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martes, 22 de julio de 2025

El silencio en los tratamientos

¿De qué textura es ese silencio que se produce en análisis?  Tradicionalmente, se habla del silencio en términos de la pulsión de muerte. Podemos decir que además hay silencios en la primera entrevista y durante el tratamiento.

¿Qué pasa cuando el silencio aparecen sin estar armado el armado transferencial? El analista no aparece allí como descifrador, sino el paciente siente que el analista se abalanza, en términos del goce del Otro que acedia. Es necesario darle al paciente la confianza y el tiempo necesarios para que se adapte al dispositivo. El paciente no puede abrir su intimidad si siente lejano al analista, como si lo mirara desde afuera. Esto ocurre por incidencia del registro simbólico, donde el sujeto puede mirarse desde afuera por división subjetiva, de manera que el analista puede estar en ese lugar. Esto último está desaconsejado. El analista debe mostrarse digno de confianza.

¿Mandatos de silencio? Hay personas que por ser educadas, no hablan. Han sido educadas para que su palabra no valga. Esto el analista no lo sabe a priori, de manera que el analista debe hacer cosas obvias como ofrecer un vaso de agua, si es necesario. 

¿Y si el silencio se produce en medio de un tratamiento? Freud dijo que si el sujeto detenía su discurso, muchas veces era porque tenía alguna idea acerca de su analista. Incluso habiéndose desarrollado la confianza, el paciente se calla porque el analista dejó de ser por un instante una función y aparece como presencia real. es decir, el paciente se da cuenta que tiene frente a él a un desconocido. Esto, incluso si el analista no hizo nada. Al paciente le aparece una representación nueva y ahí hay que tener cuidado, porque se obstaculiza el trabajo analítico. En ese punto, uno trabaja sobre la resistencia en transferencia: hay que tratar de no ser insistentes para no alimentar el goce del Otro. Uno podría preguntar qué le detuvo las asociaciones, pero sin atropellar al paciente. En ese punto, el analista representa a otra figura que produce la resistencia y por eso hay que tener cuidado. Incluso, el analista puede tomar eso un tiempo después.

lunes, 6 de enero de 2025

El síntoma como metáfora y su núcleo opaco: una perspectiva psicoanalítica

Definir el síntoma como metáfora implica precisar su estructura formal dentro del marco psicoanalítico. En este contexto, el síntoma no se limita a ser un signo de patología, sino que se configura a partir de la operación del significante en el campo del Otro. Como afirmó Lacan, la existencia del sujeto depende de lo que se inscribe en ese espacio simbólico.

En su dimensión metafórica, el síntoma opera como una sustitución significante que se manifiesta con locuacidad: interpela al Otro y solicita interpretación. Esta cualidad radica en la capacidad de la palabra para dirigirse a un interlocutor, implicarlo y exigir una respuesta. Así, el síntoma articula un "mediodecir" que da acceso a una verdad velada, relacionada con el deseo cifrado y ofrecida para ser descifrada dentro de la transferencia.

No obstante, al explorar más allá de esta función simbólica, emerge lo que Lacan llamó el "núcleo opaco" del síntoma. Este núcleo representa un punto de goce inerte, una satisfacción que no divide al sujeto ni solicita respuesta, ya que no plantea ninguna pregunta al Otro. En este nivel, el síntoma deja de estar destinado al campo de la transferencia y se asienta en una dimensión de satisfacción autónoma.

El papel del analista consiste en aproximarse a este núcleo sin forzar su manifestación. En lugar de imponer una intervención, el analista busca convocarlo y promover una división subjetiva que permita transformar la mudez del goce en una palabra articulada. De este modo, se propicia un movimiento donde lo que estaba atrapado en el silencio encuentre expresión simbólica.

viernes, 18 de octubre de 2024

La eficacia de la asociación libre

 Con relación al funcionamiento del dispositivo analítico Freud sitúa dos reglas. Una asociada a la posición del analista en la transferencia; y otra que delimita la posición del analizante, más allá del paciente.

Del lado del analista Freud establece lo que da en llamar la atención flotante. La cual consiste en una escucha que no se dirige al centro del discurso, si cabe la expresión. La escucha del analista no se dirige entonces al sentido del discurso, casi escucha, podríamos decir, en la superficie de este, topológicamente entendido.

La asociación libre es, a su vez, la contraparte del lado del analizante. Se trata de un decir que esta, digamos, dirigido a hacer funcionar la determinación inconsciente. Cuando Freud plantea que se le propone al sujeto que hable sin prestar demasiada atención a la coherencia o a la verosimilitud de lo que está diciendo, se ofrece sin decirlo la posibilidad de una lectura más allá de la significación.

En este sentido esta regla, la asociación libre, no es más que la inauguración de un tiempo para que la determinación inconsciente haga su trabajo. O sea que se trata de poner a trabajar en el sujeto ese automatismo de lo simbólico que regla el funcionamiento del Icc.

Entonces, la asociación libre presupone que el analizante no es libre al hablar, sino que está condicionado por un saber que desconoce, del cual no conoce su alcance, ni siquiera las marcas que determinan lo que efectivamente dice.

Dado este planteo: ¿cuál es la su eficacia?

No se trata, ciertamente, de abrir la posibilidad de decir cada vez más, no es ese el planteo del psicoanálisis. La eficacia de la asociación libre es que, vueltas dichas mediante, se puede arribar a aquello que no queda alcanzado por la palabra, que es el momento donde el silencio anuncia a la transferencia como cierre.

viernes, 14 de junio de 2024

El silencio del paciente

 Tratándose, como lo es el psicoanálisis, de una práctica asociada al funcionamiento de la palabra, a veces un analista se las ve con una serie de dificultades cuando se encuentra con un sujeto en el cual lo que reina es el silencio.

Dos cuestiones se nos plantean aquí como interrogantes: por un lado, ¿cómo entender este silencio?; y por otro, ¿qué modalidad de intervención se hace posible? Teniendo como horizonte la aspiración a que se habilite la posibilidad de la palabra.

En primer lugar, hay que decir que en psicoanálisis podemos distinguir entre el silencio y la mudez. Esta última queda asociada a esa mudez pulsional del Ello freudiano y la situamos entonces respecto a lo que queda en los bordes de lo simbolizado; el silencio en cambio es parte de la palabra, en la medida en que, junto con ella, ponen en funcionamiento ese par de la presencia/ausencia.

El silencio por ende será una modalidad de la palabra, con lo cual bien vale la interrogación respecto de a quién se dirige, como cualquier palabra.

Tomado en el sesgo transferencial, el silencio del analista puede ser una respuesta, por ejemplo, a la demanda.

Frente a la dificultad que a veces puede comportar el silencio en la clínica, puede servirnos una diferencia. El silencio exige del analista una acomodación tal que haga la apariencia de que se presta a un diálogo, incluso a conversar.

Pero está haciendo las veces de un partenaire, en el sentido de promover la palabra en el sujeto, y esa es su acomodación. La diferencia crucial es que no es lo mismo promover la palabra en un sujeto vía esa apariencia, que pedirle que hable, o sea demandarle.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Intervenciones del analista con pacientes difíciles

El 23 de agosto Conferencia “Intervenciones del analista con pacientes difíciles” y se presentarán casos reales. De la mano del Dr. Benjamín Domb, quien cuenta con enorme trayectoria clínica y académica.

La previa:

Pacientes complejos en la clínica: ¿A qué nos referimos?

En los comienzos, la complejidad clínica estuvo ligada a la estructura psicótica. En la actualidad, nos referimos con este término a aquellas presentaciones clínicas en donde la palabra encuentra severas dificultades para ser expresada, en el marco de la propia estructura neurótica.

¿Cuáles son las presentaciones clínicas complejas en nuestros tiempos?

. Las impulsiones
. Las acciones compulsivas
. Los fenómenos psicosomáticos
. Los ataques de pánico
. Las adicciones
. Los trastornos alimenticios (anorexia, bulimia)

Las problemáticas clínicas mencionadas se caracterizan por un predominio pulsional, que al no unirse al marco simbólico, esquiva la castración (el “todo no se puede”) y la expresión en palabras del sufrimiento psíquico.

La Pulsión de Muerte y su expresión en los mandatos superyoicos, tal como J. Lacan lo refiere: “goza, goza”, dominan al sujeto, quien termina por obedecerlos. El motivo de esta obediencia ciega es carecer de recursos psíquicos para ponerles un freno.

¿En qué posición se sitúa el analista?

Estas presentaciones complejas requieren del analista una posición más activa que en las neurosis representadas por la inhibición, el síntoma y/o la angustia.

¿Cómo intervenir?

. El analista, si es necesario, se hará presente por fuera del horario habitual de las sesiones
. Incrementará el número de sesiones semanales
. Realizará intervenciones en la línea de las construcciones en psicoanálisis
. Trabajará con la familia y/o núcleo de contención cercano (parientes, amigos)
. Acudirá, si es necesario, a la interconsulta psiquiátrica.

Acting out y pasaje al acto: ¿En qué se diferencian?

Te damos algunas nociones fundamentales para distinguir dos conceptos que son muy utilizados actualmente en la clínica psicoanalítica: acting out y pasaje al acto.

ACTING OUT:

Se define acting out como toda acción impulsiva (por fuera -”out”- de lo simbólico).

El sujeto -de manera pulsional e inconsciente- busca en forma desesperada hacerse un lugar en el Otro (los padres, un par, un jefe, el analista) del cual se siente desalojado.

Desde fuera, en el cotidiano, se escucha decir sobre los sujetos con predisposición al acting out:
“Son personas que actúan sin pensar”
“Son muy impulsivos”
“No se les puede hablar”
“No entran en razón”

En el acting out queda conservada la escena del mundo que habita el sujeto, y además se comprueba que este último encuentra alivio y hasta puede frenar su impulsión si registra que el Otro le brinda un alojamiento subjetivo.

PASAJE AL ACTO:

Se trata de actos desenfrenados y en ocasiones violentos que, a diferencia del acting out, no se dirigen a nadie y no esperan ningún reconocimiento.

El sujeto siente que se va empequeñeciendo, ante un Otro absoluto, sin fallas, totalmente idealizado, que lo goza. Para no quedar atrapado en ese Otro omnipotente, realiza acciones tales como autolesiones, agresiones hacia otros y/o hacia ellos mismos.

En el pasaje al acto la acción es tan desenfrenada, que el sujeto rompe la escena del mundo que habita y cae por fuera de la misma. Son actos que, por su modalidad extrema, adquieren el carácter de lo irreversible.

¿Cómo intervenir?

Con preguntas activas sobre la historia infantil del sujeto y sobre las circunstancias que rodean la escena del acting y/o pasaje al acto, en el intento de restablecer la trama simbólica y la transferencia misma, que a causa de estas acciones impulsivas ha sido dañada.

Ahora si, la conferencia...

Todos los pacientes son difíciles, si se tiene en cuenta que es el uno por uno. No existe el paciente "fácil", aunque se ajuste al dispositivo clásico. La estructura de los seres hablantes es complicada. Y el psicoanálisis se trata de deshacer con la palabra lo que se fue hecho por la palabra.

Digamos que los pacientes difíciles a los que nos referimos son los pacientes que no quieren analizarse, sea de la estructura clínica que fueren. Ahora, si piden una entrevista, ¿Por qué no quieren analizarse? Porque muchos pacientes vienen a confirmar sus fantasmas. "Fui 30 años al analista y sigo así". la culpa la tienen los otros, él es víctima de lo que los otros le hacen.

Por ejemplo, hay pacientes que son coleccionistas de injusticias, en donde hacen consistir el "Me rechazan", por ejemplo, como describe Bergler y menciona Lacan en el seminario La lógica del Fantasma. Estos pacientes son rechazados también por el mismo analista, es un fantasma que se pone en juego por todo el mundo. A veces, estos fantasmas son algo que el sujeto logró para poderse separar de la madre. Hay pacientes difíciles que se hacen rechazar, incluso por el propio analista.

Hay una intervención, que es la que hace Freud con Dora, que es implicar al paciente en su sufrimiento: ¿Ud. qué tiene que ver con todo esto?

Los pacientes difíciles, por otro lado, nos hablan de una transferencia difícil. Hay pacientes que en lugar de hablar, actúan: acting-out. Otros aparecen con caracteropatías. Otros son pacientes que son traídos. En todos los casos, no hay que retroceder frente a los pacientes difíciles. El analista debería poder soportar esta situación. El analista trabaja con lo que el paciente traiga, aunque no se asocie a la primera.

En el encuentro con el paciente, como vemos en La dirección de la cura, el analista paga con su persona, en la medida que la misma no entra a sesión. El analista no dice, sino que escucha. Esto no quiere decir que el analista sea mudo, sino que interviene con las palabras que trae el analizante. En el análisis no hay relación intersubjetiva, sino un solo sujeto y los significantes del paciente. El paciente transfiere su saber inconsciente al analista. El analista está como objeto de las elucubraciones del sujeto que habla de su sufrimiento.

Con aquello que lo constituyó, a veces muchas gente decide su vida. El tema es que cada uno tiene su verdad, que no es otra que la del fantasma, que es el modo de mirar la vida. El analista debe conmover ese fantasma, al menos para señalarle que hay un más allá. 

A los pacientes difíciles hay que escucharlos, pero con mucha atención. Si se trata de neuróticos, hay que esperar a que la transferencia se instale, que confíen. Hay pacientes que aún así no creen en nadie, que no se entregan. Las intervenciones con estos pacientes no tienen que ser apresuradas, pero si en el momento justo.

Otro paciente difícil es con el psicótico, que tiene una relación con su inconsciente... a cielo abierto. Son pacientes que no hacen lazo social, no vienen con el discurso habitual. Con estos pacientes, las intervenciones son las de acompañarlos. Y esto se hace desde sus gustos, para ver si pueden hacer algo con eso. Se trata de pacientes que piden ayuda, en general los traen. Con ellos de lo que se trata es de formar una "buena relación". 

A veces aparecen pacientes perversos, aunque no es habitual. ¿Por qué vienen esos pacientes? En general, porque los mandan. Es muy difícil tratar con ellos, porque quieren manejar las situación. El analista puede hacerse el boludo hasta un punto, pero no demasiado. 

Finalmente, un paciente difícil también es aquel que únicamente cuenta lo que hizo en la semana... Ahí el analista tiene que intervenir: ¿Qué es lo que al paciente le interesa investigar de todo eso que dijo? Hacer preguntas al paciente nunca está mal.

Pacientes silenciosos: Uno puede pensar qué está pensando. Uno puede esperar un rato y si sigue sin decir nada, ¿Por qué no hablás? Y si sigue sin decir nada, seguimos la próxima. El análisis es un lugar donde se viene a a hablar. 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Los silencios del paciente: ¿Qué hacer?

Cuando un paciente persiste en el silencio prolongado, recordaremos lo que Freud nos enseña: se trata de resistencias inconscientes, propias y esperables del aparato psíquico.
En las sesiones, el sujeto relata su historia, sus sueños, sus angustias, su intimidad, cuestiones que pueden causar mucho sufrimiento o resultar avergonzantes para el “sentido común”. Es esperable que, en ocasiones, el paciente se quede en silencio y manifieste no saber cómo continuar.

¿Qué podemos hacer ante esta situación clínica?

1- Es fundamental, no responder de manera “especular” (con más silencio): desde nuestra función, haremos lo posible para motorizar el discurso del paciente, mediante preguntas abiertas que vayan abriendo asociaciones, con la finalidad de ir venciendo las resistencias.

2- También es importante manifestarle al paciente aquello que registramos de su subjetividad: si lo vemos triste, enojado, desesperanzado. Desde estos comentarios, preguntarle qué le parecen estos pareces.

3- Resulta necesario tranquilizar al paciente y comunicarle que, el hecho de que por el momento no se le ocurra de qué hablar, es algo frecuente en los tratamientos. Y le transmitiremos que es transitorio.

¡Una enseñanza!

Como psicoanalistas, le damos lugar a la palabra, pero también a los silencios y a las expresiones del cuerpo. Todo lo cual debe ser considerado y leído como expresiones de la subjetividad del paciente.

martes, 6 de septiembre de 2022

La ética del bien decir

Entrada previa: Sexualidad, el carácter de la verdad y la mentira.

Freud, en El chiste y su relación con el inconsciente:

«Un pobre se granjea 25 florines de un conocido suyo de buen pasar. Ese mismo día, el benefactor lo encuentra en el restaurante ante una fuente de salmón con mayonesa.
Le reprocha «¿Cómo? ¿Usted consigue mi dinero y luego pide salmón con mayonesa? ¿Para eso ha usado mi dinero?
— No lo comprendo a usted -responde el hombre puesto en cuestión-; cuando no tengo dinero, no puedo comer salmón con mayonesa; cuando tengo dinero, no debo comer salmón con mayonesa. Y entonces, ¿cuándo diablos quiere que coma salmón con mayonesa?»

Aquí, por fin, ya no se descubre ningún doble sentido. y tampoco la repetición de «salmón con mayonesa» puede contener la técnica del chiste, pues no es «acepción múltiple» del mismo material, sino una efectiva repetición de lo idéntico, requerida por el contenido. Podemos quedarnos un tiempo desconcertados ante este análisis; acaso recurramos al subterfugio de impugnar el carácter chistoso de esta anécdota que nos hizo reír. 

¿Qué otra cosa digna de mención podemos decir sobre la respuesta del pobre? Que se le ha prestado de manera curiosísima el carácter de lo lógico. Pero sin razón, pues la respuesta misma es alógica. El hombre se defiende de haber empleado en esas exquisiteces el dinero que le dieron, y pregunta, con una apariencia de razón, cuándo comería entonces salmón. Pero esa no es la respuesta correcta; su benefactor no le reprocha que se deleite con salmón justo el día en que le pidió dinero, sino que le recuerda que en su situación no tiene ningún derecho a pensar en tales manjares. Este sentido del reproche, e! único posible, es e! que omite el bon vivant empobrecido; su respuesta se dirige a otra cosa, como si hubiera incurrido en un malentendido sobre el reproche.




La anfibología es el empleo de frases o palabras con más de una interpretación. También se la llama disemia (dos significados) o polisemia (varios significados), aunque estrictamente hablando, una polisemia no es siempre una anfibología.

Una anfibología puede dar lugar a importantes errores de interpretación si se desconoce el contexto discursivo del enunciado anfibológico. Una característica casi constante de las anfibologías es la ambigüedad.

Anfibología de lo real. Lo real es inexpresable, se puede acercar de forma imperfecta, solo a medias. Resta un sin sentido, o una ausencia de sentido (absense). 

La verdad se especifica por ser poética. Dice Lacan, en el Seminario 24 (19/4/1977)- inédito:
"La metáfora, la metonimia, no tienen alcance para la interpretación sino en tanto que son capaces de hacer función de otra cosa, para lo cual se unen estrechamente el sonido y el sentido. Es en tanto que una interpretación justa extingue un síntoma que la verdad se especifica por ser poética. No es del lado de la lógica articulada — aunque yo me deslice allí dado el caso — que hay que sentir el alcance de nuestro decir. No es que haya nada que merezca hacer dos vertientes, lo que enunciamos siempre, porque esta es la ley del discurso, como sistema de oposiciones. Es incluso eso lo que nos seria necesario superar.

La primera cosa sería extinguir la noción de bello. Nosotros no tenemos nada bello que decir. Es de otra resonancia que se trata, a fundar sobre el chiste.

Un chiste no es bello. No se sostiene sino por un equívoco o, como lo dice Freud, por una economía. Nada más ambíguo que esta noción de economía".

Ética y verdad. En Observación sobre el informe de Daniel lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad, Lacan dice, con respecto a una ética: 
"Se anuncia una ética convertida en silencio por la avenida no del espanto sino del deseo. Y la cuestión es saber cómo la vía de la charla palabrera del psicoanálisis conduce hacia allá".

Podemos orientarnos en relación con estas dos vías: la vía que tiene que ver con el espanto del mandato, la vía que tiene que ver con un intento de universalización de una línea que tiene que ver con lo moral o con aquello que lo particulariza al sujeto en su propio ser que deviene en algún punto un vacío.




El analista paga con su ser. En "La dirección a la cura (...)" podemos leer que el analista paga con su ser, paga con palabras si la trasmutación que sufre por la operación analítica lo lleva a su efecto de interpretación. El analista también paga con su persona, en cuanto que "diga lo que diga la presta como soporte a los fenómenos singulares que el analista ha descubierto en la transferencia". Aparece la dimensión de la interpretación y de la transferencia. Un tercer punto con relación a por qué el analista paga con su ser es cuando dice que no debemos olvidar que "tiene que pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo para mezclarse en una acción que va al corazón del ser".

Foucault, en La hermenéutica del sujeto, introduce algo de la relación que establece Sócrates con Alcibíades, donde lo que surge es una posición de Sócrates en algo que se podría establecer como una modalidad que Lacan toma en relación a la transferencia. El propio Sócrates, cuando Alcibíades le reclama algo del orden del amor, lo remite a ocuparse de su propio ser.

Este concepto tan singular tiene que ver con lo que aparece por detrás de lo que se encubre ese "ser que debe pagar", ese "ser del analista" tiene que ver con lo que orienta, en definitiva, a la ética y que es el deseo del analista. Justamente, por un lado, la práctica de la regla fundamental reduce el dispositivo a una dimensión del decir y Lacan dirá que el analista se distingue en lo que hace de una función que es común a todos los hombres. Le va a dar a esto un uso particular, que no está al alcance de todo el mundo.

A esa ética la llamamos "ética del bien decir". Lacan intenta responder a la pregunta por la ética en un artículo que se llama "Televisión", y responde a esa pregunta con "la ética del bien decir". Esta ética parte de una concepción de un abogado llamado Quintiliano, y que la propone en el libro "Instituciones oratorias". Además, plantea una dimensión muy particular de la retórica, ya no considerada como la consideraban los sofistas, como un arte de la persuasión al otro, sino como un arte que tiene que ver con el acto mismo del decir. Una ciencia del bien decir, donde el bien no significa decir bien, sino que el bien tiene que ver con el acto mismo del decir.

Pero cuando decimos ética y no arte, ya rompemos con la dimensión de la retórica. El suponer esta dimensión del acto es lo que nos orienta en relación con la ética. Cuando habla del bien decir, Lacan va a tomar a un autor, Nicolás Boileau, que decía en El arte poético que "lo que se concibe bien se enuncia claramente".

martes, 9 de noviembre de 2021

Intervenciones en la clínica con niños y adolescentes (2)

Ver Intervenciones en la clínica con niños y adolescentes (1)

Interpretación:

En la "Interpretación de los sueños" Freud (1900a), sostiene que la posición del sujeto que sueña es similar a la del sujeto que pinta (y dibuja), podemos agregar, también a la del sujeto que juega.

En la interpretación la verdad que se procura, no necesariamente tiene que ver con el orden de la vivencia, es decir, con lo contingente o casual.

La interpretación debe tener un cierto carácter enigmático, de manera que el sujeto al mejor estilo de Edipo elabore una respuesta frente al enigma que propone la Esfinge del ciclo tebano y que precede la tragedia}

Interpretación de los sueños: Recordemos que un sujeto, puede tener un sueño psicótico y viceversa, un paciente psicótico, un sueño más o menos normal. En este último caso, el sujeto tiene una particular manera de asociar y de jugar, es decir, de "dejarse hablar". En las psicosis se pueden tomar los diferentes sueños, compararlos, y descomponerlos en sus elementos: objetos, escenas, acciones, nombres y frases; luego se los puede interpretar a partir de una construcción.

Interpretación del juego: Suele ser el instrumento más adecuado cuando se trata del juego de un niño neurótico.

Interpretación de la transformación pasivo-activa: El sujeto se ubica en la posición de un yo narcisista, y pretende repetir con el analista identificado con su yo real definitivo, la injuria recibida. En las psicosis, se aniquila el yo real definitivo por parte del paciente, para que el yo narcisista proyectado al exterior goce a costa del paciente. Esta intervención sobre la venganza, puede abarcar la relación con el terapeuta, con alguien del mundo exterior y el pasado del sujeto.

Interpretación a partir de una construcción: Una vez efectuada la construcción se pueden interpretar segmentos de la operación defensiva, de tal manera que se integren en la conjetura.

Concluyo retomando a Lacan: una intervención sólo si corta se constituye en interpretación.

Anticipación: 
El esfuerzo defensivo del sujeto impone necesariamente el reencuentro con lo inasimilable (el trauma). Esta intervención le permite al analista rescatarse como un sujeto lúcido, cuando se desencadenen los hechos preanunciados.

Señalamiento:
Descripción de la defensa: Se pone en evidencia el mecanismo estructurante y las actividades defensivas en sus dos movimientos de fuga y sustitución.

Descripción del destino dado a los juicios: Se pone de manifiesto como el paciente se esfuerza por adecuar sus vivencias (pasadas y presentes) en su sistema defensivo.

Descripción de lo escuchado del analista y su posterior destino: Se pone en evidencia como el paciente se defiende de los ataques supuestos en el analista, vía desafío o desestructuración de su palabra.

Detención de una producción verbal: Cuando se interrumpe un juicio lúcido y se lo sustituye por frases propias de otra posición anímica. En tal situación se puede frenar la producción y preguntar al paciente por los fundamentos de la interferencia previa y desde luego por el sustituto.

Evaluación del destino de los elementos "actuales", psicóticos o narcisistas cuando domina un posicionamiento neurótico.

Construcción o conjetura:
Es un instrumento que implica las diversas modalidades trabajadas por Freud [1914g], a saber: 

a] la correspondiente al orden de las vivencias, que se puede diferenciar en aquellas conjeturas ligadas a un vivenciar que cobró eficacia a posteriori, y otras, en las que el vivenciar se desplegó cuando aconteció. 

b] la vinculada con los procesos internos, que incluye: por una parte, elaboraciones que enlazan la actividad pulsional con disposiciones como son las defensas o diversas aptitudes, y por otra, construcciones que ligan la excitación con el fantema, es decir, con las fantasías primordiales. 

Preguntas: ¿Una clínica de la pregunta? 

El niño o el adolescente introduce con su neurosis una diversidad de preguntas, que se expresan en diferentes maneras del dejarse hablar: el juego, las asociaciones, el modelado y el dibujo. Estas producciones son textos cuya lectura implica reabrir dichas preguntas. Aquí el interrogante del analista debe procurar sostener las preguntas del sujeto.

Al respecto, Lacan nos dice que: "El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada.

Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla".

Escansiones:
Se trata de un corte temporal que posibilita la inserción de aquello que puede tener un sentido para el sujeto. Supone una interrogación implícita. Lacan (Posición del inconsciente) considera que "la transferencia es una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo". En el Seminario del 1 de julio de 1959, afirma que la sesión escandida implica «el modo más eficaz de la intervención y de la interpretación analítica». 

También sostiene que el deseo del analista debe acotarse al corte, al vacío, a un lugar que se le otorga al deseo para que allí se sitúe. En este contexto la escansión de sesión opera como un acto fallido que libera significantes.

Silencio:
Es indiscernible de la función misma de la verbalización. En el Seminario XII, Lacan afirma: "El silencio forma un ... nudo formado entre algo que es un instante y algo que es hablante o no, el otro. Es ese nudo cerrado que puede resonar cuando lo atraviesa y hasta lo agujerea el grito.

En alguna parte en Freud, está la percepción del carácter primordial de ese agujero del grito".

Humor:
Apelar al beneficio que el intenso placer que genera el humor puede proveer al sujeto, y desde luego, como freno y redistribución de la pulsión de muerte (del campo del gozo).

Lacan (1953/54) en el Seminario 1, comenta como Freud se interroga por los motivos por los que el hombre se sustrae del narcisismo: ¿Por qué el hombre está insatisfecho? En ese momento verdaderamente crucial de su demostración científica, Freud nos ofrece los versos de Heine. Es Dios quien habla, y dice: "la enfermedad es el fundamento último del conjunto del empuje creador. Creando me he curado".

Nos es consabido que para Freud lo decisivo de un acto del habla, de un relato, de una palabra, no es lo que se dice, sino como se dice. Así, el humor es ubicado por el autor del psicoanálisis como una de las especies de lo cómico. En el Chiste y su relación con lo inconsciente, Freud 

(1905c) trata el humor desde el registro de lo económico. Y en El Humor de 1927, considera que "la ganancia de placer humorístico proviene del ahorro de un gasto de sentimiento". 

De manera, que "el humor sería la contribución a lo cómico por la mediación del superyó." 

La ilustración típica es el relato del delincuente citado por Freud (1927) que es llevado al cadalso un día lunes: «¡Vaya, empieza bien la semana!». El proceso de humor se despliega en el sujeto y le genera placer. A nosotros, que escuchamos nos llega cierto efecto a distancia, cierta ganancia de placer en el humor.

Es notorio que el otro no presenta desprendimiento de afecto, por el contrario, hace una broma. De ese gasto ahorrado en la desinvestidura deriva el placer humorístico del que escucha. 

Freud desde 1905, propone el humor como la más elaborada operación defensiva ante el sufrimiento

El humor freudiano presenta tres rasgos fundamentales: es liberador, grandioso y patético. Liberador porque posibilita cierta desinvestidura al igual que la agudeza y lo cómico. Grandioso, por una sobreinvestidura del narcisismo, de un yo invencible, al menos por un momento, ante la afrenta de la realidad. Es un breve y pasajero instante maníaco. Y esta brevedad garantiza la salud anímica, y una sustracción de la manía. Se trata de un triunfo del principio del placer. Lo patético implica lo grotesco, un reírse gozosamente del sufrimiento que atormenta. 

Para Aristóteles, en Poética, el género humorístico pretende imitar aquello que es defectuoso.
Para Oscar Wilde, "-El humor es la gentileza de la  desesperación." 

Nominación:
Se trata de una operación propuesta por Lacan (1974), que enlaza el nudo de tres fallido mediante un cuarto denominado sínthome. El deseo sólo es reintegrado en forma verbal, mediante la nominación simbólica que lo liga a la ley. La nominación, el poder de nombrar, de otorgar cierta consistencia a los objetos.

Hacia 1953, Lacan al referirse a el caso del Hombre de las Ratas -Ernst Lanzer-, recurre al sintagma Nombre del Padre, presente en Freud. Recurrió a Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss (1949), y sostuvo que el Edipo freudiano implica un pasaje de la naturaleza a la cultura. Así, el padre cumple una función simbólica, en la medida que nombra, da su nombre, y de esta manera encarna la ley. Aquí, cobra primacía el lenguaje. La función paterna incluye la nominación lo que posibilita al pequeño la identificación.

Presentificación: 
La muerte se encuentra en el fundamento de los símbolos (sepultura). El símbolo ocupa el lugar de la cosa, un equivalente de su muerte. Lacan propone que la función del analisis, es presentificar la muerte para. el analizante. La posibilidad de muerte sostiene el deseo y otorga el sentido de la existencia.

Posibilidades: 
a) Los componentes neuróticos pueden ser fachadas protectoras ante lo "actual", la psicosis o la estructura narcisista, en cuyo caso el paciente escenifica una cierta "normalidad" ante el terapeuta constituido como sujeto lúcido y, sobre todo como superyó crítico. 

b) Si el fundamento neurótico cobra hegemonía, la posición psíquica de la desestima o de la desmentida puede pasar a acechar desde el exterior, desde el inconsciente, o bien desde otras personas.

Estrategia: La dirección de la cura

En la Dirección de la cura y los principios de su poder” Lacan (1966), en la sección II, al preguntarse por ¿Cuál es el lugar de la interpretación?, establece que esta dirección se ordena de acuerdo a una secuencia lógica:

a) La rectificación de las relaciones del sujeto con lo real (como realidad-fantasma).

Entrevistas Preliminares, para considerar la Entrada en Análisis.

b) El despliegue de la trasferencia.
c) La interpretación.

La Dirección de la Cura apunta a cambios en la posición del sujeto, con relación al gozo. Implica aplicar la regla de asociación libre y enlazar el trabajo de la cura, de manera de llevar al Sujeto, por su elaboración, a experimentarse dividido por causa de su deseo. 

En este texto constituye a la contratrasferencia en la implicación necesaria del analista en la experiencia, por lo cual se plantea la cuestión de su deseo.

Para Lacan en "Notas del Seminario I" sobre el Hombre de los Lobos, la trasferencia en el caso "Dora", está relacionada con "anticipaciones subjetivas" en el analista, y la contratrasferencia vinculada a la suma de los prejuicios que él mismo puede tener. Aquí, las anticipaciones se conforman, en el contexto de la dialéctica del tratamiento, como un tiempo lógico que posibilita una dirección de la cura, mientras que la intervención del yo del analista introduce la trasferencia como resistencia.

La trasferencia es uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, propuestos por Lacan en el Seminario 11, junto con el de repetición, inconsciente y pulsión. 

Este fenómeno tiene un doble aspecto: es condición para que haya análisis, y a la vez opera como obstáculo. Este último, el obstáculo, tiene una vertiente singular, el amor que no es otra cosa que una ilusión.

Al respecto, Lacan [1960/61] en el "Seminario VIII," La transferencia en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas", traducción de Ricardo Rodríguez  Ponte. El maestro francés accede al estudio de la transferencia a partir de una obra filosófica: “El Banquete” de Platón. 

Se ocupa fundamentalmente de cuatro personajes: Sócrates, Alcibíades, Diótima y Agatón. En el texto se asiste al despliegue del amor de Alcibíades, de treinta y seis años, por su maestro Sócrates, de cincuenta y tres. En verdad, Alcibíades, el amante, el Erasto, ama algo que supone que Sócrates, el amado, el Erómenos, posee. Así, cuando se reúnen en casa de Agatón, un joven de treinta años, Alcibíades le habla de su amor, y le pide el saber. Sócrates le contesta que él nada sabe, ubicándose en la posición de sujeto y remitiendo el amor a su origen (a su causa). No es a él a quien ama Alcibíades, sino a Agatón.

Ahora bien, ¿a qué se enlaza el amor? a algo que se supone que el otro tiene, ya sea, belleza, dinero, saber, inteligencia, u otra cuestión. Lacan conjeturó este objeto singular y lo llamó “agalma”. En el amor de Alcibíades se trata del saber que supone en Sócrates. 

Es llamativo que Lacan analice el amor entre hombres, aunque nos aclara que lo hace por razones técnicas de simplificación para evitar “lo que hay de demasiado complicado en el amor con las mujeres”. En "El Banquete" Sócrates, que en su nombre dice muy poco, “hace hablar en su lugar a una mujer, Diótima. Así, el discurso, la palabra de una mujer, que en todo momento deja hiancias, cobra valor, constituyéndose en el testimonio del homenaje que en la boca de Sócrates retorna a ella. 

El agalma, que se puede enlazar a la condición fetiche de Freud (Tres Ensayos), es el objeto al cual el sujeto supone que su deseo apunta. Precisamente, la búsqueda del "agalma" en el campo del otro, constituye al análisis en "una aventura única". (Lacan, Seminario X bis [Los nombres del padre], Seminario X, La Angustia])

Aquí el analista debe como en el teatro representar su papel, sin pasar a la actuación. Hace de semblante de ese objeto que, al mejor estilo de Sócrates, supuestamente tiene. Si bien, el amor no se satisface, la configuración del análisis permite que se despliegue en palabras. La condición necesaria para este despliegue es el deseo del analista, y no su persona, de tal manera que el deseo del analizante se constituye en protagonista. 

En el Seminario XV, el acto psicoanalítico, Lacan afirma que cuando el analista se interroga sobre un caso que busque "en la historia del sujeto, de la misma forma que Velásquez está en el cuadro de las Meninas, donde estaba él, el analista, en tal momento y tal punto de la historia del sujeto; en ese drama lamentable, él sabrá lo que pasa con la transferencia. A saber, que como todos saben el pivote de la transferencia no pasa forzosamente por su persona. Hay alguien que ya está allí". 

Finalmente, al ocuparse de Dora, en "Intervención sobre la transferencia", Lacan hace referencia a que la intervención del analista es precisamente sobre la transferencia y no sobre el paciente o analizante.

Bibliografía 

Aberastury, A., (1984) Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Ed. Paidós. 
Bion, W. R. (1991) Seminarios de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. (Orig 1974)
Etchegoyen, R. H. (2010). Los Fundamentos de la Técnica Psicoanalítica (3ª edición). Buenos Aires & Madrid: Amorrortu Editores. 
Fenichel, O, Problemas de técnica psicoanalítica, Ediciones Control, Buenos Aires, 1973.
Freud, S. Trabajos sobre técnica psicoanalítica (1911-1915), Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980.
Freud, S. (1990) Sobre la iniciación del tratamiento. Buenos Aires: Amorrortu Edit. 
Freud, S. (1919e). Pegan a un niño. Obras Completas. Vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1923b). El Yo y el Ello. Obras Completas. Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1950a [1892-1899]). Fragmentos de la correspondencia con Fliess. En Obras completas (Vol. I). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Greenson, R. (1976). Técnica y práctica del psicanálisis. México: Siglo XX
Lacan, J. (1953/54). Seminario I. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (1958) "La dirección de la cura y los principios de su poder". Escritos 2, Siglo XXI, ed., 2009, p. 560.
Lacan, J. (1960/61) La transferencia, Seminario VIII, Buenos Aires, Paidós, 2003.
Lacan, J. (1962-63) "La angustia", Seminario X, Buenos Aires, Paidós.
Lacan, J. (1964) Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, Paidós. 
Lacan, J. (1966) Intervención sobre la transferencia. Escritos 1.
Moreira, D. (2015) Ética y quehacer del psicoanálisis con niños y adolescentes. Ed. Letra Viva.
Nasio, J. D. (1996). Cómo trabaja un psicoanalista. Buenos Aires: Paidós. 
Racker, H. (1960) Estudios sobre técnica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires.
Rey, P. (2005) Una temporada con Lacan. Ed. Letra Viva.
Vegh, I. (1992). ¿Praxis vs. Técnica? Entrevista. (D. López , & F. TORRICEI.II, Entrevistadores)
Winnicott D. (1992). Sostén e interpretación. Buenos Aires: Ed. Paidos (Orig. 1989).

Fuente: Diego Moreira (2018) "Intervenciones en la clínica con niños y adolescentes"

miércoles, 10 de junio de 2020

Mito y fantasma.


Si el analista está obsesionado con no alimentar de sentido al síntoma puede que se incline a callar en demasía, es decir: no cuando su silencio es condición de posibilidad de la apertura del inconsciente sino cuando éste se cierra, situación en la que la interpretación es indispensable. Algunos piensan que haciendo de la asepsia de sentido una regla evitan contribuir al extravío del analizante en mitificaciones. Éstas, no obstante, son necesariamente inherentes al derrotero de la asociación libre.
El llegar del neurótico mediante el análisis a aprehender el fantasma que sostiene su deseo requiere que el mito familiar que lo habita deje de serle ajeno. Logra así ponerse a un paso de una revisión más decisiva de su posición al respecto. La travesía del fantasma es aquí concomitante de esta elaboración. La caída del mito del padre, su fracaso como resolución de la cura, puede suceder una vez que el analizante, no el analista, pasa por él en transferencia.

Raúl Courel.
(2016/05/19).

miércoles, 12 de junio de 2019

Abstinencia y demanda en el análisis

Lic. Nadine Geoffroy


En términos de Lacan, la demanda del paciente, demanda de felicidad, en rigor de verdad no puede ser satisfecha, esto no es posible, puesto que aquella felicidad no existe sino en tanto que falta, ausencia. Frente a esto, el deseo del analista es el deseo del paciente pero advertido de tal imposibilidad, de que “no puede desear lo imposible”[8]. De aquí se deriva indefectiblemente una pregunta: ¿qué satisfacción podría ofrecer el analista, por más que quisiera, si tal objeto que la colma no sólo no lo es, no lo tiene, sino que no existe?
“Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” (1918) forma parte del conjunto de aquellos escritos técnicos freudianos donde el autor formula las reglas y condiciones bajo las cuales, desde su perspectiva, debe ser llevado adelante un análisis. Condiciones éstas que dan cuenta del carácter dinámico de la terapia psicoanalítica en tanto que lejos de tratarse de reglas estancas, a prioris, están sujetas a la dialéctica propia del escenario último donde la tarea se lleva a cabo: el sujeto, en el ejercicio de la práctica misma. Estas reglas técnicas, entonces, están sujetas a revisión,  modificación y ampliación toda vez que la tarea así lo requiera.
Por éste camino, y en función de lo que el avance en el ejercicio del análisis con los pacientes arroja, Freud introduce una nueva condición para llevar a cabo la técnica analítica en lo que a la función del analista respecta: “en la medida de lo posible, la cura analítica debe ejecutarse en un estado de privación – de abstinencia”[1].
Hablar de una nueva condición, así como el título del escrito lo indica: “nuevos caminos…”, permite ver que se encuentra ya trazado con anterioridad un camino a través del cual ha de llevarse adelante la cura y que constituye aquello que el autor entiende como un “análisis”. Se trata, en efecto, de hacer consciente lo inconsciente a partir del levantamiento de las resistencias que funcionan como obstáculo a la cura, haciendo uso del fenómeno de la transferencia. “Análisis”, entonces, que el autor homologa al quehacer de un técnico químico, puesto que se trata de desglosar en sus partes constitutivas aquella trama compleja de mociones pulsionales inconscientes se satisfacen en el síntoma de manera sustitutiva.  Hasta aquí, la tarea psicoanalítica fundamental. Será lo propio de la constitución psíquica del sujeto lo que mueva a Freud a complejizar la labor del analista hacia aquellos “nuevos caminos” en el desarrollo del tratamiento. Si entendemos que el síntoma no es más que un modo de satisfacción sustitutiva, su desarticulación no concluye la tarea, pues hay allí algo que insiste, que tiende a la repetición[2].
En efecto, las pulsiones así liberadas no se desvanecen sin más sino que, por el contrario, producto del desplazamiento libidinal, investirán nuevas metas y con ello nuevas satisfacciones en reemplazo de las que en el síntoma le fueron vedadas. Estas nuevas satisfacciones, entiende Freud, serán dirigidas a la cura misma, a la figura del analista, vía la transferencia. Como consecuencia, el paciente en transferencia demandará satisfacciones al analista, demandas desviadas, por donde “se escurre la energía necesaria para la empresa de la cura”[3].
En la propuesta del autor, el analista no debe brindar gratificaciones sino que por el contrario ha de promover la cura en un estado de abstinencia. ¿Abstinencia de quién? Del paciente en primer instancia, puesto que se trata de que el analizante no encuentre satisfacciones sustitutivas a sus síntomas en el análisis, pero también del analista, ya que para que ello sea posible deberá conducirse al resguardo de no gratificar las demandas del analizante. Si una esfera de la abstinencia recae indefectiblemente sobre el analista, tal principio adopta la forma de un compromiso: se funda en la privación del analista que se abstiene de corresponder a las exigencias del paciente y así recae sobre éste último, que resulta frustrado en su demanda. Es importante mencionar que en este sentido, hablar de “abstinencia” en el analista supone en rigor de verdad hablar del concepto de “neutralidad”[4] freudiano, por cuanto se trataría de promover una posición neutral frente a las manifestaciones transferenciales del analizante. Sin embargo, entendiendo que tal precepto toma cuerpo en lo que respecta a los propios intereses, valores y deseos del analista, hemos de evitar referirnos a dicha noción, porque no es el eje central del presente trabajo y para que la similitud entre ambos conceptos no se preste a confusión.  
El porqué del principio de abstinencia, responde al hecho de que las demandas que el paciente en transferencia plasma en el analista, son subrogaciones de aquella pulsión insatisfecha que otrora dio lugar al síntoma y que ahora liberada encuentra una nueva ruta para la satisfacción. Corresponder tal necesidad no es sino sostener y alimentar la repetición patológica que conlleva el padecimiento psíquico. Denegarla por el contrario es prestar condición para su tramitación hacia la cura.
Ampliando este concepto, es importante destacar que la privación no remite a una posición netamente pasiva, de inactividad por parte del analista. Menos aún de un rechazo expreso. Se trata, entiendo, de alojar aquella demanda más no de responder a ella. Más aún, es desde aquella no correspondencia misma donde la demanda encuentra alojamiento, un alojamiento que la niega y he allí su lugar. En este punto, el analista no es pasivo, indiferente, sino que se encuentra jugando un rol activo, una presencia plena, a través de la abstinencia como acción.
Hasta aquí, hablamos del fenómeno de la abstinencia como la no satisfacción de la demanda subrogada del paciente en el análisis, demanda que no constituye sino un desplazamiento, un cambio de posición. Ahora bien, éste fenómeno comporta a su vez una utilidad mayor y fundamental para llevar adelante el tratamiento. Dice Freud: “hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo”[5], puesto que tal estado de necesidad propicia que la fuerza pulsionante que motoriza la demanda se mantenga a flote y pueda desde allí ser pesquisada por el analista. En este sentido, denegar la satisfacción se torna una herramienta-posibilidad para la emergencia de lo inconsciente. Si bien excede el eje del presente trabajo, a esta altura de la teoría psicoanalítica, Freud puntualiza[6] con rigor que el fenómeno de la transferencia constituye el motor de la cura analítica, en tanto que es aquella repetición en transferencia con el analista la que revela el material sobre el cual habrán de operar.
Ahora bien, así como la abstinencia en el paciente, requisito para la cura psicoanalítica, queda posibilitada por la denegación de la satisfacción desde la función del analista, ésta última está sujeta, a su vez, al deseo del analista en tanto que deseo advertido[7]. En términos de Lacan, la demanda del paciente, demanda de felicidad, en rigor de verdad no puede ser satisfecha, esto no es posible, puesto que aquella felicidad no existe sino en tanto que falta, ausencia. Frente a esto, el deseo del analista es el deseo del paciente pero advertido de tal imposibilidad, de que “no puede desear lo imposible”[8]. De aquí se deriva indefectiblemente una pregunta: ¿qué satisfacción podría ofrecer el analista, por más que quisiera, si tal objeto que la colma no sólo no lo es, no lo tiene, sino que no existe? Lo que intento resaltar es que el analista no sólo no debe satisfacer la demanda como requisito técnico para la cura sino que además, el trasfondo último de dicha demanda, no podría nunca satisfecerlo. Es parte de la misma lógica que sostiene aquella imposibilidad en el deseo. De lo contrario, ¿qué satisfacción podría dar que no sea transitoria? Hay allí algo que falla, algo que escapa, algo que no podrá ser capturado. Aquella abstinencia en el paciente de la que habla Freud, que es condición para la consecución del tratamiento, que debe ser construida activamente en el ejercicio de la función, es la que se refiere a las demandas de satisfacción sustitutiva del paciente, y esa privación es justamente la respuesta a ellas (posición ética si se quiere, puesto que al tratarse de la cara externa de la demanda, el analista podría en este sentido satisfacerla, aunque por defecto solo provisoriamente). Pero la demanda última que tras esa desfiguración se encuentra velada, el objeto que por fin colmaría de facto aquella demanda, ¿podría ser provisto por el analista? La respuesta es no, es forzoso que no pueda, y creo que el fin último del análisis es precisamente el acercamiento por parte del sujeto a tal imposibilidad. En efecto, a lo que se aspira en el tratamiento es a la intelección del sujeto de que aquel todo no es posible, es tolerar la castración estructural. Y aceptar tal imposibilidad no es sino el encuentro del paciente con el propio deseo, pues aquella falta, aquella ausencia según Lacan es el motor que causa el deseo. De esta manera, el deseo del analista y su función en la abstinencia son dos conceptos solidarios entre sí, pues si bien no necesariamente van de la mano ya que eso dependerá de la ética de cada quien en su función, aquel deseo advertido, aquel reconocimiento de lo que por defecto no se puede dar, es el soporte que apuntala y fundamenta la función analista.
Por otra parte, Kovadloff dirá que el sujeto en análisis carga con dos silencios: un silencio de lo “acallado”[9], aquello que silenciado, reprimido, no puede ser dicho, y un “silencio primordial”[10], que remite a aquella palabra que desde siempre se escapa, que falta por estructura. Si entendemos que la función del analista en la abstinencia es posición ética y realidad “obligada” puesto que el objeto que colma la demanda última no existe, puede decirse que tal función figuraría, asimismo, aquel silencio primordial. Silencio que, en efecto, no puede ser capturado sino “como semblante”[11], insinuándose desde una apariencia, en este caso: desde aquella no correspondencia. Si la demanda que el paciente plasma en el analista es el correlato encubierto de la búsqueda de aquél objeto de la satisfacción, la frustración del analista en términos de aquel silencio primordial, no hace sino confrontar al sujeto con dicho vacío como falta estructural. El analista tampoco puede brindar tal satisfacción, pues en verdad nadie puede colmar aquella falta. De esta manera, aquel silencio que por medio de la denegación de la satisfacción encarna el analista “…es, pues, el de una ausencia originaria: la que impide al hombre sentirse totalizado”[12]. Hacia el encuentro con este silencio en el propio ser del sujeto, sostiene Kovadloff, es hacia donde se dirige la cura. Cuando esto ocurre, ilustrando a Lacan, el analista ha actuado acorde a su deseo, un deseo advertido.
En relación a lo expuesto anteriormente, retomo la pregunta de Korman: “¿Y el inconsciente del analista?”[13]. El deseo del analista propuesto por Lacan no se refiere a su deseo inconsciente, claro está, sino a un deseo que tiene que ver con su función como tal, pero esta función no puede llevarse a cabo aisladamente, escindiendo por completo su figura como analista de su figura como sujeto. En efecto, “No hay ningún deseo que pueda ser puesto en juego de manera pura y purificada… esto es válido para todo el mundo y ningún analista escapa a estas generales de la ley”[14]. Siendo así, la posición de la abstinencia como herramienta metodológica en el análisis es un hecho innegable, su necesariedad bajo ningún punto es puesta en cuestión. Pero, asimismo, tampoco puede desconocerse que el espacio analítico es un espacio compartido y que por tanto la subjetividad del analista también estará en juego. Si bien entiendo que la subjetividad en este sentido estaría primeramente asociada al precepto freudiano de “neutralidad”[15] antes que al de abstinencia, puesto que tiene que ver con lo propio del sujeto que es el analista, creo que el primero está en juego de manera implícita, como condición de posibilidad para el segundo.
De acuerdo con Korman, entiendo que un borramiento extremo, absoluto, es un ideal inalcanzable, una utopía, pues siempre habrá en juego una dimensión inconsciente operando allí. Una pequeña fracción que escapa a la voluntad del analista por más rigurosidad metodología que se aplique. Como lo plantea Piera Aulagnier, no es posible tal “robotización”[16] de la función.
No se trata de haber caído en un callejón sin salida, ya que tales incidencias son inevitables y forman parte de la realidad de la situación analítica. La cuestión es, según Korman, que tales condiciones no se cristalicen en la práctica, que no queden sesgada tras un ideal de objetividad continuamente sostenido que en última instancia no es posible. Es necesario no perder de vista tal implicación de la subjetividad del analista dentro del dispositivo, reconocerlo explícitamente y actuar en función de ello. Sólo a través de éste reconocimiento podrá alcanzarse, con la mayor proximidad posible, la función del analista en su sentido más puro.

[1] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág. 158
[2] Freud, S. (1914). Recordar, repetir, reelaborar. Obras completas. T. XII, Amorrortu Editores.
[3] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág.159.
[4] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág.160.
[5] Freud, S. (1915 [1914]). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Obras completas, T. XII, Buenos Aires,  Amorrortu Editores, pág.168.
[6] Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. Obras completas, T. XII, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
[7] Lacan, J.: “La demanda de felicidad y la promesa analítica”. S. VII “La Ética del psicoanálisis”. Paidós. Buenos Aires. Pág. 358.
[8] Ibid. Pág. 358.
[9] Kovadloff, S. (1993). “El silencio en la cura”, en “El silencio Primordial”. Emecé. Bs. As. Pág. 37
[10] Ibid. Pág. 37
[11] Ibid. Pág. 37
[12] Ibid. Pág. 42
[13] Korman, V. (1996). Transferencia, cura psicoanalítica e inconsciente. Transferencias cruzadas. En “El oficio de analista”. Editorial Paidós, Buenos Aires. Pág. 103.
[14] Ibid. Pág. 105
[15] Freud, S. (1919 [1918]). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas, T. XVII, Amorrortu editores, pág.160.
[16] Aulagnier, P. (1986). Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura. El aprendiz de historiador y el maestro brujo. Buenos Aires, Amorrortu Editores, pág. 178.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Intrigar: una maniobra histérica.

"En el mutismo histérico el sujeto mismo se hace enigma, encarna la pregunta como enigma, de manera que el analista se ve obligado a hablar, a trabajar. Es una forma límite de la maniobra histérica, con la finalidad de intrigar".
Fuente: Jacques A. Miller, "Los preguntones"

viernes, 12 de octubre de 2018

Transmisión entre generaciones. Los secretos y los duelos ancestrales.

Por Alicia Werba I. 

I. LO INDECIBLE Y EL ENIGMA DE SU TRANSMISION 
Mi intención es realizar un recorte dentro de la teoría psicoanalítica para dedicarme exclusivamente a la problemática de la transmisión y dentro de ella especialmente a un aspecto de la misma, que es el referido a la transmisión de los duelos y secretos provenientes de generaciones anteriores y sus efectos sobre las generaciones siguientes. 

Me voy a referir a la transmisión entre generaciones desde su perturbación, desde el corte en la transmisión, hasta incluso su interrupción. 

Los enigmas que estos estados mentales plantean son los que me condujeron a nuevos replanteos teóricos. 

En ese sentido defino los duelos ancestrales como duelos no procesados, en los que los ancestros siguen teniendo presencia a través de los descendientes. Estos ancestros son personajes idealizados, cuya representación ha sido investida con una fuerte carga libidinal y/u hostil y que a modo de “muertos vivos”, no han logrado, por diferentes razones, una verdadera sepultura psíquica en sus descendientes. Como tales siguen teniendo vigencia en las generaciones posteriores, capturando y alienando sectores del psiquismo de uno o varios de sus descendientes. Se plantea entonces, una situación en la que el proceso identificatorio no responde sólo a investiduras abandonadas desde el espacio intrasubjetivo y libidinal propio del sujeto. Se trata de un proceso inconsciente, por el cual uno o varios miembros de una familia, son identificados por el ascendiente, en relación a un tercero (el ancestro), e investidos con la carga libidinal y/u hostil destinada a éste. Al tomar, los descendientes, esta designación para sí, un sector de su psiquismo queda atrapado en una identificación alienante. Alienante porque los despoja de la posibilidad de acceder a la verdad de su identidad y por lo tanto a su propia historización. De este modo el individuo queda encerrado en un callejón de difícil salida, ya que si bien es cierto, le otorga el beneficio narcisista de no tener que elaborar las diferencias sexuales y generacionales que le impone la superación del conflicto edípico, lo deja capturado y perdido en un mundo sin sentido propio. Haydée Faimberg se refiere a la “identificación inconsciente alienante”, definiéndola como un tipo especial de identificación que da cuenta en sesión y en el marco de la transferencia de la emergencia de lo que denomina “telescopaje de las generaciones”. Es un tipo de identificación que condensa tres generaciones y la define como alienante porque es portadora de una historia que, en parte pertenece a otro. Este modo particular de identificación sirve para resistir la herida inflingida por el Edipo y las diferencias generacionales, obstaculizando así la dialéctica entre el registro narcisista y el edípico.(1) 

Los duelos ancestrales se asemejan a los duelos patológicos en que, lo que no ha podido ligarse a la palabra son fundamentalmente los afectos provocados por la muerte de figuras significativas. Por otra parte, se diferencian de los mismos, en que la dificultad de tramitación no se refiere solo a una pérdida propia, sino a una pérdida no elaborada, sufrida por un ascendiente, que produce efectos e impone un trabajo psíquico inconciente plus a la descendencia. Cuando en primera generación se clausura el procesamiento de un duelo, las generaciones siguientes no reciben las condiciones para la nominación de las emociones asociadas a los efectos de dichas experiencias.