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martes, 19 de agosto de 2025

Más allá del Padre: la nominación en el cruce de RSI

Una vez establecida la distinción entre lo serial, lo modal y lo nodal —un recorrido que a Lacan le tomó décadas— se abre la posibilidad de precisar la diferencia entre el inconsciente como suposición y el inconsciente como ex-sistencia. Esta diferencia se vincula estrechamente con la pregunta por aquello de real que hay en el inconsciente, es decir, lo que a él le ex-siste.

Considerar a lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario como categorías implica introducir entre ellos una medida común, de modo que ninguno queda jerárquicamente por encima del otro. Lacan subraya que se trata de letras, y en tanto tales habilitan a pensarlas como modalidades de la nominación. Entre este seminario y Le sinthome explora, al menos, tres posibilidades.

Ex-sistencia corresponde al agujero propio de lo real; consistencia al del imaginario; e insistencia al del simbólico. Pero también podemos pensarlo en paralelo con otro tríptico freudiano: inhibición, síntoma y angustia. Lacan enlaza ambos conjuntos y sostiene que RSI son los Nombres del Padre, aunque la misma afirmación podría hacerse de inhibición-síntoma-angustia.

La pregunta crucial sigue siendo la función del cuarto. Lacan la rastrea en Freud, en la realidad psíquica y en la referencia edípica, y apuesta a que ese cuarto término permita a la nominación dar un paso más allá. Con ello abre un margen característico de la praxis analítica: servirse del Padre para atravesarlo, ir más allá de él.

Tal vez sea este mismo movimiento el que lo conduzca, ya en el Seminario 23, a plantear otras dos vías posibles de la nominación: el coloreado o una cuarta consistencia. Su inclinación, sin embargo, apunta hacia esta última, pues lo decisivo en estas modalidades es el estatuto de la diferencia que trazan.


viernes, 8 de agosto de 2025

Un discurso sin palabras: del límite del sentido a la lógica de lo real

El Seminario 16 de Lacan se abre con una afirmación paradójica: “La esencia de la teoría psicoanalítica es un discurso sin palabras”. Una proposición que, de entrada, recuerda la aparente contradicción de un saber no sabido. La inclusión del término esencia no es casual: introduce la especificidad de la praxis analítica, esa “terapéutica que no es como las demás”, orientada por medios y fines singulares, inseparables del límite que Freud ya había señalado con el más allá del principio de placer.

El psicoanálisis se define así como el discurso capaz de alojar al sujeto del inconsciente, efecto de la palabra y, sin embargo, parcialmente refractario a ella. Pues hay en el hablante algo que, aunque ligado al lenguaje, se sustrae a su tramitación y no se deja alcanzar del todo por su eficacia terapéutica. La pregunta clínica que se impone es: ¿cómo acceder a eso que, en el inconsciente, conecta con un real?

Para responderla, Lacan recorre primero el orden simbólico apoyándose en la antropología de Lévi-Strauss, hasta abandonar ese marco en favor de la lingüística de Saussure. El concepto de significante extraído de allí le permite interrogar la zona de cruce —esa lúnula— entre lo simbólico y lo imaginario. Sin embargo, este instrumental comienza a mostrar sus límites ante la aporía que se abre entre lo simbólico y lo real.

Será necesario entonces un nuevo desplazamiento: encontrar un recurso lógico que permita delimitar lo real como imposible. Este giro se inicia en La identificación, donde Lacan introduce la referencia a Gottlob Frege. De Frege toma el soporte lógico para pensar el inicio de una serie: numérica en Frege, significante en Lacan, pero esta vez desvinculado de su efecto de sentido.

jueves, 7 de agosto de 2025

De la metáfora a la escritura: la topología como acceso a lo real

Planteábamos que la orientación topológica del final de la enseñanza de Lacan responde a una pregunta fundamental: ¿cómo trascender el campo de la metáfora, en tanto esta no alcanza a lo real? Frente a este límite, la topología no se presenta como metáfora ni como analogía: es la estructura misma. Por eso, las distintas configuraciones topológicas que Lacan introduce a lo largo de casi tres décadas —desde la cinta de Moebius hasta el nudo borromeo— deben entenderse como modos diversos de leer y escribir la estructura.

En esta clave, la topología es una lectura del lenguaje, pero no del lenguaje como sentido, sino como cadena. Por eso Lacan puede afirmar que la topología es una retroacción del orden de la cadena en que consiste el lenguaje. Esa retroacción implica que, a nivel estructural, lo que importa no es el orden secuencial, sino la orientación, es decir, la relación entre los elementos, su co-presencia y su anudamiento. Este desplazamiento permite concebir el pasaje lógico del "al menos dos" al "al menos tres", que marca el advenimiento mismo de la estructura.

Si el “al menos tres” instaura el nudo —o sea, estructura propiamente dicha— entonces el orden, el relato, lo seriado, pertenecen a una lógica suplementaria, que intenta responder al lapsus estructural, es decir, a aquello que falta, o más precisamente, a aquello que no hay.

Este momento de la enseñanza, que se sitúa en torno al seminario Aún, está atravesado por una tensión: Lacan ya ha accedido a la noción de nudo, pero todavía se sirve de la topología de superficies (como lo demuestra su insistencia en las bandas de Moebius, toroides y botellas de Klein). Por eso puede afirmar que la estructura es solidaria de lo aesférico. Esa noción de lo aesférico marca una orientación: la estructura no remite a una forma cerrada, homogénea y centrada (como la esfera), sino a una forma agujereada, inestable, que introduce la ex-sistencia del sujeto.

Sin embargo, con el pasaje al anudamiento borromeo, se abre una nueva lectura —una lectura no métrica del espacio, sino consistencial. En este registro, el sujeto solo puede sostenerse si hay nudo; y si hay un cuarto anillo, síntoma, es porque el nudo a tres no basta para sostener la consistencia. Así se articula un punto decisivo: sin estructura entendida como anudamiento, no hay forma de conectar el corte fundante del decir con las vueltas del dicho que permiten transformar la estructura. Esta articulación no es especulativa: tiene consecuencias clínicas.

Por eso, Lacan puede afirmar en L’étourdit que la estructura es el único acceso a lo real, y lo concebible de lo real en tanto lo demuestra. El uso del verbo “demostrar” es crucial, porque remite a la escritura. Ya no se trata de descifrar un sentido, ni de traducir un significante. La práctica analítica pasa entonces por escribir lo que no se puede decir, por localizar lo imposible no ya del decir, sino del escribir.

Así, el análisis deja de ser un viaje de retorno al sentido y se convierte en un acto de corte, de localización, de maniobra sobre la estructura misma. Y allí donde no hay relación, el nudo, en su forma fallida o consistente, hace escritura.

martes, 5 de agosto de 2025

De la lógica al nudo: sobre el límite de la razón en la clínica lacaniana

Ciertas vueltas del final de la enseñanza de Lacan —sobre todo en sus últimos seminarios— han llevado a algunos lectores a suponer un desplazamiento radical: como si Lacan se desentendiera de lo simbólico en favor de lo real. Esta lectura, sin embargo, se ve rápidamente matizada si nos situamos en L’étourdit, su último gran escrito, donde afirma que —a diferencia de la ciencia— el psicoanálisis se ocupa de la verdad, porque se ocupa del fantasma.

Esta afirmación se inscribe en un trabajo profundo de interrogación sobre el campo de la verdad, un campo que abre las condiciones de posibilidad para un tratamiento lógico del síntoma. Desde allí, se hace clínicamente posible deslindar lo imposible, ya no solo como lo que no puede decirse, sino como lo que no puede escribirse. Un análisis se orienta, entonces, por una intervención sobre esa imposibilidad —más allá de sus efectos terapéuticos—, delimitando el límite lógico del enunciado, aquello que escapa a la razón.

Por eso Lacan puede afirmar tempranamente que el psicoanálisis no es una práctica como las demás. Lo que escapa a la razón no solo marca una diferencia respecto del saber, sino que señala el límite mismo de la lógica proposicional. ¿Por qué entonces se vuelve necesario este anclaje lógico? Porque lo atributivo resulta insuficiente para dar cuenta del desarreglo estructural de lo sexual en el ser que habla.

En este punto, Lacan propone que un sujeto ocupa el lugar de argumento de una función. Esa posición no es meramente lógica: es una respuesta formal al ausentido, al vacío de significación que introduce la no-relación sexual.

Este movimiento —del juicio atributivo a la formalización cuantificacional y modal— es un paso crucial en su enseñanza. Permite sortear la ilusión de complementariedad que el discurso amoroso o edípico propone. Sin embargo, este avance también muestra su límite: incluso cuando no se trata de un planteo atributivo, el modo cuantificacional sigue operando como una forma de predicación que, aunque más sofisticada, puede alimentar una ilusión de cierre. El paso siguiente será, entonces, el pasaje a lo nodal, donde el simbolismo lógico ya no alcanza y se torna necesario otro modo de inscripción: el nudo.

miércoles, 23 de julio de 2025

Entre el 0 y el 1: letra, borde y denotación del sujeto

A partir del recorrido de Cantor, retomamos el valor de la letra como aquello que se instala en un borde —distinto del límite—: un borde que señala lo imposible de escribir. Este borde puede pensarse como el litoral que marca la zona de contacto (y fricción) entre lo real y lo simbólico, pero también entre lo real y el saber. Lo que ese litoral impide es la tautología, la repetición como identidad. La letra, en su singularidad, fractura la repetición idéntica.

La función de la letra es entonces designativa, y esta designación implica un salto, tal como lo plantea Cantor. No se trata de cualquier salto, sino de una operación que evidencia el límite mismo de una formalización: allí donde ya no se puede escribir más, la letra marca ese extremo. Esta marca deviene condición para dar cuenta lógicamente de lo que el significante de la falta en el Otro escribe. Así, el borde se articula con el deseo, con el goce (en tanto anomalía) y con el sujeto, en su forma subvertida.

Frente a este borde, sólo la letra puede designar. Y esa letra se configura como una unaridad: algo que porta una forma de unicidad sin ser ni “lo único” ni lo “unificado”. Es en este punto donde el rasgo unario adquiere toda su potencia.

Ese rasgo permite pensar las consecuencias de un vaciamiento de lo cualitativo. Ya no se trata de predicar, sino de enfrentar lo impredicable. Esta orientación cuestiona la suficiencia del enfoque atributivo de la sexuación: no lo descarta, pero muestra sus límites.

El problema se desplaza entonces hacia cómo considerar al sujeto más allá de lo cualitativo, y para eso es necesario llevarlo al campo de la denotación. La pregunta que se abre es:
¿Es la denotación el campo que abre la brecha entre lo particular y lo singular?

El significante, al operar en lo real, introduce allí una diferencia radical. Presuponemos ese real como homogéneo antes de la incidencia simbólica. En tanto efecto del significante, el sujeto no es entonces una interioridad, sino una discontinuidad en ese real.

Pero no se trata ya del sujeto alojado en la significación fálica, como en el esquema Rho. Este sujeto —el que se localiza entre el 0 y el 1— no es enumerable. Su lógica no es contable, ni responde a la consistencia de una serie. Es, más bien, el efecto lógico de una letra que bordea lo imposible.

martes, 1 de julio de 2025

La Identificación Primaria como Litoral entre lo Real y lo Simbólico

Freud advierte: “Sabemos muy bien que con estos ejemplos tomados de la patología no hemos agotado la esencia de la identificación…”. Esta afirmación debe entenderse dentro del marco en el que la identificación es pensada desde dos ejes centrales: su papel en la formación del síntoma y su relación con el objeto.

Particularmente en el caso de la identificación primaria, esta esencia del concepto —su opacidad y la dificultad para ser representada— se vuelve especialmente evidente. Dos aspectos clave emergen aquí: su dependencia del mito del asesinato primordial y el carácter enigmático que conserva incluso en su formulación teórica. En este sentido, podríamos decir que lo inimaginable de la identificación primaria está vinculado a lo que no puede representarse en el origen mismo: la figura del padre primordial.

El mito de la horda, como señaló Lacan, funciona precisamente como una respuesta a esta imposibilidad estructural. Desde esta perspectiva, puede afirmarse que la noción freudiana de identificación primaria configura un primer litoral, una frontera móvil y no rígida, entre lo real y lo simbólico. Este borde delimita un campo donde lo susceptible de ser simbolizado —y por tanto, de cristalizarse en un síntoma— se diferencia de lo que retorna desde la represión primaria bajo la forma de afectos o manifestaciones corporales.

Un indicio temprano de esta problemática aparece en el Manuscrito L, adjunto a la carta 61 del 2 de mayo de 1897. Allí, en el contexto de su reflexión sobre la “arquitectura de la histeria”, Freud se pregunta por las relaciones entre fantasías y escenas originarias, afirmando: “El hecho de la identificación admite, quizás, ser tomado literalmente”.

Esta observación resulta especialmente sugestiva a la luz de la posterior elaboración lacaniana, pues sin formularlo directamente, Freud parece ya vincular la identificación a la letra, es decir, al punto de borde donde lo simbólico roza lo real.

jueves, 12 de junio de 2025

Transferencia, deseo y topología: una praxis sobre lo imposible

El concepto de experiencia transferencial no se orienta al ser, sino al hacer. No se trata de una modalidad ilusoria del ser del sujeto, sino de una práctica concreta, marcada por su ajenidad estructural. En ese marco, surge una pregunta inevitable: ¿qué topología le corresponde a la transferencia?

Este interrogante adquiere peso si consideramos que la transferencia —y con ella el deseo— se inscribe en lo que Lacan nombra como “topología del deseo”, desarrollada especialmente en su seminario La transferencia. Se trata de una topología que no responde a un espacio clásico, tridimensional, sino a una lógica del borde, del agujero, del corte y del empalme.

El cuerpo que aquí se pone en juego no es el cuerpo especular, ese todo ilusorio que devuelve la imagen narcisista. Se trata, más bien, de un cuerpo fragmentado, zonificado por el significante, donde el deseo encuentra sus marcas. En este cuerpo agujereado, ningún objeto del mundo real puede venir a colmar la falta estructural. La falta persiste, y con ella, la pregunta por el lazo entre deseo y pulsión.

Desde esta perspectiva, se entiende por qué el psicoanálisis no puede definirse como teoría ni como técnica, sino como praxis: un tratamiento de lo real a través de lo simbólico. Aquí, tratamiento no significa captura ni dominación, sino una forma de incidir en lo que no puede ser plenamente simbolizado.

La transferencia, entonces, se presenta como el campo donde esa praxis se despliega. Su eje no es la resolución, sino el impasse; no lo posible, sino lo imposible. Y es allí donde lógica y topología se entrelazan: la lógica del significante señala lo que no puede resolverse del todo, y la topología nos ofrece una imagen del espacio donde eso se juega —un espacio impar, desparejo, donde el sujeto nunca encaja del todo.

Así, repensar la transferencia en su dimensión topológica es también repensarla como operación sobre lo real, sobre ese punto ciego que ninguna representación logra atrapar, pero que insiste como núcleo de la experiencia analítica.

jueves, 5 de junio de 2025

Dos concepciones del saber en relación a lo real

Si pensáramos lo simbólico como una operación que “coloniza” progresivamente lo real —tomando cada vez un campo más amplio de él—, nos ubicamos en una concepción del saber cercana a la propuesta de Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas. Allí, el saber se concibe como una serie de paradigmas que se suceden, cada uno superando e integrando al anterior. En este modelo, el saber avanza acumulativamente, y lo simbólico parece absorber paulatinamente lo real, reduciendo su opacidad a medida que progresa.

Sin embargo, existe otra perspectiva radicalmente distinta: pensar que lo simbólico, al incidir sobre lo real, no simplemente lo captura o lo traduce, sino que lo funda. Es decir, produce algo nuevo, algo que no existía antes, más allá de una mera nominación. Esta forma de concebir la relación entre saber y real se alinea con el gesto inaugural de Freud al fundar el psicoanálisis. Como lo subraya Lacan en Posición del inconsciente: “el inconsciente de antes de Freud no es pura y simplemente”.

Esta afirmación implica que es el acto freudiano, su posición, lo que da lugar a una existencia lógica inédita. No se trata de que Freud haya descubierto algo que ya estaba ahí esperando ser encontrado, sino que su intervención simbólica funda un nuevo orden de sentido. Es el Otro —como lugar estructurante— quien pone en acto la potencia creadora de lo simbólico, otorgando existencia a lo que antes no la tenía en términos lógicos.

Desde esta perspectiva, el saber —en particular el saber inconsciente— no se construye sobre la base de un progreso lineal, sino a partir de rupturas y discontinuidades. El inconsciente, como saber no sabido, obtiene su estatuto precisamente al quebrar la noción clásica de que todo saber, por definición, debe ser consciente o conocido.

lunes, 2 de junio de 2025

Del amor necesario al amor como invención: entre nudos, suplencias y contingencias

Abordar el campo del amor desde la tensión entre lo necesario y lo contingente permite visibilizar dos formas de su inscripción subjetiva: un amor sostenido en la ilusión de un todo armonioso, garantizado; y otro, más cercano a la ética del psicoanálisis, que toma como punto de partida la falta de garantías, el desencuentro estructural, e incluso, lo imposible mismo. ¿Por qué? Porque aun cuando el encuentro se produce, lo que se halla nunca coincide plenamente con lo esperado —se lo sepa o no—. Allí se inscribe la contingencia del amor.

Este trabajo se ubica primero en una perspectiva modal. Lacan dará un paso más allá al articularlo en clave nodal, donde el amor se piensa como aquello que “media” entre las tres consistencias: Real, Simbólico e Imaginario.

Pero ¿qué implica esa función de medio? ¿Significa acaso una mediación conciliadora? No exactamente. En la lógica borromea, Lacan introduce la idea de que el nudo está siempre amenazado por una falla en el anudamiento —una especie de “lapsus estructural”—. Es allí donde el amor interviene como suplencia, un intento de anudar lo que no logra cerrarse por sí solo. Este recurso, sin embargo, está determinado por la posición que el sujeto ocupa respecto del Otro.

Si el nudo es soporte del sujeto, el encadenamiento que se produce cuando ese Otro ya no opera como garante se convierte en terreno fértil para una invención. Y esto no sólo en el trabajo clínico, sino también en la lectura de la última enseñanza de Lacan.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando el sujeto —en su ambigüedad— consiente, aunque sea precariamente, al desasimiento de ese Otro? Tal vez, sin garantías, se abra la posibilidad de un “nuevo amor”. Uno que no repita el menú fantasmático, sino que lo abandone en favor de un lazo que inventa.

Este amor no se define por el objeto hacia el que se orienta, sino por la forma misma del lazo que se establece. Su diferencia radica en un cambio de dirección: ya no se trata de un circuito autorreferencial o autoerótico, sino de una orientación hacia el Otro sexo —aunque, como sabemos, ello no garantiza su alcance.

En definitiva, se trata de un amor que ya no busca completud ni se sostiene en la garantía del Uno, sino que hace lugar al agujero, al no-todo, y desde allí se inventa. Un amor que, más que colmar, anuda.

Del decir al amor: lo real como límite y horizonte de la práctica analítica

El texto L’Etourdit, además de ser uno de los escritos más complejos de Jacques Lacan, marca un momento de transición en su enseñanza y se presenta como un intento de respuesta a una pregunta crucial que atraviesa la clínica: ¿cómo salir de la necedad?

Este interrogante no es menor, ya que implica considerar qué puede llegar a saber un analizante en su recorrido, pero siempre en relación a un límite —ese punto de tope que no se deja simbolizar ni asimilar por completo. Por eso, Lacan afirma hacia el final de L’Etourdit:
… de este juego del dicho al decir, hacer su demostración clínica. ¿Dónde mejor he hecho sentir que con lo imposible de decir se mide lo real en la práctica?

Ese pasaje del dicho al decir introduce la dimensión de lo imposible como modo de medir lo real. En otras palabras, salir de la necedad supone confrontarse con lo que no puede escribirse, con lo que escapa al saber— y allí se sitúa lo real.

Esta pregunta tiene una orientación eminentemente clínica, porque apunta a aquello que en el sujeto hablante determina su sexualidad y, con ello, condiciona la praxis analítica misma. Por eso, Lacan se ve llevado a replantear la noción misma de interpretación:
¿Qué forma tendría una interpretación capaz de hacer resonar lo real, de “morderlo”?

Si lo real impone su límite a la práctica, y esto exige reformular la estructura de la interpretación, entonces también se vuelve indispensable reconsiderar el estatuto de la transferencia. Esto nos conduce a un punto clave en L’Etourdit: un replanteo profundo y novedoso del campo del amor, que se desarrolla no solo desde una perspectiva lógica-modal sino también topológica, a partir del no-todo.

Así como antes nos preguntábamos cómo puede una interpretación tocar un real, ahora el interrogante se vuelve más radical:
¿cómo pensar un amor que no excluya lo real, sino que logre alojarlo?

Este es uno de los movimientos más audaces de Lacan: pasar del intento de escribir lo real con el significante, al intento de alojar su imposible en el amor, sin que por ello se borre su hiancia.

sábado, 31 de mayo de 2025

Una ficción como condición del acto

Afirmar que la transferencia es un pivote de la cura puede sonar a obviedad. Sin embargo, dicha obviedad se matiza si atendemos a una precisión que, aunque abordada de manera distinta, está presente tanto en Freud como en Lacan. En Freud, la transferencia —especialmente en su vertiente positiva— opera como motor del proceso analítico. En Lacan, en cambio, la noción de Sujeto Supuesto al Saber (SSS) aparece como una necesidad lógica que funda el dispositivo analítico. En efecto, hacia el Seminario 15, Lacan lo sitúa como condición del acto analítico —no por azar, justo cuando comienza a formalizar el discurso del analista.

¿De qué se trata este Sujeto Supuesto al Saber? Su mismo nombre nos orienta: implica una doble suposición, la existencia de un saber y de un sujeto portador de ese saber. Al introducir el término "supuesto", Lacan subraya el carácter ficcional de esta figura. Se trata de una ilusión estructural que responde a una necesidad: la de restaurar momentáneamente la consistencia del Otro, afectada por la castración.

En ese sentido, el Sujeto Supuesto al Saber cumple una función defensiva. Es una barrera frente al real de la castración del Otro, real que irrumpe como horrorífico. Y aunque la práctica analítica busca operar sobre ese real, sólo puede hacerlo a través de la mediación que permite esta ficción. La transferencia, entonces, como escenario de suposición, no es un obstáculo que habría que desmontar de inmediato, sino la condición misma de posibilidad del acto.

Ahora bien, ¿de qué acto hablamos? Fundamentalmente, de un acto de palabra, cuya dimensión ética se condensa en la noción de bien decir. Este no remite al contenido de lo dicho, sino a la relación del sujeto con su decir, a una posición deseante que se inscribe en el modo de tomar la palabra. De ahí su resonancia ética: no hay acto analítico sin el sujeto en juego.

El acto, entonces, consiste en abrir una interrogación. Es el lugar donde se pone en cuestión la determinación por el deseo del Otro; donde se sacude, incluso, la posición misma del sujeto. Y sin embargo, o quizás por eso mismo, todo acto falla. La falla no es aquí sinónimo de error, sino condición de posibilidad: es a través de ella que se abre un margen, una hendidura por donde puede precipitar lo real en la experiencia.

Es precisamente esa falla la que da espesor al acto y lo distancia de cualquier completud. Lo real no irrumpe como saber pleno, sino como resto no simbolizable, borde de lo decible, que el análisis no suprime sino que hace operar.

La escritura como salida de la metáfora: una necesidad clínica y topológica

¿Qué vuelve necesaria la dimensión de lo escrito en psicoanálisis? La pregunta se inscribe en el campo clínico: ¿cómo salir de la metáfora? Esta interrogación no es meramente teórica, sino que se plantea a partir de los efectos de la praxis, en tanto apunta a cómo el análisis puede abrir al analizante una vía de salida respecto de cierta necedad subjetiva. Para abordar esta dificultad, Lacan introduce un tratamiento topológico —más precisamente, nodal— del problema, que busca pensar la eficacia del acto analítico.

La transferencia, al instalarse con el Sujeto Supuesto Saber, habilita la entrada en análisis. Pero en esa entrada se juega también una demanda que apunta, aunque de modo encubierto, a restablecer la consistencia del Otro. En este sentido, el analizante busca en el análisis una forma de seguir durmiendo: mantener el sostén fantasmático de un pensamiento cosmológico, estructurado por la lógica de la metáfora.

Sin embargo, es el deseo del analista lo que introduce una torsión en esta escena: la transferencia se subvierte, se torna solidaria del corte. Allí donde el analizante espera una estructura esférica —cerrada, plena, consistente— el analista introduce un acto que revela, en cambio, la presencia de un Cross-cap: una estructura topológica que rompe con la imaginaria redondez del fantasma.

El objeto a, precipitado como efecto del corte, aparece en este marco sin imagen especular posible. Su figura, desde esta perspectiva topológica, se encarna en el gorro cruzado. Esta precipitación produce una marca: un límite que denuncia la imposibilidad de la unidad o totalización, propias del pensamiento esférico.

¿Qué justifica esta compleja operación, que puede resultar oscura o incluso inasible? La clave está en una afirmación radical de Lacan: la estructura es lo real. Y si lo real escapa a la metáfora, se impone entonces la necesidad de una escritura topológica, de una formalización que no representa, sino que produce.

En este punto, y como destaca Carlos Ruíz, la topología lacaniana no se presenta como teoría, sino como una práctica: una manipulación, más que una elaboración conceptual. No se trata de entender, sino de operar —y eso exige una escritura que esté a la altura del corte que produce el acto analítico.

viernes, 30 de mayo de 2025

Topología nodal y la herejía del acto analítico

En múltiples oportunidades se ha subrayado que la topología, en Lacan, no es un punto de llegada, sino un punto de partida. No se trata de una conclusión teórica, sino de una herramienta que organiza la práctica. Dentro de este marco, es esencial distinguir entre una topología de superficies —que permitió ciertos avances en la primera enseñanza— y una topología nodal, que introduce otra lógica: la del nudo borromeo.

Con lo nodal, Lacan concreta una apuesta estructural que ya estaba presente desde el inicio, pero que aquí adquiere una formalización inédita. Esta escritura permite no solo situar lo real como impasse, a través del llamado “lapsus del nudo”, sino que también abre por primera vez la posibilidad de anudar lo real a los otros dos registros: simbólico e imaginario.

Pero quizás su aporte más profundo reside en cómo esta formalización reconfigura los estatutos del Nombre del Padre y del síntoma. La lógica nodal introduce una nueva articulación entre nominación, síntoma y función paterna, lo que incide directamente en la orientación de la práctica clínica.

Desde esta perspectiva, el síntoma no es simplemente un fenómeno a interpretar, sino el índice de un imposible estructural, que se evidencia como un impasse del lazo. No hay clínica sin ese tope, sin esa fricción que hace emerger lo real.

Este cambio topológico también implica un reordenamiento de los registros. Si en un inicio se partía de la tríada simbólico-imaginario-real, Lacan invierte el orden en su última enseñanza: real-simbólico-imaginario. Esta inversión no es meramente formal: interroga la práctica, interroga el acto, y se vuelve el fundamento de una pregunta crucial sobre la libertad del sujeto.

Por eso, Lacan introduce el juego de palabras con la sigla RSI y su homofonía en francés con hérésie (herejía). No se trata sólo de preguntar ¿qué es ser un hereje?, sino también: ¿cómo serlo de la buena manera?

Esta pregunta apunta al corazón del acto analítico: ¿hasta qué punto puede el análisis conmover la determinación por el deseo del Otro? Porque una herejía mal situada puede no ser más que una forma de servir al amo, mientras que la posición del buen incauto —ese que no logra separarse del real— es la que queda atrapada sin margen de invención.

Del corte al escrito: la negación y el surgimiento de lo real en el discurso analítico

En esta entrada, me situábamos el valor inaugural del decir primero, aquél que afirma una existencia fuera de la función fálica, y destacar su diferencia respecto de la negación existencial propia del lado del no-todo. Mientras que en el no-todo se trata de una negación que apunta a la inexistencia, en el decir primero la negación señala que hay algo que no queda capturado por la castración.

¿Cómo leer entonces esta negación? Propongo entenderla no como una simple oposición lógica o semántica, sino como una barra, un corte. Esta barra, tal como la presenta Lacan en “Radiofonía”, no remite únicamente a la escisión entre significante y significado, sino a una operación fundante que instala la escritura. Así, el decir se vuelve correlativo al corte; y este acto, más que aclarar, introduce un plano de equívoco estructural.

En Radiofonía, Lacan subraya que la barra produce corte, pero también genera un efecto de sentido. Sin embargo, ese efecto no se sitúa al nivel de la significación, sino más bien como una dirección, una orientación que emerge del discurso.

De este modo, la escritura no es un simple registro secundario. Es un efecto de discurso, tanto en la ciencia como en el psicoanálisis. En este último, se inscribe como lo que da cuerpo a la imposibilidad que sostiene la práctica: el axioma “no hay relación sexual” funda el campo que se desprende del discurso analítico.

Allí donde el lenguaje fracasa en escribir la relación sexual, la escritura toma el relevo y produce una lógica. En “De un discurso que no fuese del semblante”, Lacan lo formula claramente: donde no hay relación sexual, sólo hay relación lógica. Por eso el discurso, al escribir, suple el límite estructural del lenguaje.

Ahora bien, ¿todo escrito se hace de letra? Este punto merece atención. La letra también es efecto de discurso, pero se diferencia del escrito porque es lógicamente anterior. El escrito, en cambio, se presenta como un precipitado, como algo que se constituye tras el pasaje por la experiencia discursiva.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Nominación, semblante y letra: envoltura del imposible en la estructura

En Aún, Recanati afirma:

El sistema de la nominación es la envoltura de lo imposible de partida, envoltura que, en su relación a lo imposible, no se sostiene más que del otra vez, que es el índice de la trascendencia de lo imposible por relación a toda envoltura.

Esta cita condensa varios ejes fundamentales del pensamiento lacaniano. En primer lugar, sitúa un imposible originario, un punto de partida que no afirma sino que dice que no. Este “no” no es una negación lógica en sentido clásico, sino una negación estructural, la huella de aquello que no puede escribirse, que no se deja simbolizar plenamente. Es este imposible el que comanda la repetición, la estructura misma del retorno, y constituye el núcleo estructural del psicoanálisis.

La noción de envoltura introducida aquí remite a una dimensión imaginaria, pero no puede ser reducida simplemente a lo especular o a lo ilusorio. En Lacan, lo imaginario no es un simple velo, sino que adquiere —sobre todo en su última enseñanza— el estatuto de consistencia, es decir, de aquello que permite que lo simbólico y lo real se sostengan, sin suturarse.

En este sentido, el semblante no es una máscara vacía, sino una elaboración del imaginario que bordea lo imposible. La compacidad de lo que falla, esa estructura densa que no se escribe pero que insiste, requiere del semblante para hacer borde. No hay borde del imposible sin lo imaginario, sin un mínimo de envoltura que haga consistente ese punto de hiancia.

Desde esta perspectiva, todo sistema de nominación aparece como una suplencia del imposible estructural. Ya sea que se lo aborde desde la lógica —con la fórmula “no cesa de no escribirse”— o desde la topología —como lapsus del nudo—, el nombre funciona como un anclaje simbólico frente a aquello que no se puede decir plenamente.

Este punto es trabajado por Lacan especialmente a través de la noción de nombre propio. El nombre no es simplemente una designación; está ligado a los límites del lenguaje, a lo que puede o no inscribirse. Desde la perspectiva de la letra, el nombre propio se lee y se escucha, pero no coincide con lo que significa. La letra, en tanto resto de un corte, es el elemento diferencial último del significante, y por ello se conecta directamente con lo real.

Así, la nominación no nombra una esencia, sino que envuelve el vacío de lo imposible. Es el borde de lo indecible, sostenido por el semblante, anclado por la letra, y repetido cada vez como intento de inscribir lo que no cesa de no escribirse.

La compacidad de la falla y el ser sexuado: entre el impasse lógico y el goce

Desde el seminario La identificación, Lacan se propone demostrar que la falla estructural que atraviesa al sujeto no es dispersa ni caótica, sino compacta, organizada por una lógica precisa. Esta línea encuentra su consolidación en Aún, donde las fórmulas de la sexuación, junto con su correlato modal, permiten formalizar esa falla como imposibilidad de escribir la relación sexual.

La compacidad de la falla no proviene de una carencia empírica, sino de la demostración lógica de su imposibilidad. En Aún, esta imposibilidad se articula con lo innombrable, con lo que excede el campo del lenguaje y remite a una infinitud no representable. Este planteo se inscribe en una vía que ya no es la de la predicación clásica del ser, sino la que Lacan denomina más allá del atributo.

Siguiendo su razonamiento, Lacan señala:

Todo lo que se ha articulado del ser supone que se pueda rehusar el predicado y decir ‘el hombre es’, por ejemplo, sin decir qué. Lo tocante al ser está estrechamente ligado a esta sección del predicado.”

Es decir, cuando se intenta decir algo del ser en su forma absoluta, se cae en rodeos que culminan en impasses, en demostraciones de imposibilidad lógica, porque ningún predicado es suficiente. El ser que se pretende absoluto aparece entonces como interrupción, como fractura en la fórmula “ser sexuado”. Y es precisamente desde esta grieta que el ser sexuado queda afectado por el goce.

Lacan cuestiona así el modo tradicional de concebir la predicación: no se trata de describir al sujeto por sus atributos, sino de situar los puntos de real que lo constituyen, aquellos que surgen a partir de las aporías estructurales que el significante no puede resolver.

En este sentido, decir que el sujeto es “un ser sexuado” no es una predicación en el sentido clásico. Es, más bien, una manera de nombrar el real que lo afecta, el punto de fractura estructural donde el goce se entrelaza con el lenguaje y lo menoscaba. Estar “interesado en el goce” significa estar marcado por esa hiancia, por ese corte que impide cerrar la totalidad del campo del goce en una fórmula universal.

Del Nombre al nudo: el síntoma como función de la letra

El interrogante que Lacan plantea en torno a las condiciones del anudamiento borromeo —es decir, el mínimo necesario para que la estructura del sujeto se sostenga— marca un viraje en relación con lo serial. Se trata de pasar de un “al menos dos” (que aún resuena con la lógica del significante) hacia un “al menos tres o cuatro”, movimiento que involucra una reelaboración profunda del estatuto del Nombre del Padre. No es casual, entonces, que en el seminario RSI Lacan despliegue un trabajo minucioso sobre la nominación, ya no como operación simbólica pura, sino como punto de consistencia entre los registros.

El recorrido de Lacan —desde la delimitación de lo “lenguajero” del inconsciente hasta su lectura desde los discursos— encuentra en RSI un retorno al origen, aunque con herramientas nuevas. El eje se desplaza: ya no se trata solo de preguntarse por el inconsciente estructurado como un lenguaje, sino por aquello que del inconsciente hace ex-sistencia. ¿Qué hay de real en el inconsciente? ¿Y cómo se sostiene eso que insiste como fuera de sentido?

Estas preguntas suponen redefinir el estatuto del síntoma. En este nuevo marco, el síntoma se concibe como funciónƒ(x), un operador que actúa sobre una letra en el inconsciente, y cuya lógica no es la del significante articulado, sino la de la escritura. Lacan retoma aquí nociones de la teoría de conjuntos y la matemática formal: no para matematizar la clínica, sino para pensar el síntoma como soporte real, efecto de una función que no se negativiza.

Esta función, lejos de remitir a un significante que represente a un sujeto para otro significante, da cuenta de una “identidad de sí a sí”, formulación enigmática que Lacan utiliza para nombrar una inscripción sin referencia a un Otro que la interprete. Es una escritura sin sentido, lo cual no implica ausencia, sino persistencia en lo real.

En este punto, el uso de la letra se aleja radicalmente de su concepción anterior en “La instancia de la letra…”. Ya no se trata de operar entre metáfora y metonimia, ni de producir efectos de sentido, sino de lo que la escritura recorta como irreductible: eso que el síntoma no cesa de no escribir. En otras palabras, un real que se bordea, pero que no se simboliza.

Así, la lógica del nudo borromeo, el trabajo sobre la nominación y la función del síntoma se integran en una misma orientación: pensar lo incurable, lo que no pasa por el desciframiento, sino por el anudamiento. Y es ahí donde el síntoma deja de ser algo a interpretar y se vuelve un modo singular de sostener el cuerpo, el goce y el nombre.

lunes, 19 de mayo de 2025

El decir como ex-sistencia de la verdad: entre lo real y la escritura

La relación entre el decir y la verdad en Lacan se juega en una tensión fundamental: la que existe entre el decir y el dicho. Mientras que el dicho pertenece al campo de lo articulado, del significante ya fijado —y por tanto, al registro del Otro—, el decir ex-siste respecto de él: lo bordea, lo sostiene, pero no se reduce a él.

Este decir ex-sistente se afirma en su distancia de la función fálica, allí donde se trata de un no-todo, de una negatividad que escapa a la lógica atributiva de lo universal. El dicho, por el contrario, participa del orden de la “dichomansión” del Otro, es decir, de ese campo donde la verdad se articula bajo las leyes del significante, en su gramática propia.

Lacan señala que el decir proviene de lo real, y que esta concepción se inaugura con Freud: es el decir freudiano el que funda el inconsciente, precisamente porque lo conecta con un real que no se deja reducir a verdad revelada. A diferencia del dicho, el decir toca lo que no puede decirse del todo.

Por eso, Lacan recurre de manera intensiva a la lógica: no como sistema cerrado, sino como herramienta para bordear lo real. Donde la verdad no alcanza —porque está atada al dicho, al sentido—, la lógica permite trazar un límite. Es allí donde el decir se constituye como escritura que bordea, y no como representación.

El inconsciente como contador que no cesa de escribir —según la célebre fórmula lacaniana— inscribe de forma sintomática la imposibilidad de la relación sexual, es decir, la imposibilidad de escribir una relación que no existe. Esta falta de escritura encuentra su suplencia en lo modal (el no-todo) o en lo nodal (la estructura del nudo).

En L’étourdit, Lacan pone en escena un movimiento pendular constante entre el decir y la verdad. El primero no busca sustituir a la segunda, sino servirle de soporte, precisamente porque no está capturado por ella. El decir es condición de posibilidad de la verdad, pero no se confunde con ella: le ex-siste.

Es por ello que Lacan delimita freudianamente el campo de la verdad como solidario de lo posible y de la función fálica, sostenido en una lógica atributiva con su inherente contradicción. En contraste, el decir se sustrae a ese plano, se afirma como acto, como borde de escritura que bordea lo imposible.

miércoles, 7 de mayo de 2025

La pluralización del Nombre del Padre y el paso hacia lo real

La única clase del que habría sido el Seminario 11 de Lacan, interrumpido tras su ruptura con la IPA, marca un punto de inflexión en su enseñanza: la pluralización del Nombre del Padre. Este giro teórico sienta las bases para su posterior conceptualización del Padre como suplencia, que años más tarde se articulará en la noción de síntoma.

Uno de los vectores que orientan este cambio es la angustia, entendida no solo como afecto, sino como un impasse en lo simbólico. Lacan avanza hacia una teorización que va más allá de la metáfora paterna, orientándose hacia lo real. Si lo real se manifiesta en la clínica como aquello que resiste la simbolización, y el Nombre del Padre es el significante que estructura el campo simbólico, entonces surge una pregunta clave: ¿cómo entramar lo real dentro de la operación del Nombre del Padre?

Aquí se establece una oposición fundamental:

  • El significante, que engaña.
  • Lo real, que no engaña.

Esta distinción se vincula con una reformulación del concepto de objeto a. Producto de un corte, el objeto a se subjetiva a través de la angustia, un afecto que introduce un agujero en la inteligibilidad, ya que pertenece al orden de lo que no se comprende.

En este contexto, Lacan pone en tensión el determinismo y la causalidad. Desde sus primeras formulaciones, la pregunta sobre la causalidad en psicoanálisis lo ha acompañado. Sin embargo, en la transición entre los Seminarios 10 y 11, la causalidad ya no se reduce únicamente a la causa del deseo, sino que también incluye al significante como causa material del inconsciente.

Lo novedoso de este planteo es que entre la causa y su efecto se abre un intervalo, una hiancia, lo que introduce una paradoja central: que haya causa no garantiza que el efecto se realice.

Quizás por esta razón, al final del seminario La angustia, Lacan se detiene en una pregunta fundamental: ¿qué es el deseo del Padre?.

lunes, 28 de abril de 2025

Lógica y lo real: el saber en el psicoanálisis

Lacan define la lógica como la ciencia de lo real, pero esto no implica que la lógica pueda escribir lo real. Más bien, permite delimitarlo como impasse, situarlo como aporía. En última instancia, la lógica demuestra lo real sin eliminarlo.

Este punto es clave para el progreso del saber, ya que el pensamiento lógico avanza a través de la paradoja, no desde la consistencia sino desde el tropiezo. Justamente, en el psicoanálisis esto es fundamental, pues Freud inicia su investigación a partir de las fallas, los restos y los excesos: los sueños, los lapsus, los síntomas.

Freud se aleja del modelo aristotélico de equilibrio y temperancia para centrarse en lo que escapa, en lo que desborda los sistemas establecidos. Así funda una práctica que se ordena —o, mejor dicho, se desordena— en torno a lo que queda en los márgenes.

Desde esta perspectiva, el inconsciente cobra forma como un saber que, paradójicamente, nunca llega a ser completamente sabido. Esta dimensión introduce una división en el sujeto, cuestionando cualquier ilusión de dominio. A partir de ello, Lacan conceptualiza al sujeto dividido, evanescente y siempre supuesto.