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viernes, 22 de agosto de 2025

El “Incidente Freud” y la centralidad de lo simbólico

El llamado “incidente” Freud —si puede nombrarse así el efecto de conmoción que produjo— puso en primer plano la eficacia simbólica. De allí que Lacan haya elegido como pilares de su “Retorno a Freud” un tríptico fundamental: La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con lo inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana. Estos textos muestran que el inconsciente se inscribe en un entramado simbólico legible, mientras que el efecto de sentido resulta un aspecto secundario.

Lo que Lacan denuncia en el contexto psicoanalítico de su tiempo es que ese valor de la eficacia simbólica había quedado opacado. La crítica central apunta a que el campo se había desplazado hacia lo imaginario, privilegiando sus taponamientos en detrimento de la potencia del significante.

El “Retorno a Freud” se define, entonces, como la recuperación del resorte simbólico en la manifestación del inconsciente, entendido éste como aquello que se hace presente en la palabra, en su discontinuidad.

Avanzando por esta senda freudiana, aunque con desarrollos propios, Lacan señala que en cierto punto emerge un obstáculo para la cura. Allí aparecen las resistencias —no sólo las imaginarias que dependen del analista— y la reacción terapéutica negativa. Dicho obstáculo se despliega, en última instancia, en el campo de la transferencia.

Esta dimensión inercial del hablante se revela en los límites de lo que la palabra puede articular, especialmente en sus bordes. Y es precisamente allí donde Lacan sitúa la originalidad freudiana: el recurso a la letra. En el rebus, en esa escritura que organiza al texto inconsciente, se localizan los puntos de fijación que marcan los lugares en los que el inconsciente se inscribe y puede ser leído.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Lo femenino, la inconsistencia del campo fálico y la letra más allá del número

Para abordar lo femenino desde la dimensión de un campo, Lacan necesitó poner en valor una inconsistencia que afectara al campo fálico. Esto no es posible sin trascender lo imaginario del atributo, base de todas las imaginarizaciones de la castración. Uno de los sesgos desde los que se aborda esta cuestión es lo que denomina “inexistencia”.

El recurso elegido para pensarla es el conjuntista. ¿Por qué Lacan llama significante tanto al conjunto como al elemento que en él se inscribe? Esto introduce una distancia entre el Uno del conjunto y el Uno del elemento. Usar el mismo nombre para dimensiones tan distintas permite interrogar al conjunto desde su propia autoaplicación, lo que implica un trabajo sobre el impasse.

Su estudio sobre el conjunto, con el fin de delimitar aquello que le sirve de tope —inconsistiéndolo e indemostrándolo— se apoya en la teoría de conjuntos aplicada a los números enteros y naturales. A través de la diagonal de Cantor, es posible situar un término imposible de numerar, es decir, que no puede incluirse en la serie. Surge así la pregunta: ¿lo no enumerable y lo no contable son lo mismo? Cantor muestra que se puede precisar el lugar de un número que, sin embargo, no figura en la serie. Se trata, en definitiva, de interrogar si un conjunto infinito puede o no ser enumerado.

Este trabajo, apoyado en la genialidad de Cantor, se traslada a la estructura del conjunto entendido como el Otro —sede del significante— para demostrar la imposibilidad de asignar una cardinalidad que lo cierre. Si el elemento recibe el mismo nombre que el conjunto, ¿puede ese elemento clausurarlo y hacerlo universo?

La respuesta es negativa. Por ello, Cantor recurre a la letra para cerrar aquello que el número no puede. Es la letra más allá del significante la que abre una vía de respuesta a la pregunta de por qué Lacan se apoya en ella, más allá de lo serial de la cadena.

sábado, 2 de agosto de 2025

La mujer no existe: letra, borde y la tentación de lo imaginario

Uno de los puntos más complejos en la transmisión de los fundamentos de la práctica analítica reside en el esfuerzo constante por no quedar atrapados en la frondosidad de lo imaginario. Esta advertencia no implica una fantasía de purificación: todo discurso, incluido el analítico, produce efectos imaginarios. Pero de lo que se trata es de evitar la precipitación en sus brillos, en sus seducciones, en sus falsas evidencias. Y para ello, se impone una ética del no ceder demasiado rápido: el trabajo consiste, antes que nada, en demorarse, en no apresurarse.

Esta exigencia se vuelve particularmente crucial cuando se aborda el campo del goce femenino. El desarrollo de Lacan en torno a esta dimensión no alude a la mujer como categoría empírica o de identidad, sino a un modo de relación del hablante con el goce, más allá de la diferencia sexual biológica. Este campo puede pensarse desde tres registros complementarios: la serialidad, la modalidad y la topología nodal.

En términos lógicos, el aforismo “La mujer no existe” condensa una tesis mayor: la imposibilidad de inscribir un universal femenino. A diferencia de la lógica fálica, que se estructura en torno a la excepción que funda el conjunto, el lado femenino no permite cierre. Es lo no-todo: una lógica sin excepción constituyente. Por eso Lacan puede afirmar que, del lado femenino, el conjunto no se funda. De allí la imposibilidad de decir “la” mujer como función lógica universal.

Es en ese punto que el matema de LA barrado adquiere su potencia: al tachar el artículo definido en mayúsculas, Lacan no sólo parodia la imposibilidad de representar lo femenino, sino que produce una letra que da cuenta de un borde, de un vacío en el campo del Otro. Este matema resuena con el significante de la falta en el Otro, y con el objeto a como resto, como lo que no se integra en el todo.

Desde aquí puede formularse la hipótesis: la letra en el campo del no-todo no funciona como inscripción significante de una excepción, sino como borde de una experiencia de goce que no se deja totalizar. Es letra no de una función fálica, sino de un agujero en el discurso del Otro.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la letra como borde en el campo del no-todo y la letra en la lógica fálica? ¿No se trata, en última instancia, de una diferencia en el modo de consistencia que la letra permite: del lado fálico, asegurando un límite; del lado femenino, marcando lo que excede al límite sin por ello forcluirlo?

Allí donde la letra fálica fija el contorno de un goce que se articula a la función del Uno, la letra en el campo femenino señala un más allá, un borde no clausurable. Y en esa diferencia, lo que está en juego no es sólo una teoría de la sexuación, sino una ética de la clínica: una que no sucumbe ante lo imaginario de “La Mujer”, y que se deja enseñar por lo que en ella no hace serie.

miércoles, 23 de julio de 2025

Entre el 0 y el 1: letra, borde y denotación del sujeto

A partir del recorrido de Cantor, retomamos el valor de la letra como aquello que se instala en un borde —distinto del límite—: un borde que señala lo imposible de escribir. Este borde puede pensarse como el litoral que marca la zona de contacto (y fricción) entre lo real y lo simbólico, pero también entre lo real y el saber. Lo que ese litoral impide es la tautología, la repetición como identidad. La letra, en su singularidad, fractura la repetición idéntica.

La función de la letra es entonces designativa, y esta designación implica un salto, tal como lo plantea Cantor. No se trata de cualquier salto, sino de una operación que evidencia el límite mismo de una formalización: allí donde ya no se puede escribir más, la letra marca ese extremo. Esta marca deviene condición para dar cuenta lógicamente de lo que el significante de la falta en el Otro escribe. Así, el borde se articula con el deseo, con el goce (en tanto anomalía) y con el sujeto, en su forma subvertida.

Frente a este borde, sólo la letra puede designar. Y esa letra se configura como una unaridad: algo que porta una forma de unicidad sin ser ni “lo único” ni lo “unificado”. Es en este punto donde el rasgo unario adquiere toda su potencia.

Ese rasgo permite pensar las consecuencias de un vaciamiento de lo cualitativo. Ya no se trata de predicar, sino de enfrentar lo impredicable. Esta orientación cuestiona la suficiencia del enfoque atributivo de la sexuación: no lo descarta, pero muestra sus límites.

El problema se desplaza entonces hacia cómo considerar al sujeto más allá de lo cualitativo, y para eso es necesario llevarlo al campo de la denotación. La pregunta que se abre es:
¿Es la denotación el campo que abre la brecha entre lo particular y lo singular?

El significante, al operar en lo real, introduce allí una diferencia radical. Presuponemos ese real como homogéneo antes de la incidencia simbólica. En tanto efecto del significante, el sujeto no es entonces una interioridad, sino una discontinuidad en ese real.

Pero no se trata ya del sujeto alojado en la significación fálica, como en el esquema Rho. Este sujeto —el que se localiza entre el 0 y el 1— no es enumerable. Su lógica no es contable, ni responde a la consistencia de una serie. Es, más bien, el efecto lógico de una letra que bordea lo imposible.

lunes, 14 de julio de 2025

El deseo como intervalo: del significante a la nominación

La práctica analítica se orienta hacia el deseo, entendido no como vivencia subjetiva o contenido de conciencia, sino como efecto de la lógica del significante sobre el sujeto. Este efecto lo desnaturaliza, lo descentra, y solo es accesible a partir del significante en tanto está articulado en el discurso. Este enfoque delimita con claridad a la clínica analítica respecto de toda experiencia que pretenda captar el deseo como saber o vivencia.

Pensar el deseo desde el significante implica asumir una dimensión espacial precisa. No se trata de un significante particular, sino de una posición intervalar. Es decir, el deseo no tiene consistencia propia, sino que emerge en la brecha, en el entre-dos. Así lo dice Lacan:

Desde su aparición, en su origen, el deseo, d, se manifiesta en el intervalo, en la brecha, entre la pura y simple articulación lingüística de la palabra y lo que marca que el sujeto realiza en ella algo de sí mismo [...] algo que es su ser –lo que el lenguaje llama con ese nombre.

De esta formulación se desprenden varios puntos fundamentales. En primer lugar, la notación d, que remite al matema del grafo, sitúa al deseo desde la perspectiva de la letra, y no como un Wunsch o anhelo reconocible por el yo. Esta operación letra señala su estatuto propiamente inconsciente.

El hecho de que el deseo tenga un origen implica que, en su constitución, se encuentra ya la ley como horizonte. Es allí donde se inscribe la operación de la nominación, entendida como acto simbólico que instala el corte, la brecha, que habilita ese espacio intervalar donde el deseo puede advenir.

Vemos entonces cómo deseo y sujeto se enlazan de manera indisociable. Lo que habita el intervalo no es otra cosa que la marca de una respuesta subjetiva frente al enigma del deseo del Otro. En este punto, el “ser” al que alude Lacan no es sustancial sino efecto: aparece como tapón, como formación que recusa la pérdida constitutiva del deseo inconsciente. Por eso se subraya que hay algo más que una simple articulación lingüística: lo que se juega es el surgimiento mismo del sujeto, marcado por la falta y habitado por un deseo que no cesa de no escribirse.

domingo, 13 de julio de 2025

Del cuerpo observado al sujeto que habla: el giro freudiano y la razón sobredeterminada

Allí donde la medicina y la psiquiatría del siglo XIX organizaban su práctica en torno a una mirada objetiva que recaía sobre un cuerpo doliente, el psicoanálisis introdujo una ruptura decisiva: Freud otorgó la palabra al sujeto portador de ese cuerpo. Esta operación no solo desplazó el foco clínico hacia el discurso del sujeto, sino que también implicó una nueva concepción sobre su responsabilidad en relación con el síntoma.

Este viraje está directamente ligado a un nuevo modo de concebir la razón, el cual Lacan caracteriza como un “redescubrimiento” en el Seminario 1. La razón freudiana ya no se reduce a una lógica lineal ni a la deducción empírica, sino que se configura como el lugar de la sobredeterminación: un espacio simbólico regido por reglas que inscriben las marcas de la historia del sujeto y operan mediante permutaciones.

Una de las innovaciones fundamentales del psicoanálisis fue situar la castración como referencia estructurante del orden simbólico. Lacan lo expresa con fuerza: “Freud es, para todos nosotros, un hombre situado como todos en medio de todas las contingencias: la muerte, la mujer, el padre”. Estos tres términos delimitan el horizonte freudiano desde el lugar de lo imposible; cada uno traza un borde dentro del campo simbólico, donde éste se enfrenta a sus propios límites.

Esta lógica de borde anticipa la noción de letra, que se ubicará entre lo simbólico y lo real. La letra, en tanto indicio de lo que no puede ser completamente simbolizado, delimita los márgenes de la sobredeterminación. Así, aunque Lacan trabajará con una estructura de necesidad lógica, su propuesta se ancla —y desde temprano— en una concepción de la contingencia: aquello que, desde el punto de vista del tiempo y del sentido, insiste en no escribirse del todo.

La contingencia, retomada aquí como una de las categorías lógicas de Aristóteles, se ofrece como expresión de lo incalculable, particularmente en lo que respecta a la temporalidad. En este punto, el gesto freudiano subvierte la linealidad cronológica y coloca en primer plano la dimensión histórica singular del sujeto.

miércoles, 9 de julio de 2025

¿Cuál es el soporte de una escritura?

 Luego de un primer abordaje por el cual el rasgo unario es considerado desde el sesgo de lo idealizante de la demanda, lo que justifica sus articulaciones al significante del Ideal, I(A), encontramos un giro que lo asocia a la función de la letra. Tomado desde esta perspectiva el rasgo se conecta con la operación de ese +1 al que vengo haciendo referencia desde hace unos días. Entonces el rasgo se asocia a la falta.

Ese +1 formaliza lo que no se escribe y que “no se sostiene más que de la escritura”, con lo cual el soporte de la escritura es la falta, aunque a esta altura quizás sea mucho más indicado hablar allí de una falla.

¿Para que se le hace necesario poner en juego esta dimensión de la escritura? Para poder abordar al inconsciente desde su estructura lenguajera, pero fundamentalmente por ser la consecuencia de un corte: la escritura se soporta de un corte que bien podría ser considerado desde la perspectiva del vaciamiento… y los términos vuelven a enlazarse. Esto, que parecería ser una redundancia es, en realidad, el índice de una lógica ínsita al planteo.

Se parte de una marca primera que es también llamada nominación real, a la altura del seminario 21. El efecto de esta primera incidencia es el vaciamiento antes aludido. Y la marca deviene aquello concernido en la repetición, a la par que instala la incompletitud e inconsistencia a nivel del universo de discurso. Freudianamente casi coincide con la imposibilidad del reencuentro.

Ahora, algo de eso se articula al significante, y ello por cuanto la marca queda borrada, punto de coincidencia con la inscripción del representante de la representación.

Dos campos se entraman: el de la marca y el de las consecuencias del borramiento. Y la repetición evidencia, cada vez, la distancia insalvable entre uno y otro.

martes, 1 de julio de 2025

La Identificación Primaria como Litoral entre lo Real y lo Simbólico

Freud advierte: “Sabemos muy bien que con estos ejemplos tomados de la patología no hemos agotado la esencia de la identificación…”. Esta afirmación debe entenderse dentro del marco en el que la identificación es pensada desde dos ejes centrales: su papel en la formación del síntoma y su relación con el objeto.

Particularmente en el caso de la identificación primaria, esta esencia del concepto —su opacidad y la dificultad para ser representada— se vuelve especialmente evidente. Dos aspectos clave emergen aquí: su dependencia del mito del asesinato primordial y el carácter enigmático que conserva incluso en su formulación teórica. En este sentido, podríamos decir que lo inimaginable de la identificación primaria está vinculado a lo que no puede representarse en el origen mismo: la figura del padre primordial.

El mito de la horda, como señaló Lacan, funciona precisamente como una respuesta a esta imposibilidad estructural. Desde esta perspectiva, puede afirmarse que la noción freudiana de identificación primaria configura un primer litoral, una frontera móvil y no rígida, entre lo real y lo simbólico. Este borde delimita un campo donde lo susceptible de ser simbolizado —y por tanto, de cristalizarse en un síntoma— se diferencia de lo que retorna desde la represión primaria bajo la forma de afectos o manifestaciones corporales.

Un indicio temprano de esta problemática aparece en el Manuscrito L, adjunto a la carta 61 del 2 de mayo de 1897. Allí, en el contexto de su reflexión sobre la “arquitectura de la histeria”, Freud se pregunta por las relaciones entre fantasías y escenas originarias, afirmando: “El hecho de la identificación admite, quizás, ser tomado literalmente”.

Esta observación resulta especialmente sugestiva a la luz de la posterior elaboración lacaniana, pues sin formularlo directamente, Freud parece ya vincular la identificación a la letra, es decir, al punto de borde donde lo simbólico roza lo real.

domingo, 22 de junio de 2025

Lógica, letra y límite: el recurso matemático en Lacan para abordar lo imposible

La extensa utilización de herramientas lógico-matemáticas en la enseñanza de Lacan no responde a un afán formalista, sino a una necesidad precisa de la praxis analítica: el tratamiento de lo real por lo simbólico, especialmente allí donde este tratamiento roza el límite de lo que puede advenir a la existencia vía el significante. Ese borde, inevitablemente, implica al cuerpo, y es lo que marca la distancia entre la lógica formal —como la de Frege— y la práctica del psicoanálisis.

Este recurso le permite a Lacan pasar del tratamiento de elementos individuales a la consideración estructural del conjunto, con el fin de formalizar la imposibilidad de totalización del universo del discurso. En tanto el Otro es concebido como conjunto significante, se puede afirmar que, si el significante —por su carácter asemántico— puede equipararse al número, entonces también puede servir como instrumento lógico para interrogar el límite del conjunto. Sin esta operación, el campo del no-todo (y por tanto, lo femenino) quedaría fuera del alcance del pensamiento.

Desde la matemática, esta pregunta se formula así: ¿cuál es la cardinalidad de un conjunto?, o en otras palabras, ¿puede un elemento perteneciente al conjunto marcar su cierre, su límite?

La respuesta, desde Cantor, es negativa. Es imposible que un número —perteneciente a la serie de los naturales— represente el límite de ese mismo conjunto. Es allí donde emerge el recurso de la letra, que no se reduce a una función significante dentro del discurso, sino que opera como un elemento fuera del conjunto, en el borde mismo de lo que no se puede escribir.

Esta imposibilidad, que la lógica matemática permite formalizar, justifica la aparición temprana del concepto de letra en la obra de Lacan, más allá de su función en la cadena significante. La letra se vuelve así un operador crucial, no sólo para abordar lo imposible de escribir, sino también como soporte para una nueva formalización de la sexuación del sujeto, donde la lógica del no-todo encuentra su expresión más radical.

miércoles, 4 de junio de 2025

El inconsciente y la letra: más allá de lo psíquico

Quisiera comenzar con una pregunta que, lejos de ser retórica, organiza todo este planteo: ¿es posible subsumir el inconsciente dentro del campo de lo psíquico? La respuesta, desde la lectura que propongo, es rotundamente no. Uno de los desarrollos que más claramente pone en evidencia esta imposibilidad se encuentra en los seminarios 20 al 22 de Lacan.

En esos seminarios, Lacan aborda el inconsciente desde el sesgo de la escritura, y desde allí puede afirmar que el inconsciente "converge entre lo modal y lo nodal". Según la RAE, "converger" implica coincidir en una misma posición frente a algo debatido, o también acercarse a un punto límite. En este marco, lo modal (las modalidades del decir) y lo nodal (los puntos de anudamiento estructural) funcionan como coordenadas donde se hace posible delimitar un fallo, una falla estructurante. De ahí que Lacan recurra a la escritura.

Lo escrito es definido por él como algo “peliagudo”, es decir, complejo, difícil de resolver. Incluso, siguiendo a María Moliner, algo apresurado o precipitado. Parte de esta dificultad radica en que un escrito no está hecho para ser leído, una idea que Lacan ya venía trabajando desde la publicación de sus Écrits. Si no es para leer, entonces ¿para qué es?

Para situar un lazo. Lo escrito sirve para ubicar al inconsciente como texto, como estructura de letra, dado a leer. Este lazo entre la letra y la escritura, que no está exento de complicaciones, funda el campo del decir en psicoanálisis. Apostar a llevar lo escrito al decir no es un mero juego formal: se trata de una apuesta clínica, una pregunta vigente en ese momento de la obra de Lacan: ¿es posible un decir que saque al sujeto de la necedad?

La necedad, en este contexto, no es una contingencia que sobreviene: el inconsciente la implica, porque arrastra consigo lo imposible de escribir. Por eso, la necedad no es simplemente ignorancia, sino una negativa a saber, un no querer saber de lo imposible, o incluso un no querer saber ese imposible.

Y frente a ese imposible, lo psíquico no puede más que aparecer como un entramado ficcional, solidario de lo que Lacan llamó, con una expresión bellísima, las ficciones de la mundanidad.

viernes, 30 de mayo de 2025

Letra y escritura: marcas del Otro en la historia y en el discurso

El complejo vínculo entre escritura y letra en la enseñanza de Lacan tiene, en principio, una fuente evidente: la historia de las civilizaciones humanas. Es a partir del recorrido por los desarrollos culturales que Lacan comienza a construir esa articulación, que más adelante se sostendrá también en términos lógicos y estructurales.

La evolución de la cultura, que es también la historia de los alfabetos, muestra que la letra se encuentra ligada a dos dimensiones fundamentales, profundamente entrelazadas:

  • Por un lado, a la producción cultural concreta, tal como puede observarse en la alfarería. Allí, las vasijas operan no sólo como objetos de uso cotidiano, sino como superficies donde se inscriben marcas vinculadas a prácticas sociales, costumbres y acciones.

  • Por otro, esas mismas inscripciones funcionan como marcas de procedencia, huellas que indican una pertenencia, al inscribir coordenadas que remiten al lugar del Otro propio de cada momento histórico.

Desde una mirada antropológica, estas marcas pueden leerse como portadoras de significados contextuales: una función connotativa. Pero cuando Lacan se apoya en estos materiales para pensar la relación entre lenguaje y marca, parece introducir otro registro: uno denotativo, que se abre a la cuestión del referente. Esto no sucede al margen del Otro, pero sí más allá de su función como simple "tesoro del significante".

En este giro, Lacan afirma que la letra es un efecto de discurso, lo que lo lleva a declarar que “lo bueno de cualquier efecto de discurso está hecho de letra”. Sin embargo, esta definición no elimina al Otro, sino que lo reinscribe: la letra requiere de un lector, de un agente que produzca el pasaje entre la marca y su borramiento. Es decir, no hay escritura sin Otro.

Esta articulación complejiza el concepto de castración, porque si el discurso es, según Lacan, una forma de lazo social, entonces cabe preguntarse:
¿Qué función cumple la escritura en ese lazo?
La respuesta apunta a una operación de anudamiento. La escritura hace lazo allí donde se evidencia un fallo entre los registros, un punto de inconsistencia donde el Otro responde con una falta. En ese lugar, la escritura actúa como un modo de suplencia, no de cierre, sino de borde: marca un lazo posible donde el nudo amenaza con desanudarse.

Del corte al escrito: la negación y el surgimiento de lo real en el discurso analítico

En esta entrada, me situábamos el valor inaugural del decir primero, aquél que afirma una existencia fuera de la función fálica, y destacar su diferencia respecto de la negación existencial propia del lado del no-todo. Mientras que en el no-todo se trata de una negación que apunta a la inexistencia, en el decir primero la negación señala que hay algo que no queda capturado por la castración.

¿Cómo leer entonces esta negación? Propongo entenderla no como una simple oposición lógica o semántica, sino como una barra, un corte. Esta barra, tal como la presenta Lacan en “Radiofonía”, no remite únicamente a la escisión entre significante y significado, sino a una operación fundante que instala la escritura. Así, el decir se vuelve correlativo al corte; y este acto, más que aclarar, introduce un plano de equívoco estructural.

En Radiofonía, Lacan subraya que la barra produce corte, pero también genera un efecto de sentido. Sin embargo, ese efecto no se sitúa al nivel de la significación, sino más bien como una dirección, una orientación que emerge del discurso.

De este modo, la escritura no es un simple registro secundario. Es un efecto de discurso, tanto en la ciencia como en el psicoanálisis. En este último, se inscribe como lo que da cuerpo a la imposibilidad que sostiene la práctica: el axioma “no hay relación sexual” funda el campo que se desprende del discurso analítico.

Allí donde el lenguaje fracasa en escribir la relación sexual, la escritura toma el relevo y produce una lógica. En “De un discurso que no fuese del semblante”, Lacan lo formula claramente: donde no hay relación sexual, sólo hay relación lógica. Por eso el discurso, al escribir, suple el límite estructural del lenguaje.

Ahora bien, ¿todo escrito se hace de letra? Este punto merece atención. La letra también es efecto de discurso, pero se diferencia del escrito porque es lógicamente anterior. El escrito, en cambio, se presenta como un precipitado, como algo que se constituye tras el pasaje por la experiencia discursiva.

jueves, 22 de mayo de 2025

El inconsciente como conjunto abierto: del discurso del Otro a la imposibilidad de la escritura

En un primer momento, Lacan aborda el inconsciente desde su estructura lenguajera, es decir, como una red simbólica articulada que remite al aforismo central: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Esta concepción permite pensar al inconsciente como lugar donde operan las leyes del significante, de la metáfora y de la metonimia.

En una segunda etapa, su lectura se desplaza: el inconsciente es pensado desde la lógica del discurso, ya no solo como estructura, sino como posición dentro de una historia. El discurso implica la presencia del Otro, y con él, la medida fálica, la sexuación, el goce y los lazos sociales. El inconsciente aparece así como efecto de discurso, sostenido por el campo del Otro.

Sin embargo, Lacan introduce luego una torsión conceptual: un regreso crítico a su punto de partida, para releer el inconsciente desde el lugar de la letra y la escritura, más allá del discurso. Surge entonces una pregunta clave: ¿qué vela el inconsciente como discurso del Otro? La respuesta es que, en tanto discurso, enmascara lo que del inconsciente ex-siste como imposible: su dimensión de letra, de cifra, de resto inasimilable.

Desde esta perspectiva, el inconsciente acarrea una imposibilidad de escritura que no puede ser contenida por el discurso. Para formalizar esta imposibilidad, Lacan se apoya en un recurso lógico: la teoría de conjuntos. Es allí donde conceptualiza la sexuación como partición disyunta, sin correspondencia biunívoca entre los conjuntos “hombre” y “mujer”. No puede establecerse una función de correspondencia entre ellos, lo cual se formaliza en su célebre enunciado:

No hay relación sexual.

Esta imposibilidad no es biológica, sino lógica: el significante no puede saberse ni totalizarse a sí mismo. Por eso, hombre y mujer no son esencias, sino significantes, valores sexuales dentro del discurso. Entre ellos, la proporción fracasa, y en el lugar donde no hay lazo posible, el fantasma y el síntoma operan como suplencias estructurales, anudamientos precarios que permiten a cada quien sostenerse frente a la falta.

Decir que no hay relación sexual significa que el significante es, por estructura, incompleto e inconsistente: no puede cerrarse sobre un universo pleno de sentido. No hay “todo” que lo organice sin resto. Por eso, el inconsciente se define como conjunto abierto, estructuralmente vinculado a lo femenino, en tanto modalidad del no-todo.

En contraste, el discurso del Otro propone ficciones totalizantes, ofreciendo una ilusión de completud que responde más a las demandas de la mundanidad que a la lógica del deseo.

martes, 20 de mayo de 2025

Del Nombre del Padre al vacío del Otro: un giro lógico

En La Identificación, Lacan trabaja sobre la lógica que funda y sostiene la función del significante, resaltando la incidencia del nombre propio. Dentro de este marco, su exploración del Nombre del Padre lo asocia a la dimensión de la letra, aunque sin alcanzar todavía la dimensión de la marca. En este recorrido, plantea una interrogación clave: ¿cómo separar al Padre del psicoanálisis de la idea de Dios?

El No-Todo y la Inexistencia

Con la introducción de las fórmulas cuantificacionales y modales de la sexuación, el no-todo se convierte en una novedad estructural:

  • No existen dos universales, pues de ser así, la relación sexual sería posible de escribir.
  • El no-todo es consistente con la inscripción de una inexistencia, es decir, lo que no hay, lo cual difiere radicalmente de lo que falta.
  • Esta inexistencia impide que el conjunto se cierre del lado femenino, marcando un vacío en el Otro que Lacan venía trabajando desde el seminario IX.
El Giro Lógico: De Clases a Conjuntos

Para transitar desde la interrogación inicial sobre un Padre más allá de Dios hasta un vacío que inscribe una orfandad radical, Lacan se apoya en un giro dentro de la historia de la lógica:

  • El paso de una lógica de clases a una de conjuntos.
  • En una clase, siempre hay un atributo que sostiene la reunión.
  • En un conjunto, el conjunto vacío es inherente a cualquier estructura, permitiendo una nueva formalización del Padre.
La Excepción y el Tope del Campo Fálico

Pensar el Padre desde la excepción habilita la posibilidad de trabajar lo femenino como tope o impasse del campo fálico. Esta reformulación, que marca un límite a lo masculino, no habría sido posible sin el recurso a una lógica que predica por la función y no por el atributo.

domingo, 11 de mayo de 2025

El nombre propio y la escritura del sujeto

Partiendo de su desarrollo sobre el Nombre del Padre, Lacan llega al problema del nombre propio en el sujeto, a partir de los límites y fronteras que encuentra en su teorización.

Desde el inicio, plantea que el nombre propio no es un significante, sino que debe entenderse desde el registro de la letra. Esto genera una paradoja en su relación con el Otro, entendido como sede del significante. Si el nombre propio no es un significante, no puede alojarse completamente en el Otro, pero al mismo tiempo lo necesita, ya que no hay nombre sin una "emisión nominante", como él la denomina. En ciertos momentos, Lacan también vincula esta operación nominante con un borramiento de la marca, sugiriendo que nombrar no solo implica una inscripción, sino también una sustracción.

El Nombre Propio entre el Lenguaje y la Pulsión

Para abordar esta problemática, Lacan introduce la noción de trazo, que representa una dimensión del lenguaje que no se reduce a lo verbalizable. Aunque el nombre propio puede sonorizarse, esto no equivale a que sea plenamente decible.

Esta distinción abre una pregunta fundamental: ¿qué relación existe entre el nombre propio y la pulsión?

La respuesta se encuentra en la evolución misma del pensamiento de Lacan. A medida que avanza en la pluralización de los Nombres del Padre, también reconfigura su concepción del lenguaje, alejándose de una visión basada en la secuencia de significantes encadenados. En su lugar, introduce una lógica en la que el lenguaje funciona mediante cortes y discontinuidades.

Esta reformulación tiene dos efectos fundamentales:

  1. Lógico: rompe con la idea de una cadena de significantes homogénea y lineal.
  2. Topológico: el lenguaje se vincula con el trazo, que es discreto, contable y definido por el corte.

Así, Lacan no solo transforma la concepción del Nombre del Padre, sino que, en paralelo, redefine el estatuto del nombre propio, situándolo más allá del significante y dentro de la escritura del sujeto.

domingo, 20 de abril de 2025

Nominación, excepción y la función del síntoma

La nominación requiere de una excepción. Esta afirmación implica una lectura modal que se apoya en la teoría de conjuntos. En este marco, la excepción es aquello que está fuera del conjunto, pero que, paradójicamente, permite su constitución: la letra y el Padre funcionan como estos elementos fundantes. Siguiendo a Bourbaki, Lacan sostiene que es la letra la que da existencia al conjunto.

Vincular la nominación con la excepción permite entender el pasaje del agujero en lo real a la nominación como operación que crea un agujero, es decir, introduce un falso agujero.

Esta conexión entre nominación y excepción lleva inevitablemente a la función del síntoma, que introduce una nominación fallida, ya que implica el no-todo. En el esquema de RSI, la nominación representa la cuarta consistencia que sostiene la estructura, y es allí donde el síntoma juega su papel fundamental.

En el seminario Le Sinthome, Lacan reformula esta noción: allí donde antes situaba la nominación, ahora coloca el sinthome. Esto no implica que abandone la noción de síntoma, sino que establece una diferencia crucial entre ambos términos. Síntoma y sinthome no son equivalentes, ya que cumplen funciones distintas y responden a lógicas diferentes.

Este replanteo surge de una pregunta fundamental: ¿a qué consistencia pertenece el Nombre del Padre? ¿Corresponde a lo Real, Simbólico o Imaginario, o solo a lo Simbólico?

Si el síntoma se define como aquello que ocupa el lugar del lapsus del nudo, cualquiera de los tres registros podría asumir esta función. Sin embargo, el efecto de la suplencia de la falla varía según cuál de estos registros asuma el papel de cuarto elemento.

Finalmente, esta operación se caracteriza por un equívoco: la compensación del síntoma ocurre justamente en el lugar de la falla, lo que rompe la linealidad temporal e introduce una estructura distinta. En este proceso, la producción del síntoma no solo altera el tiempo, sino que también manifiesta lo real en la estructura del nudo.

viernes, 11 de abril de 2025

La Lltra, el Otro y la falta de referente: del signo cultural al lazo simbólico

La historia de los alfabetos muestra que las letras han estado siempre ligadas a la producción cultural. Su inscripción en objetos cotidianos —como en la alfarería y en las escrituras sobre vasijas— revela que, desde sus orígenes, la letra porta una marca de procedencia, una inscripción contextual. En este sentido, puede decirse que la letra sitúa un marco simbólico, un contexto cultural que remite al campo del Otro.

Desde esta perspectiva, es claro que la letra puede tener una función connotativa: evoca, alude, inscribe un sentido ligado a un lugar, a una tradición o a un colectivo simbólico. Sin embargo, lo que Lacan persigue al servirse de la letra no es este aspecto connotativo, sino más bien su dimensión denotativa, allí donde se despega del sentido y apunta a lo literal, lo no interpretativo.

En este nivel denotativo, la letra no representa un significado, sino que señala una falta de referente. La letra, entonces, no colma el hueco que deja esa falta; por el contrario, la pone en evidencia. Lo que sí viene a colmar ese vacío son los efectos semánticos del discurso, que se apoyan en las connotaciones para producir una identidad ficcional en el hablante, que le da la ilusión de completud.

Ahora bien, para que la letra pueda adquirir esta función estructural, debe recorrer un camino lógico. Ese trayecto implica un tiempo: en un primer momento, la letra es un efecto del discurso. Pero para que esa letra tome forma, para que pueda ser delimitada, es necesario un lector. Lacan lo afirma en el Seminario 18:
Lo bueno de cualquier efecto de discurso es que está hecho de letra.
Esta afirmación refuerza el lazo entre letra y Otro, ya que sólo en relación con un lector —con una posición de lectura— la letra se constituye como tal.

Es cierto que persiste una tensión entre letra y escritura. Sin embargo, también es evidente que no hay escritura sin letra, y más aún, sin lector. Es esta tríada —letra, escritura y lector— la que permite entender los desarrollos que Lacan realiza entre los Seminarios 18 y 20, donde la escritura se define por su inscripción en el campo del Otro.

Podemos decirlo de manera nodal: no hay escritura sin Otro, así como no hay síntoma —como condición del lazo— sin la presencia del Otro. Esta afirmación abre paso a una relectura de la castración, ya no sólo desde la falta simbólica, sino desde la imposibilidad estructural de una escritura plena, de una inscripción que colme el hueco del ser hablante.

Del significante a la letra: el giro lacaniano hacia el borde

Una de las preguntas centrales que orienta los desarrollos de Lacan es: ¿qué límite encuentra el significante que lo lleva, ya tempranamente, a virar hacia la letra? La respuesta no se deja esperar: hay en la estructura significante algo que falla, y ese fallo se vuelve insostenible cuando se trata de abordar lo real. Es en ese punto donde la letra irrumpe como un recurso que excede la cadena significante.

Lacan, en el Seminario Aún, asocia la letra con lo axiomático en tanto abusivo. Habla incluso de un “abuso de autoridad” que puede pensarse en relación a la función de designación propia de la letra. A diferencia del significante, que remite por deslizamiento, la letra marca, designa, instaura. Hay algo en ella que no busca significar, sino fijar.

Tres matemas distintos —el objeto a, el Φ (falo simbólico) y el significante del Otro barrado (S(Ⱥ))— permiten pensar esta función de la letra en el inconsciente. Cada uno de estos elementos inscribe un borde distinto, y lo hace de maneras diferentes. Pero todos coinciden en que la letra no pertenece al campo del sentido, sino que opera como borde, como escritura del límite.

A diferencia del significante, que se encadena, forma series, y en ese movimiento produce equívocos y malentendidos, la letra es literal, inequívoca. Es, como dice Lacan en L'Étourdit, aquello que se escucha en lo que se dice, sin necesidad de ser interpretado.

Este giro hacia la letra no sólo agrega un nuevo recurso teórico, sino que reformula la manera en que Lacan lee al significante mismo. Ya no se trata simplemente de dos órdenes (significante y significado) separados por una barra —como en el algoritmo saussuriano—, sino de pensar esa barra como escritura de un corte, como inscripción de una falta.

Por eso, no es equivalente afirmar que el vínculo significante/significado es arbitrario, que decir que el significante carece de referente. Lo primero remite a la convención del lenguaje; lo segundo, a una imposibilidad estructural. Es esa imposibilidad la que se escribe en el axioma "No hay relación sexual": una falta estructural de relación que requiere de una función que haga de cópula allí donde no la hay. Y esa función es precisamente la de la letra.

martes, 8 de abril de 2025

La escritura como borde: una lógica de la praxis analítica

Una de las controversias centrales en torno a la orientación de la práctica analítica gira en torno a cómo delimitar lo real, entendido como impasse. Se trata, en efecto, de una pregunta por su conceptualización. Lo real se define en su desajuste con lo simbólico, como una inconsistencia que adviene como borde, no como una sustancia previa o independiente. En este sentido, no se trata de un “antes” de lo simbólico —con lo cual se correría el riesgo de reducirlo a lo meramente biológico—, sino de un después, de un efecto topológico que emerge a partir del límite del campo simbólico.

Así, lo real se litoraliza: aparece como la franja que separa lo simbolizable de lo que escapa a toda simbolización. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis se distingue de otras terapéuticas, precisamente porque hace de ese límite su campo de intervención.

Es en este contexto que Lacan introduce la escritura como un recurso privilegiado. No como una técnica decorativa o metafórica, sino como una respuesta práctica a los límites del significante. Desde allí se hace posible una reelaboración de conceptos fundamentales: la interpretación, el síntoma, la transferencia, el inconsciente y el Nombre del Padre.

En el Seminario 18, Lacan se pregunta por la función de la escritura. La indagación no es abstracta: se apoya, entre otras cosas, en su lectura de la escritura china, donde el trazo cobra primacía sobre la significación. Lo que interesa no es tanto lo que el trazo quiere decir, sino su potencia de aislamiento, su capacidad de marcar un borde. Es esa función la que permite separar al rasgo de toda idealización, inscribiendo así un litoral entre el significante y lo que queda fuera de él.

En este punto, Lacan es contundente: “el discurso del analista no es sino la lógica de la acción”. La escritura, entonces, no remite al registro de lo dicho, sino a una operación que produce efectos en lo real. El discurso analítico se constituye como un artefacto, una construcción formal solidaria de lo escrito, más que de lo enunciado.

Ahora bien, la escritura no se opone a la palabra, sino que se desprende de ella como su consecuencia lógica. La palabra funda: inaugura al sujeto en su relación con la verdad. Pero esa verdad, para advenir, requiere no sólo de quien habla, sino de un Otro que la escuche, que la sostenga. El Otro no sólo interpreta: nombra. Reconoce, da lugar, acusa recibo. Es por esta función de la palabra que el significante se inscribe en el Otro como lugar.

De allí se desprende la escritura, en tanto precipitación de esa operación simbólica originaria. En el célebre pasaje de La instancia de la letra, Lacan define a la letra como la estructura localizada del significante. Localizada, es decir, encarnada en un espacio: el Otro. Por eso, la letra no es lo mismo que el significante. Es su borde, su soporte, su huella; allí donde el sujeto, dividido, encuentra un anclaje más allá de la cadena significante.

lunes, 7 de abril de 2025

La función de la escritura en la estructura del discurso

Si la verdad está ligada a la palabra, la escritura lo está a la letra. En este sentido, Lacan realiza un desplazamiento progresivo en su concepción de la letra, que inicialmente aparece en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud estrechamente vinculada al significante. Sin embargo, esta noción se transforma al cobrar forma en los matemas de los discursos —S1, S2, $, a— y alcanza su máxima expresión en la formulación de las ecuaciones de la sexuación.

La función de la letra en la escritura es la de establecer un límite, es decir, trazar un borde que demarca y delimita. En su esfuerzo por alejarse del efecto de significación, Lacan encuentra en los ideogramas chinos un recurso valioso, no solo por su relación con el trazo unario que ya había trabajado, sino también por la conexión entre pintura, poesía y caligrafía en la cultura china. Más aún, lo que le interesa es la capacidad del ideograma para producir un efecto de vacío —especialmente en la poesía china— en contraste con el efecto de significación propio del encadenamiento significante. Este enfoque permite situar un borde que separa lo real del campo del semblante y es desde esta perspectiva que Lacan construye la estructura del discurso.

La escritura, en este contexto, cumple una función lógica que establece relaciones y marca un punto de viraje en la teoría de la sexuación. A través de ella, Lacan logra trascender la concepción imaginaria del atributo, permitiendo abordar la sexualidad desde una lógica en la que la relación sexual "no cesa de no escribirse", es decir, es imposible. Desde esta lógica, se clarifica la definición del discurso como lazo social: es la estructura del discurso la que permite al sujeto enlazarse con el Otro y sus metonimias.