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miércoles, 22 de junio de 2022

¿Cómo y por qué Lacan pasa del nudo de 3 al Nudo de 4 cuerdas? (2)

Entrada anterior: ¿Cómo y por qué Lacan pasa del nudo de 3 al Nudo de 4 cuerdas? (1)

En esta entrada vamos a tomar a Lacan en los seminarios 21, 22 y 23. Los registros están anudados de la siguiente manera:

Ambos nudos son equivalentes. A tal punto lo son, que Lacan afirma que cuando se desencadena la paranoia, como ocurre en todas las psicosis, ese desamarre de lo simbólico produce un desastre imaginario y toda la realidad se transforma en imaginaria. En la primera imagen vemos esta continuidad de registros, como si todo se transformara en imaginario.

De esta manera, Lacan propone pensar para la paranoia un anudamiento como el siguiente, haciendo unos cortes y rescatando el elemento central...
...donde los tres registros se convierten en lo mismo: imaginario. Lo que se forma es un nudo de trébol, como vemos en el primer nudo. Lacan plantea que en los tres lugares de cruce pueden haber lapsus y puede haber una compensación o suplencia (amarillo).

¿Pero qué es el nudo borromeo? Son 3 anillos apilados, que corresponden a los tres registros real, simbólico e imaginario. Para mantenerse juntos, necesitan de un cuatro anillo (gris) que los anuda.
Un nudo borromeo, si tomamos a lo naranja como simbólico, lo verde como lo imaginario y lo amarillo como real. 
El nudo borromeo son círculos que pasan "Por arriba del de arriba, por debajo del de abajo". De esta manera, el aro verde está apoyado sobre el rojo. La característica del nudo borromeo es que si se suelta uno de los aros, se sueltan los otros dos. Este es el anudamiento para la neurosis, según explica en el seminario 22 y 23.

Siempre estos nudos tienen una lógica. En el nudo para la paranoia, se trata de un falso trébol. Hay un lapsus en uno de los cruces, de manera que si uno tira del nudo, este se desarmaría en un círculo.


La reparación sería agregar un segundo anillo en el cruce inferior para evitar que se desarme. Se trata de una compensación secundaria que no arregla del todo el cuadro, pero lo mantiene más o menos armado.

Ahora, en la siguiente imagen tenemos los aros sueltos, apilados, con el azul para anudarlos:

En algún momento Lacan cambia la idea de que lo que se desanudaba eran los sujetos psicóticos. Antes, la propuesta era un anudamiento borromeico para la neurosis y uno no borromeico para la psicosis, tratando de establecer una diferencia entre los dos cuadros. Finalmente, en el seminario 23 termina planteando que tanto en la neurosis como en la psicosis se comparte la misma característica. Lacan habla de una forma de suplencia, que es la que aparece en Joyce:

Vemos que el real y lo simbólico están interpenetrados, a la vez que el imaginario está suelto (si uno tira del aro verde se sale). Lo que dice Lacan es que el registro imaginario, que representa la imagen corporal. Lacan comenta la escena donde Joyce recibe una paliza, hecho que tiene un carácter autobiográfico. Joyce relata algo muy común de escuchar en sujetos psicóticos: frente a una situación de agresión extrema, dejan de sentir dolor y cualquier tipo de emoción, con la sensación que se desprenden de sus cuerpos. Este fue el síntoma desencadenante y Joyce no enloqueció más de la cuenta gracias a una suplencia (aro negro). 

Entonces, Lacan empezó a suponer que había formas de suplencia para compensar el desencadenamiento clínico de la psicosis para volver a una pre psicosis o una psicosis no desencadenada. En el caso de Joyce, esta suplencia fue hacerse un nombre, una trayectoria como escritor, pasar a la posteridad, un nombre que prescindía del Nombre-del-Padre, incluso borrando el apellido. Su recurso, frente a la falta del Edipo, fue hacerse un nombre y esa forma de suplencia es lo que lo mantuvo no desencadenado.

Posteriormente, Lacan propuso que ninguno de los tres registros se encontraban encadenados, sino apilados. Tanto para neuróticos como psicóticos, tiene que haber un cuarto anillo que se pueda ubicar en distintos lugares para reparar el lapsus inicial. El el primer gráfico de la imagen anterior vemos la reparación por el sinthome. Lacan, de esta manera, termina planteando dos tipos de síntomas:

1. Los síntomas que producen el desencadenamiento de la estructura. Por ejemplo, algo que le pasó al neurótico.
2. Los síntomas que tienen el carácter de anudar. Este es el símptoma o sinthome.

El sinthome original que nos anuda a todos puede tomar distintos valores, pero es básicamente lo mismo: el NdP, que representa originalmente a este cuarto anillo. A falta de NdP, vendrá un cuarto anillo ubicado en otro lugar. Se lo puede llamar realidad psíquica, fantasma, complejo de Edipo, falo simbólico...

En los dos cruces de lo imaginario con lo simbólico hay que hacer dos malos cruces para que un encadenamiento borromeo se transforme en tres anillos apilados. Lacan intenta demostrar que en toda neurosis, fundada en los dos momentos freudianos del trauma, tiene dos lapsus en su constitución. Para que la estructura se consolide y el nudo siga amarrado, necesita un cuarto anillo.

En la siguiente imagen, el aro simbólico (rojo) está por debajo. Por encima está el real (verde) y por encima de todo, el imaginario (amarillo). 


El cuarto anillo pasa "por arriba del de arriba, por abajo del de abajo". Si se hace mal este cruce, uno de los anillos se suelta.

A continuación tenemos los cruces donde puede haber lapsus, numerados.
De esta manera, tenemos:

Neurosis: doble lapsus 2-6 (imaginario-simbólico), reparación sintomática (en el lugar)
Psicosis (Joyce): Lapsus 3 (simbólico-imaginario, liberación de lo imaginario). reparación sinthomática en 3.
Esquizofrenia: Lapsus en 3 (simbólico-real), liberación de lo imaginario. Reparación no-sinthomática (en otro punto) en 1, algo que amarre lo real con lo imaginario. Esto se consigue cuando el delirio toma la consistencia necesaria hace una suplencia, que es la metáfora delirante, que reemplaza la metáfora paterna. No todo delirio reemplaza a la metáfora paterna, sino que tiene que tener determinadas características para transformarse en una metáfora delirrante. esta es una de las suplencias, pero hay otras según los distintos sujetos.
Fenómeno psicótico en 5.
Paranoia: Lapsus en 6 (simbólico-imaginario). Produce un nudo no-trébol con reparación en 4.
Parafrenia: lapsus en 2, que compromete lo simbólico con lo imaginario. La reparación no-sinthomática es en 6. Esto estabiliza a la parafrenia con algunos síntomas típicos de ella. 
Psicosis maníaco-depresiva: Lapsus en 5, liberación de lo simbólico.

Vemos que los lapsus psicóticos están ubicados en la zona central, siempre entre lo imaginario y lo real con consecuencias sobre lo simbólico. Las reparaciones suelen tomar el lugar de lo imaginario y lo real y no sobre lo simbólico.


¿Pero cómo entender esto y sus consecuencias clínicas? Recordemos el texto Inhibición, síntoma y angustia de Freud. Lacan planteó que no había un solo NdP, en la etapa de su enseñanza que corresponde a la pluralización de los nombres del padre. Las primeras formas que encontró fueron combinando los tres registros con inhibición, síntoma y angustia. Lo que de eso surge son distintas formas de sinthome.

El primero es el que vimos recién, un sinthome que anuda a los tres registros, cabalgando el registro simbólico. 

Lacan a esto lo plantea como una simbolización de lo imaginario. Lacan en La Tercera había ubicado al síntoma entre lo real y lo simbólico. La diferencia con el seminario 22 es que mientras que antes decía que el síntoma se debía a la inmicción de lo real en lo simbólico, posteriormente dice que se debe a la inmicción de lo simbólico en lo real. El efecto, sin embargo, es el mismo. No obstante, si uno hace una lectura fina, advierte que ese síntoma al cual Lacan se refiere es en verdad la cara real del síntoma, lo que está más vinculado con los significantes sueltos, el S1. Es decir, esos significantes que no se encadenan, también llamados síntoma letra de goce, síntoma letra. Se trata del nucleo real del síntoma, que luego queda envuelto por lo imaginario y lo simbólico.

¿Pero dónde quedan los síntomas freudianos, con vertiente más en lo simbólico e imaginario? El síntoma freudiano está ubicado entre lo simbólico y lo imaginario, tal como aparece en el preconsciente. 

Los fenómenos elementales no están muy lejos de lo que podría ser la ubicación del síntoma letra de goce, si bien no coinciden... Posiblemente estén dentro de lo real donde apenas hay una mordedura de lo simbólico. 

Los sinthomes se hacen en los lugares donde están los lapsus o las fallas. En la Inhibición-sinthome, aparecen redoblando lo imaginario; en la angustia-sinthome, aparece redoblando lo real, pero con predominio de lo simbólico o de lo imaginario. De esta manera, si el síntoma metáfora, síntoma freudiano implicaba una simbolización de lo imaginario.

En el sinthome-inhibición implica una imaginarización de lo real.
En el sinthome angustia ó angustia cuerpo vemos que el anillo está fundamentalmente sobre el anillo imaginario. 
También puede aparecer bajo la forma de la angustia-letra, que está cabalgando sobre lo real, pero abarcando lo simbólico.

domingo, 8 de mayo de 2022

El nudo de trébol y la paranoia, paso a paso

El estudio la paranoia es esencial para el psicoanálisis ya que esta psicosis no muestra un déficit o la fragmentación, sino una singular unificación, así como una tramitación y localización del goce intrusivo en las tramas de una estructura simbólico-imaginaria: el delirio. Un delirio que se presenta lógico, riguroso, a la manera de una “ locura razonante”, según Sérieux y Capgras.

Antes de que se presentara el nudo de trébol asociado a la paranoia, la psicosis se presentaba en términos del desanudamiento del nudo borromeo. 

En el seminario Le Sinthome, tercera clase, aparece por primera vez la postulación del nudo de trébol para la paranoia. Dice Lacan:

"En tanto un sujeto anuda de a tres lo Imaginario, lo simbólico y lo real, no es soportado más que por su contuinidad. Lo imaginario, lo simbólico y lo real son una sola y misma consistencia y en eso consiste la psicosis paranoica".

Hoy veremos qué es esto y qué implicaciones tiene para la clínica.

Pero primero ¿Qué es un nudo de trébol en la topología?

El trébol es un nudo simple compuesto de una sola cuerda- el cual se distingue del nudo trivial – que puede deshacerse y transformarse en un mero redondel de cuerda- porque su trayectoria sigue un cruzamiento equivalente al del nudo borromeo. Es decir -en bruto-, al nudo de trébol se lo puede zamarrear todo lo que uno quiera y nunca deja de ser un nudo de trébol. En cambio, si se hace lo mismo con el nudo trivial, éste  se transforma en un redondel.

El nudo de trébol para la paranoia permite pensar que:

- La continuidad de los registros simbólico, real e imaginario.

- Continuidad que hace imposible entender otro sentido que el paranoico le da a su decir.

En la clase 6, Lacan propone empalmar las tres consistencias (antes distintas en una sola) en un "lapsus" (dice Lacan, en referencia a los errores en los puntos de cruce de la cuerda), que como vemos en la imagen se trata de un error de cruce arriba-abajo, cuya consecuencia es que el nudo se trivialice ó desaparezca, transformándose en un redondel:


En esta operación llamada “puesta en continuidad” , realizada en un nudo borromeo, lo que vemos es que se opera un corte y sucesivo pegado de las cuerdas en tres puntos singulares: entre IR, entre SI y entre SR. Como resultado de esta operación se obtiene un nudo trébol de una sola consistencia, en donde ya no se distinguen los registros. 

Con la operación, el nudo pierde una propiedad – la del anudamiento de tres cuerdas distintas- pero conserva su recorrido del anudamiento, de manera que aún se puede localizar los cuatro agujeros en donde se ubican los distintos tipos de goces.

La definición de Lacan que vimos anteriormente resalta la consistencia imaginaria, también se refiere al “pegoteo imaginario” (LACAN, 1974-75)- que permite una localización del goce del Otro característica de la paranoia.

Ahora, lo que impide que el nudo desaparezca es una reparación que se efectúa como otro redondel y que Lacan ubica como el sinthome, que se bien no borra el error en el cruce, corrige las consecuencias del lapsus:


Las suplencias del nombre del padre pueden ser suplidas en tres maneras, según Lacan:
1- El sinthome.
2- El hacerse un nombre.
3- El ego. Es una nominación imaginaria. Para Lacan es la idea de sí mismo como cuerpo, idea que exige la presencia de la imagen especular narcisista. El ego puede tener una función distinta a la narcisista, corrigiendo la relación faltante entre lo simbólico y lo real.

La compensación por el sinthome es diferente de acuerdo al lugar de reparación del error. 

Notas relacionadas: Paranoia y fenómenos elementales y El nudo de trébol en la paranoia y su estabilización



domingo, 5 de septiembre de 2021

Paranoia y fenómenos elementales

El objetivo del presente trabajo es examinar los tipos de fenóme nos elementales que Lacan clasificó para la paranoia en distintos momentos de su enseñanza y explorar el valor clínico que les asignó. El propósito de este recorrido es el de determinar la utili dad y vigencia clínica de dichos fenómenos en este tipo clínico. En función del objetivo del trabajo se propone un estudio de ca rácter exploratorio. Se tomarán principalmente las referencias de Lacan vinculadas al tema asignándole relevancia a la exploración de la categoría de “fenómeno elemental” desde su tesis doctoral hasta la deinición de la paranoia como nudo trébol. 
FENÓMENO Y DIAGNOSTICO 
Si bien la psiquiatría se ocupó de describir con precisión las manifestaciones clínicas de la paranoia, su diagnostico al decir de Freud, se basa en las formas que adquiere la exteriorización del fenómeno, mientras que el psicoanálisis apunta a su tejido y su trama. Así como es posible determinar el diagnostico tomando la estructura del sueño, también lo es, a través de la delimitación de la estructura del fenómeno, ya que éste da cuenta del nudo que lo soporta. 

En la actualidad, tanto las descripciones sobre la paranoia, realiza das por la psiquiatría clásica, como las elaboraciones del psicoanálisis, buscan ser sustituidas por las clasiicaciones de los manuales diagnósticos, tales como el CIE o el DSM en sus diferentes versiones. En ellos, la categoría de paranoia ha desaparecido, generando de su uso solo una retórica de la historia de la psiquiatría. En oposición a esta tendencia, el psicoanálisis no ha dejado de insistir en sostener y explorar la categoría de psicosis paranoica, sino también ha continuado examinando la particularidad estruc tural que asumen sus manifestaciones clínicas contemplando siempre la singularidad del caso. 

EL FENÓMENO ELEMENTAL DESDE LA PSIQUIATRÍA AL PSICOANÁLISIS 
La noción de fenómeno elemental tiene sus raíces en la psiquiatría clásica. Este campo disciplinario fue el que incursionó en la observación y “descripción formal de las perturbaciones psicopatológicas” (Bercherie, 1999:7). Su inluencia ha hecho que algunos de sus desarrollos sean antecedentes fundamentales en este tema. Si bien Lacan le adjudica a De Clérambault el término fenómeno elemental, éste nunca lo utilizó. Sí se encuentra en su obra la noción de “fenómeno primordial”, con el cual se refería al automatismo mental. Para este autor el automatismo surge como algo que se impone al sujeto, algo que lo habita y que no se comprende, que es enigmático y que deja al sujeto en la mayor perplejidad A estos fenómenos de automatismo los estudiará en relación a la psicosis alucinatoria crónica. Según De Clérambault estos fenómenos reúnen tres características, son no sensoriales, de tenor neutro y de carácter anideicos, además son iniciales en la psicosis y anteceden a la formación delirante (Mazzuca, 2001). Llama a este conjunto de fenómenos como “pequeño automatismo” cuando a éste se le agregan elementos temáticos, se pasa a lo que denomina “gran automatismo mental”, de manera tal que los fenómenos como el delirio y la alucinación serán para este autor fenómenos secundarios. 

LOS FENÓMENOS ELEMENTALES EN LA TESIS DE LACAN 
En su tesis de 1932, Lacan pretende penetrar al mecanismo de la psicosis, entre otras cosas, analizando un número determinado de fenómenos llamados primitivos o elementales. Con este nombre designa los síntomas que expresan “primitivamente los factores determinante de la psicosis y a partir de los cuales el delirio se constituye” (Lacan, 1932, p. 188) mediante un mecanismo racio nal según algunas teorías. 

En ese momento define al fenómeno elemental como un “elemento nuevo, heterogéneo, introducido en la personalidad por la x mórbida (Lacan, 1932, p. 188). Lacan toma de Westerterp el método para examinar el estado psíquico que precedió a las elaboraciones del sistema delirante de su paciente a quien llamó Aimée. En esta perspectiva plantea que los exámenes de la evolución delirante en las psicosis, dan cuenta que el delirio no es constituido mediante un “desarrollo regular” sino por el contrario, muestran puntos fecundos, a partir de los cuales se crea el deliro. 

Los fenómenos elementales del deliro que delimita en Aimée son: “los estados oniroides, trastornos de incompletud de la percepción; interpretaciones propiamente dichas; e ilusiones de memoria” (Lacan, 1932, p197). Estos dos últimos fenómenos se manifiestan como trastorno de la percepción y del recuerdo, ligados a los lazos sociales. Otros fenómenos elementales que nombra en su tesis, son la vivencia de signiicación personal, deinida por Neisser, la extrañeza del medio, fenómenos deja vú, y adivinación del pensamiento. 

La noción de paranoia en este momento la toma de Claude, quien dividía por un lado la psicosis paranoica y por otro lado la paranoide. 
- La psicosis paranoica (sean o no alucinatoria) se manifiesta como una exageración de la personalidad, un delirio sistematizado, conservación de la actividad intelectual, mantenimiento del contacto con el ambiente. 
- Mientras que la psicosis paranoide es aquella que se caracteriza por la desintegración de la personalidad, variedad del delirio, deterioro de la actividad intelectual, pérdida del lazo social. (Bercherie, 1986, p. 202). 

En “Acerca de la Causalidad psíquica” (1949) Lacan postula que en la paranoia lo que se produce es una “inmediatez de la identificación”, esto es, una identiicación no mediatizada por el Otro, es decir, la infatuación del sujeto. Por lo tanto, si “un hombre cualquiera que se cree rey está loco, no lo está menos un rey que se cree rey” (Lacan, 1949, p.161). 

El loco presenta un desconocimiento de su propia locura, en la media que intenta imponer la ley de su corazón a lo que experimenta como el desorden del mundo, al decir de Lacan, una “empresa insensata”, en la medida que desconoce la implicación de su ser actual en este desorden. Es la idea del alma bella de Alcestes. Este esta loco, dice Lacan, ya que no reconoce en su bella alma su implicación en el desorden contra el que se rebela. “El riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identii caciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser” (Lacan, 1949, p 166). Se trata entonces de examinar “el grado” de identiicación que sostiene el sujeto con el Ideal. 

LA PARANOIA EN EL SEMINARIO III  Y DE UNA CUESTIÓN PRELIMINAR 
En el Seminario 3 (1954-1955) examina los fenómenos elementales en la paranoia y en el automatismo mental, e incluye a la alucinación como la “forma más característica” de los fenómenos elementales (Lacan, 1955). Según Mazzuca, es posible pensar los fenómenos elementales de la paranoia en el registro del signiicado, mientras que los del automatismo mental, dentro del registro del signiicante. Por ejemplo, la interpretación delirante implica una intuición que estabiliza un significado de la intención del Otro (Mazzuca, 2001 p.198) 

En este seminario, Lacan critica la noción de paranoia de Kraepelin y hace del fenómeno elemental el resorte de la estructura. Es decir, diferencia la neurosis y psicosis desde la estructura (del lenguaje) y no desde el punto de vista de los de la descripción del fenómeno. Asimismo postula que el delirio es un fenómeno elemental. “Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de modo distinto que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma” (Lacan, 1955, p. 33). Sostiene que la presencia de trastornos del lenguaje es una condición necesaria para el diagnóstico de psicosis. Además, subra ya la distinción entre la realidad y la certeza en la psicosis. De esta manera considera que en el sujeto psicótico no está en juego la realidad, sino la certeza. 

En el escrito “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (1958), sitúa a la alucinación verbal como el paradigma del “síntoma psicótico” y distingue los fenómenos de mensaje y los fenómenos de código. Los primeros, comprenden la interpretación elemental, a la que llama “significación de significación,” lo que implica una significación presente pero indeterminada (Soler, 2004). Los segundos, están compuestos por las formaciones neológicas en su forma y en su empleo. En la “Presentación de la traducción francesa de las memorias del presidente Schreber”, (1966), ubica al paranoico como aquel que identiica el goce en el lugar del Otro. Ingresa de este modo otra vertiente para pensar la psicosis, por un lado, la vertiente del len guaje y por otro lado la vertiente del goce. 

EL NUDO TRÉBOL 
Si bien es en el seminario Ou pire (1971-1972) donde Lacan introduce por primera vez el nudo borromeo, es en el seminario RSI (1974-1975) y el seminario El Sinthome (1975-1976) donde realiza propuestas novedosas sobre la paranoia. En RSI, dice “la paranoia es un pegoteo imaginario. Es la voz que se sonoriza, la mirada que se vuelve prevalerte. Es un asunto de congelación del deseo” (Lacan, 1975, p. 157). 

Intentemos desglosar esta deinición; que quiere decir con “la paranoia es un pegoteo imaginario”. Lo imaginario es la consistencia, el cuerpo, las identificaciones. El paranoico es alguien que cree en las identificaciones, es un creído dice Lacan. Es alguien sostenido en la identificación al Ideal. Lo cual se releja en una serie de fenómenos, como aquellos ligados a la redención, el paranoico suele estar impregnado de buenas causas. Con la oración “es la voz que se sonoriza, la mirada que se vuelve prevalerte. La voz no implica el sonido, sino la presencia del texto, es decir, de la metonimia de las significaciones. Es una voz que sonoriza la mirada, es una voz pegoteada en la metonimia de las signiicaciones de la mirada (Soler, 2009). 

Por la oración “Es un asunto de congelación del deseo”, entendemos que Lacan alude, por un lado, de la existencia de un modo de deseo en la psicosis paranoica, por lo cual, la versión del deseo en la paranoia es la de un deseo congelado. Esto es, solidificado, tieso, rígido en un campo metonímico reducido a las signiicacio nes escopicas. 

En el seminario El sinthome, (1975-6) plantea que el nudo es el soporte del sujeto, esto es RSI, soportan al sujeto real. Lo imaginario es el cuerpo, lo simbólico, ya no es la cadena significante (Soler, 2009), sino el conjunto de Unos, y lo real, aquello que que da por fuera de lo simbólico e imaginario, lo imposible de simbolizar. Entonces, a partir del modo de anudamiento o relación entre los registros se determinará tipos de nudo. Asimismo es posible aprehender fenómenos clínicos concernientes al cuerpo (lo imagi nario), al verbo (lo simbólico) y al goce (lo real). 

En este seminario haciendo referencia a su tesis doctoral dice que la paranoia y la personalidad son la misma cosa. En la medida en que un sujeto anuda de a tres lo imaginario, lo simbólico y lo real en una sola y misma consistencia, y en esto consiste la psicosis paranoica” (Lacan, 1975, p. 53). Si ubicamos los tres registros en continuidad produciendo un empalme de las junturas de lo real con lo imaginario, de lo imaginario con lo simbólico y de lo simbólico con lo real, nos queda como resultado el nudo trébol. Es decir, la paranoia es pensada aquí como un nudo trébol constituido por una única consistencia de modo tal que hay una continuidad de los registros (Schejtman, 2008). 

Pero antes de continuar con el nudo, qué quiere decir que la personalidad y la paranoia son la misma cosa. Si por personalidad entendemos la rigidez de los rasgos que hace que a nivel imaginario nos diferenciemos de otros, en la paranoia con lo que nos encontramos es con la fijeza de los rasgos del sujeto, con lo que Lacan llamaba la psicorigidez, hasta el punto que si movilizamos esta rigidez corremos el peligro de desanudar el nudo. Si la paranoia implica que RSI están en continuidad, ello trae como consecuencia una continuidad de los goces. Esto es: 
- del goce fálico, que estaría entre lo simbólico y lo real por fuera de lo imaginario, 
- del goce del sentido, ubicado entre lo simbólico e imaginario, y 
- el Goce del Otro que lo sitúa entre lo real y lo imaginario. 

Entonces, si esto esta en continuidad, no habría una discontinuidad de los goces y como resultado de ello podemos encontrarnos con fenómenos, tales como la metonimia del sentido, donde no hay un limite entre la zona del sentido y lo que queda fuera de sentido. Todo comienza a tener sentido; esto es, la creación de un metalenguaje donde el sentido queda restringido al campo escópico, a la mirada del Otro, es decir, al Goce del Otro. Para finalizar, podemos decir que encontramos cierta continuidad en la enseñanza de Lacan con respecto a los tipos de fenómenos elementales que Lacan localiza en la paranoia. Los mismos caracterizados desde un principio por la prevalecía del registro imaginario. No obstante, suponemos que sus últimos desarrollos abren nuevas vías que complementan sus elaboraciones anteriores. Fundamentalmente aquellas que conciernen a la continuidad entre los registros, y a la prevalencia de la pulsión esópica e invocante. 

NOTA 

[1] El presente trabajo muestra algunos aspectos del proyecto doctoral “La relación entre fenómeno y estructura en la psicosis no desencadenada”, pre sentado en la Facultad de psicología (UNLP). 

BIBLIOGRAFIA 

LACAN, J. (1986) De la psicosis paranoica en sus relaciones con la persona lidad. México: Siglo XXI, 1932. 

LACAN, J. (2000) “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos I, Buenos Aires, Siglo XXI, Paidós, 1949. 

LACAN, J. (2000) El Seminario, Libro III: “Las psicosis”, Buenos Aires, Piadós, 1955-6. 

LACAN, J. (2002) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. En Escritos II, Buenos Aires, Siglo XXI, 1958. 

LACAN, J. El Seminario, Libro XIX, “Ou Pire” Buenos Aires, Inédito. 1971-1972. LACAN, J. El seminario, Libro XXII, “RSI”, Inédito, 1974-1975. LACAN, J. (2007) El Seminario, Libro XXIII: “El sinthoma”, Buenos Aires, Pai dós, 1975-6. 

LACAN, J (2001) “Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber”, en Intervenciones y Textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1966. MAZZUCA, R. et al. (2001). Las psicosis. Fenómeno y estructura. Buenos Aires, Eudeba. 

QUINET, A (2006) Psicose e laço social, Río de Janeiro, Jorge Zahar Editor. SCHEJTMAN, F. (2008) “Síntoma y Sinthome”. En Ancla, Revista de la Cátedra II de psicopatología, Facultad de psicología, UBA, Vol II, pp. 15-59. SOLER, C. (2009) Las querellas de los diagnósticos, Buenos Aires, Letra viva. SOLER, C. (2004). El inconsciente a cielo abierto en la psicosis. Buenos Aires, JVE.

Fuente: Aguirre, Javier Luis (2010) "Paranoia y fenómenos elementales" Facultad de Psicología, Universidad Nacional de La Plata. Argentina

sábado, 17 de abril de 2021

Mentalidades, trebolizaciones. Acerca de diferentes nudos.

Odioamoramiento, pasiones y finales de análisis
La síntesis del sentimiento

We few, we happy few, we band of brothers
For he today that sheds his blood with me
Shall be my brother, be he never so vile
This day shall gentle his condition
William Shakespeare, Henry V. IV, 3

Al final de su obra y de su vida Lacan vuelve a echar mano de términos que antes había criticado: el de mentalidad (llamando así desde su seminario R.S.I.) a la capacidad de mantener juntos los registros, sin des/encadenar). 

El de individuo: si el sujeto logra singularizarse en su sinthome. Sin que ello implique que no siga vigente el sujeto divido por los significantes del Otro, en cuyo intervalo los imanta el objeto a. 

Y el de sentimiento. Propone, en efecto para el neurótico una “síntesis del sentimiento”. ¿De qué se trata en esta última afirmación? Sin que esta síntesis implique que los sentimientos de amor y odio ya no se diferencien.

Lacan profirió “I´y a de l´Un”. Lo que hace al mundo humano numerable. Se puede realizar un conteo en la medida que se decide qué se ha de considerar un uno contable. Y los unos que se cuentan tienen que ver con aquello de lo que se goza.

Pero claro: hay muchas clases de Uno. En esta ocasión nos referimos a un Uno singular, el del sentimiento. Para las psicosis añade como parte del cuadro clínico a la forclusión, no solo del significante de la ley, sino también del Uno del sentimiento. Al forcluirse ese Uno, el odio (en el delirio persecutorio) y el amor (en el erotomaníaco) se separan sin intersección.

Como todo verdadero amor tiene una punta de odio en su horizonte, dada la radical alteridad del otro del amor, no escapa al neurótico la posibilidad de que, sin llegar a constituirse esa forclusión, se separen odio y amor de manera de complicar severamente el vínculo al otro del amor y el del lazo social. Aún la sentí/mentalidad neurótica puede tender a desligar amor y odio.

Estos tienen caras que responden de los diferentes registros. En efecto hay amor en lo imaginario: hacer de dos uno, cara a la que se acentuó inicialmente en el lacanismo, lo que dio a tal sentimiento, por así decirlo “mala prensa”. Y hay odio en lo imaginario: agredir la imagen del otro. 

Se tiende a olvidar que hay también amor simbólico: ese que permite al goce condescender al deseo. Así como odio en lo simbólico donde al otro se lo injuria. 
Y también, por fin, hay amor real, sin cuya concurrencia en la crianza el cachorro humano va a tener serios problemas para tejer correctamente su nudo subjetivo: ese que dona su falta. Finalmente también el peor de los odios, el real: ninguneo, indiferencia, que irrealizan al otro. No le otorgan siquiera entidad como para ser atacado.

Lust y Unlust
Recordemos con de Freud que el Lust Ich purifiziert, yo de placer purificado, considera, en aras de su propio placer, que es fácil amar, y no nos incomoda, todo aquello que podamos incorporar al “metabolismo” de nuestro simbólico, nuestro imaginario y, por sobre todo, nuestra maneras de gozar ya fijadas. Y creemos, de ser vírgenes de análisis, que eso es lo que despierta nuestro amor.

Lacan extiende el concepto de libido al mito de la laminilla que envuelve en los límites del cuerpo erógeno todo aquello que va en dirección del vector de nuestro “amor”. La libido extiende los límites de nuestro cuerpo incorporando todo lo que nos es placentero, lo que nos apetece, con el riesgo temible de engullirlo, destruyéndolo. Freud por su parte añade, desde muy temprano, que lo exterior, lo ajeno y lo odiado, resultan en principio, idénticos. 

Lo que el sujeto tarda en comprender, para lo que en general precisa ayuda analítica, es que una parte de eso extraño, inasimilable, habita en su propio interior. Le llevará mucho tiempo saber-hacer con lo otro habitante de sí mismo sin enviarlo hacia fuera con odio. Esa otredad radical, aun del Otro del amor, resulta potencialmente odiable.

Lacan se ocupó de diferenciar al semejante (como su nombre lo indica, parecido a nosotros) del prójimo, ése al que habría que poder lograr amar. Y lo llamó “inminencia intolerable del goce”. Ubicando en el prójimo lo ajeno, le adosamos, además esa parte desconocida e "impresentable" que habita en el interior de nosotros mismos, nuestra extimia. Para poder, así desplazada, desconocerla mejor. Apasionadamente intentamos ignorar eso que nos corroe, como objeto extraño, éxtimo, desde nuestro propio interior y que, de no reconocer, cargamos en la cuenta del otro odiado. El echte Ich, en cambio, es para el maestro vienés una adquisición tardía que implica el haber aceptado que una parte del Lust Ich purifiziert No entra en las fronteras de nuestro yo, lo incompleta desde sus bordes. Al punto que Lacan, lo llamará de hecho la zona del Unlust.

Das Ding, nudo ético del psicoanálisis
Hay al menos tres lugares donde Lacan aborda esta dificultad para lidiar con la otredad. En principio durante el dictado de su seminario sobre la ética, donde coloca en el centro del Otro auxiliador algo inasimilable a nuestra máquina simbólica, un carozo que queda por fuera, y que muerde desde los bordes a la operatoria significante: das Ding, la Cosa irrepresentable. La extimia ausente y desconocida que pasa a ser carozo de nuestra propia intimidad. En la necesaria inaccesibilidad de La Cosa incestuosa, punto imposible y además (de forma de orientarnos en esa imposibilidad) prohibido, parte en el analista su noción de ética. Esta está orientada por el respeto a lo real de ese núcleo alrededor del cual se colocan los significantes que intentan expresar algo de nuestros goces. Así traza una diferencia neta con la moral, la cual depende de la obediencia a mandatos venidos de los cielos de algún padre legislador.

Dentro del vacío de la cosa pueden colocarse, colonizándola, los diferentes objetos a. Estas consideraciones no son ociosas. Puesto que si se comprende que este núcleo real de nuestro ser, este Kern unsseres Wessen debiera ser inviolable, se estará en condiciones de comprender cómo es que a este ser las pasiones intentan apropiárselo (en el amor pasión), destruirlo (en la pasión del odio) o ignorarlo, pretendiendo vivir en mundo angélico carente de núcleo real. De ahí la importancia capital de este seminario VII, que acerca por vez primera en la formalización de Lacan una definición neta de lo real, que hasta entones estaba enunciado pero no definido formalmente.

El otro subrayado acaece durante su dictado del seminario De un Otro al otro. Con el semejante podemos entonar un coro armonioso. Pero no todos los otros resultan ser nuestros semejantes. Algunos encarnan nuestro prójimo, que lleva puesta la marca de la extimia que no logramos reducir a nuestros ideales y goces.

De ahí que este maestro hablaba de la inminencia intolerable del goce que este alien implica. Pero ¿Cuál goce? ¿El exterminador? Recordemos aquí a nuestro querido maestro Moustapha Safouan. Se ocupó de señalar que, si bien todo goce violenta el principio del placer, hay goces que son “amigos de la vida”. Y otros que son “enemigos de la vida”. Frente al prójimo, ese que nos recuerda lo desigual, podemos hacer virar el fiel de la balanza subjetiva hacia uno u otro lado de los goces. Y para que predomine un uso amigable con el goce las pasiones debieran ceder el lugar fascinante que las convoca del peor de los lados.

Ese es el caso más frecuente frente al prójimo, a lo diferente, si no hemos logrado darnos cuenta que se nos ha presentado la posibilidad de renovar nuestras marcas y entonces gozar de las diferencias. No nos llamemos engaño. Eso cuesta trabajo. Las pasiones nos seducen, nos instan a atravesar el borde, que debe estar letrado en las neurosis, de La Cosa. Es en este seminario, además, que Lacan insiste en que los objetos a colonizan el hueco de das Ding, demostrando que esos señuelos se tornan también motores de la pulsión y, si el fantasma se ha logrado formar, causas de deseo en la ley.

Hay pues otros (seres, objetos, discursos, relatos) que entran con facilidad en nuestro circuito de placer y otros que muerden sobre sus bordes, lo cuestionan. Tardará el sujeto en comprender, si llega a poder, que justamente por eso “lo otro” puede enriquecerlo, arrancarlo de la chatura y el aburrimiento tranquilizador de la mismidad, de la pesadumbre de vivir siempre en el mismo film que ya no nos dice nada. 

No dejemos de lado, finalmente la otra ocasión en que Lacan habla del heteros. Ocurre cuando formaliza la feminidad como otredad radical. Quienes se dicen mujeres pueden ser rechazadas, vituperadas...o devenir causa de un lazo de amor, deseo y goce. Es por ello que, utilizando la afortunada homofonía que le proporciona el francés, afirma que quien no se ha tomado el trabajo de tolerar lo diferente, quien no puede amarla, a una mujer la dit femme. La difama, la mal-dice mujer.

Un “macho verdadero” goza con una mujer rebajada, de la que prefiere no tomar nota de su goce. Pues al todo falicismo este goce, Otro goce, lo vulnera, lo pone en cuestión.

Toda la cuestión es poder cernir cuándo lo otro, lo alien puede lograr causar amor y deseo y así renovar y enriquecer las fijaciones de goce y cuando cruza la frontera del odio para hacerse indigno de interés, escarnecido, odiado, apartado y, finalmente, exterminado.

Pasiones: de cómo hacer aséptico al otro
El genio de Freud encontró una fórmula maestra de “aseptizar” el objeto extranjero y hostil, “pasteurizándolo”, haciéndolo aparentemente inofensivo y armonioso. 

Frente al ascendente fenómeno del nazismo, y, así lo creemos, del totalitarismo soviético en formación, formaliza al fenómeno de masas, resolviendo en el mismo movimiento el enigma de la hipnosis y el enamoramiento extremo, definiendo a estos dos últimos fenómenos como "masas de a dos".

Así lo hizo en el apartado VII de Psicología de las masas y análisis del yo. Libro cuya vigencia aún hoy estremece.

Sumamente advertido de la peligrosidad de las pasiones, en pleno período de avance del nazismo, la observación de las masas enardecidas vivando a un líder tan carismático como furioso odiador de todo lo que no fuera la pureza de la raza aria, o de la observación del dogma leninista, Freud escribe uno de los libros que, así lo creemos, toda persona culta debiera tener en su biblioteca: Psicología de las masas y análisis del yo. Allí describe una forma tan aterradora como eficaz para tratar con esa extimia, para aseptizar el odio pasional que la otredad podría desencadenar, imaginando una Endlösung, una solución final: crear un imperio sin la mácula del no-ario. O bien declarar psiquiátricamente enfermo al que no se suma a la observancia del dogma. Método también útil, por qué no, para amar apasionadamente también a lo que se supone aquello igual a uno mismo, la “raza superior”, el “hombre nuevo”. 

Como fórmula para amar plenamente afirmó que "el" método consiste en la treta de recubrir al objeto inasimilable por un ideal que pretenda velarlo por entero: el del partenaire pasional, el del hipnotizador, el del líder carismático. Con ese expediente, dos personas o grandes masas de personas pueden imaginar desentenderse tanto de recabar la validez de sus propios valores ideales (que deben ser continuamente puestos a prueba por un sujeto responsable de su accionar privado y público), como de vérselas con el objeto extranjero, que siempre macula los sueños (más bien pesadillas) de pureza. Cualquiera sea ésta: del amado o amada, del relato, de la raza, de la ideología. Al examinar y formalizar el temible fenómeno de masa, de manada, Freud finalmente descubre el resorte de la hipnosis y del amor pasional, acompañado de lo que llamó la “servidumbre amorosa”.

En el fenómeno de masas (de a dos o de a millones) entra a jugar su rol necesariamente la pasión de la ignorancia, quizá la más difícil de atravesar. En efecto, se suele vivir más tranquilo ignorando bastantes cosas. Adormecidos, angélicamente infantiles, sumidos en la ignorancia estamos a salvo de despertar a lo real. Esa punta habita en cada uno de los integrantes de la masa. Ese objeto que no se deja masificar, domesticar, ése que chirría en los engranajes de la máquina totalitaria es lo heterogéneo al reino impoluto del todo. Y está en el interior de cada miembro de la masa, cada uno de cuyos integrantes ignora con pasión ciega esta interioridad de lo que cree abyecto. 

Por ello la masa hace que el objeto que mancha sea imputado al otro, al prójimo. Que será vivido como culpable de la impureza que ridiculiza, que pone en jaque el conglomerado de perfección que se ilusionaba. Ese objeto no es más que algo de nosotros mismos, pero desplazado al judío, al negro, al "cabeza", al que no comulga con el relato, al comunista...a veces al yankee.

El objeto heterogéneo es exterminado porque, por el mero hecho de existir, se burla de los afanes de pureza. Ridiculiza, aunque no se lo proponga, por su mera existencia, la homogeneidad de la masa. 

Afirmaba Freud que se puede sumar un número potencialmente infinito de miembros a una masa...a condición de tener por fuera de ella alguien a quien odiar. Y los líderes bien saben que inventar un enemigo cohesiona locamente a la masa, que suele adherir entusiasmada a la quema de brujas que la aglomera. 

Este afán exterminador culmina, como la historia nos lo ha hecho saber (y lamentablemente no sólo la historia pasada, sino también la más reciente y dolorosa) en el asesinato. 

Recordemos una enseñanza de Freud, una de tantas que no debemos olvidar: un asesinato equivale a un incesto. ¿Por qué? Porque pretende tomar por entero el cuerpo del otro. El bellísimo fragmento de Shakespeare que colocáramos como acápite muestra que hasta puede llegar a parecer estimulante y poético hacerse hermanos por la vía de mezclar nuestra sangre en una masacre cometida en común. La banda, los bandidos, la band of brothers suelen llamar padrino a su jefe. Una suerte de neoplasia de la función de Padre, de progenitor cuidadoso se encubre en el líder que pide un pacto de sangre con sus seguidores.

El horror de los regímenes totalitarios, radica justamente en el empuje a la pasión de la ignorancia en que sume a la población que ha ungido a su líder en objeto de amor colectivo e ideal protésico. Quien no pueda entrar en ese circuito, quién aún se sienta convocado a despertar a lo real, se transformará en un enemigo al que se comienza aislando, para concluir en su exterminio. Esos regímenes se arrogan el derecho de abolir La Cosa, la extimia que aloja nuestros objetos de pulsión, nuestra causa de deseo. Porque para la masa solo puede alojarse allí, sin resquicio alguno el líder, el hipnotizador, el partenaire pasional.

Si Freud fecha el inicio de su práctica como analista en el momento mismo en que abandona la hipnosis, es que repugnaba a su ética el dominio ignominioso del paciente que ésta implica.

El objeto a dirigiéndose al sujeto dividido figuran tanto en el matema del fantasma de la estructura perversa (no así en el fantasma perverso de las neurosis) como en el piso superior del cuadrípodo del discurso del analista. Si bien un losange y una flecha que direcciona no hacen idénticas estas combinaciones de letras, se nota bien en qué compromiso ético se halla el analista en cuanto se ha instalado la transferencia. 

En medio del amor pasión, en regímenes totalitarios, nunca ha de prosperar el psicoanálisis.
En medio de la hipnosis no hay análisis sino obediencia.
En la servidumbre amorosa se idealiza al otro y se lo sirve humildemente, desconociendo su real, su otredad radical.

Amor y odio desanudados: una posible trebolización
El problema de las pasiones y de los liderazgos pasionales, las hipnosis colectivas o de a dos (verdaderas folies a deux duales o multitudinarias) radica, así lo creemos, en que, al resignar el rasgo ideal a la vez sintomático que hace exquisitamente singular a cada quien y que se encarna en el líder o el partenaire idealizado y al hacer de esa “condición absoluta” del deseo que es el objeto a un objeto colectivizado en el líder, se produce una trebolización colectiva donde todos deben pensar igual, sentir igual y amar pasionalmente a la misma persona o relato. Esta situación se mantiene, tal como Freud lo dejara sentado en su Psicología de las masas y análisis del yo en tanto y en cuanto se señale a alguien a quien odiar pasionalmente. Ese odio pasional comienza en la injuria, continúa en el mecanismo concentracionario para culminar en el aniquilamiento, sea este real o simbólico.


Un empuje a la paranoia se desata, aun en sujetos que, en otras circunstancias no serían capaces de separar odio y amor hasta la forclusión (por pasión) del uno del sentimiento. Es claro que no todo sujeto es hipnotizable. Debe de constatarse una fragilidad de su propio ideal y una debilidad fantasmática que haga que el objeto sea fácilmente intercambiable por el del líder. Pero debemos tener claro que no es fácil encontrara sujetos no analizados con semejante fortaleza de la separación y establecimiento neto de su ideal y su objeto. 

Estamos tentados de afirmar que en verdad esta fragilidad de ideal y objeto es mucho más frecuente de lo que pensamos. Que los sujetos “hipernormales” tienen en verdad tendencia a preferir no hacerse cargo de recabar los valores de sus propios ideales, ni de verificar cuál es el objeto “exquisitamente singular”, la “condición absoluta” que causa sus deseos. Mucho menos común aún es el haberse tomado el trabajo de diferenciar al máximo objeto e ideal.

De ahí la humana tendencia a elevar algún gurú, algún líder carismático, algún ojeto de amor pasional, algún hipnotizador al lugar del guía que nos alivie de la responsabilidad de pensar por nuestra cuenta. Para ello hubiera sido necesario individualizarse en un sinthome que des-homogenice nuestro nudo mental.

El fracaso de la treta
El problema radica en que no todo el objeto se deja cubrir, deglutir por ese ideal prestado. Una punta de él siempre queda atragantada en las mandíbulas del ideal. Esa punta habita en cada uno de los partenaires del amor. Ese objeto que no se deja domesticar, ése que chirría en los engranajes de la máquina del amor “puro” es objetor al reino impoluto del todo. Y está en el interior de cada miembro de los partenaires amorosos, en cada miembro de la masa, en el síntoma del/ de la hipnotizada que retorna remitido el trance. Los integrantes de estas masas ignoran con pasión ciega esta interioridad de lo que cree abyecto y en cuanto, inexorablemente se produce el despertar a lo real, suele desencadenarse el viraje al odio. Pues el objeto que mancha suele ser imputado al otro, al prójimo. 

Es un mérito inmenso del psicoanálisis el haber comprendido la importancia de la separación máxima posible entre el objeto y el ideal.

El objeto heterogéneo es odiado porque, por el mero hecho de existir, se burla de los afanes de pureza. Ridiculiza, aunque no se lo proponga, por su mera existencia, la homogeneidad de la masa sectaria. Pone una piedra en los zapatos del sueño de inmaculado amor, en los del hipnotizador y en los del líder.

Para enfrentar lo alien haciéndolo, al revés, posible aireador de nuestro hábito por lo mismo, el psicoanálisis se torna una herramienta clave. Es en un análisis personal que se podría adquirir la valentía de hacer de ese mismo objeto el motor de cambios de fijaciones, de renovación de nuestro deseo, de posibilidad de crear algo no consabido. El psicoanálisis apuesta a la lenta y difícil apreciación del valor de lo radicalmente otro. Un análisis personal nos impulsa al esfuerzo paciente de encontrar la forma de vivir mejor el malestar en la cultura. No elimina al odio, lo enlaza al amor.

Nos alivia sin prometernos que será ni fácil, ni gratuito, ni a corto plazo. 

Pero cualquiera que ha pasado por un análisis en que se ha comprometido comprobará que franqueando estos escollos encontrará una refundación subjetiva. Una forma creativa de llevar adelante el viaje de la vida con otros con los que no nos hemos de conglomerar acríticamente. Con otros a los que no estemos forzados a odiar.

Sería de esperar que al final del análisis (que también transita por el sendero del amor –y los odios- de transferencia) quien ha pasado a la tomar el lugar de analista haya logrado esa mentada “síntesis”. La tolerancia a la diferencia, la oportunidad que da el radicalmente otro, de airear nuestra mismidad se espera de quien transite los finales de análisis. El que ha pasado por esos finales dará así uno de los testimonios de haber aceptado ese quite llamado castración. Nunca habrá una perfecta síntesis del sentimiento, pero tendrá muchas chances de detener el desencadenamiento del odio. Así como tampoco creemos posible que adscriba a pasiones amorosas o de masas que pegoteen ideal y objeto.

Desde luego, y sin que imaginemos cegar por completo la humana tendencia a ignorar con pasión aquello que nos incomoda, el análisis personal hará que estemos dispuestos a despertar a lo real.

Por eso mismo y sin que esto implique en nada variar la autorización de sexo de quien llegue a ese final, se abrirá una posibilidad de trato o de ejercicio de la feminidad que el sujeto pueda albergar.

Fuente: Silvia Amigo (2021) - Coloquio de verano de la EFBA

miércoles, 8 de noviembre de 2017

El nudo de trébol de la paranoia y su estabilización.

El pensamiento Freudiano considera al delirio como una defensa frente a la emergencia pulsional homosexual. En oposición al paradigma presentado a través del Presidente Schreber, la normalidad sería también una defensa pero de otra índole, donde el resorte de lo pulsional-homo coartado en su fin, opera a favor del sujeto. La falla de esa posición normal determina para S. Freud el delirio como una defensa patológica. El fundamento de esta idea se encuentra apoyado en los pasos normales necesarios para la constitución narcisista, donde desde el autoerotismo se arriba al propio cuerpo como objeto amado, determinando un momento que tiene como característica la elección para el niño de genitales idénticos, para transitar después a la elección del objeto heterosexual con la consiguiente desviación del fin de las tendencias homosexuales hacia las pulsiones del yo.

Esas pulsiones del yo que configuran la normalidad del aparato psíquico para S. Freud están representadas por la amistad, la camaradería y el amor a la humanidad. El paranoico según esta teoría en juego, no podría fijar su pulsión en lo homosexual narcicista que proviene de lo autoerótico y se defendería con un delirio que sexualiza lo social y el amor al hombre. Es vivido como rechazo aquello que respecta a lo idéntico en lo social, por remitir al paso no realizado en su psiquismo, donde genitales idénticos implicarían la recaída en un narcicismo que no pudo formalizarse. Este razonamiento sostiene tanto el mecanismo persecutorio en la paranoia como la certeza en la erotomanía.

Paranoia y erotomanía comparten, como es sabido, un mecanismo similar en los pasos no realizados que resumen aquellos momentos de la constitución narcicista y que fueron descriptos por S. Freud en su escrito sobre el Presidente Schreber. En tal sentido, la frase de partida en la paranoia "yo le amo", ya ofrece un problema porque no habría amor que no reconozca en su tensión hacia la unidad ese primer momento de elección autoerótica narcicista donde el propio cuerpo es el objeto amado.

Esa falla en la fijación de la tendencia homosexual hace fracasar el intento de salida de aquella primera elección; manifestada en una primera desembocadura, que tiene en Ia frase "yo le odio" su primera evidencia. En efecto, sería un paso normal la recaída en un sentimiento de odio que tiempo después podría ser sublimado en forma directa desde la pulsión hacia aquello que deviene en el yo como amor al hombre, camaradería o comportamiento social. Ni en la paranoia, ni en la erotomanía, se cumple este proceso sublimatorio descripto por S. Freud y aquello que transcurre del amor al odio ofrece una fractura.

Es decir: la imposibilidad de sostener un encuentro erótico con lo idéntico genital devenido horno, subyace a la imposibilidad de todo encuentro en el amor. Si el amor desemboca necesariamente en el odio, esa imposibilidad lleva a que el paso siguiente del amor, vale decir el odio que estaría marcando la instancia normal de pasaje hacia el objeto heterosexual, no se encuentra debidamente establecido.

S. Freud recurre incluso a decir que la derivación en la frase "yo le odio" no es "consciente" en el paranoico. Si aquí hiciera un pequeño giro y me valiera de la lógica lacaniana, podría decir que la frase final "él me odia", que es la que comúnmente relata el paranoico, es la que marca en esta serie lo que podría implicar el retorno desde lo real.

Tomar la cuestión de la erotomanía, presenta una característica similar para el pensamiento freudiano. Son también tres los tiempos: 1) no le amo a ella, 2) amo a él, 3) porque él me ama. Si bien S. Freud no se detiene a fundamentar estos pasos de acuerdo a lo fallido de la constitución narcisista que pudiera suscitarse, me voy a permitir suponerlos. Se parte, en la erotomanía, de la negación del amor, con lo cual, no habría sustancial diferencia con el primer tiempo fallido en la constitución paranoica que también parte del amor. Es evidente que no se trata de una negación simbólica sino, por el contrario, de la imposibilidad en la instalación de esa behajung, que deriva en un nuevo intento: entonces "lo amo a él"; por supuesto con-una nueva consecuencia fallida. Finalmente apelando a la lógica lacaniana aquella behajung que no pudo establecerse retorna desde lo real en la certeza que marca la frase "él me ama".

Si bien S. Freud agrega en el mecanismo de constitución paranoica el ejemplo de los celos, postergo su explicación para un capítulo posterior.

Para los que hemos dado particular transcendencia en la clínica a la teoría lacaniana de los nudos, hay, creo, una frase inicial para introducirnos en su consideración: es una geometría interdicta a lo imaginario. Diría que inaugura un nuevo concepto: el de consistencia.

La consistencia del Otro existe a través de los teoremas de Gödel, en tanto se establece un campo para ese Otro marcado por la incompletud. Lo denominado consistencia en ese momento, no puede demostrarse en el interior de sí mismo, hecho que marcando la incompletud simbólica, lleva a J. Lacan, más tarde, al establecimiento de los discursos (Seminario De un Otro al otro). En los últimos seminarios (R.S.I en adelante) J. Lacan elabora aquello que no podría nunca descubrirse en el campo de Otro, en tanto queda velado por su incompletud: la consistencia como algo fundamentalmente imaginario.

Creo que a J. Lacan le lleva buena parte de su vida llegar a este trabajoso concepto. La consistencia es el encuentro que estando interdicto a la imagen virtual o real, se acerca al concepto de superficie.

Si el nudo borromeo tiene como característica la posibilidad de que cada uno de los registros, real simbólico e imaginario, pueda participar en los otros, esto tiene su germen en lo imaginario como consistencia cuya función es, en tanto superficie, ser pegajosa para no denotar aquella otra verdad que J. Lacan nos ofrece en R.S.I.: el lenguaje desde la función de agujero de lo simbólico opera su toma desde lo real.

Que el agujero dependa de lo simbólico podría tener muchas demostraciones. Me voy a valer de sólo una que marca el retorno a S. Freud: el recorrido libidinal lleva de un agujero somático a otro. Tal vez esto sea mas claro en lo oral, anal o la voz. Pero en la función de lo fálico también lo encontramos por la ausencia del pene en la diferencia sexual anatómica, y en lo escópico, por el punto ciego al que tantas veces S. Freud aludió como encuentro con la resistencia, a fin de cuenta, del analista. En este sentido lo que se simboliza es el agujero catalizado por la Serie de privación-frustración. Decir castración es ya decir operación cumplida o lo que es lo mismo función simbólica anudada. El agujero clásico expuesto en el sueño de la inyección de Irma por parte de S. Freud, ubica en la súbita expresión de la trimetilamina y otras palabras, la verdad revelada en cuanto al funcionamiento de lo simbólico. Todo esta secuencia no será propia ni de la paranoia, ni de la erotomanía.

Finalmente lo real ex-siste a todo lo que podamos otorgar como sentido y marca más que nada una procedencia. signada como una exterioridad de acuerdo a la raíz latina. Hay un mas allá del muro desde donde es posible encontrarnos con una procedencia, pero sin ese muro no tendría lugar la partícula ex para la vida, anotada en La Tercera como propio de lo real (figura 1).
Nuevamente, ni en la paranoia ni en la erotomanía, nos encontramos con muro alguno que diferencie ese más allá como otra escena, ni tampoco los tres registros estarán anudados para garantizar una consistencia pegajosa que haga posible el sostén del agujero de lo simbólico, que a su vez posibilite un recorrido libidinal.

En el nudo borromeo la consistencia está afectada por lo imaginario, el agujero depende de lo simbólico y la existencia pertenece a lo real. Pero lo que sentimos como mental es reductible a lo imaginario y, en particular, la consistencia que implica al nudo borromeo apunta a lo imposible de la ruptura.

Pero que toda esta introducción del nudo borromeo que evidencia una imaginación como obstáculo a la verdad y al saber, lleve al concepto de consistencia como imposible del ruptura o fragmentación, no implica la posibilidad de algún otro tipo de consistencia que sí pueda romperse o fragmentarse. El nudo de trébol no es el nudo borromeo. Si bien J. Lacan lo puede extraer como geometría en la versión achatada en el plano del nudo borromeo, la característica que le otorga al dibujarlo en R.S.I. implica continuidad entre los tres registros. Si los tres entonces son una misma y sola consistencia, tal cual la referencia que J. Lacan hace en El Sinthome, podría suponerse por sus características al nudo de trébol como representación de la mentalidad paranoica (figura 2 y figura 3).
Esa mentalidad implicaría, no la participación de un registro en otro, sino por continuidad, la existencia de una sola entidad. Pero si la misma cosa es la consistencia, lo simbólico y la existencia, cada uno de los registros no estará afectado de manera particular. Ni la consistencia será irrompible, ni lo simbólico estará marcado por su función de agujero y entonces lo simbólico implicará un lenguaje, no como existencia, sino proveniente del exterior como alucinado. Si nos detenemos en lo que podríamos designar como mentalidad paranoica y signáramos al nudo de trébol como su paradigma, tendríamos que suponer una mentalidad que sea factible de ruptura. El siguiente punto intentará señalar algunos momentos posibles en los que esa mentalidad podría fragmentarse.

En principio el punto de observación que inicia esta reflexión es simple: ubica cada uno de los tiempos descriptivos para la paranoia y la erotomanía, tres en total en cada uno de los cruces que podemos observar en el nudo de trébol, también tres (figura 4).

La hipótesis de trabajo clínico sobre la mentalidad paranoica o erotómana, tendería a establecer cuáles han sido las circunstancias desencadenantes en cuanto a cada una de las frases princeps ya descriptas. La intención de estabilizar la psicosis tomando en cuenta el concepto de mentalidad se apoya en el hecho de la reconstrucción de una superficie que haga de obstáculo al retorno de lo real, partiendo de la base que para toda crisis psicótica esa mentalidad se ha fragmentado.

Tomando en cuenta cada una de las frases "yo le amo" o "yo le odio" - "él me odia" o "no le amo a ella" - "amo a él" - "porque él me ama", es posible reconstruir escenas que se han fragmentado por obra y gracia de la castración rechazada.

Es de observar, por otra parte, que no hay más que una manera de estabilizar la psicosis en cuestión si tomamos como central el tema de la consistencia. Esa forma devendría en encontrar los puntos de equilibrio que permitan soportar la superficie denominada mentalidad, fragmentada debido a la imposibilidad de decir aquello que la forclusión impide. No se trata en absoluto de la pretensión de encontrar una simbolización por parte del que sufre los efectos del retorne de lo real sino de encontrar, a modo de pantalla, esa serie de escenas fragmentadas, para que el sujeto en cuestión no quede atrapado en un punto de la serie.

Vale decir: tanto paranoicos como erotómanos, si se acercan a consulta del psicoanalista, lo hacen generalmente ya invadidos por la certeza de "él me odia", vehiculizada por un determinado partenaire, o la policía, o invadidos por la certeza de ser amados por determinado ser que ha enviado innumerables pruebas al respecto.

Si vienen a consulta atrapados en uno de los puntos de la serie, podría suponerse que algo ha ocurrido con los otros dos puntos que lo anticipan. Es de observar que en el nudo de trébol, si los cruces de la cuerda no se hacen de la manera exacta, es decir no importa empezando de dónde en forma alterna arriba-abajo-arriba o abajo-arriba-abajo, la figura topológica se deforma transformándose en un círculo. Y allí los tenemos con una circulación única sostenida si se han desencadenado: o él me odia o él me ama (figura 5).
La existencia de un círculo ya no implica al nudo en tanto carente de cruces, si en ellos concebimos por homologación o por continuidad la dimensión del sentido otorgado a la presencia del semejante como partenaire. En efecto, no hay amor ni odio sin entrecruzamiento con el otro, incluso si ese otro fuese Dios.

En el terreno de las frases que anteceden a la que circula, entonces la mentalidad no podría sostenerse debido a errores de nudo. Vale decir: si algo ha quedado bajo efecto de la forclusión del decir en el terreno del "yo le amo" o "yo le odio" por ejemplo, sin ser lo suficientemente explicitado, lo efectos de esa forclusión se hacen sentir. No quiere decir esto encontrar un insight para el que padece la psicosis. Por el contrario es sólo el intento de encontrar aquellos dos puntos faltantes que han hecho explosión, originando errores en los cruces del nudo de trébol sin que se haya podido formular decir sobre ellos, lugar donde subyace el sujeto delirante preso del goce del Otro de algún partenaire y cuya consecuencia es el retorno desde lo real.

Esos puntos a encontrar de acuerdo a esta hipótesis no tienen por qué pertenecer a la misma situación sino, por lo general, son escenas distintas y a veces remitidas a través del circuito delirante ya denominado circular en esta hipótesis.

Veamos un primer ejemplo. H. padece una erotomanía hacia X, desde hace muchos años y en forma irreversible. Ese X, no es su analista, cosa que haría muy difícil la aproximación a cualquier decir. Un día relata que ha pasado gran parte de su tiempo llorando sin poder tranquilizarse. Dice que así era de niña cuando su madre la dejaba en manos de una mucama que no sabía demasiado bien qué hacer con semejante llanto. Que su madre la abandonara y no la protegió era evidenciado por ella en la protección y piedad que la mucama le profesara.

El primer punto estaba claro "no le amo a ella" bien podría ubicarse en su madre, a quien tildaba de cruel por haberla entregado a un hombre en matrimonio por el dinero que iba a garantizar tanto la vida de una como de otra. Un detalle me advierte sobre el segundo cruce o segunda frase: el llanto que H. realiza a diario a veces va dirigido a su hijo. Ese hijo no era cualquiera, ya que lo había tenido sin sentir en principio demasiado cariño, hasta que habiendo conocido a X., comprendió súbitamente lo que hubiera sido otro encuentro con un hombre que no hubiese sido determinado por su madre. Es así: el invento del amor hacia su hijo que viene a ocupar el segundo lugar en la serie, vale decir "amo a él", ofrece en el momento máxima dificultad. Si el amor hacia su hijo se había gestado como invención durante el tiempo en el que había quedado en transferencia de saber con X., ahora toda esa maravilla de creación había sucumbido porque su hijo claramente apoyaba al padre en la pelea matrimonial que se extendía por años (figura 6).
Que el hijo le recriminara había desplegado por parte de H. una respuesta agresiya. Que él la acusara de ser la responsable del conflicto matrimonial, finalmente era devastador para ella. ¡Si había ella inventado el amor con él! -"¿,...Ud. Sabe..., puede llegarse a imaginar lo que lo amo?"- solía repetirme refiriéndose al hijo.

Que la intervención apuntara al reconocimiento del intento del amor de ella hacia su hijo y además le hiciera replantear por qué pelear con aquel que tanto amaba, distendió por un buen tiempo la insistencia sobre la certeza del amor de X. hacia ella.

Podría postular que lo imposible de decir en relación a la escena múltiple en la que se desarrolla el amor al hijo estaba totalmente fuera del decir. Lograr que al menos aceptara referir algo al respecto, la termina reconociendo en algo que es indudable: ella inventó el amor porque su madre a ella no le transmitió nada.

Finalmente el trabajo sobre los dos puntos de la serie estabiliza momentáneamente la psicosis, tanto en la razón de por qué no amaba a su madre, como en la invención amorosa no soportada sino a cuenta de la certeza erotómana.

Si por último, en una segunda pincelada clínica, nos detuviéramos en el caso Aimée de J. Lacan, podríamos apreciar una serie similar (figura 7).
Que no ama a la hermana aquí parece complicarse en cuanto hay un desplazamiento a C. de la N., aquella misteriosa mujer que fue su compañera de trabajo y que la llama en el preciso momento en que Aimée padece el nacimiento de un primer bebé que fallece. De todas formas era evidente la intrusión de la hermana en su vida en forma paralela a este circunstancia.

Aquí el amor al hijo como invención, es desplazado frente a la intrusión de su hermana y crece en la misma intensidad que el amor que ella tiene la certeza de recibir por parte del Príncipe de Gales. La intervención de J. Lacan que le permite ver a su hijo, a pesar de las opiniones en contra, es claramente una enseñanza clínica, ya que para ella como para H. no existe la menor captura en cuanto a la dimensión significante de este amor. Así como Aimée pensaba viajar a Nueva York y abandonar su hijo sin tener ella la dimensión precisa de la desestabilización grave que allí hubiera ocurrido si efectivamente hubiese viajado, así H. carece de la dimensión del infortunio provocado en su mentalidad con el aumento del enfrentamiento con su hijo y cuya demanda en transferencia apuntaba aún más a ser empujada en esa dirección.

Fuente: PAOLA DANIEL, “EROTOMANIA, PARANOIA Y CELOS” - CAPITULO 3: NUDO DE TREBOL Y ESTABILIZACION.