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jueves, 5 de junio de 2025

Angustia crónica, difusa o petrificada: ¿Qué es el sinthome-angustia?

El "sinthome" se entiende como un elemento que permite enlazar los tres registros de lo subjetivo: lo imaginario, lo simbólico y lo real. Es un elemento que estabiliza la estructura subjetiva del individuo.

La Angustia en Lacan, no es una afecto más, sino el único afecto que no engaña. Señala un punto de fricción entre el sujeto y lo real del goce, un momento en que el sujeto pierde sus referencias simbólicas e imaginarias. La angustia puede ser una forma en que se manifiesta el "sinthome", indicando que el sujeto está experimentando una ruptura o desestabilización de su estructura subjetiva. En este contexto, la angustia no es simplemente un sentimiento, sino que se convierte en una forma de "nombrar" la experiencia de desamparo o falta de estabilidad.

Cuando ese sinthome se manifiesta predominantemente como angustia crónica, difusa o petrificada, se habla de sinthome-angustia.

Caso clínico:

Lucía, 34 años. Consulta por “angustia en el pecho” constante, desde hace años. Dice que no tiene motivo, pero siente un nudo que no la deja respirar del todo. No hay fobia ni ataque de pánico, pero sí una presencia corporal densa, que se intensifica cuando tiene que hablar en público o cuando se le exige una decisión afectiva.

A lo largo del análisis se evidencia una frágil relación con la palabra: se traba, le cuesta nombrar lo que siente, a menudo dice "es como si no pudiera decir lo que pasa, pero el cuerpo lo dice por mí".

En su historia infantil, se encuentra un entorno familiar en el que hablar estaba prohibido: el padre “callado y severo”, la madre “nerviosa, pero muda”.

Lucía no logra significar su angustia, no tiene un síntoma clásico (como una fobia o una formación del inconsciente). Pero ese afecto en el cuerpo opera como su sinthome: la angustia misma es su modo de anudar.

En este caso, el sinthome no es algo que se interprete, sino que debe ser sostenido en transferencia para que Lucía pueda inventar otra forma de decir lo que antes sólo se soportaba en el cuerpo.

¿Cuál es la particularidad de anudamiento del sinthome-angustia?

En la versión clásica, el sinthome une RSI. La angustia, en este sentido, se convierte en una de las posibles manifestaciones de este "sinthome", ya que es una forma en la que el sujeto puede experimentar la ruptura o desestabilización de su estructura subjetiva. 

También podemos pensar que en estos casos el cuerpo (como sede del goce) reemplaza o condensa el sinthome, haciendo de la angustia una forma de anudamiento. ¿De qué manera? Sin un cuarto nudo que anude al RSI, la angustia queda suelta, no anudada, y aparece como afecto intrusivo, paralizante o sin inscripción simbólica. El sinthome-angustia aparece como una zona de condensación de goce en el cuerpo. Aunque no simbolizado, permite estabilizar el sujeto, anudando Real, Simbólico e Imaginario a través de ese modo singular.

Este tipo de esquema ayuda mucho a pensar casos donde el cuerpo “habla” (no por la vía significante, sino en lo que Freud llamó "síntomas de la angustia") sin que el sujeto sepa lo que dice —y donde el trabajo analítico apunta a que esa angustia deje de ser pura irrupción y pueda ser bordeada como sinthome.

¿Cómo opera la inhibición-sinthome? ¡Con ejemplos clínicos!

Vamos a desarrollar cómo opera el Inhibición-Sinthome, especialmente a partir del último Lacan, con un ejemplo para anclarlo.

Lacan, en su seminario Le Sinthome (1975-1976), plantea que el sujeto no se sostiene únicamente con los tres registros clásicos (RSI), sino que requiere un cuarto nudo que los mantenga unidos de forma consistente: eso es el sinthome.

Este sinthome no es síntoma en sentido clásico (como formación del inconsciente que se interpreta), sino una invención singular del sujeto que le permite sostenerse, aunque sin necesariamente acceder a la verdad del inconsciente. Es más, el sinthome no se interpreta: se soporta.

La relación de la inhibición con el sinthome

En "La Tercera" (1974), Lacan propone una fórmula que da una clave para entenderlo:

"La inhibición es el sinthome como mal pegado."

Es decir: cuando el sinthome no logra anudar bien los registros RSI, la falla se expresa como inhibición. No hay una ruptura total (como en la psicosis), sino una fragilidad del anudamiento, que se traduce en la clínica por una inhibición, un mal funcionamiento, una detención de la acción o del deseo.

Un caso

Imaginemos a un hombre que quiere escribir una novela. Tiene ideas, tiene tiempo, pero cuando se sienta a escribir, se bloquea. Siente que lo que produce no sirve, se autocensura, y termina dejando el proyecto una y otra vez. A esto lo podríamos llamar una inhibición en la escritura.

En su análisis, se revela que en la infancia su padre despreciaba sus producciones creativas y se burlaba de sus dibujos. La escritura ahora, como actividad simbólica e imaginaria (implica palabras y una imagen del yo como escritor), no puede sostenerse por sí sola, y cada intento revive un malestar real (angustia, vergüenza, vacío).

Si esta persona, a través del análisis o de una elaboración singular, logra hacer de la escritura misma su sinthome —una forma de goce no mediada por la validación del Otro—, entonces ya no necesitará escribir bien para sostenerse, sino simplemente escribir. El acto en sí lo anuda. Ya no importa si es valorado, publicado o incluso terminado.

Así, el sinthome puede reemplazar una inhibición, no eliminándola, sino reconfigurándola como modo de goce estabilizador.

En resumen, la inhibición aparece cuando el sinthome falla en su función de anudar RSI. Si el sujeto logra hacer del inhibido un sinthome, entonces esa función puede reenlazarse, ya no como obstáculo, sino como soporte de su modo de goce singular. El sinthome no busca curar, sino estabilizar. El análisis no busca interpretar el sinthome, sino sostener al sujeto en la invención de su modo propio de anudarse.

domingo, 20 de abril de 2025

Nominación, excepción y la función del síntoma

La nominación requiere de una excepción. Esta afirmación implica una lectura modal que se apoya en la teoría de conjuntos. En este marco, la excepción es aquello que está fuera del conjunto, pero que, paradójicamente, permite su constitución: la letra y el Padre funcionan como estos elementos fundantes. Siguiendo a Bourbaki, Lacan sostiene que es la letra la que da existencia al conjunto.

Vincular la nominación con la excepción permite entender el pasaje del agujero en lo real a la nominación como operación que crea un agujero, es decir, introduce un falso agujero.

Esta conexión entre nominación y excepción lleva inevitablemente a la función del síntoma, que introduce una nominación fallida, ya que implica el no-todo. En el esquema de RSI, la nominación representa la cuarta consistencia que sostiene la estructura, y es allí donde el síntoma juega su papel fundamental.

En el seminario Le Sinthome, Lacan reformula esta noción: allí donde antes situaba la nominación, ahora coloca el sinthome. Esto no implica que abandone la noción de síntoma, sino que establece una diferencia crucial entre ambos términos. Síntoma y sinthome no son equivalentes, ya que cumplen funciones distintas y responden a lógicas diferentes.

Este replanteo surge de una pregunta fundamental: ¿a qué consistencia pertenece el Nombre del Padre? ¿Corresponde a lo Real, Simbólico o Imaginario, o solo a lo Simbólico?

Si el síntoma se define como aquello que ocupa el lugar del lapsus del nudo, cualquiera de los tres registros podría asumir esta función. Sin embargo, el efecto de la suplencia de la falla varía según cuál de estos registros asuma el papel de cuarto elemento.

Finalmente, esta operación se caracteriza por un equívoco: la compensación del síntoma ocurre justamente en el lugar de la falla, lo que rompe la linealidad temporal e introduce una estructura distinta. En este proceso, la producción del síntoma no solo altera el tiempo, sino que también manifiesta lo real en la estructura del nudo.

viernes, 27 de diciembre de 2024

Psicoanálisis y psicosis: perspectivas sobre la transferencia y el tratamiento.

Freud adoptó una postura clara frente a la aplicación del psicoanálisis en el ámbito de la psicosis. Consideró, de entrada, que no era efectivo, argumentando que el psicótico no establecería transferencia, elemento central en el psicoanálisis.

Sin embargo, Lacan cuestionó esta posición desde temprano, proponiendo que en la psicosis la transferencia no está ausente, sino que opera de manera distinta. No adopta la forma del Sujeto Supuesto Saber, característica de la neurosis, pero abre la posibilidad de un tratamiento que puede pensarse desde diferentes ángulos. Aquí exploraremos dos enfoques complementarios.

En primer lugar, una posible dirección del tratamiento en la psicosis es trabajar en la constitución de un sinthome en el sujeto. Este síntoma actuaría como un punto de anclaje que permita cierta estabilidad frente a la ausencia del Nombre del Padre, un elemento estructurante del inconsciente.

En segundo lugar, una línea cada vez más relevante consiste en enfocar el tratamiento en la inserción del sujeto en un lazo social. Esto implica favorecer conexiones sociales que den sentido y estabilidad, dejando de lado la perspectiva clásica que otorga un valor central al delirio como elemento restitutivo.

Ambas perspectivas pueden converger, ya que una vía privilegiada para que el sujeto participe del lazo social es precisamente a través de un síntoma, estableciendo un puente entre la estructura del discurso y la dimensión social.

sábado, 24 de junio de 2023

Goce femenino (¡Con ejemplos clínicos!)

Con ejemplos clínicos, la autora desarrolla la noción de “goce femenino” y señala cómo el superyó puede transformarlo en “estrago”. Y, ya en su relación con el hombre, la mujer puede asumir para él una función escondida, la de “sínthoma”, sin que ella ni él quieran saberlo.

Una mujer, al referirse a su primer amor en la adolescencia, dice que ella experimentaba algo muy extraño en el cuerpo. Cuando su pareja –un hombre mayor que había sido escogido como objeto de amor a partir de una referencia paterna– se acercaba, a una cierta distancia donde sus cuerpos aún no podían tocarse, todo su cuerpo comenzaba a temblar, sus piernas se debilitaban y sólo con dificultad se mantenía en pie, porque, como ella misma decía, todo su cuerpo comenzaba a gozar locamente. Esa pasión no duró mucho. El efecto de esa experiencia fue una defensa radical contra ese goce. Pasó a vivir dedicada al amor materno por su hija y descartaba constituir una pareja con un hombre porque “es difícil para un hombre vivir conmigo, pues cuando tengo un hombre preciso tener relaciones sexuales todos los días”. La defensa era: vivir sin un hombre.

Ese goce del cuerpo fue nombrado por Lacan como “goce femenino” a diferencia del “goce fálico”. Este último se experimenta de un modo puntual, localizado en un determinado contexto o en zonas específicas del cuerpo; está articulado a lo simbólico, marcado por la castración, por un límite. Es muy diferente del goce femenino, que no conoce límites ni zonas específicas del cuerpo, instituyéndose así como un goce desmedido.

Tanto las mujeres como los hombres pueden aproximarse al goce femenino. Sin embargo, como las mujeres no tienen pene se encuentran más abiertas a la posibilidad de experimentar ese goce del cuerpo. Los hombres tienden a ocuparse y a embrollarse con el funcionamiento de sus penes, que toman como referencia para su masculinidad, poniendo así una distancia al goce del cuerpo. Las mujeres, cuando comienzan a experimentar ese goce del cuerpo, tienden a asustarse por su fuerza incontrolable: ¿será que me estoy volviendo ninfómana? ¿Van a pensar que soy una puta? Temor muy presente en las mujeres ya que la voz del superyó toma, comúnmente, la forma de la injuria: “Puta”.

Son muchas las ocasiones en que una mujer podrá escuchar, desde la voz del superyó, la injuria silenciosa “puta”: cuando se presente muy disponible a las demandas sexuales de los hombres, o si son muchos los hombres con los que transó, o cuando es mujer de un solo hombre pero disfruta del placer sexual por demás, o si la frecuencia con la que desea tener sexo es mucha, o si es infiel al marido, o si usa ropa provocativa, en fin, una lista infinita de situaciones donde una mujer es tomada por su sexualidad. La voz silenciosa del superyó tampoco descansa cuando una mujer desiste de su sexualidad, sea por la vía de la maternidad, sea intentando ser santa o haciéndose la niña ingenua. Freud decía que los grandes moralistas que buscan la santidad son atormentados por la culpa y se sienten los peores pecadores, es decir que reprimir los impulsos sexuales no libra al sujeto de la culpabilidad impuesta por el superyó.

En las mujeres histéricas, la culpabilidad superyoica generalmente se mantiene en el registro del inconsciente. Aun cuando una mujer venga a decir “soy una mujer moderna y, por la tanto, soy dueña de mi cuerpo”, eso no significa que esté liberada de su superyó. La injuria superyoica puede advenir en el temor “pero ¿qué va a pensar él de mí?” o “¿qué va a pensar todo el mundo de mí?”. Así las mujeres proyectan en su pareja, o en “todo el mundo”, la voz de su propio superyó.

El goce femenino es solidario de una vivificación de la mujer, mientras que el goce del superyó conduce a la mortificación. El problema es que la gran mayoría de las mujeres se defiende del goce femenino porque el superyó, vertiente mortífera de este goce, tiende a infiltrarse fácilmente cuando se lo experimenta. En otras palabras, hay en las neurosis femeninas lo que Lacan denominó “estrago”, que corresponde exactamente a la infiltración de ese goce mortífero del superyó en el campo del goce femenino.

Hay relatos de mujeres en los que, si bien dicen de su experiencia en relación con el goce femenino, se trata de un goce femenino fuertemente infiltrado por el superyó y, como resultado, a la experimentación de un profundo éxtasis le sigue un estado de mortificación, culpa o devastación. Otros relatos de mujeres hablan de la experiencia de un estado avasallador poco común. Se trata de fenómenos que indican la entrada en la dimensión de la vertiente mortífera del goce del cuerpo. Así, una mujer no experimentaba ninguna sensación de libido con relación a sus actividades diarias: dar clases en la universidad, atender pacientes, ocuparse de su hijo. Su sensación era que ella no existía, era apenas un semblante de lo que intentaba demostrar para los otros, pues nada sentía en su cuerpo. Ella se sentía una cáscara vacía sin su ser. A la noche, cuando se desocupaba de sus quehaceres y se encontraba sola, experimentaba en su cuerpo la sensación de un horror tan profundo, tan terrorífico que sólo le advenía una significación: voy a morir. Así alternaba dos estados: un estado de ausencia de sí misma, también cuando estaba en contacto con sus parejas; y, cuando se encontraba sola, en contacto consigo misma, experimentaba todo su cuerpo tomado por una sensación de muerte. Este tipo de experiencia no es común: se trata de una travesía en el campo del goce mortificante, lo que generalmente resulta en un efecto de decisión subjetiva de salida del campo del estrago, operando una separación del goce femenino del goce mortificante al que estaba enganchado. Así, una mujer podrá usufructuar la experiencia del goce femenino extrayendo de allí una vivificación, además de pasar a tener condiciones subjetivas para no alojarse en el estrago.

“Sínthoma”

Lacan define el sínthoma (sinthome) como el modo singular de goce de cada uno. Se trata del goce del cuerpo, un goce sin ley que reside en el silencio, un goce esencialmente singular, privado, no transmisible ni compartido. En las neurosis, ese modo singular de goce se mantiene recubierto por la fantasía, al tiempo que es desvirtuado por las defensas, aunque manteniéndose como el eje que subsiste en lo real. Hablaré ahora de la mujer como sínthoma de otro cuerpo: la mujer como sínthoma del cuerpo del hombre. Pero, si ese goce es singular, ¿cómo una mujer podrá ser sínthoma del cuerpo de un hombre?

Cuando un hombre elige como pareja una mujer adecuada a sus condiciones de goce, esa mujer asume para este hombre la condición de funcionar como su sínthoma. Les traigo un ejemplo clínico. Un hombre, que tenía fuertes dificultades para asegurarse su virilidad, se casó con una mujer que le permitía sustentar frente a ella una posición viril. Sin embargo, restaba una cuestión inquietante: el temor de que ella deseara tener un hijo suyo, ya que él no se sentía en condiciones subjetivas para sustentar una paternidad. Cuando la conoció, ella ya tenía un hijo con quien él estableció una relación de compañerismo, satisfactoria para ambos pero que no correspondía exactamente a una posición de paternidad. El sólo pudo apaciguar el tormento relativo al temor de la paternidad cuando su mujer hizo una menopausia precoz, antes de los 40 años. ¿De qué modo esta mujer es sínthoma del cuerpo de este hombre? En la subjetividad de ella tiene que haber algo, ya que sólo después de conocerla pasó a experimentar una posición viril en el campo del sexo y el amor, y se decidió a casarse. Y ella respondió de modo efectivamente acogedor, al encarnar en su propio cuerpo la marca del sínthoma de él, cuando la menopausia precoz instituyó en su cuerpo el impedimento a la paternidad.

De este modo, ellos establecieron una pareja muy bien fijada, de tal manera que podríamos decir que, en este caso, hay una relación sexual, como dice Lacan en el Seminario 23: “Allí donde hay relación (sexual) es en la medida en que hay sinthome, esto es, en que el otro sexo es soportado por el sinthome. Me permito afirmar que el sinthome es precisamente el sexo al que no pertenezco, es decir, una mujer”.

En un texto más antiguo, La dirección de la cura y los principios de su poder, Lacan mencionó el ejemplo clínico de un paciente suyo que había presentado una impotencia frente a su amante y entonces “le propone que se acueste con otro hombre a ver qué pasa”. Esa misma noche ella tiene un sueño e inmediatamente se lo cuenta a él: “Ella tiene un falo, siente su forma bajo su ropa, lo cual no le impide tener también una vagina, ni mucho menos desear que ese falo se meta allí”. Lacan agrega: “Nuestro paciente, al oír tal, recupera ipsofacto sus capacidades y lo demuestra brillantemente a su comadre”. El inconsciente de la mujer produjo un sueño que funcionó para el hombre como una interpretación analítica reasegurándole su virilidad. Lacan señala, en ella, “la concordancia con los deseos del paciente, pero más aún con los postulados inconscientes que mantiene”. Al formular esta concordancia entre la mujer y los postulados inconscientes de los deseos del hombre, Lacan anticipaba lo que posteriormente formuló como mujer sínthoma del hombre.

Casados con el superyó

Hay otros casos de pareja sinthomática en los que se verifica una prevalencia de goce superyoico en la fijación del lazo. Algunos hombres buscan análisis subyugados por las quejas proferidas por su mujer, al punto de presentarse como culpables de todas las cosas de las que son acusados: se presentan alienados en el discurso de su mujer, sintiéndose siempre en deuda con ella, una deuda eterna, inextinguible, frente a la cual sólo él encuentra una posibilidad: torturarse. Uno de estos hombres, cuando se dio cuenta de las artimañas de su mujer para hacerlo sentir siempre culpable, y conociendo algunos términos psicoanalíticos, dijo: “Ahora sé que me casé con mi superyó”, nombrando así la vertiente sinthomática que su mujer encarnaba; él mantenía la convicción de su culpabilidad a pesar de ofrecerle a su mujer amor, sexo, fidelidad, los hijos que ella quería y su trabajo desmedido para aumentar el patrimonio para uso de ella. Este ejemplo clínico da noción del usufructo que la mujer extraía de la posición de sínthoma del hombre. Aunque tal usufructo puede cuestionarse desde una perspectiva ética, es también evidente que la culpabilidad cultivada en él era la condición para que se mantuviera la pareja. No siempre las mujeres se dan cuenta de la importancia que ellas tienen para el hombre en la condición de sínthoma.

Las mujeres, en su propia neurosis, pueden terminar encerrándose en el campo de la devastación. En ese mismo Seminario 23, Lacan dice: “Si una mujer es un sinthome para todo hombre, queda absolutamente claro que hay necesidad de encontrar un otro nombre para lo que el hombre es para una mujer (...) Se puede decir que el hombre es para una mujer todo lo que les guste, a saber, una aflicción peor que un sinthome (...) Incluso es un estrago”. El estrago es el gran tormento femenino en las neurosis, y lleva a la mujer a sentir, pensar y actuar contra su propio deseo de ser feliz en el amor.

En el estado de enamoramiento el estrago podrá advenir bajo el modo de un temor a sufrir, a perder el amor, a ser engañada, desvalorizada, temores superyoicos inconscientes sobre la sexualidad femenina. El estrago acaba produciendo un estado tan aprensivo que la estrategia utilizada por algunas mujeres para apaciguar ese tormento acaba siendo una trampa peligrosa. Muchas veces piensan que, para no perder el amor de su pareja, lo mejor sería convertirse en la Mujer que él desea, respondiendo a las demandas de él, a sus exigencias, y entregarse a ese servilismo de modo incondicional, otorgando a la mortificación su vida, sus posesiones, su ser, su cuerpo y su existencia.

Recibí en mi consultorio una mujer que no entendía por qué no había continuado su carrera universitaria en dirección al doctorado. Se presentó como feliz en su matrimonio, diciendo que había compañerismo y que las decisiones sobre la vida de la pareja eran siempre tomadas democráticamente en diálogos amistosos. El análisis le permitió constatar que esa versión sobre su casamiento, en la cual ella había creído hasta entonces, era una gran mentira. A través de la subjetivación de elementos hasta entonces inconscientes descubrió que los muebles y la decoración de su casa, que había decidido en conjunto con su marido, no correspondían en nada a su gusto, sino exclusivamente al gusto de él. Advirtió que los diálogos que mantenía con su marido eran sólo oportunidades para descubrir lo que él quería a fin de decidir conforme al deseo que ella suponía ser de él. Se dio cuenta de que no había hecho el doctorado para que su marido no se sintiera avergonzado con su propia carrera profesional, que ella consideraba mediocre. También se dio cuenta de que había engordado mucho para no sentirse bonita, intentando evitar el riesgo de desear y ser deseada por otros hombres. Un síntoma que la atormentaba y que había sido motivo de la demanda de análisis –despertaba en la madrugada sintiendo que estaba muriendo– mudó radicalmente: percibió que las reacciones corporales que experimentaba como preanuncio de muerte correspondían a intensos orgasmos, vividos en los sueños. Comenzó así a distanciarse del impulso de entregarse ciegamente a las demandas de su pareja, admitiendo para sí misma sus sueños y deseos olvidados, avanzando en la dirección de vivificar su cuerpo de mujer, antes mortificado por la devastación.

* Texto extractado del trabajo “Mujer, sínthoma del hombre”, que puede leerse completo en Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Nº 28, julio de 2014, http://vir tualia.eol.org.ar/

miércoles, 7 de septiembre de 2022

La neurosis obsesiva en el último período de la enseñanza de J. Lacan

Resumen
En el presente trabajo desplegamos algunas de las perspectivas que se desprenden de las formulaciones que Jacques Lacan produce sobre la neurosis obsesiva en el último período de su enseñanza, especialmente a partir del examen de esta estructura en función de su relación con el campo de lo escópico y la conciencia en tanto sinthome que sostiene el anudamiento de los registros. A partir de allí se realiza una relectura de diversos aspectos referidos a dicha estructura neurótica señalados por Freud, los post-freudianos y por el mismo Lacan en momentos previos de su enseñanza.

1. Introducción
Las breves formulaciones que Lacan produce sobre la neurosis obsesiva en el último período de su enseñanza, si bien vuelven sobre problemas que han insistido a lo largo de la misma (su relación con el yo, lo imaginario y su fantasma escópico), presentan, sin duda, una perspectiva novedosa si son correlacionadas con las siguientes cuestiones fundamentales que caracterizan su enseñanza en los años '70: su trabajo con los nudos borromeos y la función del sinthome como reparación del lapsus del anudamiento entre los registros (años'75-'76), el cruce entre la topología de la superficie tórica y la topología de nudos, y la redefinición del inconsciente como "una-equivocación" (une-bévue) (años '76-'77). La presente investigación1 nos permitió -en una primera fase- comenzar a ubicar la incidencia de cada uno de estos puntos en la definición de la neurosis obsesiva e intentar desplegar algunas de las consecuencias clínicas que se derivan de ello; en especial aquellas que podríamos llamar los encadenamientos y desencadenamientos neuróticos.

2. Éxito y fracaso de la defensa
Freud ha destacado, desde los comienzos de su elaboración sobre la neurosis, dos momentos fundamentales de la trayectoria típica de una neurosis obsesiva. Los ubicó en función de la lógica del proceso defensivo como "éxito" y "fracaso" de la defensa. Al primero de ellos lo denominó también "salud aparente" o "carácter" y al segundo como la enfermedad propiamente dicha o neurosis (cf. Freud, 1896). El éxito de la defensa constituye un singular modo obsesivo de rechazo del inconsciente, y la "enfermedad" marca el fracaso de los "síntomas de la defensa primaria" (luego denominados "formaciones reactivas") que sostenían la defensa y la irrupción de síntomas de retorno de lo reprimido que constituyen la irrupción de los síntomas obsesivos típicos y los "afectos obsesivos" que modalizan distintas formas de la angustia.

Consideramos que esta clásica oposición freudiana puede ser leída, a partir del último período de la enseñanza de Lacan, en términos de encadenamientos y desencadenamientos o, también, en función de anudamientos y desanudamientos entre los registros. Esta perspectiva nos permitiría también, en el curso de la presente investigación, una formalización nodal de la oposición entre histeria y neurosis obsesiva. En efecto, tal como hemos desarrollado en un trabajo previo (cf. Mazzuca, R., Schejtman, F. y Godoy, C., 2008, p. 121-125) la histeria hace un singular uso del amor al padre para sostener el anudamiento entre RSI. Es un uso del inconsciente y del cuerpo sostenido en el padre como defensa frente a lo real del goce femenino que pone en cuestión su identidad y unidad. El inconsciente en la histeria, por lo tanto, se sostiene en la armadura del amor al padre y ésta opera como sinthome, es decir como cuarto, que mantiene anudados los tres registros. Esto nos permite afirmar que la histeria -que implica una elaboración de saber dirigida transferencialmente al Otro- es ya un modo de defensa frente a lo real del inconsciente o -como Lacan lo comienza a denominar a partir de su Seminario 24, l´une-bévue (la "una-equivocación"). Por su parte, la neurosis obsesiva siempre implicó -tanto para Freud como para Lacan- una suerte de redoblamiento defensivo con respecto a la histeria. Es por eso que Freud ubicaba un "núcleo de histeria" en toda neurosis obsesiva, que pensaba a ésta última como un "dialecto" de la histeria o que en sus primeras concepciones etiológicas formulaba una escena "pasiva" histérica previa a la escena "activa" que caracteriza a la obsesión. Podemos afirmar entonces que las formaciones reactivas que sostienen el "carácter" obsesivo, la ilusión de dominio consciente, su "salud aparente" y su aislamiento constituyen un cierre con respecto a la dimensión transferencial del sujeto histérico. Por eso, ya desde los años sesenta, Lacan hizo de la histeria un discurso y no así de la obsesión. No resulta extraño, por lo tanto, que Lacan en su Seminario 24 retome el concepto freudiano de "defensa" y conciba la función del analista como la de "perturbar la defensa" (cf. Lacan, 1976-77, clase del 11-1-77). Pero también reconocemos en la enseñanza de Lacan la necesaria "histerización" del obsesivo para su entrada en análisis, lo cual se demuestra solidario de lo anteriormente señalado.

Es crucial distinguir así el inconsciente como "Una-equivocación" -une-bévue, S1 fuera del sentido- tanto del inconsciente en su dimensión discursiva y transferencial -que implica una elaboración de saber, S2- como de la conciencia obsesiva, ya que éstos constituyen modalidades defensivas sinthomáticas de las neurosis, las cuales pueden ser consideradas como neurosis no desencadenadas; es decir, aquellas en donde los registros se mantienen anudados en función de un cuarto redondel de cuerda.

3. La neurosis no desencadenada: el carácter como obstáculo
Dentro de los autores postfreudianos ha sido W. Reich, en sus libros Análisis del carácter y La función del orgasmo, quien se ocupó del problema de lo que podríamos denominar la neurosis cerrada o no desencadenada bajo el nombre de "carácter". Si bien no se refería específicamente a la neurosis obsesiva, no cabe duda que prolongaba los desarrollos freudianos sobre la misma. J. A. Miller ha destacado el valor de este trabajo en tanto señala un punto de obstáculo que se le presentó a los analistas de los años veinte, un impasse que no pudieron resolver y que no dejaba de tener relación con los problemas a los que vuelve la última enseñanza de Lacan para proponer allí una salida distinta de ese mismo impasse (cf. Miller, 1998-99, p. 73 y sig.). La primera perspectiva del psicoanálisis fue situarse en función de una clínica del síntoma como retorno de lo reprimido. El síntoma como un cuerpo extraño para el sujeto, al mismo tiempo parcial y localizado. Una perturbación local que mantiene exterioridad con respecto al yo, una "tierra extranjera interior", que genera sorpresa y problematiza al sujeto. Por el contrario, a partir de los años 20 -y W. Reich es un claro exponente de ésto- surge el interés por aquellos casos en donde no hay un síntoma delimitado sino que la neurosis se expande a la vida del sujeto, produciendo una infiltración en la existencia del mismo. Esto está en la misma línea de lo que Freud llamaba "salud aparente", en tanto el sujeto no aparece afectado por las perturbaciones sintomáticas sino que se manifiesta en una serie de comportamientos, de actitudes, de modos de relacionarse con el Otro. El carácter pasa a ser entonces el estilo habitual del sujeto, su modo de comportarse con el otro en el lazo social (retomaremos luego cómo el tema del "lazo social" aparece también el Seminario 24 para definir la neurosis). Algunos autores -como O. Fenichel, por ejemplo- llegaron a plantear que esa iba a ser la "neurosis moderna", una neurosis más bien "cerrada", asintomática, en contraposición con la neurosis "abierta" sostenida en el síntoma como irrupción perturbadora.

El problema que se le presentó a estos analistas era cómo maniobrar en el análisis para hacer un tratamiento de esa "neurosis caracterial", cerrada en sí misma, que tendría un cierto equilibrio y estabilidad, en donde el carácter mismo constituye el éxito de la defensa que la mantiene anudada. La idea de W. Reich fue entonces que el caracter constituye una "coraza" que permitiría tanto una defensa frente al orden pulsional como respecto a las contingencias del mundo externo. Incluso llega a plantear cómo, en ciertos casos, un paciente puede demandar un análisis porque sufre de un síntoma -es decir comenzar con una neurosis desencadenada- pero que rápidamente, en transferencia, podría producirse su "cierre" caractérico en el curso del análisis constituyendo un obstáculo al mismo. Es un modo de señalar que, en un tratamiento analítico, puede haber momentos de cierre y apertura de la neurosis, de encadenamientos y desencadenamientos, y que el analista mismo, por lo tanto, puede ser un factor que opere en un sentido o en el otro con sus intervenciones y con su posición en el lazo transferencial.

A partir de allí su propuesta es que habría que empezar el tratamiento de estos casos introduciendo algún tipo de ruptura en dicha "coraza". Se pregunta entonces cómo salir de ese punto de cierre caractérico que tiende a fijarse. Es así que plantea que lo esencial de la acción analítica es tratar de "perturbar el equilibrio neurótico" (Reich, 1955, p. 121); es decir, realizar una perturbación de la coraza caractérica. El analista aparece así como un agente "perturbador" del equilibrio neurótico.

Para Reich el analista produce la perturbación de la defensa a través de una serie de recortes en donde los rasgos caractéricos podrían, eventualmente, sintomatizarse. Se trataría así de pasar del rasgo, recortado de la coraza, al síntoma. También sigue una cierta vía freudiana que es concebir esa coraza del carácter como una defensa frente al goce, como un tratamiento neurótico del goce que lleva a un empobrecimiento subjetivo por la inhibición, la rigidez y la fijeza que presenta. Si bien hasta aquí las formulaciones de este autor resultan sumamente atinadas, el problema esencial es que Reich trata de perturbar la defensa de un modo inadecuado al introducir la idea de un forzamiento que se paga, en la dirección de la cura, con la "transferencia negativa". Se verifica así el callejón sin salida en el que cae Reich: perturbar la defensa del neurótico a través de un forzamiento de los rasgos de carácter conlleva, en su caso, una desconfianza en la función de la palabra. El analista se extravía así al dirigir su atención a los modos de expresión del comportamiento y se produce un estancamiento en el plano transferencial imaginario que se manifiesta como transferencia negativa. Por el contrario, para Lacan no se tratará de un forzamiento en lo imaginario sino de un "corte" -punto que abordaremos en detalle en un próximo trabajo- pero para el que se debe tener en cuenta, fundamentalmente, cuál es el redondel de cuerda que sostiene sinthomáticamente el anudamiento neurótico. Intentaremos precisar ahora, como lo hemos hecho anteriormente para la histeria (cf. Mazzuca, R., Schejtman, F. y Godoy, C., 2008, 121-125), lo que brinda consistencia al anudamiento obsesivo.

4. La mirada, la rana y el buey
En el Seminario 23 Lacan destaca la estrecha relación que la neurosis obsesiva tiene con el campo de lo escópico. Para hacerlo parte de la definición de la pulsión como "el eco en el cuerpo del hecho que hay un decir" (Lacan, 1975-76, p.18) y agrega 
"Para que resuene este decir, para que consuene...es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. De hecho lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los cuales el más importante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por esta vía responde en el cuerpo lo que he llamado la voz" (ibid.). 

Podríamos afirmar entonces que la clínica de la histeria, con sus síntomas, revela ejemplarmente la resonancia en el cuerpo del decir. Sin embargo -y en esto la neurosis obsesiva será paradigmática- "Lo molesto, por cierto, es que no está solo la oreja, y que la mirada compite notablemente con ella" (ibid.). Y agrega: 
"More geométrico, a causa de la forma, cara a Platón, el individuo se presenta como puede, como un cuerpo. Y este cuerpo tiene un poder tan cautivante que hasta cierto punto habría que envidiar a los ciegos. ..Lo sorprendente es que la forma no revela más que la bolsa, o si ustedes quieren, la burbuja, ya que es algo que se infla. El obsesivo es el que más lo sufre, porque... él es como la rana que quiere volverse tan grande como el buey. Conocemos los efectos de esto por una fábula. Resulta particularmente difícil, como se sabe, alejar al obsesivo del dominio de la mirada" (ibid.).

El obsesivo privilegia entonces la dimensión escópica, produciendo así una singular nominación imaginaria que opera como cuarto redondel de cuerda, su sinthome, que mantiene unidos a los tres registros al costo del aislamiento, la petrificación y la mortificación que lo caracterizan en su rigidez.

La neurosis obsesiva aparece, por lo tanto, definida -hacia el final del Seminario 24- como "el principio de la conciencia" (Lacan, 1976-77, clase del 17-5-77). En dicha clase Lacan comienza ubicando que "la neurosis se sostiene en las relaciones sociales" (ibid.) es decir, como propone leerlo J. A. Miller: la inmersión del Uno del inconsciente en la esfera del Otro (cf. Miller, 2006-7). Esta perspectiva "social" de la neurosis estaba anticipada en lo que Lacan llamaba, en los años cincuenta, "la pantomima neurótica" (Lacan, 1957, p. 432). Lo que se agrega ahora es que ese modo de incluir al Otro es una defensa frente a lo traumático del Uno. Luego afirma que "a la neurosis se la sacude un poco y no es para nada seguro que se la cure por eso" (Lacan, 1976-77, clase del 17-5-77) y es en ese momento que pone como ejemplo a la neurosis obsesiva como principio de la conciencia. Podemos sostener entonces que la neurosis obsesiva es, dentro de las neurosis, aquella que logra la consistencia defensiva más rígida. Si seguimos en perspectiva toda la elaboración sobre la neurosis obsesiva en Lacan, podemos encontrar que ha tomado distintos aspectos de la misma, incluyendo toda la problemática que se derivaba de los estudios clásicos tanto de Freud como de los post-freudianos, referidos al erotismo anal, remitiéndolo a la relación del sujeto con la demanda del Otro. Sin embargo, uno de los puntos más originales es el modo en que ha formulado la relación del obsesivo con el campo de lo escópico. Se destaca siempre la importancia de la conciencia escópica en el equilibrio obsesivo, lo que podríamos llamar "la armadura obsesiva". Como antecedentes de este tema podemos citar la identificación del obsesivo con el amo -"que no puede verse"- que lo observa desde el palco (Lacan, 1956, p.292), a quien le dirige sus hazañas. Esto es congruente tanto con lo que denominaba el "goce de un espectáculo" (Lacan, 1957, p.434), así como con la caracterización del yo del obsesivo como un "yo fuerte" a partir de la comparaciones con la fortificaciones estilo Vauban (Lacan, 1949, p.101) o las estructuras de "fábrica fortificada" que utilizaba en sus primeros trabajos dedicados al estadío del espejo (Lacan, 1948, p.101). Finalmente, en el Seminario 10, destacará cómo se articulan el nivel anal del don con la el plano escópico de la imagen cuando señala que:
 "aquello que él considera que aman es una determinada imagen suya. Esta imagen, se la da al otro. Se la da hasta tan punto que se imagina que el otro ya no sabría de qué agarrarse si esta imagen llegara a faltarle... El mantenimiento de esta imagen de él es lo que hace que el obsesivo persista en mantener toda una distancia respecto de sí mismo, que es, precisamente, lo más difícil de reducir en el análisis" (Lacan, 1962-63, p. 348).

5. La distinción histeria-neurosis obsesiva y la oposición inconsciente-conciente
Siguiendo esta línea J. C. Indart ha propuesto -de un modo que consideramos muy pertinente- pensar la conciencia obsesiva como una "conciencia de sí" que sostiene un ideal de omnivisión. La conciencia puede concebirse así, tal como la describe Freud, como una conciencia agujereada en donde el sujeto, al modo de la conciencia fenomenológica, está en situación, percibe lo que ocurre, lo que lo rodea, pero no está a salvo de recibir sorpresas: ya sea por un lapsus de sus palabras, ya sea por las contingencias de la existencia. Dicha conciencia deja lugar a lo no calculado; podríamos decir, es una conciencia que no puede verlo todo (cf. Indart, 2001). Está dentro de la escena, por eso queda agujereada y el sujeto es pasible de ser sorprendido, tomado por la una-equivocación.

En cambio, en el obsesivo la "conciencia de sí" es una especie de visión trascendental, de panóptico en el que el sujeto -como decía Lacan el El psicoanálisis y su enseñanza- deja en la escena sólo "una sombra de sí mismo" (Lacan, 1957, p.434). La defensa del obsesivo es esa "conciencia de sí" que, como observatorio trascendental, está por fuera de la escena. En el Seminario 8 la conciencia es equivalente a la escritura del fantasma obsesivo que Lacan propone allí. Es así que afirma: "Consciente, consius designa originalmente la posibilidad de complicidad del sujeto consigo mismo, en consecuencia también una complicidad con el Otro que le observa" (cf. Lacan, 1960-61, p. 290). A través de éste el obsesivo colma la falta en el Otro, la satura con su imagen fálica -con su imagen narcisista o con la serie de objetos que operan como equivalentes fálicos- para colmar la castración en el Otro. Ya en dicho seminario Lacan lo vincula con la función de la conciencia; a diferencia del fantasma histérico, en donde el falo está por debajo de la barra y es referido al inconsciente vía la represión. Propone así una distinción precisa entre el funcionamiento inconsciente en el fantasma histérico, y la conciencia del fantasma "oblativo" del obsesivo (la imagen que ofrece al otro para colmarlo) que se constituye como control fálico de los objetos. Es este modo obsesivo de suturar la división subjetiva, sostenida en un yo fuerte y el fantasma panóptico, aquello que le permite mantener la ilusión de que todo sería calculable y que podrían evitarse las desagradables sorpresas, aquellas que caerían fuera de dicho cálculo. Ilusión que sería equivalente a lo que Lacan llamaba en los años 50 "engañar a la muerte" (Lacan, 1957, p. 434) a través de mil astucias.

Esta oposición histeria-inconsciente y neurosis obsesiva-conciencia, estaba presente ya en Freud cuando marca que la represión no opera de la misma manera en ambos casos; puesto que en la histeria opera por amnesia y en la neurosis obsesiva se han cortado los vínculos asociativos, se han desconectados la representaciones a través del aislamiento (Freud, 1926).

El "aislamiento" presenta así una estrecha relación con la conciencia de sí y comporta en el obsesivo su modo fundamental de "saber hacer con la imagen", con la imagen yoica que observa desde su posición fantasmática trascendental. Es en esa constante auto-observación controlada en la que radica su modo defensivo propio. Aquel que constituye lo que podríamos denominar la "armadura obsesiva", es decir, su sinthome específico. Esto constituye una primera parte en nuestra investigación que proseguirá, en próximos trabajos, avanzando sobre la escritura nodal y las reversiones tóricas que permitirían formalizar el sinthome obsesivo, así como sus relaciones con el sinthome histérico y sus modos específicos de desanudamientos cuando lo real de la angustia o del síntoma produce la ruptura del anudamiento sintomática. Esto nos llevará a situar la intervención analítica como "corte" -radicalmente distinto a cualquier forzamiento imaginario- en las superficies que constituyen las armaduras de las neurosis.

Bibliografía:

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4- Indart, J.C. (2001), La pirámide obsesiva, Ed. Tres Haches, Bs. As., 2001. [ Links ]
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Fuente: Godoy, Claudio; Schejtman, Fabián (2009) La neurosis obsesiva en el último período de la enseñanza de J. Lacan

lunes, 15 de agosto de 2022

¿Qué es la metáfora delirante? ¿De qué manera estabiliza a la psicosis?

 Lacan retoma la referencia de Freud a Fechner con relación al más allá del principio  de placer. En su seminario II comenta Más allá del principio de placer, señalando con  Freud el carácter fundamental del principio de placer, que fuerza al organismo a un  principio de inercia (el término es de Fechner) según el cual todo exceso de excitación es  descargado mediante una respuesta opuesta de igual magnitud, con el fin de mantener el  nivel de excitación estable. Lacan señala que, en los términos de su época, a este principio  se lo denomina homeóstasis. Pero lo que Lacan rescata del texto de Freud es que este  último no se contenta con las referencias a la energética tal y como son pensadas por la  ciencia de su época, sino que se percata de la paradoja a la que conduce el principio de  inercia: La compulsión a la repetición propia del sistema inconsciente termina siendo  dañina para el yo consciente. Es decir que, en la “máquina humana”, hay un mecanismo  defectuoso que impide el funcionamiento ideal planteado por la psicología del yo, a la que  Lacan critica rigurosamente en este texto. Lacan separa entonces al psicoanálisis  tajantemente de la manera en que la medicina entiende la noción de estabilización, o sea en  relación a un ideal de un funcionamiento adaptado al medio que garantizaría la  supervivencia del organismo. Esta separación puede deducirse a partir del siguiente apartado: “Este sistema tiene algo que molesta. Es disimétrico, no pega. Algo escapa en él  al sistema de ecuaciones y a las evidencias pertenecientes a las formas de pensamiento del  registro de la energética, instauradas a mediados del siglo diecinueve” (p. 98). 

Con todo, ya en su seminario III dedicado a las estructuras freudianas de las psicosis, Lacan retoma, en un principio, la noción de estabilización al nivel de la fenomenología para describir la evolución de la psicosis. Describe con ella uno de los estadios de la psicosis, en el que el sufrimiento del paciente a causa de sus síntomas cede en  cierta medida, y le permite un relativo funcionamiento en el mundo. Este es el uso de la  noción que encontramos en la siguiente cita: 

El Presidente Schreber relata con toda claridad las primeras fases de su psicosis. Y  nos da la atestación de que entre el primer brote psicótico, fase llamada no sin fundamento pre-psicótica, y el apogeo de estabilización en que escribió su obratuvo un fantasma que se expresa con estas palabras: sería algo hermoso ser una  mujer sufriendo el acoplamiento. (p.92).  

En esta cita, Lacan describe la historia de la enfermedad del Presidente Schreber en  un período de tiempo separado en tres estadios: Un período pre-psicótico, el primer brote  psicótico, y su consecuente estabilización. Intenta aislar el elemento que conecta la fase  pre-psicótica con la aparición del primer brote. No obstante, este no es el único uso de la  noción de estabilización en este seminario. Más adelante empleará este término de una  forma completamente distinta:  

¿Podemos hablar de compensación, y aún de curación, como algunos no dudarían en hacerlo, so pretexto de que en el momento de estabilización de su delirio, el  sujeto presenta un estado más sosegado que en el momento de su irrupción? ¿Es o  no una curación? Vale la pena hacer la pregunta, pero creo que solo puede hablarse  aquí de curación en un sentido abusivo (p.125). 

Si bien hace referencia al mismo estadio del que hablaba en la cita anterior, esta vez  le da un giro particular al término estabilización. Nótese que en esta cita Lacan hace referencia a la estabilización del delirio del sujeto, y no de su conducta. A partir de esta  distinción Lacan formula claramente la cuestión de saber si la estabilización del delirio  implica la curación del sujeto psicótico, y responde inmediatamente que no parece que sea  el caso. ¿Por qué? Porque el delirio no deja de portar la marca del desencadenamiento que  lo precede, dando cuenta de que este último desbarata la cadena significante que  estabilizaba la relación del sujeto con su realidad. Lacan denomina entonces al delirio como  “sustracción de la trama en el tapiz” (p.128), pues da cuenta de la incoherencia del tejido  significante que pierde su consistencia cuando es atacado por lo no simbolizado (forcluído)  por el psicótico.  

Vemos entonces cómo, en este pasaje, para Lacan la estabilización no está necesariamente ligada a la curación (tal y como esta es entendida por la medicina), y menos  aún al efecto de la intervención del analista. Designa más bien una tendencia del fenómeno  psicótico a detenerse en un cierto punto, el cual es pesquisable en un número de casos.  ¿Qué es, entonces, lo que Lacan denomina “estabilización del delirio”? Recordemos que  todo el análisis de Lacan en este seminario gira en torno del caso de Presidente Schreber. 

Es por tanto en este análisis que debemos interpretar lo que significa la estabilización de un  delirio. 

En esta misma clase, Lacan define al fenómeno psicótico como “La emergencia en  la realidad de una significación enorme que parece una nadería -en la medida en que no se  la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de simbolización- pero que, en  determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio” (p.124). Lacan insiste hasta el  cansancio a lo largo de todo este seminario en subrayar el carácter significante de los fenómenos psicóticos que padece el Presidente Schreber. Así pues, el fenómeno psicótico afecta principalmente al edificio del lenguaje, y la estabilización debe ser pensada en este  nivel. Esta tesis es enunciada por Lacan con todas sus letras en su texto De una cuestión  preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis:  

Es la falta del Nombre-del-Padre en ese lugar que, por el agujero que abre en el  significado, inicia la cascada de los retoques del significante de donde precede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en que significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante. (p.552) 

Se trata del único pasaje de su obra en el que Lacan menciona explícitamente el  término metáfora delirante. No obstante, recordemos que su texto De una cuestión  preliminar resume el trabajo de su seminario de los años 1955-1956. En él, hace un  desarrollo sobre la metáfora y su papel fundamental en la estructura del lenguaje, el cual  como hemos visto es determinante para la comprensión de los fenómenos psicóticos. Al  examinar el carácter significante de los fenómenos psicóticos, Lacan se percata que no hay  nada en ellos que pase por el registro de la metáfora, tal y como esta fue estudiada por los  lingüistas de su época. Vale la pena que nos detengamos en estos desarrollos. 

Lacan describe la función de la metáfora en la estructura significante de la siguiente  manera: “supone que una significación es el dato que domina y desvía, rige, el uso del  significante, de tal manera que todo tipo de conexión prestablecida, diría lexical, queda  desanudada” (p.313). Así pues, la metáfora da cuenta de uno de los procesos fundamentales  del funcionamiento del lenguaje, mediante el cual el código prestablecido de antemano  puede ser desordenado, de modo que se establecen nuevas conexiones que permiten la emergencia del significado. Lacan señala incluso que esta es una de las características que distinguen a los seres humanos del resto de los animales, pues estos últimos carecen de un  orden significante prestablecido que les permita articular sus propios apetitos. Es el  descubrimiento de las leyes de este orden y de su relación con el cuerpo humano lo que  Lacan denomina “el sentido del descubrimiento analítico” (p.282). 

La metáfora permite establecer lazos entre significantes a partir de el establecimiento de una identidad de sus funciones dentro de la sintaxis. Lacan ejemplifica  esta tesis mediante su comentario de un verso de Victor Hugo: “Su gavilla no era avara ni  odiosa”. En esta frase, el término “gavilla” viene a ocupar el lugar del sujeto,  representándolo metafóricamente, y se le asignan sus cualidades, a saber, no ser ni avaro ni  odioso. Es gracias al orden sintáctico prestablecido que la palabra “gavilla” (que de por sí  significa haz, es decir, un objeto inerte que por definición no puede ser ni avaro ni odioso)  viene a remplazar al sujeto en la frase dando lugar a una nueva significación. Lacan ilustra  el funcionamiento de la metáfora mediante el siguiente gráfico, que denomina fórmula de la  metáfora, o de la sustitución significante

(Tomado de Lacan, 2009, p.533) 

En este gráfico, Lacan ilustra como un significante (S) va a representar una significación desconocida (x) creando una nueva significación (s). $’ designa el significante elidido, el cual será remplazado por S. La elisión de $’ es la condición de éxito de la metáfora.

Es entonces esta función la que Lacan hecha de menos en los fenómenos psicóticos. Pero es necesario hacer una aclaración: No se trata de afirmar que el Presidente Schreber,  como sujeto hablante que era, no fuera capaz de valerse de metáforas para hablar o para escribir poesía. Ciertamente algo de esa dimensión puede encontrarse en sus escritos. No  obstante, si hablamos estrictamente de los fenómenos psicóticos que padecía (por ejemplo,  de los “rayos divinos” que se comunicaban con él mediante una suerte de vínculo  paranormal), entonces no podemos más que aceptar la justeza de la observación de Lacan. 

Precisamente, estos rayos divinos se caracterizan por que tienen el deber de hablar, según  el reporte que hace Lacan de lo expuesto por el Presidente Schreber. Pero lo notable es que esta es su única característica, pues por lo demás carecen de identidad, y en consecuencia es  justo decir con Lacan que no son más que la entificación del significante. El mensaje que  portan estos rayos no es en realidad ningún mensaje, en tanto carece de cualquier  significación (no operan a un nivel metafórico), y se reduce a indicaciones acerca del uso  del lenguaje. A este nuevo código delirante Schreber lo denomina, por mandato de las  voces, Grundsprache, o “lengua fundamental”, como ha sido traducida al español.  Diríamos entonces que, en el caso de este tipo de alucinaciones, el mensaje es el  significante como tal, y no tal o cual significado. Este funcionamiento automático del  lenguaje, si se nos permite la expresión, que caracteriza a los fenómenos psicóticos, nos  enseña sobre la estructura del significante y su papel fundamental en el establecimiento de  las relaciones del sujeto con la realidad. Lacan nos indica que son las leyes que determinan  este funcionamiento las que deben guiar nuestro análisis de los síntomas neuróticos, la  interpretación de los sueños, y nuestra comprensión de los fenómenos psicóticos; en  oposición, por ejemplo, a los significados propios del sentido común y que en muchos  casos no son más que los prejuicios del propio analista o terapeuta. Es en este sentido que  entendemos las constantes críticas de Lacan a la noción de proyección tal y como fue  desarrollada por los postfreudianos. Para los autores que caben bajo esta categoría y que  son citados por Lacan, el núcleo del delirio de Schreber se encontraría en una tendencia  soterrada a la homosexualidad, puesta en evidencia por su delirio transexualista. No  obstante, tomado por esta vertiente, este fenómeno es forzado dentro de las categorías  culturales sobre los roles sexuales y la supuesta normalidad sexual del ser humano, y se  pierde por completo la vista sobre la función que este delirio tiene dentro de la lengua  propia del sujeto.  

Restarle importancia al significado y centrar la atención en el significante es, de  acuerdo con Lacan, retomar la vía abierta por Freud para el análisis de las formaciones del  inconsciente. Hasta este punto, Lacan desarrolla el concepto de metáfora desde un punto de  vista lingüístico, si bien apuntando a su relación con los fenómenos clínicos que hemos  mencionado. No obstante, Lacan realiza un avance con grávidas consecuencias para la  práctica analítica cuando identifica a la metáfora con el proceso inconsciente denominado por Freud como “condensación”. Este avance saca a la metáfora de su contexto  epistemológico, la lingüística, y lo convierte en un concepto clínico para ser usado por el  psicoanálisis.  

Ahora bien, en lingüística existe una oposición entre la metáfora y la metonimia.  Mientras que la metáfora designa el proceso mediante el cual un significante viene en el  lugar de otro, la metonimia es cuando un significante remite a otro en cuanto sus  significaciones se superponen. Así, Lacan plantea el ejemplo de la palabra “choza”, que  remite a “techo”, “suciedad”, “pobreza”, y a otras tantas palabras que hacen parte de su  campo semántico. Lacan resalta que este es el nivel del nombre, que gira en torno de una  significación que, sin embargo, sin metáfora no será capaz de atrapar. Para Lacan, la  metonimia tiene una primacía en los fenómenos psicóticos, pues allí donde una  significación es elidida (o, para usar los términos establecidos por la doctrina lacaniana,  forcluída) de forma radical de la red simbólica, aparecen las alucinaciones en lo real que  aluden a esa significación, pero sin poderla reducir. De esta forma se genera, por así  decirlo, un derrame de significantes sin sentido que van consolidando un delirio, más o  menos estructurado según el caso. Lacan retoma la oposición entre metáfora y metonimia  de la lingüística, y la asimila a la oposición entre condensación y desplazamiento propia del  psicoanálisis. También, como hemos visto, recalca la importancia de la metonimia para la  comprensión de los fenómenos del significante propios de la clínica psicoanalítica, en  contra de la vía metafórica del sentido. De este modo, establece un orden de adquisición de  las funciones del significante. La metáfora presupone lógicamente la existencia de la  metonimia. En otras palabras, para que haya significación primero deben haberse  aprehendido las reglas que permiten las combinaciones de significantes. Retomando el  verso de Victor Hugo analizado por Lacan, diríamos que primero es necesario saber qué es  una gavilla para poder darle una nueva significación. En caso contrario, no se trataría sino  de un sonido como otro cualquiera.  

En este orden de ideas, la alteración de la función de la metáfora que es patente en  los fenómenos psicóticos debe estar asociada, en ausencia de una afasia, a una alteración  del orden simbólico. Continuando con su lectura del psicoanálisis apoyada en la lingüística,  Lacan sitúa el momento de la adquisición del lenguaje en el momento, crucial para el sujeto humano, que el psicoanálisis ha denominado “Complejo de Edipo”. Para Lacan, de lo que  se trata en ese momento es de instaurar un orden, y como todo orden solo puede ser  pensado a partir del orden significante, entonces es seguro decir que este último se instaura  a partir del complejo de Edipo. Lacan resalta una y otra vez a lo largo de su obra, desde su  escrito sobre El Estadio del Espejo, la situación peculiar de la cría humana en relación con  lo que el mundo material exige de él, y en comparación con las crías de otras especies.  Estas últimas dan muestra, sin excepción, de una mayor preparación para los apremios de la  vida que las crías humanas, y un menor grado de dependencia con respecto a sus  progenitores. Este hecho que pertenece a la experiencia más elemental demuestra, por sí  solo, que por su misma naturaleza la vida del ser humano requiere de un soporte externo a  su cuerpo, sin el cual en el mejor de los casos aparecerá una forma de vida que difícilmente reconoceríamos como humana (véase el caso de los niños ferales).  

No obstante, por más natural que sea la relación del hombre con sus semejantes, o  precisamente por esa razón, no se produce sin violencia. Este forzamiento es señalado por Lacan mediante su postulado del estadio del espejo, en el cual la cría humana debe  aprehender su propia imagen mediante aquella que le viene de su semejante. Es decir que,  en principio, capta su propia imagen como algo externo, e incluso exótico. Los fenómenos  psicóticos no pueden más que evocar esta situación, pues es común escuchar a los pacientes  delirantes quejarse de que sufren todo tipo de alteraciones de su imagen corporal, a pesar de  que para los ojos del resto del mundo esta última no se encuentre más trastornada que la de  cualquier otra persona.  

Esa imagen externa se vuelve entonces la base del yo. Lacan señala cómo este  último no tiene una función “integradora”, tal y como aparece en la pluma de los  postfreudianos, sino de dominio, resaltando su carácter fundamentalmente enajenador,  necesario para el mantenimiento de las relaciones humanas, tal y como lo demuestran los  descalabros imaginarios del psicótico, que aparte de la angustia a la que conducen generan un deterioro notorio, y en muchos casos catastrófico, de las relaciones del sujeto con la  realidad.

¿Qué es lo que impide, en los sujetos no psicóticos, tal despliegue de la  fantasmagoría que caracteriza a lo imaginario? Para Lacan a esta altura de su seminario, se  trata del orden del significante que le pone un límite al deslizamiento de lo imaginario.  

Lacan señala que este orden depende de unos cuantos significantes fundamentales sin los cuales la realidad del sujeto se deshace o nunca se conforma. Todo el lenguaje está constituido por un juego de alternancias entre presencias y ausencias, sonidos y silencio que  hacen surgir la significación. Este ciclo se establece a su vez a partir de una alternancia  fundamental para la supervivencia y el desarrollo del niño, vale decir la presencia y   ausencia de la madre. Es en relación con esta última, que se encarga también de bañar al   niño de significantes desde antes incluso de su nacimiento, que aparecen las primeras simbolizaciones del niño. No obstante, para que el registro del lenguaje humano sea instalado de manera definitiva, es necesario que se reconozca el lugar de la falta de la madre. El significante que típicamente viene en este lugar es el Nombre-del-Padre, que mediante una operación de metáfora significa la falta de la madre (la significación fálica). Retomando el gráfico de la metáfora que vimos anteriormente, Lacan ilustra este proceso  de la siguiente manera: 

(Tomado de Lacan, 2009, p.533) 


De este modo, al despejar en el psicoanálisis la primacía del significado, y reconocer la estructura del significante que se impone en los fenómenos clínicos, Lacan refuta las concepciones ambientalistas de los psicoanalistas sobre la influencia de los padres como personas en los trastornos neuróticos o psicóticos. En esto es preciso decir que sigue la veta de Freud, quien por ejemplo no resalta en el caso del hombre de las ratas los méritos o los errores de los padres de su paciente, sino la forma en que ellos transmitieron, sin saberlo, ese cuestionamiento fundamental alrededor del cual se formaría el mecanismo fabuloso de la neurosis obsesiva, sin la participación consciente del paciente. En estos términos, es necesario notar que desde una perspectiva psicoanalítica ciertamente no se puede promover el maltrato infantil, pero tampoco se puede argumentar que los síntomas neuróticos o que los fenómenos psicóticos sean consecuencia directa del maltrato o la  alcahuetería en el proceso de crianza del niño. Es su énfasis en el significante y sus leyes lo  que separa al psicoanálisis tajantemente de una pedagogía o de una ciencia de parvulario.  

Pues bien, la tesis fundamental de Lacan en su seminario III en cuanto a la psicosis  es la siguiente: Es el hecho de que, por alguna razón, el sujeto no se las vio con el  significante del Nombre-del-Padre durante una época crucial lo que explica el fenómeno  psicótico. Valiéndose de la terminología freudiana, Lacan señala el papel de la Bejahung, la  afirmación primordial que, al ser negada, constituye el corazón de la neurosis por su  insistencia tras bambalinas desde lo inconsciente, de un significante que se repite por haber  sido reprimido del sistema consciente. Tal afirmación está ausente en la psicosis, lo que  conduce a un funcionamiento del inconsciente distinto a la que es causada por la represión.  Al rechazo de ese significante primordial Lacan lo llamará verwerfung, o forclusión, como  ha sido traducido al castellano (también se ha usado el término “preclusión”).  

Ante la falta de ese significante fundamental, toda vez que algo en la experiencia de  ese sujeto evoca el vacío de la significación fálica, este se impone en lo real bajo la forma  de un significante que se impone en cuanto tal, sin posibilidad de adquirir una significación,  pues no es registrado por el sujeto. De allí que se presente como voz que el sujeto no  reconoce como propia. Este fenómeno produce un desorden simbólico y, en consecuencia, un caos imaginario pues deja al sujeto inerme frente a la violencia que implica para el ser  humano su vida en sociedad. 

Pero, ¿por qué no todos los psicóticos presentan estos trastornos desde el momento mismo en que fracasa la inscripción de la significación fálica? Hay una latencia entre la  falla estructural y los trastornos psicóticos que merece una explicación. De acuerdo con  Lacan, esta latencia se da porque de todos modos el sujeto psicótico puede lograr, mediante  identificaciones, una compensación (el término es de Lacan) que le permita vivir en el  mundo como una persona “normal”. Es de notar que esta explicación se adapta  singularmente bien al caso del Presidente Schreber. Pues no se tiene registro que antes de  su desencadenamiento él se hiciera algún cuestionamiento relevante sobre su identidad  como ser sexuado. Lacan plantea que una identificación con modelos masculinos le puede  permitir a un sujeto como el Presidente Schreber comportarse e incluso pensar como un hombre, pero al carecer del significante del vacío no se establecería la distancia necesaria  entre estas imágenes y el sujeto como tal, quedando capturado por la basculación propia del  registro imaginario, inestable por naturaleza.  

Todo este sistema correría entonces el riesgo de venirse abajo cuando el psicótico se  ve forzado, en la realidad, a confrontarse cono ese lugar vacío que establecería la distancia  con la relación dual, imaginaria, pues como su significado nunca fue registrado,  desencadena una respuesta en lo real que, como hemos dicho, el psicótico no puede  reconocer como propia. De acuerdo a la distinción que hemos venido haciendo de los  distintos registros que despliega Lacan, y de su papel en la clínica psicoanalítica, es  necesario señalar que no se trata aquí para el sujeto, forzosamente, de ser confrontado por  un padre cualquiera o incluso por la paternidad. Lacan afirma que de lo que se trata es de  encontrar Un-padre. Incluso llega a dar la siguiente indicación clínica:Búsquese en el  comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática” (p.552). Un-padre se refiere, de acuerdo  a lo expuesto hasta el momento, a la encarnación de ese lugar que es el del lenguaje como  tal. Cuando este lugar del vacío aparece, literalmente, en lugar de mediar entre el sujeto y  sus relaciones imaginarias, estas últimas no soportan el peso y se desploman. En el caso del  Presidente Schreber, este momento sucede en un primer momento frente al fracaso de su  candidatura al Reichstag, y de manera definitiva luego de su nombramiento, un tanto inesperado, como Presidente del senado. Ambas experiencias ciertamente ponen en cuestión la existencia que tenía hasta el momento, tanto más cuanto le exigían la asunción del papel de ser el agente del mantenimiento de la ley. La respuesta de Schreber es un  delirio que lo coloca en la posición de ser el objeto, en un primer momento reticente y más  tarde voluntario, de un padre avasallador que quiere gozar de él. El proceso mediante el  cual se produce este viraje es lo que Lacan resume cuando afirma “que significante y  significado se estabilizan en la metáfora delirante” (p.552). Lacan lo ilustra mediante el  siguiente esquema, el esquema I4

4 Conviene señalar que para el despliegue de la información contenida en este intrincado gráfico, nos hemos  ayudado de la lectura realizada por Acosta & Jacinto (2011). Del mismo modo, es preciso decir que no  desarrollaremos exhaustivamente este esquema, que a su vez se basa en el esquema R, sino que nos  enfocaremos simplemente en lo que corresponde al mecanismo de la metáfora delirante.  



(Tomado de Lacan, 2009, p.533) 


Po y Φo dan cuenta de la forclusión, indicando la brecha (la parte sombreada del gráfico) que existe entre el significante fundamental y la significación que estabiliza la realidad del sujeto. No obstante, dicha brecha deforma las líneas de lo simbólico (Po) y de lo imaginario (Φo), abriéndolas hacia el infinito, lo cual es representado aquí mediante dos asíntotas simétricas. La que corresponde al campo de lo simbólico se encuentra del lado del Otro del sujeto (M), el Dios que le impone a Schreber las significaciones, que lo martiriza, y que goza de él. Frente a esta asíntota se encuentra la otra, del lado de lo imaginario y del yo del sujeto (m). El encuentro entre el yo y el Otro, teñido en el delirio de una connotación mortífera debido al descalabro imaginario, se encuentra entonces aplazado indefinidamente mediante el recurso a una significación delirante, “ser la mujer de Dios”, que viene en el lugar del Nombre-del-Padre faltante por la vía del ideal (Dios). Esto permite delimitar de cierta manera las relaciones entre el sujeto y el otro. En efecto, el gráfico apunta a mostrar la separación lograda entre m y M, pero lograda virtualmente, pues en todo caso esa unión con el Dios que exige la castración de Schreber se deja suspendida para un futuro incierto, en el que el orden de las cosas volvería a su justa medida mediante el sacrificio de su propia  persona.  

Vemos entonces todo un viraje en la posición de Schreber, que va desde la imposición  de una significación inapelable (ser una mujer sufriendo el acoplamiento), hasta la asunción  de esa significación elidida por el desvío de la metáfora delirante (ser la mujer de Dios). El  análisis del delirio de Schreber a partir desde la perspectiva del significante en su estructura  permite ordenar y resaltar las relaciones entre toda una serie de fenómenos que la mayor parte  de las veces suelen considerarse nada más que disparates sin sentido, fruto de una  enfermedad. No obstante, reconocer el plano del significante en cuanto tal, desligado de su  dimensión de sentido, implica un cambio de perspectiva radical en la forma de concebir la  psicosis. Otro punto importante que el análisis de este capítulo pone de plano es el hecho de  que el orden significante se desentiende, por así decirlo, del bienestar del organismo. El  esfuerzo de Lacan en los textos que hemos tomado es, a partir de las nociones freudianas,  demostrar mediante la psicosis la tesis de que los asuntos humanos dependen, a un nivel  esencial, del significante. Si admitimos esta tesis y desarrollamos sus consecuencias, sería  necesario distinguir entre lo que la estructura del significante exige para su estabilización, y  la homeóstasis del organismo necesaria para continuar la vida. El desencuentro entre ambos  órdenes es lo que justifica la existencia del psicoanálisis y la acción del analista.

DISCUSIÓN 

Conviene recordar que, a la altura del seminario III y por la fecha en que escribió su  texto Sobre una cuestión preliminar, el afán de Lacan era despejar el campo del  psicoanálisis de los equívocos introducidos por los analistas que vinieron después de Freud,  devolverles a los conceptos desarrollados por este último su filo para la clínica analítica, y  demostrar la función esencial de significante en el psiquismo humano. Por tal razón, se  dedica con ahínco a su “retorno a Freud”, fórmula que según Lacan mismo significa leer a  Freud al pie de la letra. De allí que en su seminario III no de muchos avances sobre el  problema clínico por excelencia de la clínica analítica con pacientes psicóticos, vale decir,  el manejo de la transferencia. Su texto se llama Una cuestión preliminar…, pues no se  ocupa del tratamiento como tal del paciente psicótico. En este mismo texto afirma que:  “Decir lo que en este terreno podemos hacer sería prematuro, porque sería ir ahora “más  allá de Freud”, y la cuestión de superar a Freud ni se plantea siquiera cuando el  psicoanálisis ulterior ha vuelto, como hemos dicho, a la etapa anterior” (p.557).  

Ciertamente, Lacan no resuelve el problema de la psicosis. Tampoco permanece con  la misma opinión al respecto a lo largo de su enseñanza, sino que en las dos décadas  siguientes realizará algunas correcciones, comentarios, y añadirá nuevas perspectivas que  abrirán nuevas posibilidades para el psicoanálisis. No obstante, el seminario III continúa  siendo una referencia obligatoria para el tratamiento del problema de la psicosis desde una  perspectiva psicoanalítica, y una referencia teórica que subvierte las concepciones  tradicionales sobre la locura, aún hoy, 60 años después. La concepción del significante  como determinante para el entendimiento del fenómeno psicótico es una tesis fértil de  posibilidades y congruente con los datos clínicos de la experiencia, brindándole a los  analistas herramientas para pensar e intervenir sobre la psicosis que siguen siendo útiles  hoy en día. Si en su mayor parte estos efectos se han visto reducidos a los círculos más o  menos cerrados de los analistas, es a ellos a quien es necesario interrogar sobre su posición  con respecto a la locura en el mundo contemporáneo.  

Conviene, no obstante, darle una perspectiva a este análisis mediante los desarrollos  posteriores a Lacan, así sea a grandes rasgos. Acosta & Jacinto (2011) apuntan que, en 1966, Lacan añade una nota a pie de página a su texto De una cuestión preliminar, en la  que señala que la estabilización de la realidad se realiza a partir de la extracción del objeto  a, consecuencia de la castración. Ya hemos explicado como para Lacan, a la altura del  seminario III, es necesaria una violencia que le permita significar el vacío que le otorgue a  la estructura la capacidad de trasponer sus términos. No obstante, Lacan en este seminario  pone el énfasis en el agente de esta operación. El concepto de objeto a le permite, por el  contrario, pensar lo que sucede del lado del paciente de la castración, y es justo decir que  este concepto genera un reordenamiento de los elementos que ha organizado mediante sus  construcciones teóricas. 

Una inversión análoga sucede en el seminario III. Cuando leemos los seminarios de  Lacan, lo que encontramos es un trabajo continuo que vuelve una y otra vez sobre sí  mismo. En sus seminarios anteriores, Lacan se había ocupado de estudiar el complejo de  Edipo estrictamente freudiano, con sus consecuencias para la práctica analítica y la  neurosis. La psicosis, al ser un problema que el mismo Freud legó a la posteridad, requería  de una lectura distinta del Edipo, una lectura por así decirlo a contrapelo, evaluando los  efectos de una distorsión en esta encrucijada esencial para el establecimiento de las  relaciones del ser humano con la realidad. Los frutos de esta reflexión le permitirán  entonces a Lacan cuestionar el estatuto del complejo de Edipo en su sentido clásicamente  freudiano, lo cual llevará a cabo más adelante en su obra.  

De este modo, llegamos al que quizás sea el mayor avance de Lacan con respecto a  la psicosis después de su trabajo del seminario III (o por lo menos es reconocido como tal  por los autores que hemos citado en nuestra sección de antecedentes). Se trata de la función de la suplencia y del sinthome desarrollados en su seminario XXIII. Estas nociones  presuponen, como lo mencionan Soler (2004) y Almeida (2017), que existan alternativas al Nombre-del-Padre y que, aun ante la falta del significante primordial, sea posible encontrar maneras de sostener un orden compatible con la vida, por precario que sea. No obstante, también es importante resaltar que Lacan no vuelve a hacer referencia a la noción de  estabilización de la psicosis, y su única referencia a este tema en específico es lo referente a  la metáfora delirante; si bien es cierto que, como hemos dicho, replantea su concepción  sobre la psicosis más delante en su obra, solo que no ya a partir de la noción de  estabilización. 

En suma, es posible afirmar que el seminario III y la noción de estabilización a  partir de la metáfora delirante son puntos de viraje esenciales que permitirán la aparición de  lo que algunos autores (como Ramírez (2008) y Almeida (2017)) llaman la clínica de las suplencias. Por más que Lacan haya dejado la cuestión del tratamiento como tal de la  psicosis en suspenso, los puntos avanzados durante esta época le permitieron hacer avances  para repensar toda la clínica psicoanalítica, incluido el tratamiento de la psicosis -a pesar de  que la distinción entre las estructuras clínicas tiende a diluirse en favor de otras  distinciones. 

Ahora bien, con respecto a las cuestiones que nos planteábamos al comienzo de este  trabajo a partir de la revisión de los antecedentes, podemos sacar algunas conclusiones.  

En primer lugar, salta a la vista la diferencia entre la noción médica de  estabilización y la noción psicoanalítica. Esta última depende del orden significante  y no puede ser leída en los fenómenos como tales -a no ser que se los examine en su  dimensión significante.  

La estabilización de la psicosis a partir de la metáfora delirante en psicoanálisis  hace referencia al ordenamiento de las significaciones propias del fenómeno  psicótico en torno de una metáfora que permita una asimilación subjetiva de la  significación elidida por la forclusión. Esta estabilización es por tanto en cierta  medida independiente de las convenciones sociales y de la homeóstasis del  organismo, por lo que un sujeto con una conducta estable (por ejemplo, un  catatónico) puede en realidad encontrarse más lejos de la estabilización por la  metáfora delirante que un sujeto con una conducta anormal (un sujeto con un trastorno delirante, por ejemplo).  

La metáfora delirante hace parte, por así decirlo, de la historia natural de algunas  psicosis, y ocurre perfectamente sin la intervención del analista. Como hemos dicho,  Lacan no pretende promover a esta altura de su enseñanza ninguna concepción  sobre la cura del psicótico, por lo que en ningún momento plantea la necesidad de que el analista promueva o no dicha estabilización. Por otra parte, aplica los métodos de investigación del psicoanálisis para el estudio de los fenómenos  psicóticos, e invita a mantener una posición receptiva frente a este último,  indicaciones que no dejan de tener su valor clínico y su utilidad. 

La estabilización del delirio mediante la metáfora delirante no es una solución  definitiva, tal y como lo prueba el caso del Presidente Schreber. No obstante, pone  de plano el hecho de que una solución que se valga del significante es posible, si  bien no para generar sujetos bien adaptados a su medio socio-laboral, por lo menos  sí para detener el proceso de hundimiento del mundo al que conduce en muchos  casos la psicosis, y que en todo caso le permita hacer parte, así sea marginal, del  delirio compartido de la humanidad. Para estos fines, personajes como el Presidente Schreber poseen ciertamente una visión privilegiada, capaz de enseñarnos sobre los  fundamentos de este delirio -por poco que lo sepamos escuchar.

Fuente: ALEJANDRO CRUZ TRUJILLO (2020), LA METÁFORA DELIRANTE COMO FORMA DE ESTABILIZACIÓN EN LA  PSICOSIS