí le cree a su mamá, intervención que le causa sorpresa y abre la puerta a la instalación de un síntoma analítico de su primera ubicación: la que no tiene nada que hablar pasa a la que no puede dejar de escuchar. Ella no puede dejar de escuchar a la madre, que le cuenta todo esto del padre. esto introduce la cuestión de la falta en el Otro. ¿Qué le pasa a la madre que le habla todo el tiempo de esto a ella? ¿Qué me quiere?, empieza a preguntarse por el lugar que ocupa ella en el deseo de la madre. ¿Por qué le habla a ella todo el tiempo, si tiene 2 hijos más?


Claudia escucha y se reserva para sí comer galletitas. Acá hay que ver cómo ella podría reservarse un espacio para el deseo, porque está muy tomada por el deseo del Otro, así que hay que ver cómo ella con esto de comer las galletitas se está reservando un espacio para su propio deseo. Obviamente acá se juega la pulsión, pero se anuda pulsión con deseo. Cuando Claudia escucha, es comida por su madre, que le come las palabras. Con el tratamiento, va dejando de escuchar y comienza a escucharse. Sin embargo, se queja de que no puede hablar con nadie de lo que le pasa, excepto conmigo. Le da vergüenza. No habla con sus amigas ni se puede hacer escuchar. Ahí está lo que le pasa a ella con este objeto que es la voz.


Claudia relata un episodio donde el hermano viene lastimado de una salida. Ella se pregunta si fue violado, o si fue algo consentido y si su hermano es homosexual. Se confirma la homosexualidad del hermano y la sífilis. El padre lleva a su hijo a tratarlo a una ciudad cercana para que nadie se entere. Aparecen denuncias de que el padre participó el proceso militar. Liquidaba gente. Esto la avergüenza, pero el padre dice que esto no era así. Su padre comienza a ausentarse de su casa; la madre se deprime. Él comienza una relación con una empleada de su empresa, la que queda embarazada. Ahí Claudia se siente engañada. Claudia comienza a poder hablar con sus amigas. Es importante para ella que pueda aparecer la falta en el Otro (tanto en la madre como en el padre) para que ella pueda preguntarse por el lugar que ella tiene para la madre o el padre, en el Otro, para que ella pueda empezar a desear y a hacerse escuchar. Salir de lo endogámico hacia lo exogámico.


Se separa de su novio, logra comenzar a hablar con sus amigas, comienza a salir con chicos. Su problema es no poder tener relaciones sexuales. Conoce a un chico que le gusta y dice que está para comérselo, pero posterga el encuentro sexual y solo le hace sexo oral. Los padres se juntan y se separan contínuamente, Claudia ya no viaja hacia esa ciudad. Lleva a su ciudad a una amiga que habla mucho para que la madre no le hable. La lleva como un señuelo para que ella sea la que hable y Claudia no tenga que escuchar a su madre. Refiere que con el novio comienza a tener relaciones sexuales y comienza a disfrutar. Dice que se hace comer a besos y esto le abre la vía del deseo. Dice que la calienta.


Fíjense cómo está articulado esta cuestión de la pulsión al fantasma. Cómo ella puede, en esto de comer y no poder parar, comer galletitas o comer penes, y pas a a poder hacerse comer por el Otro. Es como que la pulsión cierra el circuito y aparece algo más pacificador, la posibilidad de hacer un cierto marco que hace a la cuestión fantasmática, en este caso con el objeto oral. Acá habría que analizar el objeto voz, que no está analizado. Esto es lo que hacemos nosotros en un análisis, para que el sujeto pueda desear. A veces nosotros recibimos a sujetos que no tienen la posibilidad de calentarse por un hombre, una mujer… De desear al Otro y que la sexualidad deje de ser tan autoerótica. Que pueda pasar a anudarse el deseo, el amor y el goce, que es lo pulsional. Muchas veces esto viene desunido: aman, pero no tienen deseo por esa persona. O tienen deseo por esa persona, pero no se le para. O tiene deseo, pero no llega al orgasmo.


Se tiene que anudar el amor, el deseo y la sexualidad en todos los casos. Fíjense que para que se anude el amor al deseo y a la pulsión, se tiene que dar todo esto. El amor es esta cuestión de la demanda, este pedido de incondicionalidad al Otro que se le hace. ¿Y qué pasa cuando el sujeto se encuentra con el deseo del Otro? Ahí el sujeto va a responder con su fantasma. Esto el sujeto no lo sabe, y tampoco sabe que está actuando otra demanda que es inconsciente, que es el objeto con el que goza y se satisface la pulsión. En realidad, en la articulación significante, que sería la cuestión de la demanda, lo que estaría apaciguando la demanda es el principio del placer. Lo pulsional sería más allá del principio del placer. De la cuestión decanta el deseo anudado a la pulsión vía el significante. No se puede satisfacer totalmente la pulsión, pero algo se satisface en el hablar. La articulación significante sería el principio del placer que va haciendo desplazar el deseo, de significante a significante en la demanda.


El deseo se va desplazando vía el objeto metonímico que se van desplazando en el acto de hablar. Por eso es que la palabra es apaciguante: viene un sujeto “puro acto”, donde viene con una satisfacción pulsional muy complicada. ¿Por qué se apacigua cuando puede hablar? Porque ahí, en esa articulación significante, algo de la pulsión se descarga. Ese es el principio de placer, que lo que puede hacer es acotar la deriva pulsional que se satisface en la pulsión. La pulsión en realidad es acéfala, tiene que encontrar un objeto que sería el objeto del fantasma. tenemos el objeto causa del deseo y el objeto del fantasma. En el objeto del fantasma, la pulsión se satisface. Pero es como si vía el señuelo encontramos un objeto que sería el objeto para la pulsión, pero que en realidad no es el objeto perdido. Es el objeto que va en lugar del objeto causa.


Tenemos:
GRAFICO.
El objeto causa va por delante del objeto dividido y el objeto del deseo, que está atrás. Esto es el fantasma y esto es el objeto causa del deseo.
Supongamos que nosotros tuviéramos un sujeto del goce mítico, que no existe. Sería un sujeto que estuviera antes de su relación con el significante, que es imposible, pero supongamos. Lacan va a hacer la división en el seminario de la angustia. Si nosotros decimos 8:4=2, decimos cuántas veces 4 entra en 8. Entra 2 veces. Lacan se pregunta cuántas veces el sujeto entra en A. O el significante en A:
No entra, entra infinitas veces. No puede entrar el significante en A, porque siempre va a haber algo que se va a escapar. El sujeto podría entrar en A infinitas veces, porque no puedo abarcar a A. Por eso en el segundo piso pone Ⱥ. El resultado de la operación 8:2 da 4, pero lo que da A:S es la falta en el Otro, porque no entra. De esto se produce un resto que es a, que está en el Otro, causa del deseo. Y también está la fórmula el fantasma ($⬨a). Esto produce un sujeto dividido. La caída del Otro, que está atravesado por la barra, produce también la falta en el sujeto. El sujeto -o el significante- no puede entrar completamente en A porque a este Otro le falta un significante y al sujeto también, por eso es lo que representa un significante para otro significante.


La fórmula del fantasma está en el Otro, porque está en el inconsciente, que es el discurso del Otro. Y fíjense que S(Ⱥ) sería el significante de la falta en el Otro. Esto tiene que ver con el deseo y esto tiene que ver con la angustia. La angustia aparece cuando lo que falta es la falta, es decir, cuando se presentifica el a sin velar por la imagen o por el fantasma. Cuando se presentifica el a sin este velo que le hace de marco, resulta del orden de lo siniestro. Es como si apareciera la mirada ciega, por ejemplo, o la voz sin el velo o el marco fantasmático. Cuando la respuesta que se da el sujeto, ya sea vía la imagen, por la vía del ideal o por la vía del fantasma vacilan, el sujeto se queda totalmente desamparado ante el deseo del Otro, sin respuesta. Esto es lo que tiene la angustia.


Nosotros como analistas vamos a obturar la posibilidad de metaforizar el significante de la falta en el Otro. Y eso no se hace sin el pasaje por la angustia, porque en realidad esta chica, para poder decir “vengo porque me recibí y no tengo ningún problema”, donde todo era divino y ella era el ideal de los padres, de golpe se le arma un lío cuando aparece la falta en el Otro y cuando esto viene a ser cuestionado. El sujeto a veces viene armado y hay que desarmarlo y esto es imposible sin el pasaje por la angustia. Por supuesto, a veces cuando el paciente está muy angustiado por encontrarse sin este marco que le hace el fantasma, o sin ningún significado que lo tranquilice, es necesario volver a armar ahí para que la cosa no sea tan terrorífica ni horrorosa. Sino, no se puede trabajar porque el sujeto queda totalmente perplejo. El objeto está perdido, pero cuando se presentifica ese objeto perdido sin el velo y aparece como lo real (una mirada terrorífica, una voz del superyó que le ordena gozar permanentemente y no deja de decir injurias)... Aparecen sujetos que no pueden dormir, o no pueden dejar de consumir,porque hay una voz que golpea y dice “goza, goza, goza”. Ahí hay que tranquilizar, pero cuando vienen demasiado tranquilos, si quiere saber va a saber de la falta en el Otro.


Pregunta: A veces los chicos preguntan mucho por qué.
Es muy interesante, porque eso tiene que ver con la anorexia mental. Cuando el Otro se anticipa a la articulación de la demanda. Al pibe no le dan tiempo de preguntarse por qué. El Otro responde antes de que pueda preguntar el sujeto. El sujeto se sustrae, como en la anorexia donde no se come, acá el chico no pregunta ni quiere saber. El chico se sustrae de que el Otro se anticipe en la demanda y que justamente dice que el deseo es indestructible, hasta en el punto que se puede desear “nada”. Deseo de nada, de no saber. El niño le está pidiendo un lugar para su deseo, porque el Otro se anticipa a su demanda antes de ser sujeto. Lo que puede ocurrir es que en el intento de que al pibe no le falte nada, el pibe deje de preguntar para que el Otro le de espacio para su deseo y para su demanda. Pero las respuestas a todos los por qué no las va a encontrar nunca.

De esto hablamos siempre y cuando el chico sea el falo para el Otro, que se constituya en este objeto que le falta. Porque puede ser que no sea falo y que al Otro no le importe nada del pibe y que lo único que haga sea alimentarlo, sea alimentarlo, bañarlo, y decirle que haga una cosa y otra. En este caso no hay falta, el chico no le hace falta al Otro. Pero si le falta, se va a encontrar con esto. El pibe se va a tener que preguntar qué lo quiere el Otro. Porque si le falta, va a aparecer esta cuestión del deseo en el Otro.