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miércoles, 19 de junio de 2024

¿Cómo determinar la gravedad de un cuadro clínico? Las urgencias en la clínica

 El síntoma en psicoanálisis no es el correlato de un proceso mórbido. Con lo cual no es el signo de una enfermedad que pudiera eventualmente eliminarse, perspectiva (esta última) que conlleva la idea de alguna especie de equilibrio o salud posible.

El criterio de gravedad en el psicoanálisis reviste entonces una serie de particularidades e incluso de dificultades. En principio podríamos afirmar que no es solidario de la dificultad clínica.

No pocas veces el analista recibe casos clínicos, ciertas demandas, pedidos de consulta o tratamiento que implican una serie de dificultades en cuanto a que la posición del sujeto hace de obstáculo a la puesta en forma del dispositivo analítico, y al despliegue y funcionamiento de la palabra como función de sujeto.

Ahora, esto no necesariamente va acompañado de una gravedad en el cuadro clínico.

¿Entonces, con qué criterio podríamos pensar la gravedad en el cuadro?

En la medida en que el sujeto es lo que un significante representa para otro significante, a partir de lo cual carece de un ser, requiere de una serie de anclajes o puntos de apoyo para poder constituirse en el lugar del Otro. Estos puntos de apoyo son la consecuencia de una serie de operaciones que le proveen al sujeto un cierto plafond, las coordenadas de una escena donde tomar lugar, allí donde es definido como falta en ser.

La puesta en funcionamiento de este plafón fantasmático, con su correlato sintomático y las coordenadas propias de la dimensión del ideal dan el marco del campo del semblante.

A partir de este semblante el sujeto podrá asumir una posición en una escena, dirigirse a un partenaire e, incluso, hacer consistir un cuerpo. Podemos entonces considerar la gravedad en el cuadro clínico a partir de las vacilaciones o fallas de la estructuración de dicho campo, el del semblante, por cuanto una falla allí lleva al sujeto al riesgo del pasaje al acto.

Psicoanálisis y urgencia

 María Moliner, respecto de la urgencia, sitúa al verbo urgir como refiriendo a aquello que apremia al sujeto, que no solo lo condiciona, sino que esencialmente implica una exigencia, algo apremiante que conlleva fenoménicamente una cierta precipitación temporal.

Tomado desde el psicoanálisis la urgencia nos interroga acerca del funcionamiento de aquello que en el sujeto defiende frente a la irrupción pulsional. Quizás entonces podemos situar que la urgencia indica que estas defensas (para usar un término freudiano) cesan o interrumpen su funcionamiento o también sufren algún tipo de alteración.

En este sentido, en el psicoanálisis, una urgencia podría dar cuenta de un cuadro o de un contexto en un momento determinado en la vida de alguien, en el cual el entramado significante que le hace de sostén vacila, dejando al sujeto inerme frente a la irrupción pulsional.

Pero también es posible asociar cierta dimensión de urgencia, de un estar urgido el sujeto, como propio de ciertos tiempos decisivos en la constitución o la asunción por parte del sujeto de una posición sexuada.

Abordada por este último sesgo la urgencia sería un indicador de como la pulsión apremia al sujeto. Se trataría de la urgencia no como algo que se contrapone al equilibrio o la homeostasis sino como la puesta en forma clínica de aquello que ya Freud situó como imposible de dominar.

Urgencias transferenciales

Es indudable que la práctica analítica, como toda práctica clínica, puede tener momentos en los cuales se juega algo del orden de una cierta urgencia.

Las “urgencias transferenciales” para plantean, en el psicoanálisis en particular, esta dimensión de la urgencia implica, conlleva, el vínculo transferencial del sujeto, del analizante o del paciente con el analista.

Entonces podríamos afirmar que a veces las urgencias se juegan en la transferencia, en la medida en que por alguna contingencia de la vida o alguna otra circunstancia un sujeto, cuando llega a la consulta o en un momento determinado del análisis, queda tomado por algo que lo urge en el sentido de algo que lo desborda.

Acorde al planteo de Freud, que Lacan en este punto continúa, esta urgencia, este desborde asociado al quedar urgido se vincula a los distintos modos en que la pulsión puede irrumpir en el sujeto. Y tomo el término irrumpir para marcar cómo en ciertos momentos aquello que le hace de plafond ficcional (fantasma) puede vacilar en su función, y de allí el desborde.

Pero podríamos también señalar otro tipo de urgencia transferencial. Es aquella que se produce a veces del lado del analista, no pocas veces en los primeros pasos de la práctica. Esas urgencias transferenciales algunas veces pueden estar asociadas más que a una dificultad misma del material, a cierta precipitación, en el sentido de un intento de apurar el tiempo de comprender o una prisa del lado del analista por comprender lo que está en juego.

Esta aspiración por comprender es algo que Lacan ubicó como no propio de la función del analista. El analista no está para comprender, sino para escuchar, acto que puede comenzar por un estar atento, porque estar atento es prestar atención a los detalles y eso es hilar más fino.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Imputabilidad: corriente alienista y no alienista

 La imputabilidad, se siempre será definida por los Jueces o jurados, está en el art. 34 del Código Penal:

1º. El que no haya podido en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de sus facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconciencia, error o ignorancia de hecho no imputables, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones.

En caso de enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del agente en un manicomio, del que no saldrá sino por resolución judicial, con audiencia del ministerio público y previo dictamen de peritos que declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se dañe a sí mismo o a los demás.

Para que haya un delito, tiene que cumplir con los requisitos de ser una acción humana (por comisión u omisión), típica, antijurídica y culpable. Un reflejo, por no ser voluntario, no es una acción humana. La tipicidad se refiere a que la conducta esté previamente explicitada en el Código. La antijuricidad se refiere a que la conducta esté en contra de las normas, excepto cuando se trata de la legítima defensa.

La culpabilidad jurídica se refiere a la posibilidad de poder reprocharle ese acto. Hay circunstancias que anulan la culpabilidad, como la edad. Los menores de 16 años no pueden ser penados por esto. La culpabilidad está asociada a la edad y a la condición de salud mental. Hay otras causas de no punibilidad, pero hoy nos encargaremos de la condición mental.

El art. 34 inc. 1 tiene una configuración mixta, biopsicosocial o pluridimensional. Error de tipo es cuando la persona cree que hace correcto pero en realidad hace algo reprochable. Ej. Transportar una maleta donde Juan cree que lleva ropa, cuando en realidad está llevando droga. El error de prohibición es cuando la persona obra pensando que está correcto. Ej. Un holandés se prende un cigarrillo de marihuana pensando que está legalmente habilitado. En salud mental hay situaciones que pueden influir en este tipo de errores, como una persona con alguna discapacidad intelectual. Lo mismo ocurre con un paranoico que se "defiende" de sus vecinos, de los que se siente perseguido.

El artículo posee una serie de variables:

1) Temporal. La facultad mental al momento del hecho (estado de inc, ausencia de facultades) y por otro lado las habilidades y competencias que tiene una persona para defenderse. Son dos momentos diferentes, que pueden tener décadas de diferencia.

2) Causas psiquiátricas: tiene que conllevar una consecuencia psicológica. Esto lo determinan el personal de salud mental. Las condiciones psiquiátricas son necesarias pero no suficientes, hay que demostrar que la persona no podía dirigir sus actos. Alteración morbosa, E.I., insuficiencia de las facultades.

3) Consecuencias psicológicas: la incapacidad para comprender o para dirigir las acciones. 

La valoración de esta fórmula (social) la hace el juez ó el juicio por jurados.

No cualquier alteración de la facultad mental conllevan a la imputabilidad. Enfermedad mental y inimputabilidad no son sinónimos ni términos intercambiables. Ej: un paciente psicótico puede comprender sus actos, de manera que es imputable.

El psicólogo va a ser convocado desde la psicopatología. Se piden evaluaciones, para que los jueces y jurados establezcan si esa persona tenía o no la capacidad de comprender. 

Para la psiquiatría en su corriente alienista, las alteraciones morbosas suelen ser las psicosis o la alienación mental (adquiridos o congénitos). Es una forma polar de pensar las cuestiones, porque hay grados intermedios entre "la normalidad" y la psicosis. La insuficiencia de las facultades como a al retraso mental, ya sea moderado, grave o profundo. Esta fórmula está así desde los años '30 y su influencia llega a nuestros días, sobre todo en el campo forense. Lo cierto es que la enfermedad mental es condición necesaria, pero no suficiente para determinar la inimputabilidad. Si la alienación mental es una alteración morbosa, no podemos decir que toda alteración morbosa sea una alteración morbosa. En lo que es insuficiencia, que se refiere a los retrasos mentales leve, moderado, grave y profundo. No obstante, las corrientes no alienistas pueden tomar esto como no causal de inimputabilidad si el retraso es moderado. 

Estos problemas suelen darse en torno a los pacientes con trastornos de la personalidad, retraso mental leve y trastorno por consumo de sustancias, que la corrientes alienista los suele considerar como "normales" en sus dictámenes. Las corrientes no alienistas, en ese sentido, propone que alteración morbosa debería ser cualquier cuadro psicopatológico.

En las entrevistas, conviene investigar cómo fue el desarrollo escolar del peritado, por ejemplo la repitencia. Esto es para evaluar una posible discapacidad intelectual. 

Tampoco suelen hacerse hincapié en los traumas tempranos. Hay muchas investigaciones que correlacionan el maltrato infantil con la conducta antisocial.

Estados de inconsciencia

Las alteraciones morbosas no aparecen en el campo de la psicopatología, sino que es un término jurídico. ¿Cómo entenderla? Históricamente, teníamos la corriente alienista que la proponía como psicosis o los retrasos mentales graves o profundos, planteando la relación entre enfermedad mental e inimputabilidad. No es así en las corrientes no alienistas.

Las afectaciones o alteración de la consciencia, para llevar a la inimputabilidad, tiene que ser lo suficientemente severa como para alterar la comprensión. La consciencia tiene graduaciones. Las alteraciones de la conciencia tienen múltiples causas, endógenos y exógenos. En lo forense lo más común es el consumo de sustancias, sobre todo el alcohol (porque es legal y barato). Otras causas son el traumatismo céfalo-craneano, la alteración en la glucemia, infecciones, cuadros metabólicos, fallas renales, tumor cerebral, entre otras.

¿Cómo hacer una inferencia retrospectiva sobre el cuadro del evaluado? Las causas tóxicas ó médicas son medibles, como la cantidad de alcohol en sangre en el momento que ocurrió el hecho. También pueden hacer reconstrucciones a partir de los testimonios de las personas que vieron el hecho, o de las mismas víctimas. Las manifestaciones del cuadro de alteración de conciencia es bastante evidente, aunque las causas son a determinar.

Consecuencias psicológicas

Nuestro código habla de la capacidad de comprender y dirigir. Las alteraciones morbosas van a tener causas psicológicas. 

Hay que hacer distinciones en derecho:

Conocer: se realiza a partir de los sentidos.

Entender: Entendemos a partir de la razón, de la esfera intelectual de la persona. A partir de discernir es que podemos saber y distinguir.

Comprender: Tiene que ver con la afectividad y la internalización, introyección, vivenciar los factores, apreciar y aprehender.

Nuestro derecho no se basa en el entendimiento, sino en la comprensión. Un menor puede entender que matar está mal, pero no así comprenderlo, porque su afectividad, capacidad de internalizar están en desarrollo. Por eso no se les da el mismo tratamiento que un adulto.

Muchas veces la persona tiene buen conocimiento teórico, pero no buen nivel de comprensión. También la persona puede comprender, pero no entender. Este es el caso del delirio de Capgras o la prosopagnosia, donde se altera el reconocimiento de las personas. En este punto, la persona puede comprender quien es su familiar, pero no entender.

¿Puede haber comprensión y conocimiento y no conocer? Si, en el caso del miembro fantasma. la persona comprende que no tiene un miembro, pero igual lo siente.

Inimputabilidad

Hay una creencia de que la persona inimputable "se escapa de la justicia". Al Juez le interesa saber si la persona es un riesgo para sí o para terceros. Si la respuesta es no, probablemente haga un tratamiento ambulatorio en salud mental. Si la persona es considerada riesgosa, se le pone una medida de seguridad dentro del régimen penitenciario, que son dispositivos de alojamiento dentro de las cárceles. 

El alta en estos casos es patrimonio exclusivo del Juez, no del equipo de salud mental. El Juez lo hará cuando considere que cesó la peligrosidad para si o pare terceros. Si lo llegara a seguir siendo, la persona seguirá en esta medida de seguridad hasta que deje de serlo, que puede durar años. 

¿Cómo explicamos que alguien que para la Justicia no cometió un delito esté internado... dentro de una cárcel? Es un fraude de etiquetas, según las críticas que se le hace a esto, porque parece más cercano a una pena que a un tratamiento. Por otro lado, el vencimiento de la medida es poco claro. Alguien puede pasar más tiempo en medida de seguridad que lo correspondería en la pena si fuera imputable.

sábado, 9 de abril de 2022

No apurarse a comprender

La psiquiatría y la psicología, tras un número no muy elevado de entrevistas, ya crean hipótesis que pretenden comprender y haber elaborado una teoría de qué es lo que le pasa al paciente y además las razones por las que le pasa. A continuación, ya hacen un programa de intervención con distintas técnicas estipuladas en protocolos.
Los analistas , sin embargo, son conscientes de que las cosas casi nunca son lo que parecen y que su complejidad se ve reducida en la supuesta comprensión apresurada.

Escuchar sin emitir juicios ni elaborar teorías, dar y darse mucho tiempo para que emerjan todos los contenidos y problemáticas inconscientes del analizante, es la postura más correcta ante el sufrimiento de alguien que le permita dar cuenta de la casuística de sus malestares y sobre todo poder hacer algo nuevo, menos neurótico ,con aquello que le pasa.

Dice Eduard Urbaj, "Sabemos que forma parte fundamental de la formación de todo analista aprender a escuchar sin apurarse a comprender", en "Saber Hacer Frente a los Ataques de Pánico: Abordaje Clínico desde la Perspectiva del Psicoanálisis", Editorial Cascada de letras).

jueves, 13 de mayo de 2021

Metodología de la investigación: la metodología de las ciencias sociales

¿Cuáles son las coordenadas epistemológicas que nos permiten situar a la psicología como ciencia? Para responder a esta pregunta, seguiremos el desarrollo que hace Esther Díaz, en el capítulo "Metodología de las ciencias sociales" que figura del libro de Pardo, R. (1997)."Algunos aspectos de la problemática del método en las ciencias  sociales: Las dificultades de la medición y el debate sobre explicación o  comprensión" Buenos  Aires: Biblios.

Esther Diaz parte de dos posiciones respecto al concocimiento científico:

Posición monista:  predica la continuidad en el conocimiento científico, hay quienes –siguiendo el modelo de las ciencias naturales– reducen las sociales a los parámetros metodológicos de aquellas. Este modelo será rechazado por la autora.

Posición dualista: hay una discontinuidad del corpus científico, se atrincheran en la especificidad irreductible de las humanidades, reivindicando para ellas un método y un tipo de conocimiento propios.

También presenta dos problemas: 

1) La aplicación a las ciencias sociales de una teoría de la medición. 

La ciencia nos conmina a la precisión y a la exactitud. Y, para lograrlas, se requiere dela medición. La objeción más frecuente a las tentativas de lograr mediciones precisas en ciencias sociales se funda en el argumento de que toda medición es, en alto grado, indirecta. Esto significa que requieren una serie de supuestos no verificados, los cuales podrían sintetizarse así:

1. Toda medición, necesariamente, ha de sustentarse en algunos supuestos teóricos que le servirán como punto de partida. Las ciencias sociales carecen de un consenso suficiente en cuanto a los supuestos teóricos de los puntos de partida de la medición.

2. Toda medición parte de supuestos acerca de sus instrumentos. Por ejemplo, los que se vinculan con la constancia de las propiedades de los mismos durante la observación. Y, en esto, nuevamente, resulta mucho más difícil para las ciencias sociales llegar a la certeza en cuanto al calibrado de los instrumentos de medición según un patrón objetivo. Existe la imposibilidad –mucho más evidente cuando se trata de medir un fenómeno social–de garantizar un calibrado objetivo de sus instrumentos.

3. Finalmente, toda medición supone una reducción de la realidad a dimensiones determinables, cuantificables. Pero el carácter temporal y lingüístico de la realidad social, ¿qué sucede con esos supuestos?, ¿es el mundo socio-cultural susceptible de ser comprendido sólo en virtud de mediciones y cuantificaciones puntillosas? Tal reducción pasa por alto la problemática de la constitución del sentido en la vida cotidiana y su intrínseca contingencia. En el ámbito de la realidad social no todo fenómeno es absolutamente verdadero o falso, en él hay lugar también para el “quizá”.

La labor del científico social no se limita a una pura y abstracta matematización de la realidad, aunque la medición sea muy importante. La creencia en que a más cuantificación de variables, mayor cientificidad, se funda en una concepción muy estrecha e improductiva de lo que es la ciencia en general, y la investigación social, en particular.

2) La cuestión del status epistemológico de las humanidades.

Hay dos paradigmas en la ciencia.

  1. Interpretación naturalista. sostiene una visión unitaria de la ciencia basada en las ciencias naturales y defiende la continuidad del conocimiento científico. Este, básicamente, ha de ser “explicación” y las categorías y conceptos que describen y explican el mundo físico también describirán y explicarán el mundo social y lo que el hombre sea.

  2. Interpretación comprensivista. afirma una suerte de especificidad de las ciencias sociales que las hace, de algún modo, irreductibles a las naturales. Mientras estas pretenden “explicar” y olvidan su vínculo con la realidad del mundo de la vida cotidiana, en aquellas se expresa en toda su magnitud la dimensión de “comprensión” del conocimiento.

El debate acerca del status epistemológico de las ciencias sociales es, en gran medida, una discusión en torno del carácter “explicativo” o “comprensivo” del conocimiento científico.

Las explicaciones científicas deben cumplir con dos requisitos sistemáticos: el de relevancia explicativa y el de contrastabilidad. La explicación debe tener implicaciones contrastadoras, de lo contrario, carece de poder explicativo.

Explicación nomológico-deductiva: posee la estructura formal de un razonamiento deductivo, en el cual el hecho a explicar (explicandum) es una consecuencia lógicamente necesaria de las premisas (explanans). El esquema explicativo sería el siguiente: dadas las leyes y las condiciones enunciadas (premisas), deductivamente se sigue que debe producirse el explicandum.

Explicaciones probabilísticas: es un modelo explicativo estadístico-inductivo; no posee una forma deductiva, dado que sus premisas explicativas no implican formalmente el hecho a explicar. La relación entre la primeras y el explicandum está dada por la probabilidad (no la necesidad), pues las leyes que operan como punto de partida no son de forma universal, sino probabilística, estadística.

En ambos casos, tanto en la explicación deductiva como en la inductiva, el hecho en cuestión se explica por referencia a otros con los que está conectado por medio de leyes. Leyes universales para el primero, leyes estadísticas con inferencia probable para la segunda.

El déficit de la visión naturalista (donde las cs. sociales proceden como las naturales) está en que:

  • Homologa el mundo social al físico, y entiende al primero como una estructura invariante en la que es posible encontrar regularidades empíricas. Las ciencias sociales no pueden dejar de lado el mundo de la vida cotidiana, ese entramado de significados compartidos en el que vivimos y que ponemos en juego al hacer ciencia.

  • sólo podemos conocer “desde” nuestro vínculo con un horizonte intersubjetivo previo de sentido, en el que estamos instalados.

  • la posición naturalista no sólo desconocería las particularidades histórico–lingüísticas del mundo social y la imposibilidad de subsumir objetivamente sus hechos bajo leyes, sino que además ocultaría la dimensión “comprensiva” que subyace al conocimiento.

La posición comprensivista afirma la existencia de un hiato epistemológico entre las ciencias naturales y las sociales, reivindicando para estas últimas una especificidad irreductible.

El punto de partida tomado por los hermeneutas para defender una dimensión epistemológica propia para las ciencias sociales es “la pertenencia”: el vínculo inexorable entre el que conoce y el horizonte de significaciones previas. La objetividad requiere de distancia entre sujeto y objeto. El científico social está siempre involucrado, autoimplicado en su objeto de estudio: el mundo social. Prioritariamente, el investigador en ciencias sociales debe atender a esa red de significaciones que constituye el mundo de la vida cotidiana, la realidad social, no para explicarla sino para comprenderla.

¿Qué es Comprender? En el acto de conocer hay una base de vinculación entre el que conoce (el intérprete) y un horizonte previo de sentido (mundo). Conocer aquí es lograr una fusión entre ese entramado de significados y el horizonte situacional propio del intérprete. En un cuadro:


VERSIÓN NATURALISTA 

VERSIÓN COMPRENSIVISTA

– Unidad y continuidad de la ciencia

– Dualidad y discontinuidad

– Reducción de las ciencias sociales a las

naturales

– Especificidad de las ciencias sociales

– Punto de partida: objetividad

– Punto de partida: Pertenencia

– Conocer: subsumir hechos particulares bajo

leyes universales

– Conocer: fusión entre un horizonte

previo de sentido y un intérprete


viernes, 14 de agosto de 2020

Ser un poco viejos.

“Si uno se hace viejo, ¿por qué no disfrutar de los privilegios que otorga la vejez junto con las molestias que conlleva?”
Andrea Camilleri

Vejez, se sabe, no es un concepto dentro del corpus teórico del psicoanálisis. No podría considerárselo como una posición particular del sujeto. Tampoco puede postularse que quienes quedan afectados por el sustantivo correlativo, los viejos, constituyan en sí un conjunto que tenga alguna homogeneidad más allá de ese nombre con el que se los señala. Sin embargo, y a riesgos de psicología, y a riesgo de alguna crítica de suponer que los significantes se significan a sí mismos, el término “vejez” tiene –en principio– connotaciones, no diría precisas ni preciosas, pero probablemente consensuadas.
Connotación: la vejez y lo viejo, suponen aspectos negativos. De hecho, sobre cualquier objeto –o sujeto– sobre el cual pudiera caer el término “viejo”, si éste se encontrara en condiciones favorables, se dirá “no parece viejo” o “no parece tan viejo”. La connotación negativa implica en lo particular una serie de características deficitarias y una exacerbación de aquello de lo que ya se padecía. Dicho de otro modo, se le atribuye perder lo que estaba bien y, a la vez, un empeoramiento de lo que ya funcionaba o estaba mal. Lo condición de viejo hace perder virtudes y acentúa defectos. Lo “viejo” sólo es virtuoso cuando cobra la dignidad de antiguo. De todos modos, para dialectizar y relativizar la cuestión –casi antes de empezar– digamos que “la vieja” no entra fácilmente en la misma serie negativa.

Sin embargo, aunque en la vejez Dios no ayuda, el Diablo mete la cola. El popular refrán le atribuye saber por diablo… “pero más saber por viejo”. Por viejo, y gracias al diablo, a los viejos se les supone alguna forma de saber que no sólo es consuelo de los déficits. Es un saber que compensaría de alguna manera aquellas pérdidas y agregaría un superávit del que los jóvenes adolecerían. Para todos los que no son viejos, todos aquellos que carecen de ese saber, serían adolescentes. Son aquellos a los que los viejos podrían decirles “ya vas a ver cuando tengas mi edad”. En rigor ese saber no es de “los viejos” sino que le pertenece a cada viejo en particular pues no se trata de un saber de libro. No es un saber entramado al conocimiento de texto –aunque no por ello no sea necesario–. Es un saber referido centralmente a la experiencia, a la experiencia propia. Proviene de haber-la vivido, de conocer el mundo y sus avatares, las gentes y sus miserias, los padeceres y hasta las formas de curarlos. Es un saber que proviene de haber tenido relación “directa” con los conflictos propios y los ajenos, con haber vivido en tiempos de paz y de guerra, la vida y muerte, la salud y la enfermedad: conocer el mundo “tal cual es”, con sus defectos y sus virtudes. Es también un saber que implica que quien lo tiene puede comprender más al otro, “ponerse en su lugar”, saber del dolor, de lo que conlleva y supone una pérdida, es haber atravesado duelos. El “viejo” sabría entonces por experiencia lo que es perder, porque también –por la misma condición de “viejo” si ha “sabido aprovechar” la experiencia de envejecer– ha atravesado pérdidas propias, intelectuales (memoria y rapidez son las que más se supone), afectivas (seres queridos, ya sea amigos o familiares), corporales (el cuerpo ya no responde ni en lo deportivo, ni en lo energético ni en lo sexual como el de un “joven”) y funcionales e indudablemente “desactualizaciones” tecnológicas y de vocabulario; si ha podido atravesarlas sin melancolía y con templanza serán pérdidas que podrían constituirse en saber. Decir “aprovechar” implica a la vez poder soportar una cierta adecuación de los movimientos que se producen en el campo imaginario. ¿O acaso el espejo no devuelve otros significantes que el sujeto deberá integrar a su campo vectorizado? El sujeto tiende a cierto retardo en el reconocimiento de los cambios que se han suscitado en el cuerpo, en la cara y en los movimientos. Por eso, aprovechar se metonimiza con la expresión vulgar de “no ser un desubicado”, y desubicado supone un fuera del lugar que la condición de “viejo” podría determinar. Cuando el campo imaginario se anquilosa y estereotipa, el viejo intenta imponer sus imágenes en un mundo que –él dice– lo rechaza. Esas diferencias entre las imágenes de sí mismo en las que el reloj atrasa y los déficits que no se reconocen, hacen que se gane el mote de caprichoso.

Hemos dicho “sin melancolía” para atravesar esas pérdidas y esos duelos. Hemos dicho “templanza” para acompañar y escuchar los límites actuales y estructurales en la dirección de la cura y en la cura misma. Precisemos en el término paciencia, el modo en que esta cuestión nos atañe como analistas. El término por cierto que se metonimiza fácilmente con paciente. El analista viejo bien podría ser paciente con sus pacientes. Dos cuestiones podrían conjeturarse de la paciencia: de suponer que el otro cambie o que cambie fácilmente y haber experimentado los rodeos que requiere cualquier transformación. Si así fuera podría atribuírsele al saber que se tiene por viejo –y no por diablo–, la posibilidad de mantenerse a una prudente distancia del furor curandi. Ese saber, el que se le supone a la vejez, permitiría al analista atravesar una de las mayores resistencias del psicoanalista: la vocación de curar y sobre todo la exigencia para sí y para los analizantes de una cura rápida y, por qué no, completa y definitiva. “Hay enfermos, no enfermedades” podría decirnos ahora el analista viejo, advenido sabio. El ser un analista joven, con ímpetus juveniles –de connotación aparentemente positiva pero utilizado generalmente bajo la forma de profesional novel, para críticas feroces– en su afán de curar obsesiones e histerias, fobias y perversiones, irrumpe en la clínica bajo esa forma de querer curar sin escuchar, de querer hacer el bien sin soportar los meandros del discurso.

La resistencia del furor curandi se aúna a la tendencia a culpabilizar y culpabilizarse por los fracasos y los límites de los análisis: no querer curarse y no saber curarlos. En la clínica kleiniana esta culpabilización tomaba la forma, en rigor menos grosera pero más inapelable, de la reacción terapéutica negativa –que todo lo explicaba– y el de un monto muy alto de pulsión de muerte –que biologizaba todo–. Los lacanianos prefirieron, en las supervisones, cargar a sus colegas con la culpa vía la cuestión de los actings. Si bien la lectura en sí no era incorrecta, a saber, la de un retorno en la clínica de aquello que no fue interpretado debidamente en su momento, el “debidamente” hizo estragos. Si en un caso el obstáculo era la biologización de la teoría, en el otro se confundía ese desesperado modo de decir que puede tener un analizante –al no haberlo podido decir de otra forma que no sea el acting– con la suposición de que se trataba exclusivamente de un (d)efecto de la escucha de ese analista, el de no haber escuchado algo en particular… que hubiera podido ser escuchado por otro analista. El viejo analista podría escuchar el acting como efecto mismo de la paciencia del analista, de haber podido esperar que el analizante hable bajo el modo que le haya sido posible, salida eventualmente válida –y bienvenida– entonces, de la impotencia en la que el analizante se encontraba para decir.

Pero también situamos en ese saber la suposición de poder “ubicarse en el lugar del otro”, de conocer de antemano lo que al otro le ha pasado y las vías de resolución. “¿Qué es el análisis de las resistencias? Es, en cada momento de la relación analítica saber en qué nivel debe ser aportada la respuesta. Es posible que esta respuesta a veces haya que aportarla a nivel del Yo. Toda intervención que se inspire en una reconstitución prefabricada, forjada a partir de nuestra idea del desarrollo normal del individuo y que apunte a su normalización, fracasará”1